Cuando tu entrenador quiere romperte el culo

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La historia hasta ahora: Guillermo cuenta como en su juventud en compañía de su compañero de equipo de Rugby, Arturo y su entrenador, Javier, fueron a un lujoso chalet de Torremolinos, propiedad de un amigo de su entrenador. Allí tienen sexo a cuatro bandas en la piscina de la vivienda. Por la noche, tras deslumbrarlos con todo tipo de lujos , los llevan a cenar a un restaurante gay en el Pueblo Blanco, para después más tarde llevarlos a los bares de ambiente.

De vuelta a casa, Arturo pasa la noche con Javier y Guillermo tiene sexo con Sebas. Mientras se ducha, le cuenta el motivo secreto por el que Javier lo ha traído a Torremolinos: Está loco por romperle el culo.

A la mañana siguiente, Sebastián lleva a sus invitados a una habitación secreta de la casa a la que él llama la Disneylandia del sexo, donde tiene toda clase de juguetes sexuales que sorprende y agrada por igual a los dos jóvenes jugadores. Arturo se sube a uno de los columpios que hay, invitando a que lo penetren con un enorme dildo…

Mientras el joven sevillano se acomodaba en la sexual hamaca, Sebas pidió a Guillermo y a Javier que se desvistieran por completo. Al poco, le facilitó un arnés de cuero y metal a Javier para que se lo pusiera. El hizo lo mismo con otro similar y a continuación se puso unos pantalones de cuero que dejaban al descubierto sus glúteos y sus genitales. Vestido de aquella guisa, el musculoso hombre parecía salido del reparto de una película de sado (De las de bajo presupuesto, claro está…).

—¿Queréis poneros uno? —Preguntó dirigiéndose a Guillermo y a su entrenador.

Ambos respondieron afirmativamente y se dirigieron a la mesa sobre la que se encontraba la morbosa indumentaria. Mientras buscaba un pantalón que se adaptará a él, Guillermo no pudo evitar pensar en lo kafkiano de la situación. Se suponía que iban a disfrutar de sus cuerpos, que todo aquello se había montado para entregar su virginal culo al entrenador. ¿Era necesario tanta parafernalia?

Aquel rollo del cuero y de los juguetitos eróticos no le desagradaba. Pero era tanto el pánico que le producía ser penetrado por el entrenador que todo el teatro que se estaban montado los dos maduritos con ellos, lejos de excitarle, sólo le provocaba un nudo en la boca del estómago. ¿Cómo se puede desear tanto una cosa y a la vez temerla, en la misma medida?

Mientras los dos hombres terminaban de prepararse para el pequeño “retablillo” sexual. El pijo malagueño no perdía el tiempo y paseaba sus ensalivados dedos por el orificio anal del joven Arturo. Este, excitado como estaba, no paraba de morderse el labio y resoplar placenteramente, ante las magistrales caricias del cuarentón. Y es que el joven adolescente, acostumbrado como estaba a la rudeza de Javier y a la inexperiencia de su compañero de equipo, la magistral delicadeza con la cual el pijo malagueño lo tocaba, le parecía todo un “bocatto di cardinale”

Cuando Guillermo y el entrenador se incorporaron a la caliente escena, el cuarentón malagueño había logrado ya introducir dos dedos en el esfínter del adolescente, con la única lubricación de un poco de saliva. Sebas se detuvo un momento para observar que tal le sentaba a los dos hombres la indumentaria que él les había propuesto. Javier era puro morbo, el cuero se marcaba a sus piernacas como una segunda piel, su polla emergía como un mastil entre los cordones que se ataban a su cintura. Guillermo por el contrario, para sorpresa del anfitrión, venía completamente desnudo.

—¡¿Por qué no te has puesto nada?! —El tono de Sebas se asemejaba más a una orden que una pregunta.

—Todo me estaba muy grande —Dijo disculpándose Guillermo.

—¡Hijo mío, es que eres lo mínimo que se despacha en hombre!—Dijo Arturo en un tono hiriente, incorporándose levemente.

¿Se podía ser más irritante que este niñato? No sólo se pasaba tres pueblos con sus comentarios, además todo su afán era dejar mal a su compañero. ¡Parecía mentira que fueran amantes! ¿Por qué cuando no podemos conseguir algo por las buenas, los seres humanos nos empeñamos en hacer daño a quien menos culpa tiene?

El caso era, que los celos corroían por dentro a Arturo. Él quería ser lo más importante para Javier, ser el centro de su mundo… Pero aquel fin de semana, todos los sentidos del hombre que quería, tenían un único objetivo: hacer suyo a Guillermo. Y como, por miedo a perderlo, no se atrevía a reprocharle nada a su entrenador. La diana de sus ataques no era otra que la persona del noble Guillermo.

—No te preocupes, chaval- El tono de Sebas era más amable de lo normal, en un afán de tranquilizar al pobre muchacho —Si para lo que te vamos a hacer estarás más cómodo así — Y volviéndose hacia Arturo le preguntó a éste con una completa naturalidad — ¿Y nosotros por dónde íbamos?

El dueño de la casa volvió a escupir en el peludo agujero y prosiguió introduciendo sus dedos en el estrecho canal. A pesar de que el chaval dilataba con facilidad, meter el tercer dedo encontró un poco de dificultad.

—¡Javier! ¿Por qué no me alcanzas un bote de lubricante de esos que están en una de las repisas altas de la izquierda? —Dijo Sebas señalando con la mano y sin dejar de penetrar con sus dedos al joven sevillano.

El entrenador, abandonado el simulacro de masturbación en el cual estaba sumido, se dirigió hacia donde le había indicado su amigo. Y una vez dio un bote de color negro, a Sebas. Volvió a echar el brazo por los hombros a Guillermo y reanudaron los lascivos masajes sobre sus erectos miembros.

El dueño de la casa embadurnó sus dedos con un pegajoso líquido transparente. Si el orificio del muchachito, con la única lubricación de la saliva, había dejado pasar casi tres dedos. Al estar empapado del gel, esos mismos tres dedos atravesaron con facilidad el orificio. Tras aguardar la correspondiente dilatación, Sebas unió un cuarto dedo a la profanación del esfínter del muchachito. Fue sentir como los cuatro dedos lo atravesaban y el joven Arturo se puso a gemir descompasadamente.

En el momento en el cual el malagueño lo consideró oportuno, pidió a Javier que prosiguiera con la labor iniciada. Una vez su sitio fue ocupado por el entrenador, Sebas se dirigió a las vitrinas.

El joven jugador estaba súper excitado, tanto que el entrenador, acostumbrado como estaba a su manera de comportarse en la cama, no pudo más que asombrarse ante lo insólito del hecho:

—¡Arturo, tienes el culo cantidad de caliente! ¡Nunca te lo había visto tan dilatado!

Guillermo desde donde estaba y con el nabo tieso como una estaca, podía ver como los tres enormes dedos del cuarentón entraban en el oscuro agujero sin ninguna dificultad. Javier llevaba razón, nunca antes había visto el ano de su amigo tan abierto. El varonil muchacho hizo ademán de acercarse, para tocarlo y unirse así a la fiesta. Pero su gesto fue interrumpido con la llegada de Sebas, quien venía cargado con varios juguetes sexuales.

—¡Guillermo, por favor, acércame un banquito para colocar todo esto!

Una vez el joven sevillano acercó uno de los bancos que pululaban por la habitación, su anfitrión, de una manera que rozó el protocolo, colocó todos y cada uno de los objetos que había traído sobre el banco: un par de caja de preservativos, tres consoladores de distintos tamaños y formas y algo que simulaba a las bolas chinas, pero de un tamaño más considerable. Por último, se sacó de la cintura un bote de algo que parecía ser Popper, el cual colocó de manera ordenada junto a los demás enseres sexuales.

Arturo se incorporó para lanzarle una pequeña visual al símil de escaparate que habían colocado a su lado. Fue sólo vislumbrarlo y se excitó enormemente. Tanto que su ano se dilató aún más y dejo pasar sin problemas al cuarto de los dedos del entrenador. Dedos, que dicho sea de paso, eran de mayor diámetro que los de Sebas.

El cuarentón al comprobar la facilidad con la que se expandía el ano del chico, saco la mano de golpe y le hizo un gesto con el puño cerrado a éste. La contestación del muchacho, tan cerdo como estaba, no fue otra que una afirmación con la cabeza. Se disponía a untar su puño con lubricante, cuando fue detenido por el malagueño.

—¡No seas bestia, Javier! Ya habrá tiempo de todo. No te cargues el juguete antes de empezar la partida.

Era asombroso, como Arturo había conseguido la atención de los dos maduros. Aunque para ello tuviera que ceder a que le penetraran con un puño. Pero aquello, aunque estaba en el menú, todavía no tendría lugar. Pues el malagueño tenía en principio, otros planes.

Como si de un ritual se tratara, Sebas cogió uno de los dildos, uno color rosa de unos tres centímetros de diámetro y quince de longitud. Lo envolvió en un preservativo y echo un chorro de crema lubricante sobre él. Acto seguido, ante la atenta mirada del entrenador y de su pupilo Guillermo, fue introduciendo poco a poco el remedo de polla en el esfínter del muchachito. Para sorpresa tanto suya, como de sus observadores, este entró con una facilidad pasmosa, obteniendo por parte de Arturo un leve quejido como única respuesta.

Tras comprobar que el túnel no era tan estrecho como parecía en un principio. El malagueño opto por cambiar el dildo que estaba usando por otro.

Esta vez, el juguete sexual era de color rosado, asemejando la piel humana, su tamaño era mayor, unos veinte centímetros de largo por cinco de circunferencia. Tras repetir todo el oportuno protocolo, de preservativo y lubricante,el madurito se dispuso a horadar con él, el todavía hambriento agujero.

Al principio los músculos internos del ano parecieron poner algún impedimento, pero al poco el chaval supo relajarse y dejar pasar el inmenso objeto de látex a su interior. Esta vez sus quejidos fueron más salvajes y su pene babeo, en un par de ocasiones líquido pre seminal.

La mano del malagueño, moviendo el falso cipote rosa era como un potro desbocado. Hubo un momento en el cual sacó el consolador de golpe y mostró, de modo vehemente, a Guillermo y al entrenador las dimensiones que estaba cogiendo el esfínter del jovencito. El peludo orificio, enrojecido y babeante de lubricante, mostraba un diámetro en consonancia con el objeto sexual que acababan de extraer de él.

—¿Habéis visto como el dilata el cabrón? Es una buena “puta”.

La verdad es que aunque el comentario de “puta” para Guillermo estuviera de más, no tenía más remedio que darle la razón al pijo malagueño, el culo de Arturo se había abierto como una flor y lo que podía albergar en su interior parecía no tener límites.

El tercer dildo era negro mucho más largo que el anterior( a ojo de buen cubero, unos treinta centímetros) y una anchura parecida. Era el mismo que, en un principio, llamó la atención de Guillermo. Por eso, en el momento que el joven Sevillano vio a Sebas blandir el enorme falo ante el ano de su compañero de equipo Un pensamiento negativo se apoderó de su mente: “¡Eso no le entra ni de coña!” Pero la realidad le contestó que estaba equivocado, pues a diferencia del anterior, el juguete sexual entró con una facilidad pasmosa en el ya enormemente dilatado esfínter de Arturo.

Ver aparecer y desaparecer el enorme cipote de plástico era una visión tan increíble como excitante. Ni una queja escapó de los labios del pervertido adolescente. La única señal que su cuerpo daba del placer que estaba sintiendo era una gran mancha de precum que empapaba su ombligo. Tras unos minutos de hacer viajar el falso carajo en su interior; el cuarentón malagueño decidió que el momento de pasar a mayores había llegado.

—¡Javier, el chaval ya está a punto de caramelo! —Dijo con el mismo tono que emplearía para decir que la comida estaba lista —. Cógete unos guantes de látex que debe haber en una de las repisas y un bote blanco grande de crema que hay por ahí.

Escuchar lo de los guantes y lo de la Crema hizo que Guillermo sospechara que aquellas cuatro paredes habían albergado en otras ocasiones la práctica del “fist”. Pues el ricachón daba muestras de saber con creces todos los requisitos y procedimientos a seguir para introducir un puño por el ano.

Javier se colocó el guante mientras se relamía el labio morbosamente. Se podía ver un salvaje brillo en su mirada. Por lo que se veía, aquello le excitaba enormemente, una muestra clara de ello era su gran verga que vibraba como si fuera un ente independiente.

Tras impregnar el látex con la crema blanca, retorció su puño en la entrada del dilatado ano. Concluido el teatral gesto, comenzó a introducir su mano en el esfínter de Arturo. Primero metió un dedo, luego dos, el tercero y el cuarto entraron sin problemas, el quinto puso un poco de impedimento. Pero conocedor de este problema, Sebas había desvirgado el bote de Popper y daba a probar una gran esnifada al adolescente. Los ojos del joven Sevillano parecieron salirse de las órbitas, era la primera vez que probaba aquella droga relajante y los efectos fueron devastadores.

La extraña y novedosa sensación que invadió los sentidos de Arturo, permitió que el quinto dedo pasara a su interior, aunque le dolía, todo su cuerpo parecía abrirse de manera estrepitosa. El entrenador consiguió meter la mano hasta la base del metacarpo, el cual parecía ser el tope, de lo que el chico podía albergar en su interior. Ante tal impedimento, Sebas volvió a suministrar otra esnifada de Popper. Pero esta no sirvió de mucho, pues el dolorido cuerpo del sevillano había marcado sus límites. Por eso, cuando el maduro entrenador, en un intento bestial de conseguir su propósito, empujo su mano hacia dentro, lo único que obtuvo fue un doloroso grito por parte del chaval, quien a modo reflejo expulsó por completo la mano de Javier. Y es que por mucho que el cine porno nos quiera hacer creer que esta práctica con los puños es una tarea fácil y viable, la realidad es netamente dolorosa.

El entrenador, al ver lo imposible de su perverso acto, se desprendió del guante con un gesto clarificador del enfado que bullía en su interior. Se alejó del dolorido muchacho, sin musitar una palabra (Con lo bien que le hubiera quedado un lo siento, después del daño ocasionado). Es lo que tienen las disculpas, separan a las personas en dos tipos: egoístas y las que no lo son.

Pero, como lo único que le interesaba en aquel momento a Javier era una sesión de sexo sin cortapisas. Fijo su atención de nuevo en Guillermo y en su virginal ano. Así que, con un tono bastante desagradable, se dirigió a Arturo y le dijo:

—Tío, ya que tú culo no sirve para mi puño. Deja que Guillermo se ponga ahí. A ver que utilidades se le puede sacar al suyo.

El joven sevillano se incorporó como pudo. Las palabras de su amante fueron como una puñalada trapera. De nada había servido poner toda la carne en el asador y ceder de manera tan sumisa a sus caprichos. El “fist” había sido imposible y había pasado de ser el protagonista absoluto, a ser persona non grata. ¿Tanto le gustaba a Arturo el entrenador? ¿En qué momento las personas pasan por desear a otra persona, a dejar de quererse a sí mismas? En aquel momento, el chico era muy ignorante para saber distinguir una relación placentera de una destructiva. Un sentimiento de culpa llenaba su pecho: no haber estado a la altura de las circunstancias.

Javier, con un vasto ademán, pidió a Guillermo que se tendiera sobre la ondulante hamaca. Este temeroso, buscó con la mirada la complicidad de Sebas. Este comprendiendo al chaval le dijo, con ese tono suyo, tan confortador:

—¡No te preocupes chaval! Sólo te prepararemos para que Javier te pueda penetrar, y si no se puede, ¡no-pa-sa-na-da.! Hay más posibilidades para divertirnos.

El dueño de la casa, para terminar de tranquilizar al muchacho, lo cogió por la cintura y le dio un cálido beso, consiguiendo con él, llevarse a Guillermo a su terreno.

Mientras se subía a la sexual hamaca, una amalgama de pensamientos recorrió su mente, estaba deseando ser taladrado por el miembro de Javier, pero a su vez, un temor irracional recorría su médula. Pese a sus sentimientos contradictorios, se tendió sobre las anchas correas de cuero y levantó las piernas, como si esto formará parte de una coreografía no escrita.

Al ver Sebas avanzar hacia él, un escalofrío recorrió todo su ser y es que la indumentaria leather, sado o como quieran llamarlo, le daba un aire de malo de película que tiraba de espaldas. Fue sentir sus dedos tocarles las posaderas y esta sensación comenzó a abandonarle, pues el primor que el madurito malagueño imprimía a sus caricias era de lo más reconfortante.

Mientras el placer recorría su cuerpo de forma desorbitada. Guillermo se incorporó levemente, buscando a su entrenador y a su compañero. El primero no apartaba la mirada de ellos, mientras le daba al “manubrio”. Arturo, por su parte, no daba por terminada la mañana de sexo e intentaba a duras penas que su aletargado “hermanito” volviera a la vida.

La siguiente sensación que percibió fue un poco desagradable: una sustancia fría y pegajosa impregnaba su poblado orificio anal. Pero al poco, aquello que comenzó siendo incomodo, se transformó en algo placentero y todo gracias al delicado ritmo de los dedos de Sebas.

Un leve pinchazo de dolor fue señal evidente de que el malagueño había comenzado a introducir un dedo en el interior de su esfínter. La emoción que le embargaba rozaba el desfiladero del dolor, pero el sumo tacto de Sebas propició que se alejara pronto de aquel abismo y sólo sintiera placer; un placer intenso como nunca antes había sentido.

Al ver como el adolescente acogía sus caricias, detuvo la preliminar penetración por un momento, acercó el cuerpo del chico al suyo y le regaló un tierno e intenso beso. El joven sevillano creyó tocar el cielo en aquel momento.

La predisposición del chico a ser penetrado después de aquel acto de afecto, había crecido de manera geométrica. Pues los miedos habían abandonado por completo su persona. A partir de ese instante, sabía que si ese día no cumplía su sueño de ser desvirgado por su entrenador, ya nunca más lo haría, pues no encontraría ocasión mejor que aquella.

Con la mente más calmada, relajó su cuerpo y, al hacerlo, permitió, casi sin dolor alguno, que el segundo dedo del maduro malagueño se internara en su interior. La manera tan delicada con la que el hombre acariciaba las paredes del interior de su esfínter, lejos de causarle daño alguno, le estaban suministrando un gozo, distinto a todo lo que había sentido anteriormente. Irrefutable prueba de ellos era los satisfactorios jadeos que brotaban, una y otra vez, de su garganta.

El siguiente movimiento del cuarentón malagueño fue coger el consolador rosa, de los tres el más pequeño. Tras pedirle a Guillermo una silenciosa aprobación, comenzó con el procedimiento de rigor: cubrirlo con un preservativo y embadurnarlo de gel lubricante. Una vez cumplido todos los requisitos, condujo el juguete sexual a través del virginal túnel.

La primera impresión que tuvo el muchacho fue una parecida a querer ir al baño. Pero pronto se desvaneció ante el torrente de placer desmesurado que comenzó a invadir su cuerpo. Sebas estaba demostrando ser un tío muy sensible y lleno de tacto, trataba al joven jugador como si fuera algo frágil y delicado. Su magnífica empatía hacia el chaval daba como resulta que éste se dejara hacer irremediablemente. Cuando consideró que el estrecho agujero había dilatado lo suficiente, lanzó una visual a Javier y le dijo:

—¡Ya está preparado! Cuando quieras es todo tuyo.

El fornido entrenador avanzó hacia ellos, la imagen que ofrecía con aquel atuendo era impresionante, le daba un aspecto de chico malo, ¡tan temible como deseable! Al caminar, su erecto vergajo cimbreaba potentemente, como si estuviera ansioso por llegar a la tierra prometida.

Al llegar a la altura de Guillermo, él se incorporó para verlo. Nunca aquel hombre le había parecido tan atractivo, se moría de ganas por sentir aquel miembro en su interior, por fundir sus cuerpos como si fueran uno solo. Javier tocó el orificio anal del chaval, a pesar de que la delicadeza no era lo suyo, el joven sevillano, al sentir la rudeza de sus dedos, no pudo evitar verte unas gotas de líquido pre seminal sobre su abdomen.

—¡Jo, Sebas! Eres un monstruo preparando el terreno.

Y dicho esto, Javier buscó sobre el banco la caja de preservativos y cubrió con uno de ellos su cipote. El miembro del musculado cuarentón era de enormes dimensiones, largo, gordo, pero lo que más llamaba la atención de él era su enorme glande y su oscura piel. Al menos, veinte centímetros de polla dispuestos a taladrar el virginal esfínter.

Aprovechando que su amigo ponía el uniforme de trabajo a su polla, el malagueño besó tiernamente a Guillermo de nuevo. Para concluir, susurrándole al oído:

—Si te hace daño, me avisas y lo paramos. ¿OK?

El joven sevillano estaba gratamente sorprendido por el inusual apoyo que había encontrado en Sebas. Tenerlo como yunque al que aferrarse, le daba el suficiente valor para enfrentarse al difícil paso que iba a dar: dejarse penetrar por primera vez.

Javier levantó levemente la espalda del muchacho, apoyando los pies de este sobre su hombro, acomodó su pene en la entrada del ano del muchacho y con una suavidad impropia de él, comenzó a empujar su enorme y caliente mástil contra la entrada del apretado orificio.

Al principio, a pesar de la lubricación, aquello se antojaba una tarea imposible, pero el trabajo previo de Sebas empezó a dar sus frutos y, poco a poco, el enorme y rojizo capullo comenzó a atravesar el estrecho túnel. Al principio, un dolor casi insoportable se adueñó de Guillermo; quien estuvo tentado de hacer la dichosa señal al dueño de la casa. Pero en el momento que su agujero invitó a entrar por completo al enorme falo, un placer indescriptible comenzó a recorrer su cuerpo.

El muchacho alargaba las manos y se agarraba fuertemente a las cadenas para soportar la desgarradora satisfacción. Por cada golpe de caderas que el entrenador daba, un quejido de gozo era proferido por su boca. Al poco, el enorme cipote entraba y salía del ya desvirgado agujero con una facilidad prodigiosa. El joven sevillano estaba disfrutando tanto, que no quería que aquello terminara nunca.

Javier sacó súbitamente su falo del interior del muchachito diciendo:

—Ya que la vivienda está estrenada, será cuestión de invitar a más gente.

La torpe metáfora del entrenador dejó estupefacto a Guillermo, quién por nada en el mundo se iba a dejar penetrar por Arturo. Pero no fue Arturo, quien ocupó el lugar de Javier, sino Sebas.

Era curioso, lo que le había pasado al joven sevillano con aquel tipo, en principio le cayó mal por sus aires de grandeza y su prepotencia, pero a medida que fue conociéndolo mejor el malagueño fue conquistándolo. Era la primera vez que alguien lo trataba con tanta ternura a la hora del sexo, si Guillermo hubiera estado preparado para enamorarse de alguien por aquella época, Sebas hubiera sido el candidato perfecto.

El cuarentón, con su innata delicadeza, tiró de las manos del jovencito, facilitándole la bajada de la teatral hamaca. Una vez estuvo junto a sí, lo abrazo dulcemente y comenzó a besarlo en el cuello, para culminar fundiendo tiernamente sus labios con los del muchachito.

-¿Te apetece que te penetre?- le dijo mirándole fijamente a los ojos.

El chico asintió con un movimiento leve de cabeza. Ante la predisposición de Guillermo, el malagueño lo cogió de la mano y le dijo:

—Pero mejor vayamos a una de las camas. Disfrutaremos más.

Mientras el malagueño cogía los enseres necesarios para el acto sexual que iban a acometer, observó a los otros dos participantes de aquella inusual orgía. Estaban enzarzados en un apasionado y salvaje beso, pues pasado el fugaz momento de gloria de Guillermo, Javier había vuelto con quien realmente saciaba sus ansias de sexo: Arturo. Este conocedor de su lugar en el juego de tres que se traían, se sumía plenamente a los deseos del rudo cuarentón. Cómo se preveía que la cosa entre ellos iba a pasar a mayores, Sebas les invitó a que los acompañara en la enorme cama.

Guillermo se puso a cuatro patas en un filo del amplio camastro. Cuando su compañero vio la actitud tan sumisa que adoptó, tocó su hombro cariñosamente y le dijo:

— No chiquillo, así no. Prefiero que lo hagamos de otra forma.

El chaval miro de manera suspicaz al malagueño, pero algo en la mirada de él volvió a frenar sus dudas. El hombre se sentó sobre la cama e invitó al adolescente a sentarse sobre él. Mientras se acomodaba en las rodillas de su ocasional amante, Guillermo observó a la otra pareja, la cual al igual que ellos se entregaban a sus deseos sexuales, pero de una manera bastante más bestial y salvaje. Pues si en cada toque del pijo malagueño había delicadeza y ternura, las manos de Javier cuando acariciaban a Arturo, estaban repletas de deseo y lujuria, sin dejar espacio en ellas para cualquier muestra de afecto.

El recién desvirgado joven empezó a arrepentirse de haber sucumbido a los pensamientos de su entrepierna y probar las delicias del placer anal con su entrenador. Pues este, todo lo que tenía de tío bueno lo tenía de bestia insensible. Para ello no había más que observar como trataba a Arturo y que cuanto más sucumbía a la lujuria, más brutales eran las muecas que se pintaban en su rostro.

Guillermo no pudo evitar sentirse desolado por lo que acababa de hacer, pero en lugar de afligirse, besó con más pasión al hombre que tenía ante sí. ¡Este si merecía la pena!

Tras una sesión de besos y abrazos, el madurito malagueño se enfundo un preservativo y lubricó de nuevo el ano del adolescente.

—Ponte sobre mí. ¡Tú marcas el ritmo!

Mientras se sentaba sobre el inhiesto miembro y acomodaba este en su interior (dilatado como estaba, con bastante facilidad, todo hay que decirlo). El sumo cuidado que el malagueño puso para no hacerle daño, contrarrestaba con la brusquedad con la que el entrenador trataba a Arturo.

Guillermo volvió a observar detenidamente a Javier y a Arturo, el gesto del primero carecía de sentimiento alguno, en el del segundo solo había lugar para el dolor, pues por lo que se deducía, el intento de “fisting” lo había dejado bastante lastimado. Por eso, cuando al poco Javier lanzó un gutural quejido, creyó entender que a su compañero de equipo no le había molestado, en absoluto, que la diversión hubiera acabado tan pronto, muy al contrario. Le pareció atisbar un gesto de alivio en su rostro.

Comprendiendo que el momento que quedaría en su memoria cuando pasaran los años, sería el que estaba viviendo ahora con Sebas. Borró de su mente cualquier perjuicio y trabas absurdas y se entregó por completo al sensual acto. Si con el entrenador había experimentado un placer insospechado. Las sensaciones de las cuales disfrutaba en aquel momento no tenían parangón.

Se movió sobre su amante de un modo que desconocía que pudiera hacerlo. Lo besaba, lo abrazaba, mezclaba sus manos con las de Sebas y todo, de una forma tierna y salvaje a la vez, como si quisiera unir su cuerpo al suyo. La boca del maduro malagueño se le antojaba una prolongación de la suya, como si estuviera forjado a él con cada célula de su cuerpo. El entrar y salir del duro miembro sexual en su cuerpo no le ocasionaba dolor alguno, solo el gozo tenía cabida en su interior. Hubo un momento que la delicadeza abandono la ferviente escena y dejó a la pasión como único director de orquesta. El deseo cabalgó desenfrenadamente sobre los dos hombres hasta que llegaron a la meta, Guillermo derramó su esperma sobre el pecho de Sebas y en el rostro del cuarentón se dejó ver una mueca clara de que se había corrido también. Tras el fugaz momento de sumo placer, el malagueño abrazó al chico y volvió a buscar sus labios.

En aquel fin de semana, se volvió a repetir aquella sesión de sexo a cuatro, pero Guillermo tenía muy claro ya con quien prefería estar. Había descubierto que en el sexo era mejor compartir que someterse.

Tras aquellos días en Torremolinos, la relación a tres que mantenía con Arturo y el entrenador se fue enfriando y Guillermo se fue separando de ellos a pasos agigantados. Pues quien elige mediocridades, cuando se ha conocido lo verdaderamente bueno.

FIN

El viernes que publicaré, con motivo de Halloween, una historia bastante macabra que llevará por título “Mi programa favorito”, será en la categoría “Otros textos”. ¡No me falten!!!!

Estimado lector, te ha gustado esta historia Puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que pueden ser de tu agrado la gran mayoría de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento en esto que se ha dado por llamar la nueva normalidad, una situación que no es que se esté alargando demasiado es que la incertidumbre te hace estar en un estado de ansiedad constante. Fuerza a todos, que saldremos de esta!!