La forma tan rara en que termine siendo padre

Fue, lo recuerdo bastante bien, por los primeros meses de 1968, cuando los hielos invernales comienzan a trocarse en las primeras lluvias de Primavera, hacia mediados/fines de Marzo… Puede, incluso, que fueran los muy primeros días de Abril. Comenzaré diciendo que Mariola fue gran amiga mía años antes de ese 1968, pues lo éramos de la infancia pues éramos vecinos y no pocas veces jugamos juntos por la calle y tal; luego, cuando empezamos el bachiller, fuimos distanciándonos, por aquello de que “los niños con los niños, las niñas con las niñas”, esto es, los chicos a colegios de chicos, las chicas a centros de chicas. Nos veíamos, de todas formas, que no en balde vivíamos a dos pasos, pero ya no jugábamos juntos y apenas charlábamos al encontrarnos. Pero luego también pasó, hacia nuestros 18/19/años, 1958-59, pues éramos prácticamente coetáneos, en todo caso, ella unos tres meses mayor que yo, que Mariola pegó la gran campanada: Se escapó de casa, con una amiga…

En sí la cosa apenas habría tenido importancia, sin pasar a mayores, que eso, fugarse de casa dos chavales, pues tampoco era tan extraordinario por aquellos tiempos, pero el caso ese, en particular, tenía caracteres un tanto, sintomáticos, para pasar por alto el asunto, pues en ello había un fondo de femenina homosexualidad, entre las dos amigas, pero el muy probo, muy circunspecto de D. Fernando Morales, padre de Mariola, la verdad es que se pasó en las medidas que tomó frente a su “vástaga”, pues más fresco que una lechuga, sin encomendarse a Dios, menos al Diablo, denunció el caso a la Guardia Civil para que la localizara y pusiera a disposición del Tribunal Tutelar de Menores, pues a la denuncia por la fuga, acompañó otra, acusando a su niña de incorregible. En fin, que a la pobre Mariola me la metieron entre rejas, en un correccional femenino para que corrigiera tales inclinaciones desde entonces y hasta cumplir la mayoría de edad, cuando menos; esto es, sus 21 años, edad a la que por aquellos entonces se reconocía al mocito/mocita ser mayor en edad, saber y gobierno

Yo hacía algún que otro año que nada sabía de ella, pero cuando supe de su triste situación no pude ya aguantar mi conmiseración, hoy diríamos solidaridad, hacia ella; sea como sea, como queramos decir, la cosa es que lo que a Mariola le pasaba yo lo sentía muy adentro de mí, como algo muy, muy mío. Y allí estaba yo, en aquella institución penitenciaria, esperando que la sacaran para poder yo charlar un rato con ella, media hora al día a todo tirar. Eso hacía yo los tres días semanales que podía tener visitas… No salíamos de allí, de esa entre “Residencia y Cárcel para Menores”, pues aunque el régimen era muy semejante al carcelario, también eras mucho más relajado, pudiendo disfrutar su población de ventajas ni soñadas en una prisión, como disponer de jardines y cuartos-comedor donde poder charlar más a gusto, con mucha más intimidad, con las visitas que tuvieran, siendo hasta posible tocarse, tomarse de las manos, al menos, hasta las parejita… Aunque con muchísimo cuidado con “hacer manitas”, que como te vieran, ibas listo/lista. Por cierto que, hasta de “correveidile”, “ayuntador de voluntades”, “alcahuete” y qué sé yo más cosas, pues, como solía suceder, no me pude resistir a los ruegos de Mariola para que le trajera y llevase el correo, las cartitas, que se cruzaban ella y su “novio”, como la muchacha definía a la amiga con la que se fugara que, por cierto, estaba en la calle, pues sus papis no se tomaron el “affere” con su amiguita tan a la tremenda como el “papuchi” de Mariola

Y así, en esa, digamos, cotidianeidad, llegaron los 21 años de Mariola, y con la mayoría de edad su desaparición casi absoluta, sin dejar rastro tras de sí, como suele decirse… Se decía, se chismorreaba, se comentaba, se comadreaba, que se había ido a vivir con su amiga lesbiana pero sin tenerlo a ciencia cierta y, menos, por dónde podía andar, vivir, sola o liada con alguien, quién fuera… Vamos, que Dios sabría algo de Mariola, pero por lo que a los simples mortales competía, ni flowers, “oigue”, que suelen “desir” “les catalans”, “fotut i no fotut”. (Los catalanes, jodidos y no jodidos)

Y como el tiempo es incansable, que no se detiene ni aunque le cantes una nana, pues los años fueron pasando uno tras otro, como las monedicas se van para no volver en las “tragaperras” de los bares, ¡dita sea, Miquelarena!, hasta casi abocarme a los 37 años, con lo que Mariola acabaría de cumplirlos o por ahí, ahí, irían las cosas… Pues bien, y a lo que iba, que entonces, y no antes, a mi antigua amiga le dio por dar señales de vida, mire usted por dónde, “señá Rita”. Ella vivía por San Bernardo/calle del Pez, y quedamos para vernos en un bareto entre sitio de sándwich y taberna de barrio, en calle San Bernardo casi esquina a la del Pez. Y entonces, en esa casi taberna, casi sandwichería cutre, Mariola me soltó la bomba… No la atómica, desde luego, pero le faltaba poco: Que el “arroz” lo tenía ya más “pasao” que el de la fonda la estación, que ya es “tenello pasao”, pero que ella quería ser madre, tener un hijo, vaya… Pero que ni oír hablar quería de esas guarrerías de inseminación artificial, donantes anónimos de esperma etc., sino que lo que quería era el modo “casero” y muy tradicional de la “fabricación” de bebés, por contacto directo, directísimo, y más que íntimo intimísimo, entre ambos parentales, el futuro papá y la futura mamá… En fin, que hasta aquí, todo normal y a ver qué puñetas pintaba yo en tal entierro, cuando eso era más viejo y fácil que el mear; total, que la Mariola se buscara un “chorbo” ligeramente apetecible, se lo llevara al “huerto” unas cuantas de veces y asunto arreglao…

Pero, miren por dónde, “vuesas mercedes”, que la cosa, tan fácil, pues no era, sino que estaba un tanto liada, pues mi Mariola de mi arma, me salió con que ella sería una “bollera”, “tortillera” o, por mejor nombre, lesbiana, pero seria, no una “nenaza maricona” de tres al cuarto que, al final, se lo “monta” con cualquiera. Que de eso nada; pero que nada de nada, pues en sus interioridades no entraba más que lo que, de verdad, quería y le agradaba, y que en tan selecto grupito de gente, ni un tío había, pues sólo con pensar en que una de esas bestias de dos patas se la “empalara”, ella, a vómito estaba puesta al segundo. Como fácil os resultará deducir, este servidor de Dios y ustedes, mis voacés, se quedó a cuadros escuchando a su querida amiga, aunque diciéndose para sus adentros

¡Y esta tía de qué va, jolines!… ¿Está loca de remate o se está quedando conmigo por “to´l” morro?

Mas hete aquí, vuesas mercedes, que la Mariola de mis pecados ni estaba como un cencerro ni, tampoco, quedándose conmigo “por too’l morro”, sino que todo tenía su más que lógica explicación. En este país de mis muchísimos pecados, desde antes del mear, como quién dice, existe una especie de refrán que, la verdad sea dicha, tiene más razón que un santo: “Quien algo quiere, algo le cuesta”… O, lo que viene a ser lo mismo: “Quien quiera peces, que se moje el culo”, con perdón. Así que, si mi muy apreciada amiga Mariola deseaba quedarse embarazada según los más ancestrales usos y costumbres de la especie humana, pues no le quedaba otra que abrirse de piernas para un tío… Y, lo peor era que, de momento, ni pastelera idea de la cantidad de veces que tal drama debería repetirse, salvo que ella resultara ser una especie de coneja a la que bastaba que el tío se afloje el cinto par ella resultar preñada al instante, que tanta sangre no parecía probable llegara, finalmente, al río

Y ahí, en ese tenerse que abrir de piernas, muslos y tal, para un afortunado mortal, hijo de Adán, era donde yo entraba, miren usías, “monseñoras” y monseñores, por dónde… Y lo grande de la cosa, es que tenía su explicación, bastante lógica, además… Yo, se mirara como se mirase, era un tío… Y, además, normal, con toda mi barba, genitales, etc. etc. etc. Pero también, nos conocíamos desde la infancia y desde nuestra más tierna niñez, amigos muy, muy, queridos… Yo por ella, ella por mí… Pero es que también estaban esos días, semanas meses y años, de sus 18 a sus 21, de su prisión en esa cárcel para menores, el correccional, donde su padre, su propio padre, la dejó… En fin, que yo sería un hombre, un “pastelero” macho humano, pero no menos ciertos los lazos de cariño que mutuamente nos profesábamos Luego, yo era el único “macho humano” que podía valerla para sus propósitos, mire usted por dónde, señá Javiera…

Y qué queréis, mis señorías. Que ante sus pucheretes, sus “lágrimas de cocodrilo”, sus plañideros lloros, pidiéndome, suplicándome, más bien, tuviera piedad y misericordia de ella. Pues sí; pues eso, que claudiqué… Me rendí a ella en toda la línea… ¡Dita sea mi suerte!… Pero es que, además, la muy “eso” lo tenía todo estudiado al milímetro, como quién dice. Vamos, que había “echao” mano del ginecólogo para que la instruyera, bien, pero que muy bien instruida, en el arte de establecer los días más fértiles de su ciclo de mujer… Vamos, los días que, impepinablemente, si se “conoce a varón”, el bombo es más que seguro… ¡Por la gloria de mi mare!, creo que hasta juró el ginecólogo de marras.

En fin, que nos separamos tras de que ella me indicara que en unos días me llamaría para que, de inmediato, me trasladara a su casa, donde viviría los críticos días de mayor fertilidad, sólo cinco, que conste, pero a lo bestia, sin salir de la cama, como quien dice, en todos esos días críticos. Vamos, cinco días copulando a destajo. Bien mirado, el sueño de cualquier macho ibérico y carpetovetónico, por más señas…

Y como bien se dice que no hay plazo que no se cumpla, el de los días para que me llamara a fin de constituirme en “macho semental” a todo ruedo se cumplió a raja tabla, trasladándome a su casa tan pronto ella me lo demandó al llamarme. Y lo cierto es que ni a coger resuello me dio tiempo, que ni veáis lo que son cuatro pisos a pie enjuto, sin ascensor, y tirando, además de una maleta de esas tipo “troley” que, “sus” lo aseguro, “sus” lo juropor la gloria de mi suegra y mis cuñáas”, que no es “moco pavo”. Y es que, fue ella misma, la Mariola de mis “pecaos, la que salió a abrirme, apenas terminaba yo de pulsar el timbre; pero una Mariola más desnuda que vestida, con solo una batita tipo “Salto de Cama” “que no se pué aguantá de sensuá qu’era” y clara vocación de impúdico “picardías”… Pero ¡Dios!, y qué “buenaza”, qué “buenorra” que estaba la dichosa Mariola de mis grandes, “enormeuses, “ducas”(penas, en caló), trabajos y sinsabores

En fin que, acceder yo a aquella casa y ella agarrarme de una mano para, casi a rastras, llevarme a su cama, fue todo uno, la perfecta unidad, diríase… Y no queráis saber lo que tardó en desvestirme, vamos, en dejarme en pelota picada, que un cura loco, yo creo, seguro estoy, que tarda más tiempo en santiguarse… Y, desde tan ínclito momento cual fue el de situarme encima de ella, en medio de tamaño Arco de Triunfo cual eran sus muslos, sus piernas, algo más que abiertos/abiertas para mí, y, por fin, PENETRARLA…

Pero, ¿sabéis?… Pues que mi gozo en un pozo… Sí; cinco días… Esto es, cinco mañanas, cinco tardes y cinco noches, sin salir de la cama, como quién dice, ni “pa mear”, copulando en sesión continua, sin descansar apenas; comiendo casi de milagro y durmiendo de milagro, sin el casi… Sí, repito y remacho, copulando hasta reventar, hasta empacharme de mujer… Hasta el hastío de mujer… Porque aquello no fue gozar de ella, de ese monumento de mujer que Mariola era, es; aquello ni siquiera era sexo, menos, lo de “folgar con hembra placentera”…

Porque aquello era trabajo, labor de chinos, trabajos forzados, incluso, empujando, y empujando y empujando… Empujando todo el tiempo… continuamente… ¿Gozar con aquello?… Pero… ¿Se puede gozar “haciéndoselo” a un cadáver, un ser muerto, inanimado?… Porque eso era entonces, mientras la penetraba, mientras se lo “hacía”… Eso es lo que era Mariola: Un cadáver, un ser inanimado…MUERTO…

Al fin acabó aquello, pasaron los dichosos cinco días y pude salir de aquél encierro donde me asfixiaba, la casa de Mariola… Me fui de allí jurándome que pasara lo que pasase, aunque una legión de demonios, de zombis devoradores de gente viva la persiguiera, ni un dedo volvería a mover en pro de ella… Y así fueron pasando los días, hasta cumplirse los trece, catorce, quince días desde que salí de la casa de ella, Entonces, en ese, catorceavo, quinceavo, puede que hasta dieciseisavo día, ella me llamó, hecha una Magdalena, sollozando bastante más que llorando

¡¡¡Me ha venido!!!… ¡El periodo, la regla, me ha venido!… ¡¡¡NO ESTOY EMBARAZADA!!!…

Y yo qué iba a hacer sino correr desalado a su lado, intentando consolarla. Me abrió la puerta ella misma y, al punto, se me echó en los brazos que yo le tendí tan pronto la tuve delante. Y así, abrazados los dos, entramos al salón… Mariola, mi Mariola, de nuevo, no dejaba de llorar…de sollozar diciéndome, incluso, con esa su voz, entonces, entrecortada, si, a lo mejor, ella no valdría “p´al negocio” de los hijos, a lo que, como es natural, yo repliqué que no pensara en tonterías; que lo cierto es que no son pocas las parejas que se pasan meses y meses intentando ser padres y no lo logran sino, a veces, hasta tras años de intentarlo…

También le insistía en que, en todo ello, realmente, la planificación más bien sobraba; que lo importante es que la pareja se quiera, se ame… Y a la pata la llana, cuando se desee… Que pudiera ser que, de lo que en verdad padeciera, es de obsesión por embarazarse, obsesión que podía constituirse en decisivo obstáculo para lograrlo…

Y ahí sí que se armó la de Dios es Cristo… Que si es que iba a tener que esperar años y años, haciéndolo conmigo, que no con otro claro está, día sí, día también, y así hasta que la flauta suene de pura casualidad… Vamos, que si al principio se autoincupaba del fracaso, las tornas empezaron a variar, mudándose las “cañas” en picas o lanzas, con que a lo mejor el culpable era por ser “capón” a todo ruedo. Y bueno, pues que tampoco creo tan imprescindible añadir que la cosa acabó, más/menos, como el “Rosario de la Aurora”, esto es, a farolazo limpio y abandonando yo tan ingrata casa como alma que corre el Diablo, no sin antes recomendarle que se dejara de gilipolleces y acudiera a la fertilización asistida, in vitro…

Pasó un tiempo, dos, tres semanas, y de nuevo, un día la tenía al teléfono… Ni mentarme siquiera la agarrada de días antes… Así era, también, Mariola; que hoy podía decirte de todo, ponerte como un trapo, y al día siguiente, como si nunca pasara nada… Y algo así fue llo que hizo, pues sin preámbulos que valieran, se fue, directamente, al grano, a lo la interesaba y preocupaba

Oye mira que he estado pensando en lo que el otro día me decías y empiezo a pensar que puede que tuvieras razón y finalmente, lo de la “fertilización” esa que decías, sea lo mejor

Pues claro, mujer: con toda asepsia, sin contacto directo alguno… Todo, científico…muy acientífico…impersonal…

Sí, sí… Ya lo sé… Pero, ¿sabes?… Ahí está, precisamente, lo malo… En la asepsia; tanta, tantísima asepsia… En lo impersonal, tan tremendamente impersonal que resulta todo. Tan frío, tan despersonalizado… Tan deshumanizado todo por falta, precisamente, de calor humano en el proceso…

Yo me quedé callado escuchándola, pues entendía muy buen a lo que se refería; en sus palabras latía el mal actual, el que aqueja a casi toda esta sociedad post moderna, post consumista, post despilfarradora: La soledad… Me acerqué más a ella; la acaricié como creo que nunca antes lo hiciera por la forma tan sumamente tierna, dulce, mimosa, en que lo hice

Vamos a ver Mariola… ¿Es que no tienes pareja?… ¿Y aquella chica, con la que escapaste siendo aún casi cría, a tus 18 año; esa que decías era tu “novio”?

Elevo a mí sus ojos y en ellos lo único que vi fue tristeza…desánimo… Tristeza de vida vacía, sin objetivos, sin ilusiones…

No, Luis; no tengo a nadie… Esa que dices, ni siquiera me esperó a que yo saliera de aquella cárcel… (Se me abrazó, toda llorosa, toda ella desvalida) Eres…eres lo único que tengo; el único amigo…el único apoyo con que todavía puedo contar… No me falles, Luis, querido amigo mío… No dejes de ser mi gran amigo… El pecho en que siempre podré venir a refugiarme, el braza al que siempre podré agarrarme… No me dejes nunca, Luis, querido amigo mío…

La abracé, la besé y ella se me abrazó echándome sus brazos al cuello, besándome también. Nos acariciábamos, besábamos, en mejillas, pelo, ojos, frente…alternando labios y manos acariciadoras… Y todo se fue dando de la manera más natural del mundo, sin buscarlo, sin quererlo, “motu proprio”, mis labios, mi boca, buscaron sus labios, su boca, boca y labios que no me negó; tampoco me los abrió, pero no se opuso a que yo sellara sus labios, su boca, con mis labios, mi boca… Y luego, cuando mi lengua pidió paso franco a su boca, ésta, dócil, se abrió de par en par para que mi “serpiente” le recorriera hasta el último rincón, el más escondido recoveco, de tan jugoso interior, sin olvidar el homenaje a sus dos hileras de dientes, sus encías, lamiéndolo, relamiéndolo todo bien, pero que bien, bien, relamido.

Y fue entonces que me pareció escuchar un casi inaudible gemido de ella, de esa Mariola que me estaba volviendo algo más que tarumba, aunque yo no fuera, aún, en absoluto consciente del pavoroso incendio que en mi interior, mi pecho, mi alma, estaba surgiendo. Ella, desde que esa relación que empezara como simplemente cariñosa, cariño de amigos que de verdad se aprecian, se quieren, se trocara en algo mucho más íntimo, erótico, se venía manteniendo con los ojos cerrados y en absoluto silencio, silencio al fin roto por aquél gemido que su garganta no alcanzó a quebrar en flor ni pudieron ya sus labios retener, ahogar…

Gemido que, sin duda alguna, era de placer… Del placer que yo, un macho, estaba dando a aquél ser del, digamos, “género neutro” (“Neutro”, del verbo latino “Neuter, Neutra, Neutrum”=”Ni lo uno, ni lo otro”) Y qué queréis que pasara a continuación más que ms manos bajaron a tomar sus senos, por encima de la ropa, sí, a través del sujetador, también, pero allí estaban en mis manos que los acariciaban sus senos, sus tetas, divinas ánforas de pura ambrosía digna de los más altos dioses del Olimpo… Y, de nuevo, la escuché… Sí, y bastante más nítidamente que la vez anterior; eran, sin duda, gemidos; gemidos de placer que ella, más inútilmente que menos, trataba de ocultar, reprimir en su garganta

Bueno, también digamos, en honor a la verdad, que tampoco Mariola iba tan tapada, pues sólo la cubría una bata de satén, símil seda, pude decirse, cerrada por un cíngulo, ceñidor o cinturón, como deseemos llamarlo, hecho en el mismo tejido en que se confeccionó la bata, ciñendo la cintura de Mariola… Y, de nuevo, la tentación desbancó a la templanza, con lo que mis manos, bastante más torpes que seguras, soltaron ese último freno mi descarnada concupiscencia, el cinturón que velaba el cuerpo de diosa de Mariola, que se desveló ante mí al instante cubierto sólo ya por la escuálida braguita-tanga y el sujetador, ambas prendas a juego, la una con la otra, en seda, sí, seda natural, negra, un conjunto tremendamente erótico por las blondas, encajes y transparencias que lo adornaban, dejando traslucir toda la increíble intimidad, feminidad, de esa mujer que, decididamente, me traía loco; loco de deseo, de pasión por ella

Y como de otra forma tampoco podía ser, me deshice, primero, del sujetador que celaba sus divinos senos, perfectos, ni demasiado grades ni tan pequeños tampoco, sino del tamaño justo para abarcar cada seno con cada mano llenándose ambas a tope, sin sobrar un gramo ni faltar un adarme. Los besé, los lamí, ora uno, ora otro, mientras mis pulgares, sus yemas, hacían los honres a los ya más que erectos pezones, que, enseguida, recibieron el agasajo de mi lengua al lamerlos, de mis labios al besarlos, al chuparlos, al succionarlos… Y por fin, exploté, cargándola en volandas, corriendo hacia la habitación, su dormitorio, done la deposité, con más calma que tormenta, en la cama, su cama, el “tajo” done semanas antes me sometiera a trabajos forzados…

Si, la dejé sobre la cama tal y como estaba, con todo su cuerpo desnudo a excepción de las nimias braguitas; en realidad, con ella aún en mis brazos, de alguna manera había trepado yo mismo a la cama, logrando medio encaramarme a ella de rodillas, fin de depositarla como yo quería dejarla, más menos por el centro de la cama, con su cabeza descansando en la almohada

Con ella donde y como la quería, volví a ponerme de pie para desnudarme en menos que se tarda en decirlo y, tal y como mi señora madre me puso “in hac lacrimarum valle” Y así, en “cueritates” vivos y con mi virilidad pidiendo guerra no ya a gritos sino en alaridos, me encaramé decididamente sobre la cama, sobre ella; le bajé las braguitas, metiendo mis pulgares por el elástico, tirando de ellas hacia abajo, seguidamente. A todo esto, ella seguía en mutismo más que menos absoluto, los ojos cerrados y el cuerpo, toda ella, en definitiva, lasa, inane, como muerta, pero complaciente a cuanto yo, tácitamente, con hechos que no palabras, le pedía; así, cuando tal fue preciso, ella alzó su culito, permitiendo que le sacara las braga a lo largo de sus piernas hasta, por sus pies, acabar en el santo suelo

Admiré entonces, y acaricié, esa negra pelambre de su pubis, toda ella recortadita en coqueto triangulito isósceles invertido, con la base arriba y su vértice más agudo allá por sus bajuras. Sí, acaricié los sedosos rizos de suave pelo, pero también sus venéreos labios, mayores y menores, semi abiertos a mis acariciadores dedos, las yemas de dichos dedos, por ser más exacto, acciones estas que ella saludó con un acusado respingo que la hizo abrir los cerrados ojos siquiera unos instantes para fijarlos en los míos… E, incluso, parecióme apreciar una sombra de sonrisa en esos sus ojos…hasta en sus labios, su boca, su rostro… Pero lo inconfundible, lo enteramente audito (“audito”=”Que se puede oír”) fue el sonoro ritmo de su respiración, señal evidente de lo alborotado de su corazón y el más que gemido, jadeo, y no tan leve, tan inaudible…

Fue entonces, puesto encima de ella pero abarcándola entre mis abiertas más que piernas, rodillas, pues arrodillado estaba, hice ligera presión sobre sus muslos para abrírselos, abrirla de piernas para mí, vamos, a lo que esa Mariola que me traía algo más que “mochales” (loco) perdido respondió abriendo ella misma sus muslos, sus piernas todas, en cuanto podían dar de sí… La penetré con decisión, firmeza, enviando mi ariete hasta lo más profundo de su gruta de un sólo envión, podría decirse, pero todo ello envuelto en guante de seda, pues por firme y decidida que mi acción fuera, en absoluto adoleció de suavidad, dulzura, casi, casi que mimo. Ella, al punto, nuevo respingo y, otra vez, sus ojos se abrieron, como platos, para mirarme, pero enseguida volvió a cerrarlos…

Quedé quieto unos momentos, como si deseara que Mariola se acostumbrara a tenerme dentro, como si unas semanas antes no me hubiera tenido, y hasta la saciedad, invadiendo lo más profundo de sus entrañas, pero de eso ni me acordaba entonces, obnubilado con o que estaba haciendo, gozando como jamás antes gozara con hembra humana alguna, y , por lo que sea, tremendamente interesado en eso, ser gentil, dulce, tierno con ella, Mariola, mi querida Mariola… Y empecé a moverme, adelante, atrás, adelante, atrás, entrando hasta lo más profundo de ella para retraerme al instante hasta la misma entrada de su cuevecita, hasta tener mi glande entre los labios de ella, para al instante volver a entrar hasta el fondo, pero todo ello, casi, casi, que en cámara lenta, despacio, muy, muy despacio…suave, muy, muy suave, acariciándola mientras se lo hacía, besándola con todo el cariño hacia ella, Mariola, que entonces me embargaba…

Los minutos iban pasando sin yo, prácticamente, darme cuenta… ¡Estaba en el Cielo, en a Gloria!… Si hubiera podido pensar, a mi mente, seguro, habría venido la letra de una canción de la Ana Belén, “Que no acabe esta noche ni esta luna de Abril/ Para entrar en el cielo, no es preciso morir”… No; no era, no es preciso morir para saborear las mieles del Cielo, basta con disfrutar del dulzor del cuerpo de Mariola… Como digo, los minutos transcurrían sin apenas apercibirme yo de ello, enteramente ocupado en gozar de lo que tenía, el cuerpo delicioso, maravilloso, de la que, aún, no era más que mi amiga de la infancia, mi querida, queridísima, amiga, por finales… Pero de esa especie de ensimismamiento en que me sumiera vino a sacarme ella misma, cuando, una vez más, la escuché gemir y hasta jadear, eso sí, por lo bajinis, muy, muy bajinis, casi inaudible ese “Aaagg”, “aaagg”, “aaagg”, “aaagg”. Y la miré, reparé absolutamente en ella.

Seguía con los ojos cerrados, pero su rostro aparecía casi desfigurado, con los dientes fuertemente enclavijados, el labio inferior manando sangre, clara muestra de haber sido taladrado, salvajemente, por sus dientes… Toda ella era una clarísima muestra de lo que es estar dominado por la pasión, el deseo más arrebatador, pero empeñarse en constreñirlo, ahogarlo, dominarlo… Y yo no supe bien qué hacer; comencé a acariciarla, besarla, lamerla toda ella, su rostro, su cuello, sus senos, su vientre… Y no seguí más para abajo porque, francamente, no podía…me habría sido imposible… Pero me salió el tiro por la culata, pues lo único que logré fue que enclavijara más aún los dientes, pero con los incisivos clavados, y bien, pero que muy bien, clavados en su labio inferior, autolesionándose pues, y más que salvajemente, a fin de no ceder sus deseos, ser fiel a su condición homosexual, que una cosa era que pudiera tolerarme para lograr su preñez y otra muy distinta entregarse, y con toda su alma, al hombre, el macho humano que yo, a la postre, era…

Así que decidí acortar eso cuanto me fuera posible, comenzando a tallarle sus entrañas con toda mi alma, todo mi poder de macho… o machito, que servidor, de tipo atlético, deportista y tal, la verdad es que nada de nada, sino españolito corriente y moliente del año del hambre, luego un titillas con menos músculo que un jilguero… Pero aquello pareció dar resultado, pues los gemidos, los jadeos de mi Mariola se hicieron más, mucho más nítidos, mucho más sonoros… “Aaagg”, “aaagg”, “aaagg”, “aaagg”… “Aaayy”, “aaayy”, “aaayy”, “aaayy”… En nada, su cuerpo se tensó, cual cuerda de piano, alzándose decididamente sobre la superficie de la cama manteniéndose en vilo, apoyada en su coxis y sus hombros, mientras sus caderas empezaban a mover su cuerpo, queriendo acompasarse conmigo, al ritmo con que yo me movía, la penetraba… Sí, fue clarísimo que, quieras o no quieras, a regañadientes, incluso, pero acababa de disfrutar de un orgasmo que, a juzgar por los hechos, debió ser de los que hacen antología… Y sí, casi al mismo tiempo fui yo quien se vino en su interior, en el paraíso de sus entrañas, su Sancta Sanctorum de mujer

Y resultó que en ese momento, cuando me volcaba en ella, abrazándola como nunca la abrazara, como jamás abrazara a nadie mientras la besaba con verdadero arrobo, real, auténtica ternura hecha dulce de leche, lo dije… Se lo dije

¡Te quiero, Mariola!… ¡Dios mío!… ¡Te quiero, te quiero, te quiero!…

Ella entonces, al oírme, abrió sus ojos, me miró con más intensidad, más fijeza, que jamás antes lo hiciera para, finalmente, dedicarme la sonrisa más tierna que, tampoco, nunca jamás me dedicara, para, seguidamente, volver a cerrar esos sus dos luceros de la mañana… Yo había terminado, me había vaciado en ella por completo, en una venida que más tuvo de “avenida” que de “venida”, pues fue abundante como nunca antes lo fuera, ni se sabe los chorros de mi masculina esencia que entraron en su interior, y hasta lo más hondo de su divina cuevecita, pero se ve que, aún y con todo eso, yo no tenía bastante, pues seguí envidando lo menos otras cuatro o cinco veces, en suaves, tiernos enviones que, más que taladrar su ser de mujer, la acariciaban con todo cariño, todo mimo… Y, por finales,, fui consciente de que, antes que copular, fornicar, con ella, lo que realmente hice fue amarla… Quererla, con mi cuerpo, sí señor, con mi sexo, sí señora, pero también con toda mi alma, todos mis sentimientos de hombre, de ser humano capaz de pensar y de sentir… Capaz de querer, amar, con toda el alma pero, también, con todo el cuerpo

Así que, finalmente, no es que me cayera, es que me derrumbé encima de ella, destrizado, desjarretado,,, Y no sé; a lo mejor me equivocaba, a lo mejor, mi propio cariño hacia ella, mi propio y desesperado amor, me hacía ver lo que no existía, pero me pareció, creí, eso sí, por breves momentos, ver en sus ojos, en esa mirada con que me envolvía a la par que me tenía preso en ella, ligeros, eso sí, ligerísimos destellos de ternura, de cariño, de amor hacia mí… Pero ya digo, aquello fue sólo un momento, un segundo…o unos momentos, unos segundos, pero qué más daba… Eso era imposible, no podía ser… Ítem más, lo máas seguro era que ella entonces, ni siquiera como amigo me apreciara, ya que, en la práctica, acababa de violarla, obligarla a lo que ella, de buen grado, no quería… Así que, apenas me recuperé algo, tan pronto pude hacer algo más que meter aire y más aire en mis pulmones, salté de la cama, me vestí aprisa y corriendo y, tras pedirle perdón o lo que acababa de hacerle, rogándole que no me odiara demasiado, abandoné su casa para, cabizbajo, muy, muy cabizbajo, iniciar el regreso a mi propia casa…

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Pasaron, desde entonces, desde que me fui de la casa de Mariola, unas ocho, diez…puede que once semanas sin tener una sola noticia de ella, de Mariola…”mi” Mariola, convertida ya, a todo ruedo, en mi dulce, mi amado tormento… Y fue entonces cuando una mañana, más temprano que mediada la mañana, me llamó echa toda ella un manojo de nervios

Luis, por favor, ven a casa… De inmediato, ¿he?; de inmediato, “porfa”… Es que tengo cita con el médico… Bueno, el ginecólogo, para esta misma mañana, a las doce… Cariño, querido amigo mío… ¡Llevo ya dos faltas!… ¡Dos meses y algo sin venirme la regla!… ¿Te das cuenta, amor, cariño; te das cuenta?… A lo mejor, estoy embarazada…preñada… ¡Ay Dios!… Preñada, embarazada de ti… A lo mejor… ¡Ay Dios mío!… A lo mejor…

Y como estaba más que cantado, fui a su casa, a recogerla para acompañarla al ginecólogo… Ni siquiera se me ocurrió protestar, oponerme, por débil que tal oposición pudiera ser… Para qué, si de antemano sabía que sería inútil, que a sus ruegos nunca podría oponerme. Así que fuimos al médico, al ginecólogo y, efectivamente, tal y como mi dulce martirio más que barruntarse, deseaba, esperaba, estaba encinta…embarazada de unas nueve-diez semanas… Que mire usted por dónde en esa otra vez, cuando más que nada la violé, resultó que también la embaracé… Antes, cinco días dándole a la vara sin parar y nada de nada… Agua de borrajas todo, y ahora, sin quererlo, sin buscarlo, a la fuerza como quién dice, va y “suena la flauta”… Sólo me faltaba añadir lo de “¡Pero qué buena es la música asnal!…

Y, ni que decir tiene, que mi Mariola estaba que se salía de contenta Y ¡Dios! lo cariñosa que estaba conmigo… Ni mentarme, siquiera, la práctica violación, sólo hacía que darme las gracias por su “buena nueva”, entre caricias, besos y arrumacos varios que a mí me tenían más que menos abrumado pues me sabía, sin lugar a dudas, inmerecedor de todo eso, sino que, antes era para que me hubiera llevado a la cárcel por violador… Pero ella se empeñaba en ver en mí lo mejor que en su vida jamás ocurriera…

Como fácil será imaginar, del ginecólogo salimos para regresar a casa, a su casa, perola idea se truncó apenas iniciado el retorno. Como decía, “mi” Mariola estaba algo más que contenta; se la veía enteramente feliz… Yo, desde luego, en un principio, cuando tomé el teléfono para oír lo que oí, malditas las ganas que entonces tenía de salir de casa para acompañar a mi amada tortura al médico ese, pero entonces, pasado ya lo del doctor y viendo lo inmensamente feliz que el desesperado amor de mi vida era ante el hecho de su preñez, estaba también contento…contento, feliz, al verla a ella contenta, feliz… Y decidimos celebrar el feliz evento, la buena gestación de nuestro hijo

El ginecólogo tenía su consulta en casi lo más céntrico de Madrid, el Postigo de San Martí, a un paso del Palacio Real y sus jardines del Campo del Moro, la Plaza de Oriente, la de España, el Parque del Oeste, la Casa de Campo… Desde luego, el lugar invitaba, cosa fina, además, a pasar por allí el día. Y eso, ni más ni menos, es lo que decidimos hacer, darnos licencia para pasar por allí el resto del día… Además, resultaba que, tampoco, el domicilio de mi bello tormento estaba tan lejos; desde luego, deberíamos tomar el metro, en Opera, pero a solo dos paradas de viaje. Comimos en un restaurante-sidrería, muy, muy asturiano, unas fabes con almejas y una merluza a la sidra con arroz con leche de postre… Y lógico, café, y chupito de orujo legítimo de Asturias… Vamos, que nos pusimos “moráos”… Luego, paseo por la Plaza de Oriente, el Campo del Moro, tras el Palacio Real y acabamos en una barca de remos en el lago de la Casa de Camp…

En fin, que un día perfecto… Perfecto para ella y perfecto para mí, disfrutando de “mi” Mariola todo el tiempo, con ella colgada de mi brazo, al pasear, aunque tampoco faltaron los ratos de andar los dos muy, muy juntitos, enlazados por la cintura, como dos novios amartelados… Para mí aquello fue una especie de delirio onírico del que temía, no quería despertar nunca… “Y dije, quiera Amor, quiera mi suerte/ Que nunca duerma yo si estoy despierto/Y si dormido estoy, jamás despierte”… Acabamos por hasta cenar por aquellos andurriales, en forma bastante más casual que formal, a base de callos a la madrileña, mejillones a la marinera, que no almejas, por más económicos, gambas con gabardina… En fin, a base de tapas bien regadas con vino; sí vino, que no cerveza… Vino peleón, manchego, Valdepeñas etc., del año…

Y qué queréis, sino que regresamos a casa que era ya más media noche pasada que cumplida… Fue la inercia lo que hizo que subiera con ella hasta el piso; repetir, cual autómata, lo normalmente hecho, en vez de despedirme de ella al pie de su portal. Subimos, sí y ella me preguntó si me apetecía algo… Una última copa, un café, un refresco… Yo lo decliné todo, al empezar a entrarme las prisas por irme… Y es que, entonces, al cerrar la puerta del piso tras de nosotros dos, empecé a coscarme de la situación, ella y yo, allí solos, entre las cuatro paredes del piso, a tan intempestiva hora… Y, ¡Dios de mi vida!, y lo tremendamente bella, hermosa, deseable, que estaba “mi” Mariola… Sí, yo intentaba zafarme de ella, irme, y ella empeñada en todo lo contrario, retenerme, no dejarme marchar… Se me puso más que cariñosa, mimosa, en las carantoñas que me dedicaba, apoyándose en algún que otro puchero de fingida pena, fingido y lacrimoso dolor, “mano de santo”, eso, para desarmarme y hacer conmigo lo que le daba la real gana, vamos

Vamos que, lograda mi rendición sin condiciones a su santa voluntad con el mayor desparpajo me dejó encargado de preparar el café que se empeñó en que tomáramos, mientras ella, con su mayor soltura, o su enorme cara dura, me decía que iba un momento al baño, que enseguida regresaba… Y ya lo creo que regresó, en batita, salto de cama, deshabillé, negligé… ni sé cómo definir aquello… Largo hasta los pies, en un tul negro, de textura que desea ser tupida pero que no puede evitar ser semi transparente, de modo que, con casi perfecta nitidez se apreciaba que, bajo tan livianísima prenda, sólo el cuerpo integralmente desnudo de “mi” Mariola estaba, pues a la vista me saltaron, con cruel intención, sus senos, la negra sombra de su “prenda dorada”…

Me quedé sin habla, atragantado, al verla…y la muy puñetera, desde luego, se dio cuenta de cómo me tenía, con lo que la sinuosidad de sus movimientos al aproximárseme se hizo tal, que un guepardo, tal vez el felino más elegante, más sinuoso en sus movimientos, se moriría de envidia de poder verla… Yo había sacado a la mesita de centro que ambas piezas de sofás, dos y tres plazas, rodeaban el café que preparara, en su propia cafetera, más un par de tazas con sus platos, azucarero y cucharitas y ella, se desvió hacia el mueble bar aportando a la mesita una botella de mi coñac preferido, el “brandy” “Independencia”, de Osborne mas otra del anisete “Marie Brizard” más dos copas “Napoleón” Como buena anfitriona, escanció licor en ambas copas, hasta su ideal cota; por cierto, que ella lo que se sirvió fue un “sol y sombra”, uniendo coñac y anisete, mitad por mitad, aproximadamente al menos.

Elevamos las copas, brindando por nosotros y ella impuso que las bebiéramos de un trago, trasegando alcohol como cosacos, con lo que en un santiamén las copas estaban más vacías que faltriquera de bañista… Y, a rellenar copas se ha dicho, pasando mi preciado calvario sobre esa mi determinación de “¡Ni una gota más de alcohol, no vayamos a “godella”!”… En fin, que me vi, nuevamente, con la copa llena, y bastante más que antes, para más INRI, befa y ludibrio de uno… Y ya que me di “priesa” en acabar la segunda copa, y el café, que, absolutamente literal, me “clavé” ambos potingues, coñac y café, de un solo pero soberano trago, diciendo de contino, sin casi recuperar el resuello tras los tragos

Bueno pues que yo ya me voy, que es bastante tarde y tendrás que acostarte y dormir…

Si le pica un áspid a mi adorada condenación no salta más vivamente, echándoseme, literalmente, encima

No te vayas Luis; no me dejes… Quédate conmigo… Ye lo dije, Luis, querido amigo mío, estoy sola… Muy, muy sola… Y no quiero seguir así… Es triste, ¿sabes?… La soledad es triste… Acaba con una… La aniquila…

¡Dios mío, y cómo negarme a lo que más deseaba en la vida cuando ella me lo ofrecía en bandeja… Pero no debía ser… Por ahí, no debía yo permitir pasar… Tenía que ser fuerte, firme, al negarme… Pero también tierno, dulce… No quería hacerla daño… Tenía que demostrarle, convencerla, de que, lo que me pedía, convivir con ella, ni máas ni menos, ni era posible…no funcionaría… ¡Cómo convivir una mujer gay con un hombre, un macho humano!…

¿Te das cuenta de lo que dices, lo que me pides?… ¡Es que no ves que soy un HOMBRE, UN HOMBRE!… Y no de palo, precisamente… ¿No te das cuenta de eso?… ¿Qué haríamos tu y yo viviendo juntos?… ¿Cómo viviríamos?… Cómo podría vivir yo, enamorado de ti hasta las cachas…

Ella estaba, justo, junto a mí, frente a mí, a centímetros de mí, de mi cuerpo, mi pecho que casi, casi, rozaban sus senos… Y todo fue, pasó, como en una especie de vértigo, arrebato..Yo qué sé… Lo único que puedo decir es que mi supremo padecimiento se soltó la dichosa batita, salto de cama, deshabillé, negligé, “u lo que narices fuera”, quedando ante mí tal y como de las entrañas de su muy señora madre saliera hacía ya un “puñao” de años, al tiempo que me echaba sus brazos al cuello y me besaba como sólo ella era capaz de hacerlo, que me dejó “listo papeles”, acharaíto a ella, que suelen “desí po la tierra María Zantízima”, léase Andalucía y, más concretamente, Sevilla, para expresar entregado, rendido a ella

¿Te crees, amor, que no sé todo eso?… ¿Qué cómo viviríamos dices?… Sencillo, cariño; como lo que somos, hombre y mujer, macho y hembra, si así lo quieres, pero que se quieren… Y se desean, él a ella, ella a él… Porque yo te deseo, ¿saces Luis?; mucho, muchísimo te deseo… Acabas de decirme que estás enamorado de mí… ¿Cómo has dicho?… Ah, sí… ¡Hasta las trancas!… Y el otro día, cuando me embarazaste, al vaciarte en mis entrañas, ya me lo dijiste… “”Te quiero, te quiero, te quiero”… ¿Recuerdas que ya entonces me lo dijiste?… Luis cariño, querido mío… Yo, yo no sé si así te quiero yo a ti… Si estoy enamorada de ti…si te amos, como tú dices amarme… Sencillamente, no sé lo que es el amor, estar enamorada… Eso es algo nuevo, desconocido para mí… Ni siquiera valorado por mí, pues nunca creí en ello…Sólo en el sexo…seo puro y duro… Sex gay, homosexual, lésbico, por más señas Pero sí sé una cosa, la tengo clarísima… Que quiero estar contigo, junto a ti, el resto de mi vida… Que te necesito, Luis; te necesito conmigo, a mi lado, para toda la vida, porque me haces mujer, logras que me sienta mujer…mujer de un hombre, tú… Y hembra de un macho, tú, querido mío… Tu y sólo tu… Tuya y solo tuya, mientras viva…

Volvió a besarme con esa furia, esa entrega, esa dulzura, con que sólo ella sabía besar…besarme… Y lo que empezó siendo monólogo de ella se hizo ardorosa conversación entre ambos, al sumarme yo al pavoroso incendio de su pasión para, enseguida, tomarla en volandas llevándola así en brazos, a su alcoba, indiscutible tálamo ya de nuestro amor, nuestra pasión, nuestro carnal deseo, “per in saeculla saeculorum, amén…

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