Vuelvo a casa después de mucho tiempo y descubro a mi nueva mamá

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Descubriendo a mi nueva madre.

La vuelta del hijo.

Cuando descolgué el teléfono y escuché la voz de mi madre para comunicarme que mi padre había muerto en un accidente, sentí pena y alivio a la vez. Me llamo Enrique, mi relación con mis padres nunca fue buena, sobre todo con mi padre. Él era un hombre machista y autoritario que sometía a mi madre para todo. Desde que cumplí los dieciséis años, las peleas con mi padre eran casi diarias, por los estudios, por los amigos… por todo. Y mi madre era mujer sumisa y le seguía en todo, justificando las decisiones de mi padre. Cuando cumplí los dieciocho años, tras una de las muchas peleas, decidí marcharme de casa para no volver más.

Y así, llegué al día de la muerte de mi padre, en otro país y con la imposibilidad de llegar al entierro, pues el tiempo mínimo de llegada era de una semana. Tampoco me importó mucho, que él hubiera muerto no me importaba y que mi madre quedara más o menos sola era algo que creía era el castigo por haber vivido y apoyado a aquel dictador que era mi padre.

Pero la vida también castiga a los que se alegran de los castigos de los demás, y dos años después me encontré en una situación catastrófica. Mi pareja, vivíamos juntos pero no estábamos casados, me engañó con otro y en poco tiempo tuve que buscar un lugar donde vivir, por suerte no teníamos hijos. Caí en depresión y en mi empresa empecé a trabajar cada peor, consiguiendo que en poco tiempo fuera despedido. Así que me encontré sin empleo y con mis recursos económicos menguando. Mis ganas de buscar otro empleo habían desaparecido y después de mucho tiempo de ausencia de la casa de mis padres, sentí la necesidad de volver con mi madre. Me costó mucho, pero la desesperación de encontrarme perdido en mi mente me empujó a coger un día el teléfono y llamarla.

– ¡Sí! – escuché su voz al contestar a mi llamada y quedé mudo por unos segundos – ¡Sí, dígame!

– ¡¿Mamá?! – dije con la voz entrecortada y aquello le produjo temor.

– ¡Dime hijo! ¿Te pasa algo?

– ¿Puedo volver a casa? – casi me puse a llorar.

– ¡No tardes! – noté como la preocupación se apoderó de ella.

Tras hacer la reserva del vuelo y recoger las pocas cosas que tenía en aquel horroroso país, tomé el vuelo para volver con mi madre. Hasta que llegué en el vuelo, mi madre me llamaba para saber cómo estaba y cuándo llegaría. Y sentí que el avión tomaba tierra y me sentí aliviado de regresar a mi país.

Después de recoger la maleta y pasar todos los controles, llegué a la puerta de salida dónde estaría mi madre esperándome. Habían pasado varios años desde la muerte de mi padre y apenas habíamos hablado, así que esperaba a una mujer guardando luto por su marido, como a él le gustaba, una mujer nunca puede olvidar a su hombre. Caminé con los demás pasajeros y la busqué entre todas las personas que miraban desesperados a los pasajeros, buscando a sus familiares. Nada, no la veía por ningún lado.

– ¡Enrique, hijo! – sentí que la mano de mi madre se apoyaba en mi hombro para llamar mi atención.

– ¡¿Mamá?! – le pregunté extrañado pues se había transformado en una preciosa mujer.

Mi madre me había tenido a los veinte años, con lo que ahora tenía cuarenta y seis años. Si cuando mi padre vivía siempre vestía de forma discreta y poco llamativa, la madre que tenía delante era el motivo de que todos los hombres que allí estaban volvieran la mirada hacia ella, hacia una mujer preciosa.

– ¡Vamos hijo, tenemos mucho qué hablar! – me dijo abrazándose a mí.

Salimos de la terminal y nos dirigimos hacia su coche. Quedé nuevamente sorprendido, ella nunca condujo, mi padre no veía bien que una mujer tuviera carnet de conducir y seguramente se retorcería en su tumba al verla con su propio coche.

– ¡Pues esto no es nada! – me dijo ella – Además estoy estudiando en la universidad.

– ¡En la universidad! – quedé sorprendido.

– Sí, llevó dos años estudiando informática. Después de la muerte de tu padre, gracias a que me quedó una buena pensión, decidí cambiar mi vida por completo. ¡Y aquí estoy!

– ¡Vaya, pues me alegro qué te vaya tan bien! – me entristecí – Yo todo lo contrario…

– ¡Pues eso lo vamos a arreglar!

Durante el viaje hablamos un poco nuestros familiares, poniéndome al día de que si tal primo se había casado, de que si tal otro ya iba por el tercer hijo. Pero yo la miraba mientras conducía y la verdad es que mi madre, la que conocí cuando niño, esa había muerto y había renacido en una mujer preciosa y extremadamente cariñosa, una verdadera madre.

– ¿Sigues viviendo en la misma casa? – le pregunté cuando aparcó en la calle donde siendo niño jugaba.

– ¡Sí, claro! Que muriera tu padre no significa que no aprovechara todo lo que me dejó. La casa, la pensión, los ahorros…

– Pero veo que has cambiado tu vida…

– Claro, no iba a morir con él. La he cambiado y la he puesto a mi gusto. – echó el freno de mano del coche y me miró con aquella cara que mostraba una hermosa sonrisa – ¿Te gusta?

– Creo que ahora estoy conociendo a mi verdadera madre.

– Gracias hijo. – me dio un beso en la mejilla y salimos para entrar en casa.

Aquel día apenas hablamos más. Subimos mi equipaje a mi habitación para acomodarme.

– La he mantenido como estaba, sabía que algún día mi hijo volvería a casa. – todo estaba como yo recordaba.

– ¡Gracias mamá! – me abracé a ella y me puse a llorar.

– Vamos hijo, dúchate mientras te hago la cena. Después acuéstate que estarás muy cansado del viaje.

Y así lo hice. Tras la ducha, fui a la cocina y ella me había preparado la cena. Un poco de conversación mientras cenábamos y después me fui a descansar a mi habitación. Casi toda la casa había cambiado, había hecho obras o había cambiado la decoración, no siendo la misma casa que yo conocía cuando mi padre vivía, pero mi habitación no había cambiado ni el color de las paredes, permaneciendo igual. Pensando en ella y en aquella casa me quedé dormido.

Una nueva madre, una nueva vida.

– ¡Buenos días cariño! – escuché la voz de mi madre – Levántate ya que es tarde.

Abrí los ojos y allí estaba mi madre, de pie junto a la cama, con aquel camisón que la hacía muy sensual a la vista, con aquel pelo rizado y suelto, con sus hermosos ojos verdes y sus carnosos labios rojos. Se subió en la cama, sobre mi cuerpo y me besó intensamente en los labios. Mi corazón se aceleró y mi polla se puso dura. Dejó de besarme y me miraba a los ojos, podía sentir su sexo sobre el mío, podía sentir como sus caderas se agitaban suavemente y se frotaba contra mí. Su mano acariciaba mi pelo mientras una hermosa sonrisa se dibujaba en su boca. Aquella era la habitación de mi padre y ella me besaba.

– ¡Hazme el amor! – me dijo.

Las palabras de mi madre me hicieron botar en mi cama. Era de día y miré a mi alrededor. Estaba en mi habitación, había sido un sueño. No podía imaginar que significar que mi madre me pidiera sexo, pero mi situación sentimental estaba haciendo que perdiera la cabeza. Me levanté y aún mi corazón latía acelerado. Caminé por el pasillo hasta llegar a su habitación. Llamé y no contestó, abrí y pude comprobar que aquella habitación era diferente a la de mi pesadilla. Cuando murió mi padre ella cambió muchas cosas, aquella habitación era una. Bajé y la busqué por toda la casa, no había rastro de mi madre. Cogí un baso de agua y me senté en la cocina.

Escuché la puerta abrirse, no sé cuanto tiempo llevaba sentado en la cocina, pero al verla me sentí alegre. Si cuando me fui ella proyectaba tristeza y apatía, desde que la vi en el aeropuerto todo lo que sentía era alegría al verla. Soltó unas bolsas en la mesa y se sentó frente a mí mostrándome una maravillosa sonrisa.

– ¡Ya qué estás despierto, qué te parece si vamos a desayunar al bar!

Acepté y media hora después los dos estábamos sentados en la mesa mientras esperábamos que nos trajeran el desayuno. El trayecto entre nuestra casa y el bar era corto, pero tardamos una eternidad pues mi madre me presentaba ante todos sus conocidos, orgullosa de tener de nuevo a su hijo con ella. Yo la miraba y me sentía extraño al ver que ya no era la mujer amargada que había hecho mi padre, no, ahora era una mujer que le gustaba vivir y que se mostraba feliz en la vida. Nos trajeron el desayuno.

– ¿Esto es lo que haces todos los días? – le pregunté.

– ¡No, para nada! – me dijo – Por las mañanas voy a clases, hasta el medio día si no tengo que hacer alguna práctica por la tarde. Después vuelvo y estudio un poco. Bueno, eso es lo normal pues a veces me surgen otras cosas.

– ¿Y hoy no vas a clases?

– No, ni hoy jueves ni mañana. He quedado con mis compañeros de clases este sábado. Así te conocen y aprovechamos para estudiar y que me den los apuntes.

– Vale. – le dije y acabamos de desayunar.

– ¡Vamos a casa a ordenar todas tus cosas! – me dijo y volvimos sin encontrarnos a tantas personas a las que presentarme.

Subimos a mi habitación y empezamos a sacar las cosas de la maleta y a ordenarlas por los muebles. Ella no paraba de hablar y decirme lo contenta que estaba al tener de nuevo a su hijo en casa. Más que ordenar, parecía que revoloteaba alegre por tenerme allí.

– Mamá. – le dije parado en medio de la habitación mientras miraba a mi alrededor y ella me miró esperando que hablara – ¿Te importaría si cambiamos esta habitación?

– ¡Para nada hijo! – se acercó a mí y me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho – Cambié toda la casa porque quería acabar con la vida que tenía con tu padre. – empezó a sollozar – Perdona que no te cuidara como una buena madre… Tu padre siempre me dominó y no pude revelarme por el daño que te hizo. – la agarré por la barbilla y la hice mirarme mientras su leve maquillaje manchaba su hermoso rostro. Besé su frente – ¡Destruiremos esta habitación y volveremos a hacer una nueva vida! – la rabia y el coraje brotaron por su boca – ¡Nunca más nos separarán!

Quedamos por unos minutos abrazados, inmóviles. Era el reencuentro de una madre y un hijo. Nos habíamos perdido separados por un padre tirano y ahora nos encontrábamos como si nunca nos hubiéramos conocido.

– ¡No guardes muchas cosas! – me ordenó separándose de mí – Mañana hablo con los pintores y demás para que cambien tu habitación. ¡Acabaremos con nuestro pasado!

– ¡De acuerdo mamá! – le di otro beso en la mejilla.

– Pues ahora vamos a caminar y comeremos en cualquier bar. Me tienes que contar todos estos años que has estado fuera.

Y así pasamos juntos aquel día, nuestro primer día en toda la vida. Hablando de lo que había sido nuestras vidas, descubriendo cómo era mi madre de verdad y cómo era su hijo. Todo el día fuera, disfrutando y conociendo al otro. Cuando llegamos a casa, tras la cena, eran las diez de la noche.

– Hijo, – me dijo mientras se nos sentábamos en el sillón del salón – esta noche dormirás en mi habitación hasta que no hayamos cambiado tu habitación. – me miró a los ojos – ¡Acabaremos con nuestro pasado y empezaremos una vida nueva! – se abrazó a mí.

– ¡Sí mamá, empezaremos una vida nueva!

Disfrutando de la nueva vida.

Cogí mi pijama de mi habitación, la miré recordando todo lo malo que allí había vivido. Estaba dispuesto a olvidar todos aquellos años de odio con mi padre y mi madre, todos aquellos años de engaño con mi novia. Saldría por aquella puerta y mi vida iba a dar un giro, ya no más odio hacia mi madre. Ella había cambiado, ya no teníamos a mi padre y nos habíamos liberado de todo el mal que había en nuestras vidas. ¡Todo sería diferente y bueno para nosotros!

Cerré la puerta y con aquello acababa con mi pasado, a partir de ahora tendría una nueva vida junto a mi querida madre que me ayudaba a salir de mi desastroso pasado. Entré en su habitación y me quité la ropa para ponerme el pijama. Se abrió la puerta del cuarto de baño y apareció mi madre con su camisón de dormir. La luz del baño lo volvió traslúcido y pude observar la figura de su cuerpo. Tenía cuarenta y seis años, pero su figura era excitante, más cuando podía observarla tras la tela que la cubría, me sentí raro y algo excitado.

– ¡Bueno cariño! – se paró y me observó de arriba a bajo – ¡Vaya, has crecido! No te veía en ropa interior desde que tenías dieciséis años… ¡Te has convertido en todo un hombre!

– ¡Gracias mamá! – intenté disimular el rubor que me produjeron sus palabras, pero la sonrisa de mi madre mostraba que no pude ocultarlo.

– Vamos a dormir que mañana hay que hacer muchas cosas… – se metió en la cama y empezó a agitarse – Hijo ¿te importa si duermo en ropa interior? Con esto estoy muy incómoda…

– No mamá. – aunque la verdad que verla ya me producía una extraña sensación.

– Si estás más cómodo, no hace falta que te pongas el pijama… – me dijo mientras arrojaba el camisón a una silla que había a los pies de la cama.

Lo pensé un poco, pero al final era verdad que dormía mejor sin pijama. Arrojé el mío a la misma silla y levanté las ropas de la cama y me metí dentro. Teníamos bastantes ropas, pero el primer momento casi todo estaba frío.

– Cariño, tengo los pies helados… – mi madre se acercó a mí y puso su pies sobre los míos por un momento.

– Ven. – le dije – Abrázame hasta que entremos en calor…

Ella se giró y sentí como su cálido cuerpo se pegaba al mío, sus brazos me rodearon y su pierna se colocó sobre mí. Sin saber porque, mi polla empezó a ponerse dura y tuve que hacer mucho esfuerzo para no tener una erección.

– ¡Te quiero hijo! – me susurró al oído y me besó la mejilla para quedarse dormida.

– ¡Y yo a ti, mamá! – acaricié su cuerpo levemente en señal de cariño. El sueño nos rindió.

Estaba agarrado a las caderas de mi novia, sujetándola mientras mi polla entraba en lo más profundo de su caliente vagina. Podía escuchar sus gemidos, de su coño brotaba un manantial por el placer que estaba sintiendo. No paraba de moverse mientras mi polla entraba y salía de su vagina. Me iba a correr, su coño deseaba tener mi semen y yo se lo iba a dar, ya me faltaba poco para lanzar mi semen y llenarla por completo.

– ¡Ella es mía y nunca me la quitarás! – aquella voz estallo en mi cabeza y junto a nosotros estaba mi padre – ¡Ella hará lo que yo diga, es mi esclava!

Miré a la mujer que me montaba. ¡Era mi madre! Estaba en la antigua habitación de mis padres y mientras follaba con mi madre, mi padre enfurecido me gritaba. Mi madre no parecía estar allí, ella se agitaba mientras mi polla entraba y salía de su vagina. Sus gemidos eran tan grandes que casi apagaban los gritos de mi padre. Mi polla iba a estallar dentro de ella, pero los gritos de mi padre me impedían correrme, quería correrme dentro de mi madre, lo deseaba pero mi padre me lo impedía.

– ¡Vamos hijo, dámelo! – gritaba mi madre entre gemidos – ¡Quiero qué me llenes con su semen! – repetía una y otras vez.

– ¡Es mía! – mi padre me gritaba mientras intentaba complacer a mi madre.

– ¡Ya hijo! ¡Vamos Ya! – decía mi madre. – ¡Venga despierta! – sentí la mano de mi sobre mi cara mientras empezaba a despertar descubriendo que era una pesadilla – No pasa nada, mamá está aquí contigo… ¡Duerme tranquilo!

Quedé paralizado por el recuerdo de aquella pesadilla. Mientras mi madre me acariciaba suavemente para tranquilizarme, podía sentir mi corazón acelerado mientras mi polla permanecía erecta por la sensación de haber penetrado a mi propia madre. Aun era de noche y al momento me quedé dormido sintiendo a mi madre muy cerca de mí.

Un dulce “¡Arriba dormilón!” sonó en mis oídos y al abrir los ojos pude ver a una risueña y alegre madre que me pedía, medio desnuda, que me vistiera para ir a elegir cómo sería mi nueva habitación. Y así pasamos aquel viernes, todo el día para un lado y otro, viendo y eligiendo los muebles y los colores de mi habitación. Cuando volvimos a casa ya eran más de las once. Estábamos agotados por el día pasado, viendo cosas y hablando de mi pasado con mi exnovia, olvidándola y prometiéndonos una nueva vida. No hizo falta hablar, los dos nos fuimos a su habitación, encendí la televisión y me eché en la cama mientras ella se duchaba.

– ¡Cariño, ven por favor! – me llamó desde el baño. Me levanté y entré. Ella estaba dentro de la ducha y podía verla completamente desnuda – Busca una toalla en el ropero. Abre la puerta de la derecha y dame una de color rosa.

– Voy… – dije y la miré pues me sentía raramente excitado al verla difusamente tras el mojado cristal de la mampara.

Salí del baño y busqué en la puerta que me había indicado. Allí estaba la toalla rosa. La cogí y volví a entrar en el baño para dársela. Cuando abrí la puerta quedé paralizado. Ella estaba fuera de la bañera, dándome la espalda mientras sus manos en alto se ordenaban la melena. Pude ver su redondo culo, que si bien mostraba algo de celulitis, era bien redondo y respingón.

– Aquí tienes… – le dije y no me retiré para seguir mirándola.

– ¡Gracias!

Se giró y pude contemplarla por completo. De niño siempre se mostraba muy púdica en que yo pudiera verla, seguramente mi padre le tendría prohibido que la viera ningún hombre, incluido su hijo. Pero ahora a ella no le importaba y mis ojos se dirigieron rápidamente hacia sus redondos y perfectos pechos. Aquellos perfectos pezones de oscuras y pequeñas aureolas me atrajeron como ningún otro pecho de todas las mujeres a las que he visto desnuda. Recorrí con mis ojos su cuerpo, su barriguita me producía un placer prohibido para un hijo. Y los pelos perfectamente cuidados que cubrían su pubis me produjeron una erección que no pude disimular.

– ¡Vamos, desnúdate y métete en la ducha! – me ordenó.

– Ahora cuando acabes… – le contesté.

– ¡No me digas qué te da vergüenza que tu madre te vea desnuda! – me echó una mirada de arriba a bajo, desafiante… sensual – Tu nueva madre no es tan remilgada como antes. ¿Ves? Estoy desnuda delante de mi hijo sin ningún problema… ¡He acabado con el pasado qué me oprimía! – aquellas palabras eran más un desafío. Me empecé a desnudar a sabiendas que mi erección no bajaría, es más, sentía que su desafío me excitaba más. Quedé desnudo y ella me miró despreocupada – ¡Vaya, has crecido más de lo que esperaba! – se envolvió en la toalla y salió de la ducha – ¡Toda tuya!

Me metí nervioso en la ducha. No sabía bien lo qué pensaba mi madre. Si antes de mi vuelta era sumisa y muy recatada, en aquellos años sola se había vuelto una madre a la que no le importaba mostrar su cuerpo a su hijo. Acabé y entonces caí en la cuenta que yo tampoco había cogido una toalla. Es más, ni siquiera había cogido ropa interior. La llamé para que me trajera una. Al igual que hizo ella, salí de la ducha y la esperé fuera, desnudo y dispuesto a mostrarme ante ella a pesar de mi media erección. Se abrió la puerta y volví a quedar impresionado.

– ¡Aquí tienes! – me dijo extendiendo la mano y ofreciéndome una toalla – Sécate y a la cama. – sus ojos miraron mi polla que no podía disimular que poco a poco se iba haciendo más grande.

Cogí la toalla y ella permaneció por unos segundos mirándome. Yo también la miraba. Iba con unas bragas solamente, mostrando sus hermosos pechos con aquellos excitantes pezones. Se giró y me deleité con su cuerpo, aquellas bragas hacían que su culo no fuera bonito, lo volvieron excitante. Salió y cerró la puerta. Cuando acabé de secarme, sentía que mi polla aún estaba algo erecta, gracias a dios no totalmente. Abrí la puerta y ella ya estaba metida en la cama, mirando la televisión.

– Voy a por unos calzoncillos a la otra habitación. – le dije mientras salía del baño.

– ¡Déjalo! – me dijo mientras destapaba mi lado de la cama – ¡A mí no me importa que duermas desnudo!

Aquellas palabras me excitaron y tuve que elegir entre correr hacia la habitación para que no viera mi inminente erección o meterme dentro de la cama para ocultarla. Caminé rápido a la cama y me tapé rápido.

– Pon lo qué quieras ver, tengo sueño y me voy a dormir. – me dio el mando y se giró bajo las mantas, dándome la espalda – ¡Buenas noches cariño!

– ¡Buenas noches mamá! – apagué la tele y dejé el mando en la mesita de noche – Yo también me voy a dormir.

– Pues abrázame que tengo algo de frío… – la miré y ella sólo había levantado su cabeza para mirarme – Pon tu brazo bajo mi cabeza…

Sabía que si me abrazaba a ella habría algún problema con la excitación de mi pene. Dudé un poco mientras ella me esperaba. Puse el brazo bajo su cabeza y ella apoyó su cuello. Quedé boca arriba por unos segundos.

– ¡¿Qué te pasa?! – me dijo mientras esperaba que la abrazara – ¿Te sientes mal si abrazas a tu madre?

– ¡No mamá, no es eso! – le contesté y me giré hacia ella – Es que si te abrazo, seguro que te enfadas conmigo…

– ¡¿Por qué?! – preguntó extrañada.

– ¡Por esto!

Pasé mi mano sobre su cuerpo y acaricié su brazo hasta agarrar su mano. Después acerqué mi cuerpo un poco a ella y mi boca quedó junto a su oído.

– ¡Este es el problema!

Moví mis caderas y mi polla totalmente erecta tocó su redondo culo. Los dedos de la mano de mi madre se aferraron con fuerza a los míos. No me moví, sólo puse mi erecta polla en su culo para que pudiera ver que le pasaba.

– ¡Vaya hijo, sí qué has crecido!

– ¡Perdona mamá! – le dije y me sentía como en un sueño al sentir su delicioso cuerpo junto al mío – ¡Tal vez sea mejor qué me vaya!

– ¡No seas idiota! – agarró mi mano y la llevó a su boca para besarme en los dedos – No me importa que mi hijo se sienta excitado. La verdad es que no está bien visto por la sociedad, piensa lo que diría tu padre si viera esto. Y por eso mismo creo que debemos estar así y mostrarnos tal como somos. Te he recuperado después de muchos años y ahora no te voy a perder por una tontería como que te sientas excitado al verme desnuda… ¡Me halaga qué un joven cómo tú se sienta así! – agitó levemente su culo para sentir mi polla aún más.

– ¿No has tenido ningún amante desde que murió papá? – la pregunta me salió sin pensar, me surgió la duda y la solté.

– Verás, con tu padre el sexo siempre fue desagradable. Al principio de casarnos se mostraba amable a la hora de hacer el amor, hasta que quedé embarazada de ti. En ese momento todo cambió. No sé el por qué, pero el sexo era más violento y sólo se dedicaba a meter hasta que acababa y después me dejaba. Nunca he tenido placer en el sexo con tu padre.

– ¡Mira mamá! – le dije – ¡Al contrario qué mi ex, qué tenía placer conmigo y con otro! – los dos empezamos a reír mientras nos acariciábamos suavemente.

– Yo no es qué quisiera eso, pero por lo menos un poco de placer al hacerlo.

– ¡Eres una mujer preciosa qué se merece todo el amor del mundo y todo el placer! – aquellas palabras tampoco las controlé y besé suavemente su cuello, sintiendo como su cuerpo se estremecía con mi caricia.

– ¡Gracias hijo! – me dijo y se acurrucó más contra mi cuerpo, haciendo más intenso nuestro contacto – ¡Tú también te mereces el amor y el placer!

A partir de ese momento no pensé. Mi mano soltó la suya y la deslicé por su cuerpo, acariciando primero su brazo hasta llegar a su cintura. La presioné un poco contra mi cuerpo para frotar descaradamente mi polla contra su culo, ella tensó su cuerpo con un leve gemido de placer y puso su culo más en pompa para sentirme. Mi mano bajó por su barriga y la acaricié mientras mis caderas empezaban a moverse rítmicamente para agitarnos el uno contra el otro. Subí mi mano y busqué sus pechos. Su mano me guió hasta que pude sentir su erecto pezón en la palma de la mía. Nuestras respiraciones se agitaban por el prohibido placer que nos dábamos. Su mano soltó la mía y se deslizó por mis caderas hacia mi culo. Sentí sus dedos apretar con fuerza mi prieto culo y empujarlo contra ella. Deseaba y gozaba con aquellas caricias. Su boca buscó la mano que había junto a su cabeza y sus labios aprisionaron uno de mis dedos, lo mamó sensualmente. Mi otra mano bajó por su cuerpo con prisa, con excitación, con ganas de conocer lo más íntimo de mi madre. Sentí la tela de sus bragas en la punta de mis dedos y sus piernas se abrieron para recibirme. Ninguno pensaba en las consecuencias de lo que estaba pasando. Mis dedos se colaron por debajo de la delicada tela y acariciaron los bellos que custodiaban el sexo de mi madre. Mis dedos descubrieron la calidad humedad que brotaba de su vagina y se adentraron para darle placer. Un enorme y erecto clítoris les dio la bienvenida.

– ¡Oh, sí! – un largo y profundo gemido brotó de su hermosa boca al sentir mis dedos en su clítoris.

Mientras mis caderas agitaban mi polla contra su culo, mi dedo se deslizaba por el húmedo clítoris para buscar la entrada de su caliente vagina. Separaba sus labios vaginales y empecé a entrar. El cuerpo de mi madre se agitaba y gozaba, frotando el culo contra mi polla, haciendo que mi dedo entrara y saliera de su vagina.

Mordí suavemente su cuello y mi dedo castigó con más rapidez su clítoris, entrando y saliendo velozmente de su vagina. Sus suaves gemidos se transformaban en fuerte gritos de placer. Estaba masturbando a mi madre y ella gozaba. Cuando estalló en un grandioso orgasmo, su cuerpo se agitaba convulsivamente y sin control, mientras su boca lanzaba gemidos de placer que me excitaban y me volvían loco. Tensó todo su cuerpo rodeado por el mío.

– ¡Despacio, despacio! – me suplicaba mientras se convulsionaba de placer – ¡Eso es, así suave!

Mi dedo empezó a disminuir el ritmo y la presión sobre su clítoris y ella se fue relajando poco a poco, quedando vencida por el placer entre mis brazos. Después de unos minutos en que ella no se movía con sus ojos cerrados y yo la miraba mientras mi mano aún acariciaba su sexo, me miró poniéndose las manos en la cara.

– ¡Dios mío, qué vergüenza! – la miré sonriendo – ¡Perdóname, perdóname!

– No hay nada qué perdonar. – le dije y me incliné para besar sus manos – Tenemos una nueva vida y si esto está dentro de ella, no quiero otra vida. – ella apartó las manos para mirarme y le besé suavemente los labios.

– Y entonces ahora… ¿qué hacemos? – me preguntó con una mezcla de excitación, desconcierto y vergüenza.

– Pues si no sabemos bien qué hacer… – la abracé con todo el amor que sentía por ella – hagamos lo que nos de la gana, no hay nadie que nos pueda decir qué tenemos que hacer.

Por unos instantes quedamos abrazados y callados. Ella acariciaba mi pelo mientras yo acariciaba su barriga.

– ¿Sabes por qué eres hijo único? – me preguntó y quedé extrañado – Cuando vi cómo se comportaba tu padre conmigo a la hora del sexo, me esterilicé sin que él lo supiera. – se apoyó en su brazo y me miró directamente a la cara – Yo he tenido un maravilloso orgasmo… Pero tú aun no has tenido el tuyo.

No dijo nada más. Nos destapó y encendió la luz de la mesita de noche. ¡Joder, estaba preciosa y sensual! De rodillas en la cama, se mordía el labio inferior y sus manos agitaban levemente sus preciosas tetas con aquellos pezones totalmente erectos.

– ¿Quieres poseer a mamá? – me dijo de forma tan sensual que mi polla se puso más dura de lo que nunca la había sentido.

– ¡No! – le contesté mientras acariciaba sus piernas y su rostro mostraba desconcierto – ¡Quiero hacerle el amor a mi madre y qué goce cómo nunca antes! – volvió su dulce sonrisa y se preparó para ser amada.

Mis manos fueron directamente al filo de sus bragas y se las quité. Ella se movió sobre la cama hasta colocarse sobre mí, su coño a la altura de mi polla. Me miró a los ojos y los dos sonreímos. Abrió los labios vaginales de su coño y bajó hasta tener mi endurecida polla entre ellos.

– ¡Qué coño más caliente! – dije y sentí como empezaba a moverse para frotar nuestros sexos.

– ¡Sí hijo, mamá te dará todo lo que necesites! – agarró mis manos y las llevó a sus pechos, empecé a acariciarlas mientras sus caderas agitaban nuestros sexos – ¡Qué hijo más bueno tengo!

– ¡Mamá, siento qué me voy a correr! – dije mientras agarraba sus pezones con mis dedos para disfrutar de su dureza. Ella se movió y sentí que mi polla se perdía dentro de la cálida vagina de mi madre. Lancé un gemido.

– ¡Sí cariño, llena a mamá con tu semen! – se inclinó hacia delante y me ofreció sus tetas – ¡Mamá necesita darle de comer a su hijito!

Mi lengua y mis labios acariciaban sus pezones y la mamaban descontroladamente mientras mis caderas se agitaban enloquecidamente para penetrarla. Agarré sus caderas y hundí mi polla totalmente en ella. Lancé un gran gemido y empecé a lanzar mi semen dentro de mi madre.

– ¡Sí hijo, sí! – agitaba sus caderas recibiendo mi semen – ¡Vamos cariño, goza con tu madre!

Quedé sin fuerzas, mi madre permanecía sobre mí, con mi polla bien clavada mientras levemente se agitaba para que mi polla entrara suavemente en ella. Poco a poco menguaba hasta que salió por completo de su vagina. Ella se tumbó junto a mí y nos abrazamos.

– ¡Te quiero hijo! – me dijo y besó suavemente mis labios.

– ¡Y yo a ti, mamá!

Nos quedamos dormidos, abrazados y disfrutando de nuestra nueva vida, una vida en la que no importaba que fuéramos madre e hijo, nos daríamos todo el amor que necesitábamos sin importar de qué tipo fuera. Nos dormimos y ya despertaríamos el sábado para continuar con nuestro amor.

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