Ana por fin se puede vengar de su ex

Parte I: ¿Por qué?

-Si Amo. Existo para complacerte- Eran sus propias palabras, su propia voz, pero aun así a Ana le costó reconocerse. Los ricos matices que habitualmente acompañaban el sonido y la cadencia de su voz, todo ese cúmulo de detalles imperceptibles que la hacían única, distinta y reconocible, habían desaparecido. La voz que escapó de sus labios era monótona, apagada, como la de una muerta o alguien drogado.

Dios, era tan extraño, sentir como tu propio cuerpo no te pertenecía. Aunque en su fuero interno empezaba a admitir que no había forma de escapar, Ana no dejaba de imaginar cómo sería explicar eso a otra persona, como debería hacerlo para que la creyesen y acabasen con ese hijo de puta que no dejaba de violarla, en vez de creer que estaba loca. La mejor forma que había sido capaz de concebir es que era como estar en el cine, atada a la butaca, obligada a contemplar la pantalla, pero la pantalla eran sus ojos, y lo que veía a través de ellos.

Y lo que veía en aquel momento era principalmente la musculosa espalda de su amo. La piel estaba enrojecida por el agua que caía sobre ambos, como una lluvia cálida que lo llenaba todo de vapor. La ducha era enorme, se podían dar varios pasos dentro de ella y el agua no dejaba de correr. Para Ana estaba demasiado caliente, tanto que le quemaba, pero hasta algo tan básico y simple como el dolor se había vuelto complicado desde que él la había… ¿Qué? Ni siquiera sabía cómo definirlo ¿Controlado, dominado, esclavizado… matado? El agua caía sobre su cabeza y sus hombros, quemaba, dolía, sí, pero ¿Qué importaba eso cuando ella no reaccionaba? No se apartaba, ni giraba los controles de la ducha, insultantemente cercanos.

No podía, porque él no se lo había ordenado, y ella solo hacía lo que él le ordenaba.

En aquel instante sus órdenes consistían en usar todo su cuerpo para enjabonar la desnudez del hombre que había destruido su vida y aplastado sus sueños. Ana odiaba cada segundo, y sin embargo era incapaz de parar de restregar sus exuberantes curvas, usando sus manos, sus pechos, para esparcir el blanco y burbujeante líquido por el cuerpo de su amo.

Al menos era mejor que el destino de la otra chica que había en la ducha. Desde donde estaba Ana solo podía ver sus manos, firmemente clavadas en la espalda que ella tan laboriosamente trabajaba para enjabonar, la pierna que mantenía precariamente en alto para permitir al amo acceder a su coño, su cara, asomando por encima del hombro. Ana no entendía que hacía allí, por qué a ella le habían jodido la vida también. Cuando se miraba a si misma al espejo sabía que era atractiva, joder, se lo había currado mucho para tener aquel moreno uniforme, y mantener ese punto intermedio tan difícil de alcanzar entre tener algo de carne en los huesos y estar gorda. Aunque como todas las mujeres tenía cosas que la obsesionaban, como el estado en el que tantos años de tintes habían dejado su pelo, seco y pajoso, o esas horribles arrugas que se acumulaban en la parte trasera de sus muslos, o la grasa bajo sus brazos… pero su autoestima siempre había sido capaz de prevalecer hasta aquel momento, sabía que era una mujer atractiva, llena de curvas, con unas tetas capaces de atraer la mirada de cualquiera y una cara redonda y bonita, dominada por dos ojos oscuros y enmarcada por unos rizos que se preocupaba mucho de convertir en cobrizos.

Así que podía entender que alguien fuera a por ella si lo que quería era algún tipo de perversa muñeca sexual, pero la chica a la que aquel cabrón se estaba follando era muy normalita, una cosita pálida y plana, con cara de mosquita muerta y un peinado de monja, con un feo flequillo que le cubría toda la cara. Sus ojos marrones estaban muertos, lo que normalmente era un espejo del alma ahora lucía vidrioso y sin vida. Ana no se los había visto pero suponía que los suyos lucían igual, otro efecto secundario del control que ejercían sobre ellas. La cabeza de la otra chica se mecía con cada embestida contra su sexo, sin fuerza ninguna, a pesar de lo cual la sonrisa extrema y claramente forzada que partía en dos su rostro no desaparecía. Verla fue para Ana un recuerdo del dolor que sentía en su propia cara. Los días se mezclaban unos con otros, y era incapaz de decir si llevaba allí una semana o un mes, pero sabía que llevaba sonriendo desde que él la había atrapado. Aún recordaba bien sus palabras.

“Vas a ser mía, para siempre, y eso te hará muy feliz ¿No ves como sonríes?”

Ahora sentía que la cara se le iba a caer a pedazos de tanto sonreír, pero no podía parar. Él no se lo había ordenado.

Hijo de puta.

Un súbito movimiento de su amo la sobresaltó ¿Acaso había podido escuchar de algún modo ese pensamiento rebelde?, ¿Iba a castigarla? Pero ese sobresalto no se tradujo en ningún movimiento de su controlado cuerpo, así que ¿Cómo iba él a notar nada? No, aquel bastardo solo estaba acomodándose, apoyando a la mosquita muerta contra la pared de cristal y medio girándose para sobar el océano de curvas que era el cuerpo de Ana.

Ahora podía ver perfectamente como su venoso miembro se deslizaba dentro y fuera del coño de aquella desgraciada, el agua era un muy mal lubricante, pero ella estaba empapada de sus propios fluidos. Aquella chica no hacía nada, simplemente permanecía allí, con una pierna levantada y su peso apoyado contra el cristal, dejando que la violaran mientras sonreía como una muñeca rota. Ana se descubrió a si misma odiando a aquella inútil con una intensidad ardiente. El verdadero motivo, sin embargo, no estaba en su compañera de penurias si no en la reacción que todo su cuerpo experimentó ante aquella imagen sexual. El sexo de Ana palpitó con fuerza, al son de un caliente latido que nació entre sus piernas y pareció extenderse por todo su cuerpo. El mero roce de las ásperas y granes manos de su amo le ponía la piel de gallina y hacía que su respiración se acelerase.

-Ven aquí, puta- susurró él con aquella voz áspera y profunda. Ana pudo sentir el calor de su aliento estrellándose contra su cuello, tan cerca… aquel calor cercano, íntimo que todo su cuerpo se estremeciera, tanto de excitación como de miedo. Para cuando la rodeó de la cintura, apretando sus cuerpos húmedos y enjabonados el uno contra el otro, Ana tenía los pezones duros como pequeñas dagas.

-Si Amo. Existo para complacerte- repitió ella, con la misma voz robada de toda emoción. La única frase que había pronunciado durante todo su encierro, la frase que tanto había aprendido a odiar.

Aquellas palabras parecieron excitarle aún más. La mordió, en el cuello, con una fuerza ruda y sexual, casi animal. Le encantaba hacer eso, todas tenían el cuello lleno de aquellas marcas, esas amoratadas banderas de conquista que plantaba sobre sus cuerpos. Su cercanía, su contacto, su olor, su presencia, sus manos, sus palabras… todo se combinó para inundar el cerebro de Ana con una oleada de emociones que la llevaron al borde del orgasmo. Era una sensación que ella conocía bien, se había mantenido así, al borde de correrse la mayor parte del tiempo que había pasado atrapada, pero solo cuando él lo ordenaba era capaz de alcanzar unos orgasmos que no se parecían a nada que hubiera experimentado antes.

Aquello la irritó, el recuerdo de su cuerpo retorciéndose de placer, sacudido por espasmos de placer como la piel tensa de un tambor al ser golpeada. Era humillante, quería sentirse asqueada por él, quería odiarle, apartarle de él, sentir arcadas ante la mera idea de tocar su piel, y sin embargo no podía hacer nada de eso, solo podía obedecer mientras el producto de su excitación se deslizaba, caliente y espeso, por entre sus muslos, arrastrado por el agua.

Ella no era la única excitada. Las embestidas de su amo se volvieron más rápida y violentas al tiempo que sus manos se ocupaban con el amplio pecho de Ana, tocando, retorciendo, apretando y jugando con ellas a placer, sin importarle el dolor que causaba la violencia con la que lo hacía. Su lengua se cernió sobre el sonriente rostro de su esclava, lamiendo, besando y mordiendo a su antojo hasta que los rostros de ambos estuvieron unidos por espesos puentes colgantes de saliva, que el agua derrumbaba pasados unos pocos segundos.

-Debí haberte matado antes, joder- susurró a su oído con sorna mientras salía del coño de la chica a la que había estado penetrando. La mera visión de su polla, enrojecida, latiente, brillante por los fluidos sexuales de aquella esclava hizo que el sexo de Ana palpitara con antelación. Sin embargo, su amo había pensado un destino diferente para ella.

-De rodillas, las dos, dadme placer con vuestras bocas- ordenó, con el tono seguro e imperioso de quien sabe que será obedecido.

-Si Amo. Existo para complacerte- repitieron ambas esclavas al unísono, sus voces robóticas fundiéndose en una única expresión de sumisión total.

Con una precisión que la unidad militar más disciplinada hubiera envidiado, ambas chicas se arrodillaron a la vez. Ahora era Ana la que estaba frente a él y la mosquita muerta la que contemplaba su espalda, pero poco importaba esa diferencia. Ambas abrazaron sus muslos con delicadeza y abrieron sus bocas, pero el deseo que recorría a su amo no estaba dispuesto a esperar. Apretando con fuerza de sus mojados cabellos, las obligó a ambas a trabajar, entrando bruscamente en la boca de Ana mientras la lengua de la otra chica se adentraba entre sus nalgas.

Aquello fue la guinda final sobre los sentimientos de derrota de Ana. Ella jamás había hecho algo como aquello con su boca, se preciaba de no habérselo hecho a ninguna de sus parejas, le parecía humillante, sucio, y ahora…

Su amo no tuvo ningún tipo de consideración con ella. La agarró de los pelos y empezó a mover su cabeza como si fuera un fleshlight, un mero agujero del que obtener placer. Aquel miembro duro y candente como un acero de marcar llenó su boca hasta que la nariz de Ana se aplastó contra el vello púbico del hombre que la dominaba. Normalmente habría sentido arcadas al ser invadida hasta la garganta de aquella forma tan brutal, pero hasta ese reflejo tan básico e instintivo le había sido arrebatado por la férrea obediencia y el control que él ejercía sobre su cuerpo.

El jabón, el agua y los fluidos de la otra hacían que el sabor que llenaba su lengua fuera desagradable, igual que el agua que le caía en cascada sobre los ojos tras deslizarse por el trabajado cuerpo de su amo, pero ella no paraba. Se le había ordenado dar placer, y eso era lo único que importaba.

Su derrota era total y absoluta. No había nada que pudiera hacer para resistirse a aquel hombre, y en su mente solo podía preguntarse una y otra vez… ¿Por qué?

Parte II: El Porqué.

-Hace 10 años-

El clima era frío, por lo que le habían dicho ¡Hasta nevaría! Y la ciudad era extraña, tanto como sus gentes. Para Ana, que había crecido en una familia privilegiada, protegida de todo, aquello daba vértigo, y sin embargo, la oportunidad de estudiar fuera y quizás abrirse un hueco en aquel país era demasiado buena como para rechazarla, incluso aunque fuese a 3000 km de casa.

La chica no pudo evitar sentirse torpe mientras trataba de tirar con su maleta, excesivamente pesada, mientras caminaba embutida en todas aquellas capas de ropa de abrigo. Por suerte una mano rápida y fuerte se lanzó a ayudarla. Ana se llevó un pequeño sobresalto al tener de repente tan cerca a aquel chico tan alto, al menos hasta que reconoció quien era.

-Oh, ¿Álvaro?- preguntó con cierta timidez.

-Si ¿Ana?- respondió el con una sonrisa igual de tímida.

Es mono, pensó ella con cierto sonrojo mientras él se agachaba para saludarla con dos besos. Solo lo conocía de Facebook, pero allí apenas ponía fotos de su cara, solo de paisajes y del gato que tenía por mascota. Ana siempre había sido un poco cotilla pero lo único que había podido encontrar sobre él era que tenía una beca para un proyecto en algo de robótica o de ingeniería que no había sido capaz de entender. Ella había posteado casi desesperada en un grupo de españoles en el país, y él se había ofrecido a recogerla del aeropuerto y llevarla hasta su residencia. Había sido tan amable…

-No sabes cómo me alegro de haberte conocido- rio ella mientras el llevaba la enorme maleta sin decir nada.

Es todo un caballero.

-Hace 9 años y 10 meses-

La noche era gélida. El invierno había llegado con fuerza y la nieve se apilaba a ambos lados del solitario sendero para bicis que llevaba hasta la residencia de Ana. Allí, mientras sentía como los cristales de hielo crujían suavemente con cada uno de sus pasos, crjk, crjk, crjk, se dio cuenta de que igual los tacones no habían sido la mejor de las ideas, sobre todo cuando iba tan increíblemente borracha como aquella noche. Por suerte Álvaro le había tendido el brazo, una oferta que ella no había rechazado. Él también había bebido, pero era un tío grande y entre los dos juntaban algo de estabilidad, aunque se movían haciendo eses.

Es apropiado que me ayude, pensó Ana, al fin y al cabo me he puesto los tacones por él.

-La verdad que la fiesta ha sido…- un paso particularmente inestable la interrumpió, haciéndola sentir que el mundo daba vueltas -… un poco una mierda ¿no?- dijo ella, deseosa de entablar conversación.

-Uf, si- respondió el con tono socarrón –hay una chica sobretodo que es superpesada, seguro que me pide que la acompañe a casa, uf que coñazo…-

Ana rio al mismo tiempo que él.

Que guapo es cuando ríe, joder.

Le dio un suave puñetazo con sus manos enguantadas, como castigo ante aquella pequeña pulla, pero él ni se inmutó.

-Te odio- dijo ella, medio en broma a juzgar por su tono –Eres siempre tan frío ahí todo alto sin inmutarte nunca por nada, me dan ganas de…-

La joven acompañó sus palabras con unos súbitos movimientos con sus manos, tratando de buscar algún punto sensible donde Álvaro tuviese cosquillas. El reaccionó apartándose mientras reía, desequilibrándolos a ambos.

-¡Ten cuidado que nos caemos!-

Con una sonrisa ferozmente orgullosa de haberle arrancado al fin alguna reacción, Ana volvió a lanzarse en busca de cosquillas.

Sus labios se encontraron.

Ana había tenido un par de novios antes, relaciones cortas e inmaduras, tóxicas, que la habían dejado llena de inseguridades. Había habido besos, pero ninguno así. Ante la forma en que él la sostenía entre sus brazos, sentía que había encontrado su sitio, que no quería salir de allí nunca.

Para cuando sus labios se separaron, sin alejarse demasiado, manteniendo esa ansia de intimidad que acababan de demostrar, Ana estaba colorada como un tomate.

-Me gustas mucho- soltó con voz atropellada, mirándole a los ojos con el brillo del deseo guardado en ellos.

-Lo sé- respondió el, con una sonrisa algo chulesca.

Eso solo la excitó más. Tanto que no se dio cuenta de la jeringuilla que sostenía en sus manos hasta que se le hubo clavado profundamente en el cuello.

-¡Au!- gritó sorprendida -¡¿Qué…?!-

-Shhh- respondió él mientras su mano le tapaba la boca. Ana trató de resistirse, pero el mareo causado por la borrachera solo hizo que aquella sensación fría que había nacido en el lugar del pinchazo se extendiera con más rapidez cuello arriba, como si algo estuviera reptando dentro de ella.

­-Deja que pase- respondió el mientras Ana empezaba a convulsionarse violentamente. Levantándola con algo de esfuerzo, la llevó a rastras hasta que ambos se sentaron en uno de los solitarios bancos que salpicaban el sendero.

La cara de Ana se veía sacudida por constantes espasmos y tics, que la hacían sonreír, llorar o mover los músculos de la cara y el cuello de forma violenta.

-¿Qu…queee…?- logró articular con gran esfuerzo mientras sus ojillos le miraban, llenos ahora de miedo, nerviosismo e incredulidad.

-Es en lo que he estado trabajando. Nanorobótica, no espero que una simple profesora de Inglés como tú lo entienda- dijo el de forma condescendiente mientras la miraba. Su máscara de calidez, de cuidado, se había desvanecido, sustituida por la expresión fría e imperturbable de un psicópata con una mente afilada como un bisturí. –La idea del proyecto era que al fin y al cabo las conexiones neuronales no son si no electricidad, fluyendo de una neurona a otra. Si se lograban crear máquinas lo bastante pequeñas como para ser introducidas en el cerebro, se podría conducir la electricidad por nuevos senderos, crear nuevas conexiones…-

La expresión de terror en el rostro convulsionante de Ana se incrementó, mientras un pequeño hilo de sangre empezaba a escaparse por uno de los agujeros de su nariz. Con el poco control que era capaz de ejercer sobre su cuerpo, trató de alejarse de él, de poner distancia…

-Si te mueves, pasará más rápido- dijo el mientras la sujetaba, sacando un pañuelo para limpiarle la sangre en un gesto tan cariñoso que no casaba con lo que acababa de hacer, con lo que estaba haciendo.

-La idea era ayudar a enfermos mentales, gente con enfermedades degenerativas, incluso llegar a reeducar a personas antes consideradas irrecuperables. Ninguno de los demás veía el verdadero potencial de todo esto ¿Entiendes? No dejaban de pensar en la ética, en las implicaciones, cuando la realidad es mucho más simple… Lo ha sido siempre, el pez grande se come al chico, y cuando las máquinas se asienten dentro de esa cabecita tuya, podré decidir lo que eres con unas cuantas palabras… por qué eres un pez chico-

Ana gastó sus últimos momentos de libre voluntad en tomar aire para gritar a pleno pulmón, esperando que alguien la oyese, que la salvasen… en el fondo la princesa malcriada que había sido siempre seguía esperando a su príncipe azul, incluso en unas circunstancias como esas.

La realidad se impuso abruptamente, tan rápido como la electricidad que saltaba de una neurona a otra. Sus ojos se giraron hacia dentro, tornándose totalmente blancos. Los espasmos que habían recorrido su cuerpo al recibir sus músculos una oleada de órdenes sin sentido mientras su mente era literalmente reescrita por lo que quiera que Álvaro hubiese inyectado en ella, cesaron por completo.

Ana no tuvo tiempo de gritar, antes de desaparecer.

Pasados unos segundos sus ojos volvieron a bajar, pero toda la vida se había esfumado de ellos. Ahora parecían mirar a la nada, vidriosos, vacíos, casando perfectamente con la forma en que su rostro se tornó inexpresivo, el miedo había sido sustituido por una nada, una falta de fuerza que hacía que su boca quedase levemente entreabierta y algo de saliva se escapase por la comisura de sus labios, haciéndola parecer una retrasada mental, o un cadáver.

Álvaro contempló el lienzo en blanco en el que acababa de convertir a aquella chica con una llama de deseo naciendo en sus fríos ojos. Tantas posibilidades…

Con suavidad, la cogió de la mandíbula y le dio un pequeño beso en la mejilla, mostrando más afecto por la carne caliente de Ana, lo único que quedaba de ella, que por la persona que una vez había sido.

-Primera lección- le susurró al oído –Existes para complacerme-

-Hace 9 años y 9 meses-

Ana se retorció de placer al sentir los cálidos y ávidos labios de Álvaro subiendo por su vientre. Cada uno de aquellos besos pareció inflamar los rescoldos del orgasmo que acababa de experimentar, algo increíblemente agradable, pero que la sobrepasaba.

­-Para, para- susurró con una sonrisa mientras se apartaba uno de los mechones que se habían quedado adheridos a su frente por el sudor.

-¿Satisfecha?- preguntó Álvaro con una sonrisa mientras se acumulaba a su lado. Dios, follaba tan bien… no es que tuviera mejor físico o más estamina que los otros, era la empatía que mostraba, como parecía preocuparse siempre por darle placer a ella tanto como por el mismo, de asegurarse que ambos acabaran satisfechos, ninguno de sus anteriores novios había sido así, y sabiendo apreciarlo, Ana se abrazó a él, dándole calor con su exuberante cuerpo.

-Mucho- respondió ella mientras le cubría el pecho de suaves besos. Él respondió abrazándola y hundiendo su mano entre el espeso y erizado mar de rizos en el que el sexo había transformado su pelo. Ana sentía que no quería que ese momento de paz post-orgásmica acabase.

-Emm… ¿alguna posibilidad de que pudieras… devolverme el favor?- le susurró el pasado un rato. Ana, que casi había empezado a dormirse, se vio de repente sacudida por un latigazo de culpa. Él no había acabado, joder, estaba siendo una egoísta… fue entonces cuando comprendió lo que le estaba pidiendo.

-Uh… lo siento, pero yo no hago eso con la boca, me parece humillante, pero puedo…-

-Oh entiendo- respondió Álvaro. Si Ana hubiese sido más observadora o simplemente más inteligente podría haber visto el frío extendiéndose de nuevo por la mirada de su novia. Pero era solo una chica estúpida más, demasiado estúpida como para darse cuenta de que su vida había terminado, demasiado estúpida como para darse cuenta de lo que era.

-Ana, carga la Personalidad Sumisa-1- dijo Álvaro, en un tono de voz muy concreto, aquel que había grabado a fuego en la mente de su esclava.

Ana tuvo tan solo una milésima de segundo para sentirse extrañada por aquella frase tan rara antes de que sus ojos volvieran a mirar hacia dentro de su cráneo. Tras unos segundos, el rostro inexpresivo y la mirada muerta volvieron a aparecer.

-Existo para complacerte, Amo- dijo con un tono totalmente neutral, como el de alguien que leyese un texto sin entusiasmo.

-Entonces compláceme y usa esa boca para algo útil, gorda de mierda- respondió Álvaro antes de escupirle a la cara. El impacto de la cálida y humillante saliva contra su rostro no la hizo reaccionar, ni siquiera parpadear. Ella solo obedecía.

-Si Amo. Existo para complacerte- repitió el trozo de carne húmeda que una vez había sido Ana, mientras se ponía a cuatro patas y empezaba a descender por el cuerpo de su amo…

-Hace 9 años y 8 meses-

El sofá de la casa de Álvaro era viejo, pero bastante cómodo. Ana había pasado muchas noches allí, ya casi no pasaba por su residencia, pero a él no parecía importarle. Era fácil acomodarse allí, como lo estaba siendo acomodarse a la idea de ellos dos estando juntos, todo había sido tan… fácil, no habían tenido ni una discusión, y allí, tumbada, con él rodeándola con sus fuertes brazos mientras el gatito ronroneaba, los tres viendo cualquier tontería en Netflix… Ana quería que esa fuera su normalidad, quería que su vida estuviese llena de la paz que sentía en aquellos momentos.

-Te quiero- dijo a Álvaro, girándose para plantarle un rápido beso en los labios y acomodarse sobre su pecho. El gesto obligó al gato a cambiar de pose, algo que despertó risas adorables en ambos.

-Y yo a ti- respondió el, antes de que sus manos empezaran a deslizarse bajo su camiseta.

-mmm, me siento halagada- dijo ella mientras le paraba con un gesto –pero no tengo muchas ganas ahora mismo-

Álvaro suspiró, como si estuviese harto. Aquello le sentó mal a Ana, nunca había tenido una vida sexual tan sana y completa como con el ¿De qué se quejaba?, ¿Qué más quería?

-Ana, carga la Personalidad Sumisa-1-

Para cuando la esclava pronunció su mantra de obediencia, Álvaro ya había despedazado la camiseta en un gesto tan brusco que asustó al animal, que huyó de su regazo, y se había lanzado sobre aquellas tetas que ahora le pertenecían por completo.

-Hace 9 años y 6 meses-

-¡Te odio!, ¡Eres un cabrón!- gritó Ana, a todo pulmón.

-Y tu una exagerada, cálmate- respondió Álvaro con extrema frialdad, sin apartar la vista de la pantalla.

-¡Dime la verdad, joder!, ¡¿Te gusta ella, no?!-

Álvaro suspiró, Ana podía tener muchas cosas buenas, la paranoica inseguridad que la llevaba a sentirse amenazada por otras mujeres constantemente no era una de ellas.

-Es solo una foto antigua, Ana-

-¡¿Y por eso la tienes en tu ordenador, no?!-

-Es un recuerdo de un momento importante, y salgo con quince personas más. No voy a malgastar ni un segundo más en esta conversación-

Pero el temperamental carácter de Ana solo se vio inflamado por la aparente indiferencia de su novio -¡Siempre tan frio, joder!, ¡Hazme caso!- El violento CRASH de uno de los jarrones del salón al romperse contra el suelo supuso la nota final al constante crescendo de sus gritos… o al menos eso pensó él, hasta que se levantó, frustrado, solo para sentir como ella le cruzaba la cara de un guantazo.

-¡Eres un cerdo!, ¡¿Te has acostado con ella, no?!, ¡Dime la verdad!-

Álvaro se llevó la mano a la mejilla, no sabría decir si más incrédulo que molesto, antes de mirar a su juguete con una mirada que la hizo retroceder un par de pasos.

-Ana, carga la Personalidad Sumisa-1-

El cambio fue instantáneo. Toda su ira, toda la rabia en su rostro, los puños apretados, todo evaporado al finalizar una palabra, sustituido por la docilidad más absoluta y las palabras que ahora guiaban su vida.

-Si Amo. Existo para…-

La esclava no pudo siquiera llegar a acabar la frase antes de que su amo la tirara al suelo y se abalanzara sobre ella, arrancándole sin ningún pudor los ceñidos vaqueros que llevaba, y después las bragas, hasta tener total acceso a sus amplias nalgas, que separó con violencia hasta dejar al descubierto el dilatador anal que había estado llevando todo este tiempo, obligada por una mente que ya no le pertenecía a ignorar su existencia.

-Puta estúpida- gruñó Álvaro mientras se escupía en la mano, tan enfadado como excitado por aquel arranque del objeto con el que había elegido divertirse…

-Hace 9 años-

Los días eran largos, y la mente híper-analítica de Álvaro era incapaz de dejar de pensar en los problemas hasta haber dado con la solución, y con una tecnología como la que él estaba desarrollando, capaz de cambiar el mundo, problemas nunca faltaban.

Por suerte, también tenía sus recompensas…

Álvaro yacía totalmente desnudo sobre la amplia cama de matrimonio de su cuarto, con las manos en la nuca, tratando de relajarse. Ana era su particular pelota antiestress, y sus fríos ojos se deslizaron perezosamente por el cuerpo de la chica, tan solo “cubierto” por una gargantilla de terciopelo rojo, mientras esta le cabalgaba.

Era un espectáculo verla a horcajadas, moviéndose arriba y abajo, alzando y bajando sus muslos y caderas con movimientos precisos, lentos y cuidadosos, casi reverenciales, como si empalarse con la polla de su amo fuese la labor más importante de su vida.

En cierto modo, verla ahí, ejercitando su cuerpo al máximo, cubierta de sudor mientras mantenía una sonrisa forzada y vacía y sus grandes pechos se movían al son de sus caderas… era casi hipnótico.

-Existo para complacerte, existo para complacerte, existo para complacerte- repetía con suavidad cada vez que chocaba contra las caderas de Álvaro, devorando su miembro viril por completo con su hambriento y lubricado sexo, llevando la habitación de suaves y húmedos sonidos cada vez que el pene entraba en su vagina.

Aquella repetición constante, aquella demostración de sumisión total le relajaba y le ayudaba a pensar. Su voz así, privada de toda emoción, era mucho menos irritante que cuando le permitía ser ella misma. Eso cada vez pasaba menos y menos. Al principio se había puesto unos límites, sabía que el poder total que experimentaba podía acabar por enloquecerlo y dejar tan solo su lado más oscuro y perverso, aquel que se deleitaba convirtiendo a personas en carne obediente, pero a medida que las discusiones se iban acumulando la verdad sobre su relación se iba haciendo cada vez más innegable. Aquello no funcionaba, ni tenían absolutamente nada en común.

Así que había optado por la vía fácil. Ni siquiera recordaba cuando era la última vez que había “despertado” a Ana, era tan fácil tenerla allí, arrodillada bajo el escritorio, usando amorosamente su lengua y su boca para complacerle mientras trabajaba, o simplemente de pie, desnuda en medio de la habitación, como un objeto más esperando a ser usado mientras la vida real de Álvaro se desarrollaba a su lado… o como ahora mismo, total y exclusivamente dedicada a darle placer con su cuerpo. Había pasado tanto tiempo cabalgándole de aquella manera que hasta sus piernas se habían vuelto más fuertes, Álvaro podía notarlo cada vez que la tocaba.

-Me gustas más así. Derrotada, conquistada, vacía…-

-Si Amo. Existo para complacerte- respondió el cuerpo que una vez había pertenecido a Ana mientras el sudor del esfuerzo corría por su rostro.

-Hace 8 años y 6 meses-

“Esto no está funcionando, ya no hay chispa ninguna. Hace meses que no hacemos nada más que estar literalmente encerrados en tu casa, no lo soporto más, me siento…”

La letra de la nota estaba escrita de forma apresurada y nerviosa. Álvaro casi podía imaginar su mano temblorosa escribiéndola tras hacer la maleta.

-Siempre fuiste una cobarde, dejar a alguien sin decírselo a la cara… eso no está bien- al apartar a nota pudo ver a su autora. Ana estaba desnuda de cintura para arriba, usando sus bellas tetas para rodear el miembro erecto de su dueño y masturbarle con ellas. Lo tenía fácil, dado su tamaño, y el movimiento era fluido y constante. El pequeño crucifijo dorado que llevaba al cuello se movía con cada refriega de sus pechos, y hasta el frío y ocasional contacto del metal contra la corona de su polla era excitante.

Pero nada lo era tanto como la expresión vacía y ausente de Ana, con la máscara corrida por las lágrimas, lágrimas negras que le recorrían toda la cara, enmarcando sus ojos vacíos y vidriosos que más que mirar a Álvaro parecían mirar a través de él, como si no estuviese allí…

-Eres una puta cobarde…- suspiró Álvaro de nuevo –pero la verdad es que no te culpo-

Por mucho que la habilidad con la que movía aquel par de bendiciones que tenía en el pecho hubiese conseguido ponérsela dura, lo cierto es que cada vez se sentía más aburrido por Ana, y por el constante trabajo que suponía mantener la ilusión de su existencia. Todo, desde escribir mensajes a su familia y amigos a través de su móvil, a guionizar videollamadas que diesen la apariencia de normalidad, pasando por tener que reconstruir recuerdos plausibles con los que llenar su mente “normal” cada vez que dejaba de dominarla, para que no sospechase nada raro, al final, tanto esfuerzo no compensaba con una chica por la que había dejado de sentir mucho, y solo de pensar en los esfuerzos de hacerla desaparecer por completo le prevenían hacerlo. Quizás en el futuro, si todos sus planes salían bien, hacer desaparecer a una chica sería una mera cuestión de hacer una llamada, pero ahora… podría ponerse incluso en peligro con la policía. Era demasiado pronto. Y como resultado de aquel aburrimiento, ni siquiera se había molestado en llenar su cabeza de falsos recuerdos. Ana cerraba los ojos y se despertaba meses después, sin recordar nada del tiempo perdido, no es de extrañar que se sintiera asustada, o que se estaba volviendo loca, o que pensara que la chispa que hubo entre ambos estaba totalmente ida y ya no hacían nada juntos.

-Creo que ya se lo que voy a hacer contigo, gorda estúpida- dijo mientras acariciaba su rostro inerme –Me he hartado de ti, así que vas a poder irte, pero si vuelves a molestarme con tus estupideces, tus inseguridades, tus mierdas una vez más… entonces no seré tan magnánimo, podría haber cortado y editado tu cerebro como me diera la gana y sin embargo mantuve tu cabecita original intacta, creyendo que había cosas buenas en ti, que podías cambiar por las buenas, y sin embargo has demostrado ser una novia de mierda sin arreglo una y otra vez… He intentado ser bueno, ¿entiendes?, he intentado luchar contra la parte de mí que te ve solo como carne que moldear a mi antojo… así que será mejor que te vayas, antes de que decida mandarlo todo al carajo-

-Si Amo. Existo para complacerte- aquella respuesta, pronunciada con sumisión, hizo sonreír a Álvaro. Siempre lo hacía.

-Pero antes, voy a follarme todos tus agujeros una última vez…-

-Hace 1 mes-

El interior de la discoteca estaba abarrotado. No es que a Ana le importase, como tampoco lo hacía el olor a alcohol y tabaco, o el sudor de su cuerpo después de horas de bailar. No, aquella noche llena de alcohol y risas con sus amigas era para olvidarse de todo, una noche lejos de su hijo y del cabrón de su marido, una noche de chicas.

O al menos lo fue, hasta que le vio a él.

¿Cuál era la posibilidad de encontrárselo después de cuanto, diez años? Solo verlo allí, tomándose una copa tan tranquilo hizo que se le escogiera el estómago. Su sombra era algo de lo que nunca se había podido librar. Y aunque jamás lo admitiría, a pesar de lo mucho que le había jodido la vida, llevaba diez años siendo solo capaz de correrse si pensaba en él.

Estaba con una chica, además, una belleza de pelo corto, con un piercing en la nariz. Otra presa a la que usaría y luego descartaría, como había hecho con ella. Años de humillaciones, de masturbarse llena de culpa pensando en él, de duros recuerdos, de miedo y estrés post traumático se juntaron en uno de sus habituales arranques de furia. Se abrió paso entre la multitud como una tormenta, apretando su vaso de alcohol con tanta fuerza que temía romperlo antes de llegar.

La sorpresa en sus ojos fue como una droga deliciosa que solo hizo que el corazón de Ana latiera más rápido. Antes de que pudiera pronunciar ni una palabra, le tiró el vaso a la cara. No iba a tenerle más miedo, nunca más.

-Será mejor que le dejes ahora que estás a tiempo, antes de que te coja y te destroce, que es lo que este hace siempre- le espetó a la chica, con voz cargada de ira.

Se había esperado muchas cosas de aquella nueva presa de Álvaro ante su gesto, confusión, enfado, que le defendiese. La sonrisa condescendiente que apareció en su bonito rostro no era una de ellas.

-¿Tú debes de ser Ana, no?- dijo con un tono algo burlón, un tono que nada tuvo que ver con el que pronunció la siguiente frase –carga la Personalidad Sumisa-1-

-Actualidad-

El agua candente de la ducha cesó al fin, aunque el alivio de Ana duró muy poco, solo los pocos segundos que tardó Álvaro en gemir y en derramar su semilla sobre la cara de su esclava. Los chorros calientes y espesos de semen la impactaron de lleno. Ella no se apartó instintivamente, ni siquiera cerró los ojos ante el impacto, o parpadeo cuando un poco se le metió en un ojo, enrojeciéndoselo. Al amo le gustaba así, un recordatorio en el momento de climax del control absoluto que tenía sobre sus cuerpos, capaz incluso de anular los instintos más básicos.

Ana solo podía permanecer allí, de rodillas, sintiendo el humillante cosquilleo de la corrida deslizándose perezosamente por sus pómulos, su barbilla, goteando sobre sus tetas…

-Buenas chicas, buenas chicas…- musitó Álvaro mientras recuperaba su aliento.

-Gracias, Amo, Existimos para compla…- la respuesta salió de la boca de ambas esclavas al mismo tiempo, y al mismo tiempo fue interrumpida cuando las agarró de los mojados cabellos y acercó sus caras, obligándolas a besarse, algo que hicieron con una ferocidad animalística que contrastaba con sus ojos, que seguían abiertos e inexpresivos, y con el hecho de que ninguna de ellas se había sentido jamás atraída por las mujeres.

-No debisteis haberme hecho tanto daño, zorras, pero ya es tarde…- susurró Álvaro con crueldad mientras disfrutaba del espectáculo.

Una lágrima escapó al oír esas palabras de los lacrimales de Ana, deslizándose rápidamente por su mejilla hasta perderse, mezclándose con las gotas que aún quedaban de la ducha, y con el semen que empezaba a secarse sobre su rostro. Ese era el único acto de rebeldía, de control de su cuerpo que había sido capaz de conseguir desde que Álvaro había asumido el control total de su cuerpo, obligándola a convertirse en una silenciosa testigo de su propia vida. Si se hubiese dado cuenta quizás hubiese tomado fuerzas de aquella lagrima, nacida de la desesperación, de aquel retazo de libertad y autonomía, por mínimo que fuese.

Pero horrorizada por tener que besar a otra mujer, horrorizada por aquella sensación de ser violada en todos los sentidos inimaginables que se había convertido en su nueva rutina, Ana ni siquiera se dio cuenta…