Yendo a una despedida como una señora casada

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Desde aquella noche inolvidable han pasado ya cuatro años, parece mentira. En esa noche, celebramos la despedida de soltera de mi amiga Rocío, quien es una de mis mejores amigas. La fiesta había sido idea de otra amiga, Jenny, y solo faltaban tres días para su boda. Me desanimé cuando Rocío, muy emocionada, me informó por teléfono que habían contratado un espectáculo de strippers para la despedida. Se me hacía algo bobo emocionarme con esas cosas después de un año de casada; ya no me causaba curiosidad ver hombres semidesnudos bailando. Sin embargo, entendí que mis amigas apenas llegarían a una etapa a la que yo ya había llegado, por lo que cedí pensando que no debía molestarlas debido a mi posición actual como «señora casada».
La despedida de soltera de Rocío se llevó en la casa de Jenny, la cual vivía con su mamá y también iba a quedarse para ver la celebración, todo se llevaba cabo de manera típica: primero se consumieron bebidas y luego los regalos, las bromas y los chistes en doble sentido. A las once de la noche, Jenny señaló que tocaban el timbre y se presentó para abrir, aunque no sabía quién era. Ella había convocado a los strippers a esa hora, por lo que sabía perfectamente quién estaba tocando. Miré mi reloj y, aburrida, entendí lo que me esperaba. Dos ejemplares masculinos imponentes llegaron, uno de los cuales vestía ropa entallada y muy sensual, con lentes oscuros y sombrero texano. Un negrito con pantalones jean y un casco metálico amarillo era el segundo. A pesar de que más de una de las invitadas parecía estar emocionada, yo seguía con mi actitud de descontento, recargada en el brazo del sillón en el que me había sentado.
El cowboy, mientras escuchaba música electrónica, caminó por la sala de la casa de Jenny y se acercó a cada una de las invitadas, que con entusiasmo extendían sus manos para tocar los muslos del joven. Cuando el cowboy se quitó la camisa de cuadros y retiró sus jeans, quedó solo con una tanga breve de color negro, las enloqueció. Recuerdo la cara de la mamá de Jenny cuando vio al hombre en tanga, se le enrojeció el rostro, pero quedó con la boca abierta y los ojos fijos en los excelentes músculos del hombre. Moví la cabeza en señal de lo tonto que me parecía la representación y me reí.
La siguiente canción también comenzó en estilo de música electrónica, y el segundo stripper comenzó su participación más activa, ya que antes solo se movía un poco al compás de la música. El hombre moreno conocido como «César» tenía movimientos más valientes y se quitaba la ropa un poco más rápido que el cowboy. A la mitad de la música, César estaba en tanga y su aspecto era digno de una escultura. Su piel muy bronceada tenía una apariencia brillante que aumentaba aún más la excelencia de su figura; además, sus músculos parecían haber sido creados con cincel.
Creo que fue el baile de César lo que me llamó la atención. La combinación de sus contoneos sensuales con algunas poses de culturismo físico lo hacía parecer arrogante, pero su sonrisa amigable lo hacía muy atractivo. A pesar de mi escepticismo, me interesé poco a poco en su actuación, aunque las demás estaban mucho más prendidas que yo, ya que la hermana menor de Rocío, Jéssica, se levantó para darle un beso en la boca a César y luego se sentó debido a las protestas de las demás que decían que no las dejaba apreciar al semental.
Se levantó entonces una mujer, que descubrí más tarde que se llamaba Nuria, de unos cincuenta años, a la que César había invitado a ir al centro para bailar con ella. A pesar de que parecía tranquila, esta mujer se mostró ansiosa pero nerviosa al bailar con el individuo. La despedida de soltera cambió en una dirección que pocas de nosotros imaginábamos. Nuria recibió las manos de César y las colocó en sus caderas, sobre su tanga. Luego, con un gesto, le indicó que las bajara. Nuria experimentó algo abochornada, pero los gritos de los presentes comenzaron a reforzarla.
-Que la quite…que la quite! -exclamaban.
Todas vimos de inmediato que César tenía un arma de placer excepcional cuando Nuria aceptó y arrojó la tanga. Su pene era de gran tamaño y de color moreno, aunque con un tono morado en su piel. Me acomodé bien en el sillón en el que estaba, mientras intentaba determinar si lo que estaba viendo era verdadero. Uno de los strippers estaba desnudo en la despedida. Aunque no estaba acostumbrada a una situación como esta, lo tomé con tranquilidad. Jessica, la hermana de Rocío, decidió hacer lo mismo con el Cowboy. Llegó al centro y le quitó la tanga, dejando al descubierto el admirable falo del hombre, quien, con la ayuda de las pequeñas manos de Jessica, se quitó la minúscula pieza de ropa.
Las cosas empezaron a mejorar cuando nos encontramos en una pequeña sala con dos hombres increíblemente atléticos y sensuales. Esto empezaba a exigir acción. Me di cuenta de que Jenny estaba tranquila cuando miró hacia donde estaba César; cuando ella indicó que comenzara a hacer algo, pensé que ya lo tenía planeado. En vez de molestarse, la Sra. Nuria respondió acariciando el cuerpo del stripper cuando César comenzó a manosearla. El Cowboy procedió automáticamente con Jessica, quien aceptó el tratamiento dando un beso prolongado al blanquito mientras dejaba que este la acariciara, antes de bajarle la falda y el calzón hasta los tobillos. Jessica finalizó el beso quitándose la blusa, lo que dejó al descubierto su cuerpo, ya que no llevaba sostén.
Las sabias manos de César, que la tomó por atrás y frotaba su miembro ya erguido contra el cuerpo de Nuria, también la despojaron de su ropa. Rocío se concentraba en lo que estaba pasando mientras mis amigas y familiares de la novia se miraban unas a otras mientras sonaba la música más fuerte cada vez. Rocío me volteó a ver en ese instante, y yo hice un gesto de extrañamiento y moví la cabeza en señal de negación, indicando que lo que estaba sucediendo no me parecía apropiado.
No obstante, César ya había penetrado a Nuria antes de que nos diéramos cuenta. No lo notamos hasta que lo vimos moviendo sus caderas contra el vientre de ella. Para mi sorpresa, Jessica tampoco se opuso; recostada en uno de los sillones, abrió las piernas y el Cowboy la tomó abiertamente. No podía creerlo; al mismo tiempo estaba presenciando dos actos sexuales, lo cual yo creía que sería una despedida de soltera atrevida, pero no esperaba que llegaran a tanto. Las invitadas se acercaron para observar de cerca cómo los strippers salían y entraban de aquellas mujeres, acariciaban sus espaldas y disfrutaban besando sus piernas y brazos. Con la incertidumbre de qué sucedería, permanecí en mi posición, pasmada. Miré a Jenny, que era la única que, a estas alturas, no estaba tocando a los strippers. Se levantó y se dirigió hacia la cocina.
Los strippers finalmente consiguieron que las dos mujeres se vinieran y sacaron sus falos gruesos, mientras escupían esperma sobre el cuerpo de las elegidas. Nuria, que había llegado con una vestimenta formal y muy refinada, ahora estaba en el suelo, despeinada y con manchas de esperma visibles en su vientre. Los strippers tuvieron poco tiempo de libertad al dejarlas a ellas, ya que dos invitadas tomaron los miembros relajados para chuparlos y masturbarlos.
Entró Jenny a la sala y llamó la atención de todos:
– ¡Atención! ¡Esto es solo el comienzo! Les presento a nuestro último invitado: El Capitán Frío.
Entró entonces un hombre corpulento como los otros, vestido con ropa de aspecto industrial, metálico, y con unos lentes oscuros. El individuo comenzó a bailar junto a los demás y gradualmente retiró sus ropas; sin embargo, noté que él se desvestía más rápido que los demás. Inmediatamente las invitadas lo rodearon y lo ayudaron a quitarse su ropa, casi rasguñándolo. Sin embargo, el hombre parecía contento con el impacto que tenía en ellas. El Capitán Frío tenía una piel más oscura que la de César porque se veía que ya era moreno por naturaleza, a pesar de que también estaba tostado por el sol. Tenía más peso, tenía unos 8 o 10 años más que los otros dos y su apariencia era mucho más maciza. Su cabello era muy corto, como militar. El Capitán Frío estaba desnudo y su musculatura ya era accesible a las manos de todas, en menos de lo que canta un gallo.
«Sin duda querrán saber por qué se llama «El Capitán Frío no?»-dijo Jenny.
-Siiiiiiiiiii!!!!!- exclamaron todos juntos.
Jenny respondió: «Pues porque no hay mujer que lo haga venirse en menos de tres minutos». Me sentí fuera de lugar. No estaba acostumbrada a ese lenguaje ni a esas circunstancias.
Jéssica y Sara se levantaron al mismo tiempo, aunque Jenny solo permitió que Jéssica pasara al centro. -Pero hay un premio para la que lo logre! ¿quién quiere ser la primera? -dijo Jenny a gritos. Mientras tanto, el Cowboy y César seguían recibiendo atención oral, y las chicas se iban turnando para probar el sabor de sus miembros.
La hermanita menor de Rocío, Jéssica se bajó la falda, y yo no podía creer que una chica tan joven lo pudiera hacer sin sentirse inhibida y con tanta facilidad frente a todo el público, después se bajó el calzón y en un dos por tres ya estaba siendo penetrada con el Capitán Frío, quien estaba sentado en una silla y Jéssica subía y bajaba rebotando sobre el miembro poderoso de aquel hombre, que hacía gestos de que no sentía nada. Mientras tanto, Jenny puso el cronómetro en su celular y, a los dos minutos, El Capitán agarró a Jéssica por las caderas y movió las suyas de manera especial, lo que provocó que la jovencita diera alaridos y entrara en un orgasmo. Después de darle una nalgada, el stripper sacó su pene de la vagina de Jéssica y solicitó que Sara pasara. Varias de las invitadas fueron pasando una a una, en el mismo orden en que estaban sentadas, hasta llegar a cinco. Con la habilidad del experto Capitán Frío, cada una llegaba inexplicablemente a los dos minutos y alcanzaba el orgasmo. La novia, Rocío, fue la siguiente en llegar. La miré con incredulidad, ya que no pensaba que le fuera infiel a su prometido, incluso si fuera una fiesta. En ese momento, ya me daría cuenta de que mis principios morales eran muy conservadores.
Le grité: «¡Rocío, no!», pero las demás chicas la animaron a pasar.
Rocío se quitó la falda y el calzón sin pensarlo; pudimos notar que estaba húmedo, lo cual no me sorprendió porque, a pesar de todo, mi tanga también estaba húmeda. Nuria se acercó a Rocío y le quitó la blusa y el sostén, revelando sus diminutos senos, que parecían limones.
Rocío se adaptó rápidamente a la verga del Capitán, y a pesar de que no era su primera experiencia, desde el principio se notó que carecía de práctica. Se notaba que el Capitán sabía que era la novia, ya que desde el principio le brindó un trato especial, levantando las piernas para colocarlas en sus hombros y contoneando sus caderas. Ella estaba indefensa ante esta situación; el semental logró que ella se viniera cada minuto, masajeando su clítoris con sus dedos y atacándola sin piedad. El Capitán sacó de la vagina húmeda de Rocío su miembro erguido como una roca; luego, con un velo de novia que Jenny le pasó, se puso junto a ella para que tomaran una foto. No entendía cómo mi amiga se había degradado así antes de casarse.
En ese momento, alguien gritó atrás: -¡Carol!…¡Que pase Carol! Me puse de pie como un resorte y, al ver que algunas de mis amigas se acercaban, comencé a dirigirme hacia la cocina con la intención de salir de la sala.
-No, ¡que! ¡yo no!-les dije, asustada. -¡Vamos Carol, tú puedes con él!- dijo Jessica, con evidentes signos de ebriedad, ya estás casada y tienes práctica.
– Oh, no, no. Mi intento de caminar hacia la cocina fue obstaculizado por las invitadas, las cuales me impidieron avanzar más de metro y medio del sillón donde antes estaba sentada.
Rocío se levantó del sillón y dijo: «No seas aguada, Carol; eres la única que falta…»
Sentí las manos de Nuria, la señora, entrar por debajo de mis brazos, para desabrochar mi blusa, puse las manos sobre las de ellas para impedirlo y fue cuando aprovecharon para bajarme la falda y la tanga, ya que no tenía forma de evitarlo, las demás me habían tomado de las manos.
Yo gritaba desesperada, sin éxito, porque ellas me desvistieron rápidamente, a pesar de mis esfuerzos por zafarme.
-¡Bueno, bueno!…-dije yo finalmente, ante la imposibilidad de escabullirme. Me sentía acorralada y las miradas de todas las personas sobre mí me pesaban mucho; poco a poco me soltaban, mientras caminaba despacio hacia el centro de la sala, donde el Capitán Frío alargaba sus brazos para recibirme. Me acerqué a él con dificultad, mientras las manos de las demás mujeres me empujaban. Encima de su descomunal miembro, que pude apreciar lleno de fluidos de las mujeres a las que había penetrado en el pasado, me obligaron a colocarme. No había nada que pudiera hacer, pero sentí un poco de repulsión por ello. Fui bajando gradualmente para sentarme en ese lugar, y Nuria abrió mis nalgas con sus manos para que todas pudieran ver cómo el falo del stripper entraba en mi cuerpo. A medida que lo experimentaba, se llenó gradualmente mi vagina, y para mi sorpresa, los fluidos de su miembro facilitaron la penetración, junto con mi propia lubricación. Recordé a mi esposo y cerré los ojos para no reflexionar sobre lo que sucedería si se enterara de lo que estaba haciendo.
Mientras me tomaba de las tetas, a las que amasaba sin precaución, el Capitán Frío comenzó a moverse. Sus acometidas me llegaban a lo más profundo y comenzaba a sentir placer. Los gritos de las asistentes, que me animaban, se combinaban con el ruido acuoso que producía la verga del hombre, que entraba y salía de mi vagina. Se me subía la sangre a las mejillas; debí estar roja debido a la excitación. Me excitó aún más ser el foco de atención y observar al cowboy y a César recibiendo sexo oral de Jenny de su mamá. Mi vulva estaba golpeada por el pubis del Capitán Frío. A pesar de que estaba cerca del orgasmo, continué aguantando sus acometidas y apreté los músculos internos de mi vagina para atrapar su verga. Jenny marcó medio minuto. No estaba tan relajado el Capitán Frío, lo noté cuando hizo una mueca y me miró a los ojos.
—¡Dos minutos! —exclamó Jenny. Las invitadas gritaron más fuerte y me dijeron que yo podía ser la ganadora.
«No te vengas!», advertían. «Tú puedes con él!»
Apreté mis labios para mantenerme en calma. Con una de sus manos en mi vagina, el Capitán Frío comenzó a masajear en círculos mi clítoris. Respiré profundamente, estaba completamente lubricada y cada una de sus caricias me llevaría en cualquier momento al paraíso, pero miré con atención a Rocío. Con las manos en la cintura y mordiendo mi labio inferior, tomé el control de la situación. Sintiendo cada milímetro del suculento miembro del Capitán Frío, comencé a contonear mis caderas hacia un lado y hacia el otro. El rostro del hombre se enrojeció cuando giré mis caderas mientras apretaba mi vagina; ahora estaba al borde de la excitación. Me movía de arriba abajo, como si me fuera a huir; me daba nalgadas y se aferraba a mis caderas, pero dejó de masturbarme porque perdía el control.
«¡Dos cuarenta y cinco!» Jenny exclamó. Me había dado cuenta de que lo tenía en mis manos, o en mis caderas. Le demostré con una sonrisa que tenía control sobre sus sensaciones, mientras yo estaba con las manos estaban en mi cintura. El Capitán Frío gemía y se movía frenéticamente, aunque seguramente me veía como toda una puta.
¡Tres minutos!
Después de sentir una descarga caliente, saqué su miembro que emitía abundantes chorros de esperma y lo masturbé con mi mano derecha para demostrar a todas que lo había logrado. Había logrado resistir durante los tres minutos, además de hacerlo eyacular. Mientras lo masturbaba, me incliné junto a él. El semen salpicaba por todas partes; cayó sobre mi rostro y mis pechos. El flash de una foto nos alumbró. Al final, dejé caer mi cabeza en su vientre mientras escuchaba los vivas y aplausos de las invitadas y me uní nuevamente al Capitán Frío en una mamada deliciosa que terminaría con una segunda eyaculación, esta vez menos abundante pero dentro de mi boca.
Me ayudó a incorporarme Jenny al final, levantó mi mano y me declaró ganadora. La vencedora de la noche. Siempre recordaré esa despedida de soltera de mi amiga Rocío, y sobre todo cómo pasé la noche compitiendo en un concurso inolvidable contra el Capitán Frío.

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Alan

Alan

Me ha gustado mucho, tiene calidad. Además, es interesante que el hombre sea el instrumento de placer de la mujer. Quizás en otro relato puedas usar una verga como herramienta para correrte mientras la usas sobre tu clitoris como más te guste.