La verdad es que nunca llegue a comprenderla, era una mezcla de lujuria e inocencia. Eso me volvía realmente loco

Nunca llegué a comprenderla. La mezcla de inocencia y lujuria. El dolor de nuestros abrazos. El deseo de buscarnos sabiendo que nos volveríamos a separar. Los tabúes que no tocábamos para no hacernos daño. Las confesiones que nos separaban y el deseo que nos unía. Su cuerpo, largo, cálido, duro. Su boca apasionada, profunda y a la que tantas veces me hubiese gustado hacer callar. Sus movimientos graciosos, sinuosos. La provocación que subyacía en todos sus actos. Porqué la deje ir?

 

Fue en agosto? La playa estaba desierta, el acceso era casi imposible. Eran las playas que normalmente nos gustaban. Las que buscábamos. No corría brisa alguna. Calor, mucho calor.

 

Sólo allí, en los extremos casi donde la vista no llegaba se veían unos puntitos que se movían. Lo mismo podían ser personas que animales.

 

Tumbada sobre la gran toalla, siempre le gustaron las toallas grandes.

 

Yo estaba un poco alejado de ella. Se había quejado que mi sombra le impedía tomar el sol. Si me hubiese cambiado de lado se hubiese solucionado el problema, pero en broma me había alejado de ella, como si me sintiese ofendido por su rechazo. Me pidió que regresase, me dijo que no pretendía eso. Ella sabía que lo había hecho de broma pero aún así me lo pidió. Pedir, suplicar, ser satisfecha era un juego en el que se movía con placer. Un juego al que jugábamos con perverso placer ambos.

 

La miraba y podía ver como las pompas de sudor se iban formandopor el denso sol, iban apareciendo sobre su piel ya bronceada. Su piel era una de mis obsesiones, era suave, más que suave elástica y con un olor cálido que avivaba mi deseo de besarla o de comerla. Y luego estaba su color, nunca dejé de admirar el color que tomaba, tomaba un precioso y brillante matiz dorado que reflejaba una increíble cantidad de tonos al reflejar el sol.

 

Desnuda, amodorrada. Le costaba hablar y seguir mis comentarios, pero no podía evitar replicarme.

 

Ella sabía que la miraba.

 

-Eres un mirón.

 

-Sí.

 

No sé cuanto tiempo después los regueros de sudor oloroso bajaban en zigzag a causa de los escasos e invisibles vellos confluyeron en su vientre, en su ombligo, mientras su vientre subía y bajaba al lento ritmo de su tranquila respiración. Quería acariciarla pero no podía dejar de mirarla.

 

Su completa desnudez, su impudor me seducían. El sol le daba de lleno sobre su sexo inflamado, siempre lo estaba, no le daba tregua. La depilación aumentaba su desnudez. Ni un solo vello adornaba su cuerpo y el tacto de su piel me seducía como una droga que aumentaba sus efectos cuando la olía o la lamía.

 

Una de las cosas que me sedujeron de ella fue su olor. Cuando nos presentaron me pregunté si todo su cuerpo olería igual de bien. Ella notó que me quedé un instante de más cerca de ella. Todos lo notaron. Su mirada me preguntó que ocurría. Mi sonrisa la tranquilizó. Su mirada me dijo que no habíamos acabado ahí, le debía una explicación pero no allí delante de todos. Se habían callado para mirarnos sorprendidos. Más tarde cuando estuviésemos solos tendría que dársela. No sé cuanto duró esa conversación con los ojos. Fue larga. Así nos pareció cuando la recordamos tiempo después.

 

Tal vez nos sedujimos al no hablar. Su vieja sonrisa de conocimiento me provocaba. Lo que le habían contado de mi maldad la atraía.

 

Ver su vientre moverse al compás de la respiración o el deseo podía mantenerme absorto durante un tiempo que mirado en un reloj parecía muy largo pero que apenas lo notaba, sobre todo si se acariciaba para mí, mientras sus largos dedos entraban y salían mojados de ella y el placer la iba invadiendo con la laxitud propia de la amante que desea satisfacer los vicios de su amante. Era impúdica y tierna a un tiempo.

 

Se movió hacia un lado para hacer resbalar el sudor, pero con tanta indolencia que pareció lo hacía a cámara lenta. Todo su largo cuerpo se estiró en el movimiento, parecía una gata caprichosa desperezándose. Quizá más una guepardo, delgada y esbelta.

 

-Me hace cosquillas.

 

Así comenzó.

 

-No abras los ojos.

 

-No, por favor, no empieces.

 

-Te gusta demasiado implorar como para saber que no te gusta.

 

-Eres un cabrón.

 

Su respiración había cambiado de frecuencia, su cuerpo se estaba preparando. Si hubiese tenido vellos se habrían erizado. Se puede oír una vulva inundarse? No se había movido, no había abierto los ojos. Tal vez sus dedos se habían sujetado a la toalla o me lo pareció.

 

Me gustaba verla jugar voley, no, me gustaba ver su cuerpo moverse, la tensión en la musculatura, en los tendones, casi podía ver sus nervios crispados, preparados para el siguiente gesto. Su sudor, sus jadeos de esfuerzo, sus gritos de gata. Su mirada y su sonrisa de complicidad con sus compañeras entre los tantos.

 

Me hablaba sin mirarme, sin abrir los ojos.

 

-Tengo calor.

 

-Tienes calor o estás caliente.

 

-Sabes que ambas cosas, estar aquí desnuda mientras me miras, lo sé, sin tocarme, obligándome a esperar que comiences a jugar conmigo me calienta. Y tú, perro, lo sabes. Te gusta –su voz era grave, profunda, baja, incitadora –sabes que me enerva que me hagas esperar y no pueda hacer nada para provocarte y comiences ya.

 

-Después disfrutas más.

 

Le gusta tener que esperar, someterse.

 

-No quiero esperar, no quiero disfrutar más, quiero correrme ahora.

 

-Egoísta.

 

-Cerdo machista.

 

-Acabamos de empezar -le digo casi pensando en voz alta, su excitación la hace volverse más sucia en el lenguaje.

 

-Nunca empezamos.

 

-Me gusta…

 

-No comiences ya con tus me gusta, si tanto te gusta tócame. Méteme la polla y córrete.

 

El deseo la hace utilizar un tono tenso, me gusta mantenerla en ese estado.

 

-No me provoques, sabes que no te servirá.

 

-Cerdo -me dice sin poder disimular su deseo.

 

-Puta.

 

-Tú has sido quien me ha convertido en puta.

 

-Y te gusta.

 

-Desde pequeña, tú te has limitado a ir sacándola de mí.

 

Los dedos de los pies acusaban ya la tensión.

 

-Porqué no puedes hacer que me corra normalmente?

 

-Porque no te gustaría tanto, lo sabes.

 

-Sí, lo sé –su tono de resignación me enterneció pero sabía que era un lujo que no me podía permitir con ella, allí, en ese momento.

 

-Porqué no eres como los demás? Porqué eres tan cabrón?

 

-Y a ti porqué se te abre el coño en cuanto comienzo a jugar contigo?

 

-Eres un mierda.

 

Le gustaba agotarme cuando entrenábamos juntos, era su desafío, endurecíamos nuestros cuerpos en su desafío constante, buscaba agotarme, rendirme para compensar su sometimiento. Las sonrisas de complicidad en las carreras, disfrutar al estar uno al lado del otro como preludio del goce que vendría después de entrenar, agotados. Temblando de agotamiento, insaciables. Porqué se me ponen los vellos de punta al recordar?

 

-No lo niego pero no soy yo… –le digo.

 

-Un día no lo haré.

 

-No merece que me moleste en contestarte.

 

Empecé a besarla desde los dedos de los pies, el empeine…

 

-Sube más deprisa, lo necesito. Te prometo que haré lo que quieras si lo haces.

 

Cuánto podía tardar?

 

-Porqué eres así?

 

-Te gusta, tu misma me lo explicaste.

 

-Me arrepiento muchas veces de amarte tanto.

 

-Lo sé pero no puede ser de otra manera entre nosotros.

 

Su niñez, su juventud, la han marcado de esa manera, para buscar de manera necesaria ser querida y huir buscando libertad apenas conseguido el sentimiento.

 

-Porqué no me quieres? –Me pregunta con dolor en su voz.

 

-Sabes que te quiero pero tú no puedes saberlo.

 

-Me perdonarás alguna vez por amarte así?

 

-No puedo.

 

Tanta ternura diluyéndose bajo la pasión que nos convertía en bestias. Tanta ternura en tanta pasión.

 

-Bésame, lo necesito.

 

-No.

 

Los regueros de sudor caían a raudales por su cara, sus pechos, su vientre, sus muslos. No hacía nada por quitárselos, era incapaz de moverse. Todo su mundo pertenecía al placer que sabía que iría subiendo en ella, la tensión que la iba inundando, los jadeos que se convertirían en gritos. Tal vez el llanto cuando hubiese acabado.

 

-Puedo acariciarme los pezones?

 

-Ahora no.

 

-Necesito pellizcármelos.

 

-Eso no es acariciar.

 

-Porqué te gusta humillarme? –me pregunta con un tono que no distingo si es curiosidad o deseo contenido.

 

-Porqué te gusta que te humille?

 

-Siento deseos de escupirte a la cara.

 

-No debes hacerlo.

 

-Perdóname, no me hagas nada, ya tengo suficiente, no te demores más. Recuerdo el paseo de ayer por las dunas y no podría repetirlo.

 

-Lo harías, lo quieres o no me lo habrías recordado, te gusta insistir hasta obligarme –le digo pensando que es cierto, le gusta obligarme a abusar de ella incluso cuando no lo deseo, cuando simplemente quiero disfrutar de su compañía.

 

-Necesito que me beses.

 

-Te distraerías, luego.

 

-Llevas razón.

 

-Lo sé.

 

-Idiota –ha cambiado el tono. Es feliz. Hemos vuelto a cambiar el ritmo de nuestros afectos. La ternura ataca de nuevo. Si su espíritu brilla cuando goza, cuando sus sentimientos afloran, deslumbra de emoción.

 

-Hermosa.

 

-Me lo dices para que me calle.

 

-No te soportaría si no lo fueses.

 

-Quién soporta a quien?

 

-Habló la virgen.

 

-Si lo fuera, estoy segura que entonces sí que no me soportarías. No te imagino con una.

 

La sonrisa gana fuerza en su boca hasta que aparecen sus paletas, no puedo evitar contagiarme. Mirarla es un vicio.

 

-Tú lo eras en muchos aspectos.

 

-Pero tú supiste enseguida que no me gustaba serlo, quería aprender todo lo que me has ido enseñando, mi cuerpo lo necesita.

 

-Todo tu cuerpo?

 

-Hay partes que más que otras –me responde con una pícara sonrisa.

 

-Por ejemplo?

 

-Qué borde eres, dios te va a castigar y va a hacer que te cases con una estrecha.

 

-Siempre se la puede dilatar.

 

-Me gustó, no te lo dije pero me gustó mucho, eras implacable pero sabías que así era como lo quería.

 

-Aún tienes muchos secretos conmigo? –En una ocasión le dije que no podía contármelo todo, que lo usaría contra ella.

 

-Ninguno, sabes que me gusta contarte todo, hasta los detalles más pequeños, los más íntimos, los que me denigran y me someten a ti.

 

-No sé quien disfruta más si yo escuchándote o tu hablando o mostrándomelo. Cuéntame algo.

 

-No sé. No quiero desearte tanto, me duele.

 

Qué ocurría?

 

-Lo sé pero sabes que no puedes quererme sin ese deseo.

 

-Creo que viene alguien paseando, si te tocas cuando pasen comenzaremos a jugar.

 

-Y una mierda. Asqueroso mirón –tal vez me iba a decir algo más pero optó por callarse.

 

-Tienes una lengua muy sucia.

 

-Lo sé –me dijo mientras sonreía – pero a ti no te importa cuando la uso dependiendo en qué. Además me gusta provocarte y ver como eres tan cobarde como para no hacerme nada.

 

-No voy a tocarte, ya sabes lo que quiero.

 

-No lo voy a hacer, no me moveré y dejaré que me miren, tan sólo eso.

 

-Con las piernas abiertas.

 

-Estoy demasiado excitada para eso, lo verán –me dice consciente desde luego podían verla, su sexo inflamado resaltaba más aún por la crema solar.

 

-Entonces me alejaré cuando se acerquen para que te miren más a sus anchas.

 

-Y si es una familia con niños pequeños?

 

-Algún día tendrán que aprender, además verte a ti será uno de esos recuerdos que conservarán toda su vida –le digo consciente de cuanto le gusta exhibirse.

 

-Y se harán pajitas.

 

-Me las hago yo, te diré los niños.

 

-Pensé que la única pajillera de los dos era yo.

 

-Ya ves, sorpresas que da la vida, abrirás las piernas?

 

-No es suficiente con que vaya depilada y anillada? Quieres que se hagan la paja aquí o que me violen? –Me dice siendo ambos conscientes que disfrutará cualquiera de las opciones.

 

-No me importaría que te violasen si yo intervengo.

 

-Y una mierda, después me escuece cuando hago pipí. Además no tengo ganas hoy de violencia, quiero algo tranquilo, dulce.

 

-Eso dices muchas veces pero eres incapaz de contenerte cuando te calientas.

 

-Me gustas porque no me dejas.

 

-Por eso te anillé, para que te sintieses más dispuesta a someterte.

 

-Sí, lo sé, disfrutas amenazándome con atarme por los piercings y sabes que me da miedo desgarrarme. Está bien, lo haré si después jugamos en el apartamento.

 

-Me imagino que a algo en concreto –le contesto sabiendo que su perversa mente me pondrá a prueba de nuevo.

 

-Podemos jugar a…

 

-Lo pensaré.

 

Volví a acercarme a ella sin que me oyese y comencé a acariciarle los pies.

 

-Dios, no, por los pies no. Otra vez no. Eres un hijo de puta. Me niego, así tardarás horas –pero a pesar de su protesta no movió un músculo, sólo estiró un brazo y peinaba la arena con sus dedos. Cuando empecé a mordisquearle los pies, protestó:

 

-Estoy sudada.

 

-Date un baño.

 

-No tengo ganas de moverme.

 

-Lo dejo?

 

-Eres un capullo, llevo dos horas esperando y ahora quieres dejarlo.

 

No puedo evitar sonreír.

 

-No hace tanto que estamos aquí.

 

-Listillo, no has contado el camino hasta aquí.

 

-Eres una viciosa, qué hemos hecho para desayunar?

 

-Eso no cuenta, fue el postre de anoche –no supe si se sonreía al recordar la noche anterior en la discoteca o que estaba tan a gusto que sonreía por eso, siempre había tenido una sonrisa fácil, triste a veces.

 

Me encantaba discutir de estas cosas con ella y ella lo sabía y también había llegado a aficionarse a ronear, poniendo morritos para que la besase y poder atraparme con sus largos brazos que si bien no apretaban me acercaban a ella tanto que no podía separarme. También lo sabía. Era lo bello de nuestra falta de intimidad y lo malo, nos hacíamos daño al tratar de complacer al otro.

 

-Anoche estabas muy caliente.

 

-Hiciste que los cabrones de tus amigos me calentasen. Quién era aquella mosquita muerta a la que chuleaste?

 

-Celosa tu? Un espíritu libre? Un poco exagerado lo del chuleo.

 

-Eres un mierda.

 

No pude evitar una carcajada, era feliz.

 

Ella también se rió de mi comentario.

 

-Te refieres a tu tonteo con… Si acaso alguien calentó a alguien fuiste tú. Por eso seguiste bailando cuando me enganché de tu blusa y te dejé la teta al aire?

 

-Pensé que querías que todos me vieran, supuse que te gusta enseñar como han quedado los anillos de los pezones.

 

-Te gustó como todos te miraban.

 

-Sabes que me gustaría. Tus amigos se pusieron como motos y sabes que me gusta provocarte, impotente.

 

-Te diré, bailar contigo… -se pegaba como la piel sudada a una camiseta y se movía como una serpiente ondulante -se la pones dura a un maricón.

 

-Tendremos que probarlo.

 

-Esa es mi niña, una pervertida.

 

-No lo soy, nunca lo fui hasta que te conocí.

 

-Eso dicen todas.

 

A veces no me doy cuenta de la mezcla de celos y curiosidad que siente por las que la precedieron.

 

-Y llevarán razón, provocas hasta que hago cosas que nunca sospeché que podrían gustarme.

 

-El placer es así, siempre quieres más.

 

-A todas les pasaba?

 

-Nadie es igual a otra.

 

Tal vez no quiera reconocerlo pero es cierto, ninguna se puede comparar a otra, tal vez ella menos que las demás.

 

-No empieces con tus devaneos filosóficos.

 

-La filosofía es el amor por el conocimiento.

 

-Buh, buh, buh, no te vayas por las ramas, responde “filósofo” -su tonillo de burla era encantador entre jadeos.

 

-Pocas veces me dices piropos.

 

-Responde capullo.

 

-Ahí te reconozco más.

 

-Responde –ya se le notaba cierto deje de impaciencia.

 

Mientras hablábamos había llegado a sus rodillas y ella había separado un poco más las piernas. Su humedad brillaba entre ellas. Tome un poco con la yema del índice. Gimió. Me costaba sudores mantenerme en mi actitud de frialdad cuando deseaba tanto meter mi cara entre sus piernas y hacerla gozar.

 

-Haz que me corra.

 

Le separé un poco más las piernas.

 

-Quieres que te chupe?

 

-Me lo dices para que te lo pida y decirme que no.

 

Me lo dijo con tanto sentimiento que no pude evitar besarla, posando apenas los labios sobre los de ella. No se movió, pensé que me atraparía, pero no lo hizo. Estaba seria.

 

-Sé que nunca viviremos juntos.

 

-Es verdad, ambos lo sabemos.

 

-A veces me gustaría.

 

-Y a mí.

 

-Pero prefiero follar.

 

Por un momento pensé que íbamos terminar aquí, sentí miedo.

 

-Te lo has ganado –abrí sus piernas y me amorré en su coño. Pensé que me había tirado de cabeza al mar, casi me ahogo.

 

Levantó las caderas y se fue crispando a medida que el placer la absorbía. Notaba los músculos de sus piernas tensos. Veía los de su vientre subir y bajar con los espasmos de su placer, la oía jadear. Estaba bella.

 

-Deja que me corra, por favor.

 

La besé. Abrió los ojos y me miró con dulzura.

 

-Cuando me besas así pienso que me quieres.

 

-Te cansarías de mí sí te quisiera.

 

-Lo sé, pero a veces me gusta sentir la sensación.

 

Sus manos acariciaban su sexo abierto rozándolo apenas.

 

-Aún quieres correrte?

 

-Sabes que sí.

 

-Te abrirás de piernas cuando pasen?

 

Durante un instante se queda callada.

 

-Estoy muy excitada.

 

-Te lo como otra vez?

 

-Ahora no, prefiero que lo hagas dentro de un rato.

 

-Cuándo hayan pasado?

 

Me mira, sabe que sé que lo desea, pero no quiere ceder en el pulso entre ambos.

 

-Tal vez.

 

-Prefieres ponerte boca abajo y abrirte?

 

-Eso sería más obsceno.

 

-Seguro. Date la vuelta deja que mire lo que verán.

 

Me alejé de ella y subí desde el mar mirándola.

 

-Me encantan los labios de tu coño inflamados.

 

-Te gustan todos mis labios, sobre todo cuando soy dócil.

 

-Quieres calentarme hasta que no pueda aguantar?

 

-Sí. Quieres follarme en la boca?

 

Conforme aumenta su deseo busca que la trate con más dureza. No se puede correr a menos que la humille o la someta.

 

-Lo haré si te tocas cuando pasen.

 

-Boca arriba o boca abajo?

 

-Es mucho más insinuante boca abajo, lo verán pero no con claridad.

 

-No si también me doy en el culo.

 

Su culo es toda una tentación, me lo ofrece con la misma facilidad que su coño aunque su uso le resulte doloroso o tal vez por eso.

 

-En el culo descartado, le restaría morbo.

 

-Y si mi corro?

 

-Según nuestro pacto no puedes hacerlo.

 

-Creo que me equivoqué cuando lo hice, deberíamos revisarlo.

 

-Me encantas bobita, sabes que no lo deseas de verdad, te encanta que no te pertenezca ni tu cuerpo ni tus deseos.

 

Saberla excitada y sometida, además de contagiarme su deseo me provocaba una gran ternura que sólo podía desarrollar una vez que los dos nos habíamos calmado, además de una gran excitación que me obligaba a tratarla con dureza, incluso haciéndole daño y eso era lo que le gustaba y lo que deseaba de mí. Si la hubiese tratado con delicadeza me hubiese rechazado. Le gustaba la seguridad que le ofrecía mi dominio, lo cabrón que era, según su propia expresión.

 

Los que se acercaban lo hacían con mucha lentitud, se paraban para tiran piedras al mar y hacerlas saltar y aún no distinguía si eran mayores o jóvenes.

 

-Te gustó la puta de anoche? –Me pregunta.

 

-No me gusta que hables así, estoy seguro que eres más pervertida que ella y yo no te trato así.

 

-Seguro que soy más pervertida que ella, a veces me pregunto si hay alguna mujer más pervertida que yo, salvo que no me hayas enseñado algo y si lo hayas hecho con alguna de las otras.

 

-Te lo he dicho, no depende de lo que yo te enseñe…

 

-…sino de lo que yo aprenda, lo sé. Alguna de las otras ha llegado tan lejos?

 

De nuevo la curiosidad. Hay momentos que no me gusta contarle para no romper el estado de ánimo en el que estamos. En otras ocasiones el morbo de saber de otras…

 

-Esto no es una competición.

 

-Lo sé, sólo quiero saberlo.

 

-Te refieres a los sentimientos?

 

-Sabes que no bobo, no me provoques y contesta.

 

Ahora ya está muy caliente, pero también dolida por el juego con la de anoche.

 

-Qué haría yo si no te provocase?

 

-Pajas, me sorprende que te las hagas cuando estás conmigo.

 

-Sería materialmente imposible, apenas nos separamos y en los supers está mal visto un tío meneándosela.

 

-Y si te lo hago yo?

 

Me apetece darle un poco de respiro y le contesto una parte de la verdad:

 

-Cuando estoy contigo no puedo hacerme pajas, no me queda ni fuerza y sobre todo no siento deseos, tú me sacias.

 

-Y lo del super?

 

-Tendrás que montarlo tú, pero no como lo del café.

 

-Cómo lo del aparcamiento?

 

Rememorar momentos en los que nuestros deseos se anteponían a cualquier razón le gusta, le gusta probar desafiando límites.

 

-Me parece bien. Me gusta cuando usas tu perversa imaginación.

 

-Contéstame a lo de ellas.

 

-No te conformas con saber que en ti he encontrado todo lo que deseaba en una mujer?

 

-Todo menos…

 

Nadie es perfecto, pienso. A veces lo que somos nos impide tener lo que nos gustaría.

 

-Eso también lo sabes, lo hemos hablado hasta aburrirnos y no lo vamos a cambiar.

 

-A veces me gustaría.

 

-Y a mí que abrieses más el coño.

 

-Puto cabrón, después me lo quemo.

 

-Te pondré crema hidratante.

 

Gime.

 

-Odio que sepas tocarme tan bien. Pensaba en ayer, por como hiciste que me corriese aunque no quería.

 

-Querías, siempre quieres y eso… Me encanta que gimas hasta en las conversaciones más serias.

 

-Ellas, háblame de ellas.

 

-Me gusta tu coño jugoso, esos labios gruesos, llenos.

 

Se los acaricia despacio, abriéndolos con su dedo corazón, deslizándolo sobre su humedad.

 

-Me gusta cuando se abren y los veo palpitar agitados por el placer.

 

Se pellizca sus cónicos pezones tirando de ellos hasta casi romperlos.

 

-Me gusta tu boca roja y hambrienta abriéndose bajo mi lengua.

 

Está demasiado excitada para continuar y me callo.

 

-Sigue por favor, sigue diciéndome como te gusta so puto–logra articular entre jadeos.

 

Arquea el cuerpo masturbándose con frenesí, hundiendo tres dedos en su mojada vagina y golpeándose el clítoris. Sus pezones desafiantes miran al cielo. Le cuesta llegar al orgasmo.

 

No puedes correrte.

 

Cae desecha sobre la toalla, aun gimiendo. Cuando abre los ojos me mira con dureza.

 

-Eres… -duda buscando la palabra que me describa con suficiente fuerza y le ayude a desahogarse- no sé como decírtelo, hijo de puta, cabrón, cabronazo, me pones a tope y cuando te pido que me ayudes a correrme te quedas mirando como un asqueroso.

 

-Si te ayudo no disfruto tanto como mientras te veo como pierdes el control buscando correrte.

 

Me rechaza cuando me acerco a acariciarla. Eso me obliga a sujetarla. Trata de morderme. Sigue excitada, muy excitada. Trata de escapar.

 

-Eres insaciable.

 

-Fóllame y cállate cabrón.

 

Le mordisqueo los pechos y ella intenta morderme a mí, pero la tengo sujeta, después tendrá las muñecas lastimadas entre otras cosas. Me busca cuando voy a besarla, le muerdo los labios mientras se agita bajo mí. Todo su cuerpo se agita por la tensión.

 

Cuando la suelto se vuelve dándome la espalda, veo su cuerpo sacudido por el llanto. En momentos así no sé si es el dolor o el placer lo que lo provoca. Hasta que no se da la vuelta y la veo sonreírme no salgo de dudas.

 

-Gracias –me dice en un tono bajo, íntimo, tan bonito que noto como se me erizan los vellos de la nuca mientras me lame los dedos –te deseo, dame placer, más, por favor.

 

Los paseantes ahora están muy cerca, tanto que me imagino que no han perdido detalle de su cabalgada sobre mí. Seguro que la mirarán con más interés cuando pasen.

 

-Ya están cerca, hazlo. Ponte boca abajo y métete la mano en el coño y date gusto con tus deditos dentro de él. No te la sacarás hasta que no te diga.

 

-Cabrón!