Con mi hermano nos follamos al taxista

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No habían pasado ni tres meses desde que cumplí la mayoría de edad, ya sentía que tenía más experiencia sexual que mis amigas, las que siempre solían hacerme bromas sobre mi virginidad. Yo guardaba silencio y me contenía de decir cualquier cosa ante ellas, tan presumidas y al mismo tiempo ignorantes de todo lo que recientemente estábamos viviendo mi hermano y yo. Jamás lo habrían imaginado, mucho menos iría yo a contarles mi incestuoso secreto.

Alejandro llevaba días fastidiándome (insistencia) con propuestas alocadas, me negaba a una entonces proponía una nueva, todo eso mientras continuábamos manteniendo relaciones en nuestra casa ante la ausencia de nuestros padres. Mi habitación, la suya, el sofá de la sala, la cocina, el lavadero, todos los baños, el muy perro me decía: «ya te hice mi perra en prácticamente toda la casa, a excepción de el patio».

Pero no podíamos tirar (follar) en el patio por algo muy simple: teníamos vecinos y el patio era una zona en la que fácilmente podrían vernos desde cualquier dirección así que por más que ambos hubiésemos querido, el patio estaba descartado.

Una tarde me lo encontré mientras caminaba por el centro de la ciudad, para ser más precisa en un centro comercial. Había salido a comprar algunas prendas de vestir, maquillaje y productos de higiene cuando Ale se me apareció. Decidió hacerme compañía mientras yo terminaba de hacer mis compras ya que después ambos teníamos pensado irnos a casa.

Entonces empezó de nuevo con sus locas propuestas. Quería que nos fuéramos en un taxi, le diríamos que no teníamos dinero pero que podía vernos tener sexo mientras nos llevaba a casa.

Le dije rotundamente que no. Era una idea loca, de enfermos, no haría eso. El propuso algo más suave al ver que yo me negué sin siquiera meditar. Me dijo entonces que solamente un oral. Yo le decía que el taxista se iba a reír de nosotros, que nadie iba a perder el tiempo por ver un oral y más si iba a perder dinero.

«Tonta», me decía entre risas, «no conoces a los hombres, un sádico de esos te llevaría a casa gratis con el solo hecho de que le coquetees y le ruegues con esa boquita de mamá».

ℹ «Boquita de mamá» es una expresión doble sentido en Venezuela que significa «boquita de mamar», o sea, de practicar una felación.

Hice mis compras incomodada por el pervertido insistente de mi hermano y aunque no estaba de acuerdo con la idea me gustaba la forma en la que mi hermano buscaba pervertirme, convencerme a hacer cada cosa a la que yo rehusaba.

«Dale, no seas aburrida, hagamos esto nuevo, salgamos de la rutina de casa» decía el muy vago que ya me había convencido de hacer un montón de cosas aunque todas dentro de casa.

Al abandonar el centro comercial, ya me había convencido aunque yo dudaba de que su idea tuviera éxito. Recuerdo que le pregunté: «y si no se nos para», me contesto: «qué taxista no se va a detener a llevar a semejante mamacita», me dijo observándome con lujuria. «Además, mira como andas vestida, te daría una buena caraoteada (follada) aquí mismo si por mi fuera».

Llegamos a la zona de taxis y carritos muertos de risa, Ale me hacía reír con sus comentarios tan ordinarios y vulgares, era guapo y ambos éramos clase media, esas expresiones tan burdas desencajaban en él.

Esa tarde yo vestía un short blanco bien ajustadito, de doble bolsillo y bordes rasgados, un top anaranjado, rectangular, con tirantes a mi nuca y espalda que se ceñía bien a mis pechos y dejaban al descubierto mis hombros y ombligo, zapatos blancos deportivos, sin calcetines. Mi cabello castaño largo y suelto. Alejandro vestía a lo skateboarding, con zapatos anchos, bermudas largas, franelilla ancha y algo despeinado. Mi hermano era y sigue siendo apuesto, de los que roba miradas habitualmente.

Los vehículos taxistas pasaban casi en caravana pero todos ocupados. Estuvimos caminando en dirección opuesta al tráfico, Ale me llevaba tomada del brazo y en un momento dado señaló un vehículo rojo de cuatro puertas que estaba estacionado, el conductor parecía ser un señor que estaba levemente recostado al capó de este.

«Dile a ese», me dijo mientras nos dirigíamos hacia él. «¿Yo? ¿Por qué yo?» le pregunté, entonces me ordenó: «hazlo tú, ya sabes, bien coqueta, bien lanzada».

Me reí. Así entonces llegamos a donde estaba el conductor que al vernos comenzó a ofrecerse: «Taxi a la orden».

Después de notar como me miró descaradamente de arriba a abajo le dije con la voz más delicada que podía salir de mis cuerdas vocales: «Por cuánto nos lleva a…».

«Súbanse», nos dijo sin mencionar nada de precios. Yo me subí por la puerta de copiloto, Alejandro iría sentado en el sofá trasero. Cuando ya habíamos avanzado unas cuantas cuadras le dije al conductor que no teníamos dinero y que si podíamos pagarle de otra manera.

Me quedé observando sus gestos faciales mientras expresaba su malestar, decía que cómo era posible que hubiésemos pedido el servicio para luego salir con excusas. «Pero podemos pagar de otro modo», dije yo, entonces él pidió que le explicáramos el cómo.

Alejandro tocó mi brazo y al mirar atrás lo vi con una cara aparentemente de molestia lo que me hizo entender que debía ser más directa pero me daba pena, habíamos acordado que sería yo la que expondría la propuesta.

Estaba llenándome de valentía para exponerle la propuesta al conductor pero me estaba tardando una eternidad entonces escuché que Alejandro dijo con voz firme y en seco: «¿Quiere ver como mi novia me la chupa?». Cuando Ale dijo eso sentí una enorme vergüenza y al mismo tiempo una convicción de que podía hacerlo frente a un desconocido, sentí mojárseme la panti y la vergüenza que había sentido por un momento fue menguando.

El señor, que debía tener como unos 50 años, sonrió sin mirarnos y se mantuvo callado durante unos largos segundos.

«¿Es en serio?» preguntó el señor mirando a Ale por el retrovisor y mi hermano asintió con la cabeza.

No pasarían ni dos minutos y el señor se estacionó en un lugar poco concurrido y dijo: «Aquí podría ser, no hay mucha gente ¿les parece?».

Viejo baboso. Ale tenía razón, los hombres son tan babosos, tan sádicos, tan enfermos, tan de todo.

—Tu novia es hermosa, muchacho —dijo mirando a Ale. El señor ya se había acomodado de perfil para quedar frente a mi.

Entonces Ale me dijo:

—Pásate para atrás.

Yo iba a bajar del auto para ingresar por la otra puerta pero Ale me detuvo:

—No, tonta, pásate por aquí, por el medio.

Entonces dejé la bolsacon mis compras al pie del asiento y empecé a gatear y meterme por en medio de los dos asientos delanteros para ir hacia donde estaba Ale ante la mirada fija y atenta del conductor pero el perro de mi hermano me agarró de los brazos y me detuvo.

—Tóquele el culito —le dijo al viejo.

Y sí, tuve que quedarme ahí por un momento y el viejo empezó a acariciarme el trasero por encima del short pero más tocaba la parte interior de mis muslos descubiertos, sentí también que pasó su mano por mi entrepierna.

Era algo totalmente nuevo para mi, un viejo me estaba manoseando mientras tenía frente a mi la cara de mi pervertido hermano riéndose levemente por lo que estaba sucediendo mientras yo aguantaba la risa y experimentaba la sensación de ser manoseada por otro hombre que fácilmente debía tener más edad que mi papá. Me quedé con la boca abierta frente a Ale en señal de que la situación además de ponerme nerviosa me estaba excitando al máximo, sentir las manos de un adulto en mi parte intima y mis piernas era algo electrizante sobre todo por el lugar donde estaba sucediendo y en pleno centro de la ciudad.

Cuando decidí que ya era suficiente y más por la postura incómoda en la que estaba me liberé de las manos de Alejandro y logré pasarme al asiento trasero, el viejo no hizo más que decir:

—Muy rica la muchacha

Ale se bajó la bermuda y su pene blanco, largo y grueso ya estaba firme como un obelisco.

—Chúpala, perra —dijo Alejandro

Yo miré de forma relámpago al viejo con mucha pena al ver que Ale me había llamado perra delante de él, se le veía el rostro divertido, interesado, estaba expectante, concentrado en verme actuar.

Entonces comencé mi trabajo, Ale me manoseaba los pechos mientras yo devoraba su largo trozo de carne, el viejo miraba como en un cine, Ale gemía y decía:

—Míralo a él mientras me mamas el güevo (pene).

Eso hice, me quedé mirando al viejo y sentí mojarme de nuevo. Se sentía extraño pero divertido y excitante que alguien nos estuviera viendo, la cara del viejo, sus ojos brillosos me hacían sentir perra, entonces, despojándome de toda timidez me dispuse a hacerle la mejor mamada a mi hermano.

Ale quitó el nudo a los tirantes de mi top que se sujetaban a mi cuello y mis pechos quedaron al aire, mis pezones estaban durísimos.

—Qué rico lo mama —dijo el viejo que miraba atento mientras se manoseaba el paquete bajo su pantalón

—Pásate para atrás —le dijo Ale con toda confianza y el viejo no lo pensó dos veces, levantándose como un rayo abrió la puerta del auto, salió y entró por la puerta de atrás.

Mientras eso pasaba miré a Alejandro con cara de asesinarlo y le dije en voz suave: No, no se la voy a mamar a él.

—Sigue chupando —me dijo con esa voz autoritaria de hermano mayor.

Ya con el viejo al lado de nosotros presenciando más de cerca la felación, Ale le dijo que se podía desenfundar el pene para masturbarse mejor.

Así lo hizo, el viejo se sacó el pene y yo simplemente me quedé observando. Tenía un buen pene el señor, blanco como el de mi hermano pero descuidado, cubierto por mucho vello.

Así entonces vi por primera vez en mi vida como un hombre se masturbaba a un metro de mi mientras yo practicaba una felación. Fue un momento excitante y sentí temor de no poder controlarme y terminar accediendo a cualquier locura que a Ale se le ocurriera.

¿Te gustaría que te la mamara? —le preguntó Ale al viejo que no paraba de menear su cosa peluda.

—Sí, claro —dijo el muy pervertido

—Pásate para el otro lado —le dijo Ale.

El viejo volvió a abandonar el vehículo se dio la vuelta y entró por la otra puerta, mientras tanto Ale se fue rodando hacia donde había estado sentado el viejo y me haló hacia él con el fin de que el viejo se sentara a mi lado.

Le volví a recordar con cara de asesina que no se la iba a chupar a ese viejo.

—Chupa, sigue chupando —me decía el muy muérgano de mi hermano.

El viejo entró y con permiso de Ale me acariciaba la espalda, el trasero, los muslos de las piernas y también permitió que acariciara mis pechos que habían quedado al descubierto, todo eso mientras con la otra mano yo supuse que se estaba haciendo pajas aunque no lo veía, se oía el ruido de un movimiento repetitivo.

Conversaron, hablaban de mí, Ale le comentaba que yo era una experta «mamando güevo» y que gemía como una leona en celo. El viejo solo sabía decir cosas como «qué afortunado», «es una niña muy bella», «quién fuera tú» y cosas así.

¿Quieres ver como toma leche? —dijo Ale

Entonces yo me detuve y dije con firmeza:

—No, ya es suficiente, quiero irme a casa.

Así entonces mientras me acomodaba el top Ale me animaba a seguir pero sabía que ya no haríamos nada más, yo no quería que un viejo me viera en esa situación por mucho que me había excitado un montón tuve el valor de detenerme o iba a terminar como una vulgar puta dejándome coger por dos hombres porque a juzgar por la conducta de Alejandro capaz y me ponía a «mamarle el güevo» a ese viejo estúpido.

Le dije a mi hermano con cara de querer matarlo que ya, que nos fuéramos entonces Ale le dijo al viejo que ya estaba bueno, que yo ya no quería nada.

Me quedé con Ale en el asiento de atrás y el señor nos llevó al centro de nuevo aunque nos preguntó porqué no nos llevaba a casa, que con todo el gusto lo haría.

Ale le dijo que no, que al centro y gratis.

El viejo se despidió de mí con una exagerada amabilidad aunque yo no le paré bolas (atención), Ale y yo nos fuimos a casa y después de lograr contentarme pues, aparenté estar un poco molesta nos quitamos todas las ganas acumuladas que habían quedado interrumpidas en el taxi.

Mientras me empalaba bajo la ducha de mi habitación no paró de decir obscenidades con respecto al taxista.

Una de esas fue: «querías mamárselo, perra, pero te hiciste la dura».

Y tenía razón. Por un momento pensé que pude haberle mamado el pene a ese viejo pero consideré que no era el momento adecuado, quizá pensé que Ale estaba llevando las cosas de forma muy acelerada y yo no quería quedar como la facilonga (fácil) aunque por mi mente pasaran tantas cosas locas también.