Lena siempre fue mi platónico, siempre quise hacerlo con ella. Un día mi sueño se hace realidad y todo empieza cuando la veo meterse una cuchara de dulce de leche en la boca

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Mi obsesión se llama Lena, pelo largo rubio, ojos aceituna, estatura media, cuerpo atlético, sonrisa picarona y traviesa, muy traviesa. Demasiado para mí, castaña de ojos cielo, misma altura pero tímida, muy tímida.

Aún recuerdo la primera vez que la vi, cuando mis ojos se toparon con ella una oleada de sensaciones nuevas jamás experimentadas atravesaron mi cuerpo en forma de intenso placer.

Tiene que ser mía, completamente ¿pero cómo?

Todo estaba perfecto. Era mi nueva compañera de clase, era mi nueva vecina, teníamos familia en común y para rematar ella me buscaba pero mi timidez en vez de acercarme me alejaba aún más de ella.

Cada mañana me deleitaba mirándola clase tras clase dejando la tarea para la tarde, dedo a dedo en mi intimidad, y lo que empezó como una atracción terminó convirtiéndose en obsesión.

Paso un tiempo hasta que un domingo cualquiera golpeó mi puerta.

— ¡Jenni!

— Ho.. hola… ¿Paso algo? — dije sorprendida.

— Eh si, que bueno que te encuentro! — exclamó con una sonrisa — mira mis padres salieron por todo el fin de semana y me dejaron con mi hermano pequeño a cargo pero necesito salir un momento, ¿Puedes quedarte con él por fa…?

— Si, yo… no hay problema si.

— Muchas gracias, solo es un momento si.

No podía creer estuviera en su casa, y su hermano dormido, ¿Por donde podría empezar a curiosear?

El armario, lo más rápido y fácil de detectar. Mirar sus ligeras tangas me hacía imaginar como quedarían sobre esas nalgas marcadas que tanto me enloquecían. Soñaba tanto con tocarlas algún día pero por qué iría a fijarse en mí con tantísimos pretendientes tras ella. Entonces, el sonido de la puerta de nuevo. Me sorprendió lo rápido que llegó, apenas había salido.

—¿Olvidaste algo?

—No ¿y mi hermano?

—Sigue durmiendo.

Recién se lo dije se apresuró a despertarlo y mandarlo vestir. Al parecer venía ya la tía a buscarlo, «¿Pero entonces yo, para que vine?» me preguntaba.

—Bueno entonces yo, ya me voy…

—¿Tienes algo que hacer?

—Eh.. no. Pero ya no me necesitas.

— Eso es lo que tú te crees — dijo mordiéndose el labio — pero aún así, que no te necesite no significa tengas que irte.

— ¿Y.. que haremos?

— Ahora es que me vas a servir de verdad. Ven, acompañame a desayunar.

No entendía nada pero la seguí feliz. Era ya tarde para desayunar, por lo que supuse había salido de fiesta y apenas se había despertado cuando me llamó.

— Yo no tengo hambre. — afirmé.

—Ah no.. dime, ¿no te gusta esto? — al tiempo se metió una cucharada de dulce de leche en la boca saboreando sensualmente sus labios rosados.

— Yo…

— Acabo de comprarlo para las dos.

— ¿Y eso era el deber que tenías que hacer? Dije extrañada.

Se río y se inclinó a escasos centímetros de mí.

—¿Y?, ¿no quieres probarlo? — dijo nuevamente mordiendose sus labios.

Estaba alucinando. No podía desaprovechar la oportunidad por lo que rápidamente rompí la distancia que nos separaba y nuestros labios se encontraron. Ella se aferró a mí buscando mi lengua con la suya al tiempo que nuestras salivas se entremezclaban con el dulce. Entraba y salía mordiendo mis labios, era tan delicioso que me perdí en ellos. Cuando me di cuenta estaba sobre la mesa acorralada entre la pared y ella que con sus piernas abiertas entrelazaba a las mías acechando a mi intimidad ya empapada.

No había nada de que hablar que no fueran gemidos. Su lengua paso de mis labios al mentón y del mentón hacia el cuello con varias lamidas en el recorrido. Entonces la ropa sobró y fueron cayendo una a una cada prenda. Tenía unos senos bien proporcionados con unos pezones bien duros que con gusto me metía en la boca una y otra vez. Ella continuó haciéndome mil maldades en los míos mientras yo la nalgueaba rico. Toda la timidez de pronto se había disipado.

La lengua siguió su paso por el abdomen dibujando el contorno de sus curvas hasta que nuestras humedades pedían con gritos ser lamidas y nos abandonamos en un delicioso e inolvidable 69. Cada vez que atrapaba ricamente su clítoris recibía mi premio de miel extra, era tan deliciosa que fundia mi lengua hasta la más lejos de las profundidades, una y otra vez, entonces su placer se desató y arqueo su espalda mientras me regalaba un sonoro gemido.

Tumbada como estaba giré sobre mí cayendo boca arriba más mojada que nunca esperando mi corrida en su boca. Pero entonces sentí un dildo rozando mi humedad mientras otra mano abría lo más posible mis piernas. Poco a poco fue introduciéndose más y más y rápidamente comenzaron las fuertes embestidas gracias a tanta humedad. Hasta bien adentro no paraba de entrar y salir mientras gemía sin parar y movía mis caderas. Era tan delicioso, aún sentía bien intensa su miel en mi boca cuando me vine, mi intimidad explotó de placer en unos segundos que fueron mágicos.

— ¿Y entonces? — preguntó tras un rato.

— ¿Entonces qué?

— ¿Para cuando el próximo desayuno, sin hambre? — matizó riéndose

— Para cuando necesites mi ayuda — dije siguiendole el juego.

— Eso siempre, más ahora que te probé, eres deliciosa.

Y así que fue que comenzaron nuestros deliciosos encuentros, ya sin excusas claro pues no queríamos perder el tiempo en nada más que una cosa, follar, follar muy rico.

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