Soy una sucia y pervertida

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Corría el primer trimestre del 2017 cuando le conocí y recuerdo la fecha con exactitud porque habían pasado exactamente 9 días de mi cumpleaños número 22.

Mi carrera universitaria estaba al 70% (información que mantendré en discreción) y la mayoría de mis amistades eran personas universitarias, entre veinteañeros y treintañeros, de distintas partes del país, con los que mantenía buenas relaciones sociales.

Constantemente recibía invitaciones a reuniones sociales entre amigos de la universidad, sobre todo las celebraciones de cumpleaños. Se les hacía casi necesario que yo fuera a esas reuniones, sino «quién va a reírse de mis estupideces», solía decir Augusto, uno de los más hablachentos del grupo de amigos y con personalidad de comediante. Cuando por alguna razón les decía que no podría ir empezaban las llamadas una tras otra de mis amigas preguntándome por qué no iba, insistiéndome en que tenía que ir si o si, que no sería lo mismo sin mi y blablabla.

También solíamos frecuentar discotecas y aquí si que sabían que contarían conmigo, pues, era un ambiente que llamaba enormemente mi atención. Pero la discoteca ha sido, es y seguirá siendo un lugar del que pienso siempre desencajo. Es como si mi apariencia no concordara con un lugar pecaminoso, donde la gente va a divertirse, a desinhibirse, a perder los papeles, a cometer infidelidad, a probar otras carnes, otros sabores de piel, otras lenguas, a entregarse a desconocidos y por qué no, a conseguir a su media naranja.

Recuerdo lo que dijo una vez Fernando, el novio de una de mis amigas en la casa de una de ellas que estaba de cumpleaños y hablábamos de lugares nocturnos: «Marico, es que María no cuadra en esos ambientes, es como si viniese la misma María Magdalena y se apareciera en la pista de baile, María es tan no sé, cómo decirlo, tan…» y no continuó porque las risas de las demás muchachas ahogaron sus palabras, además de que su novia le estampó una palmada en el pecho llamándole la atención. Aquello podía considerarse bullying sino fuera porque yo participaba en la jodedera y risas ocasionadas por las ocurrencias de Fernando o cualquier otro que se atrevía a hacer un chiste sobre mi inocentona apariencia.

El mismo me dijo una vez estando a solas: «es que las que frecuentan las discos tienen pinta de puta o se visten como putas y a mi me cuesta verte de ese modo, no sé si es porque seamos amigos o porque tienes una apariencia tan dulce, si, creo que es por eso». El muy perro se me insinuaba aún teniendo novia y qué mal que lo hacía.

También recuerdo una noche en la discoteca en la que un hombre más joven que yo se me acercó diciéndome:

—Una mujer tan delicada en un lugar tan vulgar como este, ¿a qué se debe?

¡Por Dios! ¿a quién se le ocurre preguntar eso? Con ese tipo de preguntas destruyes todas las posibilidades de conseguir algo con una mujer o al menos conmigo.

Una fémina no frecuenta una discoteca porque va a confesar sus pecados ante el cura en la cabina de fondo del baño de varones, por dios. La discoteca es sinónimo de diversión, desenfreno, lujuria, pasiones desbocadas, perversión, sexo. ¿Podéis siquiera imaginar mi decepción cuando ese hombre me hizo semejante pregunta?

Lo cierto es que Fernando tenía toda la razón, la discoteca es un lugar donde desencajo totalmente debido a mi apariencia de inocentona. El problema es que mi apariencia no se corresponde con mi personalidad, son como imanes invertidos que se repelen y los hombres que han descubierto lo que se esconde detrás de mi apariencia de niña que no rompe un plato ni mata un insecto, terminan sentados frente al psicólogo.

No tenéis la más mínima idea del morbo que me produce saber que un hombre está perdidamente enfermo de deseo por mi. Eso no significa que todos los hombres que se mueran por mi van a disfrutar de mis encantos, para eso tienen que conjugarse una serie de eventos o simplemente correr con la suerte de estar en el lugar correcto y en el momento adecuado.

¿Os ha pasado que miráis vuestra figura al espejo y sentís excitación por vuestro propio cuerpo? ¿Conocéis a un hombre o mujer que haga eso?

Mucho gusto, María. Y eso que acabo de describir en forma de pregunta se llama Ipsofilia y es una de las tantas parafilias de las que sufro y que mis amistades desconocen, pues, para ellos represento a la chica inocente que no rompe un plato y yo no me quejo de que sigan teniendo esa imagen errada sobre mi, al contrario, me parece perfecto que así lo piensen.

También me atraen los hombres maduros y el protagonista de esta historia tenía poco más de 44 años cuando nos conocimos. ¿Dónde? En el pervertido ambiente de una discoteca.

Era viernes por la noche e iba acompañada de Carlos y Andreina su novia, Julio con su novia Patricia, Enrique, Manuel y yo, todos jóvenes de entre 22 y 30 años siendo yo la más joven.

Lucía un hermoso vestido corto de color verde azulado, ceñido a mi cuerpo excepto la falda que era levemente acampanada la cual dejaba mis hermosas piernas descubiertas hasta la mitad de mis muslos. Calzaba unos tacones cerrados de 12cm de altura, la mayoría de los hombres en mi país miden entre 175cm y 180cm y yo quería estar cara a cara cuando me invitaran a la pista de baile. Mi cabello castaño largo y suelto para la ocasión, poco maquillaje facial y no llevaba joyas ni adornos de ningún tipo, solo mi bolso de mano donde además de mis documentos de identidad llevaba mi teléfono móvil.

Adoro bailar pero solo me apetece en un ambiente nocturno como las discotecas donde hay juego de luces, gente de todo tipo pasándola bien, muy buena música de fondo de la que solo me enfoco en el ritmo, las letras ni idea y mucho menos quienes cantan dichas canciones. Simplemente me concentro en bailar y en observar cómo hombres de todas las edades y personalidades me miran, me desean y me sacan a bailar, aprovechando el momento de adrenalina para meter sus manos por doquier y recostarme sus miembros erectos.

Los provoco con mi dulce sonrisa y mi mirada de caramelo, me desean y no quieren darle la oportunidad a nadie más, son egoístas y la única manera de que otro tenga la oportunidad de bailar conmigo es que yo me escabulla del que me quiere sola para él.

Esa noche los primeros en manosearme en la pista de baile habían sido Enrique y Manuel, era el único escenario en el que tenían la oportunidad de tenerme frente a ellos, disfrutar de mis movimientos sexosos, de manosearme hasta donde yo lo permitiera. Ambos tenían muy en claro que lo más que podían obtener de mi era eso, un simple baile provocativo en una noche de disco. Luego me escabullía de ellos y me ponía a bailar con otros hombres. Me encantaba sentirme deseada y manoseada por muchos sabiéndome con el control de la situación, nadie podría ir más lejos al menos que yo lo permitiera, lo que me producía morbo y excitación desmedida.

Cuando me sentía cansada me acercaba a la barra a pedir agua, no soy dada al licor y mucho menos en un lugar donde puedo quedar vulnerable en cualquier momento. Me pueden poner algo en la bebida, alguna droga, un estimulante y «adiós, María».

No tardaban en acercarse hombres muy bien parecidos a sacarme conversación pero no llegábamos a nada, no soy fácil de convencer por una cara bonita, soy más de elegir que permitirme ser elegida y sinceramente me da igual la belleza masculina, me fijo en otras cosas como un buen cuerpo, la energía que me transmita ese hombre, su mirada, la manera de expresarse, su seguridad, inteligencia, ocurrencia, originalidad, su higiene, que huela bien, son cosas que me resultan más interesantes que simplemente un hombre de cara bonita y créanme que he lidiado con muchos hombres de cara bonita pero que al final no superan mis expectativas.

Acababa de salir de la pista de baile, dejando a solas a un hombre con quien había estado bailando durante unos minutos y que me había parecido bastante agradable y simpático pero tenía sed así que me separé de él y me acerqué a la barra para pedir un vaso de agua que calmara mi garganta.

Recuerdo que a mi lado derecho estaba una mujer rubia muy linda, sentada y tomando yo no sé qué pero su bebida se me hacía provocativa, incluso recuerdo que estaba vestida de rojo, un vestido de tirantes que dejaba sus delicados hombros al descubierto. De mi otro lado no tan cerca de mi estaba un hombre guapo junto a una mujer, ambos bastante jóvenes, supuse que eran novios. Sonreían mientras bebían alcohol.

Estuve un par de minutos esperando el vaso de agua que ya le había solicitado al bartender y noté de reojo que en el asiento vacío a mi lado izquierdo se sentó una persona.

Giré mi cabeza para ver de quien se trataba y mi mirada se encontró con la de él. Me sonrió pero me sentí tan intimidada por su belleza y la sensación de que ya había visto a ese hombre que bajé mi cabeza y desvié la mirada hacia el bartender que venía con mi vaso de agua.

Me pareció un hombre guapísimo quizá porque era un hombre muy mayor para mi y su mirada me había dejado abobada. Vestía una franela fucsia la cual casi se adhería a su figura y lo hacía ver bastante sexy, con sus brazos blancos bien formados.

«Ya he visto a este hombre» pensé sin dudar.

Resulta que mas o menos una hora antes, cuando me encontraba haciendo fila con mis amigos para entrar a la discoteca, un auto lujoso se había estacionado al frente y el hombre que bajó de este se acercó directamente a hablar con los que custodiaban la puerta quienes le permitieron pasar como si nada, provocando la molestia inmediata de todos los que conmigo estaban haciendo fila.

Era él, sin duda. El hombre a mi lado era el mismo del hermoso carro lujoso de color blanco. Supuse que debía ser el dueño del local o una especie de socio como para que lo dejaran entrar así, sin más, o simplemente por ser un hombre adinerado se permitía tal privilegio.

Me quedé concentrada en tomar mi vaso de agua meditando si debía devolverle la sonrisa que me había regalado ese hombre pero no lo hice hasta que oí una voz:

—¿Solo agua bebes? —dijo con un tono de voz que me pareció agradable, sexy y mis pensamientos perversos no se hicieron esperar, considerando la pregunta como una frase sexual.

Coloqué el vaso en la barra, giré para volver a encontrarme con su mirada y le sonreí.

—Si —respondí volviendo a tomar el vaso de agua.

Ese hombre volvía a provocarme sed.

Era bello, de buen físico y ya sentía en el ambiente la rica fragancia que de él emanaba, su cara risueña deleitaba la vista y era un hombre maduro, aunque debo admitir que para el momento le calculé un poco menos de 40 años cuando en realidad tenía poco más de 44.

—¿Cómo va tu noche? —preguntó y noté de reojo que le hizo señas al bartender

—Bien —respondí mirándole a los ojos directamente

—Ya veo —respondió de inmediato—. Todos quieren bailar contigo.

Sonreí levemente y me sonrojé un poco

—Hasta yo —agregó— pero voy a tener que colearme

Recordé lo que había pasado en la entrada y quise responderle «—Como se coleó al entrar, ¿cierto?» pero no me atreví, pues, pensé que destruiría el momento de una u otra forma pero sí que me reí para mis adentros y tuve la pequeña certeza de que más adelante se lo diría. Sonreí levemente una vez más y terminé mi vaso de agua.

—Un gusto, Alessandro —se presentó.

—María —respondí cortésmente

Pero no nos estrechamos las manos en el saludo, simplemente nos presentamos y tuvimos la fortuna de que la música había acabado en el momento en el que coincidimos en la barra.

—¿Y ya conseguiste lo que buscas? -preguntó

—¿Qué cosa? —pregunté sin tener la más mínima idea de a qué se refería

—Pues, yo si —dijo, mirándome a los ojos

La música a todo volumen volvió a apoderarse del ambiente junto al colorido de luces, gritos y demás y en medio de aquel escándalo su mirada y la mía permanecieron ininterrumpidas por un momento más hasta que el bartender apareció con dos diminutas copas llenas de alguna bebida alcohólica que no supe adivinar.

—Tómala, te encantará —me dijo ofreciéndome una de las diminutas copas que pude sostener solamente con mis dedos pulgar e índice.

Acepté su invitación a alcoholizarme, no lo había hecho en toda la noche. Él tomó la suya de una sola bocanada y yo más atrás hice lo mismo. Sentí el picor en la garganta y el leve mareo en mis sienes. Era el momento adecuado para desinhibirme un poco y salir de mi estado de atontamiento.

Se levantó de su asiento, se acercó a mi y me susurró al oído:

—Ven conmigo

Lo sentí como una orden, no una invitación pero me encantó. Alessandro me extendió su mano la cual estreché y caminé con él hasta quedar casi a solas en un pasillo en el que la música impactaba con menos intensidad. Había un par de parejas abrazadas y besándose levemente a escasos metros de nosotros, yo quedé dándole la espalda a una pared y él quedando frente a mi. Era alto, de 178cm, cabello corto, raso, tenía entradas pronunciadas, se me hacía sexy ese detalle, además de sus cejas alineadas y poco pobladas, labios finos y provocativos, su cara risueña y ojos claros, la barba recién afeitada.

No existió la conversación típica de preguntarnos la vida, el qué hacíamos y a quién le debíamos, nuestros orígenes y las cosas que nos gustaban, simplemente nos volvimos a mirar, él acercó su cara a la mía y en un movimiento que adiviné me besó, sabiéndose dueño de mis labios quienes ya esperaban ansiosamente a los suyos, correspondiéndoles completamente.

Fueron besos tiernos, suaves y también apasionados, sin prisa, como si nuestros labios llevaran siglos colisionando, sabiéndose de memoria los movimientos de cada uno, lo mismo nuestras lenguas que al buscarse con desesperación provocaban tanto en mi como en él sensaciones de las que no podíamos escapar ni hacer esperar por mucho tiempo.

Nos pertenecíamos el uno al otro, desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron en la barra, me sentí suya y estoy segura de que también él sintió lo mismo. Nuestras edades quedaban al margen, me daba igual si me doblaba la edad y a él mucho menos le importaba saber que yo podía fácilmente ser su hija.

Nos deseábamos y en ese momento era lo único que me importaba, nada más.

Alessandro interrumpió los tres o más minutos que llevábamos devorándonos nuestros labios para volver a tomarme de la mano y caminar hacia la entrada.

En cuestión de minutos me encontraba sentada dentro de su lujoso auto, ardiendo en llamas por dentro, con el sabor de ese hombre en mi boca, teniendo todo tipo de pensamientos condenatorios, olvidándome por completo de mis compañeros de universidad.

—Conocerás mi casa —me dijo, poniendo el auto en marcha.

Yo asentí con la cabeza abrumada ante tanta determinación. Qué atrevimiento y qué seguridad tenía ese hombre, además de todo lo antes mencionado y que me había dejado más que impactada, atontada y excitada.

La lucha interior de voces reverberando por todas las paredes de mi mente se agudizó. «Qué haces metida en el auto de un desconocido, con rumbo desconocido y sin saber lo que puede pasar. No lo conoces, no debiste entrar a ese auto, podría ser un psicópata, un violador, un asesino serial…», dijo mi otra María. «Cállate», apareció mi otra yo. «Está guapo y es un madurito, me gusta, está rico, tiene un bonito auto, se ve que es un hombre de clase, me lo voy a coger esta noche» «Perra, si supieran tus amiguitas lo perra que eres y que de inocente no tienes ni el ombligo», acusó otra de mis yo.

El auto se detuvo, pues había un semáforo en rojo. Alessandro se inclinó y nos volvimos a besar y una vez que retiró su boca de la mía se quedó mirándome y sonriéndome sin decir absolutamente nada.

Quería lanzármele encima y cogerme a ese hombre allí mismo en esa esquina, todo lo que durara el semáforo en rojo. Cómo podía un hombre excitarme tanto sin hacer nada, porque no había hecho nada, ni siquiera habíamos mantenido una conversación interesante, nada, solo mirarme con esos bellos ojos que me transmitían tantas cosas que para el momento no sabía explicar, solo sabía que lo deseaba dentro de mi.

Continuará…