Engañe a mi esposo con su sobrino

Mí nombre es Claudia, actualmente tengo 50 años y la historia que voy a contarles transcurrió hace 5 años. Soy una mujer grandota y rubia, mido 1,75 con 78 Kg. Tengo el cabello rubio largo, ojos celestes y tez blanca. Mis tetas son medias con pezones rosados y chiquitos, algo de barriga y me destacó por mis caderas anchas y un culo grandote aunque bien proporcionado como mis muslos. En ese momento nuestra hija tenía 20 años y hacia 2 que se había ido a estudiar al exterior por una beca y quedamos viviendo solos con mí marido. Tenemos un buen pasar económico, mí marido es médico y le va muy bien. En ese momento yo también trabajaba de mí profesión por las tardes. Nuestra vida social es muy activa, con muchas amistades que vemos asiduamente, con muchas salidas. Nosotros siempre nos llevamos bien y nuestra vida sexual era buena. Un poco rutinaria por el paso del tiempo pero no pensaba mucho en ello. Nunca le había sido infiel ni tampoco tenía la curiosidad de hacerlo y nuestros valores son más bien conservadores.

Jorge, mí marido, llego un día de trabajar preguntándome si su sobrino podía pasar un mes en casa. Es el hijo de su hermano que vivía en otra provincia y tenía que venir a hacer una especialización de sus estudios como profesor de educación física. Hacía más de 10 años que no lo veíamos porque mí marido estuvo distanciado mucho tiempo de su hermano y recientemente se habían reconciliado. Darle estadía a su hijo era un gesto para fortalecer esa relación. Acepté ya que teníamos mucho espacio en nuestra casa y sería por poco tiempo. A las dos semanas llegó Ignacio y al verlo me llamo la atención cómo se había desarrollado. Era un joven de 24 años, morocho de casi 1,90 con muy buen físico tanto de espalda, brazos y piernas. Una cara muy masculina con una mirada penetrante y bastante serio aunque no dejaba de ser amable y simpático. Muy agradecido por haberlo alojado. Esa noche estuvimos hablando de todo un poco, el contándonos de su vida y recordando anécdotas y esas cosas. En ningún momento lo vi como otra cosa que no fuera mí sobrino pero notaba su mirada permanente a mis piernas y no trasero, se quedaba mirándome a los ojos hasta que yo bajaba la mirada y la verdad es que me incomodaba un poco.

A la mañana siguiente, cuando mí marido se había ido a trabajar, yo estaba ordenando la habitación y salgo para buscar unas cosas y me topo con Ignacio saliendo de ducharse con una toalla envuelta en sus cintura con su torso desnudo y me quedé un poco boba mirándolo. Tenía unas formas bien definidas y unos buenos pectorales sin bellos. Cuando lo mire a la cara me estaba mirando fijamente. Me hizo una sonrisa sin moverse y luego me saludo y continúo su camino hacia su habitación. Yo me quedé dura sin decir palabra y una sensación nueva recorrió mí cuerpo. Verlo de esa manera me había generado cierto calor que no había vuelto a sentir por otro hombre. Pero inmediatamente reprimi cualquier pensamiento y seguí con mis tareas. Pero no me pude borrar la imagen en todo el día. Ignacio me trataba amablemente pero no dejaba de mirarme de manera descarada y no teníamos mucha conversación. Durante esa semana trate de evitarlo salvo en el almuerzo y la cena. Durante la tarde yo me iba a trabajar y el a hacer su especialización y a la noche nos encontrábamos los tres para cenar. Mí marido me buscó para tener sexo pero lo evité. No sé que me pasaba, estaba muy rara y la imagen de Ignacio me venía a mí cabeza todo el tiempo. Sus miradas dejaron de incomodarme y me hacían sentir deseada por ese jóven. Siempre me vestí de una forma conservadora pero esos días me ponía la poca ropa que mostraban un poco más mis piernas, me maquillaba apenas me levantaba. Estaba actuando de una forma irracional mientras en mí cabeza me decía a mí misma que era una locura. Me invadía la culpa por el sólo hecho de tener esos pequeños gestos cotidianos o porque se me cruce su imagen por la cabeza.

Llegado el viernes en el que no tenía que ir a mí oficina e Ignacio tampoco al centro de estudios, dediqué mí tarde a arreglar el jardín y él salio a correr. Ingresé a la casa sin escuchar que había llegado y lo vi nuevamente con su torso desnudo y unas shorts todo transpirado. Nuevamente me quedé paralizada observándolo. El volteó con esa mirada penetrante directo a mis ojos y tampoco dijo nada. Pero está vez se empezó a acercar hasta quedar casi pegado a mí. Yo casi temblaba y no sabía que hacer. Sabía que tenía que frenarlo o hacerme la distraída y hablar de algo. Pero no podía moverme. Profundamente lo estaba deseando y quería ver hasta donde llegaba. El corazón me latía a mil por hora. Ignacio paso uno de sus brazos por mí cintura, con un fuerte movimiento me pegó a su cuerpo y me beso. Inmediatamente me moje toda como cuando era una adolescente pero la culpa, el miedo, la imagen de mí marido y más cosas hicieron que me aparte de él.

– Perdoname, pero te confundiste conmigo. Te pido por favor que esto no se repita. No voy a decirle nada a Jorge pero no hagas más esto.

Lo dije sin ninguna convicción y sin atreverme a mirarlo a los ojos. El se quedó callado con una sonrisa y yo subí a mí cuarto a darme un baño y esperar a que llegue mí marido para no cruzarmelo. Al llegar Jorge me encontraba muy rara. Por un lado aliviada de que esté en casa y por otro lado con culpa porque más allá de que no haya pasado nada sabía que deseaba a ese jóven, que por un instante estuve a punto de entregarme a él y si lo volvía a intentar no sé si me podía resistir. Le propuse a Jorge irnos el fin de semana a nuestra casa de campo para evitar a Ignacio pero me dijo que era imposible. Ya había quedado para la tarde siguiente en ir a jugar al golf. Por suerte Ignacio salió esa noche y yo no pude pegar un ojo. Estaba muy alterada a la vez que excitada por la situación que había vivido. Al día siguiente organice para ir a casa de una amiga para no estar sola con Ignacio y el domingo nos fuimos a pasar el día a la casa de unos familiares míos. Pero sabía que iba a llegar el momento de estar sola con Ignacio.

El lunes a la mañana me encontraba sola revisando unas cuentas. Estaba parada sobre el escritorio dándole la espalda a la puerta que se encontraba abierta. Esa mañana llevaba puesto un vestido un poco apretado que me llegaba hasta las rodillas. Escuché que Ignacio estaba bajando las escaleras y mí corazón empezó a latir. Oí sus pasos acercándose a la biblioteca donde me encontraba y sentí sus presencia detrás mío y que se iba acercando. No atiné a darme vuelta. Me quedé nuevamente paralizada hasta que los siento detrás mío casi pegado a mí cuerpo. De repente posa una de sus grandes manos sobre mí culo y lo agarra con fuerza. Yo seguía paralizada, el calor me invadía. Subió mí vestido hasta el comienzo de mis nalgas y metió su mano por debajo agarrandolas. Mí única reacción fue parar mí cola para que acceda a mí concha toda húmeda a esa altura. Frotó su mano por encima de mis bragas y emití un leve gemido culposo. En un movimiento brusco terminó de subir mí vestido hasta mí cintura. Mis grandes nalgas estaban a su merced. Con una mano agarró la mía y la colocó sobre el escritorio y la otra la pasó por mí cintura haciendo que para mí culo. De otro moviendo rápido bajo mis bragas hasta mía rodillas. A esa altura estaba empapada y entregada a aquel joven. Paso su mano con saliva por mí concha y casi tengo un orgasmo. Y de repente siento que baja sus shorts y frota su pija por mis nalgas. No la podía ver pero la sentía grande y caliente. Se acomoda y empieza a penetrarme. Empezó con embestidas profundas y fuertes y a los pocos segundos tuve un orgasmo como hacía años no tenía. Quise ahogar mis gemidos pero fue imposible. Mis jugos caían a chorros y el seguía con sus embestidas. Me colocó una mano en mí espalda y con su otra mano me empezó a dar nalgadas fuertes y firmes que me cale Taron aún más. A los minutos volví a correrme y el descargo todo su semen dentro de mí concha mientras me agarraba con fuerza de mí cintura. Salio de adentro mío, se subió sus shorts y se fue de la habitación. Ahí estaba con mis manos en el escritorio, mí vestido enrollado en mí cintura, mis bragas por las rodillas y mí concha llena de su semen. Me sentía usada por ese jóven a la vez que tremendamente excitada como nunca. Me quedé unos segundos en esa posición, mis piernas me temblaban. Cuando volví a ser consciente de lo que había hecho acomodé mí ropa y subí rápido a mí baño para limpiarme, no podía creer lo que hice pero mí cuerpo me decía otra cosa. Sentía una sensación deliciosa y si él lo hubiese querido todavía estaría teniendo sexo despatarrada en el escritorio. Mí cabeza daba mil vueltas. Me bañé y cuando bajé Ignacio ya no estaba. Trate de acomodar mis pensamientos pero no podía, era todo caos en mí cabeza. Ese día no me pude concentrar en el trabajo y estuve perdida toda esa noche. Solo quería dormir y que pasará más nada. En la cena Ignacio actuó como si nada pero no dejaba de mirarme y sonreírme de manera burlesca.

A la mañana siguiente Ignacio no se encontraba en la casa. Por un lado sentí alivio pero en lo más profundo quería que me vuelva a usar como el día anterior. No podía parar de pensar en esa situación y de solo pensarlo me mojé toda y no pude evitar masturbarme y acabar a los segundos. Hacía mucho que no lo hacía pero la calentura me superaba. Me masturbe tres veces esa mañana para aliviarme. Esa noche mí marido me preguntó si me encontraba bien, que me notaba muy extraña pero le di cualquier excusa, que no me sentía bien para evitar que me busque para tener sexo. Al día siguiente bajé a desayunar y estaba Ignacio tomando un café. Me dijo buen día y nada más. Estaba estudiando y me ignoró completamente. Yo daba vueltas limpiando la casa y buscando alguna reacción de su parte pero no hizo nada. Se fue a bañar y pase por la puerta cuando salía pero a diferencia de otras veces salio vestido, me miró, sonrió y nada más. Luego salió y no me dijo más nada. Fue horrible para mí. Ahora lo estaba buscando y el me ignoraba completamente. Lo que hace un día era culpa hoy era decepción y bronca. Estaba jugando conmigo. Pero eso hizo que durante el día me olvidará un poco de Ignacio y me pudiera concentrar en mí trabajo.

La mañana del jueves mí marido se fue temprano. La noche anterior me dijo de ir a nuestra casa de campo como había propuesta y acepté. Iba a estar incomoda estando sola con Jorge pero tenía que ser consciente que lo que había pasado con Ignacio era una locura. Una vez que mí marido salió para el trabajo me vestí para bajar a desayunar. Cuando abro la puerta de mí cuarto veo en el piso un sobre y unos zapatos con tacos. Abro el sobre y había una tanga roja y una carta que decía: «putita, baja sólo con esta tanga y espérame en el sillón en cuatro mirando para la ventana». Mí corazón empezó a latir nuevamente a mil y con sólo leer la carta ya me había mojado. Y no dudé un instante en obedecer. Fui al baño para lavarme, me desnudé y me puse esa tanguita roja que se perdía en mis grandes nalgas. Me puse los zapatos y nada más. Baje y me coloqué en cuatro en el sillón. En ese instante escucho que se abre la puerta de la habitación de Ignacio. Estaba ansiosa y mi vagina empapada. Se tardó un poco en bajar y siento que se acerca desde atrás. Pone una mano en mí cola y me empieza a manosear, a frotar sus dedos por encima de la tanga. Me nalgueaba fuerte y yo gemia. Nuevamente se bajó el shorts y frotó su vergota por mis nalgas. La sentía grande y dura pero nunca la había podido ver. Corrió mí tanga y me la metió despacio. Haciendo que sienta cada centímetro hasta que entró toda. Se quedó un instante quiero mientras me apretaba mí cola. Yo gemia tímidamente aunque tenía ganas de gritar de placer. Hasta que empezó a entrar y salir de una manera fuerte y firme como la otra vez. Y al igual que la otra vez no tarde en correrme. Ahí estaba en el sillón de mí casa desnuda, con esa tanga roja y mí culo y mí vagina entregada a ese jóven que con su forma de jugar con migo, su cuerpo y su pija me volvían loca. Hasta hace una semana hubiese sido impensado para mí estar engañando a mí marido con alguien 20 años más joven y que encima sea su sobrino. Estaba rompiendo todas las reglas morales que tanto había defendido durante mí vida. Estaba entregada a gozar, estaba cegada por como me hacía sentir una puta sumisa y me encantaba. Des pues de un rato Ignacio aumento el ritmo y se corrió de adentro inundando mí vagina con si leche. Su respiración estaba agitada y me agarraba con fuerza de mis nalgas mientras acababa. La saco de a poco pero está vez no se fue. Agarró una de mis manos e hizo que la dirija a mí concha para que recoja su luche. «Chupa la leche puta», me dijo. Eso hace que casi me corra. Le obedecí y mientras lo hacía me froto el clítoris con su mano hasta hacerme acabar a chorros. Cuando termine se fue a su cierto y yo quedé en el sillón recuperándome. Me incorpore y subí a mí cuarto y al entrar vi algo sobre mí cama. Era una espuma de afeitar y una rasuradora junto a una nueva carta: «afeitate toda la conchita. No quiero ni un pelito. Hoy usarás falda sin bragas». Ahora que iba a hacer? Jamás me había afeitado toda y mí marido lo iba a sospechar. Y no podía seguir evitandolo durante tantas noches hasta que me creciera de nuevo mí bello púbico. Pero antes de pensar en algo ya estaba en el baño rasurando los pelos de mí vagina. Sabía que todo esto era una locura, me daba mucha culpa pero ya no me podía resistir. Estaba entregada y él lo sabía. Dejé mí vagina completamente limpia de pelos. Nunca me la había visto así. Me bañé y me puse una falda normal de señora pero sin nada abajo y una blusa.

Durante el resto de la mañana no me dirigió la palabra y esa noche cuando llegué del trabajo Jorge aún no llegaba. Me puse a cocinar e Ignacio entra a la cocina. Yo estaba cortando verduras y el se para detrás mío, me agarra de un brazo y mete la otra mano debajo de mí falda. Mí marido iba a llegar en cualquier momento pero no podía evitar mojarme. Paso su mano por mí concha sin pelos y muy suave. Metió dos dedos que entraron con facilidad y luego los dirigió a mí boca para que los chupe y se fue. Esa noche me fui al baño a masturbarme pensando en Ignacio y las cosas que me hacía hacer. Al día siguiente, me levanté expectante y ansiosa. Saludé a mí marido y me quedé en la cama esperando que se fuera. Al salir de mí cierto veo una bolsa en el piso. Dentro había una faldita mínima de colegiala, unas bragas blancas de algodón, zapatos, medias largas, unos antifaz de los que se usan para dormir y una blusa blanca. Además había una cajita. Al abrirla veo que era una especie de juguete sexual con los cuales nunca estuve interiorizada, pero me daba cuenta que era una especie de dilatador anal. Y por último una nueva carta: «hoy que no tienes que trabajar estarás todo el día con esta ropa. Pero también debes estar con este plug en tu ano todo el día. Ahora cuando bajes quiero que lo hagas vestida así y cuando lo hayas hecho espérame con el antifaz puesto». Una señora vista como conservadora en mi ámbito laboral y mis amistades iba bajando las escaleras con una pollerita escocesa que no llegaba a cubrir mis nalgotas y una blusa atada en la cintura, maquillada como una puta y para coronar tenía puesto en mí ano un plug pequeño que me incomodaba pero me calentaba mucho. Mi vagina no paraba de largar jugos. Cuando estuve abajo me senté y me puse el antifaz. Siento como bajaba Ignacio las escaleras y se para delante de mí. Agarra una de mis manos y la lleva a su entrepierna y siento su verga desnuda y parada. Por fin podía tocar esa pija que me había dado tanto placer. Estaba caliente y dura. Su grosor evitaba que la pudiera envolver con mí mano. Lo empecé a masturbar y con su mano acerco mí cabeza para que se la chupara. Abrí mí boca y comencé a saborear esa pija grande y gruesa. Él no emitía palabras. Yo chupaba con delicadeza mientras lo masturbaba. Así estuve unos minutos hasta que mí mandíbula se empezó a cansar pero el mantenía su mano en mí cabeza marcando el ritmo y evitando que me saliera hasta que empezó a descargar una abundante cantidad de leche con potentes chorros al fondo de mí garganta que me produjo arcadas. Él suspiraba mientras me decía «tragarla toda puta» y con mucho esfuerzo trate de hacerlo aunque se chorreaba por mí mentón y caía a la blusa. Con su pija golpeaba mí cara y yo no lo podía ver. Hasta que siento que se retira y sube a bañarse. Me quedé unos segundos y me saqué el antifaz. Estaba agitada y muy caliente. Necesitaba ser penetrada. Durante el resto del día estuve haciendo las tareas de la casa y el almuerzo vestida de esa manera. El plug me incomoda pero no me lo sacaba. Solo iba al baño a higienizarme y me lo volvía a colocar. Estaba como loca necesitando sexo. Luego del almuerzo me dirijo a mí habitación y había una nueva carta sobre mí cama: «A las 16 horas te subirás al asiento trasero del auto. Vamos a dar un paseo». Pero por dentro pensé «y tengo que salir así?! Está loco?!». Pero preferí seguir obedeciendo. Sabía que no me iba a exponer demás. Después de todo era el sobrino de mí marido y no iba a querer problemas.

En el horario indicado estaba dentro del auto. A los minutos se sube y comienza a conducir. Yo me agaché para que ningún vecino me viera. Ignacio estaba conduciendo para las afueras de la ciudad y después de un rato ya estábamos en pleno campo. Giró en un camino de tierra desolado y luego de andar unos minutos se frenó en una orilla. Se bajó, abrió mí puerta y me invitó a bajar. Estaba algo nerviosa por estar vestida así pero muy excitada. Tenía mucha adrenalina. Ignacio me indicó que vuelva a meter mí cuerpo en el auto pero entrando a gatas en el asiento trasero y dejando mí culazo para afuera. Tomándose se tiempo bajo las bragas de algodón hasta mis rodillas y agarraba mí culo y le daba nalgueadas fuertes y firmes. Con delicadeza saco el plug de mí ano. Abría mis nalgas como observando mí agujerito dilatada. Acercaba su cara y lo escupía con abundante saliva. Se tía como entraba en mí ano mientras mí vagina estaba chorreando flujos. Siento como desprende su pantalón y me penetra por mí vagina. Por fin sentía esa pijota adentro mío. Esta vez mis gemidos no fueron reprimidos y empecé a gritar, a liberarme mientras ese jóven me daba fuerte y acabé a los gritos en ese camino rural sin importarme si alguien nos veía. Luego Ignacio la sacó despacio y la arrimó a mí ano. Sabía que iba a pasar y era virgen. Estaba nerviosa pero al tener el plug todo el día mí ano estaba muy dilatado. Le pedí que tuviera cuidado pero no me respondió. De a poco empezó a meter su pija. Sentí su glande entrar y pegué un gritito. Me dolía un poquito pero intenté relajarme. Y fue entrando de a poco. Iba frenando para que me acostumbrara hasta que entro toda, chocando su pelvis contra mis nalgas. Se movía de a poco y sentía como me abría toda. Esa pija dentro de mí cola me quemaba por dentro pero me calentaba a niveles nunca imaginados. Ignacio empezó a acelerar su ritmo y yo gritaba mientras me masturbaba llegando a un segundo orgasmo y al minuto tuve otro cuando sentí que empezaba a acabar dentro de mí cola. Mis piernas me temblaban. De a poco sacó su pija pero para mí sorpresa volvió a colocar el plug y me subió las bragas. «Vamos» me dijo. Su leche quedó dentro de mí cola. Me acomode en el asiento trasero y emprendimos el regreso sin decir palabra pero yo seguía muy caliente con la situación. Al llegar guardo el auto en el garaje para que ningún vecino me viera bajar. El se fue a su cuarto y yo al baño a sacarme el plug y no pude resistir chupar los rastros de su leche mientras me masturbaba.

Ese jóven me volvía loca y las dos semanas siguientes fueron igual de intensas. Nunca en mí vida había disfrutado del sexo de esa manera y ya no tenía culpa. De hecho en la última semana mientras todas las mañana me cogía Ignacio, por las noches tenia sexo con Jorge empezando a probar cosas nuevas. El estaba un poco sorprendido pero muy motivado. Me preguntaba por qué sucedía esto y yo simplemente le dije que la vida era corta y estuve un tiempo pensando cómo podíamos disfrutar más y quería soltarme con él. Desde esa semana nuestra vida sexual mejoró mucho y probamos de todo. Nunca se imaginó que se lo tenía que agradecer a su sobrino.

Ignacio se volvió a su provincia agradeciendonos mucho por el hospedaje y conmigo nunca fue distinto. Ni siquiera en su despedida, nunca le pude ver su pija. Sólo tocarla, chuparla o sentirla en mí interior. Nunca volví a serle infiel a mí marido…

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Gracias a todos y todas por leerme. Gracias a Claudia que es quien me hizo llegar está caliente historia por mail que la desarrollé incorporando algunas cosas ficticias para mejorar la trama. Gracias por sus comentarios, mails y valoraciones.