Cuando Ginny acompaña a su hermano a comerciar

(Nueva traducción de las historias escritas por CollaredSlutGirls, esta historia se desarrolla en un mundo medieval donde los humanos conviven con otras razas fantasía como elfos, duendes y orcos.

Gracias por leer mis relatos, por vuestros comentarios y valoraciones)

Historia 33 – El Mercado de los Duendes

A pesar de los continuos alardes de confianza de su hermano, Genevieve no podía evitar sentirse nerviosa mientras guiaba el carromato y sentía su carga retorciéndose y gimiendo en el amplio sendero que conducía a los pantanos.

‘¿Y estás seguro de que los duendes respetarán este tótem tuyo?’ Preguntó de nuevo, avergonzada de su miedo y de cualquier debilidad que pudiera surgir dentro de ella.

‘Por supuesto;’ respondió Robert. ‘Esto se usa comúnmente en el comercio, después de todo. No dañarán a nadie bajo la protección del tótem a menos que sean provocados primero.’

‘¿Se necesita mucho para provocar a un duende?’ le preguntó a su hermano.

‘No cuando eres mujer, así que déjame hablar a mí, querida hermanita;’ señaló Robert.

Genevieve asintió y echó un vistazo al interior del carromato, cubierto de lona para ocultar las barras de hierro y las mujeres atadas enjauladas dentro.

Habían traído a cinco esclavas con ellos para esta oferta inicial, y Ginny estaba satisfecha por la manera cómo había resultado el entrenamiento. Dos de ellas eran ladronas, atrapadas en el acto y vendidas a la empresa de esclavitud de su hermano después de haber servido una semana en las picotas públicas de violación por sus delitos. Otras dos eran esclavas de deudas, vendidas a su hermano para pagar a algún acreedor y ahora condenadas a una vida de servidumbre sexual como esclavas con collar.

Las cuatro eran rubias, y ninguna de ellas había supuesto un reto para las habilidades de Ginny. Las ladronas habían llegado medio rotas debido a su semana continua de violaciones públicas, y solo fueron necesarios un par de golpes de su cosecha de equitación para que rogasen ansiosas servir a cualquiera con sus cuerpos ansiosos. Las esclavas por deudas tampoco eran vírgenes, así que Ginny dejo que los chicos del personal se las follasen libremente durante un par de días, en cuanto acabaron con ellas estaban deseosas de atender a cualquier hombre, convertidas en dos esclavas sexuales sin nombre, ansiosas por servir a los deseos de los hombres.

Sin embargo, la última chica fue su gran triunfo. Hija de un antiguo rico comerciante, cayó en la esclavitud para pagar las deudas de su padre. Ginny necesitó toda su habilidad con el látigo para convertirla en el tipo de juguete sexual que los hombres tanto admiraban, pero al final, como siempre Ginny lo había logrado, convirtiendo a una perra altiva y arrogante en una esclava servil como cualquier otra.

Había discutido con su hermano sobre si debían traer a esta esclava en concreto, a la zorra de cabello oscuro Trixie, como ella había apodado a la antigua Lady Triana, en esta excursión en particular, argumentando que era una pieza demasiado fina para desperdiciarla con los duendes, pero su hermano ni siquiera se había molestado en escucharla, como hacía con todo en el negocio, menos en lo relativo a la disciplina y el entrenamiento de esclavas.

‘Yo soy el dueño del negocio y soy el que toma las decisiones;’ le dijo su hermano. ‘Tu solo ocúpate de mantener a las zorras sumisas y obedientes.’

Bueno, aunque eso no era suficiente para Ginny, le bastaba de momento. El negocio funcionaba suficientemente bien para que sus tres hermanas, todas pelirrojas como ella, viviesen felices y con las suficientes comodidades hasta que pudiesen casarse, pero Ginny estaba decidida a participar de forma más activa del negocio familiar, no solo manejando su látigo sobre los cuerpos desnudos de las esclavas.

A pesar del optimismo de su hermano, Ginny tenía serias dudas sobre esta empresa comercial en particular. Los duendes se mostraban tan ansiosos por poseer mujeres humanas como esclavas sexuales como cualquier otra especie conocida, sí, pero tendían a adquirir sus existencias a través de incursiones y emboscadas, no a través del comercio honesto.

Pero Robert tuvo una idea, y Ginny, como siempre, le siguió, solo para mantener las mercancías obedientes. Golpeó con su cosecha de equitación a través de los barrotes de la jaula, alcanzando a Trixie a lo largo de su muslo y haciendo que la puta atada chillase a través de su mordaza, consiguiendo el objetivo de que las cinco chicas se calmasen y dejasen de luchar con sus cadenas. Ginny asintió satisfecha, esperando que todo saliese tan bien hoy.

Vieron a los primeros duendes antes de llegar a la aldea, criaturas pequeñas, en cuclillas y verdes con orejas largas y dientes más largos, cabalgando sobre lobos a lo largo de los bordes del sendero de las marismas. Ginny esperaba un ataque en cualquier momento, pero cuando algún duende miraba al carromato y veía el tótem, una especie de símbolo tribal que Robert había colgado en la parte superior del carro de lona, asentía con la cabeza en aparente reconocimiento antes de cabalgar hacia la aldea.

Tal vez, pensó Ginny, esto funcionaría después de todo.

Y entonces se adentraron en la aldea, atravesando las puertas abiertas de una tosca empalizada de madera en medio del asentamiento de los duendes.

Ginny miró a su alrededor con asombro. La aldea goblin era mucho más ordenada y limpia de lo que ella esperaba. En lugar de los muros de barro o las construcciones de tierra, los edificios eran fuertes cabañas construidas con troncos, ordenadas en hileras como cualquier otro asentamiento fronterizo. Había un herrero, un armero, un tonelero y muchos otros oficios, tal y como cabía esperar en un pueblo en auge.

‘No te sorprendas tanto, hermana;’ le dijo Robert. ‘O creías que los duendes se han ganado la reputación de maestros artesanos a base de rumores, ¿verdad?’

Era cierto, pensó Ginny, que el trabajo en metal de los duendes era considerado el mejor, excepto quizá el de los enanos, e incluso eso era discutido por algunos. Los enanos eran los mejores trabajando la piedra, decían, pero los duendes trabajaban el metal como si viviesen en él. La idea de que una especie de campamento de monstruos bárbaros produjese semejante trabajo parecía una tontería.

Pero si Ginny pudo adaptarse al aspecto civilizado del asentamiento de los duendes, le fue más difícil adaptarse a la vista de todas las esclavas a que se veían por todos lados.

Había docenas de esclavas, corriendo de casa en casa para hacer recados, trabajando en algún oficio en el porche de su vivienda, arrastrándose junto a un Amo mientras lo seguían al final de una correa, o simplemente arrodilladas en su sitio, esperando a ser útiles. Elfas, humanas, incluso algunas medianas, todas estaban desnudas y atadas de diversas maneras, con cuerdas enrolladas alrededor de sus extremidades y torsos para crear elaborados corsés o arneses adornados. Casi todas llevaban un bocado similar al de los caballos en la boca, estirando sus rostros en sonrisas forzadas, y la mayoría tenían anillos adornando sus cuerpos, no sólo las orejas y la nariz, sino también los pezones, el clítoris y en uno o los dos de sus prominentes labios vaginales. Y todas estaban cubiertas de tatuajes y marcas elaboradas, que las convertían en lienzos vivientes donde las flores brotaban de las areolas oscuras y los colmillos de los duendes se alzaban sobre los coños húmedos y abiertos.

No se parecían a ninguna esclava que Ginny hubiese visto antes en las ciudades humanas. Eran básicamente animales, la mayoría de ellas hinchadas por el embarazo, arrastrándose como bestias detrás de sus inhumanos Amos.

Y todas parecían completamente enamoradas de sus Amos, como si ser criadoras cautivas de los duendes fuese el mejor destino que pudiesen esperar.

Bueno, eso era un buen presagio para Trixie y el resto de la carga, pensó Ginny, y dejó deliberadamente de mirar a las esclavas o de pensar en el extraño calor que sentía en su interior cuando miraba a alguna de las putas arrastradas, atadas y amordazadas.

‘Prepara el bloque de subasta;’ le ordenó Robert y Ginny se levantó de un salto del banco del carro y bajó la lona que cubría el carromato, con cuidado de no empujar el tótem de ninguna manera.

‘Arriba, zorras, es hora de vender la mercancía;’ dijo Ginny y dio a cada una de las esclavas del carromato un rápido golpe de fusta, de modo que las cinco chicas pronto estuvieron de pie en la jaula, arremolinándose nerviosas con los ojos muy abiertos al verse rodeadas de duendes bastante interesados.

Las cinco muchachas sólo estaban ligeramente atadas, con las muñecas sujetas a la espalda, los tobillos encadenados con un corto tramo de cadena, y los toscos collares de hierro fácilmente visibles en sus delgados cuellos. Cada chica tenía un grueso bloque de madera metido en la boca y asegurado alrededor de la cabeza con un poco de cuerda, lo que mantenía al mínimo sus chillidos de miedo y conmoción mientras miraban con creciente horror a la clientela que se les ofrecía.

Ginny manipuló algunas tablas del carromato para crear una especie de pasarela que salía de la jaula, luego abrió los barrotes y condujo a cada chica, de una en una, a un lugar de la corta pasarela y sujetó un grillete a un lazo de hierro en el suelo, dejando a las cinco esclavas repartidas uniformemente y expuestas como la mercancía que eran.

Los duendes se acercaron y Trixie trató de arrodillarse en su lugar para ocultar sus encantos, hasta que un rápido golpe de la cosecha la hizo colocarse correctamente de nuevo, de pie orgullosa en su lugar con los pechos agitados en exhibición y el coño empapado guiñando un ojo a los postores, tal como había sido entrenada. Ginny sonrió y se mantuvo bien alejada de la multitud, no queriendo llamar la atención sobre sí misma.

Y entonces llegó el jefe duende y Ginny se excitó al verlo. Era casi el doble de grande que cualquier otro duende en el asentamiento, con las orejas y la sonrisa del duende, pero rasgos un poco más humanos alrededor de su cara y nariz. Era lo que vulgarmente se llamaba un mestizo, un medio duende, nacido de una esclava humana. Él centró su mirada en Ginny por un segundo, evaluándola, y ella desvió su mirada hacia otro lado rápidamente, intentando suprimir la oleada de calor dentro de su coño traidor.

‘Esclavas en venta, ¿eh?’ dijo el jefe.

‘Así es, su señoría;’ respondió Robert. ‘Estoy tratando de expandir mi negocio y este parece ser un mercado sin explotar en esta zona.’

‘No solemos comprar nuestras esclavas;’ dijo el jefe.

‘Eso es cierto;’ comentó Robert. ‘Pero creo que podrías encontrar que es beneficioso para ti comenzar a hacerlo.’

‘¿Por qué? ¿Por qué comprar esclavas cuando podemos atraparlas gratis?’

‘Relaciones de vecindad, su señoría;’ explicó Robert. ‘Cada vez que asaltas el asentamiento de algún granjero y secuestras a sus hijas para tu rebaño, te has convertido en un enemigo. Es por eso que los ataques continúan en ambos lados, ¿verdad?’

‘¿Pero qué pasaría si fueras a la ciudad y comprases a esas hijas después de que el granjero las vendiese para pagar una mala cosecha? ¡Él tendría dinero, tu tendrías esclavas y ambos lados estaríais en paz!’

Los ojos del jefe brillaron. ‘No es una mala idea; comentó. ‘Intercambiar nuestros bienes por esclavas, ¿eh?’

‘¡Exactamente!’ Dijo Robert. ‘Y tengo el primer gesto de buena voluntad. El gobernador territorial ha emitido una amnistía sobre toda actividad de allanamiento hasta ahora. Todo está perdonado, asumiendo que los duendes dejarán de lado cualquier deuda de sangre contra otros en esta zona. Podemos empezar de igual a igual.’

El jefe comenzó a hablar a su gente, su voz gritaba en el espeso y gutural idioma de los duendes, provocando que Ginny se sintiese un poco mareada. El resto de los duendes escucharon en silencio, luego respondieron con gritos propios.

‘Aceptaremos este acuerdo;’ dijo el jefe. ‘Siempre y cuando consigamos las esclavas que necesitamos. No hay muchas duendes hembras. Necesito putas para criar más duendes.’

‘Puedo ayudarte en eso;’ indicó Robert. ‘He traído cinco ejemplos de los productos con los que comercio y espero venderlos todos hoy a tu gente. ¿Puedo?’

El jefe agitó una mano con garras y Robert de repente saltó en el vagón y comenzó su subasta. Apenas necesitó hablar; la multitud estaba preparada para comprar y había vendido a las cuatro rubias en cuestión de minutos, riendo mientras las putas en pánico eran conducidas por sus nuevos maestros verdes para aprender su nuevo lugar en la vida como criadoras de duendes.

Robert se tomó más tiempo para vender a Trixie, enfatizando su antiguo estatus elevado, que pareció irritar a los duendes tal como lo habría hecho con una multitud humana; convertir a una ex dama en una zorra con collar parecía excitar a todas las especies por igual. Logró ganar tres piezas de oro por ella, el doble de lo que él y Ginny habían esperado. Robert sonrió mientras guardaba las monedas y miraba como el nuevo maestro de Trixie le abría la boca y empujaba su polla por su garganta gimiendo de placer.

‘¿Volverás?’, le preguntó el jefe.

‘Sí, volveré;’ respondió Robert. ‘La próxima vez, si me lo permites, vendré por el río y así podre traer tres veces más de chicas.’

‘Buena idea;’ señaló el jefe. ‘Tenemos oro y muchos objetos hechos de hierro. Podemos comprar muchas esclavas.’

‘Eso es exactamente lo que quiero escuchar;’ comentó Robert sonriendo.

‘Ahora, quiero tratar un asunto más;’ le dijo el jefe con gesto serio.

‘¿Oh?’ exclamo Robert un poco sorprendido.

‘¿Cuánto por ella?’ preguntó el duende y señaló directamente a Ginny.

Ginny se congeló. Era una broma, ¿verdad? ¡Ella no era una esclava! ¡Ella entrenaba esclavas!

‘Bueno, esa es mi hermana, su señoría;’ explico Robert. ‘Ella es parte del negocio familiar, ya ves. Ayudó a entrenar a estas esclavas que traje hoy. No tengo la intención de venderla en absoluto.’

‘Los hombres entrenan mejor a las esclavas;’ dijo el jefe. ‘Las mujeres sirven mejor como esclavas y putas. Me gustan las esclavas pelirrojas. Me gusta. ¿Cuánto?’

Ginny esperó a que su hermano repitiera su negativa para poder irse a casa y nunca regresar a este lugar perturbador, donde los ojos de un duende no la hacían sentir tan extraña y la vista de las esclavas de los duendes no enviaba sus pensamientos a lugares extraños.

‘Bueno, ella vale mucho para mí;’ dijo Robert lentamente.

‘Te doy diez piezas de oro y una espada hecha por un herrero duende;’ dijo el jefe y Ginny jadeó ante semejante precio.

‘Trato hecho;’ respondió Robert agarrando la muñeca de Ginny antes de que pudiese intentar apartarse. ‘Aquí tienes a tu nueva esclava.’

‘Espera, no…’ comenzó a gritar Ginny, pero antes de poder decir nada más el jefe la obligó a arrodillarse y le estaba metiendo un grueso bocado de madera detrás de los dientes, atándoselo detrás de la cabeza para cortar sus gritos. Sus manos fueron forzadas con grilletes de acero y encerradas detrás de su espalda, dejándola indefensa en cuestión de segundos.

‘¿Hay más como ésta?’ dijo el jefe mientras miraba con deseo y lujuria la forma atada de Ginny, obligándola a sonrojarse de humillación y excitación a la vez.

‘Tengo tres hermanas mayores de edad, todas pelirrojas;’ dijo Robert.

‘Tráelas la próxima vez;’ señaló el jefe. ‘Te pagaremos lo mismo que por esta.’

‘Estaré encantado de traerlas;’ contestó sonriendo Robert, y Ginny gimió al darse cuenta de que todas sus hermanas se unirían a ella en este maldito lugar.

Ginny se retorcía en sus ataduras mientras su nuevo Amo contaba el oro en las manos de su hermano convertido en su vendedor, pero no se atrevía a moverse mientras su ojo seguía clavándose en ella y congelándola en su sitio. Ahora la poseía y ella no se atrevía a enfadarlo. La visión de Trixie, doblada sobre una barandilla abierta de piernas y retorciéndose de placer conmocionado mientras su nuevo Amo la follaba violentamente, le mostró lo que le esperaba, y su coño la horrorizó palpitando de necesidad.

Robert se alejó con el carro una vez que hubo recogido la espada que el jefe le había prometido, una buena pieza que valía dos esclavas, fácilmente. Había conseguido un buen precio por Ginny, y se sintió extraño al enorgullecerse de algo tan denigrante.

‘Ven, zorra;’ ordenó el jefe y agarró a Ginny por su codiciado pelo rojo para arrastrarla a la casa más grande de la plaza. Dos esclavas estaban arrodilladas dentro, limpiando de diversas maneras, pero se dispersaron con una orden gutural del Amo.

‘Veamos lo que he comprado, ¿hmmm?’ exclamó el jefe y le quitó la ropa a Ginny con un par de golpes de sus garras, dejando a la chica desnuda ante su nuevo dueño. Ginny volvió a sonrojarse cuando el mestizo contempló sus pechos turgentes, sus anchas caderas y su coño chorreante.

‘Muy agradable;’ señaló su dueño. Ladró algo en duende y una de las esclavas regresó con un collar de acero finamente elaborado. ‘Con esto, perteneces a Rashnik. Ahora eres su puta reproductora y tendrás muchos duendes.’

Ginny gimió mientras el jefe le cerraba el collar alrededor del cuello, reduciéndola a la esclavitud para siempre. Sin embargo, su coño palpitaba necesitado, al igual que su vientre repentinamente vacío mientras los ojos de su Amo tomaban su vientre plano y lo acariciaban con la intención de llenarlo de camadas de nuevos duendes mestizos.

‘Es hora de follarte, pequeña puta;’ dijo el cacique y arrojó a Ginny al suelo, extendiendo sus piernas hasta que la ex esclavista sintió que la estaban partiendo por la mitad. Luego metió la mano en su atuendo y sacó su polla, que era larga, verde y palpitante de deseo.

‘¡Mmmmpppph!’ gimió Ginny tratando de protestar, y luego gritó de shock y dolor mientras la polla apuñalaba su coño virgen. Sus gemidos se elevaron en tono cuando él comenzó a golpear su cuerpo una y otra vez, cacareando y balbuceando de placer mientras golpeaba su coño mojado. Pero el dolor se desvaneció rápidamente y la sensación de ser utilizada correctamente comenzó a brillar dentro de ella. Después de todo, ella era una esclava, como el collar alrededor de su cuello le decía a todo el mundo. Ser una esclava era su lugar.

El placer floreció dentro de ella a medida que su terrible experiencia continuaba y ella gimió y se retorció en creciente alegría mientras aceptaba su degradación como una puta de los duendes. Y luego estaba gritando a través de su mordaza mientras tenía un orgasmo por primera vez, luego otro, y luego un tercero más.

Se corrió dos veces más antes de que su maestro inundase su cuerpo con su semilla y ella llegase al orgasmo una última vez al sentir su primera inseminación, solo otra criadora de duendes cumpliendo su propósito.

‘Eres una buena puta, pequeña esclava;’ le dijo Master. ‘Serás una buena esclava, lo sabía. Rashnik te llamará G’nnee, pequeña puta. Eso significa ‘coño apretado.’

G’nnee asintió con entusiasmo, ya no preocupada por ser renombrada debido a la elasticidad de su coño de esclava. Ella pertenecía a su Amo y él podía hacer lo que quisiera con ella.

——

Dos meses después, G’nnee era una esclava contenta en el asentamiento de los duendes. Había aprendido mucho de las otras dos esclavas de su Amo, T’rur y F’rar (o ‘Coño’ y ‘Culo’), que le habían enseñado mucho sobre cómo mantener la casa de su dueño limpia y bien cuidada. Había aprendido muchas técnicas sexuales de las que nunca había oído hablar; le gustaba especialmente chupar la polla de su Amo, ya que eso le permitía eliminar su mordaza para algo más que para alimentarse.

Rashnik la había marcado con su propio emblema, y le había puesto anillos de metal en los pezones y el clítoris. También había comenzado a adornar su cuerpo con tatuajes, ahora parecía una mascota bárbara más mientras se arrastraba tras él por el pueblo, especialmente con su vientre hinchado ya cerca de la hora de entregar su primera camada.

Su hermano había regresado dos veces en ese tiempo con más esclavas, incluidas sus tres hermanas, que ahora tenían sus propios amos duendes ante los que responder, y el mercado de duendes estaba prosperando a medida que despegaba el rápido comercio de carne de esclava a cambio de la artesanía de los duendes. Algunos otros asentamiento duendes, estaba segura Ginny, siempre se opondrían a que los duendes comprasen esclavas humanas en vez de secuestrarlas, pero no aquí en esta aldea. No, aquí, G’nnee y sus hermanas esclavas estaban felices de ser el ganado de los duendes y la madre de más de los que vendrían. Que el mercado de duendes permanezca abierto para siempre, pensó, para que otras puedan aprender y sentir la misma alegría que sentía ella.

FIN