Un sueño hecho realidad en una curiosa tarde de primavera

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Corría la primavera del 77 y todo parecía ir bien. De hecho todo me iba bien. Había terminado el servicio militar y rebasaba en muy pocos la veintena. Estudiaba electrónica, que me apasionaba, con libros que compraba aquí y allí, y los conocimientos adquiridos me permitían trabajar en un taller de reparación y venta de equipos electrónicos cuando estos aun se reparaban, y también hacia mis propios pinitos sin pasar por el taller, lo cual incrementaba mis ingresos.

Para complementar, hacía extras de camarero los fines de semana y en conjunto marchaba todo viento en popa como suele decirse. Podía permitirme ciertos caprichos y satisfacer algunas aficiones que para mucha gente pudieran parecer raras, como la astronomía, que requiere de equipos relativamente caros, y yo gracias a mi trabajo y a mis chanchullos extra laborales, siempre tuve mi propio telescopio sin recurrir a la economía familiar que por otra parte estaba descartada, sobre todo para comprarme a mí un telescopio.

Mis conocimientos de electrónica, y a través del taller donde trabajaba, me llevaron a contactar con una empresa que se estaba instalando en la ciudad, que haría uso de equipos de audio y video y requerirían de técnicos para su instalación y mantenimiento.

Se trataba de una sala de apuestas y juegos de azar, que al parecer estaba funcionando bien en Valencia y otras ciudades y se nos encargó la compra e instalación de toda la electrónica en el menor plazo de tiempo posible, por lo que nos pusimos manos a la obra.

Un técnico de la empresa donde trabajaba y yo, instalamos todo este equipo, y nos hicimos cargo del mantenimiento.

Mientras instalábamos las cámaras de video, los monitores, y los micrófonos que se usarían para el normal funcionamiento de la sala, veíamos a las chicas que formarían el equipo de azafatas, cómo practicaban y se adiestraban en el uso de las maquinas. Algunas eran de esta localidad, y otras venían directamente de Valencia, de otra sala, y eran las que enseñarían a las de aquí los entresijos del juego para su normal funcionamiento. Los empleados de más responsabilidad eran todos de Valencia, así como el gerente y otros altos cargos.

Yo, que como dije tenia veinte y pocos años, no podía evitar mirar sobre todo a las chicas, como ponían voz dulce para cantar las apuestas y como practicaban el trato con los futuros clientes. El equipo de azafatas eran 9 chicas y dos hombres ya algo mayores, aparte de la gerencia.

Lógicamente eran las chicas lo que más me interesaba y gustaba ver y escuchar. Tenían una voz dulce y melodiosa y practicaban para que así fuera, y en general eran bastante guapas y siempre iban maquilladas e impecables.

Enseguida me fijé en una de ellas que destacaba sobre las demás. Y destacaba porque era sencillamente preciosa. No era muy alta pero su figura era perfecta. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, y casi siempre lo llevaba recogido en una coleta. Cuando se lo dejaba suelto, tenía esa melenita a la que se conoce como “egipcia”, y que llega justo a los hombros. Sus ojos, azules, de mirada dulce y algo pícara, y cuándo se los pintaba, realzaban su belleza aún más. Nariz, pequeña y algo respingona, con alguna peca, típicamente femenina. Pero lo más bonito era su boca. Tenía unos labios perfectos. Rosados y carnosos, con las comisuras apuntando ligeramente hacia arriba incluso cuando estaba seria. A veces llevaba un ligerísimo toque de “glossy”, ese brillo tan bonito y sensual, y que tan bien le sentaba. Cuando sonreía dejaba ver unos dientes blancos como la nieve. En definitiva era un rostro precioso, de esos que no te cansas de mirar. Al menos así era para mí, porque sé que la belleza es relativa, y lo que a unos gusta a otros no gusta tanto, pero a mí me encantaba aquella chica y no me cansaba de mirarla, y me cuesta creer que alguien en su sano juicio no quedara maravillado al ver aquel rostro tan bonito.

El primer día que la vi llevaba pantalón vaquero y jersey blanco de punto fino que marcaba su figura, debajo del cual se adivinaba un par de bonitos y turgentes pechos. Incluso llegué a fantasear que no llevaba sujetador, que no sostén, porque una cosa es sujetar y otra muy distinta sostener.

Desconocía su edad, pero no rebasaría en mucho los 20. Apenas conocía su nombre, en realidad lo desconocía todo sobre ella, pero solo sabía que los días que ella no estaba, algo se rompía en mi interior. Puede que suene algo cursi, pero aquella criaturita me estaba haciendo mella y se estaba colando en mi vida, y solo esperaba el momento de ir para estar cerca de ella y poder verla.

Así las cosas, fueron pasando los días. Terminamos el montaje de los equipos y la sala empezó a funcionar. El técnico que había hecho el montaje y yo, estábamos allí por si pasaba algo mientras las chicas evolucionaban por la sala, que estaba a rebosar de gente.

Iban preciosas y elegantes, con el uniforme pantalón negro, camisa blanca y chaleco verde. Y la de mis desvelos estaba sencillamente para comérsela.

Había servicio de cafetería, y los camareros servían bebidas y comida a los clientes.

Una noche oí un comentario de que faltaba un camarero de refuerzo los fines de semana tal era la afluencia de gente. Enseguida se me encendió una luz: yo hacía extras esporádicas de camarero los fines de semana, y si conseguía entrar en la sala de apuestas seria una jugada maestra, pues estaría cerca de la chica que tanto me gustaba, y no representaría un esfuerzo extra para mí. Solo tendría que dejar las extras en hoteles y hacerlas aquí, además estaría en la sala y si hubiese un problema con la electrónica, tendrían al técnico al momento. El plan parecía perfecto

Hice el comentario al gerente y le pareció una idea estupenda. Sé que no es muy profesional que un técnico proponga a la empresa que lo ha contratado para mantenimiento de equipos electrónicos trabajar de camarero los fines de semana, pero a ellos les pareció bien y a mi mejor. A ellos, por supuesto, les pareció genial porque así tendrían al técnico al instante en la sala, pues una avería durante la sesión podía representar un serio revés económico para la empresa.

Y esta es la verdad y no otra: empecé de camarero en la sala de juego solo por estar cerca de la chica que me gustaba. Y ella por supuesto sin saberlo. De hecho me ignoraba por completo, y apenas nos saludamos una o dos veces en las tres semanas que estuvimos montando los equipos.

Poco a poco, supe cómo se llamaba y fui sabiendo cosas de ella. Supe que tenía 23 años, y lo peor: supe que estaba casada. Y lo estaba con un hombre gris, raro, feo, cerrado de barba y bastante mayor que ella. No entendía como un tío así podía haber gustado a una mujer tan bonita, que podía haber aspirado a algo mucho mejor. Pero así era, y así iba a seguir siendo. Mucho más tarde supe por ella misma porqué se había casado con aquel hombre, pero eso es otra historia

Yo libraba los lunes en mis quehaceres de camarero, pero iba igual para estar cerca de ella y así al menos poder verla. Ella lo hacia los miércoles, y era el peor día de la semana para mí, porque sabía que debería pasar la sesión sin verla, y aunque pasaba la jornada con las otras chicas, no era lo mismo. Además solo pensar que estaría con aquel tío me revolvía por dentro. Lo digo como lo sentía.

Cuando ella estaba, yo procuraba servir las mesas de su zona y de vez en cuando pasaba junto a mí y me regalaba alguna sonrisa y podía incluso rozarla, y disfrutaba sintiéndola cerca y oliendo su aroma y perfume. A veces, cuando empezaba la sesión, venia recién duchada con el pelo aun húmedo, y pasar junto a ella era un regalo para mí. Si, lo admito, ¿por qué no había de hacerlo? Estaba pillado por aquella chica. Sabía que estaba casada, que me ignoraba y que no tenía ninguna posibilidad. Sentía rabia, pero me gustaba igual, y no podía hacer nada por evitarlo.

Pasaron los meses, fui conociendo a las otras chicas y me acerqué a unas más que a otras y tuve algunos escarceos. Incluso con una que era de La Cava, y que era también bastante guapa, y aunque era mayor que yo tuve alguna cosilla.

Al finalizar la sesión de trabajo, los empleados nos íbamos a un bar-restaurante que había en la carretera y que estaba toda la noche abierto. Reponíamos fuerzas comiendo algo y charlábamos sobre el trabajo, incidentes de la jornada etc. pero la chica de mis sueños, la que a mí me gustaba, no venía casi nunca, y cuando lo hacia se marchaba enseguida, o venia con el marido lo que era aun peor.

Un día, durante una sesión, vino directamente hacia mí y me dijo:

-Oye, me han dicho que arreglas televisores, ¿es cierto?

-Sí, contesté

-Es que se nos ha estropeado el de casa. ¿Tú podrías venir y echarle un vistazo?

En aquel momento las pulsaciones de mi corazón que normalmente están a setenta y dos en reposo, pasaron a cien de golpe.

-Sí, claro, contesté Dime donde vives y mañana me paso.

Me dijo donde vivía y quedamos a una hora. Una gran alegría inundó mi interior. Dios existe!! Ahora podría conocerla mejor y estaría mucho más próximo a ella. ¡En su casa con ella¡ y ¿quién sabe?, ¡puede que a solas¡ Era un sueño.

Aquella noche apenas dormí, y solo esperaba que llegara la hora de ir a verla.

Al día siguiente a la hora acordada, duchadito y arreglado fui a su casa con mi Renault 4 y mi caja de herramientas. Ella me abrió la puerta y me hizo pasar al comedor donde estaba el televisor averiado. Llamadme cursi, pero en toda la casa se percibía su perfume, su aroma a mujer joven y guapa.

Estaba sola, pues el marido estaba trabajando en una fábrica de productos químicos. Supe que trabajaba a turnos, de 2 de la tarde a 10 de la noche, por lo que sabía que si no venia nadie a molestar estaría solo con ella. Ella me conocía de sobra, éramos compañeros de trabajo y no había ningún problema. Incluso supongo que el marido también sabría que yo iba esa tarde a reparar el televisor.

Pero me dijo que se iba. Dijo que tenía cosas que hacer. Que arreglara el televisor y que cuando terminara cerrara la puerta de golpe y ya nos veríamos por la noche en el trabajo.

Fue como si me hubiesen echado un jarro de agua fría. Se marchó y allí quedé, solo, frente al televisor averiado y hundido en la miseria. Lo único que se me ocurría era prolongar la reparación de la avería para ver si ella volvía antes de acabar.

El televisor, era en blanco y negro, y como casi todos los de la época, funcionaba a válvulas de vacío, aunque ya los había a transistores, aunque mucho más caros, y lo único que le pasaba era que una de las patillas de la rectificadora de corriente, una AZ3, se había sulfatado y no hacia contacto en el zócalo. Esto hacía que no llegara corriente al resto del aparato y el televisor por tanto no funcionaba en absoluto. En seguida lo vi, por lo que la avería estaría resuelta en cinco minutos, pero yo limpié el zócalo; todos y cada uno de los zócalos. Raspé las patillas de todas las válvulas termoiónicas una a una. Comprobé todo lo comprobable, incluso limpié el mueble del televisor esperando que ella volviese.

Hacía poco más de una hora que se había marchado cuando mi paciencia se vio recompensada y oí la cerradura de la puerta. Le mentí, pero por una buena causa. Le dije que la avería se había complicado y que aun tenía que hacer algunas soldaduras y comprobaciones. Lo que fuese por estar un rato a solas con ella.

Vista de cerca era aun más guapa. Tenía una cara bonita de cojones, ligeramente maquillada, con un ligero toque de “glossy” en los labios. Llevaba una falda vaquera, un jersey a rayas, y bailarinas blancas.

Estuvimos hablando sobre el trabajo, sobre las otras chicas, sobre el tratado de Maastricht y otras trivialidades, hasta que comprendí que tenía que terminar y me dispuse a cerrar la tapa del televisor.

-¿Cuanto te debo? preguntó

-Nada, respondí autosuficiente.

Somos compañeros ¿no? No he puesto nada de material. Solo he repasado algunas soldaduras aunque me ha costado bastante dar con la avería. ¡Mentira¡

Estuvo insistiendo en que le cobrara algo pero yo no quise cobrarle nada. Lo que en realidad quería era que cayese rendida en mis brazos para poder comérmela allí mismo, aunque esto, claro, eran solo elucubraciones mías…

Al entrar, estuvo trasteando por la cocina y había puesto una radio en marcha, y desde el comedor se oía la musiquilla y los comentarios de los locutores de la radio.

El arcángel San Gabriel, o alguien de arriba se apiadó de mí y me echó un cable, porque en la radio sonaba una canción del grupo Acuario, de moda en aquel momento titulada, “Eso es el amor” y cuyo estribillo repite una y otra vez “…dame un beso, dame un beso”.

En esta canción radica toda la clave de la historia.

Mientras daba las últimas vueltas a los tornillos de la tapa del televisor, y en un alarde de atrevimiento entre broma y veras señalando a la cocina alcancé a decir:

-Si me das uno de esos tienes un técnico a tus pies para toda la vida .Bromeé

-¿A qué te refieres? Dijo ella algo sorprendida.

-A eso que se oye en la radio.

Dirigiendo la mirada a la cocina, puso atención a lo que se oía en la radio mientras me miraba de reojo, y justo en ese momento se oía el estribillo.

-¿Un beso? ¿Quieres que te dé un beso?

-Sí, dije,mirándola fijamente.

Hubo unos segundos de tenso silencio. Mi corazón latía con fuerza y por un momento pensé que se lo tomaría a mal y me echaría de su casa a cajas destempladas, pero me miró un poco sorprendida y empezó a reír sin saber qué hacer.

-Es broma, le dije, intentando rectificar y rebajar un poco la tensión, pero antes de acabar la frase acercó su cara a la mía y me dio no uno, sino dos besos, uno en cada mejilla.

Al pasar por delante de mi cara, sus labios pasaron tan cerca de los míos que casi pude rozarlos. Supongo que se me quedaría cara de idiota. Sin pensarlo acercó de nuevo su cara y me dio lo que ahora llaman un pico, es decir un rápido y ligero beso pero esta vez en la boca, lo que debió acentuar aun mas mi expresión de imbécil retrasado.

-¡Ya está! ¿No?

Asentí con la cabeza visiblemente nervioso para rápidamente disentir sonriendo. Se echó a reír, y volviendo a acercar su cara a la mia me dio tres o cuatro rápidos y suaves besos más, todos en los labios. Hubo un momento de silencio, Me miró a los ojos y me dijo sonriendo:

-Aun me queda uno. ¿Lo quieres también?

-Sí, balbuceé

Vi como se humedecía los labios, inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y puso su boca sobre la mía. El tiempo se detuvo. Mi corazón iba a salirse del pecho. No era un beso como los de antes. Era dulce, húmedo y tierno. Esta vez podía saborear la dulzura de su saliva fresca mientras sus labios recorrían lentamente los míos. Un placer inmenso me invadió. No sabía qué hacer, pero no quería separarme de aquella boca de fresa, no quería que aquello acabara nunca. Sentía el perfume de su cuerpo junto al mío mientras yo seguía con el destornillador en la mano como un gilipollas. Lo tiré encima del sofá, deslicé mis dedos entre su pelo y puse mis manos en su nuca, y sujetando su cabecita me comí sus labios apasionadamente. Vi como cerraba los ojos y se entregaba por completo. Aquel beso fue maravilloso.

Nos separamos un momento, y nos miramos de nuevo a los ojos, y sin decir ni una palabra nuestras bocas se buscaron de nuevo ansiosas. Esta vez con más fuerza que antes, nos fundimos en un húmedo e interminable beso. Noté su lengua, jugosa y dulce entre sus labios entreabiertos. La chupé goloso, la lamí una y otra vez. Nos estábamos comiendo literalmente el uno al otro. De pronto apoyó la cabeza sobre mi pecho y repitió mi nombre varias veces.

-¿Que pasa? Pregunté jadeante.

-Pasa que me gustas un montón y tú eres tonto y no te das ni cuenta.

-¡¡Pero si eres tú la que en el trabajo no me haces ni caso!!

-Eso no es verdad. No dejo de mirarte porque me gustas, y cuando te veo tontear con las otras chicas me da rabia y siento celos. Si no me gustaras no me importaría con quien hablaras, ¿no? Lo que pasa es que estoy casada y tengo que ser discreta.

Una oleada de alegría recorrió mi alma al oír aquellas palabras. La abracé fuerte contra mí. Era todo irreal, increíble. La chica de la que estaba enamorado y con la que solo podía soñar un día antes, ahora estaba abrazado a ella y con el sabor de sus labios en mi boca.

Quedé sorprendido, porque si era verdad, y parecía que lo era, había sido un autentico idiota al no darme cuenta.

-Pero si soy yo el que está loco por ti. ¿Por qué crees que voy al trabajo incluso cuando tengo fiesta? Para verte y estar cerca de ti.

Le confesé que la avería la tenía resuelta en 5 minutos, pero que no pensaba irme de allí hasta que ella volviese, lo que celebró entre risas y bromas.

Le di mil tiernos besos. En la cara, en los ojos, en el pelo, mientras la abrazaba con fuerza una y otra vez.

Estábamos de pié en el comedor, y sin dejar de besarla la fui acercando poco a poco al sofá. Me senté en el borde y ella lo hizo sobre mi regazo a horcajadas. Nuestras bocas de nuevo se buscaron ansiosas y se fundieron una vez más en profundos y deliciosos besos. A veces eran furiosos, casi violentos, otras suaves, interminables y dulces, recorriendo sus labios despacio una y otra vez. El sabor de su boca me volvía loco, y no quería separar mis labios de los suyos. Estuvimos media tarde así, solo besándonos dulcemente una y otra vez, y ninguno de los dos quería acabar. En cuanto nos separábamos un momento, nuestras bocas se volvían a buscar de nuevo. Así estuvimos hasta que nos embebimos el uno en el otro perdiendo la noción del tiempo.

Poco a poco la recosté sobre uno de los cojines del sofá. De nuevo busqué impaciente su boca, y ella la mía. Nos mordíamos los labios, buscaba su lengua, me embriagaba de su saliva dulce mientras mi mano se deslizaba bajo su falda y acariciaba sus muslos. Cuando rozaba su sexo notaba su aliento jadeante sobre mi boca y me hacia enloquecer. Su boca era tan dulce que no podía ni quería separarme de ella, y una y otra vez la buscaba para devorar aquellos labios con los que tantas veces había soñado. Era como un sueño, pero estaba pasando en realidad, y me estaba pasando a mí.

Fui besando tiernamente su frente, su cara, sus ojos, su cuello toda ella que se me ofrecía entera. Me deslicé por su abdomen blanco y sedoso sin dejar de acariciar cada centímetro de su piel. Desabroché su falda y quedó en braguitas blancas. Mis manos temblaban. Tenía miedo de despertar de aquel sueño maravilloso. Besé y acaricié con mis labios aquella delicada prenda, notando su sexo palpitante bajo ella.

Me puse de costado en el suelo mientras ella permanecía sobre el sofá. Deslicé delicadamente la braguita y tuve mi cara entre sus muslos, pero ella cerraba las piernas y se tapaba la cara con las manos. Parecía como que no quería mostrar todavía la flor que había bajo aquella braguita blanca. Le susurré al oído que estuviera tranquila, que no haría nada que ella no quisiera. Volví a recorrer su cuerpo, besando lentamente sus muslos, una y otra vez. Poco a poco empezó a abrir lentamente las piernas. Mi corazón iba a saltar en pedazos. Tenía a la altura de mi cara la visión de su sexo tantas veces soñado. Era simplemente maravilloso, perfecto, simétrico y rosado, una autentica obra de arte de la naturaleza. Sentí aroma a gel de baño y a mujer joven. Besé su monte de Venus, poblado de suave y perfumado vello, y bajé por su sexo lentamente sin dejar de darle tiernos besos. Creí morir. Su aroma a hembra me volvía loco.

Poco a poco se fue relajando, y abriendo los muslos totalmente me ofreció su sexo. Lo besé con delicadeza una y mil veces. Metí la lengua en su vagina subiéndola lentamente hasta rozarle el clítoris. No había nada de feo o sucio. Era simplemente el delirio total lamer aquel coño jugoso y joven.

Su abdomen subía y bajaba a cada caricia, a cada lamida. Oía su respiración entrecortada y sus gemidos de placer, que ella intentaba ahogar poniendo el cojín sobre su cara. Lamí despacio cada milímetro de su sexo hasta perder la noción del tiempo. Su respiración se fue acelerando más y más. No sé cuánto tiempo estuve chupando y lamiendo aquel coño delicioso y embriagándome con su aroma. Su abdomen saltaba y convulsionaba. Se retorcía de placer, y cuando vi que el clímax estaba cerca, puse con delicadeza mis labios sobre su clítoris, y empecé a masajearlo delicadamente con la lengua y con los labios, ya sin parar, hasta que contuvo la respiración y empezó a retorcerse entre gemidos de placer mientras repetía mi nombre. Un profundo y largo suspiro salió de su garganta y cayó derrumbada en el sofá.

Me tiró de la mano y me llevó junto a su cara. Me dio un tierno beso y me dijo al oído:

-¡Estás loco, nunca me habían hecho esto!!

-Sí, estoy loco, pero por ti.

Tenía las mejillas sonrosadas lo que la hacía aun más hermosa. Estaba preciosa, y su cara reflejaba el placer y la relajación del intenso orgasmo que acababa de sentir y del que yo era responsable y eso me hacía sentir bien. Me quedé abrazado a ella acariciándole el pelo y sumergiéndome en mil pensamientos. Ella me miraba con sus preciosos ojos azules. No sé qué pensaría, pero yo era el hombre más feliz de la tierra.

Yo aún seguía con el pantalón puesto, y mi pene ya no podía estar más tiempo encerrado. Hacía rato que lo sentía palpitar incomodo, queriendo salir de su encierro. Estaba tan excitado que ya no podía más.

Ella misma fue la que hizo el primer gesto de desabrocharme la correa del pantalón. Yo le ayudé. Abrí la cremallera y bajé nervioso el pantalón y el slip. El pene saltó fuera completamente erecto.

Tengo un pene grande. Ya está dicho. No lo digo por presumir, lo digo solo para situar al lector. Ella al verlo, lo sostuvo con la mano y me miró con una sonrisa maliciosa. Me recosté suavemente sobre ella y sentí como rozaba el vello de su sexo. Intentaba no ser brusco, pero estaba muy nervioso.

Volví una vez más a buscar su boca que ella me ofreció jugosa y cálida, y nos fundimos de nuevo en profundos y prolongados besos mientras mi miembro rozaba su sexo húmedo. De pronto, lo tomó con su mano y lo frotó despacio sobre su vulva, arriba y abajo, dejando el glande en la entrada de su vagina húmeda y maravillosamente lubricada.

Me acerqué al oído y le susurré:

-No llevo nada. Tendremos que tener cuidado. Refiriéndome a que no llevaba ningún tipo de profiláctico

-No te preocupes. Recuerda que estoy casada. Abandónate y disfruta todo lo que puedas

Aquellas palabras me volvieron loco de lujuria y eran más de lo que podía aguantar. Lentamente fui hundiendo mi pene en su sexo. Hasta el fondo. Despacio, una y otra vez. Disfrutándolo milímetro a milímetro. De nuevo el tiempo se detuvo. A veces la sujetaba por las caderas y la apretaba contra mí. Quería fundirme con ella. Era el éxtasis total. No era un mete y saca rápido y torpe. Era lento y delicioso. Ella cerraba los ojos, y recibía cada profunda penetración con un suspiro de placer.

Estaba con la mujer que mas me gustaba de la tierra, por la que estaba completamente colado, que era una belleza, con la que había soñado durante meses, de la que estaba enamorado. Y la tenía delante completamente entregada. Apenas podía creerlo.

Mis manos acariciaban sus muslos de seda. Sacaba el pene despacio, hasta dejarlo casi todo fuera, solo para volver a hundirlo lentamente hasta los testículos. Lo dejaba allí palpitando, y la abrazaba con fuerza contra mí. El fluido de su sexo mojaba el vello de mi pubis. Tuve que parar varias veces o aquello acabaría antes de lo que yo deseaba. Mi pene palpitaba dentro de ella y podía sentir las contracciones de su vagina sobre él. Nos estábamos derritiendo de placer. Estaba a punto de explotar. Al fin, cuando ya era imposible aguantar más, balbuceé en su oído:

-¡No puedo más! Y ella dijo entre gemidos

-Venga!

Los dos nos abandonamos, y mi pene entraba y salía ahora ya sin control. Sus gemidos de placer se hicieron más y más fuertes y se fueron acelerando. Se puso el cojín sobre la cara, contrajo el abdomen y sentí fuertes contracciones de su vagina sobre mi pene mientras los dos nos deshacíamos sobre el sofá. Un torrente de indescriptible placer me recorrió la espina dorsal y bajó hasta mi sexo, que explotó dentro de ella varias veces inundando su vagina de semen. Me retorcía sobre su cuerpo, y ella me besaba frenéticamente la boca para hacerlo aun más placentero. Al final, totalmente dentro de ella, abrazados y acoplados en un solo cuerpo, caímos los dos exhaustos sobre la alfombra.

Este relato, podría parecer el producto de una mente calenturienta, pero es exactamente lo que pasó aquella lejana tarde de abril de 1977. Y me pasó a mí. Lo siento.

Aquella misma noche trabajamos juntos. Nuestras miradas, gozosas y cómplices, se cruzaban una y otra vez. Ya nunca más me ignoraría. De hecho seguimos viéndonos hasta 1981 y nos entregamos el uno al otro cientos de veces. Hasta que la situación se hizo insostenible; ella tuvo hijos y yo formé una familia. Pero siempre recordaré a aquella preciosa chica, y aquella tarde de abril de 1977

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