Le hice el culo a la sobrina de mi esposa
Estoy de vacaciones en mi apartamento en la playa que tiene las paredes de papel. Se oye todo. En el piso al lado del mío una parejita se lo monta siempre a la misma hora, las cuatro media de la tarde. Ya sé que él tiene una buena polla y que a ella le encanta que le coman el chocho.
Hoy, unos minutos antes de que empezara la sesión diaria de la parejita, se ha presentado en mi casa Marisa, una sobrina de mi exmujer. Venía a verla a ella. No se ha enterado de que llevamos siete meses separados.
—Pero no pasa nada, Marisa. Entra, te preparo un gin tonic y me cuentas cómo te va la vida.
—No quiero molestar.
—Tú nunca molestas, Marisa. Pasa.
Marisa es un yogurín de dieciocho años, alta, delgada, con un culete apetecible, y más hoy que se ha presentado con unos pantalones cortos blancos muy ajustados. Está para comérsela.
—Cada año que pasa te veo más guapa, Marisita. Te saldrán novios a patadas.
—No tantos. Si los chicos de la pandilla están siempre con el móvil y ni se fijan.
—Si yo fuera más jovencito, no te ibas a escapar viva. Jeje.
—No digas tonterías.
(—Ay, cari, cari, que me pones cachonda. —En ese momento han empezado a escucharse las voces de los vecinos.
—A mí sí me pone ese chochazo que tienes, cari.
—Ay, cari, siempre estás igual.
—Es que me pones a mil. Ahí, tumbada en el sofá, como la maja de Goya y sin braguitas. Fijate cómo se me ha puesto la polla.
—Sí, madre mía, que pollón tienes, Arturito.
—Y es toda para ti, te la voy a meter por todos tus agujeritos.
—Sí, sí, cariño, pero a mí me gustaría que primero me comieses el chochito, y eso nunca lo haces.
—Ya sabes que eso no me gusta.
—Pero a mí me encantaría.
—A lo mejor algún día, pero eso no es lo mío, cari. Mira que polla tengo. ¿No te vale con eso?
—Sí, cari, fóllame como quieras. )
Marisa escuchaba asombrada el diálogo de la pareja vecino. Yo tomé nota: mi vecinita gritona estaba insatisfecha porque su parejita no le comía el chocho. Eso habría que solucionarlo.
—Son muy escandalosos tus vecinos —me dijo Marisa—. Es como tener una peli porno en casa. Debe ser muy incómodo tener unos vecinos así.
—No te creas. Te acostumbras. Yo a veces me pongo cachondo al escucharlos y me hago una paja a su salud. Je, je.
(—Ay, ay, cariño, sigue ahí, muy bien, más suave. Y méteme el dedito en el culito, porfi —seguían los vecinos a grito pelado.l
—No seas guarra, cari, ya sabes que no me gustan esas cosas.
—Hijo, no seas estrecho. Solo un poquito.)
He notado que Marisa empezaba a ponerse nerviosa. Yo tengo 52 años y ya no puedo levantarme chicas de 18 como cuando era joven. También he empezado a echar barriguita. Pero si Marisita se ponía cachonda quizá esta era mi oportunidad. No podía desaprovecharla.
—¿A ti también te gustan las mismas cosas que a la vecinita? —le pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Al sexo, claro. ¿También te gusta que te coman el chochito?
—No sé, no sé.
—¿Nunca te lo han comido, Marisita?
—Un poquito.
—¿Cómo que un poquito, Marisa? O sí o no.
—Un chico me lo hizo un poquito en la playa, pero muy mal.
—¿Y follar, Marisita?
—Un poquito también, con el mismo.
—¿Nada más?
—Nada más.
—Pues lo estarás deseando.
—Qué cosas me preguntas. Voy a tener que marcharme.
(—Ay, ay, me vuelves loca —gritaba desesperadamente la vecina—. Y méteme de una vez ese pollón.
—Tú chochazo es lo mejor que hay en el mundo. Toma, polla.
—Despacito, cari, que luego te corres enseguida y me dejas a medias.
—Toma, polla. Toma, polla.
—Ay, ay, no te pares, sigue, sigue…
—Toma, to…
—Ayyyyyyy, ayyyyyy….No te pares ahora, cari.)
Lo de la vecina eran alaridos, aunque los últimos no sabría decir si de placer o de frustración. Volví a pensar que tenía que buscar una manera de hablar con ella. Pero me dirigí a Marisita, que seguía alucinada con lo que escuchaba.
—Me están poniendo a mil, Marisita. ¿Y a ti? ¿No estás húmeda, guapa?
—Me voy a tener que ir. Tú eres muy mayor para mí.
—¿Mayor? Pero mira lo que tengo.
Me acaricié el paquete por encima del pantalón. Sus ojos no perdían de vista el bulto que iba creciendo.
—No hagas tonterías —me dijo.
—¿Quieres ver un poquito de mi polla?
—Ay, qué dices.
Me abrí la bragueta y saqué solo el capullo.
—¿Qué haces?
—Nada, nada, por ahora solo miramos. ¿Te parece? ¿Por qué no te pones de pie y te das una vuelta para que yo vea también ese culito que tienes?
—Estás perdiendo la cabeza. Me acabo el gin tonic y me marcho.
Me quite los pantalones y dejé que más de la mitad de mi polla quedará por fuera de mis calzoncillos. Estaba dura y palpitante.
—No hagas eso. Vístete o me enfadaré.
—Date ante una vuelta y que pueda ver bien tu culito.
—Vale, y luego te vistes.
Se levantó y se dio una vuelta.
—Ese culo se merece una buena polla —le dije.
—Vale ya de tonterías, me estoy poniendo muy nerviosa con este jueguecito.
—Solo una cosa más: cierra los ojos durante un minuto.
—¿Para qué?
—Ya lo verás.
—Solo se te ocurren tonterías.
Pero cerró los ojos. Se quedó delante de mí, como un manjar exquisito para un hambriento.
Me levanté, me quité los calzoncillos, me acerqué a ella por la espalda, le coloqué mi polla en su culo, entre los dos carrillos, mientras ponía mis dos manos sobre sus pantalones
—¿Qué me haces?
—No notas cómo me tienes. No abras los ojos y disfruta de esta polla que se quiere adentrar en tu culete.
Mientras hablaba le fui desabrochando los pantalones. Ella se debaja hacer, estaba como desmayada y seguía con los ojos cerrados. Metí las manos dentro de sus braguitas.
—Estás húmeda, Marisita. Ya sabes que está polla dura que se apoya contra tu culo te desea y te quiere follar.
—Ay, ay, no sé, tú eres muy mayor para mí.
Decía no sé, pero seguía dejándose hacer. Yo le bajé las bragas y apoyé mi polla en su rabadilla. Mis manos hurgaban en su chochito, acariciaban su clítoris. Retregue mi polla por todo su culete, ella suspiró. Estaba en mis manos. Le di un lametón en el cuello.
—Mira que caliente está mi lengua. Estoy deseando meterla en tu culito. Me encanta comerles el culito respingón a las jovencitas como tú.
—Ay, ay, qué guarro eres.
—Mucho, mucho, muy guarro, cariño. Ahora ponte a cuatro patas como un perrito para que te pueda comer bien el culete.
—Ay, cómo me vas a hacer eso.
Sé arrodilló como un perrito a mis pies. Mi lengua empezó a recorrerla desde el cuello hacia abajo, mientras con mis manos amasaba sus tetitas, pequeñas pero firmes.
Mi lengua siguió su camino. Llegué a la rabadilla, la ensalivé. Con mis dedos empecé a hacer circulitos en su ano, le metí la punta del dedito, después dos deditos, muy despacio.
Mi lengua se movía como la de un perrito por toda la raja de su culo, era delicioso. La metí en el ano, se lo chupé. Me follé su culo con la lengua.
—¿Qué me haces? ¿Qué me haces?
—¿No te gusta, Marisa?
—Ay, ay, me pones muy nerviosa.
—Y más que te vas a poner cuando te meta toda la polla en tu chochito.
Me levanté y me senté en un silloncito.
—Ven, ven hasta aquí caminando como si fueras un perrito. Te voy a dar un buen hueso para lamer.
—Ay, ay, qué quieres.
Ella estaba de rodillas a mis pies.
—Ven, cariño. A ver cómo te comes esta polla que tengo para ti.
Le hice que me agarrara la polla con las dos manos y que acercara la lengua.
—¿Te gusta, cariño?
—Ay, ay, cómo me estás poniendo, ay, ay, por favor.
Empezó a chuparme la polla con mucho cuidado, con timidez. Me daba lametones pero no se la metía en la boca. Tuve que irle ayudando.
—Te la tienes que comer bien, cariño. Suavemente. Así. Eso es. Verás como acabas haciéndolo muy bien.
Tenía mi polla en su boca y yo movía su cabeza de arriba abajo rítmicamente.
La niña se iba animando. Con sus manos me acariciaba los huevos. Su boca me chupaba el rabo cada vez con más intensidad, la veía cada vez más cachonda, muy caliente. Decidí hacerla disfrutar.
—Mi lengua está loca por probar los fluidos de tu chochito.
—Ay, ay, me voy a volver loca.
Se tumbó en el suelo con las piernas muy abiertas. Le chupé las tetas con desesperación, porque yo también estaba muy caliente. Sus pezones estaban duros.
—Ay, ay, por favor…
Mi lengua glotona bajó hasta su ombligo. Ella jadeaba, lloraba.
—Ay, ay, sigue, sigue…
Mi lengua llegó a su monte de Venus y me separé para mirar su chochito. Me encantó la vista. Le lamí el interior de los muslos mientras con la mano acariciaba su rajita.
—¿Te gusta, Marisita?
—Sí, sí, chúpame ahí, que me voy a correr viva.
Mi lengua no necesitaba ni sus órdenes ni sus estímulos para enloquecer. Recorrí sus labios vaginales, le introduje la lengua en su vagina, le hice un mete-saca como si me la estuviera follando. Ella gemía, gritaba, estaba en éxtasis. Mi lengua iba de un lado a otro, posándose en todas partes. Marisita daba más alaridos que la vecina, sobre todo cuando me concentré en su clítoris. Mi lengua lo acariciaba, lo movía de un lado a otro, lo apretaba entre mis labios o lo dejaba suelto.
—Ay, ay, ayyyyy… por dios. Me estoy volviendo loca de placer.
—Y falta lo mejor porque voy a meterte este pollón en ese chochete caliente que tienes, ¿quieres?
—Sí, sí. Métemela, por favor.
—Te voy a follar a lo perrito.
—Sí, sí, hazme lo que quieras. Lo estoy deseando. Eres un viejo guarro pero quiero que me folles. Por favor, por favor, hazlo.
Se puso a cuatro patas y yo detrás. Mi polla se apoyó en su culete. La moví otra vez por toda la raja del culo. Ella enloquecía con cada restregón. No quise metérsela por el culo, ya tendría tiempo en otra ocasión. Ese culito sería mío. Solo le hinqué la puntita. Ella lloraba y pedía más. Pero mi polla fue buscando su vagina. Cuando la encontró me paré. Ella gritó y gritó.
—Métemela, métemela, no esperes más, fóllame.
Empujé mi polla y di un grito de triunfo. Después me moví y me moví. Le metí pollazos con todas mis fuerzas y ella se derretía. Fue un polvo brutal. Cuando acabamos quedamos los dos rendidos en el suelo del salón del apartamento.
—Marisita, esto tenemos que repetirlo.
Ella ya se había rendido.
—Sí, sí, cuando tú quieras.
—También me podrías servir de ayuda para una cosa.
—¿Para qué?
—En tu grupo he visto a una amiga vuestra grandota, con unas tetazas y impresionante y un culazo apoteósico. Me la tienes que presentar.
—Si es una chica muy rara.
—¿Por qué?
—No sé si decírtelo.
—Venga, Marisita, no seas tonta.
—Ella nunca sale con los chicos del grupo, dice que se masturba con vídeos porno de hombres azotando a jovencitas.
—¿Y tienes su wasap?
Me lo dio. Esa misma noche le mandé un vídeo de un hombre azotando a una jovencita con un mensaje: «Has sido muy mala últimamente y voy a tener que poner colorado con mis azotes ese culo de putita que tienes».
Me contestó inmediatamente: «¿Quién eres tú?». Pero esa es otra historia. Ya lo la contaré otro día y también cómo conseguí cumplir las fantasías de mi vecina gritona.