Yo soy un hombre tierno y respetuoso, pero cuando vi ese culo me descontrole y por suerte eso me ayudo a tener a la mujer mas hermosa que he visto en mi vida
¿Qué me está pasando? Yo no soy así. Se supone que soy un tipo romántico y cariñoso, pero cada vez que veo ese culo corriendo por el parque, con esos pantalones ceñidos me vuelvo una bestia primitiva.
Te sigo por el parque, husmeando el ligero aroma a flores que despides y te observo con ojos de depredador correr en la penumbra del atardecer, con ese paso desenvuelto y esa actitud orgullosa y segura de ti misma y solo pienso en agarrarte por la cintura, sacarte del camino y arrancarte la ropa a mordiscos.
Durante esos instantes todo se vuelve rojo, me imagino encima de ti, alojando mi polla entre tus portentosos glúteos y tengo que parar unos instantes y agacharme simulando estar recuperándome de la carrera solo para disimular mi erección.
Siento un irresistible deseo de conocerte, pero dudo. Me he formado una imagen de ti y ahora no me gustaría que me decepcionaras.
Vuelvo a la carrera y acelero un poco, buscándote. Apenas ha pasado un minuto así que no debería costarme alcanzarte. Sigo adelante durante un par de minutos pero no apareces por ninguna parte y empiezo a ponerme nervioso. Joder, ¿Dónde te has metido?
Desesperado corro a toda velocidad, así que cuando sales de detrás de un árbol, justo delante de mi me pillas totalmente por sorpresa.
—¿Quién eres y por qué me estás siguiendo?
Oigo tu pregunta muy lejos como si la hubieses hecho desde el fondo de una cueva, porque al encararte conmigo solo tengo ojos para tus pechos grandes y ceñidos por un ajustado top.
—Hola, ¿Estás ahí? —insistes divertida.
—Lo siento, la verdad es que solo estaba corriendo, te he visto y … —joder, normalmente no soy un tipo tan desastroso.
—Has visto mi culo y no has podido evitar seguirlo como un jabalí en celo. —me corriges tú aprovechando la pausa en la carrera para ajustarte la goma que sujeta tu melena castaña en una apretada cola de caballo.
Mi mirada pasa de esa melena y se fija en tus pechos. Con tus brazos levantados lucen aun más atractivos y jugosos. Inmediatamente me doy cuenta de que este es el momento si no hago o digo nada, te perderé para siempre. No te podré volver a seguir sin parecer un pirado así que opto por ser sincero y contarte la cruda realidad.
—La verdad es que tienes toda la razón, ese culo es como un imán. —digo con total sinceridad— Pero ahora que estamos frente a frente tengo que reconocer que el resto del conjunto no lo desmerecen. Eres realmente hermosa.
Espero una sarta de insultos y quizás un bofetón, pero tú sonríes realmente halagada y te relajas. Durante un momento dudo y me dedico a observarte envidiando la pequeña lágrima de sudor que recorre tu pecho y se cuela juguetona entre tus pechos…
Envidioso tengo que reprimir el instinto de interrumpir el trayecto de esa gota de líquido salado. Solo yo puedo introducirme entre esos pechos. Tú me miras y yo te devuelvo la mirada nervioso sin saber que decir, así que suelto lo primero que se me ocurre.
—¿Sales a correr a menudo a estas horas? —le pregunto.
—La verdad es que es mejor momento. Refresca un poco y hay menos gente.
—Precisamente. ¿No tienes miedo de que un tarado te siga y se aborde con intenciones poco amistosas? —me acerco un poco más obligándote a levantar la vista, pero aun sin tocarte.
Veo como tus pupilas se dilatan un instante y tus músculos se tensan dispuesta a salir corriendo a la primera señal de peligro. Eso me complace. No hay nada que más odie que las mujeres me traten como si fuese un adorable osito de peluche.
—¿Tienes miedo? —te pregunto sabiendo que ese desafío hará que te lo pienses mejor y no huyas.
Me miras a los ojos y tratas de relajarte. Cuando parece que estas a punto de conseguirlo, te rozo el costado con la punta de mis dedos. Un chispazo de estática salta entre los dos y entreabres los labios sorprendida. Yo aprovecho y acerco los míos. Te beso y rozo con mi lengua el interior de tu labio superior antes de retirarme.
Tú te quedas petrificada un instante, dudando de nuevo. Yo no quiero que te escapes. Jugándome el todo por el todo enlazo tu cintura y acercándote a mí te doy un nuevo beso. Esta vez no voy a retirarme; o me lo devuelves o me das un puñetazo y sales corriendo, pero no pienso dejarte escapar sin intentarlo.
Con alivio siento como tus brazos se cuelgan de mi cuello y me devuelves el beso con entusiasmo. ¡Joder! Esto sí que no me lo esperaba. La chica más hermosa que he visto en mi vida está colgada de mi cuello metiéndome la lengua hasta la campanilla.
Te abrazo más estrechamente deseoso de que sientas como mi miembro crece contra tu muslo. Lo notas y mirándome traviesa te frotas contra mi erección.
Un tipo con gafas de pasta negra aparece por el camino paseando a su chucho y nos mira con cara rara. ¡Jódete! —pienso— Esta es mía. Vete a tu casa pelártela como un mandril o a follarte a esa bola de pelo escandalosa.
—Vamos, —dices cogiéndome por la muñeca y tirando de mí fuera del camino— Aquí estamos demasiado a la vista.
Yo te sigo cuesta abajo, en dirección al río. Atravesamos un pequeño parque destinado a los niños y me diriges a un grupo de grandes árboles de corteza lisa y blanca que crecen justo a la orilla del agua.
La brisa fresca del río te pone la piel de gallina y hace que tus pezones hagan relieve en el fino tejido del top. No puedo evitarlo, te acorralo contra uno de los árboles y subiéndote el top, me meto tu pecho en la boca y chupo con fuerza.
Tu gimes y te retuerces unos instantes. Envalentonado, deslizo mis manos por tu cuerpo. Lo exploro, lo tanteo, lo estrujo. Te deseo más de lo que he deseado nada en el mundo.
Suelto tu pecho y te beso de nuevo mientras deslizo mi mano por debajo de la cinturilla de tus leggins. Con satisfacción confirmo que estás tan excitada como yo. Te acaricio el sexo, juego con tu clítoris y meto la punta de mis dedos en tu coño acallando tus gemidos con mis besos.
Tú contraatacas y me estrujas la polla por encima de mis pantalones cortos. Pareces satisfecha con lo que palpas.
Yo estoy cada vez más excitado. No lo puedo retrasar más. De un tirón te bajo los leggins hasta las rodillas y me arrodillo, ansioso por saborear tu sexo.
No me molesto ni en apartar el diminuto tanga y envuelvo tu sexo con los labios. Tú pegas un grito y separas los muslos parar que pueda acceder más profundamente a tu intimidad.
Gritas y me tiras del pelo mientras yo aparto el fino tejido de tu ropa interior y te penetro con la lengua. La muevo en tu interior y saboreo tus flujos mientras acaricio tu clítoris con mi dedo corazón hasta volverte loca de deseo.
Me yergo y cogiéndote por la coleta te obligo a ponerte de cara al árbol. De un solo golpe alojo mi polla en lo más profundo de tu coño.
Tú gimes y te estremeces. Intentas separar las piernas, pero los leggins arrebujados en torno a tus rodillas te lo impiden y lo único que puedes hacer es girar los tobillos y poner el culo en pompa para que pueda penetrarte más profundamente.
Yo me agarro a tus caderas y empujó con fuerza tirando de tu cola de caballo para mantener todo tu cuerpo en tensión.
No lo puedo creer. Eres una diosa. Tu coño envuelve y abraza mi polla volviéndome loco de placer. Te follo con todas mis fuerzas haciendo que la áspera corteza del árbol arañe tu piel. En ese momento veo un ligero movimiento a mi izquierda y se me ocurre algo.
Me separo y te dejo abrazada al tronco con los leggins por la rodillas y girando tu cara hacia mí con un gesto enfurruñado. Luces deliciosa. Digna de una foto de Helmut Newton…
Ignorándote, me dirijo al parque, concretamente a uno de los columpios. Mientras me observas apoyada en el árbol, yo tiro el columpio varias veces por encima del soporte para acortar las cadenas hasta que el asiento queda más o menos a la altura de mis caderas y me siento con la polla enhiesta.
Nos miramos a los ojos, desafiándonos. Finalmente te quitas los leggins y te acercas a mí con tu sexo a la vista y cuando llegas a mi lado te arrodillas y coges mi polla entre tus manos. La pegas un suave lametazo y yo me estremezco de arriba abajo. Tu sonríes y te la metes en la boca aunque solo unos instantes antes de apartarte. Intento agarrarte por el pelo para obligarte a seguir chupando, pero me evitas y me das la espalda.
Tu culo vuelve a ocupar todo mi campo visual, redondo, terso, vibrante, salvaje. Das dos pasos hacia atrás, te inclinas y empiezas a mover las caderas sobre mi erección. Yo intento cogerte por las caderas, pero rechazas mis manos mientras sigues frotándote contra mí y gimiendo. No lo puedo aguantar más. Lo has conseguido he perdido el control definitivamente.
Con un rugido me levanto y te cojo por la cintura, obligándote a apoyar tu torso sobre el asiento del columpio antes de separar tus cachetes y penetrarte. ¡Dios! ¡Qué alivio! Tú te mueves y gimes y el columpio se bambolea ligeramente.
Agarrado a tu portentoso culo te doy una serie de salvajes empujones tu gritas, cada vez que hundo mi polla en el fondo de tu coño. Eres deliciosa mi polla y todo mi cuerpo se estremece y tengo que retirarme a punto de correrme.
Te das la vuelta y me miras, te agarras a las cadenas y te das impulso antes de abrir las piernas. Nuestros sexos chocan suavemente, tu gimes y sonríes. Te vuelves a dar impulso y yo me cojo la polla y la dirijo a tu coño. Fallo miserablemente. Mi polla golpea tu clítoris con dureza tu gritas y te estremeces antes de volver a darte impulso. Esta vez bajo un poco la punta y acierto de lleno. Mi miembro resbala fácilmente dentro de ti hincándose hasta el fondo. Tu gritas de nuevo y esta vez soy yo el que te empuja mientras tú giras la cabeza y muerdes la cadena del columpio. Vuelves a caer sobre mi polla y nuestros pubis chocan de nuevo con violencia cuando te penetro.
Jadeas y tus piernas se contraen en un gesto involuntario. Repito el gesto una y otra vez hasta que ambos perdemos el sentido del tiempo. Ya ha anochecido y la oscuridad nos envuelve. Tus gemidos se hacen más intensos y se unen al rumor del agua que corre a pocos metros y a la multitud de animales que aprovechan la oscuridad de la noche para emitir sus cantos de amor.
Ansioso dejo de empujarte y te cojo por las caderas y empiezo a follarte con más intensidad. Tú te abrazas a mi cuello y clavas tus ojos en mí. Tu rostro es la viva imagen de la satisfacción. Tus ojos claros y grandes están muy abiertos, tu nariz se dilata intentando coger aire y tu boca semiabierta me muestra tus dientes pequeños y blancos como perlas.
Sin dejar de entrar en ti acerco mi boca y te beso. Nuestras lenguas se juntan y pelean sin descanso. El sabor dulce e intenso de tu boca me excita aun más. Tu cuerpo se estremece y tú te agarras a las cadenas como puedes hasta que no puedes aguantar más y un orgasmo te asalta. Te sujeto cuando sueltas las cadenas para evitar que caigas mientras sigo penetrando tu cuerpo estremecido hasta que sin poder aguantar más me separo y me corro sobre tu vientre.
Me miras mientras jugueteas con el semen que cubre tu vientre. Dándote la mano te ayudo a levantarte y nos besamos de nuevo. Esta vez, con nuestros instintos satisfechos, la urgencia ha desaparecido y nos tomamos un poco más de tiempo para saborearnos y acariciarnos antes de volver a ponernos la ropa.
Observo tu culo desaparecer dentro de los leggins sin poder evitar un suspiro de nostalgia. Sé tan bien como tú que esto probablemente nunca se volverá a repetir.
Han pasado cuatro días y aun me despierto con tu sabor en la boca. He vuelto al parque todos los días después del… encontronazo. Todos los días te cruzas conmigo o te adelanto. Tú me sonríes, incluso en una ocasión me guiñas un ojo, pero no te paras, así que te correspondo y me limito a observar tu cuerpo elástico y tu paso felino y tengo que reprimirme para no agarrarte y llevarte a rastras a la maleza y explorar todos tus agujeros, pero tú mirada tiene algo inequívoco. Una especie de gesto que me impide intentar acercarme siquiera.
A pesar de todo, no por eso dejo de salir puntualmente cada atardecer, solo para verte y dejar que el movimiento de tus caderas me evoque tu cuerpo estremeciéndose entre mis brazos y quizás un día de estos cambies de opinión… ¿Quién sabe?