Miriam se vuelve adicta a algo totalmente nuevo

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Miriam tenía 23 años, era bajita y delgadita. Tenía gafas y siempre llevaba el pelo recogido. Siempre había sido muy tímida y apenas se había liado con dos chicos de su pueblo en las fiestas y poco más… era virgen. Sin embargo a veces, por la noche en su cama, metía la mano dentro de sus braguitas y fantaseaba. Su mente volaba imaginando que la dominaban y la penetraban muy duro y profundo.

Iba a empezar en un nuevo trabajo. Un conocido de su tío tenía unas cuadras donde criaban caballos destinados a ocio y espectáculos. Necesitaban a alguien que los cuidase y les diese que comer por las tardes. Estaba muy nerviosa, porque aunque le encantaban los animales no tenía experiencia ninguna cuidándolos, y menos si eran caballos.

No te preocupes, es muy fácil y seguro que lo haces muy bien. – Le dijo la mujer del dueño de la finca. –Tienes que llenar los comederos de heno y verdura, limpiar un poco el establo y cuando termines tienes que cepillarlos. Su pelo tiene que estar muy cuidado.

Su jornada era de 6 a 9 de la tarde, y de momento tenían 4 hembras y 1 macho, por lo que tenía tiempo de sobra para hacer lo que le habían dicho. Así se iría haciendo al trabajo poco a poco y sin agobios. Lo malo es que Miriam estaría sola hasta que llegase el dueño antes de irse ella, por lo que no podría pedir ayuda por si lo necesitase.

Los dos primeros días, aunque no fueron muy duros en sí, estaba un poco perdida. Al fin y al cabo era un trabajo físico y todo era nuevo.

El tercer día ocurrió algo que jamás habría imaginado. Mientras cepillaba el pelo de Emperador, uno de los machos, vio algo que la impactó. El pene del animal estaba erecto y era enorme. Miriam se quedó de piedra, nunca había visto el miembro de un caballo y no sabía que era tan grande. Su corazón se aceleró, sin saber por qué su cabeza empezó a pensar cosas… “Eso… ¿me cabría?…”, “¿Cómo de dura está…? Se estaba excitando mucho y su vagina empezó a lubricar. Se moría de los nervios, pero su impulso sexual le pudo. Estiró el brazo y acarició esa enorme polla. Era la primera que tocaba y no era de un hombre. Se mordió el labio de pura lujuria. Cuando se quiso dar cuenta estaba masajeando ese enorme rabo con las dos manos. Estaba muy cachonda, tanto que su cuerpo y su mente querían ir más allá. De repente le entró hambre. Tenía un vacío enorme en su estómago, necesitaba comer algo… ¿qué podía comer…?

Exacto. La suculenta polla de ese majestuoso caballo.

Descontrolada, se arrodilló justo debajo de aquel enorme pene. Cerró los ojos, lo agarró fuerte y sin pensarlo se lo metió en la boca. Apenas le cabía la punta, pero con ambas manos lo frotaba rítmicamente. No sabía si era por la emoción del momento o por la extrema excitación que sentía, pero aquella polla era lo más delicioso que había probado nunca. Jamás pensó que algo como chupar un pene le podía proporcionar tanto placer mental. Cuanto más succionaba, más mojaba las bragas. Chupársela a un caballo es lo último que haría una chica tan correcta y modosita como ella. Pero ahí estaba, arrodillada, disfrutando como una enferma de un acto que es repugnante para la mayoría de gente.

Sin darse cuenta, habían pasado ya 10 minutos haciéndole una mamada a Emperador cuando el animal se agitó. De repente, un gran chorro de un líquido espeso llenó la boquita de Miriam. El animal se estaba corriendo abundantemente. A ella le pilló completamente por sorpresa, pero a bien. Si su polla ya era en sí un manjar, el semen era incluso más sabroso. Un elixir de vida destinado a saciar su sed. Una sed que sólo puede calmar del alimento que emana del miembro de un semental. Del pene del caballo salían chorros y chorros de esperma. Miriam casi se ahoga, de las comisuras de su boca salía todo el líquido que no podía contener, y se manchó toda la ropa. Intentó contener la mayor cantidad de aquel delicioso semen sin derramarlo y separó sus labios del pene.

Poco a poco iba saboreando y tragando esa exquisita leche que le había regalado Emperador. Mmmm… riquísima… Cuando terminó de tragar tomó aire y recogió el esperma que se había derramado por su cara y su ropa. No podía desperdiciar ese oro blanco líquido.

Miriam seguía arrodillada, inmóvil, con el coño empapado, mirando extasiada el enorme pene del caballo. El pene que la acababa de dar de comer. Jamás en sus más oscuras fantasías hubiese pensado que podría disfrutar tanto mamando de la polla de un animal. No sabía por qué, pero ese semen era lo más rico que había probado nunca.

La hora de irse estaba muy cerca. Intentó limpiarse la ropa como pudo echándose agua y retiró las gotas de leche que habían caído al suelo para no dejar huellas de lo que había sucedido. Antes de irse abrazó al caballo por el cuello y le dio las gracias por ese momento tan intenso.

Esa misma noche, en la cama, Miriam no pudo evitar masturbarse recordando ese embriagador sabor a macho en su boca. Después de un par de orgasmos, su cabeza empezó a volar… “¿El semen de los hombres sabrá igual de bien?” “¿A qué sabe la polla de un perro?” “¿Me podría meter el enorme rabo Emperador por el coño?”… Por una parte se sentía sucia y una guarra enferma. Pero por otro lado, sentirse así de puta le excitaba muchísimo. Estaba ansiosa por volver a beber del pene de Emperador.

Sin saberlo, Miriam acababa de volverse adicta al semen. Los siguientes días volvió a deleitarse con su nuevo amante, un amante prohibido que la da de mamar su alimento favorito. A partir del tercer día chupándosela al caballo llevó una botella para intentar recoger la cantidad máxima de semen para bebérselo después. Así podría disfrutarlo cuando quisiera, y por las noches se masturba mojando un poco sus dedos en él.

Ahora le tocaba responder a una de sus dudas, ya que por suerte, el perro de los dueños de los establos también es macho…