Yo bajé de la cama para ir a ayudar a Silvana con sus caricias, procurándole besos abundantes

Tomó a la chica por la cadera con sus dos poderosas manos y comenzó a lar buenos enjuagues en su ano. Cuando él metió un dedo pequeño para ir trabajando la dilatación, Silvana abrió unos ojos de terror. Me miró con ojos de “Sálvame” y yo con unos ojos tipo “lo siento, no puedo…

La visión que Roberto y yo estábamos teniendo de Silvana empapada y patiabierta resultaba de lo más excitante para nosotros. Tal vez tanto como para nuestra pequeña espectadora lo fue el show personal que le dimos. Yo intentaba recrear el escenario que habíamos creado los tres. Roberto agarrándome por las caderas, penetrándome bestialmente por el ano, tirándome de mi cabello como si fuera yo la bestia cabalgada. Gritos y jadeos indistinguibles según su origen. Por otro lado, en alguna parte de la habitación, Silvana se levantaba la pollera y entre su piel y sus calzones se paseaba intranquila su manito en busca de un ensueño. En medio de mis reconstrucciones mentales y narrativas omniscientes, Roberto se levantó y preguntó quién era esta chiquilla. Yo dije Silvana y ella dijo, tú esclava. Y girándose se colocó de rodillas, apoyó las manos sobre el suelo. A la vista nuestra estaba todo el sexo de Silvana, su orificio anal arrugado, levemente más oscuro que el resto. Su vulva completamente depilada y aún brillante y dilatada. Silvana realizó un movimiento de caderas similar al acostumbrado por Nadia, la novia de Roberto y mi amante. Moviendo las caderas lado a lado, acercó por debajo de su vientre su mano derecha que fue a procurarle caricias en el contorno de la vagina..

El acto era tan excitante para mí como para Roberto. Él había regresado a tenderse detrás de mí, por lo que sentí cuando su pene comenzaba a crecer y rozaba otra vez mis nalgas por ahora cerradas. Yo bajé de la cama para ir a ayudar a Silvana con sus caricias, procurándole besos abundantes sobretodo en la periferia del ano. Lamía yo con cuidadosa paciencia cuando sentí a mi Roberto lamer mi propio ano. Sin duda era irresistible la escena de una seguidilla de lamidos lamiendo el culo, tan jocosa como placentera. Yo sentía que era la más privilegiada, puesto que sentía en mi lengua el sabor delirante de un ano virgen y joven. Sentía el olor de una vagina ya excitada y lubricada, abundante en jugos. Por otro lado, sentía el placer de la lengua hábil de Roberto trabajando por reconquistar mi ano. No tardó éste en ceder, porque a los pocos minutos estaba otra vez Roberto enculándome y tironeando mis caderas para bombear con toda potencia. Eso excitó a Silvana, porque mi nariz daba pequeños golpecitos en su ano y mi lengua en la entrada de su vagina. Intenté concentrarme en su ano, lubricando con el fin de ir dilatándolo con la idea última que Roberto enculara con su mazo a esta pequeña nueva compañera. Me descolgué de Roberto y me fui delante de Silvana. Abrí mis piernas en señal invitatoria y la chica de 18 años entendió el gesto. Comenzó a lamer como si fuera un manantial de agua en medio del desierto. Ella estaba demasiado excitada, más que el otro día en nuestro primer encuentro. Roberto que es siempre muy perspicaz y con mucha iniciativa, entendió el camino que yo había iniciado. .

Tomó a la chica por la cadera con sus dos poderosas manos y comenzó a lar buenos enjuagues en su ano. Cuando él metió un dedo pequeño para ir trabajando la dilatación, Silvana abrió unos ojos de terror. Me miró con ojos de “Sálvame” y yo con unos ojos tipo “lo siento, no puedo”. Silvana arrugaba su frente tanto como Roberto giraba lentamente el dedo pequeño que había conseguido introducir con cierta dificultad no más de dos centímetros. Creí que el mejor consuelo para ella era que me tumbara abajo y lamiera de pasada sus senos colgantes, luego su sexo contraído por el terror. Silvana lloraba un poco y yo le pedí que se consolara chupando directamente mi vagina mientras yo me encargaba de la de ella. En eso estaba cuando la sentí gritar un poco y levantando la cara vi que Roberto tenía todo el dedo pequeño introducido en el recto y comenzaba a girarlo con más velocidad. Entre los llantos se lograba entender que no quería ser por tal vía penetrada, pero logré callarla lamiendo sus lágrimas y besando su labios temerosos. Ella me miraba con unos ojos muy abiertos, preciosos y asustados. Ella sentía la presión de Roberto dentro de su recto y el peso de su otra mano sobre el final de la espalda. La diferencia de tono de piel, ella muy blanca y él bastante tostado configuraba un cuadro de mayor contradicción. Pero lo que me preocupaba era la salud anal de mi compañera. La verga de Roberto era realmente gruesa, por lo que el trabajo de dilatación se extendió por momentos más largos de lo habitual. Para ayudar un poco, fui por mis aceites y esparcí sobre el lomo de Silvana abundante óleo con aroma a rosas.

Con mis manos llegaba hasta sus nalgas, dos hermosos globos de carne joven y deseosa. Su piel brillaba mientras Roberto ya lograba dos dedos atravesando el ano. Yo aprovechaba el paso para colocar algo de lubricante y masturbar vaginalmente a Silvana. Ella agradecía tocándome donde pudiera; estaba exhausta. Entonces Roberto se colocó en posición adecuada para penetrar a la chica. Yo desde el frente abría más sus nalgas y procuraba más aceite. Comenzó con su ancha cabeza, acción que Silvana disfrutó, mostrándose agradecida de los frutos de tan cuidado ejercicio dilatador. Poco a poco su ano se fue adaptando y tragando ese trozo de carne, hasta que el glande desapareció dentro y él anillo anal se cerró un poco adaptándose a la forma más delgada del pene. Roberto suspiró y puso una cara de placer inexplicable. Lo que vino fue alucinante. Roberto empujaba y milímetro a milímetro yo era testigo de aquello que tantas veces él me había hecho. El ano se devoraba la gruesa verga y un líquido algo turbio corría por las nalgas de Silvana que respondía a cada empujón con un “¡ah!” cada vez más fuerte y agudo. Estaba gozando por fin.

En algunos minutos el pene de Roberto estaba completamente introducido en el recto de Silvana. Éste tomó con fuerza las caderas de la pequeña y comenzó el camino de retroceso. Sólo un par de centímetros y bombeaba otra vez hasta el final. Silvana contestaba con alaridos de algo parecido al dolor pero con un gran matiz de placer. Cada vez que Roberto repetía el ejercicio, los senos colgantes de Silvana se movían balanceándose hacía delante y hacia atrás. Yo estaba absorta en ese movimiento, que yo siempre había observado en mis propios senos. Ciertamente esta era una perspectiva distinta y quise comprobarlo colocándome al lado de Silvana en su misma posición canina y haciendo el mismo movimiento que ella. Roberto se aprovechó de tal situación para meter mano en mi sexo. Empujaba a la par del bombeo a Silvana y el resultado era que él penetraba a dos hembras ardientes que se movían al unísono. .

Con Silvana encontramos divertido besarnos mientras el mismo hombre nos enculaba rítmicamente, a veces yo levantaba una mano y acariciaba sus senos y ella hacía algo similar con los míos. Era un escenario muy poco común y me tenía muy ardiente. Los besos con Silvana se fueron haciendo más profundos, tanto como aumentaba el ritmo de la enculada. Cuando Roberto estaba por derramarse sacó su pene del ano de Silvana y nosotras nos dimos la vuelta para recibir tan preciado manjar en nuestras bocas. Estábamos todos tan descontrolados que caía todo en nuestras lenguas, por lo que gran parte del semen escurría por nuestros labios hasta nuestros senos. Por ellos decidimos abrazarnos con Silvana, frotando nuestras tetas lubricadas por la leche de Roberto que se mantenía hipnotizado por nuestro lésbico revuelco. Así nos fundimos las dos en un beso exquisito, profundo, agitado. Al poco andar nos separamos para ir en busca de Roberto, que yacía con su pene flácido y untado en una infinidad de flujos. Las dos nos abalanzamos sobre éste para lamer y limpiar en cual ejercicio nuestros labios se rozaban y se besaban alternativamente.

Cuando la verga de Roberto volvió a cobrar fuerza, Silvana se montó en ella, cabalgando a un Roberto cansado y jadeante. Silvana saltaba mientras se acariciaba sus senos y yo me hincaba sobre la boca del amante para que alcanzara con su lengua mi aún no satisfecha vagina. Era un triángulo bestial cuando lograba agarrar los senos de Silvana, ella los míos. Estábamos las dos frente a frente, ambos sobre Roberto que no esperó en derramarse dentro de la pequeña Silvana. Ella lanzó un grito orgásmico, que yo logré alcanzar con un beso y compartir así nuestros respiros para terminar cayendo destrozadas, sudadas, pero yo, aún no satisfecha del todo. Faltaba algo, faltaba Nadia. Sin duda que deberíamos invitarla, a menos que Silvana tuviera alguna otra sorpresa preparada para más adelante.

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