La violación de una pobre madre

Llevaba trabajando varios años. La expansión internacional había hecho que buscasen una persona que hablase varios idiomas. Había dejado de trabajar cuando nació mi hijo, pero en cuanto empezó a ir al colegio, volví a hacerlo. Mis jefes eran Eduardo, más o menos de mi edad, cuarenta y tantos, y Miguel, su hermano pequeño, con quien se llevaba 12 años. Ambos eran muy distintos. Eduardo era viudo, una persona seria, y tenía un hijo de la edad del mío, Fran, que frecuentemente venía a la oficina a ver o buscar a su padre. Siendo más pequeño, más de una vez había cuidado de él mientras Eduardo estaba el alguna reunión.

Conocí a Fernando, mi marido, con 18 años, fue el primer y único hombre de mi vida. Cuando le conocí estaba a punto de finalizar sus estudios de derecho. Ahora ejercía la abogacía. Años después nos casamos y nació Aron. Él, Fran y varios chicos más iban a la misma clase, formaban parte del mismo equipo de fútbol. Se podía decir que eran amigos.

En el trabajo fui volviéndome imprescindible, ya que la producción iba destinada al extranjero y yo era la persona de referencia. Estaba contenta hasta que una tarde, después de una comida con unos proveedores, Eduardo me propinó un par de azotes y rozó mis pechos. Me enfadé mucho, llegaron a saltarse las lágrimas por la impotencia. Dado que había una cámara que grababa todo lo que pasaba, copié las imágenes y les dije que los denunciaría. Mandaría la sentencia a sus clientes y les hundiría la empresa. Sólo pretendía negociar mi despido. Mi sorpresa vino cuando Miguel vino a hablar conmigo, disculpándose en nombre de su hermano, ofreciéndome un aumento de sueldo. Después lo hizo el propio Eduardo. Me sentí halagada y parecían sinceros cuando me lo ofrecieron y terminé aceptando. Cumplieron su parte, me sentía respetada y no volví a tener problemas en el trabajo.

Mi nombre es Marina. Tengo 44 años, soy rubia, ojos verdes, un pecho más bien grande, delgada y bajita. Todo el mundo me ha dicho siempre que no aparento la edad que tengo y que soy afortunada con mi físico.

Una semana antes de suceder todo, Aron y Fran tuvieron una pelea en el entrenamiento. La consecuencia fueron varias contusiones para el hijo de mi jefe, mientras que a Aron le apartaron dos semanas del equipo, advirtiéndole de la expulsión definitiva si volvía a repetirse. Me disculpé ante Eduardo, que aguantó la humillación de que su hijo hubiera sido golpeado por el mío y se limitó a decir que si no controlaba su carácter, acabaría teniendo problemas.

Mi hijo era un chico mimado. Algo parecido a lo que sucedía con Fran, el hijo de mi jefe, sólo que Aron se había metido ya en algún lío legal en el que gracias a su padre había esquivado la prisión. Así fue como se dieron las circunstancias que desembocaron en aquello.

Una tarde estaba a punto de marcharme y Eduardo me llamó a su despacho. Allí estaba también su hermano. No dijeron nada, sólo enchufó la televisión y me dijo que observase el vídeo. Quedé pálida al ver a Aron robando en una tienda de la ciudad. Sabía del robo por la prensa local, pero no podía creer que lo hubiese cometido él. Rompí a llorar.

Aron había tenido una época difícil años atrás pero cambió de amistades, y Julio, que siempre nos había parecido un buen chico, se convirtió en su mejor amigo. Nos gustaba mucho que fuesen siempre juntos ya que más de una vez frenaba sus impulsos.

Lo lamenté, pero Eduardo se mostró frío. Miguel dijo que era cosa de chicos, pero que podría traer consecuencias aunque en tono distendido. Llamé a casa, hablé con mi marido y ordené a Aron que estuviese allí cuando llegase.

Aron estaba allí con Julio, asustado, y ya conocía por qué le había convocado con tanta urgencia. Fernando entró a los pocos minutos.

Fue una tontería, mamá. Estábamos en la calle y bueno… una apuesta… – Fue dando excusas banales.

Eres idiota? Sabes que no es la primera vez y ahora puedes ir a la cárcel. – Replicó Fernando.

Julio nos miraba sorprendido. Aron rompió a llorar, reconociendo ahora la estupidez que había cometido y que le podía costar muy caro. Su amigo le puso la mano en el hombro.

Esto se olvidará en unos días. No te puedes ir una semana fuera del pueblo? Pasará pronto. – Preguntó Julio .

Tras marcharse, discutimos la idea que había dado Julio y que nos parecía excelente. A primera hora del día siguiente, Fernando y Aron se marcharon a la casa que teníamos en la playa. Me despedí de ellos y me fui a trabajar con cierto nerviosismo por lo que mis jefes, sobre todo Eduardo, pudieran decir de las imágenes. A media mañana, decidí preguntar a Miguel, cuyo trato era más cercano.

Tranquila Marina. Luego hablará mi hermano contigo, pero no llegará la sangre al río.

Por la tarde llegaron Eduardo, acompañado de su hijo y su inseparable amigo Jorge.

Marina. Es el cumpleaños de Fran. No le felicitas?

Por supuesto. Felicidades, Fran. – Dije amablemente. Espero que estés mejor de las contusiones que te hizo el bobo este. – Añadí refiriéndome a mi hijo.

Gracias Marina, no pasa nada.

Conocía a Fran desde pequeño. Muchísimas veces había cuidado de él, siendo pequeño, cuando su padre estaba ocupado. De más pequeños era muy amigo de Aron, pero después, a pesar de jugar al fútbol juntos y ser compañeros de clase, dejaron de ser inseparables. Mi hijo se hizo muy amigo de Julio y Fran de Jorge.

Chicos. Marina, “la mujer divina”, la que estuvo a punto de hundir la empresa porque un día le di un par de azotes. Hoy vamos a hundir a su hijito, que se va a pudrir en la cárcel. Que por cierto, Fran todavía tiene las marcas de la paliza que le dio. Tienes un delincuente en casa.

Papá. Se ha ido esta mañana con su padre a la playa hasta que esto se calme.

No importa. Sabemos dónde está la casa. En cuanto haga unas llamadas, irán a buscarlo.

Por favor. No¡¡¡ – Supliqué. – Es un estúpido pero es mi hijo.

Estábamos a punto de irnos a casa. Estaba nerviosa y descolocada. Parecía que lo que había sucedido meses atrás había quedado olvidado pero ahora sabía que no era así.

Marina. Voy a darte la oportunidad de evitar la denuncia de tu hijo. Quiero que vengas con nosotros a celebrar el cumpleaños de Fran.

Si, claro. – Dije sin dudarlo.

Eso sí. Si aceptas, has de ir un poco más sexy. Debes quitarte el sujetador y ponerte esta falda en lugar de esos pantalones. Son las condiciones, tú decides. – Dijo entregándome una bolsa en la que había una falda corta vaquera.

Era una venganza. Agaché la cabeza. Estaba indecisa. Si no aceptaba, Aron pagaría las consecuencias y si lo hacía estaría en sus manos. Al final no tenía alternativa, era mi hijo y no podía permitir que fuese a prisión aunque lo mereciera. Cogí la pequeña bolsa de papel que contenía la falda y me dirigí al baño. Dudaba si hacía lo correcto. Si cedía no sabía hasta dónde podía llegar aquello pero no podía permitir que mi hijo fuese a prisión si podía evitarlo.

Accedí. Vestía con unos vaqueros y una camisa blanca. Me cambié y metí los pantalones y el sujetador en la misma bolsa que me habían entregado la falda. Al salir, Eduardo me empujó de nuevo hacia el baño. Me asusté. Se acercó a mí, me abrió el botón de la falda y la bajó hasta mis caderas. Pensé que me bajaría las bragas, pero no, se limitó a escribir algo mientras yo no quería mirar y giraba mi cara llorando, avergonzada e intentando soportar mi humillación.

Me volvió a subir la falda y abrochó el botón. Salió antes que yo del baño. Me sentía insegura al no llevar sujetador y la falda era quizá poco apropiada para una mujer de mi edad. Aunque estábamos a mitad de la primavera, hacía buen tiempo, los días empezaban a alargarse.

Parece más joven, verdad Fran?

Estaba agobiada. No veía sentido a estar con una minifalda y sin sujetador, más allá de la venganza de hacerme sentir avergonzada por lo que había pasado meses antes.

Vamos a tomar algo. Os parece?

Me invitaron a salir hasta la puerta y subimos al coche de Eduardo. Después de unos minutos llegamos a un bar céntrico, relativamente cerca de mi casa, donde a veces, Fernando y yo íbamos a tomar algo o a cenar algunos fines de semana. Nos sentamos en una terraza. Había bastante gente, entre ellos personas a quienes conocía de vista, clientes de mi marido, vecinos…

Apreté mi brazo contra mi pecho, para evitar que se notase la falta del sujetador. El camarero nos trajo las bebidas. Una vecina, Marta, madre de otro compañero de mi hijo en el colegio, se acercó a saludarnos, a los cuatro.

Eduardo le contó que era el cumpleaños de Fran y que nos había invitado a tomar algo después de trabajo mientras yo me moría de vergüenza. Marta le dio dos besos, le hizo alguna carantoña, le dio un pequeño tirón de orejas y se despidió, volviendo a su mesa, no demasiado alejada de la nuestra.

Cómo me gustan tus tetas, Marina¡¡ – Espetó de manera grosera Fran. – Me gustaría verlas.

Enrojecí ante el comentario. Me sentía completamente vulnerable.

Marina, es el cumpleaños de Fran. Si te pide algo, deberías complacerle, salvo que no te importe lo que pueda pasarle a tu hijo.

Mi sangre iba subiendo a mi cabeza. Me faltaba el aire. Los miraba a todos. Los chicos bajaban la cabeza al mirarlos yo. Eran incapaces de sostenerme la mirada.

Lo siento por Aron. – Añadió mi jefe en tono amenazante.

Rompí a llorar. Miré alrededor. Todos me observaban ahora. Llevé mi mano al botón de mi camisa y desabroché el de arriba, ampliando mi escote. Les miraba suplicante, sin mostrar palabras.

Venga. No seas tímida. Abre otro. El trato es que esta tarde lo pasemos bien. Es el cumpleaños de mi hijo. La persona que más quiero en este mundo.

Comenzaron a rodar lágrimas por mi cara, en silencio. Me iba a tener que quedar con los pechos al aire. Los jóvenes se miraban jocosos entre ellos. Iba ya a proceder a quitarme el botón que los dejaría casi al descubierto cuando intervino mi jefe.

Sé que es difícil para ti el enseñar las “bubbies” aquí, delante de medio pueblo. Te propongo un cambio. Entréganos tus bragas, bueno, tanga por lo que he visto. Elige¡¡¡

No podía dar crédito. Tenía un nudo en el estómago. Quedé paralizada, pensando cual era la opción menos mala.

Bragas, blusa o nos vamos y denunciamos a tu hijo. Tú decides.

Notaba como la sangre me subía a la cabeza. Metí la mano por debajo de la falda, me levanté ligeramente de la silla y con disimulo bajé mis bragas lo más rápido que pude para que nadie tuviera sospechas, hice un ovillo con ellas y se las entregué a Eduardo.

Las extendió, con una sonrisa se las enseñó a su hijo, este a Jorge y por último se las volvieron a entregar a Eduardo. Se miraban entre ellos y las cruzaban conmigo, que sólo podía bajar la cabeza mientras apretaba con un brazo mis pechos, intentando que no se notase que iba sin sujetador y con la otra mano, estirando la falda para que no se viese más de lo debido. Avergonzada, sólo acertaba a tener la cabeza agachada. Estuvimos unos minutos más que a mí se me hicieron eternos. Eduardo llamó al camarero, que se acercó con la cuenta.

Bueno, Marina. Entiendo que nos invitarás a tomar algo a tu casa. Es un buen lugar para celebrar el cumpleaños de Fran.

Estaba en sus manos. No tenía alternativa si quería evitar que Aron fuese a la cárcel. Eduardo se levantó, y los chicos hicieron lo propio. Yo les seguí. Me sentía muy nerviosa. Volvimos los cuatro al coche.

Eduardo hizo de chófer, mientras que los chicos se colocaron a cada lado de las puertas del coche y yo en el medio. Nada más arrancar, ambos empezaron a tocarme por todos lados. Intentaba apartar sus manos pero siempre, alguna de ellas conseguía su objetivo. Al final fue Eduardo quien les ordenó parar.

Marina. En la terraza no hemos querido avergonzarte y hemos cambiado la opción de enseñarnos allí las tetas por entregarnos tus bragas. Ahora ya no estamos en el restaurante y una de las condiciones que se me acaban de ocurrir, es que entrarás a tu casa sin la camisa. Cómo lo ves?

Por favor… – Supliqué.

Vamos, todos queremos verte las tetas. Estoy seguro que hoy no te va a importar mostrarlas, verdad? Piensa en tu hijo, pobrecillo – Dijo con sorna.

Dejé de resistirme. Llevaron sus manos a mis pechos y empezaron a desabrochar los botones. Al llegar al último abrieron mi camisa por completo y la echaron hacia atrás. Me la sacaron por los brazos y mis pechos quedaron al descubierto. Entre los dos chicos me la quitaron. Intenté apoyar mis codos para evitar que las tocasen a su antojo.

Menudas domingas, papá¡¡¡

Ya te dije que te gustarían.

Llegamos a la puerta de mi casa. Había unos metros desde donde aparcó el coche hasta allí. Intenté coger mi blusa pero me lo impidieron.

Te hemos permitido eso en el bar. Ahora dependerá de lo rápido que llegues a tu puerta, bueno, también de lo que tardemos nosotros. Dame las llaves.

Se las entregué. Abrieron la puerta del coche y me dijeron que me fuese a casa. Les pedí por favor, que me devolvieran la camisa pero se negaron.

Cuanto antes salgas antes llegarás a casa. Antes llegaremos todos. – Espetó riendo.

Miré, observando a todos lados. Había chicos jugando en la calle. Estaba atardeciendo. Vi el momento que no había nadie y salí del coche. Apreté mis brazos en mis pechos y salí disparada hacia casa. Apenas eran unos pasos pero al mirar atrás vi que ellos se tomaban con calma el salir del coche. Vinieron despacio. Sólo quería comprobar que nadie me viese en aquella situación. Vi alguna persona pasar, pero no se fijaron, al menos eso pensaba. Llegó Eduardo y me entregó las llaves. Abrí la puerta y me apresuré a entrar.

Entraron mi jefe y los chicos. Entre todos flanqueaban la puerta. Yo misma había aceptado aquella situación y ahora debería lidiar con todos ellos. Nada más entrar me dio un fuerte azote que hizo que casi me cayese.

Bueno. Qué tienes de beber? Qué nos puedes servir? – Preguntó Eduardo mientras todos me miraban. – A mí me vas a poner un gintonic.

No sabía qué responder. Estaba tan avergonzada, con mis pechos al descubierto y fuera de lugar en mi propia casa que no podía articular palabra. Los chicos me pidieron unas cervezas y me fui a la cocina. A lo lejos escuché a Eduardo gritando.

Y no te pongas más ropa. Supongo que sigues queriendo que Aron no vaya a la cárcel.

Preparé las bebidas en la cocina, las coloqué en una bandeja y las saqué al salón, donde sentados, esperaban todos.

Está muy bien esta camarera. Servirnos en topless es todo un lujazo.

Volvieron a felicitar a Fran y juntaron las copas en un brindis por él y por la fiesta de cumpleaños. Su padre sacó un regalo, con un lazo, y se lo dio a su hijo. Era una tablet que al parecer deseaba desde hacía tiempo..

Papá. Gracias por la tablet, pero sobraba lo del lazo. – Contestó riendo.

Hazme caso. No sobra nada.

Aunque no hacía frío yo estaba temblando. Me sentía completamente indefensa, sabiendo que aquello no iba a terminar y que en el momento que decidiese parar daría lugar a la ruptura del trato.

Hijo, es tu cumpleaños. Vamos a poner a Marina sobre la mesa.

Me ayudaron a subir en una silla para que llegase hasta la mesa que habían despejado, retirando el florero que había en el centro.

Túmbate. Marina¡¡¡ Podría proponer un masaje pero en realidad vamos a realizar una sesión de tocamientos deshonestos. – Dijo riendo.

Me situaron sobre la mesa y boca abajo. Entraban y salían de las habitaciones de la casa hasta que vi que Eduardo traía un bote de body milk.

Noté como me iba cayendo la fría crema sobre mi espalda. Los chicos empezaron a pasar sus manos y a extenderla. Lo hacían con calma. Después, Eduardo hizo lo mismo echándome el líquido en muslos y piernas. Siguieron igual, volvieron a extenderlo, sólo que ahora, subieron sus manos por mis muslos, llegando a levantar la falda y mostrando mi trasero. Al hacerlo, mi jefe echó body milk en mis cachetes. Dejaron la falda levantada por encima de mi espalda.

Me tocaron por todos lados e intentaban mirar y tocar mi sexo pero Eduardo les ordenó parar.

Dadle la vuelta y tocadla por delante.

Nooo, por favor¡¡¡

No dije nada y los chicos me ayudaron a girarme sobre la mesa, dejando mis pechos mirando al aire. Echó un chorro de crema, ahora sobre mis pechos y mi ombligo.

Sin dudarlo, varias manos empezaron a acariciarlos. Notaba cómo mis pezones, sin pretenderlo, por la tensión, los nervios y la vergüenza se ponían duros y puntiagudos. Mis manos estaban echadas hacia atrás y las lágrimas rodaban por mis mejillas. Los jóvenes seguían jugando con mis pechos, llevando las manos hacia abajo.

Noté ahora el chorro de la crema en los muslos y rodillas. De inmediato unas manos empezaron a extenderme. Sabía que era cuestión de unos instantes para que sus manos subieran y descubrieran mi falda por delante, al igual que habían hecho antes por detrás. Los jóvenes siguieron acariciándome, subiendo sus manos por los muslos hasta que el padre les ordenó parar de nuevo.

Escuché ruidos de papel y vi como Eduardo aparecía con el lacito que pegó con el celofán al botón que mantenía cerrada la falda.

Es tu cumpleaños, hijo. Es el momento que descubras el regalo que no olvidarás en toda tu vida.

El joven acercó la mano al lazo que su padre había colocado en mi cintura. Lo retiró y procedió a abrir el botón y bajó la cremallera. Mis lágrimas rodaban mientras comenzaba a tirar de la falda, que iba dejando al descubierto la parte más íntima de mi cuerpo. La dejó a la altura de las rodillas y paró. Escuché a Jorge que decía en voz alta.

Felicidades, Fran.

En ese momento recordé lo que había escrito Eduardo en mi bajo vientre y que había olvidado por completo. La vergüenza e intensidad de lo que estaba viviendo había hecho que lo olvidase. De inmediato noté una mano en mi sexo, después otra y se fueron acumulando. Se iban moviendo, acariciándome por todo el cuerpo, palpando cada poro de piel y centrándose en mis pechos y mi vagina.

Papá. Te has fijado? Tiene el coño negro y el pelo de la cabeza es rubio.

Sí. Cuando he visto chicas en internet y son peludas, casi siempre tienen el mismo color en el coño que en la cabeza…

Ya sabes la respuesta. Rubia de bote… – Rio sin terminar la frase. – Marina es teñida, pero sólo se tiñe el pelo de la cabeza.

Eduardo dejó que durante unos minutos, que se me hicieron eternos, los chicos pudieran sobarme a su antojo, a sabiendas que no podría negarme a nada sin que mi hijo pagase las consecuencias.

Venga, Marina. Levántate y sácanos algo más de beber. Siempre me ha gustado que me sirva una mujer atractiva, desnuda. Si además es mi administrativa, muchísimo mejor.

Eduardo me cogió por la nuca y me acompañó a la cocina. Yo iba llorando, a pesar de estar aceptándolo por salvar a mi hijo, completamente humillada. Saqué de nuevo las bebidas, hielo, y con ello, en una bandeja, volvimos al salón.

Por qué no os ponéis con ella y os hago unas fotos?

No, no… – Supliqué sin que cambiase de opinión.

Los chicos se colocaron a mi lado, turnándose, hasta que al final se hicieron varias fotografías todos conmigo, sujetándome y dándome la mano para que mi cuerpo se mostrase sin ocultar nada.

Continuaron con las fotos hasta que el sonido del timbre les frenó. Yo quedé paralizada, con un nudo en el estómago, sin saber quien podría ser.

Tranquila. Son dos invitados más al cumpleaños. No tienes nada que temer. Ve a abrir la puerta.

Quienes?

Se limitó a reír mientras yo le miraba aterrada. Más personas en mi casa en aquella situación. De nuevo, Eduardo apoyó su mano en mi cuello, por la parte de atrás y me empujó, dirección hacia la puerta. Intenté acercarme a coger algo que ponerme pero me lo impidió.

Llegamos a la puerta. Mi corazón latía a mil. No sabía quienes serían aunque en el mejor de los casos, sería tremendamente humillante.

Me temblaba la mano mientras bajaba la manilla. Al abrir mi dignidad cayó más, si es que eso era posible, al ver que eran Miguel, el hermano de Eduardo y el mejor amigo de mi hijo, Julio.

Vaya. Veo que habéis llegado a un acuerdo con Marina. – Dijo Miguel

Felicidades Fran. – Leyó Julio, repitiendo lo que había escrito mi jefe.

Ambos me miraron detenidamente. Cerré los ojos. No podía soportar la vergüenza. Una vista fugaz a sus caras fue suficiente para ver que todos su sonrisa de satisfacción.

Vamos Marina. Sirve unas copas a mi hermano y a Julio. La verdad es que estamos aquí gracias a él.

Le observé por unos instantes y mi humillación se transformó en odio. Era el mejor amigo de mi hijo y él había sido quien le había delatado y provocado todo lo que estaba sufriendo esa tarde.

Siempre la he imaginado con el coño negro. En su casa tiene fotografías de hace años, con el pelo negro. La verdad es que me he hecho muchas pajas imaginándola.

Bueno, pues hoy igual haces algo más que eso. Por cierto, hablado de pelos en el coño. Menuda mata tiene. Podríamos arreglárselo un poco. Qué os parece? por cierto, hablando de fotografías. Julio, seguro que te gustará tener una con ella. Poneos juntos.

Sin darme tiempo a nada, primero se colocó Julio a mi lado y oí el clickear de la cámara del teléfono y después les escuchaba hablar mientras mantenía los ojos cerrados, sin saber lo que me esperaba. Fueron unos segundos, pero los suficientes para que cuando los volvía abrir, Julio tenía un bote de espuma de afeitar y una cuchilla, que supongo que había sacado del baño de Aron.

Me ayudaron a subir a la mesa entre mis lágrimas y sus risas. Me volví a tumbar y me pidieron que abriese bien las piernas.

Ábrelas y no te muevas. No te queremos cortar¡¡¡ – Dijo Eduardo en mi oído.

Llevé las manos a mi cara mientras notaba como echaban espuma en mi sexo. Hacían comentarios obscenos de por donde debían pasar la cuchilla. Notaba como iba rasurando mientras que otras manos pellizcaban y manoseaban mis pechos. De vez en cuando sentía como iban secando la parte depilada con la toalla y lo recortaban con unas tijeras.

Después de dar unos retoques, todos dijeron que estaba bien. Eduardo me hizo una foto y me la enseñó. Me lo habían dejado rectangular, como con dos dedos de ancho, y bastante más corto de lo que lo tenía. Todos comprobaron que estuviera a como lo habían planeado y sus manos y dedos se posaron en mi vagina.

Muchísimo mejor que antes. Dónde va a parar¡¡ – Espetó Eduardo riendo. – Ahora creo que procede otra sesión de fotos con los chicos. Tu chichi ha mejorado mucho.

De nuevo me bajaron de la mesa y los jóvenes me rodearon. Mi jefe volvió a ejercer de improvisado fotógrafo. Los chicos se fueron colocando a mi lado, uno a uno primero, después uno a cada lado, hasta terminar con varias fotografías con los cuatro jóvenes.

Esto se va calentando. A ver, Marina, por qué no nos calientas un poco a todos? Por qué no te tocas de manera sensual tu rajita recién depilada y tus tetas? Venga, queremos verte.

Me dio un azote en el trasero y me mandó al sofá donde ya estaban sentados David y Fran. Colocaron mis rodillas encima de sus muslos, asegurándose que mis piernas estuvieran completamente abiertas.

Así estás estupenda. Pero antes de empezar, dale un par de besos apasionados a tus colaboradores. Venga, que Fran es hoy el homenajeado y Julio y Jorge unos invitado.

Antes que pudiera decir o hacer nada, Fran se abalanzó sobre mí y juntando sus labios con los míos, llevó su lengua hasta mi campanilla. Después le imitó su amigo Jorge, después hizo lo mismo Julio. Todos me besaron apasionadamente.

Bien, ahora tócate, cariño¡¡¡

Llevé una mano a mi sexo y otra a uno de mis pechos. Comencé a tocarme, supongo que de manera torpe para ellos, al menos para mi jefe y su hermano.

Se nota que no estás acostumbrada a esto. Venga, pasa el dedo por tu rajita, antes chúpalo, que esté mojado, de arriba a abajo y cuando pases por tu agujetero, lo metes dentro. Con la otra mano tócate las tetas, primero una y luego otra.

Obedecí. Empecé a hacer lo que me pedían. Empecé a tocarme para su disfrute. Eduardo me dirigía.

Marina, venga, abre un poquito más las piernas. Así, tócate la rajita. Las tetas también, masajéalas. Preciosa estampa. Os gusta, chicos? – Comentaba mientras seguía fotografiando.

Escuché risas, algún silbido y comentarios jocosos. Yo sólo quería pasar aquel mal rato y que mi hijo no tuviera problemas y destruyesen las pruebas que había contra él.

Vamos, abre tus labios, de manera sensual… No, no – Espetó riendo. – Esos labios no. Los otros. – Volvió a reir – Sólo queremos ahora tus tetas y tu coño…Ufff, vale, para ya, creo que como sigas voy a terminar corriéndome sin tocarme ni tocarte.

Paré, dejando uno de mis brazos cubriendo los pechos y la otra mano tapando mi sexo.

Tengo un capricho. Algo que he imaginado muchas veces contigo. Ven.

Me levantó y él se tumbó sobre el suelo. Después me pidió que con las rodillas separadas dejase caer mi sexo sobre su boca. Al sentir su lengua, que me rozaba los labios me estremecí, dando un grito, que provocó las risas de todos los que estaban allí.

Parece que le ha gustado a Marina. – Expresó Fran.

No, por favor, parad. – Supliqué sollozando.

Noté como dos manos agarraban mis antebrazos mientras que Eduardo se aferraba a mis muslos. Entre los tres me subían y bajaban a su antojo. Notaba como su lengua recorría todo mi sexo, desde mis labios vaginales a mi clítoris. Me sentía tan humillada que me temblaban las piernas y era consciente que si no estuviera sujeta por los dos jóvenes que me mantenían erguida.

Vamos. Usa tu linda boca y chupa. – Dijo Eduardo empujándome hacia su miembro que se acababa de sacar.

Ahora, los chicos me empujaron hacia su sexo y lo llevé a mi boca. Empecé a pasarle la lengua pero de inmediato me indicaron que fuese más incisiva.

Hasta adentro, zorra¡¡¡

Siguió jugando con su lengua en mi sexo durante varios minutos que se me hicieron eternos. Mientras yo le hacía una felación, notando como su pene se hinchaba. Podía sentir cómo golpeaba mis mulos y los pellizcaba. A veces me levantaba ligeramente utilizando su lengua para hablar con voz entrecortada.

Venga, vas a hacer que me corra.

Una mano me agarraba del pelo y hacía que subiese y bajase, para dar placer a mi jefe. Mi cabeza y boca obedecían mecánicamente a la orden de realizar la felación. Sabía que sería cuestión de segundos y así fue. Tuve el tiempo suficiente de levantar la cara para que su semen no me cayese encima. Quedó relajado unos segundos y empujó mis muslos hacia arriba y dijo que me levantase.

Ya la has dejado mojadita? – Preguntó riendo Miguel a su hermano.

Lista para empezar la celebración. – Respondió también riendo. – Fran. Tendrás que soplar las velas. Bueno, sólo he traído una. – Dijo mostrándola.

Esta completamente desconcertada, no sabía si habría traído alguna tarta. No se me podía pasar por la cabeza la perversión que Eduardo tenía en la cabeza.

Vamos guapa, sobre la mesa, que vamos a empezar la celebración.

Entre todos me ayudaron a subir. No sabía lo que tocaba ahora. Me hicieron tumbarme, mirando hacia el techo. Sólo los veía reír. Miguel y Eduardo me levantaron las piernas, las echaron hacia atrás. En ese momento, Miguel colocó una vela en mi vagina, ante las risas de todos y mi llanto.

Nooo¡¡¡ – Imploré.

Eduardo cogió su mechero, lo encendió y llevó la llama a la mecha de la vela. Yo seguía suplicando, temiendo también que me quemasen, lo que me obligaba a abrir mis piernas, más incluso, de los que ellos pretendían.

Con la llama encendida, Julio cogió la tablet para hacer una foto, Fran procedió a soplar la vela. Todos le aplaudieron y le felicitaron.

Ahora date la vuelta. Que sople en tu culito. – Volvió a reír Eduardo.

Me volví. Ahora, con las piernas cerradas, fue Miguel quien clavó en mi ano la vela. Me dio dos azotes y dijo a su sobrino:

Ahora te ayudaré a soplar. – Espetó mientras se escuchaban las risas al fondo.

Volví a sentir el aire que exhalaban, ahora en mis cachetes y por los aplausos de los demás, supe que habían vuelto a apagar la vela.

Hermano. Me has hablado muchas veces de lo que te ponía el culo de Marina. Por qué no lo pruebas?

Es el cumpleaños de mi sobrino. Después de él.

Venga tío. Quiero ver cómo lo haces.

Noooo – Grité rompiendo a llorar de nuevo.

Con Eduardo, la situación en la empresa era de respeto, pero con Miguel había cierta complicidad que ahora iba a romper. En realidad iba a romper más cosas. Me ayudaron a bajar de la mesa.

Llévanos a tu dormitorio. Vamos. – Dijo dándome un fuerte azote.

Se me iban cayendo las lágrimas mientras les iba marcando el camino al dormitorio, donde sabía que se saciarían todos conmigo.

Me tiraron sobre la cama. Entre todos me situaron al estilo perro. Miguel se colocó detrás.

Así, a cuatro…

Separó mis cachetes, metió el dedo en mi ano para sustituirlo por su miembro. Grité, lloré y supliqué sin que se apiadasen.

Noté como su glande llegaba a la entrada y apretó, lentamente, y lo llevó al fondo. Dí un fuerte quejido. Cerré con fuerza mis puños y me dispuse a aguantar las envestidas. Permitía en mi cuerpo el castigo que deberían haber infringido a mi hijo.

Estaba apoyada en la cama, casi mi cabeza clavada mientras me sodomizaba Miguel. Sentí dos manos que agarraban mis brazos. Me incorporaron ligeramente.

Miguel sacaba su miembro y lo volvía a introducir. Podía revisar las miradas de los que estaban allí y observar como no perdían detalle de la escena. De cómo el hermano de mi jefe me iba sodomizando, poco a poco, en presencia de todos.

Su ritmo era lento, casi más posando para la visualización de los demás. En un momento concreto se agarró a mis caderas y sus embestidas cambiaron de velocidad.

Notaba ahora, además de la penetración más rápida, su aliento en mi cara. Subió de la cintura a mis pechos, apretándolos fuerte con sus manos, mientras se aferraba y hacía mayor fuerza en su penetración.

No te imaginas la cantidad de veces, cuando te ponías de espaldas o te agachabas, he pensado en darte por el culo. Mi sueño se hace realidad hoy, en el cumpleaños de mi sobrino.

Intenté no llorar tras las palabras de Miguel pero sólo conseguí que no se escuchase mi llanto aunque mis lágrimas seguían rodando por mi cara.

Tranquila, Marina. Esto es por salvar a tu hijo. Cualquier madre haría lo mismo.

Sabía ser hiriente, burlarse de manera sutil de mi inferioridad en la situación. Sus jadeos aumentaban a la vez que el ritmo.

Me voy a correr en tu culito. – Volvió a susurrarme.

A partir de ese momento su ritmo se incrementó, incluso más. Ahora me dolía menos. Sus embestidas habían dilatado mi ano. Yo me mostraba sumisa, intentando que terminase lo antes posible.

La tienes a punto de caramelo. – Escuché decir a Fran.

La voy a rellenar de leche. – Respondió Miguel envalentonado.

De un golpe seco, sacó su miembro de mi ano y noté como se vaciaba en mi rabadilla.

Miguel se levantó y yo caí abatida. Les escuchaba hablar sin prestar demasiada atención a lo que decían.

Miguel, que ya se había vestido se acercó. Yo estaba en situación fetal y de manera condescendiente, volvió a hablarme al oído mientras me ayudaba a darme la vuelta.

Venga. Es el cumpleaños de Fran. Le toca a él.

Sin hacer ruido, de nuevo comencé a hacer pucheros. Dejé que me colocasen a su antojo. Era mirando hacia el techo y con las piernas semiabiertas. Julio se situó detrás de mí. Levantó mi cabeza y la colocó entre sus piernas.

Miré hacia arriba. Veía a Julio, quien sonreía mientras acariciaba mi cara y mi pelo. Agarró mis brazos y los echó hacia atrás. Dejé mi cuerpo inerte, a su disposición. Bajó sus manos y las llevó a ms pechos. Me estremecí mientras le miraba. Le odiaba en esos momentos. Toda la confianza que le tenía por lo bien que se había portado con mi hijo se había roto. Era un desalmado más que había traicionado nuestra confianza y se aprovechaba de mí.

Volví a mirar a Julio, aún sin dar crédito a la situación. Después al frente donde Fran ya, completamente desnudo, se intentaba situar entre mis piernas.

Mis rodillas estaban flexionadas. Las levantó y abrió ligeramente. Mi sexo volvió a quedar expuesto.

Gracias papá. Gracias tío. Gracias chicos. Sé que esto lo habéis conseguido entre todos. Gracias. – Expresó Fran agradeciendo que en ese momento pudiera estar conmigo.

Disfrútalo. En realidad ha sido Julio quien lo ha conseguido entregándonos el vídeo.

Por qué lo has hecho? – Protesté mirándole y de nuevo rompiendo a llorar. – Nos hemos portado alguna vez mal contigo?

El joven enrojeció y no respondió. Se paralizó durante unos segundos pero de inmediato, ante las bromas de sus amigos, tocó mis pechos y pellizcó los pezones.

Separó completamente mis piernas. Pasó su dedo pulgar por mi vagina, lo introdujo entre mis labios y terminó llegando a mi clítoris. Después, bajó su mano y me introdujo el dedo corazón hasta adentro.

Nooo¡¡¡ – Exclamé con un gemido de protesta.

Hijo. Creo que no le gusta tu dedo. Supongo que prefiere tu polla.

No respondí. El joven se acomodó. Dio varias sacudidas en mi vello público y la llevó a la entrada de mi vagina.

Vamos hijo. Demuestra lo que sabes hacer.

Sin ninguna consideración, de una fuerte embestida la introdujo hasta el fondo. Era bastante más grande que la de mi marido. Se aferró a mis caderas y me sostuvo por ellas mientras comenzaba un rítmico mete y saca.

Fran. Te gusta que le toque las tetas mientras te la follas? – Preguntó Julio.

Siii. Ufff. Me pone mucho. Jorge, tócala tú también.

El joven, que se había incorporado, llevó directamente su mano a la parte alta de mi vagina, tocando el vello púbico mientras su amigo me penetraba. De ahí pasó a tocarme los pechos, dejando Julio espacio para que su amigo lo hiciese también.

Me incorporaron ligeramente, todo para que el homenajeado pudiera ver cómo era acariciada y sobada por los dos jóvenes mientras Fran seguía con su penetración. Estaba incómoda, inquieta. Los tres seguían conmigo pero Julio y Jorge no paraban de realizar comentarios jocosos.

Tiene las tetas duras y los pezones como la punta de un boli.

Gracias Eduardo, gracias Fran por invitarnos a tu cumpleaños. Gracias Julio por hacerlo posible.

No sólo por la penetración sino también por sus comentarios. Fran se iba excitando mientras yo me revolvía sin resistirme. Para evitar pensar en lo que me sucedía lo sustituía por momentos dulces que había pasado con Aron, cuando nació, cuando iba a sus primeros partidos de fútbol…

El joven se revolvía, se paraba, me mostraba su miembro y volvía a buscar mi vagina. Volvió a subirse encima, ahora apartó las manos de sus amigos y mordió mi pecho derecho, después al izquierdo. Vi que se dirigía a mi boca pero justo cuando iba a besarme cerré los labios con fuerza y giré la cabeza.

Si mi hijo quiere besarte, que lo haga. Le dejas hacerlo. Lo has entendido?

No contesté, sólo que ahora dejé que nuestras bocas se juntasen y su lengua llegase hasta mi campanilla.

Los dos chicos que flanqueaban la cama me dieron la mano. Las embestidas del homenajeado aumentaban. Lo hacían también su respiración, su agitación y su ritmo. Sentía su aliento en mi cara y su miembro en mi ser.

El joven se levantó jadeando. Su padre le felicitó.

Ya eres un hombre.

Cerré los ojos aunque tuve el tiempo suficiente en ver cómo se levantaba orgulloso.

Los dos sois grandes amigos de Fran. Es su cumpleaños. Además, Julio, hemos tenido esta oportunidad con Marina, gracias a ti.

Me giré ligeramente. No quería mirar. Me tapé la cara y mi sexo. Quería estar sola pero sabía que aquello aún no había terminado.

Marina. Pórtate bien con los chicos. Que no me entere que lo haces. Con tu permiso, vamos a por unas cervezas. – Expresó invitando y autoinvitándose.

Julio se acercó y me acarició el pelo. Abrí los ojos. Estaba completamente desnudo. Miré al otro lado y Jorge estaba allí también sin ropa.

Por favor¡¡¡ Eres el mejor amigo de Aron. Es mi hijo, soy su madre¡¡¡

Eres una mujer con quien siempre he soñado. Me he hecho un millón de pajas pensando en ti. Cuando me propusieron incitar a tu hijo a que cayese en esa trampa y te aseguro que ha merecido la pena.

Me dejó desarmada con sus argumentos. Mi esperanza de llegar a su corazón, apelar a sus sentimientos, a ser la madre de su mejor amigo se desvanecieron.

Agarró mi cara y llevó su miembro a mi boca. Jorge me dio un fuerte azote en el culo e hizo que me incorporase. Me pusieron a cuatro patas, al estilo perro. Julio se recolocó y se puso de rodillas. Su amigo tocó mi sexo y orientó su miembro hasta la entrada de mi vagina.

Me separó los labios con cuidado y me abrió la vagina. Procedió a penetrarme. Lo hizo con uidado hasta llegar a dentro. Después inició un rítmico vaivén de entrada y salida.

Me sentía sucia, en manos de los cinco hombres, ahora de los dos chicos, amigos de mi hijo, y que por su culpa, por salvarle, estaban abusando de mí a su antojo.

Jorge. Por qué no pruebas su culito? – Le recomendó Miguel.

El joven se mostraba tranquilo. Dio varias embestidas más y sacó su miembro de mi vagina. La notaba enorme, probablemente más que la de mi marido. Ahora la apuntó a mi ano.

Lo voy a probar¡¡

Nooggg¡¡ – Intenté protestar sin éxito.

Al intentar hablar, Julio me introdujo más su pene en mi boca e impidió que pudiese hablar.

A pesar de haber sido sodomizada por Miguel, al introducir su miembro me estremecí de dolor..

Tío. No la hagas daño que me va a morder. – Protestó Julio ante las risas jocosas de los demás.

El dolor hacía que mi boca estuviera más abierta. Imagino que le dejó de interesar a Julio, o tal vez era el temor a que de verdad pudiese morderle.

El joven se colocó a mi lado, comenzó a acariciarme la espalda con una mano y con la otra a tocar de manera descarada mis pechos. Aproveché a mirarle, volví a suplicarle.

Por favor. Soy la madre de Aron. – Volví a implorarle.

No me contestó. Me trataba como un objeto. Mientras, Jorge seguía sodomizándome. Daba pequeños gritos ahogados y sólo pensaba en el momento que terminase.

Tienes razón, Miguel, el culo es espectacular.

Le notaba arquearse mientras agarraba mis caderas. Julio se iba de mi espalda a mi pelo, sin dejar siempre de tener una mano magreando los pechos. Las lágrimas rodaban por mi cara, que se dejaba caer a la cama, pero que un desconocido Julio, me agarraba el pelo y me volvía a incorporar el cuerpo.

Dale caña¡¡¡ – Increpó Julio a Jorge.

No podía comprender qué le había hecho a Julio para que tuviera esa inquina hacia mí. Su amigo se esforzaba en tener un orgasmo dentro de mi ano, pero le costaba.

Creo que voy a terminar en su coño. – Terminó añadiendo.

Sacó su miembro y volvió a introducirlo en mi vagina. Se le notaba más cómodo. Su ritmo se incrementó y sabía que no tardaría mucho en llegar.

Extendió sus manos para llegar de nuevo a mis pechos. Comenzó a hablarme al oído.

He visto muchísimo porno, gran parte de sexo con maduras, pero este es mi primer polvo y lo estoy disfrutando muchísimo. – Espetó mientras me tiraba del pelo y me obligaba a arquearme.

Su ritmo era intenso. No tenía experiencia con hombres, tan sólo con mi marido y, por supuesto, la situación forzada que estaba viviendo esa tarde.

Sentí cómo su miembro empezaba a fluir, durante varios segundos, como si fuera una válvula, expulsando su semen durante varios segundos, al ritmo que dictaba su acelerado corazón.

El joven se apartó y yo caí hundida sobre la cama. De repente, recibí un azote de nuevo.

Venga Marina. Sólo falto yo. Tu favorito. – Indicó entre risas, contagiando a los demás.

Por dónde le vas a dar? – Preguntó Eduardo.

Ya me la ha chupado. Probaré otro agujerito.

El joven buscó con su miembro erecto la entrada de mi sexo. La llevó hasta dentro, sin ninguna consideración. Me penetró como si fuera un objeto, con fuerza y de manera firme. Su agitación, su ritmo, hacía pensar que llegaría de manera inminente pero en ese momento se frenó.

Yo también me estoy estrenando contigo.

Sacó su miembro de mi vagina. Noté cómo si mi sexo respirase al dejarlo libre, como si de golpe disminuyese la temperatura. Dio unos golpecitos en mi culo y se dirigió a mi ano.

Voy a probar tu tercer agujerito¡¡ – Expresó burlándose.

Por tercera vez en aquella tarde, mi ano volvió a recibir un miembro masculino. Julio empezó a penetrarme. Su miembro, afortunadamente, era menor que el de Julio, lo cual me aliviaba.

Sentía escozor. Estaba completamente humillada. El mejor amigo de mi hijo no paraba de penetrarme. Me aferraba a las sábanas, las arañaba y agarraba con fuerza mientras disfrutaba de mi cuerpo ante mi cuerpo inerte.

Julio me sodomizaba mientras me daba azotes, disfrutándome a su antojo.

Tranquila Marina. No voy a tardar mucho. – Dijo susurrándome al oído.

Se arrodilló aún más para poder embestirme más fuerte. De sus golpes, mis rodillas se levantaban de la cama. Le notaba gritar, gritos de placer, más altos que mis lamentos.

Al finalizar, se levantó. Yo caí tumbada boca abajo en la cama y me dio dos azotes. Escuchaba cómo se preparaban para irse y comentarios jocosos sobre el éxito de la celebración del cumpleaños y lo bien que lo habían pasado.

Antes de irnos, vamos a hacernos unas fotos con ella, así, con poca ropa, bueno, sin ropa. – Terminó diciendo entre risas.

Cogió su móvil, me levantaron y su hijo se puso a mi lado. Después los otros dos jóvenes y por último una foto con todos los chicos.

Ha sido una fiesta de cumpleaños estupenda. No habría sido posible sin ti– Dijo Eduardo con sorna. – Mañana, a las 9 de la mañana, te espero en la oficina. No se te ocurra no venir.

Escuché cómo se marchaban todos. Estuve en la cama durante varios minutos, tal vez horas. Cuando tuve fuerzas me levanté y me duché. Esa noche no pude dormir.

Al día siguiente me levanté. Tenía que ir a la oficina, no podía dimitir. Me lo había dejado claro. Entré en el despacho.

Buenos días, Eduardo. Buenos días, Miguel…

Buenos días, Marina…