El culo virgen de mi madre

Creía que conocía a mi madre, pero ignoraba que ocultaba un gran secreto. Siempre la había admirado por muchos motivos. Era una mujer muy trabajadora, que peleó durante años para que no me faltara de nada, siempre con una sonrisa en la boca. Me crio sin ninguna ayuda, renunciando a gran parte de su juventud y a rehacer su vida.

De mi padre nunca supe nada. Mi madre me contó que cuando supo que estaba embarazada, ya no lo volvió a ver. A pesar de estar sola y ser todavía muy joven, decidió seguir adelante. Le estaba muy agradecido y deseaba terminar la carrera para empezar a trabajar y poder ayudarla económicamente, para que no tuviera que hacer tantas horas.

Mi madre, Elsa, no era la única mujer en mi vida. Llevaba unos meses saliendo con Ylenia, una compañera de la facultad. Me había costado conquistarla, pero mereció la pena. Con el fin de normalizar la relación, decidí que había llegado el momento de llevarla a casa para que las dos se conocieran.

Sabía que mi novia era el prototipo de chica que mi madre quería para mí. Una joven educada, lista, estudiosa y de buena familia. Por si eso no fuese suficiente, además era una preciosidad. Una belleza adorable de melena castaña y ojos verdes, con un cuerpo pequeño, pero muy agradable a la vista y también a las manos. Tanto sus grandes pechos como su trasero, se habían convertido en mis desestresantes favoritos.

A pesar de todo eso, no podía evitar sentir cierto miedo por si mi madre no daba su aprobación. Ella solo me tenía a mí, y temía que pudiera sentirse desplazada. Tuve muchas charlas con ella antes de dar el paso de presentársela. Quería que todo saliera bien, que compartiera mi felicidad, pero sabiendo que nunca me alejaría de ella.

– Mamá, si no te parece bien, lo dejamos para más adelante.

– Aníbal, te lo he dicho mil veces, quiero conocer a tu novia.

– Sé que te va a caer bien, pero no quiero que la veas como una amenaza.

– No seas bobo, los amores vienen y van, pero yo siempre seré tu madre.

– Exacto. Aunque espero que Ylenia sea para siempre.

– Bueno, con calma, que todavía eres muy joven.

– Tengo casi la misma edad que tú cuando te quedaste embarazada.

– Eran otros tiempos.

– No hace tanto. Y seguro que también pensabas que papá era para toda la vida.

– Qué manía con llamarlo papá, si no lo conoces.

– De alguna manera lo tendré que llamar.

– Mi único amor para siempre eres tú, hijo.

Parecía que mi madre estaba preparada para dar ese paso. Nuestra última conversación fue por buen camino y me convenció para no echarme atrás. También me preocupaba que Ylenia viera la sobreprotección de mi madre como un impedimento en el futuro, que me costara alejarme de ella o algo así. Aunque todavía era pronto para pensar en volar del nido, quise advertir a mi novia sobre unas cuantas cosas.

– Amor, debes saber que mi madre es un tanto especial.

– Ya lo sé, Aníbal. Igual que sé que es una gran mujer.

– Solo me tiene a mí, no quiero que piense que la voy a dejar sola.

– Llevamos poco tiempo juntos, no tenemos que pensar en eso.

– Vale, no te insisto más.

– Yo tampoco pienso alejarme de mis padres.

– Claro que no. Tú solo muéstrate tal y como eres. Le vas a encantar.

Todos mis miedos desaparecieron en el momento en que se conocieron. Conectaron enseguida. Eran dos mujeres agradables, divertidas, con aficiones en común, como la lectura, las películas románticas o el quererme a mí. Bastaron treinta minutos para quedar excluido de la conversación. Charlaban sobre actores y escritoras de las que no había oído hablar en mi vida.

Hasta bien entrada la tarde, y porque Ylenia tenía otros compromisos, no comenzaron a despedirse. No sin que antes mi madre la invitara a comer un domingo. Estaba muy contento con lo bien que había ido todo, aunque esperaba poder participar más en futuros encuentros.

– Mamá, o te ha encantado Ylenia o eres la mejor actriz del mundo.

– Has acertado plenamente, hijo.

– Me quitas un gran peso de encima.

– Ha sido un auténtico placer charlar con ella y ver que tenemos cosas en común.

– Ya te he visto como disfrutabas.

– Seguro que no tanto como disfrutas tú.

– ¿A qué te refieres?

– Ya lo sabes. Además de encantadora, es un auténtico bombón.

– La verdad es que sí.

– Quiero que disfrutes mucho, pero con precaución.

– ¿No me irás a echar ahora la típica charla sobre el sexo?

– No, tranquilo… aunque quisiera no podría.

– ¿Por qué dices eso?

– Olvídalo, no he dicho nada.

– No, en serio. Aceptaría cualquier consejo.

– No puedo darte ningún consejo porque nunca he mantenido relaciones sexuales.

Su cara no reflejaba la más mínima señal de estar bromeando, pero no podía ser verdad. Si yo estaba en el mundo, quería decir que, como mínimo, lo tendría que haber hecho una vez. En segundos se me llegó a pasar de todo por la cabeza. Como que podría ser adoptado o fruto de una violación que mi madre no considerara como acto. Mi parecido físico con ella me hacía descartar lo de la adopción, pero esperaba que no fuera lo otro. Tenía que haber otra explicación.

– Mamá, ¿qué estás diciendo?

– Lo que has oído, hijo.

– ¿Soy adoptado?

– No, si tienes la misma nariz que yo.

– Pues explícamelo ya, que me estoy volviendo loco.

– Sabes que tus abuelos murieron cuando yo era muy joven. No tengo hermanos, primos, tíos… me quedé sola en el mundo.

– Sí, todo eso lo sé.

– Lo que no sabes es que siempre he tenido un bloqueo con el sexo, algo irracional.

– Como me digas ahora que soy hijo de Dios…

– Calla y escucha.

– Perdón.

– En aquella época ganaba mucho dinero, pero el amor no se puede comprar.

– Me alegra saber que no soy un niño robado.

– Resumiendo: acudí a una clínica y me inseminaron.

– Entonces, ¿quién es mi padre?

– Un donante que estudiaba medicina y tenía un coeficiente intelectual altísimo.

Mi primera reacción fue buscar la cámara oculta. Mi madre era una mujer muy dada a la broma, pero no tenía pinta de estar mintiendo. En ese momento, todas mis preguntas se centraban en mi padre. En qué habrá sido de él y si era posible llegar a conocerlo. Investigué al respecto, porque había donantes que incluían la posibilidad de ser contactados en el futuro, pero no era su caso.

Con el paso de las semanas, y una vez asumido que no conocería a mi padre, mis pensamientos se centraban en la virginidad de mi madre. Me parecía casi un pecado que una mujer tan hermosa nunca hubiera hecho el amor. Buscaba la forma de hacerle entender que todavía era muy joven y podía disfrutar de algo tan divertido, sano y placentero como el sexo.

– Mamá, ¿no has pensado en acudir a un psicólogo para lo de tu bloqueo?

– Creo que ya no tengo ese problema.

– Pues sal a ligar, busca pareja. Estás a tiempo.

– No tengo interés en compartir mi vida con un hombre.

– ¿Eres lesbiana? Lo vería bien, de verdad.

– No, me atraen los hombres. Bueno, solo uno en concreto.

– ¿Quién?

– Aníbal, solo te deseo a ti.

Cada vez que hablaba con mi madre, todo se volvía más retorcido. Descartaba por completo que estuviera mintiendo sobre eso, pero tampoco quería creer que fuese verdad. Ella me quería y me sobreprotegía, pero como cualquier madre. Decidí poner algo de distancia entre los dos, pasar el menor tiempo posible en casa, tratando de asimilar la situación. No le podía contar nada a Ylenia, aunque notaba que algo me sucedía.

Sin poder evitarlo, comencé a tener sueños en los que desvirgaba a mi madre. No solo soñaba dormido, también lo hacía despierto, y me odiaba por ello. No ayudaba nada su buen estado físico. Tenía cuarenta y tres años, pero se conservaba de manera espectacular. Era como una versión madura de mi novia. Los mismos pechos grandes, el mismo culo llamativo. Cosas que nunca había visto con esos ojos, pero que en ese momento no podía quitarme de la cabeza.

El sexo con Ylenia se convirtió en un desafío. Un intento desesperado por centrarme solo en ella, pero me resultaba imposible. Cuando le comía las tetas, imaginaba que eran las que me dieron de mamar. Al penetrarla, sentía que estaba volviendo a entrar en el agujero del que salí. Cada vez era más complicado seguir fingiendo que todo estaba bien.

– ¿Se puede saber qué te pasa?

– Nada, ¿por qué?

– Estás distraído, como sin ganas.

– Es que estaba pensando en mi madre.

– ¿Mientras follamos?

– No… o sea… sí, pero porque se encontraba mal esta mañana.

– ¿Quieres que vayamos a verla?

– Voy yo, no te preocupes. Espérame aquí.

Fui para mi casa dispuesto a zanjar ese asunto. A decirle a mi madre que entre nosotros jamás pasaría nada, que era anti natural y que su problema era que no salía a conocer gente, que en cuanto encontrara a otro hombre se le pasaría esa tontería. Debía ser tajante. Aunque ella no había intentado nada conmigo, el simple hecho de contármelo lo había cambiado todo. No le di una respuesta en ese momento, pero tenía que hacerlo para quedarme en paz.

– Mamá, tenemos que hablar.

– Claro, Aníbal, ¿qué sucede?

– Lo que me contaste el otro día es una aberración.

– Ya lo sé, pero tenía que ser sincera contigo.

– Tienes que salir a conocer gente, enamorarte de un buen hombre.

– No es tan sencillo.

– Pues a la mierda el amor, folla. Si deseas a tu hijo, puedes desear a otros.

– Siento pánico al pensar en otros varones.

– ¿Y qué sientes al pensar en mí?

– El deseo de tenerte entre mis sábanas, verte desnudo y volver a sentirte dentro de mí. Tú eres mi hombre.

– No puede ser…

– Desvírgame, te lo suplico…

Lo deseaba desde el mismo momento en que lo supe, pero intentaba convencerme a mí mismo de que no podía suceder. Sus súplicas fueron justo lo que necesitaba para abandonar todo intento de resistencia y darle a mi madre la primera vez que merecía. Me acerqué a ella, permitiendo que hiciera conmigo lo que quisiera.

Lo primero que hizo fue besarme en los labios. Fue un beso largo, pero tierno. Abrazada a mí, fue abriendo la boca con la intención de que nuestras lenguas se encontraran. Intentaba no participar de forma activa, pero no pude evitar bajar las manos para agarrarle las nalgas. Mi erección se hizo evidente, haciendo que mi madre diera el segundo paso.

Con el mismo cariño que ponía cuando era pequeño, me desnudó de cintura para abajo. Se quedó contemplando mi pene, sopesando sus opciones. Con una mezcla entre miedo y timidez, posó su mano sobre mi miembro y lo acarició suavemente. Lo recorría de la punta hasta la base, incluyendo los testículos. Yo simplemente me dejaba hacer, hasta que no pude aguantar más y le metí una mano por debajo del pantalón.

Tenía la entrepierna muy húmeda y dio un respingo con el simple roce de la yema de mis dedos. No tardó en comenzar a gemir, de forma muy sutil, intentando contener lo que el placer provocaba en su cuerpo. Cuando ya no pudo controlar las sacudidas de su propio cuerpo, empezó a masturbarme mucho más rápido. Frotando su clítoris, hice que tuviera un orgasmo que le aflojó las piernas y la hizo caer de rodillas al suelo, quedando mi polla justo a la altura de su cara.

Sin tiempo para recuperarse, se llevó mi tranca a la boca para realizar la primera felación de su vida. Compensaba la falta de experiencia con sus ganas. Su forma ansiosa de tragar se juntó con el morbo que me provocaba que mi madre me la estuviera chupando. La notaba más dura que nunca, a punto de explotar. Tenía intención de avisarla, pero ya no nos venía de un pecado más. Me corrí en su boca, sintiendo un placer enorme. A pesar de estar a punto de atragantarse, se tragó todos y cada uno de los abundantes chorros de semen que descargué.

– Vamos a la cama, Aníbal, ha llegado el momento de volver a sentirte dentro de mí.

Continuará…