El deseo nos controla

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DOMINADOS POR EL DESEO.

Estoy de regreso en el trabajo, me siento feliz y renovada; pero también triste. Lo extraño, apenas unas horas sin verlo y ya siento que han transcurrido años. Lo pienso y otra vez siento que la humedad emana de mi entrepierna. Sí, estoy enferma de lujuria. No puedo evitar evocar los momentos que pasamos juntos, con su virilidad colmando e inundando el más intimo de mis rincones, que en su ausencia se siente doblemente vacío.

Se me sigue apachurrando el corazón al recordarla despidiéndose. Y ahora, estoy aquí, con mi mujer, con la madre de mis hijos, la abuela de mis nietos… de ella. No, no puedo mirarla directamente a los ojos, temo que me pueda leer. Con los años ha aprendido a leerme como un libro abierto. El remordimiento me grita, furiosa e incesantemente. No, no puede, no debe volver a pasar, me convenzo en un momento y al otro ansío salir corriendo a buscarla, a abandonar todo cuanto me rodea y perderme nuevamente entre sus piernas. Es una locura, es un tormento. ¿Hay alguna cura para este mal?

Me pregunto ahora, con la cabeza fría, si debo volver a caer en la tentación. Sé que debo decir que no. Pero mi cabeza no puede estar fría, porque en cuanto él viene a mi mente, comienza a hervir mi pensamiento y mi sexo se torna febril hasta la ebullición, gritándome que deje todo y que corra a buscarlo. Pero la realidad me tiene atada a mi escritorio, a la rutina laboral que debo cumplir, trato de espantar las nubes de mi pensamiento y me hundo en mis labores, me concentro, intentando que mi parte racional abandone ese instinto animal en el que lo llevo tatuado. Hasta que me quedo a solas, con él.

La abrazo por la espalda, mis manos recorren su cuerpo. La he tenido en mis pensamientos todo el día y ella nota el resultado de tales pensamientos. Me lo hace notar cuando respinga al sentir mi erección punzando en su trasero. Su sonrisa traviesa me conmina a continuar y lo hago, froto mi pene enhiesto por sus nalgas, buscando especialmente ese rincón que las divide. Mientras lo hago, me pierdo en el aroma de su cuello, le hago cosquillas, ríe, lamo, beso, busco su boca y ella me la entrega.

Prefiero girarme para que nuestros besos se intensifiquen, me abrazo a su cuello y lo atraigo, mi pubis se frota contra su entrepierna, ese bulto me recuerda cuánto me ha extrañado. Yo lo beso con más fuerza y una de mis manos acarician su pecho, buscando un hueco entre los botones de su camisa para alcanzar su canosa vellosidad. Sonrío entre sus labios y mi lengua explora en sus adentros que la reciben ansiosamente, succionándola.

Acaricio su trasero, levanto su falda y meto mis manos bajo sus pantaletas para sentir el calor que emana por sus poros, extiendo mis dedos y las aprisiono, un gemido intenso me anuncia que le provoco dolor y suavizo mi tacto, procurando aliviarla. Ella, mientras tanto, abre la bragueta, y libera, ansiosa, mi erección. Me masturba unos instantes, debo detenerla o hará que me venga en un dos por tres.

“Métemela ya, por lo que más quieras”, no sé si lo pensé o lo dije en voz alta, pero él igualmente me ha escuchado, o lo adivina, porque nota que estoy haciendo a un lado mis pantaletas, para dejarle el camino libre y mi sexo expuesto. Nuestras bocas no se han separado y su pene busca adentrarse en mi gruta ardiente y chorreante. Un grito ahogado entre nuestros besos le agradece que me atraviese al fin con su virilidad. Ya alojado en mi intimidad, lo aprieto, aflojo, tenso, suelto, amarro, libero, retomo…

Estoy tan caliente, se que no voy a aguantar mucho tiempo. No tiene caso contenerme, así que me dejo llevar, y me hundo, para luego retroceder brevemente, sólo para tomar vuelo y soltar la nueva estocada. Un par de segundos más y eso se convierte en un frenético vaivén, me detengo y ella succiona. Me quedo quieto, sé que no tendré que hacer nada más. He rebasado en punto de no retorno.

Se está quejando dentro de mi boca, es la antesala a lo que viene, a que se viene y entonces, lo siento, cómo tiembla y se derrite, expulsando su torrente en mí. Ardiente, candente, furioso. Eyacula todas las ganas que ha acumulado en mi ausencia y yo recibo su semen con gusto. Me encanta la sensación y me enciende terriblemente, es el detonante que me faltaba para acompañarlo en el vuelo.

Sé que a ella le falta un poco más para alcanzar el orgasmo, yo, ya vacío; me esfuerzo en empujarla más y más alto. Finalmente, siento sus espasmos y ella se viene en un orgasmo que la hace temblar, se abraza con más fuerzas a mí y en el movimiento abandona mi boca para murmurarme al oído, entre chillidos, que me ama. La abrazo yo igualmente, y no puedo decirle lo que quiere oír. Por alguna extraña razón, el recuerdo de lo sucedido con ella, me impide decirle a mi propia esposa que yo también la amo.

El orgasmo fue tan fuerte, que nos ha dejado a los dos sin energía. Mi jefe se derrumba, se sienta en el escritorio y yo apoyo mis manos en la superficie del mismo. El cabello revuelto me cubre cara, no quiero verlo. Quiero imaginarme que acabo de hacerlo con él, con mi abuelo. Que espero, que a la distancia, me tenga tan presente, como yo lo tengo a él. Incluso cuando esté haciendo el amor con otra persona.