Le confesé a mi profesor lo que me pasaba, lo que quería y si tuve mucha vergüenza, pero al final me dejé llevar y cogí con él

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Mi nombre es ericka, tengo 20 años y os voy a contar mi pequeña pero satisfactoria historia.

Era ya casi verano, el curso de la universidad estaba por acabar y parecía que eso les afectaba a la mayoría de mis compañeros de clase ya que sus ánimos muchas veces estaban algo crispados, por lo que lo mejor era callarse cualquier tipo de comentarios para no buscarse problemas con los demás y no me refiero a todos, si no a los vagos o desafortunados que tenían que recuperar sus examenes ya que su futuro dependería de aprobarlos o no.

Aquella mañana había tenido dos clases super aburridas y sentada en mi mesa ya estaba suspirando porque llegase la hora del descanso, pero lo peor era que tenía unas ganas tremendas de ir al baño y probar algo nuevo en mi «rutina» sexual. La noche anterior me había pasado frente al ordenador un buen rato leyendo estos relatos y masturbándome sin cesar mientras veía algún que otro vídeo porno. No tuve que reprimir mis gemidos, pues vivo en un piso con dos compañeras más ya que estudio en otra ciudad y ese día tuve suerte de que no estuviesen en casa. Total que acabé más mojada que una sábana recién lavada y con ganás de más pues así soy yo, una gatita o perrita insaciable como muchos/as ya me han apodado.

Durante toda la clase me quedé mirando al profesor. No estaba segura desde cuando me había empezado a interesar por él, quizás desde el primer día. Mi profesor era un hombre joven, de unos 30 años, casado pero sin hijos. Era delgado, puede que de 1’90 y sumamente atractivo. Tenía el pelo corto, castaño y unos ojazos verdes que te tiraban para atrás. Pero por supuesto con todas esas características, sabía que yo no era la única que me había fijado en él y que deseaba fundirse junto a él y entre sus brazos e incluso algo más. Pero ya se sabe que este tipo de relaciones son un poco difíciles.

Me puse a garabatear un poco sobre un cuaderno y por fin el timbre sonó y todos e incluso yo nos preparamos para salir de clase. Cogí mi almuerzo y cuando ya estaba para salir, una voz muy familiar e irresistible para mí me llamó pronunciando mi nombre de tal manera que mi corazón se aceleró y para qué engañarnos, hasta mi coñito joven y mojado se puso a palpitar. Me di la vuelta y vi que el profesor me llamaba desde la otra punta de la clase, que era y es bastante grande. Estaba sentado en su silla repasando algunos trabajos que tuvimos que entregarle aquella misma mañana y yo como buena alumna, fui hacia él. Lo primero que me dijo es que venía muy guapa, cosa que no me extrañó porque la verdad y no es por tirarme flores, estoy bastante buena. No es que me lo tenga super creído pero si te lo dicen muchas veces pues ya se sabe.

Que me halagase me sorprendió. Después me dijo que qué era lo que me pasaba, que no me había visto muy atenta durante su clase y que no paraba de garabatear en mi cuaderno. Le dijo que todo estaba bien y que tan solo andaba un poco ausente en mis pensamientos y claro, él me preguntó por qué. Él estaba sentado en su silla, de esas que llevan ruedas para poder desplazarte mejor y miraba hacia mí con sus piernas abiertas, invitándome en silencio a meterme entre ellas. No podía dejar de mirarle y él sonreía de una forma demasiado sospechosa. ¿Se habría fijado en mí de la misma forma que yo en él? Siempre fui una chica de «quien no arriesga no gana» y sin más me arrodillé frente a él fingiendo algo demasiado estúpido -un calambre en el pie- que sabía que después me costaría soportar lo que llamab como «vergüenza».

Me preguntó si estaba bien extendiendo una de sus manos hacia mí y le respondí que sí. Estaba ya para levantarme, maldiciendo porque él no hiciese lo que yo deseaba y entonces posó una de sus manos sobre mi hombro, haciéndose hacia adelante para plantarme un beso de ensueño que jamás olvidaré. Su lengüa se mezcló coon la mía, ambas jugaban atrevidamente y yo probaba su rica saliva con mucha gana, al igual que él. Mordió mi labio inferior antes de separarse de los mismos y nos miramos sin mostrarnos demasiado sosprendidos. Dejé mi almuerzo a un lado y él me preguntó si no me lo iba a comer y entonces le contesté que mejor si me comía otra cosa y que seguramente ambos quedaríamos muchísimo más satisfechos. Él sonrió.

Comenzó a soltarse el cinturón, a desabrocharse el botón del pantalón y a bajarse la cremallera. Desplazó un poco su boxer negro hacia abajo y me dejó a la vista su rico miembro semi duro. Me dijo que adelante y no lo dudé dos veces. Para nuestra suerte, la puerta de la clase estaba cerrada y si entraba alguien solo tendríamos que disimular. Así pues tomé su miembro con una de mis manos y lamí su punta a lo que él respondió con un «muy bien…», cosa que me excitó aun más. Seguí lamiendo su punta hasta que al final no pude resistirlo y me lo metí a la boca, primero un poco, moviéndolo con suavidad y después me lo metí entero, saboreándolo como un dulce. Aquél hombre estaba bien depilado, cosa que me gustó. Mis labios abrazaban su miembros y lo presionaban, humedecían el mismo y lo iban poniendo cada vez más y más duro. Sabía que a él le gustaba porque gemía a ratos y notaba nuestras respiraciones un poco agitadas.

Después de unos segundos aquél miembro ya estaba bien duro. Lo frotaba con una de mis manos. De vez en cuando él me decía que me lo metiese la boca porque le gustaba sentir ese calor tan rico y esa humedad. Yo le obedecía como buena perrita. Seguí masturbándole pero yo también tenía mis necesidades así que me bajé un poco la braguita que llevaba bajo una falda vaquera e introduje dos de mis dedos en mi coñito super lubricado. Los movía e imaginaba a mi profesor penetrándome y la cara que tendría su mujer si nos viera. Ambos gemíamos, sabía que él quería masturbarme también pero no se podía hacer todo, en el fondo teníamos miedo de ser pillados. Tras mover un poco más su miembro en mi boca y correrme yo primeramente pues ya venía calentita del día anterior, mi profesor se corrió en mi boca y yo me tragué todo su rico semen lamiendo su punta con muchas ganas, limpiándole la rica pollita y guardándosela de nuevo en su boxer y pantalón.

Mis piernas estaban mojadísimas, mis jugos corrían por ellas y él me ofreció un pañuelo para limpiarme. Después de eso, nos besamos apasionadamente y nos prometimos quedar en algún otro lugar para volver a repetir todo eso y mucho más. Fue el mejor almuerzo de toda mi vida.

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