Las visitas de mi querida familia
¡Aquí estoy, por fin! Pensé apoyado en la barandilla de la terraza de mi nuevo piso. La satisfacción que sentía no era para menos, después de los meses que había pasado. El divorcio, las mudanzas durante la pandemia y sobre todo del giro que había decidido darle a mi vida.
Voy explicándome, pero antes que nada me presento, mi nombre es Carlos y tengo ahora casi cincuenta años. Me casé relativamente joven con una compañera de trabajo, más o menos de mi misma edad. La sexualidad entre nosotros empezó a decaer pronto, hasta que en los últimos cinco años de matrimonio ni nos tocamos. Me considero un hombre sexualmente activo, por lo que dichos años fueron un auténtico calvario. El mes antes de la pandemia decidimos finalmente divorciarnos, con la mala suerte, de que la cita con el juez para ratificar el divorcio, la teníamos justo dos días después del empezar el confinamiento total. El divorcio era sencillo al no haber hijos de por medio, mi ex se quedaba con el piso en el que vivíamos en Sevilla y yo con el apartamento de la playa, que estaba en una urbanización muy familiar en la costa de Huelva. Tan familiar, que era mi familia la que normalmente lo disfrutaba.
Las semanas que pasamos mi ex y yo confinados las recuerdo como las últimas de una tortura que había durado ya demasiados años. En cuanto pudimos firmamos el divorcio y ese mismo día, ella me echó de la que había sido mi casa sin contemplaciones, pese a haberla pagado mayoritariamente. Como no tenía dónde meterme y era imposible alquilar algo en esas fechas, decidí irme al apartamento de la playa y teletrabajar o eso pensaba yo. Cuando llegué al apartamento, allí estaba Paula, mi hermana la pequeña, que no se había molestado en decirme que lo estaba ocupando.
– Carlos, no te esperaba. -Me dijo en biquini cuando abrí la puerta-.
– El que no te esperaba soy yo. No sabía que te habías venido al apartamento.
Me acerqué a ella para darle un par de besos en las mejillas. Paula tiene veinticinco años menos que yo, siempre hemos pensado que debió ser un despiste de mis padres, así que en ese momento tenía veinticuatro años. Es una chica muy guapa, morena, pelo negro largo, ojos negros grandes, boca carnosa y bonita nariz y un tipo espectacular, de alta más o menos como yo, algo más de un metro setenta, delgada, tetas grandes y un precioso culo. Nunca la hemos visto con un hombre ni hemos sabido que saliese con alguno, por lo que la familia pensaba que debía ser lesbiana o asexuada.
– ¿Qué haces aquí? -Me preguntó-.
– Eso debía preguntártelo yo. Me acabo de divorciar, María se ha quedado con el piso y me ha echado de él.
– Lo lamento.
– Yo no, debería haberme divorciado hace años. Así que me he quedado muy a gusto. ¿Hay algún sitio abierto para poder comer?
– Sí, el chiringuito. ¿Te vas a quedar mucho tiempo?
– Pues hasta que encuentre otro sitio. ¿Y tú?
– No lo sé. Me da igual pasar el confinamiento sola aquí o en mi casa y aquí al menos hay una buena terraza. Así que, si no te molesta, me gustaría quedarme.
– Tu no me molestas nunca, eres mi hermana. Vamos a comer que estoy muerto de hambre.
Paula fue a su habitación a ponerse algo encima. Mientras la esperaba pensé que efectivamente Paula era mi hermana, pero la diferencia de edad había hecho que nos conociéramos muy poco, al contrario de lo que me pasaba con mi hermana Lola, a la que yo le sacaba sólo cuatro años y teníamos una buena relación de hermandad y de amistad.
El chiringuito estaba casi vacío. Nos sentamos en una mesa en la terraza entre el sol y la sombra y le pedimos al camarero varias raciones para comer y una botella de albariño.
– ¿Estás pasando el confinamiento sola? -Le pregunté-.
– Sí. Porqué, ¿te doy pena?
– En absoluto, hasta esta mañana me darías envidia.
Nos bebimos la primera botella de vino y pedimos una segunda. El alcohol nos estaba soltando la lengua, al menos a mí.
– Nunca te he conocido pareja masculina. Lola y yo nos hemos preguntado alguna vez si eras lesbiana. -Me atreví a decirle y ella se rio-.
– Nooo, no soy lesbiana. ¿Tengo pinta de lesbiana?
– No se que pinta deben tener las lesbianas, es sólo que nunca te hemos visto con un hombre ni hemos sabido que salieras con alguno y tienes ya veinticuatro años.
– Carlos, estoy enamorada de un hombre con el que no puedo tener una relación, así que prefiero estar sin pareja, lo que no quiere decir que no tenga mis ratitos buenos.
– Lo siento, Paula, debe ser muy dura esa situación. ¿Estás teletrabajando desde aquí?
– Sí, he contratado una wifi de esas sin cables. ¿Y tú, piensas teletrabajar?
– ¡Qué remedio! ¿Compartimos la wifi?
– Sin problemas, yo tampoco necesito mucha. -Paula era abogada y estaba trabajando de interina en un Ayuntamiento-.
Terminamos la comida y volvimos al apartamento. El vino había hecho su efecto y yo tenía un sueño enorme, después del día que había pasado.
– Si no te importa, me voy a echar un rato en la cama. -Le dije-.
– Espera que saque mis cosas de tu dormitorio.
– No hace falta, luego hago la cama del otro cuarto y sigues tú donde estás.
– Como quieras, yo voy a tomar el sol un rato en la terraza mientras duermes.
Me desnudé y me acosté a dormir la mona. Mientras cogía el sueño, pensé que Paula era realmente una mujer muy atractiva. La inactividad sexual me estaba haciendo mella y ahora me fijaba hasta en mi hermana, así que decidí no seguir pensando y dormirme de una vez. Me desperté al cabo de poco tiempo y me asomé a la puerta de cristal que unía el dormitorio y la terraza. Paula estaba dormida tomando el sol desnuda boca arriba en una tumbona. Tenía las piernas un poco abiertas y se le veía el chocho, que me pareció precioso. Totalmente depilado, muy carnoso y con una raja apretada, que le tapaba sus labios menores. Empecé a empalmarme, lo que me produjo bastante mala conciencia. ¿Qué clase de hombre era, que se empalmaba viendo el chocho de su hermana veinticinco años menor que él? Tenía que desfogar, así que decidí darme una ducha y hacerme una paja bajo el agua. Entré al baño, Paula había desperdigado su ropa interior por el suelo y sobre la encimera del lavabo. Un par de tangas de hilo y otro de los que van a la cadera y un sujetador con unas grandes copas. No pude evitarlo, cogí uno de los tangas de hijo y me los llevé a la nariz para saborear su olor íntimo. La polla me dio un respingo, ¡qué barbaridad como olían a jugos de mujer! Los volví a dejar donde estaban, me metí en el plato de ducha, abrí el agua y mientras me caía por todo el cuerpo empecé a hacerme una paja pensando en Paula. Escuché que la puerta se abría y me puse de cara a la pared.
– Perdona, Carlos, pero tengo que orinar y en el otro baño no funciona la cisterna.
– ¿No puedes esperar?
– No, pero no te preocupes que cierro los ojos y no te miro. No me mires tú tampoco que voy desnuda.
Al momento oí el fuerte chorro de mi hermana meando, lo que me puso todavía más caliente, giré la cabeza para mirar el espejo del baño que estaba frente al inodoro en el momento que Paula se levantaba y la vi desnuda de frente reflejada casi por completo, luego apretó el botón de descarga de la cisterna, se miró en el espejo y dijo:
– Gracias, Carlos. Perdona que te haya molestado, pero no me quedaba otro remedio.
Luego escuché como la puerta se cerraba y volví al pajote que me estaba haciendo.
– ¡Uuuufff, uuufff, aaaggg, aaaggg, …! -Susurré, más alto de lo que yo quería, al correrme-.
Cuando terminé de correrme me pareció oír que la puerta se abría y se cerraba tratando de no hacer ruido. Miré, la puerta seguía cerrada, el ruido debía haber sido en mi cabeza. Me vestí, me fui al salón, me serví un whisky y salí a la terraza. Me llamó mi hermana Lola.
– ¿Qué tal Carlos, cómo lo llevas?
– De maravilla, tenía que haberme divorciado hace años.
– ¿Dónde estás?
– En el apartamento de la playa, María me ha echado de casa nada más firmar el divorcio y ahora no está la cosa para buscar piso.
– Estoy pensando en divorciarme yo también, ahora que las niñas son mayores. Estoy de mi marido hasta los ovarios.
Mi cuñado era un auténtico imbécil que, por ser director de una triste sucursal bancaria, se creía un personaje de la gran banca.
– Tú verás, yo lo que lamento es no haberlo hecho hace años.
– Cualquier día te doy la sorpresa. ¿Está allí Paula?
– Sí, yo no sabía que se había venido aquí a pasar el confinamiento. ¿A ti te había dicho algo?
– Sí, me llamó hace un par de semanas, me preguntó si yo iba a ir y le dije que no. ¿Te vas a quedar ahí mucho tiempo?
– Hasta que encuentre otra cosa.
– Adiós, hermano, me alegra que te hayas divorciado y que empieces una nueva vida.
– Gracias, hermana, un beso.
Me quedé pensando en lo que me había dicho mi hermana sobre empezar una nueva vida, eso era lo que realmente necesitaba, no seguir con la misma vida que llevaba, sólo que ahora divorciado. Apareció Paula por la terraza también con una copa de whisky en la mano. Llevaba una túnica que le transparentaba su precioso cuerpo.
– ¿Hablabas con Lola?
– Sí, me ha llamado para saber cómo me encontraba.
– ¿Te ha dicho que está pensando divorciarse?
– Sí, me lo acaba de decir. ¿Tú sabes si hay alguien?
– No, Carlos. Los hombres, menos tú, se separan porque tienen alguien fuera. Las mujeres nos divorciamos porque no hay nadie dentro.
– Es posible que tengas razón. Voy a ponerme otro whisky, ¿tú quieres otro?
– Tráete la botella y el hielo, me apetece cogerla hoy contigo.
– Lo mismo que a mí.
Después del tercer whisky perdí la memoria y al día siguiente no recordaba nada de lo que había pasado. Me desperté desnudo sobre la cama de la habitación de invitados. Estaba empalmado, cosa que no me pasaba al despertarme desde hacía años. Pensé que debía ser un síntoma de la liberación que me había supuesto el divorcio. Debo decir que la naturaleza me ha tratado bien, tengo una polla de buen tamaño, no tanto como la de un actor porno o el tocayo de los relatos que vive con las primas, pero sí sus buenos veintidós centímetros, relativamente gorda y cuando me empalmo se me pone como un auténtico palo. Vi que la puerta estaba abierta y temí que mi hermana me hubiera visto así. Me levanté de espaldas a la puerta, busqué unos pantalones y me los puse. Esperé a que se me bajara un poco y me fui a la cocina a prepararme un café. Con el café en la mano busqué a Paula, debía estar en su habitación. Le preparé una taza de café y se la llevé al dormitorio. No estaba allí y tampoco sus cosas. La llamé al móvil.
– Buenos días, Paula, soy tu hermano. ¿Dónde estás?
– Hola, Carlos. Estoy volviendo para Sevilla.
– ¿Por qué, te ha pasado algo?
– Sí, que mis jefes son gilipollas y por lo visto ahora soy esencial, así que me toca trabajar presencialmente días alternos.
– ¿Cuándo lo has sabido?
– Ayer noche me mandaron un mensaje y me toca asistir mañana.
– Vaya, lo siento, me apetecía pasar unos días contigo.
– Y a mí, pero que le vamos a hacer. Un beso.
– Adiós, Paula, un beso también.
Los siguientes días, pensé mucho en lo que quería hacer. Estaba harto de vivir en Sevilla, me gustaba vivir en el litoral, aunque no me gustase la playa. Primero pensé en mudarme del todo al apartamento, pero no me apetecía el ambiente tan familiar ni que, por mucho que yo las adorase, mi familia me lo ocupase de forma sistemática. Mirando por un lado y otro descubrí una zona del litoral de Almería, concretamente en Vera, que era una zona naturista, vamos de rollo gente en pelotas. Yo no había hecho nudismo en mi vida, pero era algo que me apetecía probar. Además, le encontré dos grandes ventajas: estaba muy lejos de Sevilla; y al ser nudista mis hermanas y mis sobrinas rechazarían venir a verme, en todo caso sería yo ahora el que fuera a verlas. Me puse manos a la obra y fui estudiando pisos y apartamentos para alquilar o comprar. Me puse en contacto con una agencia inmobiliaria para vender mi apartamento y que me ayudase a buscar el otro. No fue fácil, pero pasados algunos meses cuadraron las cosas. Tenían comprador para el apartamento, que me pagaba prácticamente lo mismo que me costaba un bonito piso con vistas al mar, dos dormitorios y una buena terraza. Se lo comenté por teléfono a mi hermana Lola.
– Hola, hermana.
– Hola, Carlos. ¿Qué tal estás?
– Bien, he decidido cambiar de vida.
– ¿Y cómo es eso?
– Voy a vender el apartamento y voy a comprarme uno en Vera.
– ¿Vera, dónde está eso?
– Entre Almería y Murcia.
– Espera que lo busque en internet. ¡Qué lejos, Carlos!
– Bueno, así podréis venir a pasar una temporada conmigo.
– Espera, espera, ¿no será en la zona naturista?
– Pues sí, pero cada uno puede hacer lo que quiera.
– ¿Cómo vamos a ir a verte a una zona que la gente va en pelotas?
– No seas antigua, Lola. ¿Qué problema hay?
– ¡Hombre, estar en la playa y estar viendo mingas y chochos!
– Igual te termina gustando.
– ¿Pero tú eres nudista?
– Yo no, pero me apetece probar. ¿A ti no?
– ¡Carlos, que soy tu hermana!
– ¿Y qué? Bien que te gusta ponerte biquinis enanos.
– No es lo mismo y sólo me los puedo poner cuando no está el garrulo de mi marido.
– No, lo mismo no es, pero es lo que quiero hacer.
– En fin, ya hablaremos tú y yo más adelante. Alquila primero y ves si te gusta y si estás cómodo antes de comprar.
– Cómodo en pelotas, debo estar.
– Ya sabes a qué me refiero. Desde luego se te ha ido la cabeza.
– Que va, creo que ahora estoy más lúcido que en toda mi vida.
– Hazme caso, alquila antes de comprar.
Cuando terminamos de hablar, pensé que Lola me había dado un buen consejo. Alquilar y probar, antes de comprometerme y comprar. Hablé de nuevo con la inmobiliaria y le pedí que me buscase algo para alquilar, por la zona donde estaba el piso que me habían propuesto comprar. Hicieron las gestiones y me llamaron a la semana.
– Buenos días, Carlos. Soy Raquel, de la inmobiliaria.
– Hola, Raquel. ¿Hay buenas noticias?
– Magníficas. Los propietarios del piso acceden a alquilártelo este verano, a condición de que, si aparece otro comprador, lo tienes que dejar en diez días.
– Por mí perfecto. ¿Cuándo puedo irme para allá?
– Cuando quieras, dándonos un par de días para poder limpiarlo y arreglarlo, como si quieres pasado mañana.
– Estamos a miércoles, pues el lunes que viene.
– Quedamos en eso. Cito a los propietarios, ellos están por allí, y firmamos el contrato cuando llegues.
– Muchas gracias, Raquel, estupendo trabajo.
– No hay de qué.
Estábamos ya al final de julio, así que podría ver la zona y vivir en el piso en plena temporada y luego fuera de temporada. Me llamó mi hermana Paula.
– Hola, Paula. ¿Qué tal estás?
– Bien. Oye, me ha dicho Lola que te mudas a una zona nudista. -Mi hermana Paula era bastante poco diplomática y les daba pocas vueltas a las cosas-.
– Sí, pero primero voy a probar que tal es eso. El lunes me voy alquilado.
– ¿Tú estás seguro?
– Bastante, quiero darle un giro a mi vida.
– Le puedes dar otro giro a tu vida que no sea ir enseñando el rabo.
– Yo creía que tú, que eres más joven, serías más moderna con eso que tu hermana.
– Tú lo que quieres es que no vayamos a verte ni a ocuparte el apartamento.
– Si no vais a verme es porque no queréis. Ya le dije a Lola que allí cada uno va como quiere.
– Otra cosa, ¿entonces dejas libre tu apartamento ahora?
– Sí hasta que me decida por el otro. Si queréis venir, por mi sin problema.
– A mí me apetece pasar unos días con Lola y las niñas, pero si va el gilipollas del banquero también, me abstengo.
– Eso lo hablas con Lola.
El lunes, día dos de agosto, a primera hora emprendí el viaje a Vera. Con la pandemia la carretera estaba tranquila. Llamé a Raquel con unas dos horas de antelación y quedamos en un bar que ella me indicó sobre la una y media. El bar era un chiringuito en el que la mayoría de la clientela estaba desnuda. La reconocí, por la carpeta de la inmobiliaria que llevaba.
– ¿Raquel?
– ¿Carlos?
– Sí, encantado de conocerte. -Era una mujer unos años menor que yo, pero no muchos, guapa, delgada y con unos bonitos ojos verdes-.
– Igualmente.
– Muchas gracias por todo. Sin ti me hubiera sido imposible lograr todo el cambalache y encima conseguir que antes me lo alquilen.
Mientras hablaba con Raquel, trataba de no mirar a las mujeres y hombres desnudos que se movían entre las mesas. Ella debió darse cuenta de que estaba un poco violento.
– No te preocupes, es normal al principio, luego te acostumbras y no le das importancia.
– No creí que se me notara, pero, en efecto, estoy un poco violento.
– ¿No has practicado nunca nudismo?
– No. ¿Y tú?
– Yo sí, desde hace años y me encanta.
– ¿Qué quieres tomar? -Le pregunté cuando se acercó el camarero-.
– Un vino blanco.
– Dos, por favor. -Le dije al camarero-.
– Mira, ya están aquí los propietarios. -Me dijo indicando a una pareja desnuda que venía de frente, con unos pareos en las manos-.
– ¿Qué queréis tomar, antes de que se vaya el camarero? -Les preguntó Raquel-.
– Dos cervezas, por favor. -Contestó ella-.
– Carlos, ellos son Natalia y Juan, los propietarios del piso.
– Encantado. -Les dije-.
Natalia era una mujer, como de mi edad, tal vez un poco más joven, preciosa en toda la extensión de la palabra. Entre mi calentón habitual y su maravillosa desnudez, estaba empezando a descentrarme. El camarero trajo las bebidas y nos quitamos las mascarillas para poder beberlas.
– Si os parece, leéis el contrato y si estáis todos de acuerdo los firmáis. -Dijo Raquel, pasándonos una copia a cada uno-.
– Antes que nada, quiero agradeceros que hayáis accedido a alquilármelo primero.
– Te voy a ser franca, aunque tire piedras en mi propio tejado. Aquí alquilar es relativamente fácil, vender no, pero estamos seguros de que cuando lleves un tiempo viviendo en el piso, nos lo vas a comprar. -Dijo Natalia-.
– Y yo, sin conocer el piso, también estoy casi seguro de que os lo voy a comprar. Me gusta la zona y el ambiente de la zona.
– ¿La conocías? -Me preguntó Natalia-.
– No. En Sevilla tiramos más para Cádiz y Huelva, esto está un tanto lejos.
– ¿Te gusta el nudismo? -Me volvió a preguntar-.
– Me gusta como idea, pero no lo he practicado.
– Aquí lo practicarás y lo disfrutarás.
– Eso pretendo.
Miré el contrato muy por encima y esperé a que ellos hicieran lo mismo para firmarlo.
– ¿Firmamos? -Preguntó Natalia-.
– Claro. -Dije y antes de empezar a firmar uno de los ejemplares, le di dos sobres a Raquel con el dinero del alquiler y su comisión-.
Debo confesar que la belleza de Natalia me tenía subyugado.
– ¿Cómo es que vendéis el piso? -Le pregunté-.
– La pandemia nos está haciendo mucho daño económico, nosotros lo utilizamos como segunda vivienda y necesitamos el dinero.
Cuando terminamos de firmar, propuse invitarlos a comer antes de ir al piso.
– Por nosotros estupendo. ¿Y tú Raquel? -Preguntó Natalia-.
– Por mí también, así podemos ir todos juntos después para enseñártelo.
Que Natalia estuviese comiendo, con total naturalidad desnuda, con un desconocido delante, me pareció encantador. Poco a poco me iba acostumbrando a ver a gente desnuda a mi alrededor y me iba convenciendo de que había acertado con el giro a mi vida.
– ¿Quieres el piso para temporadas o para vivir aquí? -Me preguntó Natalia-.
– Para vivir. Me divorcié hace poco, quiero cambiar de vida y me parece que este puede ser el sitio y el modo de vida para cambiarla.
– ¿No tienes familia?
– Dos hermanas y dos sobrinas, a las que quiero mucho, pero no las quiero todo el santo día en mi vida. ¿Y vosotros?
– Nosotros llevamos toda la vida juntos, aunque no hemos tenido hijos.
– ¿De dónde sois?
– De un pueblo de Córdoba.
– Pues también os coge lejos.
– Bastante, pero nos encanta venir.
La conversación con Natalia era bastante fluida y estuvimos conversando gran parte de la comida, lo mismo que Raquel y Juan. Se notaba que había una buena amistad entre ellos. Cuando terminamos de comer tomamos una copa. Raquel me propuso acompañarme en el coche para que lo dejara en el aparcamiento del piso. Natalia y Juan se colocaron sus pareos a la cintura y se fueron andando hacia el piso, que estaba a menos de cinco minutos de donde habíamos comido.
– ¿Eres amiga de ellos? -Le pregunté ya en el coche-.
– Sí, hemos trabado una buena amistad durante los años que han tenido el piso.
– ¿Te da pena que se deshagan de él?
– Bastante, los voy a echar mucho de menos, seguirán viniendo de alquiler mientras puedan, pero menos que teniendo el piso. Es aquí. -Me indicó señalando una puerta grande y pulsando un mando a distancia-.
– Voy a coger sólo el ordenador y la maleta. Luego bajaré por el resto. -Le dije a Raquel tras aparcar el coche-.
– Ves, ellos ya han llegado, el chiringo está al lado.
El piso era un segundo, subimos por la escalera. Raquel me ofreció las llaves frente a la puerta, le dije que hiciera ella los honores. El piso era amplio y estaba sorprendentemente bien decorado. Lo primero que hicimos fue salir a la terraza. Amplia, bien amueblada y con una bonita vista al mar.
– Creo que vamos a romper el contrato de alquiler y a firmar el de compra. -Les dije-.
– ¿Te gusta? -Me preguntó Natalia-.
– Mucho y está como nuevo o mejor que nuevo.
– Hemos sido muy felices aquí. Puta pandemia.
– Natalia, no te pongas triste. Tenemos que despedirnos del piso como se merece. -Le dijo Raquel, saliendo con Juan de la terraza y volviendo al poco los dos con una botella de champán y cuatro copas-.
Natalia se quitó el pareo, lo puso sobre una de las sillas y se sentó. Verla desnuda dentro del piso me excitó bastante. Tendría unos cuarenta y cinco años, un poco más baja que yo, estaba morena de pies a cabeza, unos bonitos ojos color miel, media melena de pelo castaño, una bonita boca de labios grandes y carnosos, unas tetas de muy buen tamaño, redondas, terminadas en unas areolas y unos pezones grandes, un pelo de barriga con un ombligo precioso, un monte de Venus carnoso, un culo generoso y respingón y unas bonitas y moldeadas piernas. Juan se quitó también el pareo, llevaba la polla y los huevos depilados, y se sentó frente a su mujer. Yo ayudé a Raquel a abrir la botella y a servir las copas. Luego me senté, mientras Raquel volvía al interior de la vivienda. Estuvimos unos minutos en silencio.
– No podía despedirme del piso vestida. -Dijo Raquel, entrando en la terraza desnuda con un pareo en la mano-.
Se sentó entre ellos y les cogió las manos a los dos. Era una mujer guapa, aunque no llegaba a la belleza de Natalia.
– Yo creo que debemos despedirnos del piso como se merece y darle la bienvenida al nuevo propietario. ¿No crees Juan? -Dijo Natalia-.
– Carlos, ¿no quieres empezar tu vida nudista? -Me preguntó Raquel-.
– La verdad es que sí, porque os veo y me da envidia. Dadme un minuto. -Les dije entrando en el piso-.
Había leído que no estaba bien visto entre los nudistas desnudarse en público, así que busqué el dormitorio principal y me desnudé. Estaba un poco nervioso con mostrarme desnudo, pero era la ocasión perfecta para empezar a hacerlo. Tenía la polla morcillona con la situación. Afortunadamente, días atrás me había cortado con la tijera un poco el vello de los alrededores de la polla y de los huevos, más por comodidad, que por estética. Cogí una toalla y me dirigí de nuevo a la terraza. Natalia estaba en el salón con dos copas de champán. ¡Joder, que barbaridad cómo está esta mujer! Pensé al verla de pie desnuda.
– Me alegra que seas tú, quien se haya quedado con el piso. Me has caído muy bien. -Me dijo ofreciéndome la copa para brindar-.
– Tú a mí también. Eres una mujer con la que se está muy cómodo.
– ¿Te acostumbras a estar desnudo frente a una desconocida?
– Ya no eres una desconocida.
Noté que iba a empalmarme irremediablemente y ella también debió notarlo.
– No te pongas violento porque te empalmes, sucede algunas veces, sobre todo al principio.
– Un poco lo estoy.
– ¿Qué, violento o empalmado?
– Las dos cosas.
Por el ventanal de la terraza vi que Raquel se levantaba, se sentaba sobre las piernas de Juan y lo besaba en la boca. Natalia debió notar que me quedaba un tanto embobado con el lío que se estaba formando fuera.
– Raquel es una muy buena amiga nuestra, como espero que tú también lo seas.
¿Esta mujer me está proponiendo que nos demos el lote, como Raquel con su pareja? Mi cabeza se descontroló del todo, era incapaz de centrar los pensamientos. Mis últimos años de inactividad sexual se me vinieron encima. ¿Qué iba a hacer yo con aquella tiaca, que era la mujer más atractiva con la que había estado desnudo en mi vida? Natalia, debió notar mi desconcierto, me quitó la copa y la dejó en una mesa junto a la suya. Luego se aproximó a mí, pegó su barriga contra mi polla, que ya estaba mirando al cielo, me cogió la cabeza y me besó en la boca, primero suavemente y después con mucha lengua.
– Natalia, no quiero equivocarme con esto. ¿Es lo que yo creo?
– ¿Qué crees tú?
– Que me estás proponiendo que tengamos sexo.
– Entonces sí es lo que crees. ¿No te apetece?
– Es que eres una mujer casada y tu marido está ahí fuera.
– Ya lo sé y se va a follar a Raquel. Nosotros somos liberales. ¿Por qué no me coges el culo y me aprietas contra ti?
¡Esto no me podía estar pasando y menos en el primer día de mi nueva vida! Puse mis manos en su culo, era duro y muy suave y la apreté contra mí. Notaba mi muy empalmada polla contra su barriga. La besé de nuevo y ella empezó a mover suavemente su cadera de un lado a otro pajeándome contra su barriga.
– Natalia, llevo mucho tiempo sin hacerlo, me gustas mucho y estoy muy caliente.
– ¿Qué me quieres decir que te vas a correr pronto?
– Sí.
– ¿Te puedes correr varias veces?
– No lo sé, no lo he hecho nunca, pero creo que hoy sí voy a poder.
– Pues córrete y seguimos. -Me dijo incrementando el movimiento de su barriga contra mi polla y mordiéndome suavemente los labios-.
– ¡Aaaaggg, aaaagggg, siiiii, aaaaggg, …! -Gemí al correrme largamente en su barriga, sin que ella dejara de moverla-.
– Te hacía mucha falta, ¿verdad?
– No te puedes hacer una idea.
Natalia, sin dejar de besarme, me cogió la polla, se la metió entre las piernas y empezó a moverse adelante y atrás. Era delicioso, su depilado chocho y sus ingles estaban bañados de jugos y mi polla se deslizaba entre ellos.
– ¿Te gusta? -Me preguntó-.
– Mucho.
– Sigues empalmado, esa es una buena señal.
– Creo que va a tardar mucho en bajárseme.
– Muévete tu ahora, como si me estuvieras follando. Yo también estoy muy caliente y no voy a tardar en correrme por primera vez.
Jamás había mantenido una conversación así con una mujer. A mi ex no le gustaba hablar ni que le hablaran mientras lo hacíamos y con las otras mujeres con las que había follado antes de casarme, las cosas habían sido tan rápidas y furtivas, que no había tiempo material para hablar.
– ¿Te gusta así? -Le pregunté moviéndome como ella me había indicado-.
– Sí, tienes la polla como un palo de dura y eso me gusta y me calienta.
Cuando yo me aproximaba a ella, Natalia lo hacía también y presionaba sus grandes tetas contra mi pecho.
– Natalia, eres una mujer espectacular. Ni en sueños creería que iba a estar así contigo.
– Gracias. Sigue moviéndote que me voy a correr. Agárrame cuando lo haga o terminaré en el suelo.
La cogí más fuerte por el culo y aceleré mis movimientos.
– ¡Aaaaggg, sigue, sigue, me corro, sigue, aaaggg, …!
La miré a la cara mientras se corría, se había puesto roja y respiraba con la boca abierta, como si necesitara más aire. Noté como sus flujos inundaban mi polla y sus muslos y luego como tenía que abrazarla para que no cayera al suelo.
– Vamos al baño, Carlos. -Me dijo cuando consiguió reponerse-.
Entramos al dormitorio, el baño estaba integrado en la habitación. Me di cuenta de que o ni siquiera había mirado las fotos de ese baño o Raquel no me las había mandado. La parte destinada al baño era grande y con una ventana por la que debía entrar el sol por la mañana, tenía una bañera redonda y un plato de ducha junto a ella, un gran espejo frente a ambos, sobre le encimera del lavabo y una cabina para el inodoro.
– ¡Aquí os lo debéis haber pasado del carajo! -Le dije-.
– Sí, lo hemos disfrutado muchas veces. -Me contestó doblándose por la cintura para poner el tapón y abrir los grifos. Su culo en pompa era increíblemente bello y entre sus muslos se le veía el depilado chocho. Me acerqué a ella y le coloqué la polla entre las nalgas-.
– ¡Uuuummm, que me gusta! -Me dijo incorporándose-. Cógeme las tetas.
Las tenía grandes, con la dureza propia de tener ya más de cuarenta años, suaves y calientes.
– Me gustan tus tetas. -Le dije apretándoselas-.
– Y a mí también me gustan. Tengo muy sensibles los pezones y me dan mucho placer.
Estuvimos así el rato que tardó la bañera en llenarse. Después me dio la mano para que la ayudase a entrar y luego entré yo.
– Siéntate en el borde. Me apetece comerme ese bonito palo que tienes. -Me dijo-.
Lo hice, ella se puso de rodillas entre mis piernas, puso sus manos en cada uno de mis muslos, abrió la boca y empezó a mamármela sin manos.
– Natalia, me estás haciendo la mejor mamada de mi vida. -Le dije y ella no contestó, sino que siguió comiéndomela-.
La verdad es que me la habían mamado pocas veces, pero ninguna de ellas como me lo estaba haciendo Natalia. Después de comérmela un buen rato, me cogió la polla con una mano, bajó más su cabeza y empezó a lamerme y comerme los huevos, mientras me hacía una paja y me miraba a los ojos. Era la primera vez que me lo hacían y me pareció el colmo del placer.
– Sé que te vas a correr otra vez, hazlo, dame el placer de ver cómo te corres.
– ¡Aaaaggg, aaaagggg, siiii, aaaggg, …! -Grité al empezar a correrme con grandes y fuertes chorros que le cayeron en la cara y en las tetas-.
– ¿Podrás con otro?
– Y con dos más, estoy más excitado que al principio. ¿Y tú podrás?
Natalia se rio y se sentó a mi lado en el borde de la bañera. Veía a los dos reflejados en el espejo. No podía creer que ella estuviera desnuda a mi lado y mucho menos que acabara de hacerme la mejor mamada de mi vida.
– Claro que podré, qué te piensas.
– ¿Esto de ser liberales lo tenéis muy claro Juan y tú?
– Clarísimo. Juan y yo nos queremos mucho, sólo nos tenemos el uno al otro en la vida. Pese a que los dos somos muy activos sexualmente, el paso de los años no perdona. Empezamos a venir aquí porque a los dos nos apetecía probar lo del nudismo, luego descubrimos el mundo liberal gracias a Raquel y eso dio paso a tomarnos la vida de otra manera, a disfrutar del sexo de forma abierta y a hartarnos de follar con otros y entre nosotros.
– Para mí hoy está siendo una inmersión en dos mundos que no conocía, el nudismo y el liberal.
– ¿Y te están gustando?
– Gustarme es poco, me están maravillando.
– Creo que, al menos, si vas a poder con otro. -Me dijo Natalia mirándome la polla, que seguía como un palo-.
Me giré y la besé en la boca.
– Ahora déjame que yo te lo coma a ti. -Le dije deslizándome por la bañera, poniéndome de rodillas entre sus piernas muy abiertas-.
– Por mí encantada, disfruto mucho el sexo oral bien hecho.
Puse mis manos en el interior de sus muslos, empecé a besarle y morderle suavemente los alrededores de su chocho, ella comenzó a gemir primero en un tono bajo y luego, cuando llegué a su chocho, el tono y el volumen de sus gemidos subió bastante de intensidad.
– Lámeme el clítoris. -Me pidió. Me gustaba que ella me dijera en cada momento lo que deseaba que le hiciera y cómo-.
Después de lamerle varias veces su raja y de centrar luego mi lengua en su clítoris largamente, empezó a segregar unos jugos blanquecinos que olían y sabían a sexo de mujer caliente. Miré hacia arriba para ver su cara y ella estaba mirando el espejo que debía reflejarnos a ella de frente y a mí de espaldas.
– Carlos, méteme dos dedos y muévelos dentro.
Hice lo que me dijo, tenía el chocho completamente lubricado, y seguí jugando con mi lengua sobre su clítoris. Mi experiencia era muy limitada comiendo chochos y masturbando mujeres, así que agradecía que ella me dijera cómo debía hacerlo.
– ¿Sigues empalmado?
– Más que al principio.
– Me gusta, porque después de que me corra, quiero que me folles.
– Lo estoy deseando.
– ¡Sigue, Carlos, sigue, que estoy a punto de correrme otra vez, pasa tu lengua por mi clítoris, siiii, así, así, sigue, sigue, aaaagggg, me corro, me corro, sigue, sigue, no pares, …!
Natalia se corrió gritando y segregando tal cantidad de jugos, que no podía dar abasto para lamérselos. Cuando se quedó quieta con la espalda apoyada en la pared sobre la bañera, me volví a sentar a su lado y a mirarla en el espejo.
– ¿Te ha gustado? -Le pregunté-.
– No preguntes lo que ya sabes, no has visto como me he corrido.
– Estoy preocupado por tu marido, llevamos casi hora y media y te estará esperando.
– No te preocupes, habrán bajado al chiringo a tomar algo y esperarme. Yo iré cuando terminemos.
– Eres una mujer increíble.
– Gracias, pero no se te ocurra encapricharte de las mujeres con las que folles en el ambiente liberal. Se trata de follar, de dar y recibir placer, no de entablar una relación.
– Tengo mucho que aprender sobre esto.
– Habla con Raquel, ella es una buena maestra. Follamos ya, que ha empezado a atardecer.
Natalia se colocó sobre mí, me cogió la polla y se la fue introduciendo lentamente, mientras me besaba en la boca y yo le cogía su fantástico culo, luego colocó sus dos brazos alrededor de mi cuello y empezó a subir y bajar.
– La tienes todavía como una piedra. Serás un gran amante.
– No soy yo, eres tú la que me hace estar así.
– Cada mujer con la que folles te pondrá así, déjate llevar por tu deseo.
Natalia subía y bajaba cada vez más ampliamente. Notaba como casi salía mi capullo de su interior, para luego meterse mi polla completamente
– Natalia, me voy a correr.
– Y yo otra vez, córrete dentro, quiero sentir tu corrida en mi interior.
Se movía a una velocidad increíble, que yo no pude resistir por más de un minuto.
– ¡Uuuufff, Natalia, me corro, me corro, uuuufff, …!
– ¡Te siento y yo también me voy a correr, sssiiii, aaaggg, aaaggg, qué bueno, aaaggg, …!
Quedamos los dos quietos y en silencio durante unos minutos. Luego ella se puso de pie y se metió en la ducha que estaba separada de la bañera por un cristal, así que me dediqué a observarla sentado en la bañera. Cuando terminó, cogió una toalla y se secó.
– Me voy, que me apetece seguir follando con mi marido.
La acompañé desnudo y todavía empalmado a la terraza para que recogiera su pareo y luego a la puerta.
– Me voy a quedar con el piso. -Le dije en la puerta-.
– Disfruta de estos meses de alquiler y cuando estés seguro nos avisas a través de Raquel.
Me besó en la boca, se fue y yo me quedé con la espalda apoyada en la puerta. Vi que en un mueble del salón me habían dejado varias botellas, entre ellas una del whisky que me gustaba. Fui a la nevera y me habían dejado también una bolsa de hielo. Me serví un buen trago y salí desnudo a la terraza a bebérmelo. Era ya casi de noche, me senté en una de las sillas pensando que la follada que nos habíamos dado Natalia y yo, había sido la mejor de mi vida. Sonó el móvil, era mi hermana Lola.
– Hola, hermana.
– Hola, hermano. ¿Te has instalado ya en tu nuevo piso?
– Lo básico, todavía tengo que subir muchas cosas.
– ¿Y qué tal?
– ¿Tú has estado en la gloria?
– ¿La confitería?
– ¡No, coño, la gloria de Dios!
– En esa no.
– Pues así estoy yo ahora, en la gloria.
– Me alegro de que te sientas así. ¿Y lo del nudismo cómo lo llevas?
– Creo que no tendré problemas en acostumbrarme. Ahora mismo estoy en pelotas sentado en la terraza, tomándome un whisky.
– Ten cuidado no te vayas a resfriar.
– ¡Lola, por Dios, no seas tan madre! ¿Habéis ido al apartamento?
– Sí, estamos las cuatro aquí, también en la gloria, aunque nosotras en biquini.
– ¿Y tú marido?
– Le he dicho que se quede en Sevilla. Lo más probable es que nos separemos a la vuelta del verano.
– No le des más tiempo. ¿Y Paula y las niñas?
– Muy bien, preparándose para salir a dar una vuelta.
– ¿Tú no vas con ellas?
– No, déjame que me tome un respiro de hijas y de hermana. Llámame de vez en cuando.
– Lo haré, un beso hermana.
– Otro para ti.
Me tomé otro whisky, me acosté y me dormí como un leño. Me desperté tarde y empalmado, pensé que era una buena señal que me mandaba mi nueva vida. Recordé a Natalia y la tarde que habíamos pasado. Me tomé un café, me aseé, me puse algo de ropa y bajé para ir subiendo el resto de mis cosas. Después de varios viajes, logré tenerlo todo arriba. Cuando iba a empezar a sacar las cosas de las cajas, me paré un momento a reflexionar. ¿Para qué quería yo aquellas cosas en mi nueva vida? Decidí quedarme sólo con las cosas de mi familia, fotos, regalos, recuerdos, …etc., y ni siquiera sacar el resto de las cosas de las cajas.
Pasé las primeras semanas casi sin hacer nada. Ir a la compra, comer o cenar en el piso o en el chiringo y estar todo el resto del tiempo en pelotas por la casa. Al chiringo iba en pareo. Unas veces me lo quitaba para sentarme y otras no. Durante ese tiempo me acostumbré a ver a gente desnuda. ¡Qué diferente es el cuerpo entre unas personas y otras! Hablaba con frecuencia con mi hermana Lola. Nuestros padres habían fallecido prematuramente hacía unos años y eso había hecho que nos uniéramos mucho al quedarnos solos y tener que cuidar a la hermana pequeña.
A finales del mes de agosto llamé a Raquel para agradecerle sus atenciones, invitándola a comer o a cenar cuándo y dónde ella quisiera.
– Buenos días, Carlos. ¿Algún problema?
– Ninguno en absoluto, todo más que perfecto. Te llamaba para invitarte a comer o a cenar cuando quieras y en el sitio que quieras, me gustaría agradecerte todas tus atenciones.
– No hace falta, Carlos.
– Lo sé, pero me apetece mucho.
– Cómo quieras, yo encantada. ¿En tu casa este sábado para comer?
– Perfecto.
– ¿A qué hora?
– A la que tu quieras, a partir de la una.
– Pues hasta el sábado.
– ¿Sabes dónde es? -Le pregunté en broma-.
– No, dímelo tú o mejor mándame la posición al móvil. -Me contestó riéndose-.
Tras mi mudanza había recuperado algo mi afición a la cocina. Me esmeré en preparar el menú para la comida con Raquel. Nada complicado, sino producto fresco, hecho lo justo para realzar su sabor.
A la una y cuarto del sábado sonó el timbre de la puerta. Era Raquel, venía sólo con un pareo a la cintura, igual que estaba yo, pues, aunque iba casi todo el día desnudo, no quería tener un accidente en la cocina y que me salpicase cualquier cosa, en el sitio menos indicado.
– ¡Qué guapa vienes! -Le dije al verla y era verdad. Estaba más morena que la última vez que nos habíamos visto y sus bonitos ojos verdes quedaban realzados por su tono de piel-.
– Gracias, tú tampoco estás mal y ya veo que integrado con el entorno. -Me dijo mirando mi pareo-.
– Pasa, ¿qué quieres tomar?
– Un vino blanco, si tienes.
– Claro, precisamente eso estaba tomando yo.
Salimos a la terraza y nos sentamos, haciendo tiempo para la hora de comer española.
– ¿Te está gustando la experiencia? -Me preguntó-.
– Mucho, Raquel, estoy convencido que he acertado con la elección. ¿Sabes algo de Natalia y Juan?
– Hace un par de días que hablé con Natalia. Están bien, aunque echan de menos haber pasado más días aquí. Le dije que había quedado contigo para comer y me dio recuerdos para ti.
– Cuando vuelvas a hablar con ella, dile que yo también le mando recuerdos. -Y qué recuerdos, pensé-.
Las tetas de Raquel eran muy bonitas, medianas, con unas areolas grandes y rosadas que destacaban por el tono moreno de su piel.
– No te preocupes que se los daré. Les caíste muy bien a los dos. Están contentos de que estés tú en el piso. ¿Qué pensaste de lo que pasó la otra tarde?
– Al principio me sorprendió, pero luego, la verdad, me encantó. Yo no conocía nada del mundo liberal, bueno y sigo sin conocer. No sé, tenía la idea preconcebida de que era algo como muy oculto y un tanto perverso, pero me di cuenta de que no, que era algo abierto y muy humano. Disfruté mucho con Natalia, por cierto, una mujer preciosa.
– Sí que lo es. Ella nos contó que había estado muy a gusto contigo.
Sólo recordar la tarde con Natalia, estaba haciendo que la polla se me pusiera morcillona.
– ¿Te parece que comamos? Luego con una copa quiero que me cuentes cómo va eso del mundo liberal. -Le dije-.
– Ya veo que quieres integrarte del todo. -Me contestó riendo-.
Serví el primer plato, unas gambas rojas muy hermosas a la plancha. No tardamos en dar cuenta de ellas, terminando la primera botella de vino blanco. De segundo había preparado unos salmonetes, casi vivos, al horno, con los que terminamos la segunda botella. Raquel me estuvo contando las consecuencias de la pandemia en su negocio y las dificultades que estaba pasando.
– ¿A ti te ha afectado mucho? -Me preguntó-.
– No demasiado. Yo ya teletrabajaba bastante, ahora hago lo mismo, con la ventaja de que las pocas reuniones que tenía ahora son virtuales. Es el único momento que me pongo una camisa. -Le contesté riéndome-.
Terminamos de comer, quité las cosas de la mesa, serví una copa y volvimos a sentarnos. Raquel me gustaba más cada minuto que pasaba.
– ¿Qué quieres saber del mundo liberal? -Me preguntó-.
– No sé, ¿cómo funciona, como conoces a la gente, si crees que podría ser para mí? Ese tipo de cosas.
– ¿Te gusta el sexo sin compromisos?
– La verdad es que no he tenido muchas ocasiones de practicarlo, pero me suena muy bien.
– O uno se integra en un grupo ya formado o formas tu propio grupo o mitad y mitad, que suele ser lo más habitual.
– ¿Eso que se hace en locales de intercambio?
– Yo no. No me gusta el ambiente que hay y puedes encontrarte cualquier cosa. Prefiero gente conocida o que algún conocido nos presenta.
– ¿Tú podrías presentarme a tu grupo?
– ¿Quieres que lo haga?
– Creo que sí. He perdido muchos años en mi vida anterior y me gustaría recuperarlos.
– ¿Yo te gusto?
– Sí, mucho. ¿Y yo a ti?
– También. Vamos al dormitorio. -Me dijo Raquel levantándose y entrando en el piso-.
La seguí al dormitorio, por el camino ella se quitó el pareo, luciendo un bonito culo, pequeñito, redondo y respingón. Yo me lo quité también, estaba ya empalmado. Se tumbó en la cama de lado y yo me tumbé también mirándola, estaba muy guapa.
– Carlos, aquí no hay compromiso ninguno. Somos adultos, yo te gusto, tú me gustas y a los dos nos gusta el sexo.
Me acerqué a ella para besarla.
– No lo podrías haber definido mejor, me encanta esta nueva vida, sobre todo comparándolo con el tiempo que me llevó follar la primera vez con mi ex.
– Olvídate de tu ex. ¿Te gusta el sexo oral?
– Mucho.
– Pues empecemos por un “69”, me apetece comerme tu polla y que tu me comas el chocho.
Raquel, se puso encima de mí, poniendo su depilado coño al alcance de mi boca, luego me cogió la polla con la mano y empezó a lamérmela. Cogí una almohada, me la puse debajo de la cabeza y acerqué mi boca a su chocho. Su olor era embriagador y lo tenía bastante húmedo. Su lengua se deslizaba arriba y abajo por mi polla.
– Tienes una polla bastante apetitosa, pero mejoraría mucho si te depilaras del todo.
– Así como tú, que no tienes ni un pelo y resulta muy gustoso.
– Sí, así. Mójate los dedos en saliva y acaríciame el ojete.
Hice lo que me dijo y suavemente empecé a pasarle el dedo gordo por el ojete. Ella suspiró cuando empezó a notarlo.
– ¿Tienes el ojete muy sensible? -Le pregunté-.
– Todos tenemos el ojete muy sensible, si se trabaja con delicadeza.
– ¿Quieres que te lo lama?
– Luego, por ahora sigue así. ¿Lo has hecho otras veces?
– No, es la primera vez que le acaricio el ojete de una mujer, bueno o de un hombre.
– ¿Tampoco te lo has acariciado tú?
– No se me ha ocurrido.
– Pues verás cómo te aficionas.
Raquel puso un par de dedos húmedos sobre mi ojete y empezó a acariciármelo. Efectivamente producía un enorme placer.
– Sí que es placentero, me he estado perdiendo esto toda mi vida. -Le dije-.
La mamada, el sobe del ojete y comerle el chocho a Raquel me estaban poniendo como una moto.
– Pues recupera el tiempo perdido.
– Me estás poniendo al límite de mi resistencia.
– No importa, ya me contó Natalia que después sigues aguantando. Además, yo también estoy casi a punto.
– ¡Me voy a correr!
– Empieza cuando quieras.
– ¿No te la sacas de la boca?
– No, me gusta recibirlo en la boca y tragármelo.
– ¡Uuuuffff, siiii, uuuffff, que gusto, …!
Raquel, se corrió a la misma vez que lo hacía yo, con mi polla en su boca. Era la primera vez que me corría en la boca de una mujer, notando como ella excitaba mi capullo con su lengua, mientras me corría.
– ¡Qué maravilla Raquel!
– Para mí también ha estado fantástico. -Me dijo dejándose caer boca arriba a mi lado-.
– ¿Quieres otra copa?
– Sí, si me la traes, tengo ganas de quedarme aquí tumbada.
Me levanté, fui por las dos copas y regresé al dormitorio. Raquel estaba preciosa, parecía muy relajada o más que relajada parecía dormida. Dejé su copa en la mesilla y me senté en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, mirando a Raquel desnuda mientras daba un sorbo a la copa. Estaba contento con mis decisiones, había conseguido cambiar el trauma de un divorcio por una vida que me gustaba mucho más que la anterior.
– ¿En qué piensas? -Me preguntó Raquel incorporándose en la cama-.
– En que estoy feliz y tú me has ayudado mucho para poder lograrlo. -Le dije mientras ella se movía para alcanzar su copa-.
– Quien más te ha ayudado es tu ex al querer divorciarse y echarte de su casa.
– Tienes razón, todavía voy a tener que llamarla y darle las gracias. -Le contesté riéndome, mientras ella se sentaba a mi lado, también con la espalda apoyada en el cabecero-.
– A los hombres que son buenas personas, cómo tú, les pasa siempre lo mismo, aunque sean infelices con su pareja, aguantan junto a ella, hasta que ella los larga.
– Es posible que sea cierto lo que dices.
– ¿No se te baja?
– ¿A qué te refieres?
– A tu polla, sigues estando empalmado y yo puedo dar fe de que te has corrido.
Raquel se levantó de la cama.
– ¿Dónde vas? -Le pregunté-.
– A por la tarjeta de mi gabinete de estética, tienes que depilarte.
– ¿Y en tu gabinete atienden hombres?
– Si los envío yo, sí.
Salió del dormitorio y volvió al momento con una tarjeta en la mano.
– Llámalos el lunes y diles que llamas de mi parte. -Me dijo y volvió a sentarse con su copa en la mano-.
– Gracias, lo haré. ¿Has estado casada?
– No, ni se ha presentado la ocasión ni yo la he buscado. Me encuentro muy bien sola, ahora que mi hija ya vive por su cuenta.
– ¿Tienes una hija?
– Te lo acabo de decir. ¿Lo hacemos otra vez?
– Por mí encantado.
Raquel se puso sobre mí de cara, me cogió la polla y se la fue introduciendo lentamente, hasta tenerla toda dentro. Puse mis manos en su duro culo, ella me besó en la boca y empezó a bombear subiendo y bajando lentamente.
– Para haber sido madre, tienes un chocho muy estrecho.
– Tuve a mi hija por cesárea debido a complicaciones en el parto. La tienes durísima, parece que tuviera un consolador dentro.
– ¿No te gusta?
– No preguntes sobre cualquier cosa. ¿No ves que sí me gusta?
– Tienes razón, pero estoy todavía un poco inseguro de mí mismo.
– Lo haces bien, Carlos. A cualquier mujer le gustará follar contigo.
Raquel se movía arriba y abajo cada vez más rápido. Cambié mis manos a sus tetas para sobárselas, llevármelas a la boca y morderle suavemente los pezones. Nos llevamos así un buen rato, hasta que noté que no iba a tardar en correrme.
– Raquel, no voy a tardar en correrme.
– Hazlo dentro, yo tampoco voy a tardar en correrme. Acaríciame el clítoris.
Tenía el clítoris muy dilatado, ahora le sobresalía como la uña de un dedo.
– ¡Córrete, Carlos, que yo lo voy a hacer ya!
– ¡Aaahhh, aaahhh, aaahhh, …! -Gemí al correrme-.
– ¡Siiii, uuuufff, siento como te estás corriendo y me gusta mucho, aaaaggg, aaaggg, …! -Dijo Raquel, primero echando el cuerpo hacia atrás apoyando sus manos en mis muslos y luego echándose hacia delante, pegándose a mi pecho-.
Nos quedamos un rato en la cama y luego dijo que tenía que irse, que había quedado con unos clientes y no estaba la cosa para darles plantón. Nos despedimos prometiendo volver a vernos pronto, pero esta vez en su casa.
El lunes llamé al gabinete de estética que me había recomendado Raquel.
– Buenas tardes, llamo de parte de Raquel M., quería hora para depilarme.
– ¿Con láser?
– Creo que no, es una parte muy delicada.
– ¿Pubis y alrededores?
– Exacto.
– Si es con maquinilla o cuchilla, mandaremos una chica a su casa, sino se nos revoluciona el gabinete.
– Como quieran, por mí perfecto.
Les di la dirección y el teléfono y quedaron en mandarme a alguien al final de la tarde. Por discreción la urbanización no tenía portero electrónico, así que baje con el pareo y la mascarilla a abrir la puerta, cuando una mujer me llamó al móvil.
– Buenas tardes, ¿Carlos?
– Sí, ¿y tú?
– Mari Carmen.
– Encantado, Mari Carmen.
– Igualmente.
Mari Carmen tendría veinte y pocos años, ojos bonitos, era lo único que podía verle con la mascarilla, y generosa de formas, sin poder decir que gorda. Una malla blanca a media pierna y una camiseta corporativa, por lo menos una talla más pequeña que la suya. La indumentaria realzaba sus generosas formas, más de lo conveniente. Llevaba una especie de mochila a la espalda. No esperaba a alguien tan joven para la tarea que debía realizar y empecé a sentir un poco de vergüenza al tener que despatarrarme delante de una jovencita.
– No había entrado nunca en esta urbanización. Está muy cuidada. -Me dijo mientras caminábamos al bloque del apartamento-.
– Yo llevo escasamente un mes viviendo y es muy tranquila. -Le contesté llegando al apartamento-.
– ¿Dónde quiere que lo hagamos?
– No sé, tú eres la experta. ¿Por qué serás experta en esto?
– Sí, empecé con mi novio, que es muy caprichoso para estas cosas, y tengo ya por lo menos veinte clientes y la mayoría repite. Pues en la cama es lo más cómodo.
Fuimos al dormitorio, ella extendió una tela sobre la cama y luego sacó una maquinilla eléctrica, unas tijeras, varias maquinillas de afeitar y un bote de espuma.
– Túmbate sobre el paño. Si quieres, ahora apoya la espalda en el cabecero.
Hice lo que ella me dijo. Sentí que cada vez me daba más vergüenza que aquella joven trasteara en mis partes más íntimas.
– ¿Cómo lo vas a hacer? -Le pregunté-.
– Depende de lo que encuentre cuando te abras el pareo.
– No sé si me estoy arrepintiendo, casi mejor que lo dejamos.
– De eso nada, yo he venido hasta aquí a hacer un trabajo y lo voy a hacer. -Me dijo abriéndome ella misma el pareo, ya de rodillas sobre la cama-. Bueno, no está demasiado mal, otras veces me he encontrado unas melenas, que he tenido que cortar a tijera primero.
Me cogió la polla y la movió de un lado a otro, luego me cogió los huevos para mirar debajo de ellos. La chica lo hacía con la mayor naturalidad.
– ¿A ti no te da cierto corte hacer esto? -Le pregunté-.
– A mí no, a lo mejor las primeras veces un poquito, pero es que entonces tenía sólo dieciocho años y, además, sólo se lo había hecho a mi novio. Yo creo que va a ser mejor con cuchilla, te vas a quedar como un bebé.
– ¿Y tu novio que opina de tu trabajo?
– Él no lo sabe, es un poco antiguo y celoso. Se cree que es el único al que depilo.
De una botellita que traía se puso un poco de agua en la mano y me la roció por el pubis. Luego cogió el bote de espuma y empezó a extenderla.
– ¿Por arriba hasta dónde quieres que te depile?
– No lo sé. ¿Hasta dónde lo haces normalmente?
– A mi novio le gusta muy arriba, casi hasta el ombligo, pero a mí eso me parece demasiado, lo que si puedo hacer luego es cortarte un poco más arriba a tijera o con la maquinilla. Ya verás como quedas de bien y como parecerá que tienes el nabo más grande.
Mari Carmen me cogió la polla para echármela a un lado mientras pasaba la maquinilla. Yo miraba como lo hacía. Pues sí que tiene unas buenas tetas, pensé, mientras la observaba. Noté que tanto trajín sobre mi polla me estaba pasando factura y estaba empezando a ponerse morcillona.
– Si te empalmas no te preocupes, es normal. ¿Te importa si me quito la mascarilla, me molesta llevarla todo el día?
– No me importa, te comprendo. A mí también me molesta en cuanto la llevo demasiado rato.
– Espera que vaya al lavabo a limpiar la cuchilla, porque se está embotando.
Mari Carmen se bajó de la cama, las mallas que llevaba le hacían un culo muy tentador. O llevaba un tanga de hilo blanco o no llevaba nada debajo de las mallas. Me estaba empalmando irremediablemente.
– Seguimos, no queda mucho. -Me dijo al volver, poniéndose de nuevo de rodillas entre mis piernas-. Vaya, esto ha crecido. -Dijo al moverme la polla para que no le estorbara-.
– Perdona que tenga una erección, pero no puedo evitarlo.
– No te preocupes, a mí me gusta ver una buena polla empalmada. ¿A ti no? -Me preguntó continuando su tarea-.
– No he visto muchas.
– ¿Entonces no eres homosexual?
– No.
– Muchos de mis clientes lo son. A mí no me importa, que cada uno haga con su polla lo que quiera.
– Te comportas y hablas con mucha naturalidad.
– Claro, este es mi trabajo, lo mismo que otras cobran en el supermercado o ponen copas. Bueno vamos con los cataplines.
Mari Carmen siguió trasteando con mi polla y mis huevos, mientras continuaba con la cuchilla. Ahora que tenía una posición más inclinada, me pareció que no llevaba sujetador. Carlos, mira al techo y deja de mirarle las tetas a la chica, me dije.
– Ya casi has terminado, ¿no? -Le pregunté-.
– Sí, te rebajo un poco el vello del pubis y vas a quedar como un angelote, con una buena polla, pero angelote. -Dijo riéndose y cogiendo la depiladora-.
– Lo has hecho muy bien, no me has dado ni un tironcito.
– Gracias. -Me cogió la polla para bajármela, porque se me había pegado a la barriga-. Mi novio la tiene más pequeña, pero a mí me gusta mucho.
– ¿Terminaste?
– Ahora sí. Levántate y mírate en el espejo del baño, verás la diferencia.
Mari Carmen se bajó de la cama y yo detrás de ella. Fuimos al baño. Me puse frente al espejo, parecía que me había crecido todo, la polla y los huevos. Mari Carmen, a mi lado, me miraba también en el espejo.
– La verdad es que muy bien, no esperaba semejante efecto.
– Claro, por eso por aquí se depilan muchos hombres. Verás, estoy tratando de innovar en mi trabajo, mi jefa se ha quedado un poco anticuada. A mí me da cosa que los clientes se queden tan excitados después de depilarlos y he pensado que debía terminar el trabajo bajándoles la excitación.
– Es posible, pero no sé bien a qué te refieres.
– A hacerles una paja. ¿Crees que es una buena idea?
– Yo creo que sí, así te llamarán más los clientes.
– Pues al lío.
– Sí, por favor, tengo un calentón de mil demonios.
– Por eso es mejor cuando te depila tu pareja. Después folláis seguro.
Mari Carmen se subió la camiseta, dejando sus hermosas tetas, con unas grandes areolas, a la vista, luego me cogió la polla y los huevos y empezó a hacerme un pajote. Miraba su cara y sus tetas mientras me lo hacía.
– ¿Tú no te excitas? -Le pregunté-.
– Claro que me excito, verás la follada que le voy a pegar a mi novio esta noche.
Estaba tan caliente que no tardé nada en correrme lanzando grandes chorros contra el espejo.
– Sí, sí que estabas caliente. -Me dijo bajándose la camiseta-. Voy a recoger las cosas.
Salí tras ella del baño. Mientras ella tiraba unas cosas y recogía otras, le pregunté:
– ¿Cada cuanto tiempo debo volver a depilarme?
– Depende de a la velocidad que te crezca el pelo. Aunque vaya en contra de mis intereses, te recomiendo que me compres la depiladora, así te lo puedes hacer tu mismo o mejor que te lo haga tu pareja.
– De acuerdo, pero no tengo pareja.
– Pues será porque no quieres.
– Para un maduro como yo no es tan fácil encontrar pareja.
– Mira, precisamente mi amiga Rocío acaba de romper con su novio, si no te importa le doy tu teléfono y podéis quedar algún día.
– Por mí encantado.
Le pagué la depilación, la máquina y le di una buena propina. Me puse el pareo y la acompañé para abrirle la puerta de fuera. Me dio dos besos en las mejillas y se marchó. ¡Que barbaridad de chica! Pensé volviendo al apartamento. En menos de una hora me ha depilado, me ha hecho un pajote, me ha vendido una depiladora y me va a buscar una cita, desde luego su jefa no sabe el tesoro que tiene.
A los dos días de la depilación me llamó mi hermana Lola.
– Hola, hermana.
– Hola, Carlos. -Le noté la voz rara-.
– ¿Te pasa algo?
– Pues sí, una cosa mala y una buena.
– Por el orden que quieras.
– El gilipollas de mi marido me ha puesto los cuernos con una tía fea como pegarle a un padre y yo lo he puesto en la puta calle.
– Ese tío es tonto, ponerte los cuernos con la joya que tiene en casa. Pero si lo has puesto en la puta calle, al final me alegro. ¿Cómo estás?
– Regular. Carlos, con lo que yo he aguantado al tío mierda, para que me lo pague así. Pero, al final, me alegro. ¿Puedo pedirte un favor?
– Claro, incluso si se trata de que le parta las piernas.
– No, déjalo, bastante castigo tiene con la prenda con la que se ha enrollado. ¿Puedes acogerme unos días?
– Cómo no, hermana, yo encantado. Lo que pasa es que ya sabes tú de qué va esto.
– ¿Tú no dijiste que cada uno podía ir como quisiera?
– Sí, así es.
– Pues entonces no pasa nada.
– ¿Y las niñas?
– Las niñas, como siempre, a lo suyo.
– ¿Cuándo vienes?
– Si puedo mañana mismo en avión.
– Perfecto. Confírmamelo con un mensaje para ir a esperarte.
– De acuerdo.
– Te quiero, hermana.
– Y yo a ti, hermano.
Cuando colgué me quedé pensando en lo tonto que era el marido de mi hermana. Ella era un auténtico encanto, una mujer inteligente, cariñosa y guapa, y el tío mierda, que valía cien veces menos que ella le había puesto los cuernos con cualquier adefesio. A las dos horas recibí un mensaje de Lola, llegaba al día siguiente sobre las once de la mañana. Dediqué el resto del día a arreglar la habitación de invitados y a recoger cosas del piso, hasta dejarlo presentable.
A las diez y media de la mañana siguiente ya la estaba esperando en el aeropuerto de Almería. Tenía muchas ganas de ver a mi hermana Lola. El avión llegó a su hora. Cuando nos vimos en la puerta de salida nos dimos un fuerte abrazo y casi nos echamos a llorar los dos. Durante la hora escasa del viaje de vuelta mi hermana no paró de insultar a su ex. Lo que más me extrañó fue cuando empezó a despotricar de las relaciones sexuales con él.
– ¡Carlos, que el tío tiene una mierda de polla y folla de pena! ¡Joder, que menos mal que inventaron los succionadores esos del clítoris, que si no me subiría por las paredes!
La miré no dando crédito a lo que me decía Lola. Que yo recordara nunca habíamos hablado explícitamente de sexo.
Cuando llegamos a la zona nudista, cómo era normal, por la acera iban hombres, mujeres o parejas en toples o directamente en pelotas. Mi hermana giraba la cabeza y el cuerpo para mirarlos por la ventanilla del coche.
– ¿Tú has visto que ese tío lleva la polla al aire?
– Lola, ya te dije que es una zona nudista.
– ¿Y tú también vas así, con todo el mondongo a la vista de cualquiera?
– Yo, normalmente, por la calle llevo un pareo.
– Mira la tía esa, luciendo todo lo suyo y, encima, sin un solo pelo. ¿Pero qué sitio es este?
– Ya te lo dije, un área nudista, donde cada uno va como le da la gana.
Metí el coche en el aparcamiento de la urbanización, cogí la maleta de mi hermana y subimos hasta el piso. Nos cruzamos con una pareja, como de nuestra edad, que parecía ir a la piscina en pelotas, mi hermana se plantó y se volvió a mirarlos hasta que desaparecieron detrás de uno de los bloques.
– Oye, esto está muy bien. -Dijo mi hermana al entrar en el piso y ver el salón y la terraza-.
– A que sí.
– Enséñame el resto.
Le enseñé mi dormitorio y el baño integrado en su interior. Cuando vio la bañera redonda, me miró y dijo:
– ¡Valiente folladero que tienes tú aquí!
Por último, le enseñé el baño común y su dormitorio.
– ¿Qué quieres que hagamos? -Le pregunté-.
– Comer, ¿no?
– Ya, pero ¿vas a ir esta tarde a la playa?
– Igual sí.
– Entonces ponte el bañador y comemos en el chiringuito que está aquí cerca a pie de playa.
– Oye, ¿te sobra algún trapo como esos que llevaba la gente?
– Pareo, Lola, se llama pareo. Te presto el mío, hasta que compremos otro.
– ¿Y tú cómo vas a ir, no se te ocurrirá ir en pelotas?
– Yo me pondré un pantalón corto y un niqui.
Le di mi pareo, que afortunadamente había lavado la noche anterior, y la esperé en la terraza tomando un vino a que terminara de cambiarse.
– Pues sí que vives tú bien. -La escuché decir detrás de mí-.
– Encontrar este sitio ha sido una suerte. -Le dije volviéndome. Me di cuenta de que mi hermana estaba guapísima. Llevaba el pareo que le transparentaba la braga del biquini y un top, bastante recatadas las dos cosas. Lola es morena, casi de mi altura, con el pelo negro, bonitos ojos, también, negros, labios carnosos, que normalmente lleva pintados de rojo, unos pechos grandes, sin ser excesivos, una cintura pequeña y un culo de buen tamaño de mujer madura-.
– ¿Te pasa algo? -Me preguntó a los pocos segundos de estar mirándola-.
– Nada, es que no recordaba bien lo guapa que eras.
– No me mientas, Carlos, ya no me mira nadie por la calle y el cabrón de mi ex me ha cambiado por una tía andrógina.
– No te miento, estás preciosa.
– Venga, vamos a comer, que tengo hambre.
Cuando íbamos a salir del piso le di un juego de llaves.
– Toma, por si decides quedarte en la playa.
– Da igual, llamo al portero electrónico.
– No hay portero.
– No, ¿qué raro, si ya lo hay en todas partes?
– Es por intimidad, para que no pueda colarse nadie dentro de la urbanización que no tenga llave.
El chiringuito al que fuimos está a escasos tres minutos andando desde el piso. Por el camino mi hermana seguía mirando a los que iban desnudos, como si nunca hubiera visto a alguien desnudo. Todavía había poca gente y nos sentamos en una mesa mirando a la playa.
– ¿Cómo está Paula? -Le pregunté cuando el camarero nos tomó la bebida-.
– Bien, ya sabes tú lo rara que es. Todavía no le he contado lo de mi separación.
– Pues debías hacerlo, se va a enterar por cualquier sitio y se va a enfadar.
– Tienes razón, la llamaré esta tarde o mañana. Aunque tampoco quiero darle mucha publicidad al tema.
– Es nuestra hermana, aunque nos llevemos muchos años con ella.
Fueron llegando parejas y pequeños grupos, la mayoría hombres solos, casi todos iban desnudos, para sentarse unos se ponían el pareo y otros doblaban el pareo sobre la silla. Mi hermana no perdía ojo de los que llegaban y de los que ya estaban sentados.
– ¿Aquí hay que llevar los bajos depilados? -Me preguntó-.
– No, aunque es bastante común.
– ¿Tú los llevas depilados?
– ¡Lola, a ti que más te da!
– Entonces los llevas depilados.
– Sí.
Al poco pasó al lado de nuestra mesa una pareja de homosexuales, cogidos de la mano, depilados y con unas pollas de buen tamaño.
– ¡Qué lástima, qué desperdicio de pollas! -Me dijo mi hermana acercando su cabeza a la mía-.
– Lola, no seas tan antigua.
– No, si lo digo por envidia.
– ¿Envidia?
– Claro, ya me gustaría a mí coger una polla de esas.
– ¡Lola, estás hecha una deslenguada!
– Ya ves tú ser tan recatada donde me ha llevado. Con cuarenta y cinco años, más sola que la una y sin poder recordar una buena follada.
– ¡Lola, que soy tu hermano!
– Pues por eso te lo puedo decir. ¿Tú no te habrás vuelto homosexual?
– ¿Yo? No, a mí cada vez me gustan más las mujeres.
– Pues debe ser de familia, porque a mí cada vez me gustan más los hombres.
A nuestro lado se sentó una pareja, ella con unas tetas operadas bastante grandes y él, evidentemente más joven que ella, con un cuerpo de matarse en el gimnasio.
– Mira ésta el cachas que se ha buscado para que se la folle.
Mi hermana toda la vida había sido discretísima y ahora estaba desmadrada.
– Lola, no digas barbaridades.
– ¿Vamos, que es mentira lo que he dicho?
– Yo no sé si es mentira o no, pero tampoco puedes estar diciendo lo primero que se pasa por la cabeza.
– Como quieras.
Trajeron la comida y una botella de albariño. Serví las copas y empezamos a comer.
– Yo no es por nada, pero mis tetas son las mejores que hay aquí. ¿O no?
– Muy posiblemente. -Le dije mirándoselas-. Pero llevas un biquini de abuela.
– Culpa del mierda de mi ex. El tío nos reconvenía a las niñas y a mí cuando nos poníamos algún biquini que a él no le parecía decente.
– Olvídate ya de tu ex y disfruta.
– Pues tienes razón, vaya si me voy a olvidar de él. -Se giró para ponerse de espaldas a mí y me dijo-. Suéltame el top, que se van a enterar en este sitio de lo que son unas buenas tetas.
– ¡Lola, que estoy yo aquí!
– ¿Y qué? No te hartas de ver tetas aquí, pues ahora las de tu hermana, que verás que bonitas son.
Con cierto nerviosismo, por lo inusual, llevé mis manos al cierre del top y se lo solté. Mi hermana, todavía de espaldas a mí, se quitó el top, lo dejó dentro del bolso de playa y se volvió otra vez de frente a la mesa. Efectivamente tenía unas tetas preciosas, grandes, redondas, todavía casi en su sitio, unas areolas grandes rosadas y unos pezones grandes que le sobresalían por los menos un centímetro. El único defecto que se les podía poner es que eran bicolor, debido a haber estado tomando el sol durante todo el verano con el top puesto.
– ¡Coño, que mi ilusión ha sido siempre que las tetas se me pusieran morenas enteras y el babas de mi ex no me ha dejado nunca! ¿Qué te parecen?
– Preciosas y más que se te van a poner cuando las tengas morenas.
– ¿Tú tomas el sol desnudo?
– Yo no tomo el sol, sabes que no me gusta.
– Pues yo sí que lo voy a hacer. ¿No hay más vino?
– No, pero pido otra botella. -Le hice al camarero la indicación de que trajera otra botella-.
Comencé a notar que algunos clientes no le quitaban la vista de encima a las tetas de mi hermana. No sé si porque eran muy bonitas o porque se notaba a la legua que no era nudista. A mí, con unas cosas y otras, la polla se me había puesto morcillona.
– ¡Qué a gusto estoy sin sujetador!
– Me alegro.
– Si no fuera porque vives aquí no me hubiera atrevido a hacerlo nunca.
El camarero trajo la otra botella y la abrió sin quitar la vista de las tetas de mi hermana. Sirvió las copas y se llevó la botella vacía con mucha parsimonia.
– No te he contado que, durante el confinamiento, cuando coincidí con Paula en el apartamento, le pregunté si era lesbiana.
– ¿Y qué te contestó?
– Que no.
– Y entonces, con lo guapa que es, ¿cómo es que no se le conoce pareja masculina?
– Me dijo una cosa bastante extraña, algo así como que estaba enamorada de una persona con la que no podía mantener una relación.
– Mira que es rarita. Con las niñas se lleva mejor que conmigo, claro entre ellas hay menos diferencia de edad que con nosotros. Mira el tío ese con un pirsin en el capullo, por favor, que dolor debió pasar el hombre. -Miré y efectivamente el tío llevaba el capullo cruzado de lado a lado por un pirsin. Me dio hasta repelús verlo-. ¿Pero ese tío como folla?
– Follará poco y se lo quitará cuando lo haga.
– Un tío que folla poco no se pone eso. Por cierto, ¿has ligado por aquí? Porque con este ambiente se debe follar un disparate.
– Alguna vez, pero ya sabes tú que yo soy bastante retraído.
– Pues si yo viviera aquí ahora me iba a poner las botas.
– No creas que es tan fácil.
– Me he estado documentando del sitio y, al parecer, hay locales de intercambio y grupos liberales. ¿Tú sabes algo de eso?
– Lola, estás completamente desmadrada.
– Y más que lo voy a estar. ¿Me vas a contestar o no?
– De algo me he enterado. Le pregunté a una mujer con la que estuve y me dijo que huyera de los locales de intercambio y si me apetecía ese rollo, que me integrase en algún grupo liberal.
– ¿Y te has integrado?
– No, y no sé si lo haría, pero en todo caso no tengo pareja. ¿Por qué me preguntas sobre eso?
– Por curiosidad. Yo no sé como esa mujer, con lo gorda que está, se atreve a ir desnuda. -Me dijo señalando con la cabeza a una mujer, que estaba realmente gorda-.
– No te voy a decir que aquí no haya complejos, pero sí que hay bastante menos. Fíjate tú, lo que has tardado en quitarte el top. Anda que lo ibas a hacer en Chipiona.
Nos reímos los dos sólo de pensarlo. Chipiona es un sitio de veraneo, próximo a Sevilla, con unos veraneantes de lo más tradicionales.
– Sí y no salir de puta para arriba -Dijo ella-.
Al rato pasó una mujer negra vendiendo cosas de playa, bolsos, alfombrillas, pareos y cosas así.
– Escoge el que quieras, te regalo un pareo. -Le dije-.
– Te lo acepto, me está gustando a mí esto del pareo.
Escogió uno bastante transparente en tonos azules, abrió el envoltorio y lo extendió para que lo viera.
– ¿Te gusta? -Me preguntó-.
– Sí, es bonito.
Le pagué a la mujer y ella guardó el pareo en la bolsa de playa. Terminamos de comer y el camarero retiró las cosas de la mesa.
– ¿Quieres una copa? -Le pregunté-.
– Si tú la tomas, sí.
A esas alturas estábamos los dos bastante contentos por no decir ebrios, pero, así y todo, Lola pidió una ginebra con tónica y yo un whisky. Estaba tan bien con mi hermana que no quería que ese rato terminase nunca. Le cogí la mano, se la apreté y ella me contestó con un apretón todavía más fuerte y un piquito en los labios.
– ¿Vas a ir a la playa? -Le pregunté-.
– Ni hablar, voy a dormir la mona en tu terraza. Oye, ¿te dijo Paula quien era su amor imposible?
– No, ni yo se lo pregunté, estaba de lo más misteriosa y no me pareció el momento. ¿Las niñas como se han tomado la separación? -Mis sobrinas tenían entonces dieciocho años, eran mellizas y hacía más de un año que no las veía-.
– Están en una edad en la que les suda todo, menos los amigos y las amigas. ¿Nosotros éramos así a su edad?
– Imagino que no tanto como ahora, pero un poco también. ¿Se llevan bien entre ellas?
– Mucho, son uña y carne. Donde va una va la otra.
– Eso está bien, no hay una relación mejor que la de los hermanos. -Le dije dándole un beso en la mejilla-.
Terminamos la copa, pagué y nos fuimos despacito para el piso. Lola me cogió del brazo, apretándome la teta contra él, lo que me puso la polla más morcillona de lo que ya la tenía. Cuando llegamos, le pregunté que quería hacer. Se me quedó un rato mirando y me contestó:
– Tomar el sol desnuda en la terraza y que tú me acompañes.
– Te has integrado del todo.
– ¿Lo harás por mí? -Me dijo como cuando tenía catorce años-.
– Si tienes capricho, no puedo negarte nada. ¿Quieres otra copa?
– ¿Por qué no? Otra ginebra con tónica.
Fui a la cocina a preparar las copas y cuando volví a la terraza estaba desnuda al sol en la tumbona de espaldas. Tenía un culo fantástico, demasiado blanco por la braga del biquini y se le notaba en la espalda la parte trasera del top. Le puse la copa en una mesita.
– Lola, pareces una cebra.
– Ya lo sé, por eso me voy a ir de estos días con un moreno integral. Seguro que tú ya lo tienes.
– Yo no tomo el sol.
– Ya, pero sólo con la brisa te has puesto siempre moreno. ¿Por qué no te desnudas y te sientas a mi lado?
Me quedé pensando. Me daba cierta cosa estar desnudo delante de mi hermana, pero ella ya lo estaba delante de mí y, supuestamente, el nudista era yo.
– Ahora vuelvo. -Le dije-.
– ¿Dónde vas?
– A desnudarme.
– ¿Y por qué no lo haces aquí?
– Porque vestirse y desnudarse no se hace en público.
– ¿Por qué?
– Yo que sé, es la costumbre.
Me desnudé en mi dormitorio y volví a la terraza. Lola estaba ahora boca arriba con unas gafas de sol puestas. Tenía un pelucón en el chocho que no era normal.
– Oye, te quedan fenomenal los bajos depilados.
– ¿No me puedes mirar a los ojos?
– Sí, pero me da más morbo mirarte el mandado. Te ha crecido bastante desde que tenías dieciocho años.
– ¿El qué me ha crecido? -Le pregunté sentándome en una silla-.
– ¿Qué va a ser, Carlos, el ombligo? ¡La polla!
– ¡Lola, que somos hermanos!
– ¡Qué tendrá eso que ver!
– ¿Además, tú cómo sabes como tenía yo la polla con dieciocho años?
– Porque te la miraba cuando te duchabas con la puerta abierta, para que no se llenara todo de vaho.
– Eres una cajita de sorpresas.
– ¿Qué quieres? Yo tenía catorce años, entonces no había internet ni en las películas salía ninguna polla y yo quería satisfacer mi curiosidad natural.
– Cambiando de tema, deberías depilarte el pelucón que llevas.
– Eso estaba pensando. Me han gustado los chochos depilados y si me lo depilo cuando me vaya, ya se me va a quedar la marca.
La conversación que estábamos teniendo y ver a mi hermana desnuda, me estaba produciendo un principio de erección.
– ¿Por qué lo llevas tan descuidado?
– ¿Para quién me lo iba a arreglar? Hay que ver qué mala suerte hemos tenido con nuestras parejas, seguro que tu ex también te tenía a palo seco.
– Pues sí.
– A mí me gustaba el sexo, pero con mi ex dejó de gustarme.
– Lo mismo digo.
– ¿Te imaginas si se lían entre ellos? -Dijo mi hermana riéndose-.
– Les duraría el colchón para toda la vida. -Le contesté riéndome también-.
– Déjame que te vea otra vez depilado.
– Déjalo, Lola. -Yo no quería hacerlo porque el principio de erección ya no era un principio y tenía la polla oculta entre los muslos-.
– Anda, hazlo por tu hermanita.
– ¡Qué no, Lola, que estoy empalmado!
– ¿Estás empalmado porque estoy desnuda?
– Básicamente sí.
– ¿Dónde fuiste a depilarte?
– Vino una chica a casa a hacérmelo, por lo visto cuando va un hombre al gabinete para eso, se monta mucho revuelo.
– ¿Cada cuanto te lo tienes que hacer?
– Me vendió una máquina para retocarme.
– Una confidencia, ¿te empalmaste cuando te lo hizo?
– Sí, mucho, además.
– Me lo imagino, nabo para acá, nabo para allá, huevos por aquí, huevos por allí. Anda, enséñame otra vez como has quedado, aunque estés empalmado.
Yo conocía a mi hermana Lola y cuando se empeñaba en algo, era inútil resistirse.
– ¿Estas contenta ya? -Le dije poniéndome de pie con los brazos en jarras y la polla mirando al cielo-.
– ¡Qué barbaridad, hermano, vaya buena polla que se te ha puesto!
– Lola, ya está bien. -Le dije volviendo a mi postura anterior-.
– ¿Te puedo hablar con franqueza?
– ¿Y hasta ahora cómo has hablado?
– Tengo un calentón de los que hacen época.
– ¡Lola, por favor!
– Ni por favor, ni leches. Creo que no he estado más caliente en mi vida. Aquí se debe follar un disparate, con tanto tío y tanta tía en pelotas alrededor todo el santo día.
– Yo no sé si se follará mucho, pero es verdad que produce una excitación permanente.
– Entonces, ¿tienes una máquina para depilarte los bajos?
– Ya te he dicho que se la compré.
– ¿Sirve para hombres y para mujeres?
– No lo sé, pero imagino que sí.
– ¿Me la prestas?
– Claro, luego te la doy.
– Luego, no. Ahora. Voy a ir al baño, primero me voy a dejar el chocho como él de una muñeca y luego me voy a hacer un dedo, que me voy a quedar medio muerta.
– ¡Lola, coño, que soy un hombre y, además, tu hermano!
– Con más razón.
– Córtate un poquito.
– No, Carlos, estoy hasta el coño de cortarme desde los catorce años y no lo voy a hacer más en lo que me quede de vida. ¿Me das la maquina?
– Voy a por ella.
– Te acompaño.
Me levanté de la silla y la polla me saltó como un resorte.
– Se te pone muy dura. -Me dijo mi hermana-.
– Vale, Lola, no te cortes, haz lo que te dé la gana.
Lola estaba todavía más buena de pie, que tumbada. Estaba impresionante de maciza. Saqué la máquina del armario y se la di.
– ¿Esto cómo se usa? -Me preguntó sacándola de la caja-.
– Yo no la he usado todavía, pero el otro día miré las instrucciones y tiene dos cabezales, uno para cortar el vello más o menos largo y otro para dejarlo como si te afeitases. Con lo que tú tienes ahí abajo, vas a tener que utilizar uno primero y luego el otro. ¿No te lo has depilado nunca?
– Depilado no, me he cortado el vello a tijera algunas veces, cuando ya no me encontraba el clítoris. -Dijo riéndose-.
– Nada, tu sigue igual.
– Carlos, yo tengo clítoris como todas las mujeres y bastante grande y bonito, cuando logro vérmelo.
– Te espero en la terraza mientras desarrollas todas tus actividades. -Le dije con mucha guasa-.
– Quédate si quieres, me daría mucho morbo que me estuvieses mirando.
– Adiós, Lola. -Le dije notando un salto en la polla de imaginarme la escena-.
Me senté en la terraza de nuevo con una erección de caballo. ¿Qué coño le estaba pasando a mi hermana? ¿Sería lo que ella decía de que había estado reprimida durante treinta años y no estaba dispuesta a estarlo ni un día más? Si, efectivamente era eso, la comprendía. Yo cuando me divorcié quería cambiar mi vida y lo había hecho, para ella, con las dos niñas y siendo mujer, no era tan sencillo como para mí. Recordé su imagen desnuda, era una mujer espléndida, lástima que hubiera gastado sus mejores años con el imbécil de su marido. Fui a servirme otro whisky, escuché el ruido de la maquinilla y no pude evitar imaginármela.
– Carlos, ¿puedes venir? -Gritó desde el baño-.
– A ver qué tripa se le ha roto ahora. -Me dije a mí mismo-. Dime, ¿qué quieres? -Le dije sin entrar en el dormitorio-.
– Que yo sola no puedo.
– Pues espérate y llamo al gabinete de estética, a ver si puede venir alguna chica.
– No, me da mucho corte que una extraña me toquetee el chocho.
– Entonces, ¿qué quieres?
– Que me ayudes tú. -La polla volvió a darme otro bote cuando la escuché-.
– Sí hombre. Tú te has vuelto loca.
– No seas tonto y ayúdame tú.
Entré en el dormitorio. De entrada, no la vi en el baño. Miré en la cabina del inodoro y estaba sentada con las piernas muy abiertas. Había logrado quitarse mucho vello del monte de Venus, pero el resto seguía con la misma melena.
– Lola, ¿tú crees que esto es normal? -Le dije mirándola desde fuera de la cabina-.
– ¿A qué te refieres?
– ¡Joder, tú a que crees que me refiero!
– No se te baja, te debo gustar mucho. -Me dijo mirándome la polla-.
– Lola, por lo que más quieras, no me martirices.
– No te parece bonito que un hermano ayude a otro.
– Sí, yo te llamo al gabinete de estética.
– ¡Que no quiero que una tía me toquetee el chocho, coño!
– Bueno, ¿qué quieres en concreto? -Le pregunté ya desesperado-.
– Que me pases la maquinilla por el chocho.
– ¡Y ya está no!
– Sí, tampoco es tanto trabajo.
– No es el trabajo Lola, es que somos hermanos.
– ¿Lo vas a hacer o me vas a dejar así?
– ¡Dame la puta maquinilla!
– ¿Es la primera vez que vas a depilarle el chocho a una mujer?
– Sí, y, además, me voy a estrenar con mi hermana.
Eché una toalla al suelo y me puse de rodillas entre sus piernas, ella, se abrió el chocho, para facilitarme el acceso. Lo tenía grande y muy rosado, con unos labios internos exagerados de grandes ¡Joder que pedazo de chocho y cómo le huele! Pensé. Fue aproximar la maquinilla y empezar a correrse como una loca, segregando una buena cantidad de jugos. Una cosa llevó a otra y yo me corrí también sin tocarme, salpicándola a ella.
– Hermano, como estábamos los dos. -Me dijo cuando recuperó el aliento-.
– Sí, eso parece.
– Empieza, a ver si ahora podemos.
Decidí tratar de terminar con aquello y le fui metiendo la máquina, con mucho cuidado, desbrozando aquella selva. Necesariamente tenía que rozar mi mano con su chocho y con sus ingles. Cuando le depilé los alrededores del clítoris, vi que no me había mentido, lo tenía como la falange del dedo chico, terminado en una bolita brillante.
– Hermana, no soy el único de la familia que está bien dotado.
– ¿A qué es bonito? Estoy deseando que termines para vérmelo bien. ¡Qué fiera, sigues empalmado!
– Gracias, me está pasando últimamente.
– Será porque estás follando con otras mujeres y no con tu ex.
– Seguramente.
– ¿Puedo hacerte una confesión?
– ¿Tú que crees Lola? ¡Qué te estoy depilando el coño!
– Siempre que he follado, desde la primera vez hasta la última que lo he hecho, imaginaba que lo estaba haciendo contigo.
– ¡Pero Lola, tú estás de siquiatra! -Le dije apartando la máquina de su chocho-.
– Sigue, que no vamos a terminar nunca.
– Es que no es normal lo que me has contado. -Le dije tratando de terminar la puta depilación-.
– No es tan extraño. Yo te quiero como a un hermano, pero a la vez me has puesto mucho como hombre, desde que me tocaba mirándote en la ducha.
– ¡Joder, Lola, si yo siempre he sido un tirillas!
– Para tirillas, mi ex. Lo que yo te diga.
– Pues esto está listo o, al menos, eso me parece a mí.
Me levanté y Lola detrás de mí, doblada hacia delante mirándose el chocho. Nos pusimos frente al espejo.
– Si llego a saber que me iba a quedar tan bien, me lo hubiera hecho hace tiempo, aunque desde luego no hubiera dejado que lo catara mi ex. ¿Tienes un espejito para que pueda vérmelo bien?
– No, esas cosas no las solemos utilizar los hombres.
– Da igual yo tengo uno en el bolso, deja que vaya por él.
Mi hermana de espaldas era un monumento de mujer. Un culo hermoso, unas piernas torneadas y una espalda preciosa. Ya me estaba acostumbrando a que el nabo me diese botes por su culpa. Volvió al momento.
– ¿Te gusta cómo me he quedado? -Me preguntó al entrar en el baño-.
– Mucho, estás infinitamente mejor que antes con ese pelucón, que desmerecía el resto.
– Gracias, hermano.
– Te espero en la terraza mientras terminas. Échate un poco de agua en la ducha para quitarte los pelos.
– Espera, tómate el whisky aquí y charlamos.
Lola, después de mirarse el chocho detenidamente, se metió en la ducha.
– ¿A ti no te ha pasado lo de imaginar que estabas follando con otra, cuando lo hacías con tu ex?
– No que yo recuerde, aunque, la verdad, hubiera sido mejor.
Lola había esperado a que saliese el agua caliente, cogió el rociador y se lo enfocó al chocho con mucha insistencia, pasándose la mano por él reiteradamente. Más saltos de la polla.
– ¿Me alcanzas una toalla? -Se la pasé y comenzó a secarse con ella de forma muy sensual-. ¡Qué contenta estoy con mi chocho depilado! Va a ser el icono de mi nueva vida.
– Me gusta verte más animada.
– Gracias a ti.
Volvimos a la terraza, ella recostada al sol en la tumbona y yo sentado a la sombra.
– Hermano, me encanta el giro que le has dado a tu vida.
– Y a mí. Una pregunta Lola, ¿cómo es eso de que siempre te imaginabas que estabas follando conmigo?
– Cerraba los ojos y a los pocos amantes que he tenido hasta ahora, les ponía tu cara, tu cuerpo y tu polla. De esa forma lograba correrme y que no me dejaran a dos velas, salvo el picha floja de mi ex en los últimos años.
– Debe ser raro, saber que estás follando con uno e imaginar que lo estás haciendo con otro, que, además, es siempre el mismo.
– Un poco sí. Hermano, estoy empezando a preocuparme, sigues empalmado y eso que te has corrido, a ver si va a ser priapismo.
– No, ya te he dicho que me está pasando últimamente.
– ¡Qué suerte para tus amantes!
– Tampoco han sido tantas.
– ¿Querrás uno de estos días hacer realidad mi imaginación?
– ¿A qué te refieres?
– A que follemos tu y yo de verdad.
(Continuará).