Joven citas dominadas por policías corruptos

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Ya eran altas horas de la madrugada cuando decidimos irnos del botellón. Hacía un frío que te cagas y encima el capullo de Mario se había pirado por ahí con la puta de mierda de Laura… ¿qué coño le veía a la friki esa? Si era una gorda asquerosa que se juntaba con los panolis… Seguro que esa ve su polla y se asusta, la muy imbécil.

De cualquier forma, Yoli y yo ya teníamos quien nos llevara de vuelta a casa. Nosotras aun no teníamos el carnet de conducir, pero si Mario no nos iba a acercar en su moto, entonces tendríamos que buscar a otro que lo hiciese. Y quizá le diésemos hasta un premio… Mario se lo perdía, por andar confraternizando con los pringados. Ya mismo estaría jugando a Dragones y Mazmorras o alguna cosa de esas.

—Bueno chicas, ¿subís o qué? —preguntó Roberto, subiéndose en su coche. Era gracioso porque no era otro que el hermano de Laurita la Friki-Foca. Sin embargo, no era en nada como ella. Bueno, es cierto que le gustaba la misma música de frikis, pero el cabrón sabía montárselo, y era uno de los principales camellos del pueblo. El coche en el que íbamos a lo mejor no era ni suyo.

—Ya vamos —dije yo, subiéndome en el asiento del copiloto. Con el frío que hacía y lo que había bebido no iba a poder recorrer ni de coña el camino a casa sin doblarme un tobillo o morir de hipotermia.

—¿Has visto a tu hermana, Rober? —preguntó Yoli, subiéndose en el asiento de atrás. Qué perra tan mala era.
—No —contestó Roberto con indiferencia, mientras se encendía un porro—. Estará por ahí con sus colegas, ya se apañará para ir a casa.
—Oh, seguro que se las apaña… —insinué yo con malicia. Aunque más le valía mantenerse alejada de Mario. En serio, qué coño le vería a esa mosquita muerta. De todas formas, Roberto pareció ignorar mi comentario. Tras encenderse el porro, puso en marcha el motor y nos fuimos del lugar.
Tuvimos que salir a carretera para bordear el pueblo y entrar por el otro extremo, que era donde vivíamos. Estábamos nosotras a lo nuestro, zorreando un poco con Roberto, cuando de pronto casi nos da un infarto: un puto control de alcoholemia.
—¡No me jodas…! —murmuró Roberto, visiblemente molesto y tirando disimuladamente el porro por la ventana. Nosotras también estábamos acojonadas, pero en el fondo el que conducía era él.
Siguiendo las instrucciones de uno de los agentes, Roberto detuvo el coche en un lado de la carretera, aunque recorrió unos pocos metros de más, seguramente para que el agente tuviera que andar un poco. ¿Por qué cojones había allí un control? Por allí, y menos a esas horas, no pasaba casi nadie, era una carretera secundaria. Putos maderos, joder, siempre jodiendo al ciudadano honrado.
Cuando el coche se detuvo totalmente, a unos escasos diez metros de la policía, Roberto abrió el coche y salió corriendo como una puta liebre. Míster Delincuente huyendo como un cagado. Vivir para ver.
—¡A dónde vas! —grité yo. El agente que le había dado el alto salió corriendo como alma que lleva el diablo detrás.
—¿Pero qué coño hace el imbécil este? —apostilló Yoli, medio divertida. Aun estaba borracha perdida. Roberto y el agente se habían perdido ya en la oscuridad; ni rastro de ellos.
—Buenas noches, señoritas. Parece que vuestro amigo tiene ganas de hacer un poco de deporte, ¿eh? —dijo una voz grave y masculina. Tardamos unos segundos en identificar al policía que las había pronunciado: el puto madero más enorme y temible que había visto en mi vida. Pese al frío iba en una camiseta de manga corta, dejando ver unos antebrazos gruesos y poderosos llenos de tatuajes. Camiseta que, por cierto, parecía de una talla más pequeña, porque iban a saltar las costuras por los músculos que se intuían debajo. Su cara tenía cicatrices por todos lados, y las orejas deformes parecían coliflores. Parecía un asesino a sueldo, el hijo de puta. Y debía pesar más que nosotras dos juntas.
—S-sí, eso parece… —respondí yo, tímidamente. Vaya mareo tenía…
—¿Me enseñáis la documentación, guapas? —»guapas» dijo. ¿Pero qué se creía el madero éste?
Tanto yo como la Yoli le tendimos los DNI.

—Vaya, ¿y tan jovencitas y fumando porros en coches robados? Bajaos, anda. —ordenó, autoritario. Puto Roberto de mierda, que resulta que sí que lo había robado.
Yoli y yo obedecimos, y el agente nos devolvió los carnés.

—Yolanda Vázquez y Jessica Bravo, vuestros DNI. Quedaos ahí mientras yo realizo un registro.

Yoli y yo nos quedamos en el arcén, muriéndonos de frío, mientras el poli monstruoso se metía en el coche y empezaba a registrar en la guantera y por todos sitios. El coche se inclinó un poco cuando entró aquel animal, haciendo chirriar la suspensión.
—¡Eh, tú! —exclamé al ver lo que hacía. Quizá si hubiese bebido un poco menos no habría sido tan idiota e irrespetuosa— ¡Que ese es mi bolso!
—Estás implicada en un posible delito de robo de vehículos, señorita. Estoy habilitado para registrarte el bolso y para cachearte si me da la gana, así que calladita —me espetó. En ese momento algo pareció captar su atención en mi bolso… El cabrón debía haberlo encontrado… —. Señorita… ¿me puede explicar qué es esto?
—No sé lo que es, eso no es mío —mentí. Pero claro que lo sabía, era una bolsita de cocaína. Precisamente me la había vendido Roberto.

—Jessica Bravo… ¿no serás hija de Fernando Bravo, el director del instituto, no?
—S-sí… —dije. Al principio no había entendido muy bien, medio mareada como estaba por el frío, la borrachera y la propia situación. Pero sí, aquel era mi padre. Puto madero cotilla.
—Me ha dicho un pajarito que tu padre está un poco harto ya de tus gilipolleces, ¿no es así? He oído que quiere meterte en un internado de monjas…
—Qué va, no sé qué dices. ¿Qué más te da a ti? —respondí, confusa y asustada. ¿Cómo coño sabía eso el anormal este? Como mi padre se enterase estaba muerta… El internado sería la menor de mis preocupaciones.
—Realmente a mí me importa poco, tienes razón —dijo indiferente, mientras registraba ahora el bolso de Yoli—; yo esto lo tengo que tramitar igual y voy a llamar a tu padre de todas formas. ¿Me das su número o lo busco yo?

—Búscalo tú entonces —le dije, poniéndome chula, aunque de farol. Quizá si le hacía ver que me daba igual…
—¡Vaya, otro premio! —exclamó el policía sin hacerme caso, sacando del bolso de Yolanda otro saquito de cocaína.
—Esso no ess mío, tío… —dijo Yoli, un poco asustada. Con el susto que tenía se le notaba mucho más al hablar que estaba como una puta cuba. Y claro que era suyo, lo pilló conmigo.
—Claro que no, cariño. Estas cosas nunca son de nadie, ¿a que no? Oye, se me ocurre que al menos os tendréis la una a la otra en el reformatorio. ¡Y así no vas a tener que ir al internado, Jessica! No es tan mal resultado, considerando lo que habéis hecho… Cómplices en robo de vehículo, tenencia ilícita de drogas…
—No… por favor… —suplicó Yoli.

El monstruoso policía salió del coche y se nos acercó, aun con la droga en la mano.
—¿Por favor? ¿Acaso me estás pidiendo que pase esto por alto? Intentar sobornar a un policía es algo gordo, monina. Parece que vuestra lista va en aumento. A este paso Papá Noel no os va a traer regalos al reformatorio.
Yoli intentó reprimir un sollozo y se tapó la cara con las manos. Yo estaba callada, sin decir nada. Aunque lo llevaba con más entereza, también tenía ganas de llorar.
—P-por favor… —siguió Yoli, llorando— Haré lo que s-sea…
—Bueno mira, si quieres podemos hacer una cosa —dijo el poli, guardándose la droga en el bolsillo—. ¿Qué tal si me la chupáis y nos olvidamos de este asunto?
Ambas nos quedamos calladas, con los ojos como platos. ¿Había dicho lo que creía que había dicho? Mi corazón se puso a mil. Tenía que habernos tocado el policía corrupto y salido… Al ver que no hablábamos, el policía siguió hablando.
—Está bien, chicas. Pero sólo por el tráfico de drogas ya se os puede caer el pelo…
—¿C-cómo que tráfico? ¡La droga es para nosotras, no pensábamos venderla! —dijo Yoli, desesperada.
—Vaya, así que eso es una confesión. Muy bien, Yolanda, muchas gracias por tu colaboración. Voy a redactar el atestado.
Dicho esto se fue a su coche.
—Joder Yoli, ya te vale, vaya bocazas eres… —intenté aparentar seguridad reprendiendo a mi amigo, como que aquello no iba conmigo. Pero ya nos veía a las dos de rodillas frente a ese mastodonte.
Sin embargo, mi amiga no me escuchaba, tenía la mirada perdida. Ella era la primera vez que tenía un encontronazo con la ley, y estaba claro que estaba mucho más acojonada que yo.
—Esstá bien —dijo ella, en voz alta. El policía se paró en seco
—¿El qué está bien?
—Que… —Yoli parecía dudar—. Que te la chupo…

El policía se acercó por detrás de nosotras. No nos atrevimos a volvernos, pero sentí cómo le olía el pelo a Yoli.
—¿Chupar? Pero tendréis que chupar las dos. Las dos la habéis cagado, señoritas, estáis juntas en esto…

Yoli se volvió hacia mí, suplicante. Yo no supe qué decir, pero no veía otra salida. Mi padre no podía enterarse de aquello de ninguna manera. Mi corazón latía con fuerza y sentía un nudo en el estómago.
—¿Y bien, cariño? —dijo el policía, ahora oliéndome el pelo a mí—. ¿Vas a ser buena conmigo? —una de sus manos se acercó a mi boca y empezó a acariciarme los labios—. Tienes una boquita muy bonita…
—M-mi padre no… no se puede enterar de esto… —dije al fin. Ya no podía fingir más…
En ese momento sentí el paquete del policía contra mi espalda. Aquello que sentí era tan monstruoso como aquel hombre.
—¿Eso es un sí? —dijo, mientras echaba mano de mis tetas.
—S-sí… —dije al fin.
—Está bien —replicó, agarrándome con fuerza del pelo. Vi que a Yoli también la agarró de la misma manera—. Venid conmigo, putillas.
Con fuerza y decisión prácticamente nos arrastró hasta el coche patrulla.
—Meteos ahí —dijo, lanzándonos al asiento trasero.
—P-pero… —dijo Yoli mareada cuando aterrizó en el asiento.
—¿Pero, qué? —le espetó el policía, cerrándonos la puerta. De pronto parecía mucho más agresivo.
—¿No lo hacemos… aquí…? —terminó Yoli.
—¿Y que pase algún capullo con el coche y la tengamos liada? No… nos vamos a un sitio más íntimo, que yo no suelo ser rápido para estas cosas. ¡Espero que no tengáis sueño, hoy veremos juntos el amanecer! —dijo con socarronería mientras se masajeaba el bulto que ya era más que evidente en su pantalón. Aquello no parecía pequeño, precisamente.
Arrancó el coche y salió pitando del lugar sin hacer ni puto caso de las señales de límite de velocidad. Estuvo conduciendo como un loco durante unos diez minutos. Yo me estaba mareando y pensé que potaría allí mismo cuando el coche se detuvo en seco.

—Vamos guapas, abajo. Entrad en la casa —dijo el policía ásperamente, abriendo la puerta del coche. Estábamos en medio de la nada, junto a una casa vieja y aparentemente abandonada.
Con dificultad y trazando eses, nos dirigimos a la chabola. El policía iba detrás y sacó una llave oxidada que usó para abrir la puerta.
—Adentro —ordenó, empujándonos. No se veía nada.
Cuando el poli encendió la luz, encontramos en el interior de la rústica choza una mesa que parecía tener la superficie pegajosa, unas cuantas sillas desvencijadas, un sofá viejo y sucio junto a una mesilla de cristal y un colchón amarillento y raído. También había una pequeña cocinita, con una nevera medio oxidada. Aquello parecía sacado de una película de terror.
El poli cerró tras de sí y se dirigió a la nevera.
—¿Vosotras vais a tomar algo? —preguntó.
—N-no… —dije yo. Ya estábamos bastante perjudicadas.
—¿Ya habéis bebido bastante por hoy, no? Pues para nada, para una cervezita bien fresquita siempre hay sitio, venga.
Nos tendió una cerveza a cada una. Yo había bebido muchos cubatas, pero la cerveza no me gustaba, estaba muy amarga. No parecía que pudiéramos negarnos. Mientras mirábamos las botellas sin saber muy bien qué hacer, el policía sacó una estufa de resistencias y la encendió orientada al sofá. Luego, se dejó caer en el mismo, que casi se troncha bajo su peso, y se quitó los zapatos con los pies, dejando a la vista unos calcetines con tomates. Estaba espatarrado y ahí echado parecía más enorme todavía.
—Venga guapas, sentaos aquí conmigo, que tendréis frío. ¡Vamos a darnos un poco de calorcillo!
Yoli y yo nos acercamos con miedo. El único sitio libre en el sofá era a los lados del policía. En cuanto nos sentamos, nos rodeó con el brazo y nos metió las frías manos por dentro del top.
—¡Qué frías tengo las manos! —exclamó, mientras se habría camino por debajo de mi sujetador y empezaba a estrujarme las tetas. Su mano era enorme y el frío me quemaba.

—Bueno guapas, bebed, anda —ordenó.
Yo le di un tímido sorbo a la cerveza, apenas mojándome los labios. Me dio un escalofrío por el sabor. No me gustaba nada.
—No —dijo el policía, frío como una lápida. Me miraba como enfadado y podía sentir su respiración alterada—. De un trago, que no tenemos toda la noche.
Yo intenté obedecer. Sin embargo, tras tres o cuatro profundos sorbos me dieron unas ganas de vomitar que apenas pude contener. Tuve que parar. Estaba mareadísima.
—Otra vez, vamos —dijo, sacándome la mano de la teta y empujándome la cerveza hacia la cara. Tuve que beber para evitar que se me derramara encima. El cabrón seguía empujando el fondo de la botella hacia arriba y yo tuve que meter los tragos más profundos todavía para evitar que se derramara. No lo conseguí, parte se derramó de todas formas.
—Ahora tú —dijo volviéndose hacia Yoli. En esta ocasión cogió él directamente la botella, y con la otra mano, la agarró a ella de la cara, abriéndole la boca—. Abre la boquita, preciosa.
Yoli se agarraba al sofá mientras el cabrón escanciaba el contenido en el fondo de su garganta. Yo apenas me enteraba de nada, el efecto de la cerveza empezó a notarse de golpe.
—Muy bien —dijo el policía vaciando su cerveza de un par de tragos. Tras eso, eructó sonoramente y se volvió hacia mí. Con lascivia, me agarró de la barbilla y me fue a dar un beso en la boca. Yo me aparté sin mirarlo, asqueada. Él entonces sacó toda la lengua y, muy despacio, disfrutándolo, me dio un enorme lametazo en la mejilla, que pareció durar una eternidad. Yo casi me muero del asco. En ese momento, con más fuerza y decisión, me dio un beso metiéndome toda su lengua hasta el fondo. Yo no sabía que hacer, tenía los ojos fuertemente cerrados y contenía la respiración. Se tomó su tiempo explorando toda mi boca con su lengua, y cuando se dio por satisfecho, me dio otro lametazo mayor que el anterior, que ahora también cubrió un ojo y parte de la frente. Cuando terminó conmigo hizo lo mismo con Yolanda. Yo la veía retorcerse e intentando zafarse, pero era imposible, aquel animal debía pesar cien o más kilos y la tenía totalmente rodeada con sus enormes brazos, como una boa constrictora.

—Ya hemos entrado en calor —declaró finalmente, triunfal, mientras se agarraba el paquete del pantalón—. Ahora quedaos en ropa interior, anda, que va a empezar el show.

Yolanda y yo nos quedamos quietas, sin saber muy bien qué hacer. El policía se levantó, agarrándonos de los pelos, y nos puso en pie.
—¡Que os quitéis la ropa, joder…!
Obedecimos. Yo me quité el abrigo, el top y la falda, y me quedé en ropa interior, dejando a la vista mi sujetador y mi tanga. Yoli llevaba bragas.
El poli nos cogió de los brazos y nos dio la vuelta para mirarnos el culo.
—¡Buenos panderos! —declaró, dándonos una potente palmada a cada una. Su manaza impactó con gran fuerza y violencia en nuestra piel, y casi nos hace perder el equilibrio. Tardé unos segundos en sentir el intenso picor de la cachetada, y el contorno rojo de una gran mano se dibujó poco a poco en mi nalga—. Y tú vas en tanguita… ¿vas buscando guerra, o qué?
Yo no respondí y dejé que me manosease el culo. Su mano era enorme y lo cubría y estrujaba entero.

—Vamos, ahora de rodillas —ordenó. Tímidamente, mi amiga y yo nos pusimos de rodillas. No nos atrevíamos a protestar, no tenía sentido. Estábamos en una casa abandonada, en medio de la nada, con un gorilla que podía partirnos en dos con sus terribles manos y que quería aprovecharse de nosotras. No había nada que pudiésemos hacer para impedirlo. Yo miré a Yoli buscando apoyo, pero ella solo miraba al suelo.
El policía nos agarró de las cabezas y nos las pegó con su entrepierna. Se notaba un bulto duro de un tamaño descomunal. Yo pensaba que era alucinación por el alcohol. Aquello no podía ser… No, era demasiado grande… Ni de coña…
—¿A qué esperáis? Quitadme los pantalones, venga.
Estorbándonos la una a la otra y torpemente, le desabrochamos el cinturón, el botón del pantalón y la cremallera. Los pantalones cayeron al suelo, dejando al descubierto unos boxers negros deformados por un tremendo falo semierecto. Aquello parecía un bate de béisbol. Ambas nos quedamos en shock y nos detuvimos.
—Venga joder, que estoy cachondo, putas. ¡Dejad de remolonear y a chupar!
Fui yo quien hizo los honores y le bajó los calzoncillos al gorila. Una enorme polla pareció saltar de dentro, dándole en la cara a Yoli, que borracha como estaba, apenas tuvo los reflejos de apartarse. El poli se la agarró y me dio con la enorme barra de carne en la cara, justo donde antes me había lamido, y pude sentir el calor y el considerable peso de aquella herramienta.
—Vamos guarrilla, tú primero, que estás más buena —me dijo, señalándome con su polla y acercándomela a la cara.
Yo abrí tímidamente la boca y me metí la punta. Solo se la había chupado a un chico hasta ese momento, y no era ni una tercera parte de aquello… No me iba a caber, estaba claro.
—No, así no. Mira —dijo con voz impaciente, agarrándome de la cabeza. De pronto empujó sus caderas contra mi cara y el tremendo trabuco de carne se instaló en mi boca. Yo intenté empujarle para liberarme, pero era absolutamente inútil; aquel monstruo era mucho más grande y fuerte que yo. Sin piedad, siguió follándome la cara, metiendo buena parte de su falo en mi garganta y martilleándome el paladar con su glande. Pensé que me ahogaría, que vomitaría… cuando me la sacó de golpe. Babas y fluidos de su polla se desprendieron y cayeron al suelo. Aun trataba de recobrar el aliento cuando escuché un horroroso sonido… Estaba haciéndoselo a Yoli, que luchaba por respirar y se retorcía como seguramente yo me había retorcido un momento antes. Escuchaba sus arcadas y veía hilos de babas caer por la comisura de los labios, proyectados por bocanadas de aire que luchaban por escapar. Estaba roja y los lagrimones se resbalaban por sus mejillas. Cuando casi parecía que iba a desmayarse, se la sacó y volvió a apuntarla contra mí.

Y repitió el proceso. El policía siguió usando nuestras bocas para aliviarse durante no sé cuánto tiempo de manera alternativa. Una vez una, otra vez la otra, dejándonos descansar solo mientras se encargaba de la otra.
—¿Quién de las dos se llevará el premio? —dijo, riéndose. Estaba claro a qué se refería.

Siguió invadiendo nuestras bocas durante mucho tiempo, cada vez más violentamente. Nuestras babas mezcladas con el líquido que salía de la punta de su polla se derramaba por todo el suelo. Yo estaba recuperándome cuando lo oí aullar como un lobo. Miré y vi que unos espasmos se apoderaban de su cuerpo. De la comisura de los labios de Yolanda empezó a deslizarse un líquido viscoso y blanco… El cabrón ya se había corrido.
Tras unas últimas estocadas, y con Yoli a punto de desmayarse, aquel gigante extrajo su polla de la garganta de mi amiga, que se inclinó sobre el suelo y empezó a escupir copiosas cantidades de corrida densa y caliente.
—Lame, que aun quedan restos —me dijo, apuntándome con su polla.
Yo obedecí asqueada. Jamás había probado el sabor del semen. Saqué mi lengua y di unas lametadas tímidas al glande de aquel cabrón.
—No mujer, así se quedan restos… Bueno, si no me limpias tú, ya me limpio yo —declaró, y procedió a restregarme su polla babeada y lefada por toda mi cara hasta que estuvo satisfecho con el nivel de limpieza que alcanzó.
—Las chavalas de hoy os echáis demasiado maquillaje y luego pasa esto… ¡Pareces una payasa! —se carcajeó en mi cara. Seguramente tenía todo el maquillaje corrido.
—Ya has acabado, ¿no…? ¿Nos podemos… ir…?—pregunté asustada. Por la mirada que me dedicó me di cuenta de cual era la respuesta.
—¡Para nada, cariño! ¡Llevo unos días sin descargar, así que tengo reservas de sobra todavía!
Dicho esto, volvió a meterme la polla en la boca sin compasión. Yoli aun estaba escupiendo semen. El policía se percató de ello.
—¿Mal sabor de boca, cielo? Mira, esto quizá te lo quite un poco —dijo, abriendose las nalgas—. Mete tu lengüita ahí cariño, verás qué rico sabe.
Yoli puso cara de asco, pero antes de que pudiera decir nada, el cabrón le agarró la cabeza y se la hundió en su culo.
—¡Lame joder, saca la lengua! —ordenó con agresividad. De pronto, cerró los ojos con cara de placer— ¡Oooh…! Qué bien, guarra, ¡pero pon más entusiasmo! ¿Y tú qué haces que no mamas? ¿Es que prefieres comer culo mejor, o qué?

Tras decir esto, me agarró de la cabeza con la mano que tenía libre y me metió la polla hasta la garganta, como antes. Las dos estábamos ocupadas, cada una por un lado. Lo que quería decir que… nada de descansos.
Yo apenas podía respirar, aquello estaba durando demasiado. Justo cuando estaba perdiendo el sentido, un chorro grueso y a presión de lefa caliente explotó en el fondo de mi garganta, acompañado de otro aullido de aquel animal. Y, finalmente, acabé por desmayarme.

Cuando me desperté, me sentí mareada. Aun era de noche y yo estaba tumbada en el sofá, desnuda y pegajosa. Me habían quitado el sujetador y el tanga y no sabía ni cuándo. El cuarto apestaba a humanidad y mi boca sabía a semen. De pronto me fijé en que el mastodonte estaba en el colchón encima de Yolanda, que estaba bocabajo, atrapada por aquel gigante. Él le tapaba la boca para ahogar sus gritos y la estaba follando como un auténtico animal, ambos desnudos y sudorosos. Y observé que no estábamos solos los tres. El compañero del policía y Roberto también estaban allí, charlando y riéndose, con los móviles en la mano y apuntando a los otros dos. Yo me tapé instintivamente los pechos.
—¿R-Roberto…? —musité.
Los dos se volvieron. Roberto no dijo nada, pero el compañero del policía se dirigió hacia mí.
—¡Vaya! —saludó, jovial—. Ya veo que estás despierta. Qué bien, porque justo ahora me apetecía usarte otra vez, y prefiero que te retuerzas un poquito.
—¿Usarme…? —repetí, asustada. En ese momento sentí mi coño palpitando y algo dolido.
—Claro —dijo el policía, que ya se había bajado los pantalones—. Mira, estas son las fotos.
Roberto me enseñó la pantalla del móvil y ahí estaba yo, con el culo en pompa y el mastodonte que ahora follaba a Yolanda detrás mío, clavándome su enorme pollón. Pasó a la siguiente y ahora aparecía el otro policía encima mío, follándome también y saludando a cámara, sonriente. Ninguno usaba condón.
Yo estaba en shock viendo las fotos que me iba enseñando Roberto, una detrás de otra, cuando el policía me agarró de los pelos y me tiró bocabajo en el sofá.
—Era solo chupar… solo chu… —dije yo, pero fui interrumpida por la polla del policía, que me la enterró hasta los huevos en mi coño ya usado. No era la primera vez que me follaban… me acababa de enterar que mi primera vez había sido hacía unos instantes, estando inconsciente. Ya no era virgen… Uno de los momentos más importantes de mi vida fue en una chabola e inconsciente, usada por un par de cabrones corruptos.

El policía me agarró de las muñecas y las colocó detrás de la espalda, interrumpiendo mis pensamientos. Las sujetaba con firmeza mientras seguía bombeando su polla contra mí. Podía notar sus huevos chocando frenéticamente contra la entrada de mi vagina. Tras unos minutos de tortura, el policía me la sacó, dejando algo caliente chorreando del interior de mi coño. Se había corrido dentro…
El mastodonte gruñó como un animal mientras se retorcía encima de Yoli. Debía de haberse corrido también. Sacó la polla y le pegó una fuerte cachetada a las nalgas enrojecidas de mi amiga, que quedó inerte sobre el colchón, con la mirada perdida.
—Bueno Rober —dijo el mastodonte sonriendo y levantándose, empapado de sudor. Se había empleado a fondo con Yoli, como imagino que unos instantes antes, conmigo—. Un placer hacer negocios contigo, colega.
—¿Pero entonces me vais a dejar en paz? ¿Borraréis mi historial? —dijo.

—Claro tío, simplemente no te metas en líos nunca más —respondió el otro—. O la próxima vez, quizá no sean dos niñatas de mierda cualquiera… Quizá nos tengas que entregar a tu madre o a tu hermana…
—¡O quizá nos lo hagamos contigo! —apostilló el mastodonte, carcajeándose.

Roberto miró al suelo, enfadado y asustado.

—¡Ah! Y no te olvides de devolver el coche, ¿eh? Que el del depósito abre en una hora y media.

Sin mirarnos, Roberto salió de la habitación, dejando el móvil sobre la mesa. El cabrón nos había intercambiado como dos cachos de carne a cambio de salvar su pellejo…
—Vaya reportaje más chulo —dijo el mastodonte, cogiendo el teléfono—. Es mejor que el que le sacamos a la zorra casada del otro día, ¿eh?
—Claro, es que era una vieja pasada —dijo el compañero—. Estas dos están más buenas. Sobre todo tú, ¿eh, cariño? —dijo, guiñándome un ojo.
—Bueno chicas, en el cuarto de atrás tenéis un cubo con agua —nos dijo el mastodonte mientras se vestía, indiferente—. Daos un poquito en el chochito y salid de aquí, anda. Ah, y no se os ocurra decirle nada a nadie porque… bueno, primero porque la policía somos nosotros y segundo, porque tenemos unas cuantas fotos vuestras siendo unas guarrillas y no querréis que las vean en todo el pueblo, ¿a que no? Ah, y deberíais ir a la farmacia a por la píldora, que a mi compañero y a mí se nos olvidó preguntaros si tomábais anticonceptivos o algo. Y claro, yo personalmente os he dejado un buen recuerdo caliente y grumoso en el fondo de cada uno de vuestros coños.
—Sí —añadió el otro, con una sonrisa cómplice—. Yo también.

Y que lo digan… En ese momento volví a ser consciente del denso líquido que se deslizaba fuera de mí, goteando en el suelo.

—Bueno chicas, un verdadero placer. ¡Y no trafiquéis más con drogas, que ya veis que la ley siempre triunfa! A ver si vamos a tener que haceros una visitilla… Aunque bueno, si os ha gustado siempre podéis llamarnos.

Se rieron y, tras vestirse, los dos policías salieron de la choza. Oímos el coche patrulla ponerse en marcha y abandonar el lugar. Yo y Yolanda nos quedamos en silencio e inmóviles un buen rato, cubiertas de sudor y semen, con la piel enrojecida y llena de marcas, y un dolor de cabeza tremendo que lo único bueno que tenía es que disimulaba un poco el dolor de nuestra entrepierna.

Tras volver en nosotras mismas, fuimos a enjuagarnos un poco con el cubo y nos vestimos. Nos vimos en el espejo del baño: Teníamos restos de lefa en el pelo y en la cara y el maquillaje corrido. Nos habían usado a su antojo y se habían ido, y Roberto era el culpable, que nos había vendido… Habíamos sido solo un par de cachos de carne en el que habían vaciado los huevos dos policías corruptos.
—Jessi… ¿Has… has visto mis bragas? —me preguntó Yoli, aun como apagada.

—No… —en ese momento reparé en que yo no sabía qué había sido de mi tanga.

Nos pusimos a buscar por toda la casa, que era bastante pequeña, y no vimos nada. Aquellos hijos de puta se las habrían llevado como trofeo. Con resignación, y tras terminar de enjuagarnos, nos vestimos en silencio con el resto de la ropa y, andando a duras penas, nos fuimos. Ya estaba amaneciendo y el pueblo estaba lejos.

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