El placer de los masajes terapéuticos

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Soy un hombre mayor, divorciado desde hace más de 20 años, y en todos estos años de independencia personal he mantenido algunas relaciones esporádicas, (casi siempre con hombres), especialmente con chicos bastante más jóvenes que yo, pues al parecer hay un tipo de varones jóvenes que tienen preferencia por las personas mayores.

Al principio no conseguía entenderlo, pero el tiempo y la experiencia vivida me han demostrado lo que yo no lograba comprender. Casi siempre, las relaciones que he tenido han sido con muchachos que no superaban los 30/35 años. En este sentido podría relatar bastantes experiencias vividas con jóvenes de esta edad, y hay algún tipo de “feeling” entre este tipo de jóvenes y el autor de estas líneas. Experiencias que podría relatar en futuras narraciones.

Quiero dejar constancia de que soy un hombre extremadamente caliente y morboso. Me encanta el sexo, sentirme deseado y gozar y hacer gozar a mi pareja. Para mi es primordial que la persona que comparta esos momentos conmigo, disfrute sin límite alguno. Nunca he forzado a ninguna de mis parejas a hacer algo que no quisiera. Siempre he sido muy exquisito y cuidadoso, y eso mismo he pedido a quienes han compartido sexo conmigo.

Aclarados estos puntos preliminares, me gustaría contar algo que me ha acaba de ocurrir recientemente:

Desde hace algunos días estoy recibiendo sesiones de rehabilitación en un Centro de mi ciudad por una afección lumbar. Los primeros días era un jovencito quien me sometía a la “tortura” de los masajes, (lo de “tortura” es porque me resulta doloroso), pero luego, tras los masajes, siento un inmenso alivio…

Este muchacho tiene un arte especial para la localización de la dolencia que padezco, pero a partir del tercer día fue otro muchacho quien me atendió en la cabina de masajes.

El segundo muchacho en cuestión no me había pasado desapercibido; siempre fue extremadamente amable conmigo, aunque nunca me había atendido en la cabina. Pero la primera vez que lo hizo descubrí como una corriente de afecto y simpatía entre nosotros. Lo que vulgarmente definimos como “feeling”.

Me tendí en la camilla boca abajo, me levanté la camisa y me bajé el pantalón y el calzoncillo, dejando al descubierto parte de mis glúteos. Siempre me gusta iniciar alguna conversación con ellos, puesto que estaré a su merced durante bastantes días, y un poco de diálogo siempre viene bien. Así que el primer día le pregunté por su nombre:

-Me llamo Samir

-¿Samir?

Como el muchacho hablaba muy bien nuestro idioma, supuse que era español de nacimiento, así que insistí:

-¿Eres español?

-No; soy de madre francesa y padre marroquí… Pero tuve la oportunidad de trabajar en España, y aquí me tiene… Y estoy muy contento, porque España me gusta mucho.

Mientras hablábamos, él seguía con los masajes, manipulando mi espalda, bajando hasta las nalgas sin dejar de masajear. Como supuestamente le estorbaba un poco mi calzoncillo, él me lo bajó todavía más de lo que estaba.

Obviamente, él permanecía a mi lado mientras me masajeaba, y aunque yo no quería mirar hacia su paquete con descaro, se hacía evidente que el muchacho estaba empalmado. Debajo de su “pijama” blanco, de sanitario, se adivinaba un bulto que crecía por momentos, y marcaba su polla con toda claridad bajo la débil tela blanca del pantalón.

Yo comencé a empalmarme cuando él me bajó el calzoncillo y me dejó completamente descubierto el culo, mientras disfrutaba al contacto de mis glúteos con aquellas manos tan expertas y especiales. Debo ser totalmente sincero, pero me entraron unos deseos incontrolables de echarle mano a la polla que se dibujaba tan claramente debajo del pantalón y llevármela a la boca. Su capullo y todo el tronco de su pene, dejaban en evidencia las proporciones de un miembro fuera de lo común.

Se trata de un muchacho hermoso, y tuve que hacer un gran esfuerzo para controlarme, pero esto no ha hecho más que empezar. Espero poder seguir con mi relato.