La agarro tan fuerte, tratándola como lo que es, un juguete que se deja hacer de todo porque quiere cumplir la fantasía de su dueño

Espero que te guste. Por lo general escribo para mujeres… me relaja y me divierte un montón. Soy un hombre, como el protagonista de la historia más o menos ;).

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Tal vez sea una ironía de la vida o que había hecho la tonta da igual, lo había oído llamar de muchas formas. Cuando tienes a ese hombre que te gusta, cuando te recorre despavorido con los ojos las curvas, no tomas la decisión. Y la ironía juega sus cartas. Tal vez sea que prefieres tenerlo ahí, rogando una caricia que no llegará. Le gustaba esa sensación de poder, pero le gustó tanto que lo perdió.

Aquel día habían vuelto los amigos de su hermano otra vez a tomarse unas copas y darle la vuelta al mundo discutiendo sobre las cosas de la vida. Allí estaba él, tan seguro como siempre, tan atractivo, pero esta vez de la mano de otra mujer.

Aquella zorra no le había dado oportunidad. Tal vez fuera la diferencia de edad, claro, que un tío como ese no podría ir cogido de la mano de una veinteañera y necesitaba una mujer de treinta y tantos que le diera lo que quieren lo hombres de cuarenta: seguridad, confianza, complicidad, y un culo celulítico de mierda. Se notaba que aquella usurpadora disfrutaba complaciente de estar a su lado, de tenerlo, cogiéndole la mano de vez en cuando para que todo el mundo viera que ese terreno era ahora solo suyo. Tal vez por eso se llamaba conquistar a alguien. Algunas otras lo habían asediado, lo habían acorralado, le habían atacado directamente, pero hasta ahora ninguna lo había conseguido, desde hacía años.

Y allí estaba ella sentada, la hermana pequeña de su hermano, escuchando hablar de impuestos y de viajes. Se levantó despacio con la excusa de coger una botella de la mesa, para mostrarle una vez más su cuerpo joven, precioso, pensando que tal vez podría seguir imponiéndose, que volvería a recorrer con ansia sus curvas: «mírame, eres un poco mío todavía ¿verdad?». Pero aquella hija de puta lo besó ahí, delante de todos. Lo invadió implacable para después mirarla a ella y dedicarle una sonrisa sutil cargada de desprecio. La guerra estaba perdida, había una nueva reina. Salve a la reina. ¡Joder!.

Quería irse de allí. Se largó a la cocina. Ya nadie la echaría en falta. Puso la cafetera. Se sentó a esperar y a lamerse sola las heridas.

Al cabo de un rato entró él en la cocina también. Vaya, era la oportunidad de tratarlo a patadas, echarle la culpa y mandarlo a la mierda de una vez por todas.

– ¿Qué tal?. ¿Estás haciendo el café?

– Está claro que lo estoy haciendo ¿no?

– Sí… ¿estás bien?

– Claro, perfectamente.

– Vaya, parece que estás un poco fría.

– No, simplemente no tengo nada que decir.

– ¿Estás enfadada por algo?

La pregunta típica que espera la respuesta típica de una chica de veinte años a la que le han dado en toda la feminidad. Pero tal vez fuera demasiado fácil seguir con el mismo juego. Quiso dar un paso más y llegar hasta allá, hasta donde le estaba pidiendo la rabia llegar. Esta vez aprovecharía la oportunidad. Lo miró unos segundos, inquietantes:

– Ven aquí.

Él se acercó, esperando que tuviera algo que decirle. El hombre mayor que puede salvarte de cualquier problema que tengas, te daré consejos, hermana pequeña de mi amigo.

Cuando lo tuvo bien cerca estiró la mano y empezó a acariciarle el paquete.

– ¿Pero qué estás haciendo?¿Estás loca?

La respuesta típica de un hombre que necesita poseer a una chica joven, pero que no puede creérselo. O la de un cobarde. Habría que ponerlo a prueba.

– Cierra la puerta con pestillo y vuelve a venir aquí delante.

Así lo hizo. Bien, la prueba salió bien, la deseaba.

Le desabrochó los pantalones y rebuscó su polla. Todavía estaba blanda. Esta oportunidad que no se le escaparía. Se la metió entera en la boca, hasta que los labios le pegaran en su pubis. Entera. Le apretó el culo con las dos manos para poder tragar más, sintiendo toda esa carne palpitante en el paladar, en la lengua, abriéndose paso, sintió cómo poco a poco se endurecía y le llenaba la garganta. Quería quedarse así más tiempo, notaba el flujo empezando a correrle en la vagina, pero su cuerpo le pidió volver a respirar. Lo miró otra vez con una sonrisa cómplice. La respuesta era evidente, con los ojos bien abiertos él se había abandonado más allá de la razón, hasta el deseo desesperante.

Era suyo.

Empezó a masajear toda esa polla dura delante de su cara, despacio, manteniéndole el placer.

– Respóndeme: ¿Es que esa zorra nueva que te has buscado no te da toda la caña que quieres?

– Todavía no hemos hecho nada, llevo con ella poco tiempo.

– ¿Te la has tirado?

– El otro día en el coche intenté que me la chupara, pero me dijo que le daba mucho asco hacer esas cosas.

– ¡Jajajajaja! una chica remilgada…

Por un momento parece que le volvió la razón a la cabeza y se quedó petrificado.

– Nos pueden pillar aquí, esto es una locura. ¿Qué buscas?

– No, no tienes ni idea de lo que busco, ni siquiera te lo imaginas.

Se levantó sin apartarle la mirada. Rápido se desabrochó los shorts, se lo bajó todo hasta la altura de las rodillas, dejando al descubierto su precioso coño depilado, casi virginal. Empezó a masajearse el clítoris despacio. Estaba muy húmeda. Le clavaba los ojos con cara de niña inocente. Sabía cómo era. Un hombre tan atractivo estaría aburrido del sexo normal. Querría algo más, tal vez algo verdadero de una vez. Se quedó así, unos segundos, mostrándole toda su belleza, su inocencia fingida, su desnudez casi perfecta. Era el momento.

– Hazme lo que quieras.

Se le desorbitaron los ojos. Empezó a respirar profundamente, resoplando como un animal salvaje frente a lo que necesita. Follar. Usar. Correrse.

– Ven aquí, que te voy a dar lo que buscas.

Había conseguido sacar de él quien realmente era. Ahora sería íntegro e implacable. Así sí, era como debía ser.

Se acercó a ella, la agarró fuertemente por los hombros, hambriento. La movió fuerte, como si fuera un juguete que cede a la evidencia de ser para lo que sirve: satisfacer todas las fantasías de su dueño. La puso de cara al poyo de la cocina y la empujó. Ella cayó de bruces con el pecho ya desnudo. Sus pezones erguidos sobre la fría piedra se endurecieron hasta que casi dolerle, pero eso la excitaba, todavía más. Lo escuchaba resoplar detrás, como un bruto que necesita lo que se le está mostrando en todo su esplendor, sus nalgas, su culo, su coño, suaves, abiertos e indefensos ante su polla dura y egoísta. La penetró rápidamente. Sintió aquella dureza entrar en su posesión, invadiendo sin permiso todo lo que le pertenecía. Una punzada de dolor. Su coño no estaba todavía reparado para tanta brutalidad, pero daba igual, aquello la excitó también, todavía más.

Con una mano le tapó la boca para que así pudiera gritar lo que quisiera, que sus gemidos se ahogarían por la mordaza. Usada por un bruto entregado a la desesperación solamente podía entregarse a la voluntad, a las nuevas necesidades de su amo.

Ahora la polla la estaba reventando de placer por dentro, entrando y saliendo con todas sus fuerzas la notaba abrirse paso, una y otra vez, entre las mojadas paredes de su coño. Le venía un orgasmo. Iba a ser brutal. Lo sabía. Cada embestida era ahora un ariete que le sacaba el placer escondido de las entrañas, sentía hasta el más mínimo contacto como una fuerte que le hacía estallar el placer más íntimo, más intenso, más animal. Pero él ya lo había previsto. Gracias a él pudo gritar y berrear de todo el fuego que le estaba saliendo del coño para reventarle el cuerpo a oleadas inmensas.

Aquellos, los que estaban al final del pasillo no la oyeron, su mordaza ahogaba sus gritos. Sara que aquella zorra despreocupada siguiera tan segura de sí misma, que era la reina. Pero su bastón de poder ahora estaba ahora en otro sitio, estaba destrozando su coño a embestidas.

Faltaba poco. Iba a ser rápido, y es que cuando un hombre se manifiesta como quien es y disfruta tanto a sus anchas, su placer se multiplica. Él no iba a soportar el orgasmo, no lo iba a retrasar. La levantó y con la misma fuerza, como un juguete, la obligó a arrodillarse. Ella comprendió su función. Levantó la cabeza y lo miró. Pudo ver desde ahí la cara desencajada de su dueño, con una expresión entre necesidad y rabia. Iba a ser duro, iba a ser rápido. Iba a ser placentero.

Le cogió la cabeza. La metió la polla hasta la garganta. Estaba muy dura. Ella hizo todo lo posible por abrir su boca, su lengua, su garganta, para que toda esa carne egoísta la poseyera a placer, hasta el fondo, que la reventara, que la ahogara. Empezó a moverle la cabeza, rápido y con fuerza. Ella cerró los ojos y se abandonó completamente, era su juguete, meneado, golpeado, para satisfacer sus fantasías. Solo una explosión final terminaría con aquello. Le reventaría a lefazos la boca. De pensarlo un nuevo placer le invadió el cuerpo y el coño. Entre tanta locura su cuerpo le estaba pidiendo explotar de nuevo. Bajó la mano y castigó su clítoris duramente. Lo palmeaba, lo apretaba, lo pellizcaba dándole lo que pedía. Tú también eres esclavo ahora (pensó), es lo que él quiere. Apretó el clítoris entre los dedos y le sobrevino un nuevo orgasmo. Aquel dolor, aquella furia, se había convertido en un orgasmo desgarrador que la transportaba hasta la locura, y sus tremendos gritos se vieron ahora acallados por la polla en la garganta. Gritaba desesperada sobre ella, lanzándole con exigencia su placer desbordante.

Justo cuando terminó, su amo, que la había esperado, empezó a correrse. Los empujes de las manos que le lanzaban la garganta contra su polla se hicieron más lentos, pero ahora agarraba su cabeza con las dos manos con una fuerza casi brutal. Una vez. El glande se endureció y se agrandó, lo notaba llenándole el paladar, palpitó y soltó un primer chorro de semen. Grande, denso, caliente, se expandió, su calor rebuscando en todos los rincones de su boca, llenándola, intentando poseerla por completo. Le sacó la cabeza. Las manos la estaban apretando ahora con mucha más fuerza. Despacio, pero muy fuerte, volvió a machacarle los labios contra el cuerpo. Dos. Otra explosión. El calor de tanto semen se le quería escapar por la garganta, escudriñando hasta el último rincón. Tres. Cuatro. Cinco…. Ahora estaba llena de toda su densidad, de su calor, de su sabor.

Extasiada, arrodillada en el suelo, con la boca repleta de semen, quería más, mucho más. Ojalá hubiera hecho todo eso antes, necesitaba más tiempo. Su cuerpo le pedía seguir reventando de placer hasta agotarse. Él, despacio, con cariño, con cuidado, le sacó la polla de la boca.

– No te lo tragues.

Se levantó. Cogió una de las tazas que, ordenadas, esperaban también cumplir su función. Se arrodilló frente a ella y se la puso debajo de la barbilla.

– Aquí, suéltalo todo aquí.

Estaba agradecida de que hubiera tenido en cuenta ese detalle. Así lo hizo. La taza estaba ahora llena con todo el semen, enfriándose entre su propia saliva.

La besó dulcemente. La abrazó como un tesoro, le dijo al oído:

– Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Siempre estabas ahí y no me atrevía a decirte lo bella que eres. Nadie había sacado de mí tanto placer ni tanto deseo como tú.

La besó en los labios, despacio, dulce, reverente.

– Levántate.

Le temblaban las piernas. Él se quedó de rodillas hasta que tuvo su coño, mojado y palpitante todavía, frente a la boca. Lo lamió con cuidado, limpiándolo, recogiendo las gotas de su flujo blanco con la lengua. Se levantó, se puso a su altura. Sin parar de mirarla escupió en la misma taza también su flujo, también su saliva.

– Vamos a dárselo a esa zorra, ¿quieres que se trague algo más?.

Claro que lo hizo, soltó un escupitajo cargado de desprecio. Allí estaban, juntos, las salivas, el semen, el flujo, el odio, la indignación y el desprecio, enfriándose, revueltos en una masa informe. Iban a dárselo de beber.

Sintió la fuerza de lo prohibido recorrerle las entrañas como un ciclón. Entre los dos lo prepararon todo, entre los dos. Cómplices. Volvieron al salón con todos aquellos, y soportó cómo aquella mujer le lanzaba una nueva mirada fulminante llena de altanería y odio. Después le miró a él:

– ¿Ya habéis venido? ¿Qué hacías con la niñita en la cocina tanto tiempo?

– Preparar el café, claro. El filtro estaba algo mal y hemos tenido que limpiarlo.

– Ven aquí y siéntate al lado de tu reina.

Así lo hizo, dejó la bandeja sobre la mesa y algunos miraron extrañados la taza ya servida.

– Te he preparado el café como te gusta, con leche y algo dulce.

– Pues claro que me va a gustar.

Ella no podía creer lo que estaba viendo, mientras contemplaba a aquella imbécil, altiva, beberse amaneradamente y a sorbos pequeños aquella taza llena de frío semen, de flujo, de sus escupitajos, ahora desperdicios de un placer animal y de su desprecio. Era prohibido. Era humillante. Extrañamente una nueva ola de placer le recorrió el cuerpo hasta estallarle calladamente en el coño.

Eso era lo que ella buscaba, y él había sido capaz de leerlo, de comprenderla sin palabras.

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