El día en que la gorda Ofelia se entregó

Sentía que tenía que hablar con Eva y aclararlo todo. Así que por la tarde fui a verla a su casa…

–¡Hola está Eva! –le digo a la madre que me abre la puerta saludándome con sus enormes y jugosas sandías.

–Pues ha salido un momento, pero ya estará al volver, si quieres puedes pasar y esperarla dentro –me insinúa la madre.

Dudo unos momentos, pues me da vergüenza estar con la madre, pero decido pasar, total si no tarda mucho podré aprovechar para conocer a su madre un poco más.

–¿Quieres tomar algo? –me pregunta tras conducirme al salón donde está la tele encendida y un programa de chismes en pantalla.

–¡Oh, si no es mucha molestia un refresco estaría bien!

–¡Perfecto! –dice ella amable y sonriente.

Va a la cocina y vuelve con una pequeña bandejita dos vasos de cola y un cuenco de aperitivos saldados.

Al colocar la bandejita en la coqueta pesa frente al sofá, sus enormes melones se echan hacia adelante y amenazan con salirse del sujetador que los mantiene cautivos. ¡Ay, quien fuera bebé y poder beber de esas fuentes de leche natural! –me digo mientras sonrió y aparento absoluta normalidad.

Se sienta a mi lado y ambos tomamos un sorbo antes de decir nada. Pero no por mucho tiempo, pues la madre es una conversadora nata así que le da por contarme su obra y vida.

De ese modo descubro que estuvo casada y que su marido la abandonó por otra más delgada. Lo cual fue un escándalo para la familia pero: “a todo se acostumbra una…” –me confiesa sin pudor.

–¿Y usted no ha rehecho su vida? –me intereso por darle palique mientras espero a su hija.

–Por favor tutéame Gabriel –me dice mientras me toca la rodilla.

–Está bien Ofelia. –le digo, pues ese es su nombre.

–Pues no intenté rehacerla, como dices, pero los hombres que he conocido sólo querían “esto”–me dice mientras se coge las tetas y se las junta sin pudor frente a mi atónita mirada.

–¡Oh ya entiendo! –le digo sin poder creerlo–.

–¡Si hijo! Siempre he tenido unas buenas tetas, pero a veces parecen una maldición, pues son como “un faro para golfos” –me dice soltando una risotada.

–¡Oh, es que por ahí hay mucho cerdo! –le digo imitando su desparpajo al hablar.

–Pero estoy segura de que un chico como tú no es uno de ellos –me dice de repente melosa mientras su mano me vuelve a acariciar una pierna.

–¡Claro que no! –rio yo sin mucho entusiasmo.

La verdad es que no puedo evitar no fijarme en sus grandes mamas me las imagino voluptuosas libres de toda sujeción y no puedo sino convenir en cuanto me gustaría amasarlas, besarlas y chuparlas y por supuesto, como hice con su hija, digna astilla de su madre, meterle mi rabo en medio y follarlas con el mismo desparpajo que muestra su labia al charlar.

Tengo que admitir que: ¡soy un descarado! Ella se ha dado cuenta de mi interés por sus mamas y yo aparto inmediatamente la mirada, pero ya estarde.

–¡Tranquilo chiquillo! Es normal que tú también te rindas a su encanto –me dice tocándome por tercera vez la pierna…

No sé si mirarla a ella o mirar para otro lado. La situación se ha puesto de repente un poco peliaguda.

–¿Te gustan, verdad? –me pregunta sin tapujos.

–Bueno Ofelia, que me siento un poco avergonzado, pero he de admitir que sus pechos son ciertamente bonitos y grandes –le digo con corrección en mis palabras, pues no quisiera yo despertar la ira de esta mujer.

–¡Oh, qué educado eres chiquillo! Pues si tú me guardas el secreto, yo podría enseñártelas un poco, ¿te gustaría?

¡Cómo! –me pregunto para mis adentros, sin poder creer lo que esta mujer me ofrece.

Dicho y hecho la arrolladora personalidad de Ofelia no sólo se refiere a su forma de ser, sino también a la naturalidad con la que se saca un pecho y me lo muestra.

–¿Te gusta Gabriel? –me pregunta mientras se lo coge sensualmente y se lo masajea.

No sé qué contestar así que simplemente lo cojo con mis manos y se lo toco, acariciándole su areola y llegando hasta su pezón, rozandoselo con las yemas de mis dedos y notando cómo este se va poniendo duro.

–¡Oh Gabriel, qué dulce eres! Mira, aquí tienes la otra –me dice liberándose la segunda mama frente a mi atónita mirada.

Yo me recreo en la visión de de aquellas moles carnosas, más sólo quiero una cosa y me lanzo hacia ellas a chupárselas sin pedir permiso, pues algo me dice que ella espera algo así de mí.

–¡Si Gabriel, chúpame los pezones! –suspira la poseedora de tamaños atributos.

Paso de una a otra y los chupo, los lamo y los muerdo, mientras con mis manos se las junto y hago que sus ya duros pezones estén tan próximos que simplemente girando la cabeza cuarenta y cinco grados, puedo pasar de chupar uno a chupar otro.

Pero esta mujer es como un volcán a punto de estallar. Cuando me doy cuenta la veo aferrada a mi pantalón, desabrochándolo con decisión, tomándose la libertad al igual que me la he tomado yo.

Atónito asisto al espectáculo, la señora saca mi polla del calzoncillo y acariciándome los huevos por abajo la exhibe victoriosa empuñándola con la mano.

–¡Oh chiquillo! ¡Qué hermosura guardas ahí! –exclama con salero.

Y sin poder detenerse se inclina y se la traga con su garganta profunda. La sensación es sencillamente: ¡Brutal! La madre no tiene nada que ver con la hija, así como ella tiene sus remilgos, a la madre no le ha importado ni un momento si estaba limpia o sucia, sencillamente ha desaparecido en su: ¡garganta profunda!

Me echo hacia atrás y disfruto de la mamada improvisada, más la he de detener pues amenazo con correrme en su boca si ella no ceja en su empeño de hacerme correr.

Ansiosa jadea y me mira, esperando algo de mí, algo que tendré que hacer quiera o no quiera, pagarle la torna en forma de lamida de sexo. Así que me arrodillo y me entrego a mi destino, allí separo sus carnosos muslos y esta se echa hacia adelante en el sofá, para dejarme paso y que pueda apartar sus bragas y descubrir con asombro una raja tan enorme como ella, pero perfectamente depilada, lo que me hace apreciar cada pliegue y la pequeña protuberancia de su clítoris coronando aquella hermosa vagina suya.

Así que me zambullo en estas aguas peligrosas, voy directo a por su clítoris erecto y lo chupo con pasión, con tanta que me tiene que detener pues creo que tras varios gemidos le he terminado haciendo daño.

–¡Tranquilo muchacho! ¡Que eso es muy delicado! –protesta poniendo sus mano en la frente–. ¡Vamos dámelo todo! ¡Que me hija estará al volver y no quiero que nos pille de tamaña guisa!

Así que de rodillas frente a la hermosa Ofelia, meto mi verga en aquella raja sonrosada y perfectamente depilada y siento las mieles del gusto, del gusto de conocer un chocho tan acolchado que el follarlo es un simple placer que al menos se ha de disfrutar una vez en al vida.

Lejos de la extrema delgadez de las modelos, la madre de ofelia se muestra como una hembra caliente, sensual y extremadamente complaciente. Mientras la follo por abajo, aprieto sus tetas con mis manos por arriba, se las junto y las chupo mientras siento como la mole carnal se derrite ante mis encantos y mi intrépida follada.

–¡Oh cariño, cuanto necesitaba yo esto! ¡Fóllame, fóllame mucho! –dice ella entre alaridos.

Así que un amante inexperto como yo sólo puede hacer una cosa aguantar y aguantar hasta ya no poder más.

Me corro sin remedio en medio de su cálido abrazo, apenas se ha quitado el vestido, sus pechos lucen al aire y sus bragas han salido disparadas de su cintura cuando me he arrodillado, así que mi leche corre por dentro de ella y ella se apresura con sus manos a terminar su placer por su lado.

–¡Oh, sigue follándome aunque te duela! ¡Yo ya estoy también a punto! –me dice sintiendo que me estoy corriendo irremisiblemente dentro de ella.

Y sigo haciéndolo, hasta que noto que mi glande me quema y luego me duele, pero aún mi estaca permanece dura, así que entro y salgo de esta gruesa mujer, que se ha entregado al goce y frenesí conmigo, con la sinceridad de quien tiene sed y te pide desesperadame un vaso de agua.

Se corre, estalla en su mar particular de placer, tan grande como es se convulsiona, se tensa y me abraza echándose hacia adelante. ¡Siente, siente mi polla dura dentro de tu hermosura! –pienso para mis adentros.

Y cuando noto que ya se relaja, de repente… ¡suena la puerta!

Rápidamente la saco, me subo el calzoncillo y el pantalón mientras ella recupera sus bragas y se las pone, no sin antes yo advertir que mi leche blanca se asoma por en medio de su raja sonrosada. ¡Hum, qué caliente polvo! –pienso para mis adentros.

Jugosa y gustosa, esta mujer es sabrosa de follar. Nunca sentí cosa igual, mi segundo polvo con una pedazo de hembra, ansiosa de gozar, ansiosa de que le entregue mi esencia, mi ser. ¡Qué caliente mujer!

–¡Hola cariño! –dice ella mientras yo disimulo de pie a su lado–. ¡Mira te estaba esperando Gabriel!

–Hola Gabriel, ¿qué haces aquí? –dice ella extrañada por mi visita.

–¡Nada, sólo quería hablar contigo! -digo yo mientras me toco la nuca haciéndome el despistado.

Pasamos a su habitación y allí nos sentamos en su cama. No sé por donde empezar pero me sincero con ella. Le digo lo típico que es una chica fantástica, maravillosa, pero que no siento el suficiente feeling para seguir con esto.

Eva lo entiende, al parecer ella tampoco sintió esa cercanía que nos hubiese invitado a repetir a ambos y adentrarnos poco a poco en la sexualidad compartida.

Siento un gran alivio, esto es difícil, pero admito que es mejor dejarlo ahora, apenas nos hemos conocido, para evitar hacerle daño a ella, simplemente por aprovecharme de su vagina unas cuantas veces más.

Aunque de manera insospechada, ¡la visita ha terminado bien! Nunca pensé en poder cumplir la fantasía de chupar esas tetas como sandías, de sentir una boca chupando con ansia mi miembro y de correrme en un acolchado sexo lleno de amor empaquetado listo para entregar a quien se cruce en su camino y sepa apreciar, ¡que la carne es carne y está ahí para gozar!

Vuelvo por la noche a casa de mi tía, y durante la cena de nuevo nos sentamos a charlar…

–¿Sabes qué tía? ¡No te lo vas a creer! –le digo mientras me dispongo a compartir con ella la caliente tarde vivida con mi querida Ofelia…