Le entrego el culo al papá de mi amiga

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Leopoldo es uno de esos hombres maduros que dan la impresión de no saber lo guapos y atractivos que son. Está casado con una mujer cuatro años mayor que él, la única mujer de su vida hasta mi aparición en escena; me le metí por los ojos y terminamos entre sabanas en contadas ocasiones.

Además de guapo -que todavía lo es- sabe vestir muy bien, se preocupa por su apariencia y siempre huele rico, cosa que nos mata a las mujeres. Un buen perfume siempre es un plus, ténganlo presente.

Leo -que así le digo con cariño- debe medir entre 10 o 12cm más que yo (mido 165cm). Su cabello corto unido a su extensa barba la que presume de diferentes formas: recién rasurada, poco poblada o muy poblada. Sea como sea, se ve divinamente guapo.

Sus cejas también hay que destacarlas pues, las tiene hermosas. Su nariz es bella, perfilada. También se deja el bigote y lleva unos labios bien coloreados. Tiene una sonrisa encantadora y una mirada dulce provenientes de sus ojos color café igual que los míos.

No hace falta decir que Leopoldo es un hombre que cuida bien su alimentación para estar tan rico a su edad, pues, aunque han pasado algunos años sigue estando comestible.

Cuesta creer que en toda su vida haya tenido una sola mujer hasta mi aparición, pero le creo a todo lo que me ha contado de él cuando hemos compartido momentos intimos.

Es el papá de mi amiga Brenda y para entonces, él tenía 44 años y yo era una «niña», según como él solía llamarme. Tenía 21 años, un año más que Brenda.

Yo cursaba estudios en la universidad de la capital, lejos de mi ciudad natal y de mis padres. Tenía rentado un apartamento para mi sola, iba al gimnasio de forma recurrente y me divertía cada tanto tiempo los fines de semana con amistades que había hecho durante los dos años y un poco más que llevaba en la ciudad capital.

Mi pretensión era la de volver a tener intimidad con él en mi apartamento pero no era algo fácil de planear y tampoco se me había presentado la ocasión, al ser un hombre casado y el padre de una de mis amigas tenía que cuidar mis pasos.

La discreción es una de las cualidades que me caracterizan y procuro manejar bien los modos y tiempos en mis relaciones intimas.

Por parte de él, siempre se las arreglaba para comunicarse conmigo pidiéndome que nos volviéramos a ver. Yo lo regañaba, exigiéndole que fuera más cuidadoso al llamarme o escribirme por cualquier medio. Debía esperar que fuese yo quien lo buscara, recordándole también que era un hombre casado, que su hija era mi amiga y que lo que hacíamos estaba mal.

Leo estaba obsesionado, yo me había convertido en la segunda mujer en su vida, su primera amante y ahora no me dejaba en paz, le excitaba lo que había estado viviendo conmigo, una relación extramatrimonial, una infidelidad que de descubrirse desataría los demonios de su mujer y muy probablemente la decepción y repudio de su hija no solo hacia él sino también para conmigo.

Teniendo muy cuenta todos estos detalles y el riesgo que significaban para mi vida, esa noche tenía un plan bien elaborado para conseguir mi objetivo siendo realista de que las cosas podrían no salir como yo quería.

Mi amiga Brenda no estaba en la capital, llevaba unos días ausentes en un pueblito al interior del país en casa de sus abuelos maternos.

Esa fue la clave que me llevó a idear el plan de volver a cogerme a su papá porque sí, porque desde que lo deseé me prometí que ese hombre me haría gemir todas las veces que él quisiera y que la oportunidad se presentara, así de decidida soy en el sexo.

Llamé a Brenda por teléfono, le dije que estaba en el terminal de autobuses y que me había quedado sin dinero para irme a casa.

Empezó a hacerme preguntas que no me esperaba como por ejemplo, de dónde venía, hacía donde había ido, qué hacía yo a esas horas de la noche y sin dinero.

Por suerte, pude inventarme una historia y al final terminé consiguiendo lo que quería, que Brenda llamara a su papá para que me fuera a buscar al terminal de buses y llevarme a casa.

No sería la primera vez. En anteriores ocasiones en las que visitaba a Brenda era Leopoldo el que iba a dejarme en mi apartamento, algunas veces de día me llevaba Brenda pero de noche lo hacía él. En una de esas ocasiones también tuvimos sexo en su camioneta pero lo dejaré para otro relato.

La primera parte del plan ya estaba completada, Brenda se había creído el cuento del terminal y había llamado a su papá.

No tardó en escribirme por whatsapp: «Ya le dije a papi que te fuera a buscar, irá lo más rápido que pueda, llámalo.

Y luego otro mensaje: «Ah, y avísame al llegar, porfi».

Esperé unos 5 minutos y llamé a Leo.

—Aló —me respondió en seco.

Sabía que era yo, pues, me tenia en sus contactos. Entendí entonces que aún seguía en casa y que probablemente su esposa estaría cerca de él.

—Ven a mi apartamento —le susurré

—¿Aló? —preguntó

—No estoy en el terminal, estoy en mi apartamento, ven —volví a susurrarle

Le corté la llamada y fui a prepararme para la ocasión, estaba segura de que vendría.

De su casa al terminal son como 15 minutos en auto, del terminal a mi casa son 10 y es casi por la misma ruta así que supuse que tardaría por mucho unos 30 minutos en llegar, tendríamos unos 20 minutos para nosotros, luego debía apurarse en volver a su casa para no levantar sospechas.

Pero su mujer es exageradamente aburrida y algo tonta, a decir verdad, no creo que sospecharía que esa noche su esposo iba más que encantado a darme una cogida en mi apartamento.

Eran las 7.33 cuando llamé a Leopoldo y las 7.50 cuando me llamaron de conserjería para avisarme que tenía visita de un tal Leopoldo Ramírez.

Bajé a recibirlo con la idea de encontrármelo en el ascensor pero se había tardado estacionando el automóvil.

Como dije anteriormente, mido 165cm. Soy delgada y elástica, de piel blanca bronceada. Tengo un buen cuerpo, medidas de 86-60-86 y peso regularmente entre 50 y 53 kilos cuando mucho, mi cabello es largo y castaño, mis ojos café.

Iba vestida con una licra de color vinotinto, una de las que usaba para ir al gimnasio, una franelilla blanca de tirantes, ambas piezas ajustadas milimétricamente a mi figura, en mis pies unas chanclas blancas.

Me lo conseguí en el pasillo, lo jalé del brazo y lo apuré al ascensor antes de que viniera otra persona.

Una vez a solas dentro del ascensor e inspirada por el excitante aroma que emanaba de ese hombre le di un beso con lengua cargado de deseo, luego lo miré fijamente a los ojos.

—¿Será que tienes ganas de cogerme? —pregunté con atrevimiento, esbozando una leve sonrisa sugerente

—¿Por qué? —respondió él simulando inocencia

—Te tardaste 17 minutos —respondí, propinándole una leve bofetada

Dirigió su mano hacia mi boca y metió sus dos dedos más largos. Se los chupé mientras mirándonos fijamente continué sonriéndole.

Había cámaras, así que el conserje de turno debió haber disfrutado la breve escena sabiendo que la película continuaría una vez que abandonáramos el ascensor.

Anteriormente comenté que soy discreta en mis relaciones intimas pero no creo que ese leve momento registrado por las cámaras del ascensor me vayan a dar problemas algún día. Las probabilidades son bastante mínimas así que me permití un poco de atrevimiento público, me daba morbo saber que el conserje vería la peculiar escena morbosa entre una niña de 21 años y un hombre cuarentón y se imaginaría todo lo demás a continuación.

Llegamos al cuarto piso entre agarrones y besos, abandonamos el ascensor, cruzamos en U hacia un pasillo donde al fondo quedaba la puerta de mi apartamento, él siguiendo mis pasos tomado de mi mano.

Abrí, le pedí que pasara, luego entré yo y cerré la puerta.

Quedamos de pie frente a la puerta, volvimos a besarnos mientras con ambas manos le quitaba la correa de cuero y bajaba el cierre de su pantalón de tela.

Me agaché, le terminé de bajar el pantalón, su bóxer y me metí su pene en la boca. Puedo estar segura de que ningún hombre me hubiese detenido, adoran el sexo oral o en palabras vulgares, les encanta que les chupen la verga.

Me olvidé de todo, solo quería sentir su pene crecer, crecer y crecer para luego continuar chuparlo con ansiedad y desesperación.

Él sabía lo mucho que me encanta el sexo oral, tanto darlo como recibirlo pero más que todo soy de las que adora y se esmera en chupar un buen pene.

Me encanta todo el proceso. Acariciarlo por encima del pantalón, luego desabrocharselo, masturbarlo un poco con mis manos, mis labios, introducirlo a mi boca, disfrutar la textura, la erección en todos sus niveles, chuparlo por todos lados, me encanta chupar la piel testicular, el glandé, adoro estirar el prepucio, me encanta el olor, me encanta sentir al glandé posándose en mi lengua, chocando la campana de mi garganta, me encanta oír cuando me produce arcadas, me encantan morder la piel, me encanta masturbarlo mientras chupo y un sin fin de opciones en el menú.

—Me encanta chupártela —le dije casi sin aire mirándole a los ojos.

Habrían pasado tres minutos en los que devoré su pene de todas las formas posibles, una vez que creció y alcanzó la máxima erección se me hizo complicado chuparlo y me empezaba a faltar la respiración lo que a él le pareció perfecto para dominar la situacion, pues, posó sus manos en mi cabeza y adiviné sus intenciones. Uní mis manos por detrás de mi espalda y abrí nuevamente mi boca para recibir sus 17 centímetros de un pene que considero tiene un grosor a considerar.

Esta vez él impondría el ritmo. Comenzó a cogerme la boca, poquito a poquito, tratándome bien, pretendiendo ser educado hasta que el morbo de verme sometida y humillada le venció por completo.

Comenzaron las arcadas y las lágrimas, Leopoldo me violentaba la boca, ya me era dificil mirarle fijamente a los ojos.

Estaba excitadísimo, se le veía en su cara, yo quería que a partir de ese momento él hiciera de mi lo que quisiera, pues me tenía al borde del orgasmo con el solo hecho de cogerme la boca.

Continuó la violación de mi boca, produciéndome arcadas consecutivas, permitiéndome tomar aire de vez en cuando para luego hundirme nuevamente su trozo de carne.

Pensé que en un par de minutos me cargaría hasta la cama pero eso no sucedió, siguió cogiéndome la boca a placer, disfrutaba, su cara se tornó graciosa, no había dudas de que la estaba pasando bien conmigo y que mi boca hacía un trabajo tan maravilloso que lo estaba llevando al climax.

Pasó más tiempo del que yo usé, no sé cuánto pero si fue más tiempo. Empezó a masturbarse chocando su glandé con mis labios, supe de inmediato lo que venía a continuación así que abrí mi boca y saqué mi lengua todo lo que pude y recibí sus abundantes chorros de semen, uno tras otro salpicando mi lengua, mis labios y las comisuras, pero la mayoría de su semen entró a mi boca, mientras él sufría su orgasmo jadeando.

Tomé su pene con mis manos y terminé el trabajo, chupándosela nuevamente mientras él disfrutaba del rico dolor que le producían mis labios succionando su miembro viril exprimiendo las últimas y tímidas gotas de leche que se habían quedado rezagadas. Me tomé su néctar como quien no abandona el envase (tipo pasta de dientes) de un chocolate hasta no vaciarlo por completo.

Me puse de pie y me desvestí frente a él en cuestión de segundos.

—¿Ya te vas? —pregunté dibujando una sonrisa juguetona.

En cuestión de segundos se quitó toda la parte baja quedándose solo en medias, se me acercó, me cargó en sus manos y metió su cara entre mis tetas, las lamió, lamió mis pezones, les propinó mordiscos suaves combinados con lamidas pronunciadas, todo eso mientras masajeaba mis nalgas con dureza, como si quisiera transmitir que eran de él y de nadie más.

Yo gemía levemente por todo lo que me hacía esperando mi turno para llevarme nuevamente su pene a mi boca con el propósito de producirle una nueva erección y me hiciera su mujer.

Mirando hacia atrás fue caminando hasta sentarse en el sofá y me dijo:

—Chúpamela de nuevo, para cogerte

Palabras mágicas para una adicta al sexo oral, era lo que esperaba escuchar.

Me bajé de él, me posé sobre mis rodillas frente a él y me metí entre sus piernas para nuevamente chuparle el pene que se encontraba un poco flácido y en camino a otra erección.

Lo hago tan bien que en cuestión de segundos su pene volvía a cobrar fuerzas y yo encantada de saborear sus ganas de mi que fluían de su rico pedazo de carne.

Él mientras tanto jugaba con mi cabello y me daba nalgadas.

Entre nalgada y nalgada se dio cuenta de que llevaba un dildo incrustado en mi culito y empezó a jugar con él, logrando estremecerme.

—¿Esto significa que quieres que te de por el…?

—Si —le respondí antes de terminar de formular la pregunta—. Cuando te lo pare me la metes por el culo.

Mi voz es suave, frágil, débil, aguda y me expreso de manera encantadora, no soy vulgar al hablar, ni siquiera siendo vulgar me escucho vulgar.

No se aguantó. Debió excitarle tanto la forma en que se lo pedí, pues, se puso de pie y me dijo que no me moviera, solo me recostara al sofá.

Se agachó y continuó jugando con mi dildo incrustado en mi culito. Lo sacaba y lo metía, una y otra vez, yo me retorcía, estaba excitada y quería estarlo más así que me llevé una mano a mi vagina totalmente depilada para el momento, él también llevó su mano y metió su dedo gordo en ella mientras yo estimulaba mi clítoris.

Yo gemía y deseaba ser cogida con urgencia, él jugaba con mi dos agujeros.

De repente lo sacó y no volvió a meterlo más, giré mi cabeza y vi que se acomodaba para penetrarme.

Lo hizo. Puso su pene en toda la entrada de mi culito y este no tardó en abrirse ante él.

Me había preparado tan bien para el sexo anal que su grueso pene no tuvo dificultad en abrirse paso dentro de mi estrecho ano. Gemí más fuerte y él empezó el vaiven sabiendo que yo lo estaba disfrutando a plenitud.

Empezó a culearme poco a poco, masajeando mis nalgas y propinándoles palmadas.

Yo dejé de estimular mi clítoris y usé mis manos para abrirle mis nalgas pero él me tomó de las muñecas y comenzó a penetrarme con fuerza.

Mis gemidos aumentaron, me encontraba recostada en el sofá, con mis manos hacia atrás sujetadas por el papa de mi amiga que me culeaba a placer.

¿Qué estaría haciendo Brenda? ¿Y si se le ocurría llamar para preguntar por nosotros? Algo bastante probable que no preví y recé para que no sucediera. Nadie podía interrumpirnos, no en ese momento tan delicioso para mi. Lo que si hice fue excitarme más el volver a pensar que me estaba follando al papito de mi amiga o mejor dicho, su papá me estaba rompiendo el culo, era algo que me producía un morbo inmenso, solo meditarlo lograba mojarme la panti, convertirlo en realidad era otro nivel.

Así estuvimos un buen rato, no sé cuanto pasó pero me corrí, pues él me cogió a distintos ritmos, lo hacía muy bien y tardaría en correrse.

—Dame duro, Leo —le decía insistentemente

No hacía falta que yo se lo dijera pero me encanta decir esas cosas de vez en cuando, también me gusta usar pequeñas mentiras, pues, a ellos les fascina escuchar cosas como «me está doliendo», «suave, por favor», «me vas a matar», «para, para». Enloquecen, realmente.

Aunque debo admitir que a veces si duele y no es agradable cuando no se detienen aunque les digas que se detengan.

Pero eso no sucedió en esa ocasión, disfruté al máximo, me culeó a todos los ritmos y aguanté las embestidas, me mojé, me corrí y me sentí su puta una vez más.

Cuando no pudo más se corrió dentro de mi culito haciéndome sentir nuevamente su puta aunque no me lo dijo.

Él es un hombre muy educado y no es de palabras vulgares, adora el buen sexo y lo hace muy bien, le gusta darme por el culo, le gusta que me tome su semen, hacerme su mujer y complacerme sexualmente pero sin llegar a la vulgaridad.

Esa es su forma de ser y a mi me encanta como él me coge, no todos los hombres son iguales y en la diversidad es donde más se disfruta.

Después de correrse en mi culito, se quedó ahí pegado a mi como si él fuera un canino y yo su perra en celo, se acercó a mi cara, besó mis mejillas, besó mis labios y me agradeció el momento.

Me dijo que era hermosa, que era una delicia de mujer y que le llamara cuando quisiera, que haría todo lo posible para acudir a mi con todo el gusto del mundo pero que tenía que irse.

Nos levantamos, él se vistió rapidito y se despidió de mi con otro gran beso de lengua.