La nueva vecina alemana

(Relato escrito a petición de Iván39_, todo lo reflejado en él es una fantasía y por tanto, una obra de ficción que no describe personas ni acontecimientos reales).

El inicio de todo esto es sin ninguna duda cuando mi empresa de sistemas informáticos me trasladó a Alemania. No podía quejarme, el traslado suponía una mejora de salario considerable y ellos me habían buscado casa. Un chalet con buenas perspectivas sobre el papel, al final de una urbanización antigua en un pequeño pueblo cerca de Hamburgo. Había echado un vistazo a los planos y unas cuantas fotos de la reforma de la que sería mi nueva vivienda durante los próximos cuatro años como mínimo, pero no tenía ni idea de cómo sería. Me describieron el pueblo como tranquilo y hogareño, una pequeña comunidad con un colegio, un instituto y unas cuantas tiendecitas, el típico lugar aburrido donde no es necesario el coche, todos se conocen desde niños y casi siempre encuentras las típicas familias de clase media-alta que han decidido alejarse del bullicio de la ciudad.

Si he de ser sincero no estaba nada convencido del lugar que me habían escogido para vivir. Me parecía una pesadez de pueblo y tenía pensado aguantar los siete meses que tenía que pasar en ese chalet de forma obligatoria para buscar un piso en Hamburgo, sin duda mucho más movida y activa que el pueblo donde sentía que me estaba confinando. A petición expresa mía mandé instalar cristales tintados en las ventanas al ver que mi parcela y la del vecino estaban lo bastante cerca como para no tener apenas sensación de privacidad y se suponía que tendría la casa amueblada y con mis equipos informáticos instalados cuando llegase, por lo que lo único que llevaba conmigo eran mis maletas y unas cuantas cajas.

Cuando finalmente llegué a tierras germanas y el taxista que me había recogido en el aeropuerto enfiló por la calle principal del pueblo confirmó mis sospechas: el pueblo era tranquilo, silencioso y aburrido. Si hasta ese momento había albergado esperanzas de tener experiencias interesantes estas se desvanecieron mientras hacía el firme propósito de mudarme a la ciudad cuanto antes. Para mi sorpresa, cuando me dejó delante de la que sería mi casa me gustó bastante ese aire de chalet tradicional de paredes encaladas, vigas de madera oscura y tejas de pizarra. El jardín delantero era pequeño, pero podía ver que el trasero se extendía hasta un pequeño río donde había una alta alambrada de seguridad cubierta de hiedra en parte. El taxista me ayudó a llevar mi escaso equipaje hasta el vestíbulo de la casa, encontrándome con un interior moderno y luminoso nada más cruzar la puerta. Iba a ponerme a desempaquetar la ropa y a hacer algo más personal el espacio cuando un par de golpes en la puerta me interrumpieron.

Cuando abrí me encontré con una atractiva mujer que sonreía ampliamente. A pesar de que yo soy alto ella tampoco me dejaba muy atrás, estaría en torno al 1.75 y tenía una constitución ligeramente fornida sin llegar a la gordura. Vestía de manera informal, aunque elegante, y cuando extendió su mano para saludarme pude apreciar la perfecta manicura francesa que llevaba. Sus maneras y su postura corporal revelaban claramente que estaba acostumbrada a llevar la voz cantante. Me cayó bien, además era atractiva y siempre resulta agradable que tu vecina sea la que toma la iniciativa en el tema de las presentaciones, más en un país conocido por su individualismo.

— Buenos días, me llamo Frieda. Soy su vecina de al lado.

— Encantado, Frieda. Yo me llamo Iván y soy su nuevo vecino. — No se me escapó que había prescindido de las formalidades, pasando al tuteo directamente.

— Sí, lo sé, lo he supuesto por las maletas y el taxi. — Sin duda alguna era decidida, tenía carácter e iba al grano. Me gustó su actitud que solo pude clasificar como antitonterías —. Los de la mudanza dejaron un par de cajas en mi casa al ir marcadas como contenido frágil, no querían que los que se encargaron de la instalación de los muebles las rompiesen por error, al parecer las estanterías o algo así sufrió un retraso.

— En ese caso muchas gracias y lamento si te han causado molestias. Si quieres me paso ahora y las recojo.

— No ha habido molestia ninguna, no te preocupes. Estaría bien que se pasase ahora a por ellas, yo me reincorporo a mi trabajo mañana y mis horarios son largos. De contener las cajas algo necesario prefiero que te las lleves ahora, te ayudaré a moverlas si quieres.

Cada vez me caía mejor. La seguí a su casa intentando entablar una conversación amena, pero sin entrar en temas demasiado personales, por lo que derivó invariablemente a nuestros trabajos. Para mi sorpresa resultó ser directiva de una famosa empresa de cosmética, lo que justificaba en parte esa confianza y seguridad que parecía derrochar. Se sabía dueña de su mundo, al frente de la empresa, inteligente y exitosa. Y a pesar de todo eso resultaba agradable y encantadora. Para cuando llegamos a la puerta de su chalet, casi un calco del mío si descontábamos la hiedra trepadora de las paredes, ya había decidido que intentaría cultivar una amistad con ella.

Cuando me franqueó la entrada a su domicilio pude ver que estaba totalmente decorado en el popular estilo hygge, pero sin perder por ello un toque elegante y sofisticado, casi chic. Era un calco absoluto de su personalidad, un reflejo de lo que ella misma proyectaba. Aguardé en el recibidor a que ella misma trajese mis cajas, que había retirado de la entrada para evitar romperlas por accidente, según me dijo, y cuál fue mi sorpresa al ver que la seguía una muchacha rubia, vestida de vaqueros y sudadera y que evitaba mirarme fijamente.

— Iván, te presento a mi hija, Greta. Nos ayudará a llevar las cajas, son siete y bastante más pesadas de lo que parecen.

— Encantado, Greta.

La muchachita miró a su madre antes de saludarme con timidez. Puestas una junto a otra no cabía duda de que madre e hija no compartían nada salvo cierta semejanza física. La personalidad segura de la progenitora era tímida y reservada en la joven, insegura. El recogido elegante de su madre en la chica era una melena rubia muy clara suelta hasta la cintura, y si su madre llevaba ropa que la sentaba como un guante y elegida para realzar su atractivo, la chica prefería esconderse en una horrible sudadera abolsada y unos vaqueros no demasiado ceñidos. No alcanzaba la altura de su madre, no llegaría al metro setenta, quizá más cercana al metro sesenta y cinco, pero tenía una delantera más que generosa y unas formas redondeadas. Podría considerarse “chubby”, pero con todo bien colocado, no tenía una barriga excesiva o quizá la sudadera la ocultaba muy bien. En el momento en que se agachó y empezó a colocar las cajas en una fila ordenada delante de mi para que no se dañase su contenido pude ver un trasero grande y firme, rotundo. Cuando por fin se animó a levantar la mirada vi una cara exquisita, de mejillas redondas y sonrosadas y cándidos ojos azules, tan inocentes y luminosos que hechizaban, de piel tan clara que parecía casi de porcelana. Toda una belleza, digna de un cuadro de Rubens.

El móvil de su madre sonó y tras un rápido vistazo al número de la pantalla silenció el estridente tono para dirigirse a su hija con un tono de voz que no dejaba espacio a las protestas ni a la rebeldía.

— Greta, ayúdale a llevar las cajas, es del trabajo y es importante, debo contestar. — Se dirigió a mi modulando su voz para adoptar un tono más amable y se disculpó conmigo —. Lo siento, ya sabes cómo es esto.

Su hija ni siquiera la contestó. Asintió con sumisión y se giró hacia mi para que la indicase qué debía hacer. Con cuidado apilé tres cajas y la indiqué que cogiese ella otra que me pareció más ligeras que el resto. No parecía ser muy fuerte y no quería sobrecargarla. Caminó a mi lado callada, con la mirada gacha y las mejillas encendidas. Era evidente que su timidez la impedía romper el hielo conmigo, aunque por las miradas furtivas que me lanzaba tenía curiosidad. En cuanto a mi… a mi me estaba volviendo loco.

Siempre me han gustado las mujeres más rellenitas, me gustan las formas más redondas y los pechos grandes, y por lo que podía ver y deducir, Greta era mi fantasía, mi sueño húmedo. Una jovencita tierna e inocente con el cuerpo perfecto para mí. Desde aquel primer paseo a mi lado comencé a maquinar como ligar con ella, como conseguirla como mi amante, descartando el mudarme a la ciudad de inmediato. Su timidez iba a ser un problema, igual que el hecho de que aún fuese al instituto, ya que yo la sacaba once años, pero creía haber intuido que la relación con su madre no era la más adecuada, su madre parecía ser perfecta, y por el modo en que la había hablado era evidente que no pensaba lo mismo de su hija. Ese servilismo no parecía normal en una dinámica entre madre e hija adolescente. Tomé nota mental e intenté encontrar un tema de conversación.

— Gracias por ayudarme con la mudanza. Tu madre es una mujer encantadora.

Asintió, pero no dijo nada, con las mejillas aún encendidas.

— ¿Eres aún estudiante? — Insistí en tono amable, quería saber si podía responderme directamente, si no, iba a ser muy complicado ganarme su confianza.

— Sí, en el instituto. Tú te has mudado por trabajo, me lo ha dicho mamá.

Para ser la primera vez que me dirigía la palabra directamente no estaba nada mal. Tenía una voz dulce y suave, acorde con toda ella. Me imaginé como sonaría cuando gimiese y me obligué a centrarme para evitar que mi cuerpo se descontrolase.

— Soy programador e ingeniero informático, trabajo para una empresa de sistemas informáticos que me ha trasladado aquí.

— Vete a la ciudad, este pueblo no es nada divertido.

Parecía arrepentirse de haber dicho eso, así que intenté tirar del hilo por ahí. Intuía que no debía tener muchos amigos para estar un domingo por la mañana metida en casa, pero si conseguía confirmarlo sería todo mejor.

— Bueno, quizá para unos adolescentes como tú y tus amigos la ciudad parezca más atractiva, pero para mi es un buen lugar, aquí tengo una casa más grande, un jardín, puedo ir a la ciudad cuando quiera…

— Sí, supongo que está bien. — Hizo una breve pausa, como si no supiese qué decir o lo estuviera meditando —. Pero en la ciudad puedes conocer a gente nueva.

— Ya… no te llevas bien con la gente de aquí ¿eh? — Me miró con los ojos desorbitados y sonreí para tranquilizarla —, me pasaba a mi también cuando iba al instituto, hice amigos en la universidad.

La mirada de agradecimiento que me dedicó fue tan inmensa que casi me echo a reír. Estaba más sola de lo que parecía, me convenía. Acabamos de trasladar las cajas en silencio y cuando la acompañé nuevamente a su casa para dar las gracias a su madre por haberme recogido las cajas me hizo un gesto con la mano para que esperase. Conversaba animadamente en alemán con alguien de su trabajo, y parecía satisfecha. Contemplé como Greta pasaba a un segundo plano discretamente, no le gustaba que su madre centrase en ella su atención. La dediqué una sonrisa y ella me correspondió tímidamente, con un recato que me pareció tremendamente erótico. Debía ser toda una experiencia estar con ella en la cama, ver como se trasformaba y reaccionaba. Frieda colgó el teléfono por fin y la di las gracias, ofreciendo devolverla el favor en cuanto ella lo necesitase. No me esperaba que aceptase con tanta rapidez, pero nuevamente me sonrió la fortuna.

— No quisiera abusar, Iván, pero los de la mudanza comentaron que eres informático, y si pudieses echar un vistazo al ordenador de mi hija nos harías un inmenso favor, no sabemos qué pasa, pero algo falla desde la actualización del sistema.

— Lo haré encantado.

Una nueva llamada de teléfono nos sobresaltó y Frieda me indicó con un gesto que siguiese a Greta, era evidente que esperaba que echase un vistazo al ordenar justo en ese momento. Seguí a la adolescente por las escaleras con curiosidad por ver su dormitorio, mirando el dulce vaivén de su trasero justo delante de mis narices. Me moría por alargar la mano y coger esas nalgas grandes, darlas unos azotes y pasar mi lengua por ellas. Finalmente me dejó pasar a su dormitorio, también en estilo hygge, con un toque más aniñado que el resto de la casa gracias a los viejos peluches que tenía sobre la cama. Me encendió el ordenador y me anotó la contraseña en un papel por si la volvía a necesitar. No tardé nada en ver el problema, un fallo muy tonto relacionado con el antivirus, pero no pensaba desaprovechar mi ocasión de hurgar algo más en la vida de mi posible conquista.

— Necesitaría echarle un vistazo más a fondo. ¿Te importa si me lo quedo y te le devuelvo esta noche a más tardar?

Asintió con docilidad. Por un momento me planteé si no lo estaría haciendo a propósito, pero la candidez de sus ojos me desmintió esa idea casi en cuanto se me pasó por la mente. Afectuosamente la apreté el brazo dándola las gracias y cerrando el portátil me dispuse a enrollarme el cargador a la muñeca cuando miré por la ventana. No podía creerme mi suerte. El inmenso ventanal sin cortinas miraba directamente a mi cuarto de trabajo, donde tenía instalados mis ordenadores y me pasaría metido casi todo el día. Podría espiarla sin ningún problema y ni siquiera tendría que esforzarme demasiado.

Bajé las escaleras dejando a Greta en su cuarto y me despedí de su madre con un gesto de la mano al que correspondió con una sonrisa sin dejar de hablar por el móvil. Nada más llegar a casa subí hasta mi estudio y miré a través de los cristales tintados. Restaban algo de claridad al cuarto, pero su diseño novedoso me permitía mirar directamente hacia cualquiera de la casa de enfrente sin que ellos me mirasen. Vi a Greta asomada a su ventana, oteando en dirección a mi casa y decidí hacer una prueba. Di las luces del cuarto y me asomé a la ventana, saludando con la mano directamente hacia la chica que no dio muestras de haberme visto, la hice una mueca obscena y nada. Sonreí con satisfacción y apagué las luces. Me lo iba a pasar muy bien con ella, no había dudas.

Tras arreglar el problema del ordenador de Greta procedí a copiar el disco duro, mientras la copia se terminaba rematé la mudanza y actualicé mis propios equipos, preparando una serie de programas espía para poder tener el control de su ordenador y cualquier dispositivo inteligente que conectase al mismo, no era muy legal, pero me proporcionaría un filón de información que no pensaba desaprovechar. Cuando la copia del disco duro se completó me entretuve viendo como leía un rato tumbada en la cama. Se había puesto un viejo pijama, pero no podía apreciar si llevaba o no ropa interior. La orientación de las ventanas me dio una nueva idea y me puse manos a la obra a instalar una potente pero pequeña cámara de vídeo enfocando a su dormitorio, ajusté el zoom para no perder detalle del cuarto y la conecté para que grabase durante todo el día, volcando inmediatamente la memoria a mi ordenador.

Aprovechando las horas muertas de las que disponía revisé cada uno de los archivos que había copiado de su portátil. La mayoría eran discos, películas, libros… lo típico de cualquier ordenador del mundo, pero un documento de Word con contraseña me llamó más la atención. No tardé ni un minuto en retirar las protecciones y descubrir el diario de Greta. Llevaba casi tres años escribiendo en el mismo documento. Leí con muchísima curiosidad, era inteligente y se explayaba por escrito como no lo hacía hablando con la gente. Para cuando tuve que ir a devolver el ordenador no llevaba ni la mitad, pero ya sabía que sufría de acoso por su físico, que se consideraba poco atractiva y que su madre la exigía demasiado, dándola siempre la sensación de que la decepcionaba y no era suficiente. Me pasé la noche en vela leyendo su diario, empapándome de sus sentimientos y pensamientos y trazando un plan de conquista. Cuando accedí horas más tarde a su ordenador y revisé lo que había hecho me percaté de que, fiel a su costumbre, había escrito más en su diario, por lo que me aseguré de sincronizar su documento con el mío para que me tuviese bien informado. Me agradó profundamente saber que la había causado una buena impresión, incluso mejor que buena.

“Es mayor, pero parece que me entiende, no me trata con condescendencia. Espero que podamos hablar en alguna otra ocasión, aunque me distraiga un poco al mirarle. Su pelo negro me parece tan suave y espeso, sé que es mucho mayor que yo, pero me parece más guapo que los chicos que van conmigo a clase, más maduro e interesante. Ojalá no haya pensado que soy idiota, apenas he podido decirle nada”. Sonriendo como el gato de Cheshire me fui a dormir con mi plan ya perfectamente trazado en mi cabeza. La conquistaría, sería mía y de nadie más. En mis sueños se presentaba ante mí, se me ofrecía y me ofrecía su joven cuerpo. En el mejor momento, cuando iba a desvirgar su boca con mi polla, tuvo que sonar el jodido despertador. Sin duda alguna me había calado hondo.

Durante las semanas siguientes me hice el encontradizo. Cuando salía para el instituto su madre se había marchado ya el trabajo, así que me encontraba regando el jardín delantero o realizando reparaciones en la valla divisoria de las propiedades. Al principio se mostraba tímida y reservada, pero pronto empezó a coger confianza. Gracias a su diario disponía de información privilegiada sobre sus gustos, bastante más maduros de lo que pudiese haber imaginado en un principio, y pronto las charlas se alargaban hasta que tenía que irse corriendo si no quería llegar tarde. Por las tardes la veía asomarse de vez en cuando a la ventana, sabía que lo que hacía era intentar saber dónde estaba, y a veces la daba el gusto y salía al jardín con una taza de café, después leía en el diario como se había pasado el tiempo mirándome, dudando de si venir a saludar o no. Le hablé de mi vida en España y ella poco a poco se fue soltando respecto a la suya, sin sospechar que yo ya sabía lo que me contaba, aunque me sirvió para confirmar que la sinceridad era otro de sus rasgos de personalidad.

Todos los días descansaba de mi trabajo revisando las grabaciones de la cámara del día anterior. Había mucha morralla poco interesante, donde ella simplemente leía o pasaba el rato al ordenador, pero me hice con una muy buena colección de vídeos cortos donde se la veía cambiándose de ropa, desnudándose o incluso tocándose, mis dos vídeos favoritos. No había anotado nada de eso en su diario, pero habían sido dos regalos muy bien recibidos. Mis suposiciones iniciales sobre su cuerpo habían resultado acertadas: estaba regordeta, pero era más su complexión física lo que daba esa sensación. Sus tetas eran enormes, normalmente llevaba un sujetador algo anticuado para contenerlas, pero tendría una copa D mínimo, de pezones sonrosados. Tenía una cintura más estrecha de lo que se intuía con esas sudaderas que solía usar, caderas anchas bien compensadas y unas nalgas grandes y firmes. No se depilaba el pubis, pero sí todo lo demás. Se convirtió en costumbre masturbarme con esos vídeos, en especial cuando se quitaba el sujetador y sus pechos se desparramaban libres de cualquier constricción.

Una noche, cuando ya llevaba casi un mes y medio ganándome su confianza me encontré leyendo en su diario que el acoso se había intensificado. De un par de burlas ocasionales había pasado a un auténtico acoso, en especial a la salida del colegio. Conocía a sus compañeras de clase de la orla de su anterior curso y su diario, y sabía que estas cosas normalmente solo escalan y escalan, por lo que tomé la decisión de ir al día siguiente a recogerla al instituto. Planifiqué cuidadosamente lo que haría y me fui a la cama con todo dispuesto. Me había tomado mi tiempo para dejar todos los cabos bien atados y que nada se torciese, o que se torciese lo menos posible.

Por la mañana no acudí a nuestra charla matutina. La vi esperarme, remoloneando por el jardín y el camino de entrada, pero no salí. Por el contrario, me di una larga lucha y pasé la mañana masturbándome con sus vídeos, esas tetas me tenían hechizado, no veía el momento de estrujarlas y amasarlas con fuerza, de poner mi polla entre ellas y bañarlas en mi corrida. Cuando se acercaba la hora de salida del instituto me vestí con una camisa blanca, ceñida y que me marcaba el cuerpo que había conseguido a base de machacarme haciendo ejercicio. Una americana gris por encima y unos vaqueros negros, informales pero elegantes. Rematé con unos zapatos de espejo y un buen reloj en la muñeca. No solía vestirme así salvo para acudir a las reuniones en el trabajo, y esa era la excusa que pensaba dar. Por fortuna el instituto quedaba cerca de la estación y las callejas antiguas y retorcidas del centro me servían de coartada. Con aire despreocupado agarré una bandolera donde metí un portátil, por puro postureo, y me encaminé hasta el instituto, asegurándome de aproximarme hasta él como si llegase de la estación.

Pude ver de lejos como una banda de arpías y un par de chicos cercaban a Greta, desde fuera y para cualquier espectador que no supiese la dinámica del grupo parecerían todos amigos, todos felices y sonrientes, pero yo podía ver perfectamente la incomodidad que sentía. Una morena bastante guapa de cara, pero absolutamente plana, parecía llevar la voz cantante. Uno de los chicos la rodeaba de forma posesiva por la cintura y la secundaba las risas. Me hizo cierta gracia la dinámica de abeja reina y colmena que estaba viendo, parecía sacado de una mala telenovela juvenil, pero tampoco pensaba dejarlas acosar a mi futura chica. Haciéndome el despistado me acerqué al grupo y dejé que viesen mi expresión perdida antes de recomponer el gesto en uno de alegría, aparentemente al ver a Greta.

— ¡Greta!

— ¿Iván? — su sorpresa era evidente, pero no parecía disgustada en absoluto, más bien al revés, me miraba como si fuese su salvador.

— Perdona, esta mañana no pudimos charlar un rato, tenía una reunión a primera hora y tuve que salir temprano. — Me aseguré de ignorar a conciencia al grupo, sabía de sobra que si hacía eso aumentaría exponencialmente el valor de Greta, y funcionó. La mirada en la cara de la morena, que atisbé de reojo, había pasado de desdén a cierta admiración. No es por vanagloriarme, pero soy atractivo, y mi ropa de marca decía a las claras que además exitoso. Casi podía notar como subía puntos para ellos esa chica tímida y recatada.

— No te preocupes por lo de esta mañana. No pasa nada. ¿Qué haces aquí?

— Acabo de volver y debo admitir que me alegro mucho de verte, estaba absolutamente perdido, creo que he debido girar mal en algún punto de camino a casa, estas calles son estrechas y retorcidas, aún no las controlo demasiado. Te agradecería si me enseñases el camino, además llevo algo de prisa, tengo que conectarme nuevamente a las cinco con un proveedor. — En ese momento me volví hacia los chicos, que se alejaron un poco, no podían dar crédito a lo que oían y estaba seguro de que estaban empezando a especular qué clase de relación tendríamos. Mi estrategia funcionaba a la perfección y no pude evitar sonreír —. Lo siento chicos, tengo prisa, así que os la robo para que me ayude a llegar a casa, soy su nuevo vecino.

Sin decir nada más di una palmadita en el hombro a Greta y echamos a caminar calle abajo mientras el grupito se reunía y se iba en dirección contraria, cuchicheando de forma mal disimulada. Caminaba a mi lado muy callada, mirando al suelo, dudaba sobre si decir algo o darla cierto espacio, pero al final decidí jugar la carta de la comprensión, y para ello nada mejor que atacar a la abeja reina.

— Gracias por acompañarte, siento haberte separado de tus compañeros, aunque… — hice una pausa deliberada, ganándome una mirada de esos ojazos que tenía — espero que no seas amiga de ellos. La morena no me ha dado buena espina, parece la típica engreída que se dedica a apuñalar por la espalda a los demás.

Supe que había dado en el blanco al ver como asentía con la cabeza. Me miraba agradecida y admirada por haberla calado tan rápido, aunque en realidad ella misma había compartido, de forma no voluntaria, la información conmigo al volcarla en su diario.

— En realidad debería darte yo a ti las gracias. No son amigos míos, y no creo que fuesen a ser agradables.

No dijimos nada más, pero al despedirme de ella delante de casa me arriesgué a darla un abrazo de agradecimiento. La presión de sus grandes pechos contra mi estómago bastó para ponerme a mil, pero disimulé y entré en casa. Aquella noche no me decepcionó. En su diario dedicó al menos dos folios enteros a plasmarme como un héroe de alguna novela e igual de atractivo a sus ojos. Como agradecimiento por sus alabanzas y por el tacto de sus pechos, al día siguiente la regalé un donut relleno de frambuesa. Estaba a punto de caramelo casi, con planificar un poco más mis siguientes movimientos sería mía, y la ocasión me la brindó la abeja reina.

A raíz de nuestro encuentro frente al instituto se habían medio amigado a ella, obviamente no de forma real, pero servía a mis planes. El viernes, de hecho, la invitaron a una fiesta. La primera de su vida. Iban a ir a casa de uno de ellos, los padres no estarían y habría alcohol a raudales, por lo que escribió en su diario, así que esa mañana, durante la charla matutina que siempre manteníamos, saqué el tema de qué planes tenía para el fin de semana. Sabía que la preocupaba que su madre supiera que iba a beber, y que además no tenía mucha experiencia bebiendo. Como era de esperar se abrió a mí, me contó todos sus miedos y preocupaciones. Nos tiramos tanto tiempo hablando que incluso se perdió la primera hora de clase, algo impensable para ella. Con una secreta esperanza, confiando en su inexperiencia con el alcohol, la tendí las llaves de mi casa.

— Iván, ¿y esto?

— Escucha, todos hemos sido jóvenes alguna vez, y un poco tontos. Si bebes demasiado y no quieres que tu madre te vea borracha no te quedes con ellos, ven y duerme en mi casa, te dejaré una cama preparada en el sofá.

— Iván, eres un ángel.

Me volví a ganar un abrazo, un contacto con aquellos pechos grandes y perfectos, sin poder contenerme la estreché un poco más contra mi y la planté un beso en la cabeza.

— Vete, llegas tardísimo, y pásalo bien esta noche. — La despedí antes de que se percatase demasiado de ese beso, aunque sabía que la había impactado y esperaba que para bien.

Si debo hacer confesión, lo pasé fatal toda la tarde. Esperaba que mis suposiciones acertasen, que el alcohol la sentase fatal y viniese a mi casa borracha como una cuba. El único momento de la tarde que para mi mereció la pena fue cuando la vi cambiarse. Eligió un conjunto de lencería negra que no disimulaba sus pechos, les realzaba y les aportaba un marco muy sexy donde destacaban aún más. Su vestido negro tenía transparencias en la espalda y un generoso escote, y abrazaba su figura realzando sus curvas naturales. Estaba preciosa, y me dieron ganas de invitarla a entrar y saltarnos la fiesta, llevarla a mi cuarto y venerar su cuerpo de diosa, pero la dejé marchar.

Las horas se me hicieron eternas. Caminaba por mi estudio como un león enjaulado, controlando el reloj e intentando distraerme a fuerza de revisar y clasificar nuevamente mi colección de vídeos. Por fortuna para mí, cuando ya pasaban de las tres y media de la madrugada oí un fuerte golpe en el recibidor. Bajé corriendo las escaleras y casi estallo de alivio al verla ahí, con los tacones en la mano, completamente borracha y tambaleándose. Me acerqué a ella y sonrió casi sin saber qué hacía. La rodeé con un brazo por la cintura y la llevé hasta el sofá. Ya tenía una botella de ginebra y dos vasos preparados, así que la serví un nuevo trago acompañado de tónica, poca tónica. Bebió como si fuese agua y pude ver como se la subían aún más los colores a las mejillas.

— Ha sido una fiesta divertida, pero no quiero repetir — arrastraba las palabras y me costaba entender ese abigarrado alemán enmarañado.

— ¿Por qué no?

— No han dejado de intentar liarme con un amigo de Anna y yo no quiero a ningún amigo suyo porque te quiero a ti.

La quité el vaso de la mano sonriendo, iba a decirle que estaba demasiado borracha, pero se lanzó a por mí. El alcohol le daba valor y cuando me besó la devolví el beso, abrazando su cuerpo y saboreando sus labios dulces y carnosos, ella se dejaba besar, los ojos azules turbios por la borrachera y el deseo. Ni siquiera protestó cuando la agarré por el trasero y apreté sus nalgas con mis manos. Sin embargo, no podía durar mucho, su nivel de borrachera acabó por dejarla k.o. entre mis brazos. Chasqueé los dedos delante de su cara, la sacudí y como esperaba no reaccionó. Roncaba suavemente mientras su organismo procesaba el alcohol, por lo que pasé a la acción.

Con mucho cuidado desabroché su vestido y lo dejé en uno de los sillones que tenía, equipándome con una cámara go-pro que me fijé a la frente. Grabaría en alta calidad todo, todo su cuerpo con detalle. Preparé otra cámara de mano para poder hacer un buen zoom de cerca a lo que quisiera y me acerqué a ella nuevamente. Seguía durmiendo y ni siquiera se había movido. Pensé en cargar con ella hasta mi cama, pero me pudo el ansia. Encendí mi go-pro y me desnudé, quedándome en ropa interior a su lado. Su conjunto de lencería negro resaltaba muchísimo contra su piel cremosa. Bajé las copas del sujetador y por fin tuve sus ubres frente a mí, desnudas, expuestas, vulnerables. Sus grandes pezones rosados se erectaron al quedar al aire, invitadores. Con toda la calma del mundo pasé mis dedos por ellos, los pellizqué y los acaricié hasta que me incliné a morderlos. Los chupaba como siempre había soñado, los lamía y mordía succionando a ratos, como si quisiera sacar leche de ellos. Mi polla iba a reventar dentro de mi bóxer, pero me aguanté, quería disfrutar de esas tetas.

Saqué una cuerda y até la base de sus pechos, después el medio y por último antes de las aureolas. Grabé cómo se iban poniendo rojas y después algo amoratadas y volví a morderlas y chuparlas. Sus pezones respondían bajo mi lengua, se erectaban aún más y podía notar la piel rugosa de las aureolas cuando las lamía. Tanto chupé y jugué con ellos que aún dormida como estaba comenzó a emitir pequeños suspiros, lo que me alertó de que debía bajar el ritmo. Solté sus tetazas y se desparramaron sobre ella. Las moví, las masajeé y las amasé hasta aplastárselas y hacerlas botar. Me arriesgaba a despertarla, por lo que para darla cierta tregua me moví a sus piernas. Lentamente bajé sus braguitas de encaje y tras olerlas y comprobar que estaban húmedas separé sus muslos y grabé su vulva, sus labios vaginales algo cubiertos de fluidos transparentes. Acaricié el vello rubio que crecía ahí, algo más oscuro que el de la cabeza. No me disgustaba, pero tenía claro que si quería estar conmigo debería depilárselo. Me tomé un momento para calmarme y colocando la cámara de forma que captase un primer plano perfecto separé sus labios.

Grabé su interior. Una vagina sonrosada, húmeda y virgen. Estaba seguro que nadie la había mirado como lo estaba haciendo yo. Tiré de los labios y usé los dedos para no dejar ningún rincón sin explorar. Toqué delicadamente su clítoris y filmé cada una de las reacciones de aquel sensible conducto. Metí un dedo con mucha suavidad, estaba tan húmeda que me deslizaba con toda facilidad por su interior, pero no quería propasarme y que tuviera molestias al día siguiente, no debía saber que la había tocado. Estiré con cuidado sus labios menores, no sobresalían apenas, dando la sensación de una vagina recatada y discreta, justo como su dueña. Con calma saqué mi polla y grabé como la pasaba entre los labios, frotándome contra ella y dejando caer un par de gotas de líquido preseminal en su interior. Gracias a su diario sabía que tomaba la píldora, así que no debía preocuparme por el riesgo de preñarla. Era mi fantasía hecha carne.

Procurando no despertarla la giré en el sofá, dejando su rotundo trasero frente a mi cara. Besé y lamí esas nalgas, dando pequeños mordiscos asegurándome de no clavar demasiado mis dientes y no dejar marcas. Me hice con un tubo de lubricante y separando sus nalgas comencé a dilatar su ano. Era estrecho y despedía calor. Mi dedo apenas podía avanzar por su esfínter debido a lo cerrada que era, sin duda desvirgarla sería una odisea por lo que desistí de profundizar demasiado ante el temor de que se despertase. Aprisioné mi polla entre sus nalgas y comencé a moverme, frotándome y masturbándome con su culo. Tenía la polla tan dura que apenas duré unos minutos antes de abrir ligeramente su ano con mis dedos y correrme dentro. La imagen me resultó tan erótica que mi polla no bajó, por lo que la limpié con un poco de papel y tras hacerla girar de nuevo fui directamente a por sus pechos.

Blandos y grandes, hundí mi polla entre ambos y los apreté en torno a ella. Follarles era divino. Mi largo miembro quedaba perfectamente atrapado entre ellos, rodeado, recibiendo un masaje celestial con esas dos ubres que parecían dispuestas a ordeñarme. Me deleitaba pasando mi glande contra sus pezones duros y carnosos, apretándoles con mis dedos mientras me movía frenético. Me daba igual despertarla, era lo que siempre había soñado. Cuando me acercaba peligrosamente al orgasmo moví su cabeza con mucha delicadeza, abriendo su boca un poco más. Apunté con cuidado y dejé que el orgasmo me alcanzase, corriéndome como una fuente directamente en su boca. Tosió un poco y tragó, girando la cabeza y moviéndose ligeramente para encontrar una postura más cómoda.

Agotado por la falta de sueño, pues ya casi eran las seis de la mañana, la limpié el cuerpo con cuidado, deleitándome con sus pechos por última vez, y volví a vestirla, pero con malicia dejé sus braguitas algo bajadas y metí su mano entre sus muslos, apresándola al cerrar sus piernas. Subí la falda del vestido de modo que no la incomodase, como si lo hubiera hecho ella, y la tapé con una manta de lana que tenía preparada para ella. Cuando despertase, de tener molestias, las achacaría a haberse masturbado ella misma. Me hubiese gustado quedarme con un trofeo, su sujetador quizá, pero siendo prudente decidí quedarme sólo con los vídeos, esos vídeos maravillosos donde había grabado su cuerpo joven a mi disposición. Me acosté en la cama tras tomar la precaución de cerrar con llave la puerta para que no se fuese sin avisar y poner a buen recaudo las grabaciones de las cámaras y me di un plazo de cuatro horas para dormir.

Desperté a las doce y media pasadas y bajé en silencio al salón. Para mi sorpresa no dormía, pero no se había levantado. Estaba tapada con la manta aún, pero emitía dulces gemidos que, sumados al movimiento, me permitían saber sin ninguna duda que se estaba tocando. Era tan erótico que me aseguré de quedar escondido antes de bajarme los pantalones y unirme a ella. Sus suaves gemidos y suspiros me bastaban para machacar mi polla sin ninguna piedad mientras me encaminaba a la cocina. Cogí un vaso y regresé a mi escondite. Sus gemidos se aceleraron, ella se acercaba y me acercaba a mi también al orgasmo. Cuando la escuché gemir más alto me corrí en el vaso, casi un dedo de mi esperma se depositó en el fondo mientras me imaginaba que me corría dentro de ella, en su boca como ayer o por sus pechos grandes. Recogí el vaso y me dirigí a la cocina donde empecé a hacer ruido para darla tiempo a recomponerse, no quería que sospechase de que la había escuchado. Serví un vaso de zumo que mezclé con mi corrida y para que comiese incluí alimentos buenos para la resaca: una tortilla francesa y dos tostadas con tomate natural rallado por encima.

Al verme aparecer se hundió en las mantas, parecía profundamente abochornada, aunque la sonreí con cordialidad mientras la servía el desayuno y me adueñaba de una taza de café. Se lanzó a por el zumo con tanta prisa que lo apuró hasta la última gota en segundos. El intenso sabor de la naranja había enmascarado el sabor de mi corrida, pero a mi verla me había puesto a mil. Se lamió los labios y sentí el impacto de la imagen directamente en mi polla, provocándome. Quería llevarla a la cama y taladrar ese coñito estrecho hasta que me exprimiese, pero debía jugar bien mis cartas, estábamos en el punto más importante: o la conseguía o todo mi esfuerzo se iba al traste.

— ¿Cómo te encuentras? Debes tener una resaca de aúpa, te he dejado ahí un par de analgésicos. — En cuanto la rellené de zumo el vaso tragó los analgésicos y empezó a dar buena cuenta del desayuno. Sin mirarme.

— Gracias por dejarme dormir aquí, mi madre me hubiese matado de haberme visto como anoche.

— No hay de qué, te lo debiste de pasar muy bien, por cómo viniste.

— No… no mucho, querían que ligase, que fuese como ellos. Yo no encajo con eso. — Hablaba entre los voraces bocados que daba al desayuno, pero seguía sin mirarme, por lo que era muy probable que recordase lo que había hecho, los besos. Debía ir con cuidado, pero quería saber.

— Lo sé, anoche me contaste algo de eso. — Había dado en el blanco, se había puesto pálida y pude ver como la costaba tragar. Lo recordaba.

— Lo siento, lo siento mucho, iba totalmente borracha y no sé qué me pasó, siento si te sentiste incómodo, eres muy amable conmigo y lo siento, sé que no debería… — corté su interminable disculpa alzando la mano. Estaba paralizada, esperando sentencia. Era evidente que esperaba que la rechazase.

Alargué su agonía unos segundos más. Su pecho subía y bajaba dentro del vestido y me hipnotizaba, sus mejillas sonrosadas y sus cándidos ojos azules fijos en mí, junto a su melena revuelta y rubia la hacían muy sexy a mis ojos. Me senté a su lado en el sofá y tomé la iniciativa, sujetando su cara entre mis manos y besándola con firmeza, mordiendo sus labios carnosos, usando mi lengua dentro de su boca, presionando, exigiendo que respondiese a mis avances. La sentí temblar y vi como cerraba los ojos y me abrazaba torpemente, era evidente que no se podía creer lo que pasaba, pero disfrutaba, por lo que bajé mis manos por su espalda y su cintura hasta sus nalgas, las apreté y la acerqué más a mí, saboreándola.

— No te disculpes, Greta. Me gustas, me has gustado desde que te vi, y no sabes cuánto me alegro de que yo te guste también, pensé que elegirías a alguien de tu edad.

Había jugado con sus mismos sentimientos, pero al revés, encandilándola. La veía radiante de alegría y volví a besarla. Sus manos subieron a mi pelo y se entregó con docilidad, ni siquiera se apartó cuando acaricié sus muslos, subiendo su vestido despacio, hasta casi dejar al aire su glorioso culo. Besé su cuello, di suaves mordiscos en dirección al escote y escuché como gemía con cada uno de ellos. Subí las manos a sus pechos enormes y fue ahí cuando noté su tensión, como se apartaba ligeramente. No pensaba ceder, no pensaba retirarme cuando estaba tan cerca, pero tampoco podía forzarla o no habría más oportunidades. Debía hacer mi jugada final, poner en el tablero los sentimientos y confiar en que lo que había volcado en el diario fuese cierto y suficiente.

— Me gustas, me gustas mucho, desearía tantísimo que fueses mía, mi pareja. Te quiero, Greta.

La tensión desapareció en cuanto me escuchó decir eso, podía notar que se relajaba, que lo aceptaba, su timidez y el hecho de haber vuelto a besar sus labios la daba poco margen para responder, pero su lenguaje corporal la delataba.

— Yo también te quiero, Iván. — Fue un susurro, tan bajo que solo lo escuché por estar literalmente pegado a ella, pero me bastó. Había ganado, era mía. Ahora solo me quedaba reclamar el premio.

La cogí en brazos con relativa facilidad, no era un peso pluma, pero estaba en forma y la excitación contribuía, ahora tenía sus pechos casi a la altura de mi cara. Dio un pequeño gritito cuando la elevé, pero la volví a besar y la distraje acariciando su baja espalda mientras la subía hasta mi dormitorio, iba a desvirgarla, y no tenía intención de hacer eso en un sofá. Se merecía que lo hiciera en una cama, me merecía tenerla en una cama. La dejé sentada en el borde de mi cama y me arrodillé delante de ella. Se mostraba tímida y me miraba fijamente, supe que debía ir despacio, saborearla y prepararla. Separé sus piernas sin demasiada dificultad y la fui besando los muslos, adentrándome y subiendo el vestido hasta volver a ver esas sexys braguitas de encaje. Sin quitárselas la separé aún más las piernas y comencé a besarla los labios de la vulva por encima de la tela. Podía saborear su anterior orgasmo, estaba mojada y con cada beso que depositaba en ellos aumentaba su humedad y soltaba ligeros gemidos.

Retiré ligeramente la tela para poder acariciar la piel directamente y sin contenerme más empecé a lamer y degustar su coño. Tenía un sabor dulce y ligeramente ácido a la vez, sus pliegues inexplorados se abrían ante mi lengua y ella gemía y gemía apretando mi cabeza con sus muslos, empujándome más hacia dentro. Metí la lengua en su estrecha vagina y comencé a lamerla, a buscar su clítoris y estimularlo. Sus gemidos subían de intensidad y cuando comencé a mordisquearla pasaron a ser gritos ahogados de placer. Al mirarla vi que se estaba tapando la boca con el brazo para que no se oyesen sus gritos, y mordí con algo más de fuerza el clítoris. Como esperaba se retiró el brazo de la boca para incorporarse, sorprendida por mi gesto, hundí la lengua hasta el fondo y comencé a moverla en círculos antes de succionar su clítoris, jadeó y esta vez gritó sin contención.

Sus gritos solo servían para espolearme, la quería más húmeda, más cachonda, más caliente. Tenía que llevarla al límite, jugar con su excitación hasta que no pudiera contenerse más y pudiese entrar con mi polla. Desvirgarla sería increíble, todo un premio para mí, pero debía hacerlo bien. La primera vez tan solo podría usar su vagina, pero si lo hacía bien ese mismo día podría estrenar también su precioso culo y esa boquita inocente, comenzar a hacerlas a mi polla, educarlas para que sirviesen solo a mi placer. Cuando tuve la boca inundada de sus fluidos me retiré despacio, besando y mordiendo sus muslos para seguir arrancándola gemidos. Retiré definitivamente su ropa interior y la ayudé a ponerse de pie para sacarla el vestido. Cuando iba a quitarla el sujetador y deleitarme con sus gloriosas tetazas las cubrió con los brazos, avergonzada.

Cambié de movimiento y me desnudé yo, tumbándome a su lado en la cama. Miraba mi polla fijamente, olvidado el recato por sus pechos. Erecta como la tenía alcanzaba los veintidós centímetros y sabía que debía parecerla enorme y muy gruesa. Cogí su mano y la cerré en torno a mi polla, moviéndosela arriba y abajo hasta que lo hizo ella sola, la dejé masturbarme unos minutos, era una delicia a pesar de su inexperiencia o quizá debido a ella, puesto que recorría mis venas, mi glande, exploraba toda su longitud con sus dedos algo torpes, pero no apartaba la vista. La acomodé boca arriba y solté su sujetador, intentó volver a cubrirse, pero el roce de mi glande por su pubis la distrajo, estaba nerviosa pero no se negaba a nada. Me volvía loco. Besé su cuello, lo cubrí de mordiscos y al descender a su pecho retiré el sujetador.

— Son las tetas más bonitas que he visto nunca.

— Son muy grandes… ¿te gustan? — ansiaba mi aprobación, ansiaba gustarme, aquel anhelo de mi reconocimiento me predispuso a su favor, era tan perfecta, la mujer con la que siempre había soñado.

— Son increíbles, perfectas, tienen el mejor tamaño del mundo, tan grandes, y suaves… — la miraba mientras lo decía, agarrando sus grandes tetas con mucha delicadeza, como los dos enormes tesoros que eran —. Y tus pezones, me vuelven loco, me muero de ganas de chuparlos.

Me lancé a por sus pezones, les lamí, les acaricié y succioné suave al principio, pero aumentando la intensidad al notar como gemía. Mordí la delicada piel de las aureolas y comencé a frotar mi polla en su entrada, presionando ligeramente de cuando en cuando, dejando que se acostumbrase a la sensación y buscando frotarme contra su clítoris para seguir excitándola. Las caricias en sus pechos la hacían gemir y mi polla resbalaba sin problemas gracias a su humedad. Me moría de ganas de follarla las tetas, pero debía ir despacio, así que me contenté con apretarlas más fuertes, buscando los límites de la jovencita que tenía debajo, viendo cómo soportaba que fuese más brusco. Para mi deleite y sorpresa gimió más fuerte y arqueó la espalda, por lo que subí la presión, clavando mis dedos en aquellas masas de carne suave, mordí los pezones y esta vez clavé mis dientes, el gemido casi perforó mis tímpanos. Había descubierto un filón, le gustaba más rudo.

Incapaz de contenerme más me incliné e hice como si buscase un condón en la mesilla. Ahí no había nada, pero ella no tenía por qué saberlo y era mejor que creyese que me preocupaba por esos pequeños detalles. Tiré de su pezón y la arrastré conmigo entre gemidos, besándola y mordiendo sus labios dulces y suaves. Hurgué otro poco en el cajón y me tiré en la cama con gesto de fastidio, casi me reí de lo absurdo que me parecía todo ese fingimiento, pero mi dulce premio que era ella me sirvió para contenerme.

— Greta… debemos parar, no tengo condones. Lo siento, he sido un estúpido, no pensé que esto podría pasar y no estoy preparado.

Había lanzado la bomba, si la usaba para marcharse, a pesar de que yo sabía que ella tomaba anticonceptivos todo habría terminado, si por el contrario aceptaba sabría que era mía, y ya no habría vuelta atrás ni la dejaría retroceder.

— No importa, lo del condón, yo tomo la píldora… podemos así, si tú quieres.

Me volví a subir sobre ella y me enganché a su pezón mientras me colocaba entre sus piernas. La agarré de la cintura y volví a frotarme. Esta vez cuando empecé a presionar no me detuve. A pesar de que estaba completamente mojada su estrecha vagina se me resistía. Cuando se quejó mordí su pezón y le lamí con dulzura, retirando ligeramente mis caderas para dar una segunda embestida. Esta vez vencí su resistencia y entré en ella, de golpe. Me detuve y la escuché gimotear de dolor. Despacio me deslicé dentro de ella, abriéndola y usando sus pechos para controlar su incomodidad y que no me rechazase. Se había abrazado a mi y estaba tensa, le dolía, pero no se quejaba.

— ¿Estás incómoda? ¿Te he hecho daño?

— No… no mucho, es solo…

— ¿Ha sido tu primera vez? Joder, nena, eres la mejor. Lo estás haciendo muy bien, aguanta un poco, pronto tendré que moverme.

Asintió y se relajó entre mis brazos, la apreté las tetas y la di un par de azotes suaves en ellas. Gemía de nuevo en mi oído y empecé a moverme. Ya no pensaba parar. Notaba que aún estaba incómoda, pero la ordené abrir las piernas y obedeció. Me agarré a sus pechos y empecé a embestirla con fuerza, moviéndome cada vez más deprisa y siempre hasta el fondo. Mantenía los ojos cerrados y se quejaba ligeramente, pero no me detenía. Su sumisión y docilidad natural me volvía loco, empujé más hondo y la noté quejarse, pero cuando me miró me sonrió alentándome a seguir. Me descontrolé y apretando sus tetas hasta marcar en ellas mis dedos comencé a bombear como un poseso. Ya no sabía si gritaba de gusto o de dolor, pero me daba igual, yo estaba disfrutando como nunca, la había desvirgado y pensaba depositar mi corrida en ella. Acaricié su clítoris y sentí que volvía a humedecerse, cada vez más relajada.

Con cierta timidez empezó a mover sus caderas, algo torpe e inexperta, pero no tardó en acompasarse a mi ritmo, me recibía y se movía para que pudiese penetrarla hasta el fondo. Ahora sus gemidos eran únicamente de placer y subí más el ritmo. Levanté y separé completamente sus piernas y comencé a taladrarla con todas mis fuerzas, era evidente que todavía persistía cierta incomodidad en ella, pero no pensaba frenar ahora. Su estrecha vagina podía recibir completamente mi polla, me la apresaba y me la exprimía, no dejaba casi que saliese de ella para volver a bombear. Mordí sus pechos, sus pezones, los azoté y la cubrí de chupetones y marcas, su blanca piel estaba roja por la cantidad de veces que la había mordido y apretado. Sus grandes tetas se movían y bailaban con cada embestida.

Sentí como se tensaba nuevamente, se acercaba al orgasmo y eso solo sirvió para que acelerase y me esforzase más, gruñía encima de ella, estábamos los dos cubiertos de sudor y el baile de sus tetas me tenía hipnotizado, me espoleaba. Clavándosela hasta dentro sentí como se tensaba en oleadas y alcanzaba el orgasmo. La obligué a mirarme mientras se corría, tenía vergüenza, pero debía hacerlo, debía mirarme, reconocer que su placer era gracias a mí, gracias a mi polla, a mis esfuerzos, si quería quedarse a mi lado debía ser una buena chica, y lo fue, me miró mientras se corría y me besó con pasión, entregada, obediente. Estaba cansada, pero quería que aguantase más, yo aún no me había corrido y tenía aguante para seguir otro rato.

Seguí bombeando, esforzándome por llenarla y por dejar su vagina bien abierta, que sintiese que ya no era virgen. A pesar de su cansancio volvió a gemir, moviéndose conmigo, me encantaba su entrega y la recompensé con un par de azotes en sus pechos. Me acercaba al orgasmo así que les agarré por la base y clavé mi larga polla en su interior, casi hasta el fondo de su vagina. Entre gruñidos comencé a llenarla, a correrme dentro de ella. Era la primera corrida que recibiría en su vida y podía sentir que era abundante y espesa, lancé cinco o seis chorros bien cargados seguidos de tres más ligeros. Apretaba sus tetas con tanta fuerza que sus pezones pasaron de un encantador tono sonrosado a un rojo oscuro, vivo. Gemía conmigo y si le dolía no se quejó, me abrazó y clavó sus uñas en mi espalda.

Me dejé caer sobre ella, aplastándola con mi peso, me deslicé a un lado para dejarla respirar y saqué mi polla de su interior. Más adelante la enseñaría a limpiarla con esa boquita, pero para ser la primera vez lo había hecho muy bien. Se acurrucó a mi lado y se quedó dormida casi inmediatamente, por lo que cogí mi móvil y sin ningún escrúpulo la saqué tantas fotos como quise. Me acerqué a su vagina y con mucho cuidado separé sus labios, el alcohol ya no me amparaba y ahora debía moverme con mucha cautela. Su vagina se veía enrojecida, irritada y salían pequeñas gotas de sangre, sin duda por el himen recién roto. Tomé más fotos y un vídeo exploratorio antes de acostarme a su lado y abrazar sus perfectas tetas para dormir unas horas.

Cuando me desperté ella seguía dormida a mi lado. Sin duda estaría dolorida por el sexo de antes. En sus pechos todavía quedaban marcas de mis dedos y de mis chupetones. Su cuerpo blando y cálido me encantaba, me estaba volviendo a poner duro mirando sus tetas y su perfecto culo, que al dormir de lado mantenía apuntado hacia mí. Una de las cosas que debía aprender era que cuando me despertase con ella a su lado, debía hacer lo mismo y complacerme, por lo que la desperté con suaves besos, dejando que mi erección se asentase entre sus nalgas.

— ¿Cómo estás, nena?

— Bien… — se movió y vi como pasaba una punzada de dolor por su cara antes de sonreír — es como tener agujetas.

Me alegré de que estuviese bien y moví mi erección por sus nalgas, parecía no estar muy segura, no tenía pinta de que quisiese repetir, pero yo sabía como convencerla. Sin decirla nada más me levanté y me subí sobre ella, sentándome sobre su vientre. Solo mirándola coloqué mi erección entre sus grandes tetas y comencé a masturbarme con ellas. Se la subieron los colores a las mejillas, pero la obligué a mirarme, a mirar mi polla y a sujetar ella misma sus grandes pechos. Dejé mis manos a los lados y moví las caderas, follando su atractiva delantera.

— Joder, nena. Mira como me pones solo con dormir a mi lado. Si estás algo dolorida podemos dejar tu vagina tranquila, pero esa boquita tuya me está llamando, ¿te atreverías? Me complacería mucho.

Asintió con timidez, nada convencida, por lo que me retiré de encima y me senté en el borde de la cama, con las piernas abiertas, ella se arrodilló delante de mi y se quedó quieta, sin saber qué hacer. Apunté mi polla a sus labios y abrió despacio esa tierna boquita. Entré en ella dejando que se acostumbrase al sabor y al tamaño, empezando a empujar despacio y haciendo que me fuese tragando con cuidado. Mientras lamía guie sus manos por mi tronco, me le acariciaba centrándose en lamer el glande y el frenillo. Cuando empezó a coger soltura la agarré del pelo para poderla controlar mejor y la instruí en tener mucho cuidado con sus dientes. Me miraba con esos ojazos azules y asimilaba cada una de mis palabras, era una mamadora nata.

Deslicé mi polla por su garganta, hacía verdaderos esfuerzos para no ahogarse con mi polla ni con la saliva y seguir respirando, los ruidos que hacía al atragantarse eran absolutamente eróticos, música para mis oídos, la ordené que colocase sus grandes tetas sobre mis muslos y obedeció sin rechistar, gimiendo cuando las di un par de golpes a modo de premio. Le gustaba que jugase con ellos, que fuese brusco, era un sueño húmedo hecho realidad. Afiancé más mi agarre sobre su improvisada coleta y con una mirada de advertencia para que recordase cubrir los dientes empecé a follar su garganta. Entraba y salía de su boca, invadiéndosela, ahogándola con mi longitud. Grandes lagrimones caían por sus mejillas mientras lubricaba mi herramienta, no lo sabía, pero lo estaba haciendo muy bien, toda esa saliva sería el único lubricante que recibiría su culo. Retiré una de sus manos y la hice masturbarse, empezó con timidez, como si no supiese muy bien qué hacer, pero la excitación se impuso y comenzó a tocar únicamente su clítoris, sabía que solía hacerse dedos, pero era evidente que estaba dolorida por su primera follada.

Cuando empezó a coger soltura y a poder mamarme sola solté su cabeza y me recosté para mirarla, aquella jovencita había sido virgen hasta unas horas antes, ahora mamaba de rodillas como toda una puta, quizá algo falta de práctica, pero me encargaría de remediar esa situación. Podía ver su gordo culo moverse ligeramente cuando tragaba mi polla y recordando lo estrecha que la hice retirarse, necesitaría tiempo para prepararla. La di un largo beso, y la coloqué a cuatro patas en la cama. La postura hacía colgar sus pechos y se bamboleaban con cada movimiento, por pequeño que fuese. La pedí que me mirase y sonreí acariciando sus nalgas.

— Voy a ir por detrás, por tu ano, tu relájate y todo irá bien, te va a gustar, será un poco molesto al principio, pero si aguantas todo irá bien.

Asintió, algo asustada, pero no se movió ni me pidió parar. La besé como premio y acercándome a su ano empecé a comerla el culo. Olía bien a pesar de no haberse duchado, con un sabor picante pero no desagradable. Acaricié con la lengua cada una de las pequeñas arrugas y pliegues de su ano y me recompensó con un largo gemido. Llevé su mano a su clítoris y sin tener que decirla nada empezó a tocarse. Me ponía a mil. Me retiré para poder mirarla y la vi a cuatro patas, presentándome su culo y su vagina recién desvirgada, con las tetas colgando y gimiendo como la zorrita que era. Escupí sobre su ano y con delicadeza empecé a meter un dedo. Me le apretaba muchísimo, por lo que insistí y empecé a moverlo para relajar su esfínter. Poco a poco fue soltando mi dedo, y pude meterlo y sacarlo de su interior con toda libertad. Incorporé un segundo dedo y repetí el proceso mientras la daba suaves azotes, diciendo lo buena chica que era, lo sexy que me parecía tenerla así. Se inflaba con mis halagos, se entregaba a mí. Buscaba tanto mi aprobación que ni siquiera se quejó cuando metí el tercer dedo, a pesar de que su esfínter volvió a tensarse y se la escapó un pequeño gemido de dolor.

No podía más, quería ensartarla, quería ver como sus tetas botaban por mis embestidas. Estaba húmeda y cachonda y seguía tocándose, por lo que me coloqué y empecé a empujar. Meterla me estaba costando, su estrecho esfínter se había vuelto a cerrar y me rechazaba, se tensaba. Ella gemía de dolor debajo de mi e incluso paró de tocarse. Aquello me molestó, la solté un nuevo azote y la susurré que no parase de tocarse, que no me dejase colgado y se relajase. Como la putita obediente que era volvió a tocarse, intentando relajarse. Empujé más fuerte y mi glande entró por fin en su culo, casi por la fuerza a pesar de la preparación previa y la saliva que aún lo recubría.

— ¡Ay! Iván, duele…

— Lo sé, nena, pero lo estás haciendo muy bien, aguanta por mí, un poquito más.

Asintió y la di un par de azotes cariñosos, esa chica era increíblemente obediente y perfecta. Empujé y mi polla se abrió paso por su esfínter, tenso y cerrado. Su ano parecía ofrecer más resistencia a mis avances que su vagina, pero no me amilané. Di un fuerte empujón, arrancándola un grito de dolor, y finalmente se la clavé entera. Mis grandes testículos chocaron contra la entrada de su vagina y agarré sus tetas para apretarlas como si fuesen ubres de vaca, hacia abajo, con fuerza, como si quisiera sacarla leche. Semejante trato, con lo dulce que había sido antes, parecía confundirla y excitarla a la vez. La mordí el hombro y el cuello y la besé la espalda y la columna. Sentía la polla apretada y como empujaba de manera inconsciente para echarme de su ano, por lo que empecé a moverme, domándola, enseñándola a no rechazarme en ninguna circunstancia.

Lentamente la tensión fue cediendo, los gemidos y quejidos de dolor empezaron a espaciarse, alternándose con suspiros de placer mientras acariciaba sus tetas y la forzaba a masturbarse. Yo no dejaba de gemir, me miraba follarla con la cabeza apoyada en la cama y las piernas abiertas. Pronto su esfínter dejó de prestar resistencia, permitiéndome entrar y salir sin ninguna dificultad. La sacaba, escupía en su ano y volvía a entrar de golpe, haciendo que gimiese mientras exprimía sus tetas como si fuesen globos. Pellizqué sus pezones e imprimí más fuerza a mis movimientos, mis testículos chocaban contra ella y el ruido de nuestros cuerpos para mi sonaba como música celestial. Gemía con ganas, sin contenerse, los flujos de su vagina empapaban también mis testículos y mis muslos gracias al movimiento y sus tetas se balanceaban a pesar de mi tenaza sobre su base.

No duré tanto como en su vagina, su ano me exprimía, se movía conmigo y acompañaba mis embestidas. La agarré con más fuerza y clavando mi polla como si de un taladro se tratase me corrí en su ano. Largos chorros de leche bañaron su intestino mientras yo bramaba como un toro por el intenso placer, sin dejar de moverme. La di un par de azotes y salí de su ano de un tirón, impidiéndola moverse. Cerró los ojos con cansancio y aproveché a sacar mi teléfono. De forma que no me viese saqué unas cuantas fotos e inicié el vídeo, grabando como palpitaba su ano y lo abierto que estaba. No la había rasgado pese a su estrechez, por lo que mañana podría volver a follarla. Era buena, dócil y complaciente, pero tenía mucho que aprender.

— Empuja, saca mi semen de tu culo, deja que vea como se mueve a ver si estás bien y no te he hecho daño.

En el fondo me daba igual, pero tener en vídeo como expulsaba de su ano mi corrida, la primera que la echaba dentro, me calentaba muchísimo. Obediente empujó y yo grabé como escurría por su vagina y sus muslos. Lo recogí con mis dedos y se lo ofrecí a lamer. Vaciló, no parecía nada convencida de hacerlo, pero cuando insistí abrió la boca como una buena chica y se lo tragó todo. Dándola un abrazo me tiré con ella en la cama, cubriéndola de afecto y caricias, sobando sus tetas hasta excitarla de nuevo. No la permití volver a correrse, y cuando nos despedimos porque su madre estaba a punto de volver del trabajo la ordené darme sus bragas, a lo que me sorprendió dándomelas con una sonrisa satisfecha.

Me di una larga ducha, la jornada no podía haber ido mejor, y la guinda perfecta fue cuando describió en su diario, con todo lujo de detalles, que había sido una noche increíble. Que había tenido un sueño erótico conmigo y que se había cumplido después. Decía que estaba enamorada de mi y que sería una buena novia, que se esforzaría porque había encontrado a alguien increíble que la quería de verdad. Sus sentimientos eran conmovedores y afianzaron mi decisión de mantenerla como novia. No la quería como ella me quería a mí, pero sus tetas bastaban para que me esforzase.

Lo que pasó a partir de ese momento supongo que todos podéis imaginarlo. Formalizamos la relación, aunque la insistí en mantenerla en privado hasta que se marchase a la universidad. Todas las tardes tras el instituto venía a mi casa y yo la follaba y pervertía, compré un montón de juguetes eróticos para ella y la enseñé qué porno debía ver, cómo debía tocarse, cómo debía cuidar sus preciosas tetas para mantenerlas grandes y firmes… la moldeé a mi gusto, hasta que la convertí en mi pareja ideal. La enseñé a atender todos mis deseos y rodos mis caprichos dentro y fuera de la cama, e incluso la convencí de que se dejase grabar mientras la follaba, por lo que pronto acumulé una buena colección de vídeos que la obligaba a ver para masturbarse con ellos. En cuanto se fue a la universidad solicité el traslado a Hamburgo y comenzamos a vivir juntos como pareja. Ganó confianza en su físico gracias a mí, y su sentimiento de adoración creció tanto que, en el último año de carrera, a capricho mío, se dejó hacer un pequeño tatuaje de una estrella en su pubis. El proceso hasta llegar a ese punto no fue sencillo, y quizá me anime a contaros cómo llegamos a ello, pero eso será en otra ocasión.