EL PARAISO (Jucar Solan)

EL PARAISO (Jucar Solan)

CAPÍTULO – I

El Barco chocó contra los arrecifes. Casi todos estábamos agarrados a donde podíamos, con aquel tremendo golpe, perdimos el contacto con los lugares a donde nos asíamos con la poca fuerza que nos quedaba. Se produjo un tremendo chasquido que se escuchó sobre el estruendo que hacían las olas al chocar contra aquellas enormes rocas, todo eran gritos, agua salada, cabos, lona, madera, caos, un absoluto caos, el barco se detuvo bruscamente cuando una de aquellas rocas penetró en su casco. Algunos, los más valientes o los más locos saltaban al agua, pues preferían morir intentando llegar a la costa a nado, a que aquel barco juguete de las olas, fuese su ataúd.

A la mayoría de los marineros curtidos en mil tormentas, el miedo los hacía tratar de buscar algún medio para tratar de sobrevivir, y otros, como era mi caso, de tierra adentro, a los que el mar nos parecía un ser vivo, misterioso y maligno, el terror y el convencimiento de que esos eran nuestros últimos instantes, pues o bien las rocas afiladas que estaban destrozando el casco del barco, o bien las olas que no daban tregua y si no el mar que nos tragaría, el terror nos tenía tan agarrotados, que no éramos capaces de reaccionar.

Yo estaba sujeto con una cuerda a uno de los palos del barco, por consejo del capitán Murillo, y aquello que en principio me pareció poco menos que un suicidio, terminaría por ser mi salvación. Al capitán hacía mucho tiempo que ya no lo veía, y a medida que aquellas enormes olas barrían la cubierta de la Santa Aurora iban quedando menos hombres sobre ella, llegó un momento en el que ya no quedaba nadie a bordo, solo estaba yo y era porqué las cuerdas a las que me sujetaba, se habían liado con las jarcias y aparejos que volaban por todos los lados. Llevaba horas intentando soltar aquellas cuerdas y finalmente ya sin fuerzas, me resigné a morir ahogado dentro de aquel cascarón. No sabía si alguien sobreviviría, si hubiese podido soltar mis ataduras, yo también hubiese saltado al agua y como todos los demás habría muerto irremediablemente.

Parece imposible pero por el agotamiento me quedé dormido, o bien algún golpe que no recuerdo me hizo perder el sentido, el caso es que cuando el calor del sol sobre mi cara me hizo despertar, allí seguía, amarrado al palo y ya había pasado la tormenta, el barco seguía sobre las rocas sin hundirse, estaba muy inclinado, embarrancado en las rocas, pero seguía a flote, solo unas pequeñas olas acariciaba ahora el casco del barco.

La sed me estaba torturando. Poco a poco y gracias a que las cuerdas se secaron con el sol pude ir soltándome de mi prisión de cuerdas, cuando finalmente mis manos se liberaron, estaban todas despellejadas, tenía las muñecas y el dorso de las manos en carne viva, me senté sobre el suelo de madera con las manos sobre mis piernas, el dolor que hasta ese momento me había pasado inadvertido, ahora era insoportable. Fui siendo consciente de que en el barco no había nadie más, grité llamando a alguien, pero nadie respondió a mis voces.

No sabía si el barco era un lugar seguro o se hundiría pronto, pero la sed que me acuciaba hizo que me dirigiera a las bodegas, donde sabía que si no los había destrozado la tormenta, había toneles con agua. Bajé las escaleras y comencé a buscar entre maderas, y todo tipo de cosas que estaban esparcidas, finalmente localicé uno de los toneles, lo puse en pie con mucho esfuerzo y con ayuda de un hierro que encontré, pude levantar la tapa e inmediatamente, sumergí la cabeza dentro, bebí con avidez y puse mis manos desolladas dentro, con mi sed calmada, empecé a pensar como una persona y no como un animal acorralado que es como había actuado hasta ese momento desde que me desperté. Hice un recorrido por todo el barco, no había nadie y mi gran sorpresa fue que al llegar hasta lo más profundo del casco, observé que aunque el casco estaba reventado, la quilla del barco en el lugar más bajo de la inclinación, estaba encallada en arena, volví a subir a la cubierta y aunque la orilla de la tierra más cercana estaba a unos seiscientos metros, la profundidad del agua, al menos donde se encontraba encallado el barco, no llegaría a los dos metros, entre el barco y la tierra había una especie de sembrado de rocas puntiagudas, parecían los dientes de un pez gigante sobresaliendo del agua.

Decidí tratar de llegar a tierra, pero antes debía de coger fuerzas, me comí unas manzanas y unas galletas que encontré dentro de una caja y comencé a fabricar con maderos y lona, una balsa para poder acercarme a tierra, puse la balsa amarrada al casco del barco y bajé un tonel de agua, una espada, un cuchillo y algo de comida, no sabía si lograría llegar a la orilla ni lo que encontraría una vez que llegara, tan siquiera sabía si podría volver al barco, pero lo que era seguro es que allí no me podía quedar.

Con mucho esfuerzo y con parte de un remo que encontré, conseguí llegar a la orilla de la playa, agotado me dejé caer sobre la arena, vi varios cuerpos sobre la arena y comprobé que todos estaban muertos, acarreé lo que llevaba en la balsa hasta los primeros árboles y junté los cuerpos, recorrí la playa en busca de alguien más, tenía la esperanza de encontrar a alguien con vida. No encontré a nadie, aunque la playa estaba llena de restos del naufragio. Ni sabía donde me encontraba, ni si en aquella tierra habría nativos, en cualquier caso, debía de procurar sacar del barco, todo lo que fuese capaz, si estallaba otra tormenta, era muy posible que ya no lograra regresar al barco.

Los siguiente cinco días los pasé acarreando cosas del barco a tierra, la primera vez que volví al barco con aquella balsa hecha deprisa y corriendo, conseguí reparar un bote que tenía varios agujeros, los tapé con maderas y aunque entraba algo de agua, pude llevar a tierra casi todo lo que había dentro del barco y que un hombre solo podía mover, dormía bajo una lona de una de las velas del barco que llevé en mi segundo viaje, de momento comida y agua no me faltaba. A los hombres que encontré en la playa y los otros que fueron apareciendo, les quité sus ropas y los enterré donde terminaba la arena de la playa y comenzaba la selva. Tenía todo un arsenal de armas, sables, alfanjes, cuchillos, hachas, diez arcabuces varias cajas de munición y varios toneles de pólvora, incluso recuperé algunos yelmos y corazas, también logré recuperar varias cajas de botellas de ron.
La siguiente misión que me encomendé, fue volver a la Santa Aurora e intentar desmontar y traer el mascarón de proa, una figura de la Santa que algún maestro carpintero esculpió me imagino que teniendo como modelo a alguna cortesana pechugona y de piernas bien torneadas. Cuantas bromas durante la travesía habíamos hecho a su costa: La santa más guapa de la cristiandad, decíamos que era aquella nuestra Santa Aurora. Después de toda una mañana de trabajo, conseguí arrastrar la figura hasta mi refugio. En los días siguientes llevé a flote, alguna otra parte del barco con la que mejoré considerablemente mi refugio y pude poner a buen recaudo lo más delicado de todo cuanto tenía, la pólvora, las armas, las lonas, la ropa, comida y agua, en fin, todo lo que no debía mojarse, una vez resuelto lo que yo pensaba era lo principal, comencé a realizar recorridos tierra adentro para ver si encontraba comida, agua, o si aquellas tierras estaban habitadas.

Las noches las pasaba recordando todo lo acaecido en mi vida y las circunstancias que me llevaron a la situación en la que me encontraba.

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CAPÍTULO – II

Madrid, Junio de 1493

Quiso una vez más el destino que en el año de Nuestro Señor de 1493 en su mes de Junio, me hallase yo, mozo en ese momento de dieciocho años en las cortes de Castilla, al ser mi padre, Don Roque, un respetable soldado castellano, mi principal actividad en aquellos días, era corretear detrás de las faldas tanto de cortesanas, como de lavanderas, costureras, solteras o casadas, o cualquier otro tipo de faldas, ocurrió que en una de aquellas ocasiones, que eran muchas, en las que había tenido éxito con una de aquellas señoras, el marido inoportuno, apareció en su casa a una hora en la que no debía aparecer y gracias a Dios, que aunque a su mujer la encontrase en pelotas, como ya habíamos yacido, yo ya estaba casi vestido y pude zafarme del cornudo, tuve que correr para salvar mi vida, yendo a recalar en aquel mesón donde me senté en una mesa, al fondo, detrás de un grupo de hombres que bebían vino, encogido ligeramente por si aparecía aquel hombrón gigantesco que casi me atrapa, hubiese sido un mal final para aquel día en el que la señora en cuestión ya me atrapó ¡Y cómo!, antes de que lo intentase su marido.

En aquella mesa del mesón se hablaba en susurros, llegó a mis oídos las nuevas de la vuelta del Almirante de su segundo viaje a la Indias, tema, que por aquellos días era la comidilla de todos los lugares en los que se juntasen más de tres personas, ya fuese en los mercados, en las plazas y hasta, según pude informarme, en palacio. Decían que había vuelto cubierto de oro, que en aquellas tierras lejanas, cualquiera que tuviese manos y fuese capaz de agacharse, podría pasar en un día, recoger tanto oro como el que se podría gastar en la corte a lo largo de una vida. Ya sabía yo que aquello solo eran exageraciones, pero seguro que algo de aquello sería verdad, ya se sabe, cuando el río suena…, seguí aquella conversación con gran interés, decían que nada más llegar el Almirante a la corte, ya estaba preparando el siguiente viaje a las Indias, todos los sentados en aquella mesa, querían formar parte de la tripulación de alguno de los barcos que partieran, según decían de buena tinta, zarparían del puerto de Cádiz en Septiembre.

En aquellos momentos, mi vida en la corte era monótona y aburrida, solo mis escapadas en busca de nuevas faldas entretenían mis días. Mi padre quería que siguiese la carrera militar ya que según decía él, estaba muy capacitado para ello. Desde muy niño y aún cuando casi no tenía fuerzas para sujetar una espada, mi padre me entrenaba en el noble arte de la esgrima, insistió e insistió hasta que logró hacer de mí un gran espadachín, estos conocimientos me habían salvado la vida en alguna ocasión, también me formó en el tiro con pistola y arcabuz, tenía nociones de artillería y me había obligado a estudiar táctica y estrategia militar, como decía él, quería hacer de mí el mejor soldado de la corona. El problema es que a mí, el oficio de soldado no me gustaba nada, había visto a mi padre obedecer órdenes estúpidas de sus estúpidos superiores, nobles con menos seso que una lechuga, basando su autoridad en su nobleza y no en su capacidad o sus conocimientos, cuando se lo hacía ver a mi padre, este me decía que así era la vida. Quien manda, manda, solía argumentar ante mis protestas, por que semejante atajo de inútiles dirigiesen un ejército con los hombres más preparados y más valientes que existían en toda la cristiandad.
Ni sabía, ni quería obedecer a aquellos bobos emperifollados, y aquella información, podría ser la salida que estaba buscando.

Le hablé a mi padre del viaje del Almirante, de lo que había escuchado en la taberna y en que me gustaría enrolarme en una aventura de ese calado. El, con mucho más juicio que yo, me pregunto que qué era lo que yo sabía de navegación o de barcos, ya que lo más cerca del mar que había estado nunca, fue cuando en una ocasión había viajado junto a mi padre a Sevilla y había visto el río Guadalquivir. Como él que era un hombre muy inteligente, veía que de seguir en la corte, lo más probable sería que en alguna ocasión no tuviese tanta suerte como la que había tenido hasta ahora y tuviese que dar muerte a algún marido engañado, o que alguno de ellos me dejase tieso si me encontraba en los brazos de su mujer, sin siquiera dejarme salir de entre las sábanas, vio en aquella información, una posibilidad de que diese rienda suelta a mi energía y a mis ganas de vivir. Me dijo que se informaría en la corte, ya que allí gozaba de algunos amigos influyentes y que muchos de ellos le debían favores.

La noche siguiente, mi padre me dijo que se había enterado de que efectivamente, el Almirante emprendería un nuevo viaje a las Indias, antes de Octubre y que a la par de marineros, también necesitaba soldados a los que el agua no les infundiese miedo y en caso de necesidad, también trabajaran en el barco. Si decides ir, me dijo, le pediré a mi amigo que te de una carta de recomendación para ocupar alguna plaza como soldado en alguno de los barcos que zarpen.

 

 

 

 

 

CAPÍTULO – III

25 de Septiembre de 1493

El puerto de Cádiz estaba abarrotado, diecisiete naves estaban dispuestas a zarpar, rumbo a las Indias, y yo, Juan Menéndez, iba en una de ellas.
Durante los primeros días de la travesía, casi fallezco, como la mayoría de los soldados que allí viajábamos, me pasaba el día vomitando lo poco que había conseguido comer, dormía, vomitaba, vomitaba y dormía, así fueron los primero cinco o seis días, el séptimo día amaneció un día luminoso y calmo, el mar parecía un espejo y por fin, pude pasar unas horas en la cubierta, a partir de ese día, mi cuerpo, poco a poco fue acostumbrándose a los vaivenes de la nave y todo fue mejor.

El viaje fue penoso, aburrido y largo, ya que los soldados, durante la travesía, no teníamos mucho que hacer. Finalmente llegamos a La Española en noviembre, habíamos tardado algo más de un mes en llegar, para alguien de tierra adentro, la travesía fue un martirio, pero después de superados los primeros días, incluso ayudaba a la marinería a trabajar sobre el barco, en esos días aprendí todo lo que sé sobre barcos, que es muy poco.

Desembarcamos, y rápidamente, los soldados entramos en acción, ya que de los hombres a los que el Almirante esperaba encontrar esperándole, solo encontró sus restos y los restos del fuerte que construyeron, el fuerte de La Natividad.

El Almirante, junto con las mil doscientas personas que llegamos a aquellas tierras, decidió fundar una ciudad como Dios manda, la llamó Isabela en honor a la Reina de Castilla, pronto Don Cristóbal, partió hacia otras tierras con parte de los hombres, otros, este fue mi caso, nos quedamos bajo las órdenes Don Diego Colón, a quien el Almirante nombró gobernador.

Cuando partió el Almirante, todo fue de mal en peor, Don Diego no era tan brillante como su hermano y la influencia de Don Iñigo de Parma, quien comandaba el contingente de soldados que allí quedamos fue funesta para Don Diego y por extensión, posteriormente lo sería para Don Cristóbal. Iñigo de Parma, era un noble como los muchos que había visto en la corte, presuntuoso, bastante inútil, cobarde, prepotente y mucho más ruin y ambicioso que nadie a quien yo conociera. Me nombró su lugarteniente, gracias a mi buen manejo de la espada y las armas de fuego, pero nunca me cayó bien, siempre que podía me alejaba de él, no veía la vida como aquel botarate cruel y desconsiderado.

Desde que llegamos a aquellas tierras, no tuvimos problemas de mujeres, ya que tanto las indias que se entregaban encantadas a nosotros, como los indios que miraban hacia otro lado como si no les importase, lo hacían razonablemente fácil. En una de las misiones de reconocimiento que don Iñigo me ordenó, a unos cinco días de marcha, llegamos a un pequeño poblado en el que no habían más de sesenta personas, allí fue donde conocí a Altahela, hija del jefe de aquel grupo, que salió a recibirnos mostrándonos las palmas de las manos en señal de bienvenida, nos instalamos en algunas de las cabañas que el jefe nos indicó, y compartieron su comida y mujeres con nosotros. Las instrucciones que les di respecto a aquellas gentes fueron que los trataran con respeto y que al jefe y a su familia, ni se acercaran, no quería conflictos ya que en una ocasión que salimos de patrulla con Don Iñigo a la cabeza, dimos con un pequeño poblado, cuando nos vieron llegar, todos los habitantes del poblado, hombres mujeres y niños, salieron a ver quienes éramos los que llegábamos haciendo tanto ruido. Por señas, Don Iñigo ordenó hablar con el jefe del poblado, se adelantó un hombre que aunque ya habían pasado sus mejores días, aún era un hombre fuerte. Se presentó a sí mismo –Soy Don Iñigo de Parma, Comandante de Don Diego Colón, hermano este de Don Cristóbal Colón, Adelantado de nuestro Señor el Rey de todas las Españas, de las que ha tomado posesión en nombre de nuestro Rey, siéndolo por tanto también vuestro- El jefe indio, hizo señas de que no entendía lo que le estaba diciendo, Don Iñigo insistía en que todos incluido el jefe se debían de arrodillar ante un representante de nuestro Rey Don Fernando, mandó a uno de los soldados que arrodillase al jefe a la fuerza, cuando el hombre se sintió agredido, empujó al soldado de forma que éste vino a dar con sus huesos en el suelo –¡Como os atrevéis!, dijo Don Iñigo- al tiempo que nos daba orden a todos de que redujésemos a toda aquella gente y los engrilletásemos. Así lo hicimos, separamos a las mujeres y a los niños de los hombres y a estos los engrilletamos arrodillados a una serie de postes que había en mitad del poblado.

-Don Iñigo –Le dije yo acercándome-, creo que no es que no le quieran obedecer, creo que no le entienden nada de nada.

-¡De eso nada Juan! –Me gritó- Estos indios del demonio lo entienden todo, pero se hacen los tontos para hacer lo que a ellos les dé la gana y ¡Vive Dios! que se van a arrepentir.

Nos ordenó clavar unas estacas en el suelo y atar a cada mujer a cada una de de ellas, algunas de ellas eran poco más que niñas, como solo llevaban puestas una especie de faldas cortas, quedaron todas prácticamente desnudas, una vez que estaban todas atadas, se dirigió a mí y me dijo que ordenase una guardia alrededor del poblado, me estaba imaginando lo que vendría a continuación, así que yo formé parte de la guardia, una vez que cubrimos el perímetro del poblado, se dirigió a los soldados y al grito de ¡Zafarrancho! dio permiso a todos los que no estuviesen de guardia a forzar a las indias, tantas veces como tuviesen reaños y de la forma que quisieran hacerlo. Casi todos los soldados se abalanzaron como lobos sobre corderos sobre las pobres indias que comenzaron a gritar al ver venir sobre ellas a aquella marabunta de hombres barbudos, a los gritos de las mujeres, se sumaron la de los indios que estaban engrilletados y veían lo que estábamos haciendo con sus mujeres. El muy hijo de puta estaba permitiendo, mas que permitiendo, fomentando, a que violasen a las indias delante de sus hombres. Desde mi posición de guardia, no veía nada, además, tampoco quería verlo, me parecía asqueroso que se tratase a aquellos indios de aquella manera. Don Iñigo se dirigió el primero a la que parecía ser la mujer del jefe, que aunque no era la más guapa, su intención era la de humillar al jefe, así que poniéndose cerca de donde estaban atados y dirigiéndose a él, le dijo –Me voy a follar a tu mujer como a la perra que es, así aprenderá como follamos los españoles- le puso a cuatro patas y sin ninguna misericordia la penetró por el culo, a su chillido, se unió el de su hombre, que gritaba y lloraba intentando zafarse de los grilletes sin poder conseguirlo. Cuando ya casi todos los soldados se habían desahogado, dio orden de que cambiasen la guardia para que los que estábamos en ella tuviésemos también nuestra parte del botín.

A mí me vino a relevar Vitoriano el cordobés, un hijo de puta tan grande o más que Don Iñigo, me dijo que ya se había tirado a dos perras indias por el culo, que ahora me tocaba a mí –No gracias, le dije, sigue tu si aún se te pone tiesa, yo prefiero seguir con la guardia-, me dijo que muy bien y según se alejaba dijo algo de blando maricón, pero cuando me dí la vuelta, ya se había perdido. La orgía de violaciones siguió durante mucho tiempo, máxime cuando el cabrón de Don Iñigo les instaba a que repitiesen hasta donde aguantasen, aquellos hombres faltos de hembras, cometieron verdaderas aberraciones con aquellas pobres mujeres indefensas mientras se reían y hacían gestos obscenos hacia los indios que seguían atados, todos ellos con las muñecas ensangrentadas por intentar soltarse. Cuando ya todos estaban ahítos de fornicio, les ordeno formar dándoles las siguientes órdenes.
-Ya habéis jodido a las indias, ahora quiero que las cortéis a todas el cuello, para que así también jodáis a sus hombres, cuando estén todas muertas, empezar con los indios ¡No quiero que quede ni uno vivo!

Cuando terminó aquella orgía de violencia, sexo y sangre, ordenó a los hombres que metiesen los cuerpos en las chozas de los indios y que prendiesen todo fuego.

El muy hijo de la gran puta, había mandado matar a todo un poblado, después de mandar violar reiteradamente a las mujeres delante de sus hombres, porque el jefe del mismo no mostró, a su manera de entender, el respeto debido a un representante del Rey de España.

-Hay que dar ejemplo a estos salvajes, además si nos temen nos obedecerán -dijo cuando le pedí la razón de lo que había hecho- si nos ven débiles se nos comerán, además quien decide aquí lo que se hace soy yo, no se te olvide Juan.

Aquella fue la primera vez que tuvimos un encontronazo.

Esa noche, cuando los diez soldados que me acompañaban, estaban dispersos entre las cabañas del poblado o en la espesura de la selva con aquellas preciosas indias, yo me quedé en la cabaña, pensando en que no había querido seguir la vida militar en Castilla y tenía que haber recorrido medio mundo, para terminar haciéndolo en mitad de la selva. Escuché un ruido en la entrada de la cabaña y supuse que era uno de los hombres que regresaban, pero mi sorpresa fue que era Altahela, la hija del jefe, en la que ya me había fijado, pues era la india más bonita de todas las que hasta aquel momento había visto, más alta que las demás y con rasgos más finos y además, era la única india que llevaba cubierto el pecho, llevaba una túnica que la cubría entera. Entró como con miedo, yo me levanté inmediatamente, era preciosa, pero no me fiaba de ninguno de aquellos indios, ya que desde que llegamos a su tierra, el miserable Iñigo, había dado muerte a muchos de aquellos infelices por no obedecerle, cuando lo que ocurría, era simplemente, que no entendían lo que les decía.
Altahela entró con los ojos bajos y diciendo cosas que no entendía, por señas la dije que se sentara y procurara explicarme que era lo que decía. Por lo que le entendí, lo que me quería preguntar, era el por qué de yo no estuviese con una mujer como los demás soldados. Tiempo más tarde me enteré de que lo que me estaba preguntando, era si es que a mi me gustaban los hombres, afortunadamente, en aquel momento no la entendí. Como pude, por señas, le dije, que no quería estar con una mujer sin que ella quisiese estar conmigo. Como pudo me dio a entender que a ellas les gustaba estar con los hombres barbudos, a lo que yo le contesté que no me lo creía, que mi opinión era que se acostaban con nosotros por miedo a que hiciésemos daño a sus hijos o a sus hombres. Cuando consiguió entenderme, se quedó callada mirándome, estuvo mucho tiempo en esa postura silenciosa, después, como vino, se fue.

Estuvimos cinco días recorriendo los alrededores pero siempre pernoctábamos en el poblado. La tercera noche, volvió a aparecer Althaela, como pudo, me explicó que se había estado enterando por medio de las demás mujeres, como hacían “eso” los hombres barbudos, que lo que le habían contado, es que todos olían igual de mal, que lo hacían como los animales y que en muchos casos sufrieron mucho dolor porque los hombres barbudos estaban más dotados que sus hombres. También me contó que las había dado instrucciones para que preguntasen a los hombres con los que estaban por mí. Ante esta curiosidad por mi persona, la dije que porqué no me había preguntado ella directamente, me contestó que porqué quería saber si era verdad lo que la había dicho sobre que yo solo estaría con mujeres que quisiesen estar conmigo sin forzarlas a ello. Me dijo que todos los demás barbudos, las tomaban por las buenas o por las malas que las obligaban a hacer “cosas” que ellas no querían hacer, que cuando se negaban a hacer algo, las obligaban a fuerza de golpes. Con nuestro nivel de comunicación, estas conversaciones, por llamarlas de alguna manera, se hacían eternas

-Yo no soy así, le dije, son mis compatriotas, venimos del mismo país, si, pero es lo único que tenemos en común, son muy distintos a mí, no soy el único que piensa y actúa así, no todos los españoles somos tan miserables.

Volvió a quedar en silencio en aquella postura que ya me empezaba a resultar familiar, sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y sus manos sobre sus rodillas. Cuando al rato se levantó, pensé que se iría como la vez anterior, pero esa vez, se quedó en pie mirándome y ante mi muda pregunta, dejó que deslizara sobre su cuerpo aquella túnica de colores que siempre llevaba puesta. Debí de poner cara de tonto, ya que ella sonrió ligeramente. Su cuerpo no era como el de las demás indias que había visto, el tono dorado de su piel con la que las sombras del fuego jugaban, era como ámbar brillante, sus pechos no demasiado grandes y de oscuros pezones, se erguían orgullosos, sus piernas eran largas, fuertes y torneadas, y allí donde sus muslos se juntaban un espeso pelo negro y rizado cubría su sexo. Me miraba directamente a la cara. Como cuando dejó caer la túnica me había puesto en pie, sus ojos quedaban ligeramente por debajo de mi mirada, mis ojos la recorrían una y otra vez. Se acercó a mí, hasta estar tan cerca que nuestros cuerpos casi se rozaban, aspiré el aroma a selva que emanaba de ella, su olor era fresco, dulce y salvaje. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no lanzarme sobre ella. Al contrario, me separé y la dije que se volviese a vestir mientras le señalaba la túnica. Puso cara de no entender nada, pero una vez que se vistió, traté de hacerla entender que no necesitaba acostarse conmigo para que su pueblo no tuviese ningún problema, que me resultaba muy atractiva pero que seguía pensando lo mismo sobre con quien me acostaba, solo lo hacía con quien libremente me elegía. Creo que no entendió una palabra de lo que le dije, salió triste de la cabaña, pero yo lo atribuí a que seguía pensando que si no se entregaba a mí, su pueblo lo podría pagar caro.

Al día siguiente recorrimos un extenso territorio de la selva y de repente, en mitad de la espesura, aparecían claros grandísimos, como si en aquellos lugares, los dioses de aquella gente impidiese que crecieran árboles, eran praderas circulares delimitadas por la selva. En todo el día me quité de la cabeza, el cuerpo desnudo de Althaela, el deseo volvía a mí una y otra vez. Azucé al caballo para que el aire limpio, se llevase aquellos pensamientos de mi cabeza.

Cuando ya casi con las últimas luces, llegamos al poblado, enseguida noté que algo raro estaba ocurriendo, di orden a todos mis hombres de que mantuviesen la máxima alerta, seguíamos entre el pueblo al cual le estábamos quitando todo y no era la primera vez, que algún grupo se había revelado, matando a todos los españoles que encontraron.

Después de cenar, me informaron de que el jefe del poblado solicitaba mi presencia en su cabaña, me até el cinto de la espada, introduje un puñal en la caña de una de las botas y después de cargar una pistola y meterla en el cinturón, me dispuse a averiguar que es lo que quería el jefe y si tenía algo que ver con aquel estado de inquietud que detectaba, avisé a mis hombres de que iba a hablar con el jefe, para que estuviesen atentos por si ocurría algo. Al entrar en la cabaña del jefe, me encontré con que había unos cinco hombres más, algunos muy ancianos, y uno de ellos casi un chiquillo, también estaba Althaela, me invitaron a sentarme y después de un pequeño discurso del jefe, del cual solo pude entender un par de palabras, tomó la palabra el chiquillo, que chapurreando español me dijo que le habían encargado traducir lo que allí se dijese, aquel chico, era el primer indio que vi que hablaba medianamente el español, me alegre mucho de entender lo que me decían y hacerme entender. El muchacho dijo, que el jefe quería saber cuales eran mis intenciones, que ellos nos habían recibido con cordialidad y yo me comportaba con desprecio hacia ellos.

No entendí porqué pensaban que les despreciaba, así que a través de aquel chico les dije que no solo, no los despreciaba, si no que apreciaba a su pueblo y me atraían sus costumbres y uno de mis mayores deseos, era aprender su idioma para poder comunicarme con ellos.

Me contestaron que entonces porqué no había estado con ninguna de sus mujeres, como los demás hombres que me acompañaban, que como les parecía tan raro, solo veían dos explicaciones, que o bien me gustaran los hombres y que en ese caso podría buscar a algún muchacho de mi agrado, o que la otra posibilidad era que no quisiera intimar con ellos, porque mi misión fuese hacerles daño.

No entendían como había despreciado, el ofrecimiento que me hicieron de su bien más preciado, a la hija del jefe, a Althaela.

Con mucho esfuerzo, traté de hacerles entender que no había sido ningún desprecio, y que tampoco me gustaban los hombres, les dije lo que pensaba a cerca de someter a las mujeres, contra, o sin su voluntad, que Althela era la mujer más hermosa que había visto nunca, pero que por mi forma de pensar, solo podría estar con ella, si ella lo deseaba, nunca por la imposición de su pueblo o del mío, nunca por la fuerza, que mi respeto hacia las mujeres era el mismo que hacia los hombres y Althaela, -en ese momento la miré directamente a ella- a parte de una mujer de extraordinaria belleza, también me parecía una mujer muy inteligente que se me había ofrecido por el bien de su pueblo y no porque yo le gustase.

Estuvieron un buen rato hablando entre ellos, observaba como de vez en cuando Althalea me miraba, no participaba en la conversación, se mantenía callada y solo levantaba la mirada de vez en cuando para mirarme cuando de quien hablaban era de mí, hubo un momento en el que todos soltaron una carcajada y después me miraron, me daba la sensación de que a ratos se burlaban de mí. Finalmente el jefe habló con el chiquillo que hacía de intérprete y este me dijo que el consejo creía mis palabras, que no se mostraban ofendidos por rechazar su presente, y señaló a Althaela, y que lo mismo que ellos querían que los españoles respetaran sus costumbres, ellos respetarían las mías.

Antes de levantarme, le pregunté, si me podía decir el porqué de aquellas risas que me escocían un poco. Le habló al jefe, y éste hizo un gesto afirmativo con la cabeza, entonces me dijo que después de mis explicaciones, uno de ellos, no me dijo quien, siguió diciendo que por fuerza me tendrían que gustar los hombres, ya que nadie rechazaría a una mujer tan hermosa como lo era la hija del jefe.

Yo también sonreí y como todos se levantaron, yo también lo hice, así terminó aquel consejo.

Me desperté sobresaltado y tomé mi espada que dormía siempre a mi lado, en la semioscuridad de la cabaña, vi dos figuras de pie mirándome, sin dejar de apuntar con la punta de la espada a aquellas dos figuras, me acerqué a ellas, viendo que quien había irrumpido en la cabaña era el chico intérprete y la propia Anthaela, el chico me dijo en voz muy baja que la hija del jefe le había prometido la muerte si algo de lo que me iba a decir lo volvía a repetir. Anthaela habló y el chico fue traduciendo.

-Pensé que el motivo por el cual me rechazabas era que no querías unir lazos con mi pueblo porqué tu misión era matarnos a todos, después pensé que me rechazabas porqué te parecía fea, y finalmente pensé que tu rechazo se debía a que eras uno de esos hombres que solo disfrutan con otros hombres. En nuestra forma de pensar no existe la posibilidad de que un hombre no respete los deseos de una mujer, y menos aún que un hombre no yazca con una mujer sin su consentimiento. Esta forma tuya de pensar me gusta, se que no todos los españoles pensáis así, pero me alegro mucho de que tu sí lo hagas, así como me alegro de que te parezca hermosa. Debes de saber que si una mujer de nuestro pueblo, hija de un jefe o como nosotros decimos “la Chava”, se entregase a un hombre del tuyo de forma voluntaria, estaría irremediablemente condenada a muerte por su mismo pueblo, yo hice el sacrificio, porque es mi obligación como “Chava” y para que nadie de mi pueblo sufriese ningún daño, con lo que sin quererlo tú, me has salvado la vida.

Ordenó al muchacho que se marchase, cuando éste se fue, se quedó mirándome como lo hacía siempre y dijo las primeras palabras en español que la escuché.

-Mi quiere por mi, mi no quiere por pueblo.

Volvió a soltar su vestido con la gracia de quien hace algo muy natural y se quedó desnuda frente a mí, se acercó de nuevo, estaba muy cerca. Entendí perfectamente el mensaje, quería estar conmigo por que ella lo quería y no por que su pueblo se lo ordenase. Puse mis manos suavemente sobre sus hombros y acercando mi cara a la suya, la bese en los labios, me acerqué hasta que entre mi cuerpo y el suyo se pegaron, mis manos se pusieron sobre su cintura mientras seguía besándola, en ese momento, sentí como sus labios me devolvían los besos y como sus manos rodeaban mi cabeza. La suavidad del beso era como el roce de las alas de una mariposa, nuestras caras se distanciaron y mirándola a los ojos ví como me sonreía y tomándome la mano me llevó hacia el catre en el que dormía.

Esa noche, la selva entró en mis venas con la fuerza de un tornado, Anthaela se entregó a mí sin condiciones, y yo que llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer, la poseí con premura, con un deseo incontrolado, aunque en mi interior pensaba que mi autocontrol era muy fuerte, en el momento en que sus pequeños y duros pechos rozaron mi piel y sentí el calor de su sexo en mi mano, un violento torrente de sensaciones me dominó por completo, mi comportamiento fue como si fuese la primera vez que estaba con una mujer, nervioso y demasiado rápido. A ella no pareció importarle y sin dejar de sonreírme, me tomó de la mano y desnudos, tal y como estábamos me arrastró por entre la selva hasta una pequeña laguna formada por un arroyo cercano, se introdujo en el agua sin soltarme de la mano y cuando el agua nos llegaba a la cintura, comenzó a mojarme el torso, ella se introdujo completamente en el agua invitándome a hacer lo mismo, nadamos un rato y regresamos a la orilla, nos dejamos caer sobre la mullida hierba entre risas. Estábamos tumbados boca arriba a la luz de las estrellas, Althaela se apoyó sobre un codo, me miraba a los ojos calladamente, su mirada fue deslizándose a lo largo de mi cuerpo al tiempo que lo hacía su mano acariciándome, la belleza del paraje, la hermosura de Althaela y el calor que su mano transmitía a mi piel, hicieron que mi pene se pusiese erecto, al llegar con la mano hasta él, lo acarició con dulzura con la punta de los dedos, me miró y con gestos, me dijo que era muy grande, que los hombres de su tierra, lo tenían más pequeño, algo que yo ya había observado. Siguió acariciándolo, hasta que notó que mi respiración comenzaba a agitarse, me besó en los labios y se subió a horcajadas sobre mí, acariciaba mi cuerpo con el suyo, sentía como sus duros pezones recorrían mi piel, su boca me besaba todo el cuerpo, volvió a besarme en la boca y tomando mi pene con la mano, se lo fue introduciendo, cerró los ojos. Yo miraba su cara concentrada, el placer se dibujaba en ella, se mordía el labio inferior y mi pene iba deslizándose dentro de su mojado sexo, sentada sobre mí, la introdujo completamente dando un pequeño gritito, con sus manos apoyadas en mi pecho me miraba a los ojos y me susurraba dulces palabras que no entendía, sus movimientos eran casi imperceptibles, pero sentía como su sexo abrazaba el mío, como estaba tan dentro de ella. Mis manos acariciaban sus pechos jugueteando con sus pezones erectos, se hecho hacia atrás poniendo sus manos sobre mis rodillas, la visión de aquella belleza de ámbar sobre mí, a la luz de las estrellas me transportaba a miles de millas de allí, no existía el Océano, ni las Naos, ni el Almirante ni don Diego, ni Iñigo de Parma, ni los indios ni tan siquiera España. Althalea había creado con su sensual presencia un mundo para nosotros, un mundo donde el placer era la energía que dominaba la vida.

Sus movimientos se aligeraron, sus jadeos me excitaban, siguió acelerando los movimientos haciendo que entrara y saliera de ella, las estrellas se empezaron a juntar dejándome ver una sola luz, la luz del placer. De pronto, Althaela de detuvo, abrí los ojos asustado de que parase en aquel preciso momento en el que yo estaba a punto de terminar y la vi mirándome y sonriendo, se inclinó y me besó, con un lento movimiento fue saliéndose de mí, me fui a incorporar para poder ponerme sobre ella, pero con un movimiento de su mano me lo impidió, tomó mi mano y la llevó a su sexo, estaba caliente y chorreando, me dijo algo que no entendí, se puso de rodillas de espaldas a mí, se inclinó apoyando su pecho y su cara sobre la hierba, extendiendo sus brazos hacia los lados como en cruz ofreciéndoseme en aquella postura de absoluta entrega, aquello era más de lo que podía aguantar, me situé detrás de ella y la penetré suavemente, mis embestidas fueron haciéndose mas profundas y más rápidas, oía como emitía gemidos de placer, como acompañaba con sus movimientos a los míos, gritó, gritó cuando el placer la inundó, gritaba y decía cosas, tomé con mis manos sus caderas y golpeándome sobre su culo, me corrí como un animal en celo, nuestros gemidos se mezclaron en una sinfonía de placer. Me dejé caer sobre la mullida hierba, y ella se aproximó, hizo algo que no esperaba, introdujo sus dedos en su sexo y los sacó mojados de mi semen, los acercó a su boca y los chupó, se metió los dedos en la boca y vi como su lengua jugueteaba entre sus dedos saboreando mi semen, luego puso su mano abierta sobre su pecho y dijo la segunda frase en español que la oí.

-Althalea, amor, Don Juan.

La atraje hacia mí y besándola en los labios le dije aún sabiendo que no me entendería:

-Mi pequeña Althalea, yo también podría amarte, de hecho creo que ya te amo, pero nuestros mundos son tan distintos que hacen imposible nuestro amor.

Ella me miró y me sonrió, me imagino que intuyó algo de lo que le dije pues con un gesto, alzando los hombros y haciendo un mohín con los labios, me daba a entender que no le importaba nada, solo ella y yo.

Esa noche volvimos a hacer el amor con la misma pasión, pero con más calma y antes de que las primeras luces del alba asomasen, Althalea abandonó mi cabaña haciéndome saber, de que si alguien se enteraba de que se había entregado a mí, ella moriría, ella era “La Chava” y no podía entregarse a ningún hombre que no fuese de su propio pueblo.

Estuvimos entre aquella gente cinco días más, días en las que sus noches fueron, noches de amor, sexo y pasión, nuestro pequeño refugio de hierba a la orilla de la laguna presenció el nacimiento de un amor que aún hoy pervive en mí. Cuando anuncié a Althalea mi partida, no se puso triste como yo esperaba, aquella gente aceptaba las cosas como venían, nunca dramatizaban, eran felices, vivían felices y disfrutaban cada día de su vida. Se acercó a mí, me besó en los labios y entre lo que ella había aprendido de español y lo que yo había aprendido de tahino, me dijo que no importaba, que ella ya viviría siempre en mí y que yo viviría siempre en ella y que si los dioses así lo creían, nos volvería a juntar. Se alejó de mí con la sonrisa en la boca. Fue la última vez que la vi viva.

De regreso a Isabela, Don Iñigo me invitó a cenar junto con el resto de sus capitanes para que le diéramos nuevas sobre nuestras incursiones en el territorio limítrofe. Después de escuchar a todos, muy enfadado nos dijo:

-No estamos aquí para hacernos amigos de esos desgraciados indios ni para follarnos a las jodidas indias, nuestra misión principal es buscar oro, sonsacarles a los indios de donde lo sacan ellos o en donde lo esconden, porqué seguro que lo tienen escondido, y haciéndose sus amiguitos no nos lo van a entregar por nuestra cara bonita. Sois una panda de inútiles, y de todos vosotros, -y dirigiéndose a mi- Tu Juan eres el más estúpido de todos.

-¡Don Iñigo! Le dije derribando la silla a la vez que llevaba mi mano a la empuñadura de mi espada, mi respeto por mis superiores, se acaba cuando estos me insultan sin razón. Si continúa por ese camino, mañana España probablemente tenga dos hombre menos en estos lares, yo que seré colgado, y vos, ya que vuestra muerte será la causa de mi ahorcamiento.
Al ver Don Iñigo mi gesto con la mano sobre la empuñadura de mi espada, el saberse menos hábil que yo con ella y que el resto de los capitanes hicieron gestos de aprobación, hicieron que sus disculpas fueron una mera formalidad y sonaran a falsas. Poniendo las manos sobre la mesa volvió a decirnos:

-Nuestros reyes cristianísimos, presionan a nuestro Almirante, este, a su hermano Don diego, Don Diego a mí y yo a vosotros, es la cadena de mando y por tanto la cadena de presión que todos, incluidos vosotros debéis de admitir y aceptar.

-Don Iñigo, le dije, yo admito cualquier tipo de presión, pero nunca admitiré ni el insulto ni la humillación por parte de ningún hombre que respire, sin que mi acero hable por mí. Me senté, sabiendo que me había ganado además del respeto de todos los capitanes, un enemigo muy peligroso en aquellas lejanas tierras, unos días después, comprobé tanto el odio que me tenía, como su ruindad y crueldad.

El domingo siguiente, después de escuchar devotamente la misa, Don Diego Colón nos reunió a todos para darnos las siguientes órdenes:

-Caballeros españoles –Dijo-, en estas tierras tenemos una misión, y Dios nos ha enviado entre estos pobres indios para que les enseñemos al verdadero Dios, con la cruz y con la espada si es necesario, pero para poder lograrlo, necesitamos financiación y eso solo nos lo puede dar el oro, oro que a todos nos consta que existe, mi hermano ha partido en busca de otras fuentes, pero sabemos que aquí existe y nuestra obligación es encontrarlo. Don Iñigo es la mano ejecutora de Dios en estas tierras mientras yo siga siendo gobernador, así que sus órdenes no se discutirán en ningún momento so pena de ser acusados de traición a la corona y colgados por ello, ¿Esta claro? pues bien, bajo sus órdenes, espero resultados inmediatos.

Don diego se retiró y Don Iñigo siguió al frente de aquella junta.

-Creo que no os hacen falta más explicaciones después de oír a nuestro gobernador. Mañana partiréis, bueno partiremos, pues yo mismo encabezare uno de los grupos, hacia los poblados que ya conocéis, nadie volverá sin su oro, o sin la información de donde lo guardan, si hace falta, pasaremos a cuchillo a todos los indios de cada uno de los poblados, a las indias las traeremos como esclavas para cuidar nuestras casas y para nuestro viril disfrute. Una carcajada salió de algunos de mis compañeros de armas.

-¿Puedo hablar Don Iñigo?, le dije.

Me miró con el ceño fruncido y dijo:

-No, no puede hablar Don Juan.

Y dándose la vuelta nos dijo que preparásemos todo para salir al alba.

Estábamos dispuestos para la partida cuando Don Iñigo nos indicó hacia qué lugar nos dirigiríamos cada grupo, yo esperaba volver a ver a Althalea y estaba feliz por ello, pero las instrucciones fueron que ninguno volviera al lugar en el que ya estuvo, a cada uno nos indicó donde iríamos.

-Yo, dijo, iré a sacar a esos amigos tuyos, -Me miró- todo el oro que esconden y de paso le daré recuerdos tuyos a cierta india de la que me han informado que te trató muy bien, espero que a mi también me brinde la misma acogida, y riéndose partió.

Me quedé sin reacción, pues esperaba cualquier cosa menos aquello, alguno de mis hombres le había contado a Don Iñigo mis amores con Althaela y el muy vil, vio en eso una forma de hacerme pagar mi atrevimiento sin que pudiese oponerme a ello. Seguía pensando en lo que el muy maldito sería capaz de hacer para conseguir oro, oro que aquella gente no tenía, y si tenía algo, sería una cantidad insignificante en forma de las figurillas de sus dioses, que escondían por temor a que se lo robáramos, no por el oro, si no por el significado sagrado que para ellos tenía. ¿Hasta donde estaría dispuesto a llegar? Además, sabiendo lo de Althaela, seguro que le haría pagar a ella su odio hacia mí. Mi bella Althaela.

Llegué al poblado al que me habían ordenado ir, el martes a medio día, nos recibieron con señales de amistad, y rápidamente nos adjudicaron algunas de sus viviendas para que pasásemos la noche, acordé con mis más allegados que al día siguiente nos reuniríamos con el cacique de la tribu y le obligaríamos a entregarnos su oro, o el lugar en el que lo escondían, que en caso de que colaboraran, no debían hacerles ningún mal, sería yo quien se encargase de convencerles por las buenas.

-Disculpe Don Juan, dijo Pedro de la Vera, un extremeño delgado y con cara de ratón que me había impuesto en mi grupo Don Iñigo, las órdenes que tenemos ¿No son arrasar el poblado con todos sus hombres y llevarnos prisioneras a las mujeres?, es lo que creí entender a Don Iñigo.

-Pues debiste de entender mal Pedro, le dije con mal tono, en cualquier caso, el responsable del grupo soy yo, y yo doy las órdenes.

-¿Aunque esas órdenes sean contrarias a las que vos recibís?, volvió a insistir.

-Mira Pedro, tu harás lo que yo diga y cuando regresemos a Isabela, eres libre de informar a quien creas oportuno.

Noté que los demás, también me miraban con aire taciturno en sus rostros.

-¿Pero que os pasa? ¿A que esa sed de sangre?, si nos entregan el oro, ¿Por qué asesinar?

-Esta vez fue Genaro de Utiel quien dijo, a mi me da igual matar indios que no, si quiere Pedro, puede matarlos a todos, a mi no me importa, pero la cuestión de las indias es otra cosa, Según Don Iñigo, cada uno de nosotros nos podemos llevar dos o tres para nuestra casa, y eso Don Juan, no es como para no tenerlo en cuenta.

-¿Pero que coño os ha dicho el cabrón de Don Iñigo? Les pregunté encarándome con todos, a ver tu, Pedro, ¿Que ordenes tienes?

-No se lo tome a mal Don Juan, pero Don Iñigo nos dijo que erais muy blando con los indios y que si no lo hacíais vos, que fuésemos nosotros, los que una vez tuviésemos todo el oro, pasásemos a todos los indios a cuchillo y nos llevásemos a las indias, y que si vos os oponíais, que también lo llevásemos preso. Que los indios conozcan a nuestros cuchillos y las indias a nuestras pollas, fueron sus palabras Don Juan, y vive Dios que al menos en lo de las indias, así se hará.

-Está bien, se hará como Don Iñigo haya mandado, un suspiro salió de la garganta de todos, estaban dispuestos a apresarme, pero a ninguno le atraía la idea de cruzar el acero conmigo. Yo por mi parte, desde el momento en que me enteré de las verdaderas intenciones del mal nacido de Iñigo, supe que tenía que partir para intentar avisar al pueblo de Althaela de las intenciones con las que los visitarían, de modo que en el momento en que todos eligieron una india para pasar la noche, me dirigí a la cabaña del jefe del poblado, aún sabiendo que estaba traicionando a mis compatriotas, le informe de las intenciones que llevábamos para que tomase las medidas necesarias para que exterminasen su pueblo, tomé el caballo y partí cabalgando durante toda la noche, para intentar llegar antes que aquel desalmado al poblado de Althaela.

Ya amanecía cuando a lo lejos vi el humo que presagiaba que Iñigo ya había llegado, azucé a mi pobre montura, ya al borde del desfallecimiento pidiéndole un último esfuerzo.

Cuando llegué al poblado, todo era un mar de confusión, las cabañas quemadas, filas de niños y niñas atados por las manos, soldados españoles violando sin ningún miramiento en cualquier lugar a toda india que se les cruzase y cuerpos de indios muertos, ya por balas de arcabuz, ya por las espadas de los hasta aquel momento mis compañeros. En la fila de los niños que estaban atados, vi a aquel que me sirvió de traductor, me aproxime a él y le pregunté que donde estaba Althaela, me miró y no me dijo nada.

-Por favor, dímelo, tengo que salvarla.

-Es ya demasiado tarde, dijo y me indicó con la cabeza un lugar próximo a donde había estado la cabaña del jefe.

Me quedé aterrado, me fui acercando y lo que ví, me hizo vomitar, allí estaba el jefe de la tribu y su hija, mi Althaela, los dos estaban empalados, un gran palo al que habían sacado punta, les entraba a los dos por el ano y les salía por la boca ¡Como debían de haber sufrido los pobres! Como se podía ser tan brutal y tan salvaje ¡Y decían que los salvajes eran aquellos pobres desgraciados!

Me quedé allí, sin poder apartar la vista del cuerpo de aquella mujer a la que había amado, aquella mujer que podía, de haber sido las cosas de otra manera, haber sido la mujer de mi vida. Rumiaba la forma de vengar aquello, de hacer pagar al abominable Iñigo lo que había hecho, a causa de ese tiempo en el que estaba rumiando mi venganza, la voz de Iñigo no me pilló por sorpresa.

-¡Pero Don Juan! ¿Qué hacéis aquí? ¿No deberíais estar con vuestros hombres?

Con una calma que no se de donde me salía, le mentí como un bellaco.

-Don Iñigo, hemos encontrado algo que me ha hecho partir al galope para informaros personalmente de ello.

-Sea pues, decídmelo ya.

-Don Iñigo, creo que es algo que solo deberíais escuchar vos, la codicia puede ser muy mala consejera, dije mirando a los demás españoles que andaban alrededor.
Mi plan funcionó e Iñigo acercándoseme me dijo:

-Bien ahora iremos a un lugar más discreto, y mirando los cuerpos empalados y riendo dijo, ¡Como chillaban los jodidos indios!, y eso que a la puñetera india antes de meterle ese palo, ya le habíamos metido más de diez de estos, dijo echándose mano a la entrepierna, creo que tendría el coño y el culo lo suficientemente dilatados para luego recibir ese palo.

Se retorcía de risa, el muy hijo de puta se retorcía de risa, continuó.

-Me dijeron que vos ya habíais puesto la pica en la india ¿No?, -seguía riendo- que callado os lo teníais Don Juan, cuando se encuentra una monada así, hay que compartirla con los compañeros de armas, para que nosotros también la podamos joder como lo hemos hecho hoy ¡Como se retorcía la muy perra, como he tenido el honor de ser el primero, he tenido que darle duro para que dejara de moverse como una serpiente, con todo y con eso me ha mordido y arañado, claro que yo le dado lo suyo. Bueno Vamos a un lugar más discreto para que me deis las nuevas. Me interné por la selva en dirección a la pequeña laguna que había sido testigo mudo de mis amores con Althalea.

-Don Juan, dijo Iñigo, ¿Tendremos que regresar andando hasta España para que me digáis lo que me tenéis que decir?

-No don Iñigo, ya hemos llegado.

Estábamos sobre la misma hierba que había acariciado nuestros cuerpos, y esa misma hierva, sería la que se bebiera la sangre de aquel mal nacido. Me giré hacia Iñigo, mi espada ya estaba en mi mano.

-¿Que significa esto Don Juan? Dijo echando mano a su espada y dando un par de pasos hacia atrás.

-Significa, que hoy es el último día de tú sucia y asquerosa vida, que debía de haber terminado el mismo día en que naciste.

-¿Qué es esto, un ataque de celos por tú india? ¿Quieres morir por que más de diez españoles se han follado a tú india? ¿Es que te estás convirtiendo en indio Don Juan?

Mientras me decía esto sonreía, comenzamos a girar uno en frente del otro.

-Maldito Iñigo de Parma, sospechaba algo parecido, pero nunca tan brutal e inhumano, sonreís porqué sabéis que hoy moriréis y vos lo sabéis, esta hierba que pisáis se regará con vuestra sangre, os mataré como lo que sois, un perro rabioso sin escrúpulos ni sentimientos.

-Si no os mato, ¿Sabéis que seréis ahorcado por atacar a un superior?, es decir que quien está muerto de una u otra manera sois vos “Don Juan de los indios”.

Ya no era necesario más palabras, Iñigo sabía que si quería salir de allí tendría que matarme, el poblado estaba lo suficientemente lejos como para que nadie pudiera oír un grito y menos aún el sonido de los aceros ala chocar, después de varias fintas, dejé a propósito el costado derecho descubierto y vi en sus ojos que ya me creía muerto, pero cayó como un principiante en la celada. Cayó con mi espada clavada en su hombro derecho, lo que le hizo soltar la suya, de rodillas me dijo.

-Ya tenéis vuestra venganza, sed inteligente, si me dejáis con vida, no diré nada de esto y quedará todo enterrado en esta selva.

-Lo único que quedará enterrado en esta selva será un montón de inocentes y vos, no lo sabéis, pero ya estáis muerto.

Mi espada le cruzó la cara dejando aparecer un surco de sangre sobre ella, intentó levantarse y le atravesé el corazón, me acerqué a él.

-Muere maldito Iñigo de Parma, muere y espérame en el infierno, reza si es que allí se reza, pues si nos encontramos allí, os volveré a matar.

Cayó sobre la hierba y quedó allí tendido, con los ojos abiertos, mirando al vacío.

Regresé al poblado, pero el fuego se había apoderado de todo, cabañas, árboles cercanos, todo ardía con voracidad y el grupo que acompañaba a Don Iñigo, estaba preparando su salida, de regreso a Isabela, imagino que esperaban a un Iñigo que nunca volvería. Como no me habían visto, o eso es lo que yo creí en aquel momento, regrese donde había dejado mi caballo y emprendí el camino de vuelta a donde había dejado a mis hombres.

Durante el camino de regreso, no podía quitarme de la mente a aquella mujer con unas ganas enormes de vivir, revivía los momentos en los que su cuerpo y el mío fueron uno y lloré, lloré de rabia, de impotencia, de tristeza. Cuando llegué al poblado donde mis hombres estaban, encontré que también allí, las indias habían sido violadas y los indios muertos. Me avergoncé de ser uno de ellos. Sin cruzar palabra con ninguno, finalmente nos pusimos en marcha hacia Isabella, al llegar, lo primero que hice, fue solicitar audiencia a Don Diego, mi intención era solicitarle mi regreso a España, ya que si seguía allí terminaría, seguro colgado por matar a alguno de aquellos españoles, compatriotas míos, enfermos de codicia y corrupción. Tuve que esperar cinco días para que Don Diego me recibiera, pues unos días antes, había llegado el Almirante e inmediatamente después, un barco de España, con D. Juan de Aguado, que por lo que se rumoreaba, llegaba a Isabela a supervisar el gobierno del almirante por orden de los Reyes. Cuando por fin Don Diego me recibió y escuchó mi solicitud me dijo:

-Bien se Don Juan, que vuestra solicitud no es a causa de falta de valor, ya que este es sobradamente conocido por todos, también conozco vuestra enemistad con el difunto Don Iñigo, al que Dios tenga en su gloria, y vuestro distinto punto de vista en cuanto al trato que se debería dar a los indios, sin embargo y sin entrar en polemizar sobre ello, os comunicaré que hace unos días, llegado de España, Don Juan de Aguado, nos pide cuentas sobre abusos administrativos en estas tierras, en estos momentos se encuentra con mi hermano discutiendo estos asuntos. Algunos de los tripulantes que llegaron con Don Juan, me han solicitado permiso para quedarse en estas tierras y en el caso que éste decida regresar a España, es más que probable que necesitará gentes de armas en sus barcos. Es lo más que os puedo prometer, hablar con Don Juan de Aguado para cuando regrese cuente con vos. Yo por mi parte, lamentaré mucho vuestra partida, ya que en estas tierras no solo se necesitan buenos soldados, si no también personas que piensen y tengan un mínimo de piedad por estos pobres indios.

Después de más de un mes, por fin Don Juan de Aguado, solicitó mi presencia, informándome que en una semana, zarparía con rumbo a España y que deseaba contar conmigo para formar parte de los soldados que con él debían regresar. Una semana después, zarpamos de Isabela, y dos días después naufragamos. Hoy me encuentro en un lugar remoto, solo y sin muchas esperanzas de que algún barco asome por aquí.

 

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CAPÍTULO – IV

Llevaba ya más de diez días como naufrago, había acondicionado lo mejor posible una pequeña cueva muy seca que encontré cerca de la playa para guardar todo lo que había podido salvar del naufragio, mosquetes, pistolas barriles de pólvora, alfanjes y espadas, en fin, las únicas armas que dejé en el barco fueron los cañones y porque no había forma humana de que yo solo los pudiese transportar. Lo que había en el barco y lo que la marea arrastraba a la playa, hacía que de momento no tuviese necesidad de nada ya que en las bodegas del barco, había provisiones y agua suficientes para que toda su dotación llegase a España sin problemas. No obstante, aquello no duraría eternamente, así que decidí explorar aquel territorio con el fin de buscar fuentes de alimentos y comprobar si estaba habitado, y en su caso, si los indios eran pacíficos o no. El cuarto día de exploración, descubrí restos de fuego, lo que significaba, que no estaba solo en aquel lugar, aún no sabía si se trataba de una isla y si era así, del tamaño de esta. A partir de ese momento, iba con mucha más precaución y fuertemente armado, cuando regresé a mi refugio, escuché claramente y muy cerca, sonido de tambores y otros más lejanos que contestaban. Esa noche no pude pegar ojo, tenía la extraña sensación de que estaba siendo observado.
Lo primero que hice cuando el sol salió, fue ir a bañarme en el mar como todas las mañanas, al regresar, observé huellas de pies descalzos, también observé que habían entrado en mi refugio, cargué las pistolas, salí al exterior sin ver a nadie y revisé todo para ver si faltaba algo, se habían llevado uno de los yelmos que había recuperado del barco, el resto del día lo pasé atento porque seguía con la sensación de ser vigilado, pero no volví a ver nada.
Al día siguiente decidí salir, no quería esperar acontecimientos allí sentado, me armé con coraza, yelmo, espada al cinto, dos pistolas y un arcabuz. Comencé a recorrer las veredas que ya conocía, vi algunas huellas de pisadas, lo cual significaba que eran varios los indios que me observaban. Llegué a un claro en el que al final había un cerro y sobre él, vi por primera vez a los habitantes de aquel lugar. Estaba bastante lejos y no distinguía sus rasgos. Un indio, estaba sobre el cerro, estaba cubierto por una capa de color rojizo, pelo largo negro y lo que parecía ser un tocado de plumas de colores. Me dirigí hacia él con paso lento y seguro, el indio no se movía, estaba esperándome, a medida que me acercaba mas, iba andando más despacio, a unos tres metros de él, levanté las manos con las palmas abiertas en su dirección, en señal de que iba sin intenciones agresivas, él esperó a que estuviese a un metro suyo, para levantar también las manos, al levantarlas, la capa se abrió y pude observar, que el indio no era tal, ¡Era una india! Tendría más de cien años, su rostro lleno de arrugas tanto podía ser de hembra como de varón y de su pecho colgaban unas pieles, que en su tiempo debieron ser sus senos. Se quedó mirándome fijamente y me habló en un idioma que guardaba cierta similitud con el que hablaban los Tahinos de la Española, pero no pude entender nada. A mi vez, yo también le hablé sabiendo que ella tampoco me entendería, pero tenía que demostrar mis buenas intenciones.
Me señalaba las armas, que yo fui dejando en el suelo, sin desprenderme de la espada ni del cuchillo que llevaba en la caña de la bota, cuando había dejado todas las armas en el suelo, aquella anciana india, levantó los brazos y con un fuerte murmullo, me encontré rodeado de varias decenas de… ¡Indias!, todas eran indias, y estas eran todas jóvenes y fuertes, ahora entendía el pequeño tamaño de las huellas que había visto en la playa. Todas iban con lanzas, aunque no se mostraban agresivas, se mostraban algo temerosas y muy curiosas, se fueron acercando a mí, pero la anciana con una voz mucho más enérgica de lo que se podía esperar de un cuerpo tan pequeño y anciano, las hizo parar. Por señas me indicó que recogiera mis armas y la siguiera, así lo hice, las indias formaron dos filas, una a mi derecha y otra a mi izquierda, entre ellas hablaban y me señalaban, no ocultaban su extrañeza ante un ser que a ellas les debería parecer muy raro. Todas iban totalmente desnudas y solo algunos collares, adornos en el pelo y unas cintas alrededor de sus cinturas cubrían sus cuerpos, observé sus pechos erguidos, algunas tenían pechos pequeños y otras más grandes, a decir verdad y si no fuese por que la ocasión era un tanto crítica, me hubiese deleitado con tan linda visión, en sus partes pudendas, solo unas pocas tenían bello y era muy escaso. Se Parecían poco a las indias de La Española, estas eran más altas y de proporciones más parecidas a las de nuestras mujeres, de ahí, que me gustase contemplar los movimientos de sus cuerpos desnudos.
Llegamos a un poblado en un gran claro, estaba situado justo al lado de una playa más grande de en la que yo estaba, casi al otro extremo de la isla, desde luego su situación era mucho mejor, el bosque llegaba hasta la orilla de la playa de arena fina y aguas cristalinas, habían varias canos varadas en la tierra, en el poblado habría unas veinte o treinta cabañas construidas con palos y ramas, solo dos de ellas más grandes que las demás estaban construidas con postes juntos entre sí, y solo estas tenían una especie de puertas y parecían más robustas, había también otras construcciones similares a las grandes, pero de tamaño más pequeño, de estas habría unas diez. Nos dirigimos hacia una de las casas grandes, entró la anciana que me invito, con un gesto a que entrase yo también. Así lo hice, dentro habían cuatro ancianas más, me indicaron que me sentara y comenzaron a hablarme, yo les contestaba con el poco idioma tahino que había aprendido don Althalea, evidentemente, no nos entendíamos, una de las que ya estaban dentro cuando llegamos, hizo una señal a una de las dos indias que se habían quedado en la puerta y esta salió, al rato regresó con otra india, que se incorporó al círculo de las otras. Así como althalea era una belleza sutil y frágil, esta otra india era de una belleza salvaje, profunda, era de pelo negro como ala de cuervo, su cuerpo estilizado y fuerte, sus pechos generosos con oscuros pezones y aunque intentaba no mirar descaradamente, como al sentarse, cruzaban los pies delante con las piernas flexionadas, mostraba su sexo imberbe sin ningún pudor.
Comenzó a hablar con una titubeante voz en tahino, le pude entender que me preguntaba si yo era un Dios, el Dios Althapul, que protegía a sus hombres y les daba fuerza y vigor para que las fertilizaran siempre que ellas lo pidiesen.
Como pude, me hice entender y le pregunté que donde estaban sus hombres, que aún no había visto ninguno, la pregunté también si estaban de caza o si habían salido a guerrear.
Ella me miró sorprendida y después de traducir a las otras mujeres lo que yo le había dicho, me contestó, que sus hombres no cazaban ni guerreaban, que eso era cosas de mujeres, que sus hombres estaban en las cabañas de fortalecer, que su único trabajo, consistía como me había dicho antes, en fertilizarlas para que su pueblo creciese y sus mujeres fuesen fuertes y orgullosas. Ante mi silencio, producido por la incomprensión de esa distribución de tareas absolutamente distinta a ninguna otra que yo conociera, entendieron que estaba enfadado o algo así, ya que una de las ancianas dijo algo y la instó a que me lo tradujese. Me dijo entonces que si quería ver a sus hombres que la siguiese.
Salí detrás de ella, nos acompañaron las dos mujeres que estaban en la puerta, fuimos hacia las casas pequeñas de robustos postes, delante de cada una de las casas, había una india con lanza, parecía como si estuviesen de guardia. Mi guía habló con una de ellas y apartándose, abrió la puerta, entramos en aquella cabaña, había tres hombres y por lo que me iba explicando, en cada cabaña había tres hombres, estos estaban tumbados en jergones y se incorporaron al entrar nosotros, cuando me vieron, se postraron de rodillas emitiendo una especie de rezo, aquellos hombres eran jóvenes, no más de veinte años, robustos, se les veía limpios y bien alimentados, no me cuadraba que los tuvieran prisioneros y estuviesen en tan buenas condiciones. Pregunté que por qué los tenían encerrados y su contestación me dejó estupefacto, ya que me dijo, que los hombres siempre estaban encerrados, era su estado natural, que alguno había tratado de escapar y que había sido sacrificado. Pasamos por todas las cabañas “de fortalecer” de los hombres, en todas había tres hombres, en total conté una treintena. Observé que todos eran jóvenes y fuertes, el mayor, no tendría más de veinte años.
Le pregunté a mi guía si no había hombres mayores o ancianos, puso cara de sorpresa y luego la fue cambiando por una sonrisa en la que mostraba sus perfectos dientes, me dijo que ya comprendía mi pregunta, que era para ver si ellas seguían mis mandatos. ¿Mis mandatos?, cada vez estaba más sorprendido. Lo entendí cuando entre sonrisas, me aclaró que ya sabía que trataría de probarlas, que como yo bien sabía, ya que eran mis instrucciones, los hombres mayores de veinte años, eran enviados a mi casa para que me sirvieran. ¿A mi casa?, no entendía nada. Le pregunté que como los mandaban a mi casa y ella me llevó hasta un conjunto circular de rocas que había detrás del poblado, en el centro había una roca plana con manchas oscuras.
Me temí lo peor, mi guía, confirmó mis sospechas, en aquella roca plana, cuando los hombres cumplían los veinte años, eran sacrificados a su Dios Althapul, es decir a mí, y sus cuerpos eran arrojados al río para que este volviese sus cuerpos a la tierra de donde todos salían.
Estaba claro, aquella tribu en la que me encontraba, era una sociedad matriarcal en la que utilizaban a los hombres únicamente como receptáculos de semen para que las fecundaran y así mantener su pueblo. Había oído hablar de tribus de mujeres guerreras. Esta, debía de ser una de ellas y yo había caído de lleno dentro, y encima me creían el dios que mantenía a sus hombres vigorosos para la procreación, no sabía si aquello era bueno o malo, no sabía si su intención era hacer conmigo lo mismo que con el resto de sus hombres. Pronto lo averiguaría.
Esa noche, hicieron un banquete en mi honor, el único hombre que se encontraba entre ellas era yo, me habían dado unas ropas de su pueblo, con las que según entendí después, me había presentado entre ellos en mi primera aparición, eran de color gris brillante, camisa y pantalón unidos en una sola pieza muy pegado al cuerpo y un yelmo esférico, que solo tuve que llevar puesto durante la ceremonia del encuentro, que era cuando simulaban que me encontraban y yo le daba las leyes con las que se tendrían que regir de allí en adelante. Al comienzo del banquete, varias chicas jóvenes, danzaron para mí, con los movimientos más sensuales que jamás había visto. Después una mujer totalmente desnuda, como iban todas, pero con el rostro cubierto por una máscara de plumas, se acercó de manera solemne hacia a mí, entre música de tambores. En las manos portaba un recipiente del que solo yo podía comer. No tenía más remedio, así que probé aquello que me ofrecían, su sabor era distinto a todo lo que hubiese probado antes, una mezcla de agrio y dulce, pero estaba delicioso. Una vez hube probado aquella comida, todas las mujeres, comenzaron a comer también, entre gritos y bromas que se hacían las unas a las otras, yo era el centro de atención, la mujer que me había llevado la comida, seguía postrada ante mí. Ya habría pasado una media hora, cuando se hizo el silencio, la mujer que se encontraba ante mí, se levantó y tomó asiento a mi lado, se quitó la máscara, descubriéndose como la mujer que había servido de intérprete.
Me dijo que esa noche, la noche de Althapul, ella estaría en todo momento a mi lado, ya que así se lo habían pedido las ancianas, explicándome todo el ritual. Estaba pegada a mí, y el solo contacto de su cálida piel, me estaba excitando. No lo entendía, estaba entre todas aquellas mujeres que me imaginaba que acabarían cortándome la cabeza, y yo estaba excitado, mi erección era muy difícil de disimular con aquella ropa un tanto ceñida, mi acompañante lo notó y después de mirar mi entrepierna y ver mi erección, me miró a los ojos y sonrió, me tomo de la mano y me invitó a que me levantara, levantó mi mano que tenía en la suya, lanzó un grito y todas las miradas cayeron sobre mi pene en erección, curiosamente, no notaba ningún tipo de vergüenza. Tras unos instantes que los que todos los ojos miraban mi pene, se desató una gran algarabía, y todas desde donde estaban, sin moverse del sitio, comenzaron a ejecutar una especie de danza, en el círculo central, aparecieron seis mujeres desnudas, untadas en algún tipo de aceite, ya que su piel brillaba a la luz de los fuegos y de las antorchas, iniciaron un baile más sensual si cabe que el de las anteriores mujeres, estas, se tocaban y se acariciaban entre las múltiples cabriolas que hacían, después, la cadencia de los tambores se hizo más lenta y por parejas, comenzaron a besarse en la boca, como si de varón y hembra se tratase, sus cuerpos se frotaban los unos con los otros y sus manos recorrían toda su piel.
Mi acompañante me explicó, que aquella danza era el homenaje al Dios Althapul, con el cual su pueblo excitaba a los hombres antes de la cópula, que al ver mi erección –y señaló mi pene erecto- había dado mi beneplácito para que la Murgatia, que era la ceremonia del ofrecimiento de las mujeres entre ellas, se iniciase, que en un momento, todas las mujeres del poblado excepto ella que tenía que estar traduciéndome todo lo que pasaba tendrían relaciones carnales. Estas ocasiones, eran las únicas en que las mujeres disfrutaban del sexo, ya que cuando eran fecundadas por los hombres, era una especie de obligación mensual para quedarse embarazadas, de hecho, entre las mujeres que veía, había varias en distintas etapas del embarazo, y no por ello dejaban de bailar y de entregarse las unas a las otras. Concentrado el las explicaciones, no me había percatado de que todas las mujeres, en parejas o en grupos, estaban teniendo relaciones íntimas, hacían cosas que ni imaginaba que dos mujeres pudiesen hacer.
Me disculpé ante mi acompañante que finalmente me dijo que se llamaba Camba, diciéndole que sentía que ella no pudiese participar en aquella fiesta en la que no me perdía ni un detalle. Ella me dijo que al contrario, que las ancianas por poderse comunicar conmigo, le habían hecho el mayor honor que a una mujer de su pueblo se la podía hacer, estar a mi lado, que la última vez que fui a su pueblo, la madre de su madre era una niña y que había tenido la inmensa suerte de que yo llegara a su pueblo cuando ella era una mujer adulta y además hablando el idioma que solo ella conocía.
Le pregunté que qué es lo que seguiría a continuación. Ella me dijo, que debía de pasear entre las mujeres que formaban aquellos grupos sobre pieles o sobre el suelo, para dar mi bendición en forma de caricia a cada una de ellas y después, si lo deseaba, tendría que acostarme con ella la primera. ¿Qué significa la primera? la dije, Camba me explicó, que no podía acostarme con ninguna mujer de su pueblo, si no lo había hecho antes con la acompañante, que en este caso era ella, que podía hacerlo con ella las veces que yo quisiera, pero que su pueblo consideraría en un gran deshonor para aquella mujer en edad de procrear con la cual no me hubiese acostado, que para que su pueblo fuese feliz, lo tendría que hacer con todas.
Lo único que se me ocurrió preguntar, fue que de cuanto tiempo disponía. Ella con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo que de todo el que yo quisiera No sabía si estaba soñando, aquello era irreal, ¡Tenía que acostarme con todas las mujeres de la tribu!, disponía del tiempo que yo quisiera para ello, podía tener a aquella belleza de piel de miel siempre que quisiera, y encima ellas se sentirían honradas por ese hecho. Era un sueño hecho realidad, mi pene pujaba por salir de su encierro, un montón de mujeres tenían relaciones sexuales delante de mis narices y yo tenía que acariciarlas a todas, ¡Y no sentía ni un ápice de vergüenza o de timidez! Algo en aquella comida que me dieron, debía de hacer que me sintiera así, se lo pregunte a Camba y esta me dijo que claro, que había tomado el alimento de los dioses, que en mi primera visita a su pueblo, le había dado la receta a sus predecesoras y esta había pasado de generación en generación, que solo los hombres debían de tomarla y que en mi caso, era el único alimento junto con peces del río, pescado por ella con lo que me alimentaría, así lo había dicho en aquella primera ocasión y así seguía siendo.
Camba me miró y me dijo que debería ir pasando entre las mujeres para darles mí bendición. Ella me acompañó mientras me acercaba a aquellas mujeres dedicadas de lleno a tareas lésbicas, me quedaba un rato mirando como se amaban y después las acariciaba, a unas en la cabeza, a otras en las nalgas unas en los pechos y hasta alguna me ofreció su sexo para que mi caricia recayese sobre él, incluso hubieron varias que por medio de Camba me solicitaban humildemente tocar mi pene erecto sobre la tela, algo que las dejaba sumidas en el éxtasis y se afanaban con mayor impulso en lo que estaban haciendo, había muchas que estaban utilizando plátanos y otras frutas que no reconocía a modo de sustitutos de penes. Mi excitación era inaguantable de ver y tocar a tantas mujeres en aquel estado. Lo que hubiesen echado en lo que comí, también debía de producir aquel efecto de autocontrol, ya que en caso contrario, haría ya tiempo que habría desaparecido con Camba, pues el deseo de poseerla casi era doloroso. Finalmente, acabé de tocarlas a todas y le dije a Camba que ahora deseaba estar con ella. Su sonrisa se agrandó y sus ojos irradiaban felicidad, según me llevaba de la mano, nos dirigimos a una de las grandes casas, que ya estaba preparada para recibirnos, entramos en ella, Camba me miró a los ojos, después los bajó hacia el suelo y me dijo que desde ese mismo instante, podía hacer con ello todo lo que quisiera.
Me quité aquella ridícula ropa, me acerqué a Camba y levantándole la cara, mi boca buscó la suya que la recibió con una dulzura y una pasión ardiente, sentía la dureza de sus pezones sobre mi pecho y su lengua jugando con la mía dentro de su boca, sus manos bajaron hasta mi pene que estaba a punto de explotar de lo duro que estaba, lo acariciaba con adoración y me dijo, que sus hombres no tenían el miembro tan grande ni tan bonito, que ahora haría todo aquello para lo que se había estado preparando durante toda su vida, ya que la copula con sus hombres, solo era eso, una cópula para procrear, nunca había sentido el placer que sentía cuando lo hacía con las mujeres, o lo que estaba sintiendo en esos momentos. Se puso de rodillas, besó la punta del glande y lo fue introduciendo poco a poco dentro de su boca, su garganta parecía no tener fin, poco a poco toda mi polla estaba dentro de aquella boca y ella emitía ruiditos al tragársela, con la misma lentitud con la que se la había metido, la fue sacando y terminó como empezó besando la punta, con sus labios brillantes de saliva miró hacia arriba y me preguntó si me había gustado, le dije que si, que me había gustado tanto que quería que lo volviese a hacer, ella lo repitió varias veces, sentía que si seguía chupándomela de aquella manera, iba a correrme y estaba disfrutando tanto, que no quería que acabase tan pronto, con delicadeza, retiré su boca de mi polla y la puse en pie, sus labios ahora estaban ligeramente inflamados del roce con mi polla y eso los hacían aún más deseables volvía besarla y mientras ella gustosa me devolvía el beso, mis manos acariciaban su culo firme. Fuimos hacia una especie de lecho forrado con telas de colores, nos tumbamos mientras Camba me decía que quería ser la mujer que a lo largo del tiempo más me hubiese hecho sentir, me tumbó sobre el lecho y sus manos y sus labios me recorrían todo el cuerpo como si de caricias de alas de mariposa se tratase, me giró boca a bajo e hizo lo mismo por detrás, no me sobresalté, ni tan siquiera cuando sentí como la punta de su lengua se iba introduciendo en mi ano, algo que en otra situación no habría permitido jamás, el estado en el que me encontraba era como si flotase en una nube y todo me diese igual, y lo cierto es que aquella lengua que se introducía y salía de mi ano, me estaba gustando mucho. Cuando su boca volvió a estar sobre mi nuca, me giré y la dije que ahora me tocaba a mí. Ella me dijo que no hacía falta, que ella lo haría todo, que yo no tenía que hacer nada. Cuando la dije que lo que ocurría es que yo deseaba hacerlo, su sempiterna sonrisa se agrandó más, mientras me decía que ni en sus mejores sueños podía imaginar que yo quisiera tocarla, besarla o hacerla todo aquello.
La tumbé boca arriba y comencé a acariciarla todo el cuerpo, sus ojos se cerraron y su sonrisa cambió a una mueca de placer, mis dedos recorrían sus tetas, bastante grandes comparadas con las que había visto a las otras mujeres, sus pezones se habían puesto duros y más grandes de lo que nunca había visto, parecía dos fresas maduras y su sabor era casi igual de dulce y fragante, mientras mi boca chupaba con delectación aquellos maravillosos pezones, mis dedos jugaban sobre su coño sin pelo, sus labios vaginales, estaban muy mojados y mis dedos se deslizaban sobre ellos acariciándole el clítoris, introduje uno de mis dedos en aquel coño empapado y un gemido salió de lo más profundo de su garganta, sus piernas se abrieron para recibir mis caricias, le fui metiendo los dedos uno a uno hasta que tenía tres que entraban y salían de su sexo. Tenía una necesidad física de sentir como aquel coño oscuro, jugoso y caliente, apretara mi polla dentro de él, me puse sobre ella y la penetré suavemente, volvía bombear dentro de ella y sentí como todo su cuerpo se arqueaba en un tremendo orgasmo, con la segunda arremetida. Si yo estaba muy excitado, ella lo estaba aún más, pues con solo dos arremetidas, se había corrido como una posesa. Seguí metiéndosela, ahora mi polla entraba y salía de ella más deprisa y mis arremetidas eran lo más profundas que podía, se corrió cuatro o cinco veces, yo sentía sus espasmos y sus manos crispadas sobre mi espalda, finalmente, fui yo el que se corrió con un grito del que yo mismo me sobresalte, de mi garganta surgió un gemido casi animal, el mundo se paró y yo me quedé profundamente dormido sobre Camba.
Cuando abrí los ojos, ya era de día, la claridad se filtraba, Camba estaba de espaldas a mi, ligeramente inclinada mientras se aplicaba haciendo algo que yo no podía ver, en esa postura, su hermoso culo se me presentaba como una ofrenda, debió de notar algo pues se giró, al ver mis ojos abiertos, me preguntó con su eterna sonrisa que qué tal había dormido, me dijo que ella había despertado hacía poco, que quedó tan satisfecha que durmió de un tirón hasta hacía un rato, que ya había pedido que llevaran agua para lavarnos. Nada más decir esto, cuatro mujeres entraron acarreando un trozo de árbol muy grueso y de casi un metro de alto, estaba hueco, otras mujeres fueron llegando con baldes de agua que fueron echando dentro, mientras esta tarea se seguía desarrollando, Camba me puso un desayuno a base de frutas que yo comí con gran apetito. Cuando el trozo de árbol hueco estuvo lleno hasta la mitad, las mujeres porteadoras de agua, dejaron de entrar, yo ya había terminado de desayunar y Camba me esperaba, había echado dentro del agua alguna planta que producía una suave y deliciosa fragancia, tendió los brazos hacia mí, invitándome a entrar, me metí allí dentro y Camba a continuación también entró, se situó tras de mí y comenzó a pasarme una especie de esponja vegetal por la espalda, después me recosté sobre ella y me siguió pasando aquello por el pecho, bajó hasta mi pene que inmediatamente empezó a ponerse duro, soltó la esponja y continuó acariciándolo con sus manos, sentía sus pechos apretando mi espalda y sus suaves manos acariciándome el pene, una de ellas bajó hasta mis testículos y los masajeó suavemente. Esto es el paraíso, dije yo, ella me besó en el cuello diciendo que era el paraíso porque su díos las había honrado visitándolas y a ella más que a ninguna otra, ya que desde ese mismo momento y no solo por el inmenso placer que le había producido la noche anterior, la había convertido en una mujer especial a los ojos de su pueblo, pues al ser ella la primera mujer con la que me había acostado, según decían las ancianas, ella sería la portadora de la hija del Dios, y eso significaba, que en algún momento, su hija gobernaría sobre todo su pueblo, el baño se alargó mientras hablábamos de las costumbres de su pueblo.
Cuando me dejó solo para que descansara, reflexioné sobre la situación, por un lado, me sentía un tanto culpable por la situación en la que me encontraba, ya que chocaba de frente con la idea que siempre había tenido de lo que debía ser la relación entre un hombre y una mujer, de hecho una de las razones por las que me encontraba en aquellas circunstancias, eran mi aversión al abuso de los hombres, y en especial de los españoles sobre las mujeres indias, me planteé la posibilidad de contarle a Camba la verdad, que yo no era ningún Dios, que solo era un hombre más, de otra raza, pero un hombre común, lo peligroso de decirle la verdad, es que me convirtieran en un semental más como al resto de sus hombres. De momento no diría nada, además, aunque iba contra mis principios… ¿Que más puede pedir un hombre que el ser tratado como a un ser divino, que lo alimenten, lo cuiden, lo mimen y además tener a la mujer más maravillosa de la tierra a tu entera disposición para realizar con ella cualquier juego sexual que se le ocurra? Y encima que sea ella misma la que te sugiera que deberías acostarte con el resto de las mujeres de su pueblo. Estaba en el paraíso, y de momento, lo pensaba disfrutar.
Camba regresó trayéndome la comida, dos grandes peces que despedían un jugoso aroma, me dijo que los había pescado ella misma y las ancianas los habían cocinado para mí, se quedó a mi lado mientras comía, me dijo que debería pensar en elegir a la mujer con la que quería pasar la noche, que ella, si yo quería me ayudaría. La contesté, que esa noche quería pasarla con ella, solo con ella. Me dijo, que mis deseos no se discutirían, pero que no debía ofender al resto de las mujeres. A partir de mañana, la dije, pero esta noche, te quiero para mí, aunque en sus palabras había un pequeño deje de censura por no acostarme con las demás, en su sonrisa y en su gesto aparecían claros síntomas de alegría.
Esa noche Camba apreció desnuda como siempre, pero llevaba puesta unas cintas de colores alrededor de su cuello, cintura, muñecas y tobillos, al entrar me miró y se fue girando para que observara sus adornos, igual que cualquier mujer de España hubiese echo de llevar puesto un vestido nuevo, yo solo llevaba un taparrabos de tela roja, se acercó sinuosa y me besó en los labios. Mi Dios ha decidido y yo estoy aquí para adorarte y procurarte placer, dijo, esta noche será la última que se me permitirá pasar contigo, antes de que lo hayas hecho con el resto de las mujeres y por lo tanto, trataré de hacerla especial. Estaba sentado ante el fuego y ella comenzó a moverse con un ritmo suave, estaba bailando para mí, sus movimientos eran lentos y sensuales, se acercaba a mí, danzaba a mi alrededor, luego se volvía a alejar, su piel empezó a brillar por el ejercicio del baile. Estaba magnífica, era el deseo personificado, veía como se movían sus pechos al ritmo de sus movimientos, su sexo sin bello se mostraba a mí abierto como una flor, cuando terminó la danza, se acercó y me preguntó si me había gustado, si me había excitado. Yo solo me incliné levemente hacia atrás y le mostré mi sexo erecto que salía de debajo del taparrabos, pasó la punta de sus dedos por mis labios y acercó su sexo a mi boca, ya que al estar sentado y ella de pie, estaba a la altura justa, puse mis manos en su culo y la acerqué a mí, mi boca empezó a besar su sexo como si de otra boca se tratara, sentía que ella se apretaba contra mí y mi lengua jugaba con sus labios vaginales y se introducía en su coño todo lo que alcanzaba al tiempo que mis manos apretaba y separaban sus nalgas. Se separó de mí con suavidad y según estaba, con cada uno de sus pies a cada lado de mis muslos, se fue dejando caer, de forma que se empaló directamente con mi polla que estaba más dura que un palo, fue entrando toda hasta que sentada a horcajadas y abrazada a mí nos fundimos en un largo beso, sentí como los músculos de su vagina se contraían y expandían alrededor de mi polla ya que no hacía ningún otro movimiento, estuvimos de aquella postura un largo rato, luego empujándola hacia atrás hasta que su espalda toco el suelo, le acaricié los las tetas y le pellizcaba los pezones deleitándome con los pequeños gemidos que Camba emitía. Nos levantamos para ir al lecho, allí, ella se puso de rodillas y comenzó a chuparme la polla, no como la noche anterior metiéndosela toda entera, si no que solo se metía la punta y sentía como su lengua recorría todo el glande, estaba excitadísimo, la dije que quería poseerla y dándose la vuelta, según estaba de rodillas, apoyó su pecho sobre el lecho, dejando su culo en pompa, me arrodillé detrás de ella y mi lengua recorrió su coño y su ano hasta que estuvo tan mojada que no sabía si era por mi saliva o por sus fluidos, tenía un ano precioso, un circulo perfecto que parecía una “O” de color levemente más claro que el resto, cada vez que mi lengua se introducía levemente en su ano, ella gemía de placer, empecé por presionar con mi dedo en aquel glorioso culo, aquello le gustó, le gustó mucho pues sus gemidos aumentaron de ritmo, cuando le metí un dedo en el culo, noté como lo apretaba como si no quisiese que lo sacase.
La pregunté si aquello le gustaba. Me contestó, que le gustaba todo lo que yo le hacía, pero que por “allí” le gustaba más. Fui introduciendo otro dedo para que su estrecho culo se fuera dilatando, deseaba con toda el alma darla por el culo, pero quería que fuese tan suave y sutil como todo lo que habíamos hecho hasta ese momento, cuando noté que su ano estaba lo suficientemente dilatado y lubricado, me puse detrás de ella y apoyando la punta de la polla sobre aquel agujerito, fui presionando poco a poco, la punta fue entrando en su culo, cuando entró todo el glande, Camba dio un gritito de gusto y me dijo que se la metiera toda, que deseaba sentirla toda dentro de su culo, no la hice caso, seguí metiéndola poco a poco, la metía un poco y la sacaba de nuevo, ella se estaba retorciendo de placer, empecé acelerar mis movimientos y a profundizar mis embestidas, ya estaba entrando y saliendo entera, la sacaba del todo y la volvía a meter, en uno de los momentos en los que la penetración era más profunda y que me había quedado allí dentro con mis manos agarrando sus caderas, Camba soltó un profundo grito y empezó a moverse frenéticamente, casi sin control, con sus movimientos, mi polla se salió de su culo y ella con otro grave gemido, cayó boca abajo sobre la cama como si se hubiese desmayado.
Me dejé caer a su lado, con mi cara muy cerca de la suya, miraba aquellos bellos rasgos y sentía su agitada respiración. Abrió los ojos y su sonrisa volvió a iluminar su cara, me dijo que la había llevado a mi casa, que había estado en la morada de los dioses. Me besó en los labios con ternura, cuando se calmó me dijo que ahora ella me llevaría a mí a su mundo de placer, según estaba, me empujó suavemente hasta que quedé boca arriba. Empezó besándome en los ojos, notaba sus labios por toda la cara, por el cuello, su lengua entraba y salía de mi boca, fue besando y lamiendo todo mi cuerpo, cuando llegó a los pies, volvió a subir, su boca se apropió de mi polla, me la estaba chupando tan profundamente, que en algún momento, hasta la dieron arcadas, pero ella seguía, alternaba su forma de chupármela, después lo hizo recorriendo con su lengua desde la punta hasta los testículos que se metió en la boca, lo volvió a hacer y esta vez, su lengua llegó hasta mi ano y se entretuvo jugueteando con su punta, subía hasta el glande y volvía a bajar hasta el ano, cada vez se entretenía más tiempo chupándome el culo, empezó a acariciarlo con la punta de su dedo, sentía como poco a poco lo iba metiendo, alternaba su lengua y el dedo en mi culo, sentí como tenía dentro todo su dedo, me estaba gustando. Ahora me dijo llegarás a la morada del placer, sin sacar su dedo del culo, empezó a chapármela con ganas, sentía como mi polla llenaba su garganta y como su dedo se movía dentro de mi culo, saco el dedo, hasta que solo la punta estuvo dentro, noté como ponía la punta de otro dedo en la entrada del ano, metió solo la punta de los dos dedos mientras seguía chupándomela. Estaba a punto de correrme, comenzaba a sentir la proximidad del orgasmo, ella también lo notó, ya que aceleró los movimientos de su boca. Un segundo antes de que me corriese, Camba empezó a apretar hacia dentro con la punta de los dedos que tenía en el culo, al mismo tiempo de correrme, ella metió sus dedos profundamente en mi ano, mientras se tragaba todo mi semen, lo que estaba sintiendo era como había dicho ella, la morada del placer. Tenia la polla metida en su boca mientras mi semen salía a borbotones y ella lo tragaba con gran placer, al mismo tiempo sus dedos se movían dentro de mi culo. Era el placer más grande que había sentido nunca, no se la sacó de la boca hasta que terminé de eyacular, lo hizo poco a poco, al mismo tiempo que sacaba los dedos de mi culo. Se tumbó a mi lado con su cabeza junto a la mía y sacando la punta de su lengua, relamió un poco de mi semen que se había quedado sobre su labio superior, después, cuando mí agitada respiración se calmó, me preguntó si me había gustado. La contesté lo mismo que ella me había dicho a mí antes, -Me gusta todo lo que me haces, pero esto más-
Nos pasamos la noche haciendo el amor, aquella, era la última vez que haríamos el amor, al menos hasta que lo hubiese hecho con el resto de las mujeres de su pueblo en edad de procrear, no es que fuese un gran sacrificio para mi, pero me hubiese gustado mucho seguir pasando las noches con aquella espléndida mujer. Por la mañana nos despedimos, también me dijo, que aunque tuviese que pasar las noches con otra u otras mujeres, podríamos pasar el resto del día, juntos. Aquello, me alegró bastante.
Esa noche la pasé con una mujer que se llamaba Bemba, estuvo muy bien, pero ni ella ni las demás que vinieron a continuación me hicieron sentir lo que sentí con Camba, no solo por que con ella el amor y el sexo eran palabras mayores, además, como no me entendía con ellas, las noches eran menos divertidas. Así fue transcurriendo el tiempo, finalmente me había acostado con todas las mujeres de aquel pueblo y por fin pude volver a estar con Camba, dejé pasar dos días para recuperar las fuerzas que sabía que me iban a hacer falta, a partir de aquella noche, todas las pasé con ella y si alguna vez ella insinuaba que debería de acostarme con otra, yo la decía que no me importaba, siempre y cuando ella también estuviera en la cama con nosotros. Eso pasó muchas veces, durante aquellas noches en las que alguna mujer compartía nuestro lecho, pude apreciar, le inmenso placer que entre ellas pueden llegar a darse, fueron experiencias geniales, alguna vez, llegamos a estar en la cama, Camba, otras tres mujeres y yo, en esas ocasiones mi participación era la mayor parte del tiempo como espectador, me encantaba ver como aquellas mujeres se daban placer unas a otras por el mero echo de sentirlo y de hacerlo sentir, durante los actos sexuales entre ellas, los ojos de Camba repetidamente buscaban los míos que le devolvían la mirada con expresión sonriente unas veces y de una enorme excitación otras, a veces me hacía un gesto con la mano para que me acercara y participara, ella me dijo en muchas ocasiones, que cuando estaba yo cerca de ella, aunque fuese una mujer quien la estuviese dando placer, mi presencia hacía que fuese mucho más intenso, y que cuando me veía haciéndolo con otra mujer, aquello la excitaba muchísimo. Era el placer por el placer, algo tan animal como divino.

 

CAPÍTULO – V
La vida había sido generosa conmigo haciendo que fuese a naufragar en aquellas tierras, llevaba allí cinco años, durante los cuales, el sexo con Camba y el resto de las mujeres, fue el eje central de mi existencia, algo de lo que no me cansaba. También con el tiempo fui influyendo en el consejo de ancianas, para que empezaran a tratar a los hombres de su pueblo, algo más que como sementales de procreación, en el segundo año de mi estancia, ya participaban en actividades comunes de la tribu, incluso algunas veces, les permitían salir a cazar con las mujeres, la relación que habían tenido hasta aquel momento las mujeres y hombres de aquel pueblo, se habían limitado a contactos sexuales, con lo que el tiempo que pasaban juntos había sido ínfimo, con la incorporación de los hombres a la vida del poblado, los contactos entre hombres y mujeres fue mayor y esto hizo que alguna de aquellas mujeres, solicitaran al consejo de ancianas la autorización para llevarse un hombre a su casa, para su uso exclusivo, concedieron muchos permisos y lo que empezó siendo como el privilegio de disfrutar en exclusividad de un hombre, se fue transformando en algo más… humano, más civilizado, muchos ya vivían casi como las parejas convencionales en España, y aunque los hombres seguían siendo tratados como inferiores, estaba seguro que con el tiempo, llegarían a ser tratados con igualdad.
En aquellos tiempos, decidí volver a la playa donde naufragué para ver como se encontraban todos los enseres que con gran trabajo había guardado en aquella cueva. Parecía como si lo acabase de llevar, estaba todo tal y como lo había dejado, lo único que debería hacer, sería limpiar y engrasar las armas, por lo demás, hasta la pólvora estaba seca. En el momento que pude, con la ayuda de las personas del poblado, lo transporté todo a otra cueva que había junto a el, allí lo almacené todo, aunque con la idea de no tener que utilizarlo nunca, me guié por el refrán que mi padre siempre me decía “hombre prevenido, vale por dos”
Yo le había contado a Camba miles de cosas sobre España y sobre el mundo, le había confesado por fin, que yo no era ningún Dios, que solo era un hombre como los de su pueblo pero de distinta raza, la conté que había hombres negros como el ala de un tucán, amarillos, blancos como yo, cobrizos como ella, y que seguro, que habría de más colores. Con el tiempo, le fui enseñando muchas cosas, casi todo lo que yo sabía, a leer, a escribir, le dibujaba mapas de España y de los lugares en los que pensaba que estábamos, algunas nociones de pintura, algo sobre Nuestro Señor Jesucristo y de sus obras, sobre las costumbres de España, sobre sus reyes, sobre las guerras y las armas que se utilizaban en ellas, en fin, lo que en España se consideraría culturizarla. Ella también me enseño cientos de cosas sobres su pueblo, sus costumbres, su jerarquía, sobre sus leyendas y porqué los hombres eran tratados como seres inferiores. Intercambiamos información y formación.
En más de una ocasión ella me dijo que prefería seguir pensando que era un Dios y que había llegado a su pueblo para ayudarles y brindarles mi gracia, aunque también me decía que como hombre le gustaba mucho y que lo que la estaba enseñando en “todo” y sonrío con picardía, jamás había soñado conocerlo, de cualquier forma, hombre o Dios, le había dado la felicidad y un conocimiento mayor que el de las narraciones de sus antepasadas.
En aquel tiempo, ya correteaban por el poblado bastantes niños y niñas con la piel más clara, todos ellos hablaban con bastante fluidez el español, así como yo dominaba a la perfección su idioma.
Un día, -luego supe que era el 1 de Agosto de 1498-, vinieron a buscarme un grupo de hombres y mujeres muy excitados, habían visto en el mar, una canoa gigante como la que me había traído a mí a aquel lugar, me decían que eran otros dioses que venían a recogerme. Sin perder tiempo, me dejé guiar hasta donde ellos me dirigieron. Se trataba de la desembocadura del Gran Río que era como ellos llamaban a aquel enorme río que desembocaba a tan solo una hora andando desde su poblado. Lo que vi me erizó la piel, tres barcos estaban al pairo a poca distancia de la costa, en ese momento, estaban botando dos falúas para acercarse a la playa, en un primer momento, mi alegría fue infinita, barcos, civilización, España, todo estaba ahora más cerca. Comencé a agitar los brazos hacia donde venían los botes, mis amigos indios, me miraban como si me hubiese vuelto loco, a ellos, tantos Dioses les ponían nerviosos y poco a poco se fueron alejando, quedándose a una distancia prudencial, me quedé solo en la playa a la orilla del mar, mientras los botes se iban acercando, caí en la cuenta, de que mi aspecto no debía de ser muy diferente al de los indios. Cuando estaban a tiro de piedra, vi claramente, que uno de los ocupantes de los botes, era el mismísimo Almirante Don Cristóbal, le acompañaban varios hombres, entre ellos un cura.
Cuando desembarcaron y me vieron allí plantado se dirigieron a mí con todos los idiomas que conocían de aquellas tierras, su sorpresa fue mayúscula, cuando me escucharon responderles en español, al oír el español, la desconfianza que traían se relajó, Don Cristóbal se acercó a mí y se presentó, no como yo esperaba como Virrey de las Indias Occidentales, sino solo como Almirante, yo también me di a conocer, curiosamente me recordaba y recordaba que había partido hacia España con Don Juan de Aguado y que uno de los barcos naufragó, pensando todo el mundo hasta ese momento, que no había habido ningún superviviente, fuimos hacia la sombra de las palmeras que casi llegaban a la orilla del mar y allí, estuvimos hablando por espacio de varias horas, entre tanto, los indios seguían alejados y los marineros en las dos falúas, una vez les dije que no había ningún peligro, volvieron a los barcos, para bajar a tierra algunos enseres que le harían falta al almirante y a sus hombres, pues pensaban pasar varios días allí, necesitaban alimentos frescos y agua potable. Le di toda la información de la que disponía sobre aquella tierra, que allí lo único que había era selva y más selva, el oro no lo había visto en aquellos años ni en el más pequeño de los adornos de los indios, por supuesto no le dije que tipo de dios pensaban los indios que era yo, solo que pensaban que los hombres blancos éramos dioses llegados en nuestras casas flotantes desde nuestras moradas celestiales.
El Almirante, me informó que el buscar un lugar para recalar había sido casual, que se había apartado de su ruta por necesidades alimenticias, había tenido mucha suerte, a partir de aquel momento en lo que tenía que pensar, era en si me quedaría en La Española con él, o si regresaría a España en el primer barco que partiera. En ningún momento se le ocurrió pensar que quisiese quedarme allí, entre los indios. La verdad es que en ese momento, tampoco a mí se me ocurrió aquella posibilidad.
Los hombres del Almirante, montaron su campamento en el mismo sitio donde desembarcaron, solo Don Cristóbal, el cura que se llamaba fray Bernardo y dos hombres más, partieron conmigo hacia el poblado en el que había pasado los últimos años, yo les había puesto en antecedentes de cómo era cuando llegué a aquellas tierras y como era ahora. Mi pueblo, pues ya me consideraba como parte de ellos, les brindaron una gran bienvenida, la fiesta de aquella noche fue especial, pues al mismo tiempo que daban la bienvenida a “los otros dioses”, me daban a mí la despedida. Se hizo un gran círculo y todas las mujeres del poblado, una a una fueron saliendo al centro del círculo, saludando formalmente a los otros hombres blancos y despidiéndose de mí a la vez que me pedían que considerase mi partida, que les gustaría que siguiese con ellos, cuando le llegó el turno a Camba, con su sempiterna sonrisa, me dio las gracias por todo lo que le había dado, no perdió la sonrisa, pero noté la tristeza en su mirada.
Afortunadamente, mis compatriotas españoles no entendían nada de lo que allí se estaba diciendo, ya que todas las mujeres, aunque muchas ya sabían bastante español, hablaron en su idioma, lo que me permitió traducirles solo lo que me interesaba que supiesen, no quería que después de mi partida aquel pequeño punto del mundo en el que había sido tan feliz, fuese destruido como había ocurrido con La Española, que a aquellas horas, me imaginaba como una pequeña España, con nuestras costumbres y nuestra forma de vida, destruyendo sin contemplaciones su forma de vivir y sus costumbres. Cuando la fiesta tocaba su fin, fray Bernardo se acercó a mí y me dijo que si quería confesarme, que no había dejado por menos que ver muchos niños y niñas con la piel mucho más clara que la del resto, y una de las mujeres que había hablado, había echo unos gestos tocándose el vientre a modo de informar de su embarazo. No me quedó mucha más alternativa, nos alejamos del ruido de la fiesta y sobre unas piedras, fray Bernardo comenzó a confesarme.
En principio no pensaba decirle más de lo imprescindible, pero poco a poco, le fui contando todo, mi llegada, mi recibimiento, lo que pensaban que era yo y como había mantenido y seguía manteniendo relaciones íntimas con todas las mujeres del poblado, le hable de mis sentimientos por Camba, le confirmé lo que había dicho de que esperaba un hijo mío, lo feliz que había sido aquellos años, lo que había llegado a preciar a aquellas gentes, el trabajo que estaba haciendo para que los hombres fuesen igual que las mujeres. Estuve hablando más de una hora y cuando terminé, fray Bernardo me preguntó.
-¿Estás seguro de quieres regresar a España?
-No lo se, padre. La verdad es que no lo se. Le contesté.
-Verás hijo, el hombre a lo largo de su vida, lo que busca es la felicidad. Unos la encontramos de una manera y otros de otra, también hay muchos que no la encuentran nunca, la felicidad, es el camino que nos llevará al paraíso. Pero tú hijo mío, has encontrado la felicidad y el paraíso al mismo tiempo. Piénsalo con detenimiento y actúa con la conciencia y con el corazón, cualquiera que sea tu decisión la aceptaré, e intercederé por ti si es preciso ante Don Cristóbal. Solo te pediría dos cosas si decides quedarte, la primera que si de veras amas a esa mujer como dices que lo haces, te mantengas fiel a ella y dejes de copular con el resto, ya que como tu bien deberías de saber –se rió en este momento-, no es muy cristiano que digamos y la segunda, que les hagas llegar a esa buena gente la palabra de Dios, y al decir esto, me tendió una Biblia y sonriendo me dijo, pero de Dios nuestro Señor, no la tuya.
Cuando me separé de fray Bernardo, con mil dudas, me dirigí ver a Camba, la encontré esperándome para repetirme la noticia de su embarazo y darme las gracias por ello, también me dijo que le gustaría pasar las noches que faltaban hasta que me marchase, a solas conmigo, solo pude hacer un gesto afirmativo con la cabeza, me tumbé a su lado, me abracé a ella y seguí pensando en que era lo que debía hacer.
Cuando desperté, ya lo tenía claro, le dije a Camba que por favor reuniese al consejo de ancianas, que tenía que decirles mi decisión y que ella también debería estar presente. Al rato me avisaron de que ya estaban reunidas. Me dirigí hacia su choza, entre con la misma ceremonia de siempre, me miraron en silencio esperando a que les informase de cuando partiría. Primero me explayé en las mismas explicaciones que ya le había dado a Camba sobre mis orígenes humanos, no era ningún Dios aunque ellas así lo creyesen, después les relaté hasta donde conocía, sobre la invasión que habíamos realizado de aquellas tierras tan cercanas a las suyas y el peligro que ahora existía en sus tierras, al haber recalado allí las naves del almirante, que más pronto o más tarde, esos barcos regresarían cargados de españoles para quedarse en y con sus tierras, les dije que los españoles piensan que allí donde llegan pueden instalarse como dueños y señores en nombre de la corona de España y que siempre lo consiguen, por las buenas o por las malas, ellas ya habían visto de lo que eran capaces las armas de fuego que yo había llevado conmigo, les conté algunos de los episodios de los que yo mismo había sido testigo en La Española. En fin, les detallé todo lo que creía que les podía ser de utilidad para defenderse y sobrevivir en el caso de que yo partiese.
A continuación y con el gesto más sincero del que fui capaz, les solicité que me permitiesen quedarme entre ellas, que me permitieran vivir en libertad, con la mujer que amaba –Miré a Camba- que si me lo concedían, tendría que ser en esas condiciones, vivir libre y participar junto a todos, mujeres y hombres, para procurar estar preparados cuando llegasen los españoles, yo les podría enseñar muchas cosas que hasta aquel momento no consideré necesario sobre defensa, tácticas y estrategias militares y que en el caso de que no llegasen nunca, igualmente deseaba quedarme con el que ahora consideraba mi pueblo. Les insté a que debían tomar la decisión antes del día siguiente que es cuando partirían las naves de Colón hacia La Española.
-Es vuestra decisión, les dije.
Me levanté del Consejo y me fui a mi cabaña, allí esperé hasta que ala hora de comer, como siempre, se presentó Camba con dos peces, recién pescados y cocinados, no me dejó que le preguntase nada antes de que comiera, y una vez terminé, con la voz emocionada, me dijo.
Mi amado Juan, no sabes lo feliz que me has hecho al solicitar al Consejo que quieres vivir conmigo, las ancianas no entienden muchas de las cosas que les has dicho, pero si lo suficiente como para saber que te sientes uno de nosotros y que quieres nuestro bien, también saben que deberán cambiar algunas de nuestras costumbres que aún no han cambiado respecto a los hombres, pero saben que nadie mejor que tu, nos puede preparar para lo que se avecina, por lo que han decidido comunicarte que solo deberás marchar de nuestro pueblo si tu lo deseas, el Consejo y el resto de nuestro pueblo, te siguen considerando como un Dios que ha venido a avisarnos y a prepararnos para los tiempos que llegarán, ellas seguirán tratándote como siempre y tu decidirás como quieres vivir entre nosotros. Me acerqué a ella y tomándola por los hombros, la besé suavemente y la pregunté formalmente, si quería ser mi mujer y vivir siempre conmigo, ella me dijo que no deseaba nada más en la vida que compartir la suya junto a mí, los besos dejaron pasos a otras caricias más audaces pero a partir de aquel momento, nuestros juegos sexuales deberían ser más cuidadosos debido a su estado, no obstante, hacer el amor con la mujer a la que amaba siempre era y sería lo mejor de la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO – VI
Comuniqué al Almirante, mi deseo de permanecer entre aquella gente, aunque al principio se mostró sorprendido, con la ayuda de fray Bernardo, accedió sin ningún problema a ello, aunque me advirtió que era posible que pasasen muchos años hasta que otro barco recalara por aquellas costas y que por tanto, como único habitante español de esas tierras de las que él había tomado posesión en nombre de los reyes, me nombraba formalmente, representante de la corona de España en Cumaná, que era como llamaban los indios a aquellas tierras, y me tendió un documento en el que así lo acreditaba, en el que estampó su firma y la de fray Bernardo como testigo. Menuda estupidez, era el gobernador de unas tierras en las que solo me podía gobernar a mí mismo, no obstante ante el Almirante me mostré muy agradecido y honrando, ya que lo que quería era que cuanto antes, partieran.
En aquellos momentos aunque me parecía haber vivido cien años, solo contaba con veintitrés. En los años que viví entre aquellas gentes, continuaron mis privilegios de poder yacer con cuanta mujer yo desease, aunque a decir verdad, solo utilicé ese privilegio –Y fueron muchas veces-, a petición de Camba a la que se dirigían las mujeres del poblado solicitándole pasar una noche con nosotros, ya que la única condición que puse a Camba fue que no me importaba estar con otras mujeres, siempre y cuando ella también participase de ello, las mujeres lo hacían, bien, por que aunque viviesen ya casi todas con hombres de la tribu, no se quedasen embarazadas y pensaban que el yacer conmigo les predisponía a quedarse embarazadas de sus hombres, o bien, y en estos casos las noches se repetían en varias ocasiones, porqué aún algunas seguían pensando en mí como en un Dios y querían ser fecundadas por su Dios, para que sus hijas e hijos tuviesen sangre divina, a Camba no la importaba en absoluto y participaba de aquellas noches de buen grado, ya que las relaciones sexuales entre mujeres, seguía siendo absolutamente natural y los hombres así lo entendíamos, de echo, más de una noche era Camba la que me proponía que otra mujer compartiera nuestro lecho, por que era ella la que lo deseaba, en estas ocasiones, yo casi simple empezaba con la intención de ser un mero espectador de sus noches lésbicas, aunque reconozco que pocas veces lo conseguía, ya que tanto Camba como el resto de mujeres del poblado -Sería porque llevaban generaciones haciéndolo-, demostraban un experiencia y una pasión entre ellas, frente a las cuales mi intención de mantenerme al margen flaqueaba hasta el punto de participar, en estas ocasiones, tanto la mujer con la que estaba yaciendo Camba, como la propia mujer me acogían de mil amores.
Había una jovencita de nombre Samba, que le solicitaba repetidamente a Camba pasar la noche con nosotros, a lo que Camba siempre estaba dispuesta, ella me decía que creía que Samba estaba enamorada de mí, pero yo le contestaba que de quien estaba enamorada era de ella, ya que Samba no convivía con ningún hombre ni quería hacerlo, además las noches que pasábamos juntos eran de una pasión desbordante. La primera noche que pasamos los tres juntos, Samba se presentó en nuestra cabaña, como siempre desnuda y un tanto intimidada, era una joven que hacía muy poco que había empezado a tener relaciones con las mujeres y hombres del poblado, tenía el pelo, como todas ellas muy negro, su cara era agradable y siempre tenía un gesto de picardía en ella, aunque muy joven, era de constitución fuerte, sus pechos no eran muy grandes y sus pezones los ocupaban casi por completo, se metió entre nosotros dos en la cama y se quedó boca arriba esperando que alguno tomásemos la iniciativa, Camba le dijo que era una joven preciosa y que deseaba que disfrutase, a continuación, comenzó a acariciarle los pechos, Samba cerro los ojos y se dejó hacer, yo en un principio, me conformé con mirar como los labios de Camba besaban sus pezones y su mano bajaba hasta su entrepierna comenzando a masturbarla, la respiración de Samba inmediatamente se aceleró y separó las piernas para dejar que Camba le acariciase a placer, no era una joven pasiva, así que sin que pasase mucho tiempo, se puso sobre Camba poniendo su boca sobre su sexo y dejando el suyo a la altura de la boca de samba, se estuvieron chupando unos minutos entre gemidos, Camba estiró su mano para tomar mi pene en ella y sin dejar lamer lo que tenía delante comenzó a masturbarme, me incorporé en el lecho y me puse de rodillas sobre la cara de Camba y el trasero de Samba, Camba abandonó momentáneamente el sexo que tenía en su boca y comenzó a chupármela mientras seguía acariciando a Samba, con su mano guió mi pene hacia la abertura que tenía sobre la boca frotándolo con la punta yo comencé a meterla despacio, Samba tenía el coño más suave del mundo, no tenía ni el más leve asomo de bello y entre la saliva de Camba y sus propios fluidos mi polla entró suavemente y de una vez, ella gimió más fuerte sin dejar de chupar el coño de Camba, la penetraba rítmicamente mientras Camba jugaba con su lengua en mi ano, unos momentos después, cambiamos de postura, Camba me quería dentro de ella, así que tumbó Samba en el lecho enterrando su cara en su sexo, quedando con su culo en alto, le acaricié las nalgas e introduje uno de mis dedos en su ano –Sabia que por “allí” la encantaba- la penetré el culo despacio pero con firmeza y ella comenzó a mover sus caderas acompañando a mis embestidas, notó que estaba a punto y dejó de lamer a Samba, le dijo sonriendo que esta vez no se quedaría embarazada, dejó que yo me tumbase boca arriba e instó a que las dos disfrutaran con la boca mi polla que estaba tiesa como el mástil de un barco, sentía los labios y las lenguas de las dos como se turnaban para tenerla dentro, entremedias, ellas se besaban y sus lenguas se mezclaban sobre mi pene. Ya no aguantaba más, Camba notó como me llegaba y dejó que fuese en la boca de Samba donde me derramara, esta no lo tragó, si no que cuando terminé de correrme, ofreció a la boca de Camba todo su contenido, estuvieron jugando con mi semen en sus bocas, hasta que no quedó nada. Las noches con Samba se repitieron muchas veces.
En el tiempo que viví en aquel paradisiaco lugar, también entendí, aunque me costó muchísimo esfuerzo, el concepto tan equivocado que teníamos en España y por extensión que también tenía yo, sobre la diferencia entre el amor y el sexo. Nosotros, “los civilizados” unificábamos las dos cuestiones, no entraba en nuestras cabezas la posibilidad amar a alguien o de que alguien nos amase y existiese la posibilidad de que cualquiera mantuviese relaciones sexuales con un tercero, estábamos obligados (En teoría) a mantener una fidelidad sexual antinatural, por el hecho de amar o ser amados. Esta gente, estos “Indios”, estos “incivilizados”, lo asumían como algo natural, como algo que la naturaleza había puesto al alcance de las mujeres y afortunadamente, algo en lo que yo influencié, también de los hombres. Nadie es de nadie y nadie pertenece a nadie por obligación, cuando una persona convivía con otra, cuando una persona amaba a otra persona, esto solo ocurría mientras las dos personas estuviesen de acuerdo, en el momento en que uno de ellos decidía dar por terminada esa relación, ya estaba, no había que dar ninguna explicación, no suponía un trauma para nadie. Las cosas duraban lo que duraban, los sentimientos también. Aunque reconozco que me costo sangre sudor y lágrimas, finalmente entendí que esa forma de entender las relaciones, es el máximo exponente de la libertad individual de las personas. Estoy con quien quiero, durante el tiempo que quiero, por que quiero, el que no haya nada que obligue a nadie a mantenerse con nadie, implica que solo por que esa persona quiere, está con alguien, y por lo tanto, ambos tienen la seguridad de que lo que les mantiene juntos es el amor.
La primera vez que me enfrenté a este dilema, fue la primera vez y la última en la que la relación entre Camba y yo, estuvo en crisis.
Una mañana, pasó por nuestra cabaña, una de las mujeres del poblado, Tanhega. Con ella al principio de mi llegada, yo había tenido sexo, y como con algunas otras de las mujeres del poblado había compartido lecho con Camba y conmigo, pero ese día con total naturalidad, vino a proponernos, que Camba pasase una noche con ella y con su hombre, nos dijo que deseaba compartir su placer y el de su hombre con ella, que Camba la avisase la noche que fuese a “Dormir” con ellos, con las mismas y con una sonrisa de lo más natural, salió de nuestra cabaña.
-¿Está habando en serio? -Le dije a Camba-
-¿Por qué tendría que ser de otra forma? – Me contestó ella.
-¿Pero como te vas a acostar con ella ¡Y con otro hombre!? –Dije yo un poco enfadado-
-Pues Juan –Me contestó Camba- de la misma manera en la que ella ha compartido nuestro lecho y ha estado conmigo y contigo, que también eres “Otro hombre” distinto del suyo.
-¡Pero es que no es lo mismo!, yo fui quien convenció al consejo de ancianas de que los hombres del poblado y a los que teníais encerrados como simples sementales, adquirieran los mismos derechos que las mujeres, y eso ha llevado muchos meses conseguirlo, de echo, se han ido creando parejas y familias a partir de ahí, las cosas no son iguales de cómo eran antes, ahora tú eres mi mujer.
-Perdona Juan, pero yo no soy “tu” mujer, yo soy “mi” mujer, la mujer que te ama y que ha decidido vivir contigo y para ti, algo que en ningún caso signifique que sea tuya. Y si ni a mí, ni a ninguna mujer u hombre del poblado le molesta lo más mínimo, porque es lo natural, compartir sus placeres con otras personas o con otras parejas, no entiendo por que en tu caso ha de ser distinto. Te recuerdo que no hace ni cuatro días, que Samba ha pasado la noche con nosotros.
-¡Ya pero eso lo hace por que ella quiere! –Dije cada vez más enfadado-
-¿Y no se te ha ocurrido pensar lo que yo quiera? ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor yo quiera compartir placeres con ellos? ¿Acaso es que yo ya no pienso por mí misma y ahora eres tú el que piensa y decide por mí? –Camba también se empezaba a enfadar- Mira Juan, yo no he estado con nadie desque que estoy contigo, por que ni he querido, ni he tenido el deseo de hacerlo, no por que seas tú quien me tenga que dar permiso. Creo Juan, que no te conozco tanto como yo creía, me siento defraudada.
-Ya muy bien –Dije- ¿Pero vas a pasar la noche con ellos?
-No Juan, pero el que no va a pasar la noche conmigo eres tú, tienes que pensar en todo esto y aclarar tus ideas. Esta noche me iré a la cabaña de mis padres, no sé si deseo vivir con alguien tan egoísta, no se si quiero compartir mi vida con alguien tan hipócrita, que lo que le parce bien para él, no le parece igual de bien para el resto, y que además, se atribuye la autoridad de decidir por mí.
Ya no dijo ni una palabra más. Cogió algunas cosas y salió de nuestra cabaña, volvió varias veces a recoger otras cosas, pero siguió con el mismo mutismo, aunque en todas las ocasiones, traté de hablar con ella, lo único que me dijo fue que me comportaba mal.
Aquel enfrentamiento entre Camba y yo, no afectó en lo más mínimo a la normalidad del poblado, ya que era normal, de que alguien saliese de la casa de alguien para ir a vivir en solitario o con otra persona, era un hecho natural. Solo yo, estuve afectado, las primeras noches, me las pasaba en vela vigilando la cabaña de los padres de Camba, que afortunadamente estaba en un lugar que yo veía desde la nuestra, para ver si Camba se iba a pasar la noche con Tanhega o a cualquier otra cabaña, había veces que me quedaba dormido y por la mañana seguía observando la cabaña hasta que veía salir a Camba de ella, lo que me indicaba que había pasado la noche allí. Fueron unos días de tortura y sufrimiento, casi no dormía y comía muy poco, las dudas y los celos, una palabra que allí no existía, estaban acabando conmigo.
Una tarde, apareció en mi cabaña aquella la anciana que era la que lideraba el consejo, sin decir nada se sentó cerca del fuego, después de estar un rato callada, me indicó me sentara a su lado y me dijo que había venido a devolverme el favor que yo les había hecho a su pueblo, cuando les hice ver su error al interpretar erróneamente los mandatos de su díos Althapul. Me dijo que desde mi llegada, su pueblo era más feliz, que las mujeres y los hombres de su pueblo convivían en armonía, que todo el mundo estaba alegre y que ahora nacían más niños y sobre todo más niñas que antes, lo que demostraba que las enseñanzas que yo les había dado eran buenas. Veo a Camba infeliz y a ti más todavía, ahora tú estás confuso por que las enseñanzas que nos has dado a nosotras, te las tienes que aplicar a ti mismo, porque antepones tu egoísmo a tu felicidad y a la de la mujer que amas, porque aunque aún no lo sepas, lo que te pasa es que tienes miedo de que si alguien comparte sus placeres con Camba, a ella le sean más agradables o más placenteros que contigo y decida dejarte ¿Aún no has entendido el que los placeres son solo un gota de agua en comparación con el mar que es compartir la vida con alguien? ¿Acaso crees que nadie, ninguna mujer ni ningún hombre ha sentido más placer con otra persona que con la que convive? ¿Por qué crees entonces que siguen conviviendo con esa persona? Por lo que te he dicho Juan, el placer solo es un gota comparada con el mar de la convivencia, nadie cambiará nunca de pareja solo por el placer, cuando las personas cambian de pareja, es por muchas otras razones, se que el placer es importante, yo no nací vieja, se lo que significa dar y recibir placer, lo que lamento es que no llegases muchos años antes para que también yo hubiese podido compartir placeres con hombres, por el hecho de sentirlo y no solo con la necesidad de la procreación, pero bueno, ha sido el tiempo que le ha tocado vivir a esta vieja, lo que le ha tocado vivir y se ha sabido adaptar, ahora eres tú, el que se tiene que saber adaptar a la realidad que tu mismo nos has traído, la felicidad de decidir, que, cuando y con quien compartimos nuestra vida, y el placer de decidir que, cuando y con quien compartimos nuestros cuerpos. Reflexiona Juan, dar placer o que te lo den a ti, es algo bueno, sea quien sea de quien venga. Además, debes de saber, que lo que nos da la libertad de compartir nuestros placeres con quien queramos, también nos da la libertad de no hacerlo si no queremos, porque con libertad o sin ella, quien quisiera compartir su cuerpo con otra persona lo haría igual, con la diferencia de que si alguien no lo aceptase, se sentiría como te sientes tú ahora, infeliz por ti e infeliz por no poder darle felicidad a quien se ama. Juan, aprende algo de esta vieja que sabe más por vieja que por sabia.
Yo no dije ni una sola palabra, cuando terminó de hablar, se levantó, me acarició la cara y se marchó.
Reflexioné muchas horas sobre todo lo que me había dicho aquella sabia anciana y llegué a la conclusión de que llevaba razón, llevaba razón ella y llevaba razón Camba con lo que me habían dicho ambas ¡Y era yo el civilizado que había llegado allí para ser y hacer felices a todos! Lo que era, era un zopenco, un burro, un animal, los celos estúpidos e infundados me habían cegado, tenía que resolver aquello como fuese, jamás hubiese imaginado que podía sentir tanta felicidad como la que estaba sintiendo desde que había llegado allí, primero por mis… privilegios sexuales y después, por el amor que profesaba y me profesaba Camba. Si tenía que acostarse con alguien, que lo hiciera, a mí es a quien amaba y con quien quería compartir su vida.
Cuando vi salir a Camba de la cabaña de sus padres, acompasé mi paso al de ella y la dije si podía hablarle, ella me dijo que claro, como no iba a poder hablarle, le dije que es que había sido un estúpido y quería pedirle perdón, que no sabía que debía hacer para que me perdonase, me dijo, que ser igual de sincero conmigo mismo de lo que lo era con ella, no entendía como era sincero con ella y me engañaba a mi mismo, que esa noche volvería a casa.
Esa noche, nuestro reencuentro fue la felicidad absoluta, llegó a casa como si no hubiese pasado nada, se metió desnuda en el lecho y me invitó a compartirlo con ella, nuestros cuerpos estaban desnudos uno junto al otro y yo solo deseaba que siguiesen así, ni la más leve excitación se coló en mi cabeza, solo deseaba tener abrazado a aquel cuerpo amado, a aquella mujer amada, a aquella persona amada.
Nuestra vida siguió como hasta antes de nuestra discusión, hasta que volvió Tanhega para preguntarle a Camba si ya había decidido que noche iría a su cabaña, Camba le dijo que esa misma noche iría. Cuando salió Tanhega, Camba me miró y me preguntó si tenía algún inconveniente, como me estaba esperando que esto ocurriera de un momento a otro, la situación no me superó y le dije a Camba que claro, que hiciese lo que mejor le pareciese, ella me dijo que entonces, esta noche iría a la cabaña de Tanhega.
Cenamos, y cuando terminamos Camba me dijo que iba donde Tanhega, me besó en los labios y salió. Me quedé pensativo, me había preparado mentalmente para ese momento, pero lo que sentía, no se parecía en nada a lo que me imaginé que sentiría, estaba nervioso, preocupado y no podía desechar aquellos malditos celos que había traído conmigo desde España. No pegué ojo en toda la noche, la cabaña se me hacía enorme, nuestro lecho gigantesco, di vueltas y vueltas en él, el amanecer me encontró con los ojos como un búho y el cerebro como un remolino, al rato, sentí como Camba entraba en la cabaña, hice como que me despertaba en ese momento.
-Le pregunté- ¿Qué tal, todo bien?
-Si –Me dijo- muy bien ¿Me dejas un hueco par que me acueste?
-¡Si claro! –Contesté haciéndome a un lado- me imagino que tendrás sueño ¿No?
-Me besó en los labios y me dijo –Pues si, un poco si-
La dejé durmiendo y me fui a la playa a bañarme en el mar y a tratar de poner en orden mi cabeza, no podía quitarme de la cabeza las imágenes que mi mente me dibujaba del cuerpo de Camba retozando con otro hombre y otra mujer, me imaginaba como era penetrada por otro hombre y aquello me ponía enfermo, pero trataba de comprender todo lo que tanto ella como la vieja del Consejo me habían dicho, trataba de racionalizar la situación y recordaba las veces que Camba y yo habíamos compartido el lecho con otras mujeres, como ella había participado y se había mostrado feliz de ver y sentir mi placer, aunque fuese con otra mujer ¿Por qué no podía yo sentir lo mismo? ¿Por qué no podía alegrarme del placer que podría haber sentido Cama esa noche? Yo deseaba su felicidad y el placer era una de las cosas que nos hacía feliz ¿De verdad era yo tan egoísta que prefería que no sintiese placer, a que lo sintiera con otro hombre? Poco a poco fui entrando en razón y me encontré preparado para volver a nuestra cabaña y enfrentarme a los ojos de Camba.
Pensé que cuando llegase, la encontraría aún dormida, pero en cambio, al entrar, vi que tenía preparado el desayuno para los dos, le dije que pensé que seguiría durmiendo y ella me contestó que no tenía sueño, que había dormido toda la noche de un tirón. Me la quedé mirando sin entender muy bien que es lo que quería decirme.
-Juan –Me dijo- He pasado toda la noche durmiendo en un lecho yo sola, no he compartido placeres con nadie, de hecho, esta noche ha sido el hombre de Tanhega, el que ha ido a otra cabaña a compartir placeres con otra pareja. Quería que pasases esta prueba, quería que superases esta situación, yo también necesitaba ver tu reacción ante lo que tú te imaginabas que estaba pasando.
Me quedé con la boca abierta, no sabía que decirle, no sabía si enfadarme por la mentira, o regocijarme por la verdad.
-Te tengo que confesar –Le dije- que no he pasado una noche muy buena, no podía quitarme de la cabeza lo que podría estar pasando, hago todo lo que soy capaz para que mi estómago acepte, algo que mi cabeza comprende, pero me cuesta mucho, supongo que poco a poco lo asumiré y lo normalizaré en mi cabeza, pero ten paciencia conmigo y dame tiempo.
-Por eso –Me contestó- esta noche no ha pasado nada, necesitaba que te lo imaginases y ver tu reacción, porque yo prefiero no disfrutar ningún placer, antes de verte a ti sufrir, claro que me gusta sentir placer con otras personas, pero no soporto tu sufrimiento y si tengo que elegir, como no puedo vivir sin ti, me resignaré a no sentir placeres con nadie.
Esa contestación, me hizo ver cuales eran los sentimientos de Camba hacia mí, era capaz de sacrificar las costumbres de su pueblo y las suyas, por no hacerme infeliz, y yo solo había estado pensando en lo desgraciado que me sentía, en ningún momento había pensado en lo feliz que le podrían estar haciendo a ella. Decididamente, estas gentes eran muchísimo más civilizados que nosotros.
-Muchas gracias por el tiempo que me estás dando –Le dije tomándole de las manos- la próxima vez, estaré preparado, estaré preparado por que te quiero con toda mi alma y por fin he comprendido, que todo aquello que te haga feliz a ti, también me lo hará a mí.
Desayunamos y nos acostamos, hicimos el amor con ternura, tomándonos todo el tiempo del mundo para procurarnos placer el uno al otro. Empezaba a comprender, que lo que nos dábamos Camba y yo, no era solo placer, nos dábamos amor, nos entregábamos amor.
Estábamos los dos tendidos en la cama después de haber hecho el amor.
-Así que –Le dije. ¿Ha sido el hombre de Tanhega, el que ha ido a otra cabaña para compartir placeres con otro hombre y otra mujer?
-Si, así es, ha pasado la noche con Barbo y Yanalha.
-¿Y a ti eso… también te gustaría? ¿Qué estuviésemos contigo otro hombre y yo?
-Pues claro Juan ¿Cómo no me iba a gustar? ¿No te gusta a ti estar con otra mujer y conmigo? Pues en mi caso es exactamente igual.
-Pero para eso tendrás que dar más tiempo –Le dije-
-Pues claro tonto –Dijo- tienes todo el tiempo que necesites, una cosa es que me gustaría, y otra muy distinta, es lo que deseo, y yo solo te deseo a ti, solo quiero hacerte feliz a ti, tu eres mi vida, además, en los próximos meses no podré cometer demasiados excesos, ya que pronto –Y echándose las manos a vientre- empezaré a engordar y me pondré como un coco. Me dijo que la había concedido el mayor de los dones pues una pequeña mujer blanca crecía en su interior y sería la mejor forma de conservarme junto a ella para siempre
-¡Estás esperando un bebé!, ¡Estás esperando a nuestro hijo! –Puse mis labios sobre su vientre llenándola de besos.
-Si Juan, estoy esperando a nuestra… primera hija, porque soy tan feliz que tendría yo sola todos los niños del mundo.
-Vale, vale –Le dije- tendremos más, pero no todos los del mundo, si no, no nos quedaría tiempo para esto… Y volvimos a amarnos.
Con el tiempo, tanto Camba como yo, pasamos alguna que otra noche en otra cabaña, así como otras mujeres, y lo que a mí en principio me parecía imposible, también otros hombres la pasaron en la nuestra. Ya no me molestaba nada, éramos felices como no se podía ser más, Teníamos una vida perfecta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO – VII
Durante los años siguientes, surgieron conflictos entre los hombres y mujeres del poblado, pero manteniendo su cultura matriarcal, siempre estuvo al frente su consejo de ancianas, cuando se encontraban en alguna encrucijada, acudían a mí, que actuaba como una especie de juez, tratando siempre de ser objetivo y justo.
Aunque yo era uno más entre los hombres del poblado, en algunas cuestiones me mantenían al margen ya que sabían la influencia que ejercía sobre el consejo de ancianas, yo estaba informado de que algunas veces un grupo de indios se reunían en lo profundo de la selva para tratar asuntos de los que me mantenían al margen, no le dí mayor importancia a aquel hecho
Solo hubo una ocasión en la que se tuvo que condenar a un hombre. Éste se llamaba Abongo, y era el indio más grande y fuerte que nunca vi, estaba considerado por el resto de los hombres como una especie de líder, y según me enteré después, trataba de influir en el resto de los hombres, con la idea de que eran ellos, y no las mujeres quienes debían dirigir el poblado, que ellos eran más fuertes y realizaban la mayor parte del trabajo y que por lo tanto, debían ser ellos quienes mandasen. Hasta ahí solo era divulgación, pero para acrecentar su influencia en el resto, una noche junto con otro hombre, en el remanso de un río donde muchas veces las mujeres iban a bañarse, violaron a una mujer que no convivía con ningún hombre, convivía con otra mujer, la tomaron contra su voluntad, cuando con que se lo hubiesen pedido, ella habría accedido gustosa a compartir su lecho con ellos, pero lo que quería Abongo, no era placer, lo que quería era ejercer la dominación, quería sentirse fuerte obligando, haciendo que las mujeres se sintiesen débiles.
Lógicamente, aquello transcendió y afortunadamente, la mayoría de los hombres no estaban en su grupo, así que le prendimos, y por vez primera en aquel lugar hubo un hombre preso.
El consejo de ancianas me llamó a participar en lo que se tendría que hacer con aquel hombre. Cuando llegué al Consejo, se Encontraban todas las ancianas y Palma, la mujer a la que aquel animal había violado. La anciana que dirigía el Consejo, le dijo a la mujer que contase como había sucedido la agresión.
-Me encontraba en el riachuelo –Comenzó a decir-, con las últimas luces del día y cuando ya me disponía a regresar al poblado, aparecieron y me dijeron que por qué me encontraba en aquel lugar sola, que a esas horas debería de estar ya en mi cabaña, yo les contesté que a ellos que les importaba a que hora regresaba yo a mi cabaña. Entonces Abongo miró al otro y le dijo –¿Ves como llevaba razón cuando te dije que no me entregaba a ningún hombre porque les consideraba inferiores?, di jo también que yo pensaba ningún hombre merecía compartir sus placeres conmigo, pero que en el fondo estaba deseando que alguno de ellos me enseñase qué tipo de placer pude dar un hombre a una mujer, que yo me quedaba sola en el río, para provocar que un hombre la tomase allí mismo. Yo le respondí, que si quisiera que un hombre me tomase allí, se lo pediría y ya está, que qué problema tenían, en el momento que me incorporaba, Abongo me cogió por las muñecas y me dijo que iba a conocer los placer que me podían dar, les dije que me dejaran en paz, que yo compartía mis placeres con quien yo quería y que ellos no estaban entre las personas con las que quisiera compartir, ni placeres ni nada.
Abongo dijo al otro hombre que yo lo estaba deseando y aún así lo negaba, me empujó tirándome al suelo y se puso sobre mí, yo intenté zafarme de él, pero es un hombre muy grande y no me podía mover. Le dijo al otro hombre que me sujetase los brazos y con sus rodillas forzó mis piernas para que se abrieran, cuando intentaba penetrarme, pude soltarme de una mano y le pegué un puñetazo en la cara, él se enfureció y comenzó a golpearme en la cara y en el estómago hasta casi dejarme sin sentido, le dijo al otro hombre que ahora que me había dado lo que necesitaba ya no sería tan agresiva, me abrió las piernas y penetró en mí brutalmente. Me dijo que ya que no me gustaba estar con hombres, procuraría que aquello tampoco me gustara, entraba en mí con rabia y apretaba mis pechos hasta que gritaba de dolor, le cedió el sitio al otro hombre que de la misma forma, trataba de que lo que sintiese fuese dolor mientras me penetraba brutalmente. Abongo le dijo que parase, que le tocaba de nuevo a él. Cuando intentaba resistirme me golpeaban. Me tumbó boca abaja y me penetró por detrás, aquello me dolió muchísimo, Abongo decía al otro, ves ¿Ves como le gusta que se la meta por el culo? ¡Si está gritando de placer! De nuevo cedió el lugar a su amigo y este hizo lo mismo. Le dijo que no se le ocurriese terminar, que aún tenían que enseñarme más cosas, le dijo que se tumbase boca arriba y a la fuerza, me puso sobre él y mientras me penetraba, Obongo se situó encima de mí y me volvió a penetrar por detrás, se reía mientras me decía que esa noche no se me iba a olvidar nunca, al final, los dos obtuvieron su placer, se levantaron y pensé que se irían y que ya me dejarían, pero no, cuando intenté levantarme, me volvió a golpear en el estómago y volví a caer al suelo. Me dijo que si pensaba que ya había terminado el juego estaba muy equivocada, me puso las manos en la espalda agarrándolas fuertemente mientras le decía al otro que ya que estaba mojada con sus fluidos me penetrase con los dedos por todos mis orificios, el otro que se reía como una rata, así lo hizo, me penetró con los dedos por delante y por detrás al mismo tiempo, Abongo me abofeteó varias veces y me dijo que si se me ocurriese hacer alguna tontería me mataba allí mismo, y a continuación me la metió aún floja en la boca, empujaba mi cabeza contra su miembro sin dejarme casi respirar, tanto él como yo notamos como iba creciendo dentro de mi boca, yo casi me asfixiaba, ya que seguía metiéndomela entera en la boca, cuando pensé que moriría de asfixia, se retiró y le dijo al otro que cambiasen los papeles, mientras Abongo me penetraba brutalmente, creo que llegó a penetrar en mí con toda su mano, el otro estaba en mi boca, cuando dijo que ya le llegaba el placer, Abongo riendo como un demente, le dijo que “me diera de comer, que como era una guarra, me lo comería todo, pero que no me preocupase que el me daría más de comer enseguida. Los dos se derramaron en mi boca, obligándome a tragarlo.
Cuando se cansaron de hacerme todo tipo de barbaridades, me dejaron en el suelo llorando, dolorida y ensangrentada, me dio un ultimo puntapié y me dijo que cuando quisiese más, que les buscase que gustosamente me lo darían y se fueron riendo.
Cuando terminó de contar todo aquello, se hizo un silencio sepulcral en la cabaña, la anciana se acercó a Palma y abrazándola le dijo que sentía muchísimo lo que había sufrido, que no sabía como consolarla, pero que aquellos animales no volverían a hacer nunca, nada parecido. Me preguntó que qué castigo pensaba que debían imponer a aquellos hombres, yo le contesté que se merecían el mayor castigo que pudiesen imponerles. Me dio las gracias y me invitó a abandonar la cabaña. Las ancianas siguieron en la cabaña debatiendo que castigo merecían.
A la mañana siguiente, varios hombres llevaron a Abongo y a su amigo a la playa y les ataron a unas palmeras como si fuesen dos salchichas. Estaba presento todo el poblado, la anciana tomo la palabra y dijo que el consejo había decidido castigar a aquellos hombres con la mayor contundencia, que aquello jamás había pasado allí y no podía volver a ocurrir. Llamó a Palma y se acercó con ella primero hacia Abongo, la anciana le dijo que jamás volvería a hacer una salvajada así.
Abongo riéndose le dijo que no sabía como se lo iba a poder impedir.
La anciana se dirigió a Palma y sacando un afilado cuchillo de un material parecido al silex, le dijo que era ella quien debía hacer justicia, la anciana cogió la hombría de Abongo estirando de él con las dos manos y Palma de un solo tajo, seccionó todo lo que de hombre tenía, a continuación realizaron el mismo procedimiento con el otro hombre, que al haber visto lo que habían hecho con Obongo, sabía lo que le esperaba a él y no paraba de gritar pidiendo perdón. No hubo tal perdón, les soltaron de las palmeras sin desatarles las manos y desangrándose por allí con lo que habían producido tanto dolor. Varios hombres los guiaron hasta unas canoas, les subieron a ellas y remaron internándose en el mar hasta que solo eran unas pequeñas figuras, allí arrojaron al mar a los dos y volvieron. Nunca volvió a ocurrir nada parecido.
Estuve viviendo con Camba y con nuestros hijos –tuvimos dos, niña y niño- hasta que finalmente llegaron como yo había predicho los barcos españoles, aunque el poblado cambió de ubicación, internándonos cada vez más en el interior, finalmente tomaron contacto con nosotros y como no podía ser de otra forma, quisieron tratarnos como a esclavos, los hombres que acababan de salir de una esclavitud, no quisieron volver a caer en otra, y las mujeres, esas mujeres valientes e inteligentes, no permitieron que nadie las tratase como esos bellacos acostumbraban a tratar a las mujeres, por lo que la guerra contra el invasor blanco, fue irremediable, así como irremediable fue su victoria y la exterminación de nuestro pueblo.
Luchamos contra ellos todo lo que pudimos, saque de aquella cueva todas las armas de que disponía y enseñe a mi pueblo a utilizarlas, estuvimos guerreando durante muchos meses, ellos eran más y mejor armados, pero nosotros conocíamos el terreno así que durante un tiempo las cosas se mantuvieron igualadas, los españoles se asentaron el lo que en un día fue nuestro poblado, y nosotros cambiábamos constantemente la ubicación de nuestras cabañas. En aquellas circunstancias, aquello pudo durar mucho más tiempo, pero llegaron más barcos con más soldados y aunque resistimos todo lo humanamente posible, finalmente todos murieron, No consiguieron hacer esclavo a ninguno de ellos, ya que tanto los hombres, como las mujeres cuando trataban de capturarlos vivos ya que antes de ser capturados, ellos mismos se quitaban la vida, las más fuertes como siempre había ocurrido en aquel pueblo, fueron las mujeres, que también asumían la responsabilidad de acabar con sus hijos antes de que les cogieran prisioneros. Murieron todos, aquellos perturbados extinguieron a todo un pueblo. Acabaron con todos nosotros, excepto conmigo, ya que cuando me capturaron encontraron el nombramiento como representante de los reyes de España, que yo seguía conservando como único nexo de unión a mi vida anterior, aquel documento, impidió por desgracia que me matasen, me llevaron a La Española, como traidor a España al haber luchado junto con los indios, contra los soldados españoles. Y como representante de los reyes de España, como traidor a la corona, después de pasar prisionero unos meses, me embarcaron hacia España, a fin de que se me juzgase allí.
Hoy, con casi cincuenta años y después de haber sido encarcelado, juzgado, declarado culpable, termino de escribir estas memorias en mi celda presintiendo mi final y recordando mí particular conquista de las indias. Siempre he guardado en mi corazón a aquellas dos mujeres que amé. Mi pequeña y dulce Althaela que tan cruel fin tuvo, y el amor de mi vida, la bella, sensual y siempre sonriente Camba. Presiento mi final y he querido dejar constancia de mi vida, una vida en la que solo pude disfrutar unos pocos años, pero que fueron más intensos y felices de la que muchos otros hombres ni siquiera podrían soñar. Espero que si algún día, alguien lee esto, comprenda las barbaridades que se cometieron con los seres humanos, más afables y más cordiales que han existido, me imagino que a estas alturas, habrán sido extinguidos en su casi totalidad, aquellos pueblos y muchos otros con los que los españoles se hallan topado, porque nunca la sangre saciará su ávida sed de oro.
El fin, nunca justifica los medios.

FIN

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