Así fue como seduje a una vecina cachonda
Siempre he sentido predilección por las maduras. Me fascina el hecho de ver una mujer con sus leves arrugas en el cuello, con sus estrías recorriéndole las piernas, con los pechos ligeramente caídos por la edad.
Me encanta ver como sus manos, con las venas algo más marcadas, me masturban con brío y me masajean los testículos esperando mi corrida con la boca abierta, deseando saborear el néctar caliente que brota desde el fondo de mi ser.
Además, no se trata sólo de hacer disfrutar con un momento de explosión sexual. Es hacerlas disfrutar antes de llenarles la boca. Se trata de hacerlas mías, de follarme su mente para que se abran a mí, que no nieguen nunca lo que yo les pida.
Soy muy dominante, me encanta llevar el control y pedirles cosas que saben que normalmente no harían. Sé dónde están los límites, sé hasta dónde puedo apretar y hasta dónde puedo pedir.
Esta historia que os voy a contar me pasó con una mujer que vivía en mi mismo bloque. Divorciada, entrada en carnes, pechos bastante más que generosos y con un inicio de sumisión más que prometedor.
No suele pasarme que se me caiga la ropa cuando la estoy recogiendo del tendero, pero alguna vez me ha pasado. Y alguna vez me ha pasado que simplemente me he encontrado la ropa en el pasamanos de la escalera y la he recogido sin más.
Tengo que decir que realmente no había coincidido mucho con la vecina, alguna vez en la puerta del portal y poco más. Más baja que yo, pelirroja, fumadora, con voz intensa y fuerte, algo gorda. Ya os digo que me había cruzado con ella escasos segundos.
Lo que despertó mi interés fue el ver su ropa interior tendida. Concretamente sus sujetadores. Eran enormes. Y si hay algo que me guste más en una mujer son unos pechos grandes. Lo que más me gusta de una mujer son sus pechos. Me encanta jugar con ellos, excitarlos, lamerlos, morderlos. Y cuanto más grandes más me gustan.
Sólo de imaginar aquellas enormes tetas dispuestas para mí, siendo mías y haciendo lo que yo pedía, hacía que mi pene empezara a bombear sangre y ponerse listo para la acción.
Fue a partir de ahí cuando empecé a maquinar el futuro encuentro que me permitiera tenerla comiendo de mi mano y comiéndose mi rabo.
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Mi plan comienza con unos calzoncillos que casualmente se caen a su patio. Tranquilamente, bajo a su casa y pego. Escucho que su perro ladra, unos pasos que se acercan y la puerta abriéndose.
-Hola vecina, perdona que te moleste, pero es que se me ha caído algo en tu patio. Disculpa las molestias.
Iba con unos pantalones de chándal y una sudadera, ligeramente abierta. Llevaba una camiseta, y por primera vez, me fijé en su busto. Era bastante grande, pero no supe si iba sin sujetador o no.
-Claro, ahora mismo te lo traigo.
Espero en la puerta, el perro mirándome. No atisbo a ver mucho, un espejo en la entrada sobre un mueble, el sofá blanco reflejado en el espejo y ya. Se acerca y me tiende los calzoncillos.
-Toma, aquí tienes.
-Muchísimas gracias. Hasta luego.
Ya había plantado la semilla, sólo quedaba regarla y tratarla con mimo.
Esperé unos días, no había que precipitarse. Me dispuse a poner una lavadora, y desgraciadamente, se me cayeron unos calzoncillos sucios en su patio. Esa era la jugada clave. Si me salía bien, estaría bastante cerca de tenerla para mí.
Me puse una de las camisetas que usaba para hacer deporte, las cuales me quedaban ajustadas, y si a eso le sumas mi condición física, la cual trabajo bastante, quedaba un resultado bastante agradable. Bajé, y pegué en su timbre.
Lo mismo, perro ladrando, pasos acercándose. Abre la puerta y aprieto más los músculos.
-Hola vecina, ¿qué tal? Estaba para poner la lavadora y se me han caído unos calzoncillos. Se me han quedado enganchados y al incorporarme se me han caído por la ventana. ¿Te importaría dármelos?
Iba más o menos igual que la otra vez, aunque esta vez llevaba debajo una camiseta que parecía de deporte.
-¡Hola! Sí, enseguida te los traigo, no te preocupes, ¿quieres pasar?
-No, gracias, no quiero molestarte más.
Fue hacia dentro y me quedé esperando. Aunque esta vez me vine arriba y me acerqué hacia el marco y me quedé apoyado esperando, lo que me permitió ver un poco más hacia dentro a través del espejo.
La oí acercarse y ella no se dio cuenta de que yo estaba más adentro. La vi y supe que había salido bien la jugada. Para empezar, se había quitado la chaqueta y se había quedado sólo con la camiseta, lo que dejaba ver el escote. Pero lo que más me sorprendió fue lo que hizo en la puerta de la cocina. Se había llevado mi ropa interior a la cara y la olió.
Había ganado. Ya era mía, pero aún no lo sabía.
Vino hacia la puerta y se sorprendió verme más cerca de donde me había dejado. Vi cierto rubor en su cara y bajó la mano que llevaba mis calzoncillos.
-Toma, aquí tienes.
-Muchas gracias, espero que no vuelva a pasar, he estado muy torpe.
-Jajajaja, ya te he dicho que no te preocupes. Ya sabes, cualquier cosa que necesites, aquí me tienes. Menos dinero, que de eso no tengo.
-Jajajaj, pues lo tendré en cuenta. Y gracias otra vez.
Empecé a volverme a mi casa, pero me volví.
-Espera- le dije antes de que cerrara la puerta-Toma, apunta mi número de teléfono. Ya que somos vecinos, que menos que podamos comunicarnos rápidamente.
-Claro, tienes razón. Toma, aquí tienes.
Nos intercambiamos los teléfonos y me despedí. Cuando llegué a la casa, me había llegado un mensaje suyo: “Lo dicho, cuando te haga falta lo que sea, me avisas, que tenemos que cuidarnos entre nosotros”, acompañado de un guiño con un beso.
Segunda parte del plan, completada con éxito. Lo más difícil estaba hecho. Ahora sólo quedaba quedarme con ella en la situación propicia.
Y como la suerte sonríe a los valientes, la oportunidad se presentó antes de lo previsto y de la manera más casual que podía prever.
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Pasados unos días, volvía de echar unas cervezas con los amigos. Era tarde, en torno a las tres de la mañana, por lo que no había gente en la calle. A unos 50 metros del portal, vi que alguien se acercaba por el otro lado de la calle y se paraba delante, buscando algo en un bolso.
Conforme me iba acercando, vi que era mi vecina, y se la veía algo ebria.
-Buenas noches vecina.
-¡Ah! Hola, que susto, jajajaja no te había visto. Estaba buscando las llaves y no las encuentro….mira, aquí están.
-No te preocupes, yo te abro.
-Jijijiji, que caballeroso. Uf, creo que me he pasado, esa última copa me ha sobrado.
Iba tambaleándose un poco. Vestida con unos vaqueros, zapatillas deportivas y una camiseta de manga corta con un escote que mostraba esas enormes tetas a punto de reventar. Vi que era mi oportunidad, así que sin dejar de mirárselas descaradamente, me ofrecí a ayudarla a subir las escaleras.
-Buff, pues no te voy a decir que no, la verdad.
Le rodeé el torso con el brazo, quedándome la mano justo debajo de su pecho izquierdo. Aproveché y puse la palma hacia arriba, tocándole claramente. Empezó a ruborizarse y pude ver que se le marcaron los pezones.
-Pues sí que voy mal, al final me vas a tener que meter en la casa.
-Claro, para eso estamos, ¿no?
La ayudé a subir las escaleras, recorrimos el pasillo y nos paramos frente a su puerta. Introdujo la llave y abrió la puerta, por lo que la solté. Dio un pequeño traspiés, así que rápidamente volví a cogerla, esta vez agarrándola directamente del pecho. Era grande, blando y estaba ardiendo.
-Buff, que mal estoy.
La acompañé dentro y el perro vino corriendo y empezó a ladrar. Lo mandó callar y se fue a otra habitación. Lo primero que vi fue el sofá, así que la dejé allí. La bajé poco a poco y se quedó mi cara a escasos centímetros de su pecho.
-¿Cómo te encuentras?-le pregunté
-Pues me encuentro bastante acalorada, ¿tú no?
“Ya está”, pensé, “ya es mía”.
-Quítate la camiseta- le ordené
-¿Cómo?-me preguntó ligeramente turbada
-Que te quites la camiseta he dicho.
Mirándome fijamente, con la visión medio nublada por el alcohol y la calentura encima, se quitó la camiseta. Se quedó a la altura de mi entrepierna, que estaba ya dura como una piedra, e intentó bajarme la bragueta. Le pegué un manotazo.
-¿Yo te he dicho que puedes cogérmela? Quítate ahora mismo el sujetador-le increpé.
Sorprendida por mi actuación, se quitó el sujetador mientras se paseaba la lengua por los labios. Dios, como esperaba aquel momento. Al quitarse el sujetador, las tetas parecieron crecer en tamaño, al sentirse liberadas. Tenía unos pezones oscuros, que apuntaban al frente erectos, esperando ser succionados, pellizcados, mordidos.
Me puse de rodillas y me metí un pecho en la boca mientras con la mano le pellizcaba el otro pezón. Empezó a gemir y a apretarme la cabeza contra su pecho. Empecé a darle lametones más fuertes, cambiando a morderle la teta por todo su contorno y en el pezón.
-Ah, sí, sigue, no pares, más fuerte.
Acto seguido me paré y me incorporé. Le agarré de la cara y le escupí, cayéndole parte dentro de la boca.
-¿Yo te he dicho que hables zorrita? ¿Yo te he dicho que me agarres la cabeza para darte más placer?- le dije para, acto seguido, pegarle un tortazo.
Le pilló por sorpresa y, de hecho, creo que no le agradó demasiado, pero no le di tiempo a reaccionar.
Me desabroché el pantalón, me bajé los calzoncillos y le planté la poya delante. Su mirada de dolor se transformó rápidamente en lujuria al ver el trozo de carne de 19 centímetros cimbreando delante, a una lengua de distancia de su boca.
La agarré por el cuello y le exhorté:
-Abre tu boca, puta, que vas a comer poya.
Sin darle tiempo a reacción, se la metí. Envolvió mi rabo con sus labios y su lengua, y su saliva empezó a bañar mi miembro. Movía la cabeza adelante y atrás, masturbándome con la boca.
Se notaba que hacía tiempo que no hacía algo así, por la glotonería con la que me engullía. Cuando su saliva empezó a caer de su boca y a mojar sus tetas, la saqué de su boca.
-Quítate el resto de la ropa y ponte a cuatro patas, perra.
Lo hizo sin rechistar, rápidamente. Su coño peludo estaba empapado, así que junto a la saliva que me bañaba, se la clavé sin miramiento. Le entró sin problema, acompañado de un grito de éxtasis.
Empecé un mete saca bastante frenético, haciendo chocar mis huevos contra sus muslos. Sus tetas no hacían más que bambolearse al ritmo de mis caderas, mientras de su coño empezaba a chorrear hacia abajo los flujos que surgían de su interior.
-¡¡Ah, sí, sí!!¡¡Dame más, dámelo todo!!¡¡Fóllame más!!¡¡FÓLLAME MÁS!!
Ya no aguantaba mucho más, y aún con el calentón que tenía encima, no podía dejar pasar la oportunidad de atarla definitivamente a mí. Saqué mi poya de su coño y aprovechando los líquidos que me bañaban, me masturbé.
-Date la vuelta y abre la boca, que me voy a correr- le dije de manera entrecortada, pues ya estaba llegando al clímax.
Se puso frente a mí, abrió la boca y sacó la lengua. El poco rímel que se había puesto lo tenía corrido, haciéndole parecer que tenía ojeras. Gotas de sudor corrían por sus tetas, perdiéndose en su abdomen. Unos segundos después, me corrí.
No quería correrme en su boca, sólo quería que me pusiera su cara. No soy de disparar cual manguerazo, pero sí me corro abundantemente. Se lo eché todo en la cara. El primer disparo le cayó en la nariz y empezó a caerle. El segundo, con menos fuerza, le cayó en la lengua. El tercero, ya el último remanente, le cayó sobre el pecho derecho, por encima del pezón.
Antes de que se lo fuera a tragar, tenía que jugar mi baza.
-No te muevas.
Busqué el teléfono en el bolsillo de mi pantalón. Puse la cámara y le saqué dos fotos. Entornó los ojos, sabiéndose fotografiada, como si fuera una modelo. Sin avisarla, puse la cámara para grabar.
-Trágatelo todo, perrita.
Creyendo que le estaba echando una foto, metió la lengua hacia dentro, saboreó el espeso líquido y se lo tragó. En lo que tragaba, recogió con dos dedos el disparo que le cayó sobre la nariz y se lo metió en la boca también.
-Así me gusta, no te dejes nada.
Empecé a vestirme y vi que ella se incorporaba.
-No, no, no. Tú te vas a quedar ahí. Cuando yo me vaya podrás levantarte y limpiarte. Saca la lengua.
Le acerqué mi rabo a la lengua y le puse el resto de semen que me quedaba.
-Traga.
Obedientemente, se tragó ese restillo.
Me terminé de vestir y cogí mis cosas.
-Ahora cuando me vaya podrás limpiarte. Te has portado bien- le dije mientras le plantaba un beso y le metía la lengua. Es una oscura perversión la que tengo el besar a mis conquistas después de haberse tragado mi leche.
Me fui y la dejé allí, con algunos restos de mi semen sobre su cuerpo, desnuda.
Por fin había conseguido mi propósito, pero todo aquello no había hecho más que empezar. Tenía buen material en el teléfono guardado, y lo iba a aprovechar muuuuy bien.