Así lleve a mi novio al mundo del Cuckold
La relación con JC se tornó interesante, excitante, a veces desafiante y para mi sorpresa, hasta cómoda. ¡Sí!, cómoda. Por primera vez me sentí entusiasmada, anhelante y comencé a contemplar muchas posibilidades a futuro. Entré en esa faceta de la que siempre me burlé, la que la gente llama amor.
Me sentía sonriente todo el tiempo, y en honor a la verdad, los continuos orgasmos que me producía ayudaban bastante. De pronto me encontré pensando en dos y eso me sacudió emocionalmente. Inició una nueva etapa en mi vida a la cual no había dejado pasar a nadie desde mi divorcio.
Hacía tiempo que había asimilado que viviría de manera diferente el resto de mi vida. La posibilidad de compartir los días de una forma no necesariamente sexual con un hombre no estaba más en mis planes. Y de pronto se aparece este hombre para moverme los cimientos y cuestionarme de nueva cuenta mi futuro.
Evidentemente estas reflexiones me las guardaba bien adentro, porque aún no tomaba una decisión con respecto a lo que haría con toda esta maraña de emociones y disertaciones. Además, no quería espantarlo. Resultaba obvio que ambos gozábamos abiertamente del sexo y del juego psicológico que desarrollábamos en cada encuentro.
En cada sesión hurgábamos en los rincones oscuros de nuestras mentes para poner el dedo en la llaga y ver cómo el dolor se transformaba en placer. Recuerdo perfectamente las conversaciones ácidas que exploraban los límites morales y emocionales de nuestra personalidad. ¡Cómo disfrutaba de esa estimulación!. Su inteligencia me resultaba tremendamente excitante y mi vagina me lo hacía notar en cada momento.
Por si fuera poco, ese tono de voz tan seductor me provocaba ablandamiento en las rodillas. Más de una vez que caí doblada directamente a darle sexo oral grotesco, sucio y desmedido. Encontré un placer singular provocándole contracciones en ese divino falo hasta sentir su calor espeso en mi boca que terminaba resbalando por mis labios hacia mis senos. Finalizaba la rutina cacheteándome con su pene y metiéndole la lengua en el meato. Le provocaba una sonrisa que me costaba trabajo distinguir si era de maldad o de superioridad.
Cada conversación que teníamos finalizaba en la fantasía. La comunicación que habíamos desarrollado era tan abierta e íntima que no sentía ninguna restricción para vaciarle mis secretos más sórdidos. Habíamos generado esa confianza que nos facilitaba el acceso a nuestras inmundas mentes. Producto de estos ejercicios, fue que un día me animé a externarle uno de mis deseos más impuros.
“Tengo una chanchada nueva” – le comenté animada.
“¿Ah si?. ¡Cuéntame!” – inmediatamente me sugirió.
“Quiero un trío” – sugerí abiertamente.
“Mmmmmhhh. Supongo que deberé empezar a buscar a alguien que juegue con nosotros” – JC
“En realidad tendrías que empezar a buscar a dos” – ingenuamente dije.
“¿Cómo así?” – JC
“Quiero que dos hombres me cojan y que tú solo mires” – muy firme agregué.
Se hizo un silencio sepulcral que no había anticipado. Se sintió la tensión en el aire ipso facto e inmediatamente me di cuenta de que la había cagado de forma monumental.
“No. No es algo que me parezca prudente” – nerviosamente me explicó.
“OK. No hay problema. En realidad, solo lo dije con el ánimo de contarte mis fantasías como siempre lo hacemos, pero no es algo que tenga como prioridad vivir. No es problema” – categóricamente le detallé.
JC pasó el resto de la tarde meditabundo, alejado de la charla y evidentemente consternado. Me sentí muy mal por haberlo puesto en ese estado de ánimo y también por haber colocado nuestra relación en un estado de vulnerabilidad. Por todos los medios intenté cambiar la conversación y alejar sus pensamientos del tema que lo había llevado a ese punto. Sin mucho éxito, por cierto.
Durante los días y semanas que siguieron hice gala de todas mis habilidades para que el objeto de mis emociones olvidara la incómoda conversación que tuvimos. Con el paso del tiempo lo fui logrando hasta que quedé tranquila de haberlo dejado atrás.
Pasaron meses y nuestra relación seguía creciendo y desarrollándose. Descubrí que teníamos gustos muy similares por la arquitectura, por la comida y el vino. Sorprendentemente tenía buen gusto para ser hombre e incluso me pareció que tenía ideas muy sofisticadas con respecto a la estética. Pero lo que más me sorprendió sin lugar a duda fue la forma tan incisiva en que analizaba el comportamiento de las personas, empezando por el suyo. Su nivel de autocrítica y autodominio saltaba a la vista de todos y le permitía relacionarse con todo tipo de personas.
Me sentía muy segura a su lado y totalmente protegida. Lo vi resolver problemas de formas muy sui generis y esto definitivamente me prendía aún más. Mi vagina estaba totalmente seducida por la capacidad de este individuo.
Una tarde de trabajo, en medio del estrés y con el humor de mil demonios se apareció en mi oficina. No es que no me alegrara verlo, pero había escogido el momento más inoportuno para aparecer. Además, me parecía fuera de lugar, dado que le había dejado claro que no es de mi agrado exhibir mi vida personal en el trabajo. La gente que trabaja conmigo espontáneamente siente una confianza desagradable para hacer comentarios que distraen el enfoque laboral.
Cuando lo ví caminando hacia mi oficina, noté la mirada de un par de chicas del despacho que le lanzaban al verlo pasar. Internamente sonreí, pero de igual manera cuando notaron mis ojos posándose en sus rostros inmediatamente se enfocaron en lo suyo.
“Sé que no te disfrutas que invada tu espacio profesional. Solo vine a decirte algo rápido” – JC
“De verdad no tengo tiempo y ando en el ajetreo del día, pero te escucho”.
“¿Recuerdas que hace seis meses me confesaste que querías una fantasía con un trío y que deseabas que yo únicamente fuera testigo?” – JC
Apenas me dijo eso y presentí lo peor. En un instante sentí una emoción de desconsuelo que no había experimentado y la ansiedad me invadió. Mi primera reacción fue de interrumpirlo para que no dijera nada. Le comenté que había sido solo una fantasía del momento y que no había tenido mayor importancia. Deseaba a toda costa evitar que el problema saliera a la superficie cuando me tomó meses sanarlo.
“Ya lo hablamos en su momento amor, es parte del pasado y no tiene mayor importancia” – le aseguré.
“En realidad no deseo una conversación al respecto. Vine a decirte que lo he estado pensando durante dieciocho horas al día en promedio durante los últimos seis meses. He concluido que debo ser congruente conmigo mismo, pero más importante es que deseo a mi lado a una mujer que me escoja todos los días y no a una reprimida que esté a mi lado porque no encuentra mejor opción al momento. Te quiero ver feliz y plena. Estoy seguro de que si vivir esas fantasías te hace feliz genuinamente … yo seré feliz también” – JC
Quedé estupefacta. Callada, pensativa, mi mente andaba a mil kilómetros por hora analizando las posibilidades y las razones por las cuales él podría estarme diciendo estas cosas. Me resistía totalmente a creer que aquellas palabras tan maduras y elocuentes fueran sinceras. Presentía que había una trampa en todo esto y mis estúpidos instintos de mujer me tenían las alarmas activadas.
“Entiendo que te está cayendo de sorpresa esto, pero estoy siendo muy honesto contigo. A tu lado he vivido los meses más increíbles de toda mi vida y lo único que deseo es seguir creciendo de tu mano. Deseo que explores, que vivas a plenitud y si es a mi lado, me harás más feliz” – JC
Por unos segundos me olvidé de todo. Mi mente estaba conmocionada por lo que acababa de escuchar. Trataba de dimensionar la situación en la que había, sin desearlo, metido al hombre que más he respetado en toda mi vida. Quería gritarle que lo amaba, quería levantarme y saltarle encima con las piernas abiertas, que me tomara de las nalgas y me pusiera contra el muro. Deseaba comérmelo completo, besarlo y poseer todo cuanto emanara de su cuerpo en esos instantes.
El teléfono sonó y me sacó del transe. Tuve que reagrupar mis pensamientos para hilar lo que deseaba expresar, pero él se anticipó.
“Sé que te tomé por sorpesa, pero estoy decidido. No hay más que pensar. Estoy seguro de lo que te he dicho y deseo vivirlo hoy mismo. Así que organízalo y paso por tí esta noche para que vayamos a alguno de esos clubes que me has contado” – concluyó JC.
Dio la vuelta a mi escritorio, me dio un beso en la mejilla y se retiró. Yo sentía que las piernas me temblaban, aún no sabía si era de emoción, ansiedad o miedo. No era miedo. Era pánico de que, si lo llevaba a mi terreno de juego, probablemente su ego, su orgullo o su dignidad quedarían expuestas. No lo consideraba un macho inútil en ninguna circunstancia, pero él me estaba pidiendo llevarlo al extremo, y muy pocos hombres son capaces de salir airosos de tales circunstancias.
Sin embargo, sabía que no había marcha atrás. Lo había visto decidido, no titubeó, no me trató de convencer y su tono de voz me hizo saber perfectamente que estaba plenamente convencido de lo que estaba pidiendo.
Volvío a timbrar el teléfono y mi mente volvió a enfocarse en el trabajo, aunque alguna parte, en algún recóndito rincón de mi cerebro no dejaba de pensar en todo lo que había sucedido.
Pasó la tarde y en cuanto me fue posible llamé para reservar en uno de mis lugares favoritos … El Club de Pedro.