¡Juro que fue un accidente! Pero me vuelvo cada vez más puta

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CONCLUYE MÁS PUTA POR ACCIDENTE.

Después de los acontecimientos en la boda de mi cuñada, decidí escapar. Tenía algunos días de vacaciones acumulados y opté por aprovecharlos antes de que vencieran. Sí, soy de esas personas a las que parece que las castigan cuando las mandan a descansar.

Me fui a pasar las vacaciones a casa de mis padres, que viven al otro extremo del país. Necesitaba estar a solas, darme un tiempo luego de los sucesos recientes.

A nadie le avisé y permanecí incomunicada, pues mi bolso y mi celular se habían “perdido” durante la boda.

Casi al final de mi periodo vacacional extraordinario, me comuniqué con mi novio, quien me puso al tanto de las cosas. Incluso del “accidente” que había tenido su abuelo, que se había “caído” en uno de los baños y que había tenido que permanecer hospitalizado durante varios días. Se escuchaba preocupado, ya que parecía que el golpe que se había dado en la cabeza había tenido severas consecuencias, pues le fallaba la memoria y a ratos solía confundir a las personas. Hasta me dio a entender que se había metido en problemas con la esposa de uno de sus primos. Se negó a darme detalles y yo no quise pedírselos, pero intuía que algo tendría qué ver mi asunto en ello. Me lo imaginé, dentro de su demencia, confundiéndome con alguna otra integrante de la familia, queriendo sacarle jugo por medio del chantaje, tal como lo había hecho conmigo.

Fueron dos semanas de aislamiento, durante las cuales solía tener en mi mano esa tarjeta, un objeto quemante que me atormentaba mentalmente, pero que me encendía sexualmente. Muchas fueron las veces que acabé masturbándome frenéticamente, recordando lo que habíamos vivido don Camilo y yo, y acariciando la posibilidad de llamarlo. Pero me mantuve firme hasta el último día. Me sentía como un drogadicto vuelto a nacer, luego de superar el periodo de abstinencia. Pero en el fondo, sabía que mi circunstancia no era tan diferente y que corría el severo riesgo de recaer. Por lo tanto, era menester disciplinarse, evitar el contacto con la tentación. Y lo logré, al menos por un tiempo.

Entre mi novio y yo, no se volvió a tocar el tema del compromiso, como si ambos asumiéramos que se había tratado de un desplante provocado por las circunstancias del momento. “Borracho, no vale”; dirían algunos… Pero no todos opinaban lo mismo, y la gente a nuestro alrededor solía presionarnos constantemente, insistiendo en que ya le pusiéramos fecha a la boda.

A don Camilo no me lo volví a encontrar, pues trataba, por todos los medios de evitar reuniones de la familia de mi novio que pudieran propiciar que coincidiéramos. Sobra decir que también procuraba evitar encontrarme con su otro abuelo. Pero la fatalidad suele hacer de la suyas y sucedió que tuve que acompañar a mi novio a darle el pésame a una familia muy amiga de la suya, pues había muerto uno de sus miembros.

Llegamos al lugar donde velaban el cuerpo y lo acompañé a presentarle las condolencias a la viuda, una mujer que, a pesar de las circunstancias, me pareció muy simpática. Ahí me enteré que ella y el difunto eran padrinos de mi novio, y que el señor ya llevaba mucho tiempo convaleciente. Le notaba a la señora esa rara mezcla de dolor y alivio que acompaña la muerte de alguien que ha padecido largamente. Dejé que mi novio “socializara” con tranquilidad, pues yo me sentía ajena y hasta un tanto hipócrita de fingir un dolor que en realidad no sentía.

Empecé a curiosear por el lugar, apartada, cuando vi a una muchacha de mi edad que llegaba cargando una fotografía enmarcada y un caballete para montarla. La reconocí de inmediato, era la que había tomado las fotos de la boda de mi cuñada. Al verla agobiada, me ofrecí a ayudarle, ella aceptó encantada. También me recordaba. Entre las dos nos dimos a la tarea de hacer el acomodo de la foto.

—Es que al final, mi abuelo terminó muy demacrado y no quería que lo vieran así. —Me dijo la chica, justificando que el ataúd estuviera cerrado y la presencia de la foto que acababa de traer.

Cuando la muchacha retiró la envoltura de papel craft de aquella foto, casi me voy de espaldas.

—¡Don Aurelio! —Se me escapó el nombre, sin poder evitarlo.

—¿Lo conocías?

—P-pues, sí; él tenía un negocio en…

—¡Ah, si!… Pero lo tuvo que cerrar cuando le dio la embolia… Desde entonces se fue poniendo muy mal… Hasta que, pues ya ves…

Estuve escuchándole detalles del asunto y a la primera oportunidad me desentendí de ella. Le dije a mi novio que iría afuera a tomar algo de aire fresco. Busqué un rincón discreto donde poder sentarme, lo encontré en una jardinera cercana donde me refugié a “llorar mi pena”. No lo pude evitar, sentía algo muy especial por aquel hombre con el que había compartido momentos tan íntimos y con el que había interrumpido el contacto de manera tan abrupta. Incluso, sentía un dejo de culpa; algo me quería convencer de que su salud se había visto afectada, en parte, por los acontecimientos de la infortunada fiesta.

Llegó a mi olfato una fragancia inconfundible, antecediendo al calor de la presencia que se sentó a mi lado, inmediatamente, busqué refugio abrazándome a él. Ansiaba su persona, su consuelo. En esos momentos no había nadie más con quién compartir aquello que estaba oprimiendo mi corazón.

Y por vez primera, pude desahogarme por entero, contándole la historia, la verdad entera a alguien más. Desde cómo fue que mi novio de entonces me había abandonado entre las putas y de cómo don Aurelio había llegado a “rescatarme”, de cómo fue que acabé por fingirme puta sin serlo realmente, e incluso de cómo, por venganza o por despecho, acabé enredándome con Cirilo. Y acabé por contarle también los últimos acontecimientos en la boda de mi cuñada, previos a nuestro encuentro.

Don Camilo me escuchaba atento, dejando que sacara todo lo que tuviera que sacar… Al final, cuando aparentemente ya no tenía nada que guardarme, me sentí liviana como una pluma; pero tan expuesta y vulnerable, que tuve que asirme con fuerza al brazo de don Camilo, porque temía que cualquier brisa, por ligera que fuera, me arrastrara por los aires, a la deriva.

Él permaneció en silencio, ecuánime, con su rostro sereno y comprensivo. Sirviéndome de ancla, mientras trataba de sosegarme, luego de haberme expuesto a la tormenta.

Sin mediar palabras, me acompañó hasta su auto. Ocupé el asiento del copiloto y me dejó a solas durante algunos minutos. Continuaba llorosa y temblorosa cuando regresó. No sabía si me sentía más afectada por lo de don Aurelio o por haberle contado todo a don Camilo.

—Tranquila, Orsi; sabes que no es apropiado que mi nieto te vea en esas condiciones —me dijo, posando su mano sobre mi muslo desnudo—; le conté que casualmente me había encontrado a una hermosa muchacha que resultó ser su novia, le dije que te habías ido en un taxi y que me pediste que te disculpara con él… No lo tomó a mal, parece que piensa quedarse todavía durante un buen rato, estimaba mucho a su padrino…

Sentí un frío en mi pierna cuando don Camilo retiró abruptamente su mano. Comenzó a conducir con rumbo incierto, yo no pregunté a dónde íbamos, simplemente me recargué en él, necesitaba sentirme arropada y así me hizo sentir su brazo cuando lo posó sobre de mis hombros.

Una sonrisa interna me iluminó la cara cuando descubrí que íbamos rumbo al mirador donde nos habíamos entregado por vez primera. Deposité un suave beso en la comisura de sus labios, él fingió serenidad ante mi desplante. Al hacer el movimiento, una de mis manos se había recargado sobre su muslo y resbaló suavemente entre sus piernas, donde pude sentir su erección en todo su esplendor. Me ruboricé tras aquel descubrimiento accidental, él también, aunque pretendía parecer indiferente.

El mirador no estaba solo, había otro auto, don Camilo se estacionó a una distancia prudente.

—¿Ya te sientes mejor? —Me preguntó, mirándome a los ojos, tras unos instantes de silencio.

—No tanto como usted —susurré, muy cerca de sus labios y acariciando tenuemente su erección—… Pero sí…

Mi mano fue apretando con más fuerza su bulto a medida que nuestro beso se iba intensificando. Nuestros asientos se reclinaron y nuestros besos se fueron sucediendo uno a otro, cada vez más apasionados. Las cosas fueron fluyendo con tal naturalidad que ni siquiera supe quién lo había despojado de su pantalón, ¿él, yo, tal vez ambos? Lo trascendente del asunto era que un rato después yo ya masturbaba abiertamente su miembro expuesto. Tras ello, aproveché el primer respiro que su boca le dio a la mía, para adueñarme de su verga y comenzar a mamársela, con fuerza, con ansias, como si la vida me fuera en ello, como si tratara de rendirle un tributo a don Aurelio, sintetizando en una sola, todas las mamadas que a él le había entregado.

Don Camilo, gemía, respiraba entrecortadamente, entregado completamente, dejándose hacer. Era mío, me pertenecía… Aunque en esos momentos yo no sabía si se trataba de él, o de un intermediario, era como si simplemente estuviera sirviendo de vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos, como una suerte de medium carnal que me mantenía en contacto con don Aurelio, porque yo sentía que ese pene era el suyo, e incluso, cuando lo sentí derramarse en mi boca, su semen me supo al de don Aurelio.

A diferencia de don Aurelio, don Camilo parecía no tener empacho alguno en besarme después de habérsela mamado, parecía no tenerle asco a sus propios mecos. Así, que pasada la tormenta, nos entregamos a una nueva y duradera sesión de besuqueo.

Cuando rompimos el trance, el otro auto ya no estaba. Ya más sosegados, estuvimos platicando un rato.

—Soy la novia de su nieto, ¿no le importa?

—A estas alturas, podrías venirme con la noticia de que eres mi propia madre y no me importaría… Para serte sincero, ahora que me acabo de enterar de que no eres una prostituta realmente, algo muy dentro de mí me carcome deseando poseerte más que nunca.

Estuvimos así un par de horas, intercambiando palabras a ratos e intercambiando caricias en otros. Cuando juzgamos que ya era muy tarde, emprendimos el camino de regreso. Le pedí que se estacionara en el lugar donde don Aurelio solía dejarme de regreso cada que nos veíamos.

Vinieron unos besos más y luego, mis manos ansiosas volvieron a sacar su miembro erecto para volver a mamárselo, recordando viejos tiempos.

—Espera, Orsi; detente, por favor… —Me suplicó cuando estaba casi a punto de venirse en mi boca.

—¿Qué pasa? —Me quejé de que me interrumpiera en el mejor de los momentos.

—Es que… No sé tú, pero yo quiero coger contigo como dios manda… Si me vengo en tu boca ahora, sé que ya no se me volverá a parar en toda la noche.

Tenía razón, ya había estado bueno de homenajear a don Aurelio, este era don Camilo y sus apetitos sexuales iban más allá de las mamadas que tanto le gustaban al difunto.

Estacionó el auto en otro lugar, más discreto y un tanto alejado de mi casa. Cuando bajamos, sacó algo de la cajuela del carro.

—Tengo la ligera sospecha de que esto es tuyo —me dijo, extendiéndome el bolso que había dado por perdido en la boda de mi cuñada.

—¡Vaya, lo había dejado en su carro! —No podía ocultar mi alegría, después de todo, me estaba devolviendo la vida, ahí llevaba mi celular y algunas credenciales y tarjetas de vital importancia.

Entramos a mi casa, usando la llave de costumbre, pues mi llavero también estaba en el bolso. Apenas se cerró la puerta y nos enfrascamos la una en el otro, luchando por despojarnos de la ropa mutuamente. Acabamos tendidos sobre el sofá, desnudos y acariciándonos con ansia.

—No, aquí no… —Lo contuve cuando estaba a punto de meterme la verga—. Vamos a mi cama…

Y tomándolo de la mano lo llevé casi a rastras hasta mi dormitorio. Él parecía algo reticente. En cuanto entramos, lo primero que hice fue apresurarme a guardar la foto donde estaba con mi novio.

—Creo que además de un vestido, te debo un portarretratos… La vez anterior se me resbaló de las manos cuando entré aquí buscando una cobija…

—Pues sí, señor; usted tiene una deuda muy grande conmigo y se la voy a cobrar muy bien… y con puro cuerpo… ¡Así que comience a pagar ya!

Lo empujé, haciéndolo caer pesadamente sobre el colchón. La cama crujió, pero no se rompió, simplemente hizo notorias las malas condiciones que en que estaba.

—Creo que ya rompí la cama.

—¡Ja, ja, ja! ¡Su deuda crece, don Camilo, ahora también me debe una cama! ¡Ja, ja, ja!

—No mientas —dijo asomándose hacia abajo en uno de los costados—, ya estaba rota, de este lado puedo ver que se está sosteniendo con unos ladrillos… ¡Pues a cuántos tipos has traído aquí, mujer?

—Solamente a uno… Una vez… Eso sí, pesaba como dos toneladas el ingrato y así dejó mi pobre camita…

No mentía, en esa cama solamente me había acostado una vez con Cirilo, con nadie más, hasta ahora que estaba decidida a que don Camilo impregnara mi lecho con su aroma.

—Entonces… ¿Mi nieto y tú, aquí nunca han?…

—No, aquí nunca… Se lo juro, don Camilo…

Perecía que esa posibilidad era la que le causaba reparo y a partir de ahí las cosas fluyeron con naturalidad. Retomando nuestro encuentro desde donde nos habíamos quedado, bueno; desde un poco atrás, para tomar vuelo.

Se puede tener sexo casi en cualquier lugar, pero el mejor de todos es una cama, y mejor si es la tuya, donde duermes todos los días. Por eso, cuando me sentí penetrada por él, ahí en mi lecho, disfruté como pocas veces hacer el amor, con toda la tranquilidad del mundo. Enredándome con mis brazos y mis piernas a ese anciano cuerpo, disfrutando cada arremetida de su vigoroso miembro y aprisionándolo con mis músculos vaginales, intentando exprimirlo a conciencia. No pude más y exploté, lo hice sin necesidad de contenerme, grité gemí, estremecida, pidiéndole clemencia a mi amante, pero exigiéndole más a mi macho. Como resultado, todavía no terminaba mi primer orgasmo cuando fui alcanzada por un segundo, en que además, me acompañó don Camilo descargando su preciado semen en mis adentros.

Sin fuerzas para continuar, nos quedamos prendados así, hasta que el último coletazo de placer dejó de estremecer nuestros temblorosos cuerpos. Nuevamente vinieron los besos, llenos de ternura, mientras dormitábamos en espera de recuperar fuerzas para volver a entregarnos.

—¿Despertaré sola en la mañana? —Le pregunté, esperando que me dijera que no.

—En la casa dejé dicho que probablemente estaría toda la noche en el velorio…

—Entonces descanse, no quiero verlo desmayarse a medio sepelio mañana…

—No quiero que vayas al sepelio, es muy probable que ahí estén los otros dos que estuvieron en la fiesta y no quiero que te vean. Ellos no radican en la ciudad y no tienen familia por acá, eran más amigos de Aurelio que míos, ya disuelto el club de Tobi, no creo que los volvamos a ver nunca después de hoy.

Me pareció adecuado el consejo de don Camilo. Dormimos juntos por vez primera, abrazados y esperando con ansias despertar con las fuerzas renovadas.

Despertamos con los primeros rayos del sol y nos entregamos de nueva cuenta, como si fuéramos unos niños ansiosos por disfrutar de su juguete nuevo. Después de experimentar un orgasmo tan potente que creí que me mataría, permanecía desfallecida, encima del robusto cuerpo de don Camilo, explorando su pecho salpicado de vellos blancos.

—Supongo que sabe que su nieto me propuso matrimonio… ¿Qué opina al respecto?

—¿Lo amas?, ¿realmente te gustaría casarte con él?

—La respuesta a ambas preguntas es “sí”… Pero no soy una buena mujer, usted lo sabe bien… Temo hacerle daño…

—Entiendo que eres una mujer con necesidades y aunque una de ellas me parece bastante retorcida, la tienes y mi nieto no puede satisfacerla… Pero yo sí puedo… Y prefiero mil veces que ese asunto se quede en casa a que andes por ahí buscando quién te la resuelva. En otras palabras, quiero que sigas siendo una puta, pero solamente “mi puta”, única y exclusivamente “mi puta”. Yo no pretendo enamorarme de ti, ni te prometo que dejaré a mi esposa, quiero coger contigo siempre, hasta el último latido de mi corazón y hasta el último de los espermatozoides que sean capaces de producir mis testículos lo quiero depositar dentro de tu cuerpo, no importa por qué orificio, pero quiero que siempre sea así…

Yo no podía estar más de acuerdo con lo que escuchaba y lo besé emocionada a más no poder.

—Así, que… Hazlo, cásate con mi nieto, tienes mi bendición para que seas feliz con él.

Sellamos ese pacto con un beso cargado de lujuria. Desde la posición en que me encontraba podía sentir su falo enhiesto otra vez, rozando mi entrepierna. Me ayudé un poco con una de mis manos para poder dirigirlo a donde realmente lo necesitaba. Y me ensarté en él, en ese miembro vetusto y prodigioso que me tenía enloquecidamente aprisionada y lo volví a exprimir, enviándolo completamente vacío de regreso a su casa, a sabiendas de que volvería continuamente a mi lecho, nuestro lecho.

Los días transcurrieron y las presiones externas nos llevaron a que mi novio y yo fijáramos fecha para la boda. Parecía mentira, pero si antes tenía muy serias dudas, después de sellar el pacto con don Camilo, me sentía por demás ilusionada por llegar al altar. Mi prometido debió notarlo y también se sintió contagiado de mi alegría.

Fueron unos cuantos meses de espera, durante los cuales, don Camilo y yo establecimos una rutina en la que nos veíamos un par de veces a la semana para entregarnos a nuestra pecaminosa pasión. Cada uno tenía su papel y lo tenía bien claro, yo era la amante del abuelo de mi novio, él tenía su esposa, su propia familia y yo no ocupaba en ella otro lugar que el de la futura esposa de uno de sus nietos.

No, no estaba para nada enamorada de don Camilo, lo que sentía por él era un apasionamiento lujurioso, algo meramente sexual. Un impulso, una necesidad imperiosa de aparearme con él permanentemente. Pero no era amor. El hecho de que se tratara del abuelo de mi futuro esposo condimentaba nuestra relación con un morbo más allá de lo imaginado, y lo tenía ahí, al alcance de mi mano y lo podría disfrutar cada que se me viniera en gana. Venía con el paquete que sería mío al casarme, la parte amorosa, emocional, sentimental, que representaba mi prometido y la otra, la pecaminosa carnalidad, la lujuria total que me ofrendaba don Camilo. ¿Se podía pedir más?

En cuanto al otro abuelo de mi novio, su demencia se fue agravando, aunque de vez en cuando tenía periodos de lucidez. Mi novio me comentó que alguna vez lo llevó a un rincón donde le estuvo aconsejando que no se casara con su novia porque ella era una prostituta y que le dijo el rumbo por el que supuestamente trabajaba y hasta cuánto cobraba por sus servicios. Pero me dijo que su abuelo también le advirtió que no fuera a decírselo porque ella era muy violenta, que ya alguna vez lo había golpeado y había estado a punto de matarlo.

Yo realmente me asusté cuando me lo contó y me sentí alarmada. Pero me tranquilicé cuando me dijo que esa misma historia se la había contado a otros de sus parientes, tratando de convencerlos de dejar a su respectiva novia o esposa porque era una prostituta.

En una de las reuniones familiares más próximas a la boda, coincidimos el pobre anciano delirante y yo. Me sentí afortunada al darme cuenta de que no me reconoció. En un momento dado, casi al final de la reunión, se me acercó mi cuñada y me contó a modo de confidencia, que estaba muy preocupada por su abuelo, que cada vez estaba menos conectado con el mundo. Pues se le había acercado llamándola por un nombre raro y diciéndole que si no quería que le contara su secreto a todo mundo, la esperaba en el cuarto de los tiliches… “Tú ya sabes para qué”, le había recalcado.

—Te lo digo para que no te asustes si algún día te sale con lo mismo a ti… No soy la primera a la que le sale con esas cosas… Pobrecillo, ya está muy mal…

Mi cuñada se despidió y se marchó. Yo me quedé intrigada y un gusanito se dedicó a hacerme cosquillas, a tal grado que acabé por irme a asomar al cuarto de los tiliches, ya que el viejito no se veía por ningún lado.

—Orsi, ¿eres tú?

Me interné en la penumbra, rumbo a la procedencia de aquella voz. Sin pronunciar palabra alguna llegué hasta donde el anciano me esperaba. Inmediatamente se acercó hacia mí y me tomó entre sus brazos, buscando con ansias mi boca. Yo me dejé hacer, me sentía una chiquilla traviesa aprovechándose de un anciano senil. Mientras me besaba, yo me reía hacia mis adentros. El abuelo estaba con el pito en pie de guerra, y completamente desnudo, a excepción de los zapatos y los calcetines. Me urgía para que yo me quedara en iguales condiciones, pero yo no me pensaba desnudar. Al principio, yo había acudido al lugar como un simple juego, pero acabé excitándome, no lo pude evitar, así que, siguiéndole el “juego”, me saqué los pechos al aire. El viejo se recreó en ellos, mamándome las chiches como una criatura hambrienta. Mientras lo hacía, sus manos pugnaban por hurgar entre mis piernas, levantándome la falda e intentando quitarme las pantaletas. Mi calentura se fue elevando, así que le ayudé en esta última tarea y ya con ellas en la mano, sentí que me arrinconaba contra la pared. Ahí, arremetió varias veces contra mí, sin éxito, hasta que finalmente dio en el blanco y me metió la verga entera de manera salvaje. Sabía que no se andaría con sutilezas, me preparé para lo que venía. Empezó a bombearme con toda la energía que su decrépito cuerpo le permitía.

El viejito rompió todos los récords habidos y por haber, se vino demasiado pronto, dejándome totalmente prendida. Sin que él me lo pidiera, me puse en cuclillas y me llevé su viejo pene, ya flácido, a la boca. Me dediqué a higienizarlo, me entretuve más tiempo del prudente, como si inconscientemente estuviera esperando algo más, porque lo que me quedaba claro, era que aquel falo no se volvería a levantar en mucho tiempo.

Cuando amagaba con desprenderme de ahí, sentí sus huesudas manos en mi cabeza, que me impedían retirarme. Cerré los ojos a la espera… ¿Le habría agarrado gusto a lo que venía? Porque me pareció que cuando llegaba el torrente procedente de su vieja vejiga, yo lo anhelaba, como si ya lo echara de menos. Fue toda una proeza el poder tragar hasta la última gota sin derrames, sin causar desastres visibles para otros.

Cuando me puse de pie, satisfecha por haber cumplido mi tarea, lo tomé del rostro con ambas manos y lo atraje hacia mí para besarlo de manera sucia y salvaje. Cuando lo dejé respirar, lo vi extremadamente agitado, como si acabara de salir del agua tras mucho tiempo de aguantar la respiración.

—Esto de hoy fue un regalo de mi parte… —Le decía yo, amenazante, rozando su boca con mis labios—. El último que recibirás… Supe que abriste el hocico y rompiste nuestro trato… Así que esto se acabó, ¿entendiste?

El viejo simplemente movió la cabeza afirmativamente.

—Bien, así me gusta… —Y lo besé nuevamente, larga y profundamente a manera de despedida. No pude evitar la tentación de obsequiarle un par de besitos más, tiernos y delicados, antes de darme la media vuelta y alejarme de ahí, dejándolo solo.

Volví a donde estaban los pocos que quedaban, necesitaba con urgencia un trago de lo que fuera, tan sólo para enjuagarme la boca y quitarme el resabio a orines de anciano que llevaba en la boca.

—¿Dónde te habías metido, mi amor? Llevo buen rato buscándote. —Me dijo mi prometido cuando me vio bebiendo el último vaso que logré rescatar de la poca agua de chía que quedaba.

—Andaba curioseando por la casa, es muy grande y bonita.

—Verdad que sí… ¿Nos vamos?

—¡Claro!

Y cuando caminábamos rumbo al estacionamiento, vimos correr a la distancia a un hombre desnudo que gritaba, temiendo por su vida.

—¡Me quiere matar, me va a matar porque no guardé el secreto!… ¡Auxilio, sálvenme; ya viene por mí!… —Gritaba mientras corría, seguido de algunos de sus familiares que intentaban controlarlo.

—Pobre del abuelo, cada vez está más mal… —Lamentó mi novio al presenciar aquel espectáculo—. Si a su edad, comienzo a ponerme así, por favor, acaba con mi miseria de un balazo.

—Cuenta con ello… Hasta te daré doble tiro de gracia… —Le respondí, siguiéndole el juego.

—¿En serio lo harías, malvada?

—Tú me lo estás pidiendo, es mi deber como mujer abnegada cumplir los deseos de mi esposo… ¡Ja, ja, ja!…

Como reza el dicho, “no hay plazo que no se cumpla”. Llegó el día de la boda y aunque nunca fue mi meta en la vida, como sí parece serlo para muchas mujeres, lo disfruté enormemente.

Todo transcurrió con normalidad, aunque no lo niego, me hubieran gustado algunas escapadas intercaladas con don Camilo, justo como sucedió con el otro abuelo en la boda de mi cuñada. Hubiera sido apoteósico, pero don Camilo quiso comportarse a la altura y no cometimos esa locura que ansiábamos los dos. Eso nos lo decían nuestras miradas cada vez que nos cruzábamos.

Ya al final de tan memorable evento, antes de subirme al auto que nos trasladaría rumbo a nuestra luna de miel, atendí el llamado de don Camilo, con quién me vi por primera vez a solas durante ese día.

—Bienvenida a la familia, cariño… —Me dijo tras depositar un suave beso en mis labios.

—Gracias… —Le respondí en un suspiro.

—Recuerda, si cuando estés con él, en la intimidad, sientes que el morbo que te ofrece no es suficiente, simplemente, cierra los ojos y piensa en mí.

—Lo haré, tenga la certeza de que lo haré, don Camilo.

Me abracé a su cuello para besarlo con pasión. Sus manos me sujetaban por las nalgas y me apretaban hacia él para que sintiera su miembro erecto rozando contra mi pubis.

—¡Maldita sea!, tienes un efecto afrodisíaco mucho más efectivo que el de la viagra… ¡Mira nada más cómo me pones y llevo todo el día así!…

—No se queje, don Camilo; que yo no estoy en un lecho de rosas, usted me pone igual o peor… Mucho peor…

—¡Dios, me encantaría que pudiéramos tener el tiempo suficiente para echarnos un buen palo!

—Podemos intentar un “rapidín”…

No esperó a que se lo dijera dos veces, inmediatamente se bajó el pantalón y yo alcé mis enaguas para facilitar la acción. Un par de movimientos más y me estremecía haciendo acuse de su verga hundiéndose entre mis piernas.

Sabíamos que todos los demás estaban afuera de la estancia, a la expectativa, mientras el viejo patriarca de la casa le daba un sermón de bienvenida a la nueva integrante de la familia. Nosotros tratábamos de acallar nuestras voces para que afuera no se dieran cuenta de qué tan placentera estaba resultando nuestra charla. Sobra decir que la situación hacía escurrir el morbo a raudales y nos estaba elevando rápidamente hasta la cúspide del placer.

—Sé que no me queda mucho tiempo de vida… Quiero que me prometas una cosa… Me gustaría que lo nuestro durara hasta el último momento…

—Así será, no podría ser de otra manera, aunque quisiera…

—Pero, también me gustaría, que cuando yo llegara a faltar, no buscarás a nadie que ocupe mi lugar y que le serás enteramente fiel a tu esposo… Promételo, Orsi; por favor… Necesito escucharlo.

—¡Sí, sí!… ¡Se lo prometo, don Camilo!… —Le repetía yo, en voz baja, una y otra vez, mientras me aprisionaban los estragos del orgasmo. Yo lo abrazaba con todas mis fuerzas. Sintiéndome además inundada por la hirviente esencia masculina del amado abuelo de mi esposo.

De regreso a la tierra, ambos nos recompusimos y después de unos instantes, volvimos a presentarnos en público. Mi ahora esposo me tomó de la mano y me condujo presuroso hacia afuera.

—¿Qué tanto te decía mi abuelo, cariño?

—Ya sabes, me estaba echando la bendición.

—Sí, es muy dramático, a mí también me aventó un buen “choro mareador”. Aunque no le entendí la mayoría de las cosas, sí me dejó muy conmovido.

—Cierto, a mí, también, su bendición me llegó y “bastante hondo”… —Le decía, al tiempo que sentía que me escurría algo del semen de don Camilo entre las piernas.

Subimos al automóvil y mientras nos despedíamos de aquel mar de manos agitándose, arrancó, llevándonos rumbo al paraíso, donde disfrutaríamos de nuestra luna de miel. Aunque el coche no iba arrastrando esos botes de hojalata que solamente había visto en las películas. En el camino iba ejercitando mis dedos y masajeándomelos, me los había lastimado. Es complicado “hacer changuitos” (cruzar los dedos), mientras estás cogiendo con alguien y al mismo tiempo le estás haciendo promesas…

VALENTYINA.