Con mis primas terminamos compartiendo el piso y algo más

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Ese verano había cumplido los dieciocho años, había aprobado la selectividad bien y a principios de septiembre iría a la universidad a estudiar. Vivía en un pueblo de Sevilla con mis padres y tendría que mudarme a la capital para asistir a las clases.

Mi madre, Ana, es la menor de tres hermanas, Julia la mayor y Marisa la intermedia. Por aquel entonces Julia tenía cuarenta y cinco, Marisa cuarenta y tres y mi madre cuarenta. A mí las tres hermanas me parecían casi iguales, pero ellas siempre decían que Julia era la más guapa de las tres. Estaban muy unidas y cuando cogieron una pequeña herencia de un tío soltero, se pusieron de acuerdo para comprar y arreglar un piso en Sevilla en la zona universitaria, para que residiéramos todos los primos cuando nos tocara ir a estudiar.

Tengo cuatro primas, Julita y María de mi tía Julia, las dos son mayores que yo, la mayor cinco años y la chica dos, y otras dos de mi tía Marisa, Luisa y Vero, también mayores que yo, en este caso tres y un año, respectivamente. Así que compartiría piso con todas ellas menos con Julita que había terminado el grado ese mismo año. Entre mis primas había de todo, rubias o morenas, altas y bajas, gorditas y delgadas, pechugonas y planas y afables y estiradas. Yo con la que me llevaba mejor era con Luisa, una chica morena, guapa, alta y simpática, además de con un par de tetas como para volverse loco.

Ese verano la familia estaba un poco revuelta, mi tía Julia se había divorciado de Pepe, su marido, después de veinticinco años de casados. Según me enteré por algunas conversaciones en casa, Pepe se había liado con otra mujer casada y los dos se habían ido del pueblo a la capital, para evitar la presión del escándalo que la relación había supuesto en el pueblo.

A finales de curso me había medio ennoviado con Cristina, una compañera del instituto un año menor que yo. Era una chica guapetona, con algún kilo de más, pero puestos donde más nos gusta a los hombres, en unas tetas grandes y en un espléndido culo, envidia de todas las chicas del instituto.

Unas noches salía con Cristina y otras con mi amigo Javier. Javier era de mi misma edad y también iría a la universidad a la vuelta del verano. Javier estaba todo el día caliente, como cualquier chico de nuestra edad, pero lo suyo era superlativo y encima no tenía éxito con las chicas. Cuando salíamos se pasaba todo el tiempo diciendo lo que le haría él a una u otra chica, incluida mi medio novia Cristina.

– ¡Javier coño, que estoy saliendo con ella!

– ¿Y qué? Es que por eso deja de estar buenísima. Yo le pondría el nabo en medio de esas tetas que tiene y no pararía de moverme hasta que la llenase entera de lefa. ¿Es qué tú no se lo haces?

– ¡A ti te voy a contar yo lo que hago con Cristina!

La verdad es que no se lo hacía, aunque ya me hubiera gustado. Cristina no es que fuese muy pacata, a veces me dejaba sobarle las tetas mientras nos besábamos ocultos en algún banco del parque. Otras veces Javier me decía:

– Cristina está muy buena, pero la que de verdad tiene morbo es tu suegra.

– Yo no tengo suegra.

– Bueno, pues la madre de Cristina, joder que polvo tiene. Yo cada vez que voy a que me pele salgo con un calentón de mucho cuidado.

La madre de Cristina tenía una peluquería unisex con mucho éxito en el pueblo, tanto entre mujeres como entre hombres.

Muchas tardes iba a bañarme a la piscina de casa de mi tía Julia. Normalmente mi tía no bajaba a la piscina y me bañaba con algunas de mis primas, aunque ellas eran de poco bañarse y de mucho tomar el sol. Cuando mis primas se enteraron que salía con Cristina, no había día que no me hicieran bromas con el asunto:

– ¿Sabes que Carlos está ya hecho un hombrecito? –Le decía alguna de las menores a alguna de las mayores-.

– ¿Por qué? Yo lo veo igual de esmirriado que siempre. –Respondía alguna de ellas-.

– Tiene novia, está saliendo con Cristina, la de la peluquera.

– ¡Anda qué barbaridad! Pues es una chica muy atractiva y muy bien despachada de todo.

Yo me quejaba y les pedía que me dejaran en paz, pero no había manera.

– ¿Y qué haces con ella?

– Hablar –les contestaba yo-.

– Pues se va a aburrir de ti y te va a dejar por otro que le haga más cositas, en vez de tanto hablar.

Al final terminaban cabreándome, me vestía y me iba entre las risas de todas las que estuvieran presentes.

Una de las tardes que fui a la piscina, al llegar estaba mi tía Julia tomando el sol. Ese día llevaba un biquini blanco y estaba tumbada boca abajo en el césped sobre una toalla.

– Hola tía –la saludé al llegar-.

– Hola Carlos, hoy me he decidido a tomar un poco el sol.

– ¿Y las primas?

– Han preferido ir a Sevilla de compras, en vez de bañarse. Decían que todos los bañadores que tienen están muy anticuados y han ido a renovar el armario.

Me senté en el borde de la piscina con los pies en el agua mirando a mi tía. Era la primera vez que la veía en biquini y también por primera vez me pareció una mujer muy atractiva. La braga del biquini no es que fuera muy pequeña, pero lo suficiente para dejar ver dos nalgas muy bien puestas. Al cabo del rato se incorporó y dijo:

– Voy a echarme un poco de agua, porque me estoy torrando con este sol.

El top del biquini era bastante pequeño, sus tetas le cabían a duras penas dentro. Fue saltando hasta la ducha para no quemarse los pies y con el movimiento de sus tetas al saltar me quedé embobado. Cuando se estaba duchando vi como por la parte delantera de la braga del biquini le salían algunos pelos negros como el tizón. Debe tener un buen pelucón, pensé, pero inmediatamente me corregí a mí mismo, diciéndome que era mi tía. Cuando cerró el agua de la ducha, con el top del biquini blanco y mojado se le transparentaron sus pezones y sus areolas. Los pezones se percibían grandes y duros y sus areolas también grandes y oscuras. Por mucho que no quisiera su visión empezó a empalmarme.

– Qué gusto refrescarse. ¿No te bañas? –Me dijo-.

– Todavía no, hace poco que acabo de comer.

– Haces bien, si te da un corte de digestión no cuentes conmigo para sacarte, nado muy mal.

Volvió a la toalla con nuevos saltos y mis ojos siguieron de nuevo el sugerente movimiento de sus hermosas tetas. Se sentó de espaldas a mí en la toalla y se soltó el top del biquini. No podía ver casi nada, pero saber que estaba con las tetas al aire terminó de empalmarme. Se puso de rodillas sobre la toalla y luego se tumbó boca abajo. El volumen de sus tetas muy blancas escapaba por los lados de su cuerpo. No me quedó más remedio que meterme en la piscina y mirar para otro lado intentando que se me bajase la erección para poder irme a mi casa.

– Ya te has decidido a bañarte –me dijo sin mirarme-.

– Sí tía, estaba ya bastante acalorado.

Debo decir que la naturaleza ha sido generosa conmigo y cargaba una buena polla, que cuando me ponía palote sin querer en la playa o en la piscina, era bastante difícil de disimular. La posición no debía resultarle cómoda a mi tía, porque se incorporó y se giró para alcanzar el top del biquini, en ese momento yo estaba mirándola desde el agua y pude ver por completo sus tetas. Grandes, redondas, todavía muy en su sitio y muy blancas con lo que sus oscuras areolas resaltaban mucho y en el centro de ellas unos pezones grandes y muy erectos. Todo el trabajo que había hecho para bajarme la erección se fue al traste y la polla se me puso otra vez como un palo. Más de media hora tuve que bañarme hasta que pude salir del agua presentable, para secarme e irme a casa.

Pocos días después de esa tarde en la piscina con mi tía Julia, escuché sin querer una conversación entre mis padres:

– Ana, ¿tu hermana Julia se ha puesto tetas? –Preguntó mi padre-.

– Que yo sepa no, además ¿a ti que te importan las tetas de mi hermana?

– A mí nada, simplemente que el otro día cuando vino a la comida, me pareció que tenía las tetas más grandes.

– Julia siempre ha tenido las tetas más grandes y más bonitas de las tres hermanas, lo que pasa es que el idiota de su ex marido la obligaba a vestir como una monja y ahora la mujer querrá lucir palmito.

Esa conversación hizo que recordara a mi tía y empezara a verla no sólo como a mi tía, sino como una atractiva mujer madura, que la verdad es que estaba como un tren.

Al día siguiente cuando iba a bajar la escalera de los dormitorios a la planta baja de la casa para ir a ver a Cristina, escuché que mi tía Julia y mamá conversaban en el salón:

– ¿Cómo te encuentras? –Le preguntó mi madre a su hermana-.

– Regular Ana. Por una parte liberada tras la separación con Pepe, pero por otra parte muy sola.

– Bueno Julia, eres todavía una mujer joven y atractiva, que no tendrá problemas en conocer a otros hombres.

– Es posible Ana, pero no es eso.

– ¿Entonces qué es?

– ¿Puedo serte franca?

– Claro, si no lo eres con tu propia hermana, ¿con quién lo vas a ser?

– Verás Ana, yo tengo unos gustos sexuales un poco peculiares y Pepe sabía satisfacerme por completo. No creo que encuentre otro hombre que sepa hacerlo.

– ¡Venga Julia! ¿Por qué crees que no? Hay miles de hombres ahí fuera que estarían encantados en estar contigo.

– Ana soy masoquista, me gusta que me aten y me humillen y Pepe lo hacía como nadie.

Me quedé bastante extrañado de lo que había dicho mi tía. Yo no sabía mucho de sexo, por no decir que muy poco. En alguna página porno había visto algún video de mujeres desnudas atadas, que eran tratadas con rudeza por hombres que me parecían unos indeseables. Que mi tía Julia fuera de ellas me dejó bastante asombrado, realmente pensaba que esas cosas sólo ocurrían en los videos porno, no que ocurriesen de verdad y menos que a mi tía le gustase.

– Julia, cada persona tiene sus gustos sexuales y si los disfruta voluntariamente, pues mejor para ella.

– Te voy a contar algo que no puedes contarle a nadie, ni a tu marido ni a nuestra hermana.

– De acuerdo, pero no hacía falta que me lo advirtieras, yo sé discernir lo que se puede contar y lo que no.

– ¿Te acuerdas la temporada que nos dio a Pepe y a mí ir solos a la casita de campo algunos fines de semana?

– Sí, normalmente me quedaba yo con las niñas.

– Una de las primeras veces que fuimos, después de ordenar las cosas arriba bajé al garaje para limpiarlo y ordenarlo. La verdad es que me daba un poco de miedo bajar sola, pero Pepe dijo que estaba cansado y se quedó en el salón. Aunque estuviera mal, imaginaba con excitación que alguien entraba en el garaje, me ataba y me forzaba.

– La imaginación es libre Julia.

– Bueno, pues al cabo del rato de estar ordenando el garaje escuché ruidos y poco después me inmovilizaron por la espalda, grité para que Pepe bajara a socorrerme, pero nada. Mi atacante logró trabarme las muñecas con los brazos a la espalda y luego me colocó algo en la cabeza tapándome los ojos y me puso una mordaza en la boca para que me callara.

– ¡Qué miedo Julia! ¿Por qué no nos contaste nada?

– Espera Ana, déjame continuar. Inmovilizada y sin poder ver ni gritar, mi asaltante me tumbó sobre una mesa de trabajo que había en el garaje y sin mediar palabra empezó a desgarrarme la ropa con un cuchillo o una navaja. Primero me desgarró la blusa, luego me subió la falda y me desgarró las bragas y por último me cortó el sujetador, dejándome casi desnuda. No podrás creerlo, pero me excité muchísimo, pese a la violencia con que me trataba. Durante un rato no escuché ni sentí nada, parecía que mi asaltante se había tomado un descanso. Sabía que tenía la vagina empapada y me daba mucha vergüenza que el asaltante lo notara, así que apreté mis piernas tratando de cubrirme, pero no me dio resultado. Quién fuera, llevó sus manos a mi chocho y a mi clítoris y empezó a sobarme, produciéndome un placer que no había sentido hasta entonces. No podía creer lo que me pasaba un individuo me asaltaba, me desnudaba y me sobaba y yo estaba a punto de tener un orgasmo y vaya si lo tuve, largo y fuerte como pocas veces lo había tenido.

– No fuiste culpable de cómo reaccionara tu cuerpo.

Pensé que no debía seguir escuchando lo que contaba mi tía, pero estaba como paralizado con lo que ella estaba relatando.

– Después de tener el orgasmo, mi asaltante me dejó unos minutos sobre la mesa, desnuda y avergonzada. Pensé en cómo Pepe no podía oír lo que me estaba pasando en el garaje. Después noté que el individuo se ponía sobre mí y empezaba a golpearme los pechos, creí que con su polla, que la tenía dura como una barra de hierro, mientras me pellizcaba los pezones. Si me prometes no gritar te quitaré la mordaza, me dijo con una voz muy ronca. Yo asentí con la cabeza, pues no podía respirar bien con ella. Lo hizo y luego me metió su lengua en mi boca hasta llegar casi a mi campanilla. Soporte su asalto a mi boca, aunque sentía un profundo asco con lo que estaba haciendo.

– Pobrecita, Julia.

– Calla y deja que siga. Con asco o sin asco, lo cierto es que volví a mojarme. Estaba todavía más excitada que antes. Sentirme dominada por aquel cabrón me puso tan caliente como pocas veces había estado. Déjame que te chupe la polla, le pedí. Creo que él se dio la vuelta, se puso sobre mi cabeza y me metió la polla en la boca, subiendo y bajando para follármela. El sabor de su polla era el sabor de la polla de Pepe. ¡Era Pepe quien me estaba haciendo todo aquello! Lo adoré y lo deseé como nunca. Se agachó y puso su boca sobre mi vagina. Con el primer lengüetazo volví a correrme. Estaba descubriendo mi lado masoquista. Mientras yo me corría él no paraba de meterme la polla cada vez más profundamente en la boca, casi no dejándome respirar. Poco después se corrió en mi boca dando gritos. Después de recuperar el aliento se quitó de encima de mí, cortó la brida que me sujetaba las muñecas y creo que se fue, pues escuché sus pisadas en los peldaños de la escalera.

– ¡No me lo puedo creer de Pepe, con lo soso y lo tonto que parecía!

– Pues créetelo. Al poco me quité el trapo con que me había tapado los ojos, me incorporé y me miré. Tenía la falda completamente remangada, y estaba desnuda de cintura para arriba, verme así me excitó de nuevo y sin pensarlo empecé a masturbarme como una loca, hasta que me corrí por tercera vez.

¡Joder con mi tía Julia! Su narración me había puesto palote perdido imaginándome la escena que ella con tanta precisión había descrito y lo que terminó de rematar mi calentura fue imaginármela haciéndose un dedo.

– Medio desnuda como estaba subí la escalera, Pepe no estaba en el salón, lo busqué en el dormitorio, tampoco estaba. Finalmente vi que la luz del baño estaba encendida con la puerta entreabierta, miré sin hacer ruido y Pepe se estaba haciendo una paja bajo el agua de la ducha. Tal y como estaba me metí en la ducha con él, me puse en cuclillas, le cogí la polla y empecé a mamársela, mientras volvía a sobarme el chocho. No tardó en volver a correrse en mi boca, cuando empezó a bajársele le supliqué que se meara sobre mí. Le costó pero lo hizo y cuando empecé a notar su chorro de meado en mis tetas, volví a correrme por cuarta vez en poco menos de media tarde.

– ¡Buena tarde pasasteis!

Iba a retirarme de la escalera para ir directamente a hacerme un pajote, cuando mi tía Julia siguió con su narración.

– Desde esa tarde, cuando íbamos a la casa jugábamos a lo mismo, aunque nunca lo comentábamos entre nosotros, para que él disfrutara forzándome y yo dejándome atar y forzar por un asaltante. Durante los días anteriores y posteriores a ir a la casita yo estaba permanentemente mojada y excitada, esperando que llegase el momento del asalto. La cosa se fue sofisticando, yo me bajaba al garaje a media tarde e iba ordenando las cosas hasta que notaba que Pepe me asaltaba por detrás, yo intentaba resistirme, pero él siempre lograba trabarme las manos y cubrirme los ojos, entonces con unas gruesas y bastas sogas me ataba a la mesa de trabajo, unas veces boca abajo con los pies en el suelo y otras veces boca arriba con la cabeza colgando. En algunas de esas posiciones me rompía la ropa y me dejaba durante horas atada. Disfrutaba de esas horas esperando a que volviese, chorreando flujos por los muslos. Cuando volvía me golpeaba con una fusta, luego me ataba las tetas fuertemente con unas cuerdas hasta que me doliesen y me follaba o me daba por el culo, hasta que los dos nos corríamos varias veces.

– ¿Por qué me cuentas estas cosas tan íntimas?

– Para que sepas porque no voy a encontrar a otro como Pepe, que logre darme tanto placer. Los juegos no quedaron ahí, yo me sentía cada vez más perra y un día cuando me había atado e iba a dejarme sola, le dije que no se subiera a la casa, sino que se fuera de putas a un club de carretera que estaba a la salida del pueblo.

– ¡Pero Julia! ¿Cómo se te ocurrió semejante disparate?

– De disparate nada, las horas de espera atada y desnuda, sabiendo que Pepe estaría follando con alguna puta me ponían como loca de deseo. Disfrutaba de cada minuto hasta que oía el motor del coche al volver. El olor que traía a perfume barato de putas me ponía en tal grado de excitación que a veces me corría sólo con olerlo. En esas ocasiones le pedía que me metiese la polla en la boca, para saborear el coño de otras en su polla. Uno de los días llegué a correrme seis veces.

– No podía ni imaginarme que tu vida sexual fuera así, viéndote entonces vestida como una medio monja.

Sabía que lo que estaba escuchando iba a perseguirme durante mucho tiempo y que no podría volver a ver a mi tía Julia de la misma manera.

– Otro día le pedí que se trajera a una puta al garaje y que se la follase allí mismo delante de mí. Al poco rato de estar atada escuché de nuevo el ruido del coche y luego bajar por la escalera a dos personas. El perfume de la puta era insoportable, pero lo disfruté como nunca. ¿Quién es la guarra esta? Escuché preguntar a una mujer con una voz muy rota. Nuestra perrita, le contestó Pepe. Quítale la venda de los ojos, para que vea como me follas, le ordenó la puta y él la obedeció de inmediato. Era una mujer morena de grandes tetas embutidas en un apretado vestido corto, tendría más o menos mi edad entonces, unos cuarenta años, iba muy pintada y con unos tacones escandalosos.

– Julia, por favor, no sigas.

– Sí, déjame seguir, quiero que sepas hasta donde ha llegado tu hermana. Aquella mujer cogió la fusta que le pasó Pepe y me golpeó el culo con saña, al primer trallazo me corrí a chorros. Cuando se cansó de golpearme se puso delante de Pepe, que estaba en mi campo de visión, empezó a sobarle la entrepierna hasta que le abrió el pentalón, se puso de rodillas y empezó a comerle la polla. Tu amo tiene un buen rabo, me dijo casi sin sacársela de la boca. Yo volvía a estar a punto de correrme y empecé a restregar el coño por el filo de la mesa de trabajo, hasta que la puta se dio cuenta, entonces se levantó se puso detrás de mí y empezó a pasarme la fusta por el coño hasta que volví a correrme. Pepe se folló a la puta y se corrió en su cara, luego se vistió y se fue con ella, dejándome atada. No tardó en volver. Al entrar en el garaje se quedó delante de mí, se abrió el pantalón y estaba de nuevo empalmado, le pedí que me la metiera en la boca, pero él se puso detrás y me la metió por el culo sin compasión. Me corrí tres veces hasta que él se corrió dentro de mí. Luego, como me había quedado sin fuerza en las piernas, me desató y me dejó tumbada en la mesa, hasta que me dormí. A media noche me desperté con un frío terrible. Subí a la casa, Pepe en albornoz, estaba viendo porno en la televisión sobándose la polla. Me puse de rodillas entre sus piernas y le comí la polla hasta que nos corrimos los dos de nuevo.

– Julia, estabas enferma con el sexo.

– No hermana, no te equivoques, durante aquella época era una mujer profundamente feliz.

– ¿Qué pasó para que terminarais separándoos, Pepe debía ser también feliz con esos juegos tan pervertidos?

– Todo cansa, Ana. Pepe seguía atándome, tapándome los ojos y desgarrándome la ropa, me dejaba sola y se iba al pub a beber con sus amigotes. Un día no volvió solo, sino que se trajo a dos de sus amigotes de borrachera. Venían los tres bebidos, Pepe les dijo que podían hacer conmigo lo que quisieran. No había estado más caliente en mi vida. Ese día me había dejado boca arriba sobre la mesa con la cabeza colgando. Uno se dedicó a follarme la boca mientras el otro me amasaba las tetas que tenía atadas produciéndome un dolor insoportable para otra persona que no fuera tan masoquista como yo. Luego me follaron por turnos hasta que ambos se corrieron. Yo me corrí cinco veces. Cuando se fueron Pepe me cortó la brida de las muñecas y se fue a la planta alta dejándome cubierta por las corridas de sus amigotes. Pasados unos minutos subí medio desnuda las escaleras. Pepe estaba durmiendo la mona en nuestra cama. Me acosté sin quitarme las corridas, estaba todavía tan caliente que tuve que hacerme un dedo para poder dormirme.

– Julia esto que me estás contando es horrible.

– No te digo que no, pero a mí me encantaba. Al saberse en el pueblo que Pepe me dejaba atada y desnuda en el garaje, grupos de chicos esperaban agazapados a que Pepe se fuera en el coche, entonces entraban en el garaje y me follaban como locos. Yo no podía verlos pero oía lo que decían de mí, me llamaban puta, guarra, viciosa, alguna vez llegaron a mearse en grupo sobre mí. Todo eso me gustaba y me excitaba enormemente, pero Pepe dejó de follarme y empezó a poner excusas para que no fuéramos a la casita, por mucho que yo se lo rogara o le prometiera las cosas más sucias que se me ocurrían.

– Julia tienes que reponerte de esa época y tener sexo normal con otros hombres.

– Ana, a mí el sexo normal, como tú le llamas, no me dice nada, no llega a excitarme lo más mínimo, yo necesito que me den mucha caña para disfrutar. –Dijo mi tía levantándose para irse-.

– Julia cuenta con nosotros para lo que necesites. –Le dijo mi madre despidiéndose de ella en la puerta, para luego volver a sentarse en el sofá muy pensativa-.

Volví a mi habitación, cerré la puerta con pestillo, busqué en el ordenador páginas porno de mujeres masoquistas y me hice un pajote memorable.

La historia de mi tía me produjo un fuerte desasosiego los días siguientes. Ahora creo que era demasiado joven e inexperto como para digerir las cosas que mi tía le había contado a mi madre. Incluso me daba vergüenza que mi madre hubiera escuchado semejantes cosas. Durante varios días no fui a la piscina de su casa, me daba una enorme vergüenza encontrármela.

Una tarde noche que había salido a dar una vuelta con Cristina, no recuerdo porque motivo, pero ella empezó a hablar del sadomasoquismo, de que las mujeres que lo practicaban tenían que ser unas viciosas y unas guarras, para terminar diciendo que a ella no se le pasaba ni por la cabeza hacer alguna vez cosas así. Aquello me molestó un poco. Mi tía Julia sería masoquista, pero era una buena persona, no una viciosa o una guarra.

– Cristina, no creo que sea para decir esas cosas. Cada persona tiene sus gustos sexuales. –Le dije recordando lo que mi madre le había dicho a mi tía-.

– No Carlos, si le damos rienda suelta a los deseos más oscuros, terminamos convirtiéndonos en animales.

– Cristina, precisamente los animales no son ni sádicos ni masoquistas, a ellos les basta con tener sexo para prolongar la especie. Somos los humanos los que hemos añadido otras cosas al acto sexual.

– Pues que sepas que yo no voy a hacer ninguna de esas cochinadas.

– No te preocupes que yo tampoco te lo voy a pedir.

Ahí quedó la conversación con Cristina sobre el masoquismo que, por otra parte, no llegué a saber entonces porque la había sacado ella.

Un día a principios de septiembre me llamó mi prima Luisa.

– Carlos, vente esta tarde a la piscina, vamos a estar todas las que viviremos este curso en el piso y queremos hablar contigo sobre cómo nos vamos a organizar.

– De acuerdo, me acerco sobre las cinco.

A la hora en que había quedado entré a la piscina por la puerta del jardín, que normalmente estaba abierta durante el día. María, Luisa y Vero estaban tomando el sol y charlando. Cuando las vi me quedé con la boca abierta, habían cambiado sus normalmente discretos bañadores por unos mini biquinis, que a duras penas conseguían cubrirles los pezones o el chocho y, por supuesto nada del culo.

– Hola Carlos –dijeron cuando me vieron llegar a la piscina-.

– ¡Vaya, que guapas estáis!

– ¿Te has dado cuenta? Hemos decidido cambiar el bañador por el biquini, que es lo que se lleva este año. –Me contestó Luisa-. Anda siéntate con nosotras y vamos a organizarnos ahora que tenemos tiempo.

Me senté en el césped mirándolas a las tres.

– Como sabes el piso tiene tres dormitorios y como seremos cuatro, María y yo dormiremos en la misma habitación en la litera. –Dijo Vero-. Luisa y tú dormiréis cada uno en una habitación. ¿De acuerdo?

– Si claro.

– Nosotras nos encargaremos de la compra, la comida y la limpieza de la cocina cuando estemos, tú te encargarás de lavar la ropa y de limpiar el salón y el baño. Cada uno se encargará de limpiar su dormitorio. ¿De acuerdo? –Dijo Luisa-.

– Me parece muy razonable, nada que objetar al reparto.

– Salvo excepción, nosotras entraremos primero en el baño por las mañanas y tú entrarás el último.

– Voy a tener que correr para llegar puntual a las clases, pero me parece bien también.

Podía verle a Luisa sus grandes tetas casi enteras, el top del biquini sólo le tapaba las areolas y los pezones y las primeras no siempre. Empecé a perder el hilo de la conversación, las miraba y veía a tres chicas preciosas, que estaban buenísimas y no a mis primas a las que había conocido desde siempre. Empecé a notar como mi polla también se hacía eco de aquellas tres tías buenas y se me iba poniendo morcillona. No quería empalmarme. Me dije que me tenía que haber puesto un pantalón corto además del bañador, pero yo no esperaba encontrármelas con aquellos biquinis.

– Carlos, ¿nos sigues? –Me preguntó María-.

– Claro, claro –le contesté tratando de volver a concentrarme en la conversación y diciéndome que eran mis primas de toda la vida-.

– Hablemos ahora de las visitas –dijo Luisa-. Podrás recibir visitas sólo para estudiar y tendrán que irse antes de la hora de la cena.

– Igual alguna noche tengo que hacer un trabajo con algún compañero –le objeté-.

– Pues os vais a la sala de estudio. No queremos que el piso de convierta en un cachondeo permanente.

– ¿Los fines de semana que no estéis puedo invitar a alguien a dormir?

Se miraron las tres y habló Luisa.

– ¿A quién quieres invitar tú?

– No sé, a algún amigo para ver la televisión o jugar a la play. –Contesté, aunque yo estaba pensando en poder invitar alguna vez a Cristina a pasar el fin de semana-.

– No mientas, tú estás pensando en invitar a alguna chica para follar con ella. –Continuó Luisa-.

– Como si eso fuera tan fácil.

– ¿Qué pasa, que todavía no te follas a Cristina? –Preguntó Vero-.

– ¡Y a ti que te importa eso! –Le contesté-.

– Me importa porque estás haciendo el panolis con ella. Carlos que Cristina es muy popular entre los chicos del instituto y ya te puedes imaginar porqué. –Me contestó Vero-.

– Vamos a dejar aquí el tema. Yo no me meto con quién salís o entráis vosotras, así que haced lo mismo conmigo.

– Haya paz –dijo Vero-. Tienes razón, si no estamos ninguna de nosotras puedes invitar a Cristina o a quien te de la gana.

El enfado con mis primas había conseguido que se me bajara la polla. Así que decidí que era el momento de irse.

– Bueno, si no tenéis nada más sobre el piso me voy que he quedado con Javier.

– Anda hijo que vaya amigo más salido te has echado. –Dijo Vero-.

– ¡Qué me olvides! –Le contesté levantándome y yéndome hacia la puerta del jardín-.

Cuando ya estaba en la calle empecé a pensar que la convivencia con mis primas no iba a ser fácil. Vivir con tres tías tan buenas me iba a tener todo el santo día fuera de mí, pero encima, ellas me trataban como si estuvieran siempre supervisando lo que yo hacía, con qué chica salía o entraba o cómo eran mis amigos.

Cuando faltaba una semana para que me fuera a vivir a Sevilla, el domingo fuimos mis padres y yo a llevar mis cosas. Ellos tenían un viaje para el fin de semana siguiente y no podrían ayudarme con la mudanza. Había estado alguna vez en el piso hacía tiempo, me pareció más pequeño de como lo recordaba. Mi habitación estaba bien, bueno más o menos igual que resto, luminosa y dando a un patio interior sin mucho ruido. Todos los dormitorios estaban equipados con literas, pensando en que tuviéramos que coincidir todos los primos alguna vez y poder equipar las habitaciones con una o dos mesas para estudiar. Dejé mi ordenador de sobremesa y la mayor parte de mi ropa. El domingo siguiente me vendría en el autobús sólo con las cosas más pequeñas. Cuando estábamos terminando de ordenar, reparé que sobre la mesita de noche había una caja de preservativos, que por supuesto yo no había dejado.

– Carlos, te he dejado una caja de preservativos sobre la mesita. –Me dijo mi madre y yo creí morirme de la vergüenza-.

– ¡Mamá ya me los compraré yo si llegara a necesitarlos, que lo dudo!

– Pues ya los tienes, mira que ahora las chicas son muy lanzadas.

– Vale mamá, podemos dejar el tema.

– A mí no me importa que te acuestes con chicas, lo que no quiero es que cojas lo que no tienes o que dejes embarazada a alguna por una tontería.

A mi edad yo ya había follado con algunas chicas. No muchas veces, pero al menos me había estrenado en el asiento trasero de algún coche o en algún banco del parque. La verdad es que todas las veces habían sido muy incómodas y muy rápidas y lo que yo tenía eran ganas de estar con alguna chica, los dos solos desnudos y en una cama o un sofá.

La semana siguiente transcurrió rápida. Hacía tiempo que no veía a Cristina, porque estaba de vacaciones con sus padres hasta el sábado antes de tener que irme. Salí varias noches con Javier. Sus padres habían decidido que viviera en una residencia de estudiantes, al menos el primer año hasta que se le quitara la caraja, le dijeron. Javier estaba cada vez peor con la calentura. No hablaba de otra cosa que no fueran las tías a las que se iba a follar ese curso.

– ¿Tú has follado alguna vez? –Le pregunté una noche que ya me tenía harto-.

– Follar, follar, no. Pero alguna vez me han hecho un pajote.

– Alguna vez, ¿una o ninguna?

– Vale una vez y no fue tanto que me hicieran un pajote como que me corrí besando a una chica.

– ¿Entonces por qué crees que las cosas van a ser muy distintas este curso?

– Porque he soñado varias veces que follaba con algunas pibitas y eso se tiene que cumplir.

Al pobre le iba fatal con las chicas, deseé que mejorara su suerte, tanto por él como pormí.

– ¿Sabes que tu suegra hace sesiones reservadas TECH los sábados por la tarde en su peluquería? –Me dijo y creí que estaba cambiando de tema-.

– Cuantas veces tengo que decirte que no tengo suegra.

– Vale. ¿A qué ni te imaginas que es eso de sesiones TECH?

– Me imagino que será algo sobre peinados modernos o que utiliza algo tecnológico para peinar.

– No te hagas el tonto, que te lo habrá contado Cristina.

– Pues no, no me ha dicho nada de sesiones TECH.

– Pues son sesiones en las que tu suegra le enseña a otras mujeres “Tratamientos de Estética del CHocho”. Vamos, como depilarse o hacerse las ingles brasileñas y cosas así.

– ¡No digas tonterías Javier! Eso lo has soñado o te lo has inventado.

– ¡Qué no, que lo oí cuando una amiga de mi madre se lo contaba! Te imaginas a cuatro o cinco tías con el chocho al aire afeitándoselo a la vez.

– Eres un enfermo.

Reconozco que aquella última imagen me asaltó en mis sueños durante algún tiempo.

El sábado mis padres se fueron a primera hora y a media mañana me llamó Cristina, que ya había vuelto de vacaciones.

– ¿Te apetece que comamos juntos? –Me preguntó-.

– Si claro, tengo muchas ganas de verte.

Quedamos en una pizzería sobre las dos de la tarde. Llegué temprano y ella todavía no estaba. Me senté mirando a la puerta para verla venir. Lo hizo en menos de cinco minutos. Venía muy guapa, se había puesto morena durante las vacaciones y lucía una minifalda que le marcaba su hermoso culo y una camiseta ajustada que resaltaba sus grandes tetas. Nos dimos un pico en la boca para saludarnos, a ella no le gustaba besarme delante de la gente.

– Estás muy guapa –le dije-.

– Gracias, tu también estás muy guapo.

– ¿Qué tal las vacaciones?

– Un coñazo con mi madre todo el santo día encima de mí, sin dejarme hacer nada de lo que yo quería. ¿Y tú?

– Mis padres no podían irse de vacaciones este año, así que en casa y saliendo con Javier alguna noche.

Comimos una pizza hablando de tonterías. Cuando terminamos le propuse que fuéramos a un pub a tomar algo.

– Me dijiste que tus padres están de viaje, ¿no? –Me contestó ella-.

– Si, se han ido esta mañana hasta el domingo por la noche.

– ¿Me invitas mejor en tu casa?

– Buena idea, así podremos estar más tranquilos.

Cuando llegamos fuimos a mi habitación. Yo estaba ilusionado con que nos diéramos un buen lote, ya que era ella la que había propuesto que viniéramos a casa para estar solos.

– ¿Qué quieres tomar? –Le pregunté-.

– Una ginebra con tónica.

La dejé en mi habitación y fui a la cocina por las bebidas. Yo decidí tomarme un whisky para que no se notase el bajón en la botella de ginebra. Cuando volví con las copas estaba sentada delante del ordenador portátil que mis padres me habían regalado por haber terminado el bachiller. Lo había dejado encendido y ella estaba trasteando con él. Le pasé su copa y me senté en la cama con la mía.

– ¿Ves mucho porno? –Me preguntó y yo me quedé un poco extrañado por la pregunta-.

– Mucho no. Algunas veces cuando me quedo solo en casa. ¿Y tú?

– Nada, mis padres le han puesto a nuestro ordenador el control parental, porque mi madre pilló a mi hermano pequeño cascándosela. ¿Tú también te haces pajas cuando ves porno?

– Hombre no ves porno para seguirle el argumento.

– ¿Te gustan los videos de chicas masturbándose?

– Si la chica está buena, sí.

– Te he mandado un regalo a tu correo. –Dijo levantándose para dejarme la silla frente al ordenador-.

– ¿Qué regalo? No tenías que haberte molestado.

– No ha sido ninguna molestia.

Me senté frente al ordenador y abrí el correo. En efecto tenía un correo de Cristina con un archivo adjunto que parecía ser un video.

– ¿Quieres que lo vea ahora? –Le pregunté-.

– Con una condición.

– ¿Cuál?

– Que te hagas una paja mientras lo ves y que yo te grabe con mi móvil. Quiero quedarme con un recuerdo tuyo.

Me quedé bastante sorprendido, pero me calentó enormemente la idea de hacerme una paja delante de Cristina y que ella me grabara. Antes de que Cristina terminara de hablar ya estaba totalmente empalmado.

– Vale, pero no me saques la cara.

– No pensaba hacerlo.

Me contestó levando sus manos a mi entrepierna para soltarme los pantalones. Yo me incorporé en la silla para que pudiera bajármelos. Ella me bajó también los boxes y mi polla saltó como un resorte.

– Tienes una polla grande y bonita –me dijo-.

– Gracias, es toda tuya –le contesté-.

Volví a sentarme y ella se puso al lado del ordenador con el móvil enfocándome. Abrí el archivo y empezó a reproducirse. Aunque no se veía la cara sabía que era Cristina. Estaba desnuda y de pie en el que debía ser el baño del hotel donde hubieses estado de vacaciones, se veía su culo y su espalda directamente y la otra parte del cuerpo reflejada en un espejo que cubría toda la pared. Sus tetas se veían preciosas, grandes, muy blancas y con unas hermosas areolas rosadas. Llevaba el chocho casi depilado, sólo con un triángulo de vello muy corto en el monte de Venus. Tenía una ligera barriguita que le daba todavía más morbo. La miré directamente y luego volví la mirada a la pantalla del ordenador. Estaba caliente como había estado pocas veces. Me saqué el niqui por la cabeza, quedándome desnudo y empecé a sobarme el nabo y los huevos con una serenidad que en realidad no tenía.

– Cristina que buena estás. –Le dije sin quitar la vista de la pantalla-.

– Sigue con la paja que me estoy poniendo muy cachonda.

En el video Cristina se sobaba las tetas y se tiraba de los pezones. Se oía como gemía quedamente. Sin dejar de sobarse las tetas, puso su mano derecha sobre su chocho y empezó a acariciárselo. La miré directamente, con una mano seguía grabándome con la cámara del móvil y con la otra se había subido la minifalda y se tocaba el chocho por encima de un tanga casi transparente.

– ¿No te apetece follar? –Le pregunté-.

– No, quiero quedarme con la paja que te estás haciendo para cuando no estés.

En el video se volvió de frente a la cámara y subió una pierna sobre la encimera del lavabo. Se abrió el coño con las dos manos, se veía rosa y brillante por los jugos que debía estar segregando. Tenía el clítoris grande y completamente excitado. Luego siguió acariciándose con una de sus manos y con la otra volvió a sobarse las tetas y a tirarse de los pezones.

– ¿Le queda mucho, por qué yo no voy a aguantar más? –Le dije-.

– No, unos segundos, estaba tan cachonda cuando lo grabé que me corrí enseguida.

– ¿Y ahora cómo estás?

– Todavía más cachonda, sigue que me voy a correr contigo.

En la grabación Cristina empezó a correrse con unos fuertes estertores en el cuerpo y en las piernas. Yo no podía más, aceleré el ritmo de la paja y comencé a correrme a grandes chorros sobre mi barriga y mi pecho.

– ¡Aaaaggg Cristina, como me has puesto de caliente!

– ¡Me corro, me corro, me corro, me co…! –Gritó Cristina, dejó a grabar y tuvo que apoyarse para no caerse-.

– ¿Cómo se te ha ocurrido esto? –Le pregunté-.

– Quería que vieras lo caliente que me pone pensar en ti y ya he visto que tú también te pones muy caliente conmigo.

Me levanté de la silla y empecé a besarla mientras le quitaba la falda y la camiseta. No llevaba sujetador, ni falta que le hacía, tenía los pezones duros como piedras. Le pegué la polla a la barriga y le cogí el culo para apretarla contra mi polla.

– ¡Joder Cristina que calentón tengo todavía!

– ¿Y yo cómo te crees que estoy?

– ¿Follamos?

– Todavía no, quiero ponerme todavía más caliente.

– ¿Qué quieres que hagamos?

– Me apetece que veamos porno juntos.

– Vale, pero vamos a verlo en el proyector que han instalado mis padres en el salón.

Cogí el portátil y fuimos al salón los dos desnudos. Lo conecté al proyector, bajé la pantalla y busqué una de las páginas porno que conocía.

– ¿Qué te apetece que veamos? –Le pregunté-.

– Algo sadomasoquista.

– Pues no decías que eso no te gustaba.

– Carlos no entiendes a las mujeres, te dije que no me gusta porque tenía que negar lo que más me excita, pero ahora ya no me importa que lo sepas.

Busqué y puse un video en el que una mujer bastante tetona estaba colgada de una barra del techo y a duras penas podía apoyar los pies en el suelo. Tenía los ojos tapados con una venda negra. Un tío que se movía alrededor de ella, le soltaba trallazos con un pequeño látigo.

– ¿Te gusta esta? –Le pregunté-.

Cristina por toda contestación se puso de rodillas en el sofá, metió la cabeza entre mis piernas y empezó a comerme la polla, que la tenía todavía más dura que antes de correrme. Era la primera vez que me hacían una mamada y no me lo podía creer. Cristina me pasaba la lengua por todo el tronco, mientras me sobaba los huevos con una mano.

– Cristina esto es la gloria.

– Agárrame las tetas.

Como pude llevé mis manos a sus tetas y empecé a sobárselas.

– ¡Así no, más fuerte, quiero sentir dolor! –Me gritó-.

Le apreté las tetas todo lo que pude y ella empezó a gemir. En el video el tío después de azotar a la chica hasta hartarse, se puso delante de ella y empezó a meterle el mango del látigo por el chocho y a sobarle el clítoris con mucha violencia con sus manos enguantadas. Cristina se incorporó y se dio la vuelta en el sofá.

– Fóllame, pero no te corras dentro. –Me dijo-.

Me puse de rodillas detrás de ella y le metí la polla entera de un golpe de caderas.

– Pégame fuerte en el culo mientras me follas. –Me gritó-.

Nunca me podía haber imaginado que Cristina fuera una fiera semejante. Le solté dos cachetazos con todas mis fuerzas y luego seguí golpeándole las nalgas mientras bombeaba en su interior hasta que el culo se le puso rojo como un tomate. Cada vez que le soltaba un cachete en su precioso culo notaba una especie de calambre en la polla y sentía como se me ponía todavía más dura, Llevé una mano a su pelo y tiré de su cabeza con fuerza hacia atrás, sin parar de darle manotazos en su culo.

– ¡Sigue follándome Carlos, que me voy a correr, sigue, sigue…!

Noté que su chocho se cerraba y se distendía sobre mi polla al correrse y empezó a segregar tantos jugos que le desbordaban el coño y le salían rodeándome la polla. No pude más, le saqué la polla y sin tocármela empecé a correrme sobre su culo y su espalda. Luego ella se dejó caer boca abajo en el sofá y yo me dejé caer sobre ella. Había sido el mejor polvo de mi vida hasta el momento. Después de un rato así, le dije:

– Deberíamos ducharnos para quitarnos el pegajo.

– Sí, creo que sí. –Contestó ella-.

Me levanté, desmonté el ordenador y el proyector y recogí la pantalla, mientras ella retozaba boca abajo en el sofá. Cuando terminé le di la mano para que se levantara y fuimos hacia el baño.

– Cristina no podía imaginar que fueras así en el sexo.

– ¿Así como?

– Tan activa y tan salvaje.

– ¿Y te gusta o no?

– Claro que me gusta y mucho, me vuelve loco.

El agua de la ducha empezó a salir caliente y nos pusimos bajo el chorro, volviendo a besarnos. Cristina llevó sus manos a mi polla y empezó a hacerme una paja, yo puse una mano en su chocho y le acaricié el clítoris.

– Estás otra vez empalmado –me dijo-.

– ¿Y cómo quieres que esté con el pajote que me estás haciendo?

– Si sigues sobándome el clítoris voy a volver a correrme.

– Y yo también voy a volver a correrme, sigas o no sigas con el pajote.

Volvimos a corrernos los dos como si hubiera sido la primera vez y no la tercera. Nos secamos y volvimos a mi habitación. Era ya casi de noche.

– Cristina que despedida me has dado. –Le dije mientras nos vestíamos-.

– Y tú a mí. ¿Te acordarás de mí cuando estés en Sevilla?

– Cómo podría olvidarte y cuando crea que puede pasar veré tu video y me haré un pajote a tu salud.

Recogimos más o menos las cosas y salimos a tomar algo en la calle. Después la dejé cerca de su casa, volví a la mía y me quedé dormido como un tronco pensando en la magnífica tarde de sexo que habíamos echado, no sin antes volver a ver el video de Cristina y volver a empalmarme.

A las seis de la tarde del día siguiente cogí el autobús a Sevilla. Desde la estación cogí otro autobús y fui al piso. Pese a tener las llaves llamé al portero.

– ¿Sí? –Me preguntó una voz que me pareció la de mi tía Julia-.

– Soy Carlos.

– ¿No tienes llave?

– Sí, pero prefería anunciarme.

– Déjate de tonterías y sube, que vienes a tu casa.

Mientras esperaba el ascensor, pensé que no veía a mi tía Julia desde el día que estuvo hablando con mi madre. Empecé a recordar la conversación, pero preferí pensar en otra cosa.

– Hola Carlos, ¿nervioso por empezar una nueva vida? –Me preguntó mi tía, dándome dos besos-.

– Un poco.

– Pues no lo estés, seguro que lo vas a pasar muy bien con tus primas y tus nuevos amigos y amigas.

Mi tía estaba radiante, parecía tener cinco años menos. Llevaba unos vaqueros blancos tan ajustados que era imposible que llevara bragas y una camisa roja con los botones desabrochados justos para enseñar el fantástico canalillo que formaba el comienza de sus tetas.

– ¿Qué has venido a traer a las primas? –Le pregunté-.

– Sí, pero después he pensado que me voy a quedar unos días. Pasa y deja las cosas en tu habitación.

No solamente iba a tener que convivir con mis primas, sino también con mi tía que me ponía más caliente todavía. Después de dejar las cosas en mi habitación fui al salón para saludar a mis primas.

– Hola primo -dijeron al verme y me saludaron con dos besos en las mejillas-.

– Mamá, ¿te apetece salir a dar una vuelta y tomar una copa con nosotras? –Dijo mi prima María-.

– Pues mira sí, hace un siglo que no me tomo un gintonic y hoy me apetece. ¿Te vienes Carlos?

– De acuerdo voy con vosotras, ya he ordenado las cosas y no tengo nada que hacer hasta mañana.

Al entrar al pub al que nos había llevado María, noté como todos los hombres miraban a las cuatro bellezas a las que acompañaba, entre ellos mi amigo Javier que ya estaba acomodado en la barra. Se levantó y se vino hacia nosotros.

– Bien empezamos –susurró mi prima Vero-.

– Hola Javier, qué sorpresa –le dijo mi tía al verlo, mientras él iba besando a las cuatro-.

Mi tía y mis primas se fueron hacia la barra y yo me quedé un momento con Javier.

– ¡Joder tío qué suerte tienes, salir con semejantes cuatro tías buenas, pero la que está más buena de todas es tu tía!

– No empieces Javier, que te conozco.

– Te tengo que enseñar la última aplicación que me he comprado para el móvil, el “calentómetro”.

– ¿El calenqué?

– El “calentómetro”.

– Eso me había parecido oír, pero no quería creérmelo.

– Es la hostia tío. Sacas una foto, abres la aplicación y con un código de colores te dice que tías están más calientes.

– Tú eres un enfermo. ¿Cuánto te ha costado la tontería?

– Diecinueve con noventa y nueve, pero de tontería nada. Verás.

Cogió el móvil y sacó una foto de la barra dónde estaban mi tía y mis primas. Luego lo manipuló y al momento me enseñó la foto como pasada por unos filtros de color. En ella mis primas María y Vero aparecían en un tono azul, mi tía y Luisa en un tono naranja y la camarera en un vivo tono rojo.

– ¿Ves tío? Es la hostia, con esto me voy a hartar a follar.

– ¿Pero qué tengo que ver?

– Tu tía y tu prima Luisa están cachondonas, pero la camarera está que revienta.

– ¿Tú eres tonto o estás fumado?

– Vas a ver si soy tonto.

Se guardó el móvil en el bolsillo y volvió dónde estaba sentado antes en la barra. Llamó a la camarera y le dijo algo al oído, la camarera se retiró un poco de Javier, él se estiró sobre el taburete para volver a acercarse al oído de la camarera, que sin mediar palabra le soltó un bofetón de los que hacen época. Yo empecé a reírme sin poder remediarlo. Lo malo fue que el otro camarero salió de la barra y se fue directamente a por Javier con la clara intención de partirle la cara. Otro cliente que estaba al lado de Javier y yo tratamos de ponernos en medio para calmar los ánimos. Después de un tira y afloja conseguí sacar a Javier del pub sin que el camarero, que debía ir día sí y día también al gimnasio, le produjera lesiones mayores.

– ¿Has visto? –Me dijo-.

– Lo que yo he visto es que te han partido la cara.

– Lo que demuestra que estaba cachonda perdida, lo malo es que no era por mí.

– Mira Javier, déjalo ya, vete a tu residencia y estrénala haciéndote una paja.

Por fin lo convencí de que se fuera y se marchó exclamando:

– ¡Es la hostia, la hostia, me voy a matar de follar!

Entré de nuevo al pub y me acerqué a mis primas.

– ¿Qué le ha pasado a tu amigo con la camarera? –Preguntó mi tía-.

– Nada, que el pobre es tonto y eso no tiene fácil arreglo.

– Alguna guarrería que le habrá soltado –dijo mi prima Luisa-.

– No sería raro –le contesté-.

Terminamos la copa y volvimos al piso a cenar algo. Las cuatro dijeron que iban a ponerse cómodas y yo me senté frente a la televisión para ver los resúmenes del fútbol. Al poco salieron mi tía y María con unos pijamitas cortos y vaporosos, que evidenciaban en ambos casos que iban sin sujetador, pues se les marcaban los pezones a las dos. Vaya tela lo que me queda a mí aquí, pensé. Mis otras dos primas salieron un minuto después al salón con unos camisones medio transparentes un poco por debajo del culo, dejando intuir con total claridad sus tetas y sus braguitas. Me excusé diciendo que no tenía hambre y me fui a la cama para no verlas y engorilarme. Iba a cerrar la puerta de mi dormitorio cuando mi prima Luisa me dijo:

– No Carlos, déjala entornada. La costumbre de la casa es no cerrar las puertas, si no, parece un piso compartido y no un piso familiar.

– De acuerdo –contesté, pensando que preferiría estar en un piso compartido o en una residencia, en la que pudiera tener algo más de intimidad.

Como todos los inicios de curso, tenía mucho tiempo libre y me pasaba en mi habitación las horas muertas jugando a la play con la puerta entornada, según la costumbre de la casa. Un día cuando volví de la facultad no había nadie en el piso. Me acordé del video de Cristina y decidí verlo haciéndome una paja. Cerré la puerta, me puse delante del ordenador y me bajé los pantalones. Cuando estaba en lo mejor de la paja, llamaron a mi puerta, apagué el video y me subí los pantalones en menos de un segundo, que fue el tiempo que tardó mi prima Luisa en abrir la puerta de mi dormitorio y decirme:

– Recuerda Carlos que no se cierran las puertas.

– Perdona, pero se me había olvidado.

¡Coño no me iba a poder hacer ni una paja a gusto! El jueves por la noche mis primas comentaron que se irían al pueblo el fin de semana. Pensé en irme yo también, pero hable con mi madre y me dijo que no, que me quedara, que no podía estar yendo y viviendo todas las semanas. El viernes por la mañana me llamó Javier:

– ¿Comemos juntos? –Me dijo-.

– Vale, me voy a quedar solo y no tengo ganas de hacerme la comida.

– Después de comer vamos a ir a un sitio del que me han hablado que, según dicen, van tías maduras a ligar con jovencitos como nosotros.

– No empieces Javier, vamos a comer y luego vemos que hacemos.

Comimos en un sitio que dejaba bastante que desear y luego, no sé cómo, me deje llevar por Javier al sitio del que me había hablado.

– Es un club que organiza fiestas los viernes por la tarde, a las que acuden tías divorciadas y calentorras en busca de lío. –Me dijo Javier de camino-.

– ¿Y tú cómo te has enterado?

– Porque yo estoy atento a todo lo que tenga que ver con tías con ganas de polla.

– Córtate un poquito que no nos van a dejar entrar.

El sitio estaba en una primera planta a la que se subía por una escalera mínima. Fuera no había ningún cartel ni ningún anuncio. O sabías que estaba o no entrabas por casualidad. En el inicio de la escalera estaba un tío como un armario empotrado y una mujer de unos cincuenta años vestida de forma muy elegante y atractiva. El tío nos paró mientras la mujer nos miraba de manera descarada.

– ¿Qué edad tenéis? –Nos preguntó la mujer-.

– Dieciocho –contestamos los dos enseñándole nuestros carnets de identidad-.

La mujer los miró detenidamente y luego le hizo un gesto al maromo para que nos dejara pasar.

– Prepárate Carlos que vamos a pillar cacho –comentó Javier subiendo la minúscula escalera-.

Arriba había un salón grande con varios sofás y sillones y un pequeño mostrador que hacía las veces de barra. El salón se prolongaba en una terraza al aire libre con unas bonitas vistas. Estaba bastante concurrido por mujeres maduras bien vestidas, todas ellas con una copa y un cigarrillo en las manos. Nos acercamos al mostrador y pedimos dos ginebras con tónica al hombre que estaba dentro.

– Cuarenta euros. –Nos pidió el hombre antes de empezar a servir las copas-.

– ¡Joder ya pueden estar buenos! –Le dije a Javier soltando los veinte euros que tenía para todo el fin de semana en el mostrador-.

Con las copas en las manos nos dirigimos a la terraza. A Javier le faltaba babear mirando a las maduras.

– ¡Cómo nos vamos a poner! –Me dijo Javier al oído-.

Entre las mujeres pude ver a doña Carmen, una que iba a ser profesora mía durante ese cuatrimestre. Días antes nos había presentado la asignatura y no tenía nada que ver su aspecto aquel día con el que tenía ahora.

– Tío voy a sacar el “calentómetro” y así no perdemos el tiempo.

Diciendo esto Javier sacó su móvil del bolsillo y disimulando como si nos estuviéramos haciendo un selfie, hizo varias fotos a distintos grupos de maduras. Lo de los selfies parecía bastante generalizado porque varias mujeres estaban haciéndoselos acompañadas de chicos más jóvenes o de otras mujeres.

– Estoy tan caliente que voy a tener que ir a mear. –Me dijo Javier dejando su copa en una mesa y tocándose el nabo por encima de los pantalones, cosa que no había dejado de hacer desde que llegamos-.

– ¿No irás a hacerte un pajote ahora?

– No, voy a mear, ahora que si se tercia no te diría yo que no vaya a caer.

Me quedé solo, hasta que se me acercó una mujer rubia de unos cuarenta años, un poquito metida en carnes, pero muy atractiva.

– Hola yo soy Rosa.

– Y yo Carlos, encantado.

– ¿No eres un poco joven para estar aquí?

– Tengo dieciocho años, ya le he enseñado el carnet a una mujer que estaba en la puerta.

– Vale te creo. Otra cosa, ¿nos estabais pasando por el “calentómetro”?

Me quedé de piedra y debí ponerme colorado como un tomate.

– Yo no, no sé lo que haría mi amigo.

– A mí no me importa, porque esa aplicación es un engañabobos de la competencia, que no sirve para nada.

Yo me estaba poniendo nerviosísimo, deseaba que Javier volviera para que aquella mujer dejara de intimidarme.

– No sé a qué aplicación te refieres. –Le dije-.

– No te preocupes que es una mierda. Sin embargo, mi compañía está desarrollando otra aplicación basada en mis investigaciones, que sí que funciona.

– Qué bien, ¿y cómo se llama?

– “PPP”.

– No la conozco –le dije mirando a todos lados buscando a Javier-.

– “Paquete, Picha, Pollón”. –Me dijo ella y yo por poco me atraganto con el sorbo que le estaba dando a la copa-. Con una simple foto al paquete de cualquier hombre, te permite saber que te vas a encontrar debajo de sus pantalones.

– ¡Joder que curioso!

– ¿No me crees? Empalmado a ti te mide veinte centímetros con un diámetro de casi cinco. ¿Es así?

Se me descolgó la cara. La tía estaba en lo cierto según la última vez que me había medido la polla.

– No sé, no me la he medido.

– No mientas, todos los hombres os la medís, pero si eres un chico raro que no lo ha hecho, yo estaría encantada de hacerlo.

Volví a mirar a Rosa, la verdad es que la tía tenía un polvazo y me estaba entrando a saco.

– Y yo de que lo hicieras –le contesté sin pensarlo-.

– Pues vámonos, tengo mi hotel justo enfrente.

Soltó su copa, cogió la mía de mis manos, la dejó al lado de la suya y empezó a andar hacia la puerta. Pensé que debería decirle adiós a Javier, miré por todas partes, no lo vi y decidí seguir a Rosa, no iba a desperdiciar semejante oportunidad. Abajo Rosa se despidió de la mujer y del hombre de la puerta con dos besos en las mejillas, debía tener mucha confianza con ellos.

– Te vas muy pronto esta tarde –le dijo la mujer al despedirse-.

– Para que voy a esperar –le contestó Rosa separando sus manos unos veinte centímetros-.

La mujer me miró, enarcó las cejas con gesto de sorpresa y yo me sentí una polla con piernas. Salimos a la calle y caminamos juntos sin hablar menos de cien metros, hasta la puerta de lo que parecía un buen hotel. Yo no estaba empalmado todavía, pero sí me la sentía bastante morcillona. Entré al hotel detrás de ella y aproveché para mirar su buen culo, embutido en una ajustada falda azul. Se acercó al conserje de recepción, le dijo algo que no pude oír, luego se volvió hacia mí para que la acompañase y siguió andando hacia los ascensores. Dentro del ascensor me dijo:

– Carlos me has dicho que te llamabas, ¿no?

– Sí -le contesté, casi sin que me saliera la voz del cuerpo-.

– Pues prepárate Carlos, porque te voy a follar hasta agotarte.

No sé qué me dejó mas acojonado, si lo que me dijo o la voz con que me lo dijo. Salimos del ascensor, ella sacó una tarjeta y abrió la puerta de una habitación, entró y yo pasé detrás de ella.

– Cierra la puerta hasta que nos traigan las copas que he pedido. Desnúdate y ve a ducharte. –Me ordenó mientras se sentaba en un sillón para quitarse los zapatos de tacón que calzaba-.

Yo, como siempre, me había duchado aquella mañana, pero preferí no discutir. Entre en el baño vestido y empecé a desnudarme. Cuando ya estaba desnudo abrí la llave del agua y comenzó a salir agua fría por el grifo de la bañera. Después de dos minutos de tantear llaves no había conseguido que saliera agua caliente por el rociador del techo. ¡Joder qué barbaridad, cómo podía ser tan difícil maniobrar las putas llaves del agua! Me pareció oír que llamaban a la puerta, debían traer las copas que Rosa había pedido y por fin logré que saliera agua caliente por donde yo quería. Entré en la bañera, seguía con la polla muy morcillona, sabía que en cuanto me la tocara para lavarme se me pondría como un palo. Enfrente de la bañera había un espejo sobre los lavabos que ocupaba toda la pared y me vi reflejado en él. No es que estuviera caliente es que me quemaba al pensar en Rosa.

– Todavía estás así. –Dijo al entrar en el baño sólo con un sujetador y un tanga de hilo azules-.

– Es que me he liado con las llaves de la ducha.

Rosa estaba buenísima, unas tetas grandes a duras penas contenidas por el sujetador, una barriga algo más que marcada y un culo más grande que pequeño con unas nalgas muy carnosas que se tragaban la tirilla del tanga. Se apoyó en la encimera del lavabo y me miró fijamente a la entrepierna.

– No me equivocaba –dijo-. Tócate hasta que te empalmes.

– ¿Por qué no me tocas tú?

– Primero la obligación y luego la devoción. Venga no me hagas perder el tiempo.

Le hice caso y empecé a sobarme el nabo bajo el agua caliente. La miré, en ropa interior estaba realmente tremenda. Entre el sobe y ver a Rosa no tardé ni un minuto en empalmarme del todo. Rosa sacó una especie de escuadra de su bolsa de baño

– Ven aquí –me dijo poniéndose por fuera a los pies de la bañera-.

– ¿Qué quieres hacer?

– Lo que te dije, medirte la polla.

Me puse donde ella me señalaba, colocó aquella cosa a lo largo de mi polla, a partir su base.

– Cógelo y no lo muevas. –Me dijo-.

Se alejó un poco de mí, cogió su móvil y me enfocó el nabo con la escuadra.

– No me saques la cara.

– ¿Crees que yo tengo interés en tu cara? ¡Joder criatura se queda pequeño el calibrador!

Miré hacia abajo y, en efecto, parte del capullo me sobresalía por encima del brazo largo de la escuadra. Después de tomar varias fotos, volvió a coger lo que ella había llamado el calibrador y lo dejó junto al móvil en la encimera. Buscó de nuevo dentro de la bolsa de aseo y sacó otra cosa que de entrada no suoe lo que podía ser y que resultó tratarse de un pequeño metro enrollable de tela, lo extendió y primero me midió la longitud y luego el grosor.

– Mi aplicación no se ha equivocado, veinte de largo y cinco de ancho, calzas una buena polla y se te pone como una barra de hierro.

– Gracias –le contesté sin parar de pajearme-.

Mientras Rosa me medía el nabo yo me puse todavía más caliente, tanto que justo después de ella terminar la medición me corrí lanzando seis o siete chorros que se estrellaron contra sus tetas y su barriga.

– ¿Te parece esto profesional? –Me dijo enfadada-.

– ¿Qué quieres decir con profesional?

– Qué no se te baje –me dijo mientras se soltaba el sujetador y se quitaba el tanga para meterse en la bañera-. No tenía pensado ducharme, pon el agua para que salga por el rociador, que no quiero mojarme el pelo.

– Como si eso fuera tan fácil.

Trasteé con las llaves y conseguí que saliera el agua por el rociador.

– Coge el gel y límpiame la crema con la que me has bañado.

Cogí el pequeño bote de gel del hotel, me puse en las manos y fui extendiéndoselo por las tetas, la barriga y el monte de Venus que llevaba totalmente depilado. El contacto con su suave piel me puso otra vez como una moto. Ella debió notar el nerviosismo de mis manos y me cogió la polla con sus dos manos.

– ¡Divina juventud! –Exclamó al notar la dureza de mi polla, pese a haberme corrido dos minutos antes-. Deberías depilarte, te haría una polla más grande y más bonita-.

– Lo pensaré, me resulta tentador.

– No lo pienses, hazlo. Te lo digo yo que he tenido en mis manos cientos de pollas.

Tras aplicarle gel concienzudamente le dirigí el rociador para quitarle el jabón. Cuando terminé ella se dio la vuelta poniéndose de espaldas a mí, subió una pierna sobre el borde la bañera, volvió a cogerme la polla y se la metió entera de una vez en el chocho.

– Muévete o quieres que lo haga yo todo. –Me dijo-.

Le cogí las tetas y empecé a moverme arriba y abajo. Luego bajé una mano a su clítoris y empecé a sobárselo con fuerza.

– ¡Qué bueno! –Exclamó-. Vales lo que cuestes.

Seguimos así un rato hasta que me dijo:

– ¡No pares de follarme que no voy a tardar en correrme, córrete dentro de mí a la misma vez!

– Haré lo que pueda –le contesté ya sin resuello-.

– ¡Ahora, ahora, sigue follándome, córrete, quiero sentir tus chorros dentro de mí!

Hostia que si me corrí, la tuve que dejar inundada porque cuando le saqué la polla le caían los chorros por los muslos.

– No ha estado mal. Además de tener una hermosa polla, la utilizas bien. ¿Podrás correrte una tercera vez?

– Creo que sí, si me dejas descansar un minuto.

Rosa salió de la bañera cogió una toalla y me pasó otra para mí. Nos secamos y salimos a la habitación. Luego me pasó una copa, ella cogió la otra y nos sentamos en la cama. Tenía curiosidad y le pregunté:

– ¿A qué viene eso de querer medirme la polla?

– Ya te lo dije antes, mi empresa está desarrollando una aplicación que va a revolucionar las relaciones entre las mujeres y los hombres. Cuando un hombre se fija en una mujer, en la mayor parte de los casos, sabe si sus tetas o su culo son grandes o pequeños, incluso la forma que tienen, sin embargo, una mujer no sabe que hay debajo de los pantalones de un hombre. Con mi aplicación podrá saberlo antes de dar cualquier paso.

– ¿Pero eso cómo lo hace?

– Porque yo tengo un enorme conocimiento del sexo masculino y eso es lo que alimenta la aplicación. ¿Cómo te metiste en esto?

– ¿Meterme en qué?

– Bueno, si prefieres no hablar, tampoco me interesa demasiado.

Rosa era una mujer rotunda y bella, mirarla desnuda me ponía muy cachondo, había tenido suerte esa tarde. Me acordé de Javier y me pregunté lo que estaría haciendo y la envidia que tendría cuando le contase lo de Rosa.

– ¿Has descansado ya? –Me preguntó Rosa-.

– Estoy en ello –le contesté-.

– Túmbate en la cama, no tengo mucho tiempo –me ordenó cogiéndome la copa de la mano-.

Me tumbé con la cabeza apoyada en la almohada, ella se puso de rodillas a mi lado y empezó a sobarme y a chuparme la polla, que no tardó en reaccionar, volviendo a ponerse como un palo.

– Así me gusta. –Me dijo pasando una pierna sobre mí y poniéndome su chocho en la boca-. Cómeme el coño.

Yo no tenía mucha experiencia en comer chochos, pero eso está entre las cosas que no hay que estudiar, sino sólo practicar un poco. Le abrí las cachas del culo y le apliqué la lengua con todas mis ganas. Ella se metió mis huevos en la boca sin parar de sobarme la polla.

– Tienes que depilarte, me estoy comiendo tus pelos y no quiero que eso suceda la próxima vez que nos veamos.

¡Joder con la tía, pensé, ni comiéndome los huevos está contenta! Al poco se incorporó y se movió hasta situarse sobre mi polla, dándome la espalda y se la metió en el chocho. Se echó para atrás poniendo sus manos en mi pecho, aproveché para cogerle las muñecas con una mano, tirando de ella hacia atrás y le largué un buen zurriagazo en el culo con la otra mano y después otro y otro. Me ponía mucho ponerle su imponente culo bien rojo y bien caliente. Ella no decía nada, pero yo notaba como le gustaba por como cerraba su coño contra mi polla cada vez que le daba.

– Te gusta mucho pegar, ¿verdad? Ponte de rodillas -me dijo sacándose mi polla y poniéndose de pié-. ¡Vamos que ya te he dicho que tengo prisa!

Me puse de rodillas sobre la cama, ella se puso detrás de mí y sin contemplaciones me cogió la polla y los huevos desde detrás y empezó a apretármelos, mientras me soltaba unos buenos cachetes en el culo. En vez de sentir dolor, sentí que me ponía todavía más caliente. Quería follármela como fuera. Me puse de pie sobre la cama, cogí su cabeza y le metí la polla hasta la campanilla y empecé a follarle la boca, luego la cogí y la tumbé en la cama boca arriba me puse entre sus piernas, me las subí a los hombros y le metí la polla hasta el fondo. La tenía cogida por las caderas y la acercaba y la alejaba de mí. Ella me miraba a los ojos sin pestañear hasta que gritó:

– ¡Me corro, me corro, me corro, aaaagggg, aaagggg!

Cuando terminó de correrse me puse sobre su cabeza, le metí la polla en la boca y me corrí en ella. Se lo tragó todo y se limpió las comisuras con los dedos.

– Vístete, que voy a perder el AVE. –Me dijo incorporándose-.

Fui al baño por mi ropa y me vestí. Cuando salí a la habitación ella seguía desnuda con el móvil en la mano.

– Dame tu teléfono para que pueda localizarte en otra ocasión.

Se lo di, luego ella se puso detrás de mí metiendo sus manos en mis bolsillos, tocándome la polla una última vez, luego me dijo:

– Hasta la próxima, sigue utilizando así el pollón que tienes y te sobrarán mujeres. ¡Ah y no olvides depilarte! –Qué manía había cogido esa mujer con que me depilara. Me acordé de las sesiones TECH en la peluquería de la madre de Cristina

Salí del hotel pasadas las ocho de la tarde, cogí el autobús y me fui para casa. Durante el trayecto pensé que Rosa me había tratado como una polla con patas, pero que a mí no me había molestado. De pie en el autobús me metí una mano en el bolsillo, noté algo dentro y lo saqué para ver qué era no recordaba haber guardado nada. Me quedé de piedra al ver que eran dos billetes de cien euros. ¿Qué coño hacían esos billetes en mi bolsillo? Tenía que haber sido Rosa, pero eso no tenía sentido o sí, ¡joder me había tomado por un puto!

Cuando llegué a casa la llave no estaba echada, pensé que se les habría olvidado echarla al salir con prisas. Me tumbé un momento en la cama, pero las ganas de mear hicieron que me levantara enseguida para ir al baño. La puerta del baño estaba entreabierta y la luz encendida, debía haber alguien dentro. Iba a llamar, pero vi por la abertura a mi tía Julia en sujetador y tanga mirándose al espejo. Creía que se habría ido con mis primas al pueblo, pero ya veía que no. Me quedé impresionado con el cuerpo de mi tía, aun cuando la había visto en biquini ese verano, verla en ropa interior me dejó paralizado. Poco después se soltó el sujetador y lo dejó caer al suelo. Sus tetas eran impresionantes, en su sitio, grandes y con unos pezones enormes. El sujetador debía apretárselas en exceso, porque empezó a sobárselas mientras se miraba en el espejo. Pese a la tarde de follar que me había dado, mi polla empezó a reaccionar ante semejante imagen, hasta que se me puso otra vez como un leño. Mi tía de espaldas a la puerta se quitó el tanga, lo echó al suelo y fue a meterse en la ducha, donde ya no podía verla, salvo que abriera más la puerta, idea que rechacé. Me volví a mi habitación diciéndome que no me tenía que haber quedado mirando, que pese a todo era mi tía. Sentado en la cama miré el móvil y tenía dos llamadas de Cristina. Cerré la puerta y la llamé.

– ¿Por qué no me has cogido el teléfono? –Me espetó nada más coger la llamada-. ¿Dónde estabas?

– Con Javier tomando una copa y no lo he oído.

– He visto a tus primas y creía que tú también habrías venido.

– Mi madre me dijo que no me fuera, que no puedo estar yendo y viniendo todos los fines de semana.

– ¿Has visto mi regalo alguna vez esta semana? Yo he visto el tuyo por lo menos tres veces.

– He intentado verlo, pero mis primas no me dejan cerrar la puerta de mi habitación y no hay manera.

– Ahora que ellas están aquí ya podrás verlo y hacerte una buena paja a mi salud.

– Lo intentaré, mi tía se ha quedado y no sé si saldrá luego.

– Vale, no te olvides de mí.

– Lo mismo te digo.

– ¿Me deseas si quiera un poquito? –Me preguntó poniendo voz de niña mala-.

– Ya sabes que sí.

– ¿Qué te apetecería que hiciéramos juntos solos los dos?

– Follar.

– Eso me gusta. Ven el fin de semana que viene y veremos lo que podemos hacer.

– Vale, lo estoy deseando. Un beso.

– Otro para ti donde tú quieras.

Las ganas de mear me estaban matando, escuché ruidos fuera del baño y salí corriendo para aliviarme. Mi tía estaba envuelta en una toalla en el pasillo. Se volvió al escucharme.

– Hola Carlos, creí que te habías ido, menos mal que me he puesto la toalla.

La toalla le tapaba escasamente desde los pezones hasta milímetros por debajo del chocho. El comienzo de sus tetas y sus piernas se veían de lo más sensuales.

– Hola tía, soy yo el que creía que te habrías ido al pueblo con las primas.

– He preferido quedarme y dejarlas a ellas solas para que se diviertan tranquilas.

– Perdona pero tengo que entrar al baño.

– Claro, espera un momento que lo he dejado todo manga por hombro creyendo que estaba sola.

Volvió a entrar en el baño y dándome la espalda se agachó para recoger la ropa interior que había dejado en el suelo. Al hacerlo pude ver todo su chocho que ahora debía llevar depilado, era muy carnoso y con una raja grande. ¿Iría a la peluquería de la madre de Cristina? Pensé, deje de mirar, temiendo que se volviera y me pillara con la boca abierta.

– Todo tuyo –dijo saliendo-.

– Gracias –le contesté entrando y cerrando la puerta-.

La visión del chocho de mi tía me había puesto muy caliente. Intenté tranquilizarme para poder mear, me costó, pero finalmente lancé un potente chorro sobre el inodoro, que me hizo suspirar del placer. ¡Qué gusto da mear cuando se tienen tantas ganas!

– Carlos, me apetece salir a tomar algo en la calle, ¿te vienes? No quiero ir sola. Una mujer sola tomando una copa en un pub parece que va pidiendo guerra. –Me dijo mi tía al otro lado de la puerta-.

– De acuerdo.

– Dame un minuto que me vista.

Terminé de mear y me quedé en el salón a esperar a mi tía. Yo no tenía muchas ganas de salir, pero me parecía feo dejarla sola, después de lo que me había dicho. A los pocos minutos oí que mi tía me decía:

– Bueno sobrino, ¿te parece que harás mucho el ridículo con esta vieja?

Me volví para mirarla y casi se me descuelga la cara. Se había puesto unos pantalones negros de cuero o de imitación a cuero elásticos tan ceñidos que marcaban todas sus formas y cuando digo todas, incluyo su chocho, y una chaqueta, también de cuero negro, igualmente ceñida, con la cremallera abierta hasta el punto justo de dejar a la vista no su canalillo, sino el canal de Panamá que formaban sus tetas.

– ¡Vaya tía, creo que vas a partir la pana!

– Gracias sobrino, no me ponía esto desde antes de casarme y dudaba mucho que me entrase, pero con mucho trabajo lo he conseguido.

Ya en la calle, le pregunté:

– ¿Dónde quieres que vayamos? Hoy invito yo.

– Vamos a comer algo y luego me llevas a toma una copa. Y de invitar tú ni lo pienses.

Comimos en un restaurante mexicano, donde la comida no es que estuviese picante, es que era mala leche.

– Carlos, a ver qué quieres hacer esta noche, ¿no sabes que el picante es un afrodisiaco?

– No me preocupa esta noche, me preocupa mañana cuando vaya al servicio.-Le dije y nos reímos los dos-.

Con la boca cauterizada la llevé a un pub elegante del que me habían hablado algunos compañeros de la facultad. Al llegar mi tía llamó la atención de todo el local. Pedimos y nos sentamos en una mesa baja.

– ¿Qué tal tu primera semana en la universidad? –Me preguntó-.

– No sabría decirte, ya sabes que en la primera semana no se hace otra cosa que tomar café y cervezas.

– ¿Y los compañeros?

– Ellos simpáticos y ellas guapas, pero parecen muy estiradas.

Mientras hablábamos no podía dejar de admirar lo guapa que estaba y su fabuloso canalillo. ¿Cómo podía ser la misma mujer que le había contado aquellas cosas a mi madre?

– ¿Sigues saliendo con, como se llamaba que no me acuerdo?

– Cristina.

– Eso, Cristina. Es una chica muy guapa.

– Por ahora sí, no sé si seguiremos más adelante, cada uno viviendo en un sitio.

– Sí, eso termina siendo un problema, pero ella vendrá el año próximo a estudiar y volveréis a estar juntos.

– No sé qué pensará hacer. ¿Y tú que tal estás?

– Bastante bien. Salir del pueblo esta semana me ha venido muy bien. Allí, después de lo de Pepe, siento como la gente me mira con pena y eso me desagrada, además me lo recuerda constantemente y yo lo que quiero es olvidarme de él y empezar una nueva vida, lo que no es fácil a los cuarenta y muchos. –Dijo con cierta pena-.

– ¡Venga tía, si eres la mujer más atractiva del pub!

– ¿Me lo dices en serio?

– Claro que te lo digo en serio.

Yo hasta entonces, como todos los chavales de dieciocho años menos mi amigo Javier, no reparaba en las mujeres maduras, pero lo de Rosa de esa tarde y lo de mi tía estaban haciendo que me replanteara mi gusto por las mujeres.

– ¿Es que te gustan las viejas como yo?

– No me gustan las viejas, lo que pasa es que tú no eres ninguna vieja.

– Me gusta escuchártelo, aunque sea mentira.

Estaba claro que mi tía quería que le regalase el oído y además de pensar de verdad lo que le decía, no me costaba ningún trabajo.

– Perdona tía, pero eres más atractiva que la mayoría de las mujeres y de las chicas que conozco. Muy pocas podrían ponerse la ropa que llevas sin hacer el ridículo. ¿Quieres otra copa?

– Tú lo que quieres es que me emborrache.

– ¡Ya ves tú, por dos copas!

– De joven bebía y no me afectaba, pero ahora con dos copas estoy medio borracha.

– Vamos tía que un día es un día.

– Vale, pero la última.

Fui a la barra a pedir y desde allí, mientras esperaba la observé. Su atractivo destacaba y nadie podría echarle más de treinta y tantos años con la ropa que llevaba puesta. Cuando volví con las copas reparé en que la cremallera de su chaqueta había bajado algún centímetro, no debía llevar sujetador. Pensé que era mi tía y no podía engorilarme con ella.

– ¿Cómo era mi madre de joven? –Le pregunté al volver a sentarme-.

– ¿Por qué no se lo preguntas a ella?

– Porque estoy aquí contigo.

– Muy guapa y muy cabeza loca, con eso de ser la hermana pequeña, se aprovechaba de tu abuela y de nosotras las mayores.

– ¿Qué quieres decir con lo de cabeza loca?

– Que desde los dieciséis años se pasaba todo el fin de semana de discotecas y bares, cada semana con un ligue distinto.

– ¿Pero si ahora es de lo más casera?

– Gracias a tú padre, no sé cómo logró que sentase la cabeza.

Seguimos conversando hasta que terminamos la segunda copa, luego nos fuimos del pub hacia el piso. A medio camino, mi tía me dijo:

– Déjame que te coja del brazo, porque voy algo mareada.

Se cogió a mi brazo y noté sus duras tetas contra él. Durante el resto del camino hasta el piso no pude sentir más que el contacto de sus tetas en mi brazo y como la polla me iba reaccionando a ese contacto. Cuando llegamos al piso mi tía me dio dos besos en las mejillas y me abrazó, tuvo que sentir al abrazarme mi polla bastante más que morcillona, lo mismo que yo sus grandes tetas contra mi pecho. Fui al baño y luego me acosté desnudo, como hacía muchas noches en mi casa. El cansancio pudo conmigo y me dormí inmediatamente. Debía llevar muy poco tiempo dormido cuando noté que me tocaban el hombro. Abrí los ojos y era mi tía. Yo estaba tapado sólo con una ligera sábana y tenía una erección como un caballo.

– Carlos, perdona que te despierte, pero me tienes que ayudar.

Mi tía iba vestida con una chaqueta del pijama tan ligera, que permitía que se le marcasen los pezones y casi se le transparentaran las tetas, y el pantalón de cuero negro que había usado esa noche. Tenía que haberse dado cuenta de mi erección bajo la sábana.

– No te preocupes dime.

– Me da mucha vergüenza, pero es que no puedo quitarme los pantalones y necesito que me ayudes.

– ¿Cómo puedo ayudarte?

– Tirando de ellos hacia abajo desde el final de las perneras. Lo malo es que no llevo bragas, con estos pantalones se marcan y queda muy feo.

La polla me dio un brinco cuando mi tía dijo que no llevaba bragas.

– Me he traído una toalla para taparme y si tú miras hacia abajo no pasará nada. –Dijo sentándose en la cama-.

– Tía, lo que pasa es que estoy desnudo, tendrías que dejar que me pusiera algo.

– ¡Venga Carlos, que te he visto desnudo centenares de veces!

– No es lo mismo tía, me he despertado bastante excitado.

– Ya he visto que estabas empalmado, eso es normal en los chicos de tu edad cuando dormís. Vamos que tengo mucho sueño y quiero irme a la cama.

Como la cama era una litera estaba pegada a la pared y no podía salir por los pies.

– Por favor, pásame los boxes que están esa silla.

– ¡Que no Carlos, levántate y terminemos de una vez!

Pues cómo quieras, pensé. Eché la sábana hacia atrás y me levante de la cama con todo el pollón.

– ¡Qué barbaridad niño! –Exclamó ella al verlo-. Qué contenta tiene que estar Cristina.

– Túmbate anda y levanta el culo y las piernas. –Mi tía se puso la toalla por encima de la cintura y me obedeció-.

– Trata de tirar fuerte de las perneras.

– Primero espera que pueda meter las manos para agarrarlas. Ahora –dije cuando logré meter las manos entre los pantalones y las piernas de mí tía-.

– Tira fuerte.

– Eso intento.

Poco a poco logré sacarle los pies de los pantalones, no sin bastante esfuerzo. Seguía completamente empalmado y mi tía me miraba.

– ¿Cómo has conseguido ponértelos? –Le pregunté-.

– Es que es más fácil ponérselos que quitárselos, por eso me los compró mi madre de jovencita. –Dijo riéndose-.

– No sé si los voy a romper de tanto tirar.

– No te preocupes que no se rompen, a ver si vas a ser tú más manazas que algunos de mis novios, que bien que sabían quitármelos.

– Tía no es momento de hacer memoria sobre eso.

– Bueno tú tira.

– Ayúdame tirando tú de la cintura para abajo.

– Espérate me voy a poner de pié para poder sacarlos de las caderas. –Se lió la toalla a la cintura y se puso de pié de espaldas, delante de mí-.

– Tía o la tolla o los pantalones, con la toalla no puedo tirar.

– De acuerdo pero mira para otro lado.

Los cojones iba a mirar yo para otro lado. Su hermoso culo estaba mitad desnudo y mitad metido en los pantalones. Traté de meter las manos entre sus caderas y los pantalones. El contacto con las caderas y el culo de mi tía me estaba poniendo todavía más caliente.

– ¿No estarás mirándome?

– No tía –le mentí-. Ya parece que van saliendo por detrás. –Su culo en primer plano era impresionante-. Deberías darte la vuelta para que pueda tirar del otro lado.

– Ni lo sueñes.

– Pues tú dirás que hacemos.

– Ponte de pié y mete las manos desde detrás.

Mi polla estaba segregando líquido preseminal como si fuera un grifo abierto, tanto que se había formado un hilito que llegaba hasta el suelo. Me puse de pie a su espalda, pero para poder llegar así a la parte delantera de los pantalones tuve que pegarme a su culo, que ya estaba desnudo, encajándole la polla entre las nalgas.

– ¿Carlos es necesario hacer eso?

– ¿Cómo quieres que lo haga entonces?

Mi tía no podía tener el culo más duro. El roce de mi polla con sus nalgas lubricado con mi líquido preseminal, me estaba volviendo loco. Traté de meter las manos entre sus muslos y los pantalones, pero no podía, entonces intenté meterlas por la cremallera donde el pantalón estaba un poco abierto.

– ¡Qué haces Carlos! –Exclamó mi tía-.

– Pues tratar de meter las manos para poder tirar del pantalón, pero es imposible. Creo que lo mejor sería rajarlos con una tijera.

– Ni lo pienses estos pantalones llevan más de veinticinco años conmigo y no los vas a rajar. Ve a mi habitación y tráete un bote de aceite corporal que tengo allí, a ver si lubricándote las manos es posible.

La dejé de espaldas en mi habitación y fui a la suya. Miré sobre los muebles y dentro del armario, pero no vi nada.

– Tía no lo veo. –Grité-.

– ¡Qué torpes sois los hombres, mira en los cajones de la mesilla de noche!

Abrí el cajón de arriba y sólo había un cacharro negro, lo saqué para ver que era y me quedé de piedra: una especie de fusta con el mango en forma de pollón. ¿Con quién utilizará esto mi tía aquí en Sevilla? Me pregunté. No pude evitar comparar el pollón del mango con el mío y le sacaba por los menos cuatro centímetros de longitud y dos de grosor.

– Carlos, ¿lo encuentras o no?

Dejé la fusta-pollón donde estaba, cerré el cajón y abrí el otro. Allí estaba el aceite, cogí el bote y volví a mi habitación. Al entrar me asaltó el culo desnudo de mi tía. Impresionante, pensé.

– Ya lo tengo, voy a ponerme aceite en las manos, ponte tú en la barriga. –Le dije pasándole el bote, que ella dejó a un lado sobre la cama-.

– Luego si hace falta, no quiero manchar el pantalón.

– Como quieras.

Me puse de nuevo pegado a su espalda y con las manos resbaladizas por el aceite traté de meterlas entre su barriga y los pantalones para lo que tuve que volver a pegar la polla a su duro culo.

– ¡Joder sobrino como tienes la polla de dura!

– Vale tía, a ver si podemos salir de esta situación.

Traté de meter poco a poco las manos entre sus ingles y el pantalón. Era consciente de que en medio de mis manos estaba su chocho, del que rozaba levemente sus labios mayores.

– Carlos no puedes meter las manos por otro sitio.

– Pues no tía, es por el único sitio que hay algo de hueco.

– Bueno, pero no te aproveches.

El roce de mi polla con su culo y de mis manos con su chocho me estaba poniendo en el disparadero de correrme. Oí que mi tía empezaba a gemir muy bajito. Pensé en el pollón-fusta y me imaginé a mí tía incrustándoselo en el chocho después de haberse golpeado las nalgas en un castigo riguroso.

– ¿Cómo vas Carlos? –Me preguntó y yo pensé que a punto de embadurnarla con mi lefa-.

– Bien tía, poco a poco creo que van entrando y podré hacer fuerzas para que salgan de tus caderas.

– No le vayas a contar esto a nadie y menos a tu madre, que me mata.

– No te preocupes por eso.

Para colmo de males empecé a imaginarme las tetas de mi tía colgándoles por la posición inclinada que tenía.

– Carlos me estoy excitando mucho con todo esto.

– Tía no me cuentes eso. ¿Te crees que yo no estoy excitado?

– Tú ya lo estabas cuando he venido a despertarte.

– Claro ¿y todo esto no me ha excitado más todavía?

– No creo que ayudar a una vieja sea muy excitante.

– Tía, por favor, cállate.

Con el ajetreo mi polla fue a meterse entre sus muslos.

– ¡Ten cuidado Carlos!

– Perdona ha sido sin querer –le dije tratando de echarme hacia atrás para sacar la polla de entre sus muslos-.

– Déjala donde está y sigue con los pantalones, a ver si terminamos.

¡Joder qué barbaridad! Tenía los muslos calientes y apretados contra mi polla. Empecé a notar que por arriba mi polla se iba mojando con lo que debían ser los jugos que segregaba mi tía por el chocho.

– Tía creo que ya.

– Yo también creo que ya. ¡Aaaaggg, por Dios, ay, ay, ay,…!

No sabía si le había hecho daño a mi tía o es que se estaba corriendo.

– ¿Te he hecho daño? –Le pregunté-.

– No sobrino, tu sigue. Mira si moviendo las manos cede por fin el pantalón.

Empecé a mover las manos hacia dentro y hacia fuera del pantalón y también hacia el centro y hacia los lados. Mi tía gemía cada vez más fuerte. Me daba toda la impresión que entre el movimiento de mi polla pegada a su raja y el de mis manos apretándole el clítoris por fuera de sus labios mayores, le estaba haciendo un pajote de mucho cuidado.

– Tía yo creo que esto es imposible.

– Tú sigue así, sigue, no pares ahora.

– Como quieras, pero los pantalones no ceden.

– ¡Los pantalones no, pero yo sí, otro, otro, otro, aaaagggg, síiiii…!

– ¡Otro qué?

– Otro orgasmo, sobrino, que pareces tonto.

Cuando dijo lo de otro orgasmo, ya no pude más y empecé a correrme como si no hubiera un mañana, notaba como mis chorros de semen salían con la fuerza de una bala…

En ese momento me desperté de verdad, había tenido el sueño más caliente de mi vida, llevé mis manos a mi polla y me había corrido en sueños. La sábana estaba emplastada y mi barriga llena de lefa. ¡Joder qué mierda! Dije para mí. Me incorporé y eché la sábana hacia los pies de la cama. A tientas busqué un paquete de pañuelos de papel que tenía en la mesilla para limpiarme, pero como pasa siempre que hacen falta, estaba vacío.

– ¡Mierda! –Exclamé en voz baja-.

¡Joder qué sueño, ya sabía yo qué los pantalones de mi tía tenían que producir efectos secundarios! Me levanté con la polla todavía completamente empalmada y me dirigí desnudo como estaba al baño para coger papel higiénico. Sin encender las luces llegué al baño, cogí un rollo de debajo del lavabo y empecé a limpiarme como podía. Al salir del baño vi que mi tía tenía todavía la luz encendida y escuché un suave zumbido que salía de su habitación. Se ha quedado dormida con la luz encendida, pensé. Me acerqué a mirar. La puerta estaba entreabierta, como siempre en ese puñetero piso. Sin hacer ruido miré hacia el interior de la habitación. Mi tía estaba desnuda sobre la cama, desde mi posición no podía ver su cabeza, pero sí todo el resto de su cuerpo. Tenía las piernas muy abiertas, en su mano derecha tenía un aparato de forma extraña que sostenía sobre su chocho, posiblemente sobre su clítoris, que era el causante del zumbido. Con su mano izquierda se sobaba sus grandes tetas, que desbordaban su cuerpo hacia los lados. El cacharro debía ser un succionador de clítoris, Javier, en sus calenturas, me había hablado de él y de que todas las tías lo tenían y se corrían una y otra vez. El pobre decía que no follaba por culpa de ese cacharro, pues todas las tías estaban siempre satisfechas. Mi polla, que se había bajado después de limpiármela con el papel, se puso otra vez como un leño.

– Dios mío, ¿por qué haces sufrir de esta manera a un pobre chaval como yo? –Me pregunté a mi mismo-.

Verla como se desnudaba por la tarde en el baño, después ver su chocho depilado por debajo de la toalla, luego ver su espléndido culo embutido en los pantalones de cuero y el canal que le formaban las tetas bajo la chupa, más tarde el puñetero sueño que había tenido con ella y ahora esto, ya era demasiado para mí. Me dije que no debía seguir mirando, que era mi tía y que estaba en un momento muy íntimo. Otra vez con la polla como un energúmeno me retiré de la puerta y me marché a mi habitación. ¡Joder que calentón tengo otra vez! Pensé mientras iba por el pasillo. Sin querer tropecé con una silla que hizo ruido contra el suelo.

– ¿Eres tú Carlos, pasa algo? –Preguntó mi tía-

– Nada tía que he ido a la cocina a beber agua y he tropezado con una silla. No te preocupes y sigue durmiendo.

Al llegar a mi habitación me tumbé desnudo boca abajo en la cama, intentando calmar a mi polla del último calentón del día. ¡Vaya día que llevo! Pensé intentando dormir.

Boca abajo seguía en la cama cuando escuché a mi tía en la puerta decir:

– Carlos me voy a la compra, pon la lavadora, que te toca hoy, te he dejado la ropa que hay que lavar en el cesto del baño.

– De acuerdo tía ahora me levanto.

Abrí los ojos y ya era de día. Miré la hora en el móvil, eran las nueve en punto. Perreé un rato en la cama, recordando a mí tía en el día de ayer y sobre todo el puñetero sueño de los pantalones. Me levanté caliente y empalmado otra vez, me puse el albornoz y fui a la cocina a hacerme café. Mi tía me había dejado café recién hecho, me puse una taza y fui al baño por el cesto de la ropa. Lo puse en el lavadero y fui sacando la ropa y metiéndola en la lavadora. Arriba estaban las sábanas, recordé la que había manchado la noche anterior al correrme, fui por ella a mi habitación y la metí también en la lavadora. Debajo de las sábanas había una montaña de ropa interior femenina. Empecé a sacar sujetadores, bragas y tangas y a meterlos en la lavadora. No pude evitar ir oliendo cada una de las prendas, reconociendo de quien eran por el perfume que desprendían. De Luisa, de Vero, iba pensando, hasta que llegué a un tanga negro, cuyo perfume no era de frasco, sino natural, olía a chocho que echaba para atrás. Lo dejé aparte y terminé de meter el resto de la ropa en la lavadora. Extendí el tanga que había dejado fuera y en la zona de la entrepierna tenía un manchurrón blanquecino que le daba hasta cierta rigidez. Me lo lleve a la nariz y la polla me dio un salto. ¡Joder como huele esto! ¿De quién será? Pensé.

El aburrimiento es muy malo y recordé que Javier me había contado alguna vez que las pajas que se hacía sobre la lavadora en marcha eran inigualables. El olor del tanga me había puesto tan caliente que decidí probar lo de la lavadora en marcha. Le puse el programa y esperé que empezara a lavar tomándome el café. Cada vez que me llevaba el tanga a la nariz se me ponía más dura la polla. Cuando empezó a dar vueltas el tambor de la lavadora me senté encima de la tapa y me abrí el albornoz, sin dejar de oler el tanga. Me puse manos a la obra y, en efecto, la cosa tenía su gracia, parecía que estuviera sentado encima de alguien que se movía rítmicamente con mucha fuerza. Pensé que no iba a tardar mucho en correrme entre el subir y bajar de mi mano, el movimiento de la lavadora y sobre todo el olor del tanga. Cuando noté que iba a correrme puse el tanga en la punta de mi polla y me corrí, mezclando mi corrida con los flujos del tanga.

– ¡Aaaahhh, qué buen pajote! –Grité al correrme-.

Poco después escuché que mi móvil sonaba, dejé el tanga encima de la lavadora y fui a cogerlo, era Javier.

– Hombre que tal. ¿Qué te pasó ayer que desapareciste por las buenas? ¿Follaste mucho? –Le pregunté-.

– Calla Carlos que fue la peor tarde de mi vida.

– ¿Y eso?

– ¿Te acuerdas que tuve que ir a mear?

– Sí y ya no te vi más.

– Pues cuando salí de mear se me acercó una tía como de cuarenta años que estaba buenísima y me dijo que si me apetecía ir con ella a un sitio.

– ¡Qué bien, no!

– Calla. Salimos del local y empezamos a andar sin dirigirnos la palabra, ella delante, con lo que pude apreciar bien el fantástico culo que tenía. Yo iba empalmado pensando la mano de follar que me iba a dar por fin. Llegamos a un hotel y subimos a la última planta, a una suite.

– ¡Joder que lujo!

– Entramos en la habitación, después de que ella cerrara la puerta intenté besarla y me arreó una hostia como una telera. Después me ordenó que me desnudara y me estuviera quietecito.

– ¿A la tía e iba la marcha?

– Déjame seguir. De la hostia que me había dado la polla se me bajó y cuando me desnudé la tía me miró y me preguntó si era un picha floja. ¡Ya ves tú a mí, preguntarme eso! Le dije que ni hablar, pero que la hostia me había descuadrado. Luego, la tía abrió la puerta del dormitorio y me dijo que pasara, pasé, ella me siguió y cerró la puerta. Me ordenó que me sentara en una banqueta a los pies de la cama y ella empezó a desnudarse.

– Bueno, se fue animando la cosa.

– Bastante. La tía estaba como un tranvía, se quedó con un sujetador, un tanga, un liguero con las medias y unos zapatos con taconazos, todo negro y de muchos encajes. Hice intención de acercarme y me arreó otra hostia, todavía más fuerte que la primera.

– Pues sí que te fuiste calentito.

– Entonces se abrió la puerta del baño y apareció un maromo en pelotas.

– ¡Joder! ¿Qué era una pareja de esas viciosas que al tío le gusta ver como se follan a su mujer?

– Eso pensé yo, hasta que el tío se puso delante de mí y ella me ordenó que se la chupara. Yo le contesté que me la chupara ella a mí primero. Esta vez me llevé dos hostias en lugar de una. Y textualmente me dijo que me había traído para que fuera la putita del maromo, que ella conmigo no quería nada.

– ¡No me lo puedo creer, que tía más viciosa! ¿Qué hiciste?

– Pues chupársela al tío, si no la tía me mataba. Ella se colocó detrás de él, le cogió la polla y me la metió en la boca. Mi trabajo me costó que se le empinase al tío picha floja, mientras ella le sobaba el culo y las pelotas. Luego la tía me ordenó que me pusiera a cuatro patas en la banqueta y yo me temí lo peor. Le dije que ni de coña y la tía me cogió por los huevos y me los retorció.

– ¿No podías irte?

– ¿Cómo, en pelotas como estaba? Me puse como ella me decía. El apretón que me había dado en las pelotas hizo que empezara a empalmarme otra vez. El nota se puso de pie detrás de mí y ya te puedes imaginar lo que pasó. –En ese momento a Javier se le quebró la voz-.

– Tranquilo Javier, no pasa nada hombre, no has sido el primero ni vas a ser el último. ¿Te gustó?

– ¡Vete a la mierda! Mientras el tío me la metía, menos mal que la tenía pequeña, la tía nos sobaba los huevos a los dos y le decía al que yo creía que era su marido, si le gustaba la putita que le había conseguido para esa tarde. Después de mucho bombear dentro mi culo, noté que el tío se corría y sin mediar palabra se volvía al baño. La tía entonces se puso unos guantes de esos de enfermería y me metió el dedo con un pañuelo hasta dejarme limpio.

– ¡Joder que cortés!

– Me dijo que me vistiera y me fuera. Pese al asco que le había cogido a la muy hija de puta, la verdad es que estaba para echarle un polvo o dos. Se lo dije y ya te puedes imaginar la hostia que me largó. Después de vestirme sin que ella me quitara ojo, me dio un sobre y me dijo que por mi bien olvidara lo sucedido.

– ¡Qué mala suerte tuviste!

– Por lo menos en el sobre había cien euros. ¿Y a ti cómo te fue?

– Estuve un rato más en el local y me vine para casa. –Le mentí para que no sufriera más el pobre-.

– Vale hombre. ¿Nos vemos para comer y vamos luego otra vez al local?

– Tú eres tonto, ¿no tuviste bastante ayer?

– Hombre, no voy a tener siempre tan mala suerte.

– Luego te llamo y te digo lo que sea, pero del local nada.

Colgué y pensé en la mala suerte que tenía Javier. Fui a ducharme. Cuando terminé de hacerlo salí del baño con el albornoz. Mi tía había vuelto ya. De pronto recordé que me había dejado el tanga con la corrida encima de la lavadora y salí pitando para quitarlo de en medio. Me cagué cuando vi que el tanga ya no estaba, lo tenía que haber cogido mi tía. Creí morirme de la vergüenza y traté de ir a mi cuarto a vestirme.

– ¿Has desayunado? –Me preguntó mi tía-.

– No tía, no tengo hambre.

– No puedes quedarte sin desayunar, que tienes que reponer… –hizo una pausa que me puso en vilo- …energía.

– Bueno, pero déjame que me vista primero.

Ya en mi habitación fui a cerrar la puerta para vestirme e inmediatamente mi tía dijo:

– Carlos no cierres la puerta, ya sabes que en esta casa no se cierran las puertas.

– ¡Puta casa y putas puertas! ¡Pues ya podías haberla cerrado tú anoche! –Dije entre dientes-.

– ¿Has dicho algo?

– Nada tía, que se me olvida algunas veces lo de las puertas.

Qué metedura de pata lo del tanga, me recriminé mientras me vestía. Por cojones mi tía tenía que saber lo que había pasado. Cuando lo hubiera recogido mi semen tenía que estar todavía caliente y bien pastoso. Antes de volver a la cocina me di cuenta que la sábana tenía un buen manchurrón de haber dormido boca abajo toda la noche y no haberme limpiado bien después de correrme. En la cocina mi tía estaba guardando la compra en el frigorífico y tenía su culazo en pompa embutido en unos vaqueros. ¡Qué barbaridad de culo! Pensé.

– ¿Has metido toda la ropa en la lavadora? –Me preguntó al oírme entrar y a mí se me volvió a descomponer el cuerpo-.

– Creo que sí. ¿Lo dices por algo?

– Al entrar he visto que no has quitado la sábana bajera de tu cama.

– Es verdad, tienes razón. La semana que viene la lavo.

– Lleva ya una semana puesta y con la edad que tienes hay que lavarlas todas las semanas, por lo menos, y algunas veces entre semana.

– Tía yo me ducho todos los días.

– Ya, pero no es sólo eso, los jóvenes os excitáis por las noches y a veces sin querer eyaculáis, más cuando tenéis a las novias lejos. –Me dijo riéndose al final-.

El tema de conversación había conseguido ponerme muy nervioso.

– Vale tía.

– ¿No viene Cristina a verte?

– Hablé con ella ayer y no me dijo nada. La verdad es que yo tampoco le dije nada.

– Llámala, seguro que no le importa venir a verte esta tarde o mañana.

Mi tía seguía sacando bolsas del carrito de la compra, mientras yo me preparaba una tostada

– Mira que hermosura de calabacines he comprado. Me puedo imaginar las bromas que harán tus primas con ellos.

– ¿Bromas de qué?

– Desde luego Carlos parece que te has caído de un guindo. –Tenía razón mi tía, ¿sobre qué iban a ser las bromas?- Pues porqué va ser, por la forma, que parece un buen pene muy excitado.

Mi tía había decidido avergonzarme con las conversaciones, que si las corridas nocturnas, que si la manchas de la sábana, que si los pepinos-consoladores,… Pensé en retirarme a mi habitación, pero seguía preocupado por el puto tanga perdido. Entre en el lavadero y miré discretamente por el lateral de la lavadora, por si se hubiera caído con las vibraciones.

– ¿Buscas algo Carlos?

– Nada tía, estaba mirando cuánto le queda a la lavadora para poder sacar la ropa. –Le dije entrando de nuevo en la cocina-.

– Bueno pues ya está la compra colocada. Voy a ducharme que tengo que lavarme el pelo y eso es largo.

Salió de la cocina y yo me quedé más tranquilo terminando de desayunar. Poco me duró la tranquilidad porque a los dos minutos cruzó por la puerta de la cocina con la misma toalla que la tarde antes y se metió en el baño sin cerrar la puerta del todo. Al momento la escuché mear con un potente chorro sobre el agua del inodoro. Deje la tostada y me fui a mi habitación. Me acordé del video de Cristina, encendí el ordenador, busqué el video y lo puse en marcha. ¡Joder que buena estaba Cristina y que dedo se hacía en el video! Volví a empalmarme mirándolo y me abrí los pantalones, no tanto para hacerme una paja, como para darle algo de sitio a mi polla.

– Carlos puedes mirar el calentador de agua, me parece que se ha apagado. –Dijo mi tía abriendo la puerta del todo-.

– Sí ahora voy –contesté cerrando a la misma vez el video y mis pantalones, pero tuve la certeza de que mi tía me había pillado en las dos cosas-.

Con un buen bulto en los pantalones fui al lavadero seguido por mi tía, que seguía envuelta en la toalla, que ahora permitía ver la unión de su culo con sus hermosas piernas.

– Sí, se ha apagado. Vuelve tú al baño que lo enciendo y te aviso. –Le dije de espaldas a ella para que no me viera más el bulto-.

– Gracias Carlos y llama a Cristina, que te hace falta. –No tuve dudas de que me había pillado del todo-.

Una vez encendido el calentador se lo dije a mi tía y volví a mi habitación. Tenía que hacer algo para poder tener un mínimo de intimidad. La opción que tenía era cambiar los muebles de sitio, de forma que la litera quedase oculta al entornar la puerta y la mesa de estudio me permitiera estar de espaldas a la puerta. Antes de ponerme manos a la obra llamé a Cristina.

– Buenos días guapa. –Le dije cuando me cogió el teléfono-.

– ¿Qué haces levantado tan temprano?

– Tenía que poner la lavadora y me ha despertado mi tía. ¿Y tú?

– No he podido dormir bien. Tenemos un problema.

– ¿Qué pasa?

– Mi madre me pilló viendo tu video en el ordenador…

– ¿Qué video, el del pajote?

– Pues claro, ¿cuál iba a ser?

– ¿Sabe que soy yo?

– Saberlo no lo sabe, pero se lo imagina. Yo le he dicho que era un video guarro que me había bajado de Internet, pero creo que no ha colado.

– ¿Y qué ha hecho?

– Me obligó a grabárselo en un lápiz de memoria y luego a borrarlo de mi ordenador. Me ha castigado sin salir todo el fin de semana y a quitarle el cable de alimentación al ordenador.

– ¡Qué putada! Yo te llamaba para que te vinieras esta tarde.

– Pues olvídate del tema. Has visto mi video y te has puesto cachondo, ¿no?

– Sí, pero casi me ha pillado mi tía o sin casi, no lo sé. En fin, que le vamos a hacer.

– Espera no cuelgues. Estoy sola en casa y muy caliente, ¿por qué no me cuentas por teléfono lo que me harías si estuvieras aquí conmigo?

– Follarte.

– ¡Venga ya, no seas tan simple! Cuéntamelo con detalle, para que te inspires, llevo puesto un camisón de dormir muy liviano y un tanguita negro, que desprende un fuerte olor a mis jugos.

¡Vaya día que llevaba con los tangas y los flujos! La idea de Cristina me ponía mucho, así que empecé a describirle lo que haría.

– Yo estaba también solo en casa, me había puesto tu video para hacerme un pajote, cuando me llamaste y me pediste que fuera a verte, que tus padres y tu hermano habían ido a una comida y tú habías dicho que no podías ir, que tenías que estudiar.

– Buen comienzo.

– Salí pitando de casa y nervioso y muy caliente llamé a la puerta de la tuya. Me abriste en camisón de dormir. El contraluz de las ventanas a tu espalda, me permitía ver tu preciosa silueta y al girarte para dejarme pasar, la forma de tus tetas y de tu culo respingón. Cuando entré en tu cuarto ya estaba completamente empalmado y me dolía la polla que luchaba contra el pantalón.

– Sigue Carlos que me estoy poniendo a mil.

– Cerramos la puerta de tu habitación y te abracé para besarte en la boca y sobarte tu duro culo. Tú te apretaste contra mí para sentir mi polla como un palo contra tu vientre. Nuestras lenguas jugaban unas veces en tu boca y otras veces en la mía. Después de un rato de comernos la boca, te separaste un poco de mí para poner tu mano en mi entrepierna. Yo aproveché para subirte el camisón por encima de tus tetas. Debajo llevabas un tanguita negro que apenas te tapaba el chocho y nada del culo.

Con la tontería de la narración me había empalmado como una fiera y necesitaba sobarme la polla. Me bajé la cremallera y metí mi mano por ella hasta cogérmela.

– ¿Qué tienes ahora en tu mano? –Me preguntó Cristina-.

– ¡Qué voy a tener, mi polla como un leño!

– ¿Esa polla grande y gorda que es mía?

– Sí, esa misma. Te pedí que me abrieras el pantalón para liberarme la polla, mientras te besaba y te mordía las tetas. En menos de dos segundos tenía los pantalones y los boxes en los pies y tú me sobabas la polla y los huevos. Te saqué el camisón por la cabeza, te pedí que te pusieras de rodillas en la cama y que me comieras la polla que estaba babeando lo más grande.

– ¡Ay Carlos que no voy a poder aguantar más para el primero!

– ¿Qué te estás haciendo?

– Sobarme el chocho y meterme dos dedos. Estoy empapada.

– Después de que te follara la boca, te tumbaste en la cama y me pediste que te comiera el coño. Te aparté el tanga que desprendía un fuerte olor a tu chocho, metí mi cabeza entre tus piernas y te cogí el clítoris con los labios.

– ¡Aaaaagggg, aaaagggg, aaaaggg…! –Escuché gritar a Cristina al otro lado del teléfono-.

– ¿Te has corrido ya?

– ¡Joder que si me he corrido! Creo que ha sido la mejor corrida de mi vida, me han salido los flujos como chorros de meado. ¿Y tú?

– Me queda nada –lo cual era verdad, así que me saqué la polla de los pantalones para correrme-.

– Cuéntame más, que creo que no voy a tardar en tener el segundo.

– Después de comerte el chocho en profundidad me puse entre tus piernas, me las puse sobre los hombros y te la metí entera de un golpe de caderas.

– ¡Ay Carlos sigue follándome!

– Mientras bombeaba dentro de ti, te cogía las tetas y te las apretaba a la misma vez que te sobaba el clítoris.

Yo ya casi no podía más y me corrí cuando escuché por el teléfono que Cristina se había corrido de nuevo.

– Cristina me estoy corriendo ahora mismo, mis chorros están salpicando todo el suelo de la habitación, toma otro y otro y otro.

– Me lo estoy imaginando y ya no puedo más…

Se cortó la comunicación, el teléfono de Cristina debía haberse quedado sin batería. Escuché un leve ruido en la puerta, me volví y me pareció notar que alguien se apartaba. ¡Joder con no poder cerrar las puertas! Si mi tía había escuchado algo de lo que le había dicho a Cristina, me tomaría por un guarro de mucho cuidado. Limpié el suelo de la habitación con el papel higiénico que tenía de la noche anterior y empecé a mover los muebles, tratando de quitarme de la cabeza que mi tía me hubiera pillado de nuevo. Cuando casi había terminado apareció mi tía en la puerta.

– ¿Estabas antes hablando con Cristina?

– Sí tía lo siento, pero ella no puede venir y nos hemos animado por el teléfono.

– Por mí no tienes que sentir nada. Los dos sois muy jóvenes y por lo que he oído muy fogosos, así que no tiene nada de malo que os excitéis el uno al otro, mejor para los dos. –Estaba muy guapa con un entallado vestido crudo sin mangas, que le hacía unas tetas y unas caderas para volverse loco-.

– Gracias tía por ser tan comprensiva. Espero que no le digas nada a mi madre.

– No te preocupes por eso. Sin embargo, ¿crees que es normal que no son todavía las once y te hayas masturbado dos veces? –Diciendo eso, puso el tanga negro en el que me había corrido antes delante de mis ojos-.

– No tengo excusas, salvo que, como has dicho, soy muy fogoso y estoy caliente todo el día. Trataré de corregirme.

– Carlos yo soy una mujer madura con mucho recorrido, pero tus primas son todavía unas crías, con los calentones propios de la edad, no las excites más todavía.

– De verdad que no tengo esa intención en absoluto, más bien diría yo lo contrario, que ellas juegan a ponerme como una moto.

– Es posible que quieran divertirse un poco a costa tuya. Veo que has cambiado los muebles de sitio.

– Sí, lo de las puertas abiertas no me permite ninguna intimidad y me parece que así podré estar algo más cómodo.

– ¿Más cómodo para qué?

– Pues, para que si me excito por la noche durmiendo y me quito la sábana por el calor, no esté dando el espectáculo a cualquiera que pase por la puerta de la habitación. Tía todo esto me resulta muy violento, ¿por qué no lo dejamos?

– De acuerdo Carlos, pero no te dio tanta vergüenza mirarme ayer desnuda en el baño. –Dijo sentándose en la cama y haciéndome el gesto de que sentara junto a ella-.

Esta vez la había cagado, pero de verdad. Pensé en negarlo, pero si me lo decía era porque me había visto mirándola. Cómo además se hubiera percatado de que la vi masturbándose, la iba a tener todavía más gorda.

– No pude evitarlo, estabas guapísima y cualquier hombre hubiera mirado.

– Otra cosa, ¿qué soñabas ayer que me nombrabas en voz alta a cada momento?

– No lo recuerdo, normalmente nunca me acuerdo de los sueños. –Le mentí-.

– ¿Qué te ha pasado conmigo Carlos? Antes era simplemente tu tía y ahora te corres en mi tanga.

– No sabía que fuera tuyo.

– ¿Entonces qué ha pasado para correrte en él?

– Una tontería. Estaba metiendo la ropa en la lavadora y ese tanga me llamó la atención, no estoy acostumbrado a manejar ropa interior femenina, me excité y ya te puedes imaginar el resto. Después me llamó mi amigo Javier y se me olvidó recoger el tanga, cuando fui a hacerlo ya no estaba.

– ¿Y qué fue lo que te llamó la atención del tanga?

¡Joder, mi tía estaba dispuesta a hacerme un interrogatorio en toda regla!

– No sé tía, simplemente me llamó la atención.

– No mientas, algo te llamaría la atención del tanga, cuando había casi una docena de bragas y tangas.

– ¡Está bien, su olor, su profundo olor a sexo de mujer!

– ¿Y te gusta el olor a sexo de mujer?

– Creo que como a cualquier hombre.

– ¿Qué más pasa Carlos?

Decidí sincerarme del todo, antes de que mi tía terminase de sacármelo poco a poco.

– Hace unos meses escuché sin querer una conversación muy íntima entre mi madre y tú, que me dejó muy impresionado.

– No deberías haberla escuchado, como has dicho la conversación era entre tu madre y yo.

– Tienes razón. Iba a salir y al empezar a bajar la escalera os oí. No debería haberlo hecho, pero lo hice.

– Carlos eres muy joven para entender determinadas cosas y determinados comportamientos humanos. Con independencia de lo que escucharas, yo soy tu tía Julia la misma de siempre. ¿Tienes alguna pregunta sobre aquella conversación?

– ¿Por qué le contaste aquello a mi madre?

– Para que entendiera como soy de verdad y entendiera mi relación con Pepe.

– De acuerdo tía. Yo también quiero entenderte, aun cuando con mis limitaciones. Sigues siendo mi tía favorita, pero aquellas confesiones hicieron que te viera no sólo como mí tía, sino también como una mujer compleja y atractiva. Me abrió los ojos a ver a las mujeres maduras de otra manera.

– Carlos está muy bien que te relaciones con Cristina, que es una chica de tu edad y por lo que parece muy divertida, que te va a dar muchas alegrías, pero que no te va a enseñar nada de la vida, porque la va a descubrir a la misma vez o tal vez un poco antes que tú, porque las mujeres somos más listas. Una mujer madura sí te puede enseñar muchas cosas, aprovecha su experiencia.

Cuando terminó de decirme esto se levantó y salió de la habitación. Me quedé sentado pensando en la conversación que habíamos mantenido. Iba a tener que aprender mucho en los próximos años y no sólo en la facultad.

(Continuará, espero que sigáis mis próximas aventuras con mis primas y mi tía en el piso de estudiantes).

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