Lo que cualquier puta quiere
En mi historia anterior, «Una putita indecisa», conté los detalles de cómo fue que acabé entrando al cuarto de mi compañero de casa, que tenía como un mes de haber llegado a vivir y con quien casi no tenía amistad. Debo admitir que, aunque casi no habíamos hablado, porque él trabajaba todo el día y solo llegaba a dormir, desde la primera vez que lo vi, me dejó muy inquieta por el paquete que se le notaba entre las piernas. Y ahora, hacía unos pocos minutos, había yo comprobado que mis sospechas eran correctas, que tenía una verga deliciosa de casi 20 centímetros.
Esa noche yo estaba muy caliente, con muchas ganas de coger, porque mi novio, que se acababa de ir hacia menos de diez minutos, interrumpió la cogida que me estaba dando, porque tenía prisa por irse, pues tenía una reunión importante al día siguiente. Así que un poco molesta dejé que se fuera y ahora me disponía a ir a dormir a mi cuarto, que estaba en el tercer piso de la casa. Al ir subiendo las escaleras, se me hizo raro que el cuarto de mi compañero de casa estuviera abierto y con la luz encendida, pues ya eran más de las 2 de la madrugada. Lo primero que pensé es que se había quedado dormido, por lo que me dispuse a hacer mi buena obra del día. Entré un poco buscando el apagador y de manera involuntaria miré hacia donde estaba la cama. La imagen que vi fue muy provocativa y perturbadora. Ahí estaba mi compañero de casa, boca arriba, aparentemente dormido, con un bóxer negro ligeramente bajado, dejando al descubierto su verga completamente erecta. Retrocedí lentamente sin apagar la luz, esperando que no me hubiera escuchado y me dispuse a continuar subiendo las escaleras hacia mi cuarto, como si nada hubiera pasado. Habría subido unos seis escalones cuando empecé a dudar de si estaba haciendo lo correcto.
Ahí estaba yo a medio camino sin saber que hacer. Me dije a mi misma que ya era tarde, que debía dormir, pero mi panochita empezó a palpitar recordando la rica verga de casi 20 centímetros, que había visto unos segundos antes y que no estaba dispuesta a ignorar. Por otra parte, mi novio ya se había ido y no se iba a enterar. Pasé mi mano por mi panochita que estaba totalmente depilada y la encontré completamente mojada y deseosa de verga. Como comenté en el relato anterior, debajo del vestido no llevaba nada puesto, pues la tanguita que usé en la tarde, se la había llevado mi novio. Me dije a mi misma que si mi novio hubiera completado lo que empezamos, no estaría tan caliente y que si le era infiel sería su culpa. Y ya no hubo vuelta atrás. Llena de deseo, regresé sobre mis pasos y entré otra vez al cuarto, cerrando la puerta detrás de mí
En cuanto cerré la puerta, a pesar de ir vestida como toda una putita, con un vestido negro, corto y entallado, con zapatillas y ya sin tanga, comencé a idear una justificación para no verme tan putita y deseosa de verga. Así que mi primera reacción fue quedarme quieta de espaldas a la puerta. En cuestión de segundos, al escuchar el ruido que hizo la puerta al cerrar, mi compañero de casa al que llamaré Máximo, se levantó y se sentó en la cama, sin preocuparse por guardarse su verga erecta que tenía fuera del bóxer.
― Perdón, creo que me equivoqué de cuarto, le dije intentando ser lo más natural posible. ― Me pasé un poco de copas y no me di cuenta de que este no es el mío.
― Claro que si putita, este será tu cuarto de ahora en adelante, me dijo el muy cabrón.
En seguida se quitó el bóxer por completo y comenzó a caminar hacia donde yo estaba. Al verlo caminar completamente desnudo y con la verga bien erecta, mi panochita estaba que se derretía, pero yo me mantuve quieta y me comporté un poco indiferente.
― Perdón Máximo, pero ya me voy. Le dije.
Sin hacer caso a mi fingida indiferencia, lejos de desalentarse Máximo me tomó por la cintura y sin darme tiempo de reaccionar comenzó a besarme. Lo hizo tan rico que ya no pude contenerme. Por un instinto natural, una de mis manos bajó por su cuerpo desnudo hasta su verga y comencé a masturbarlo. Era tan gruesa y con venas tan marcadas que hubiera querido que me la metiera en ese mismo momento. Estuve casi a punto de pedírselo, mientras su boca me recorría el cuello derritiéndome más, pero en eso él interrumpió mis pensamientos y me ordenó que se la mamara. Yo, siguiendo con mi plan de no verme tan putita, le dije:
― Pero es que no sé cómo, no tengo mucha experiencia en eso.
Como respuesta me tomó de los cabellos, me hizo que me hincara y con la otra mano puso su verga enfrente de mi cara. Luego empezó a jugar con mi boca como si me estuviera cogiendo. Con una mano sostenía su verga y con la otra acercaba mi cara haciendo que me la tragara casi toda. Me jalaba tan rico de los cabellos, llevando el ritmo de las embestidas que yo estaba rendida ante él. Luego, entrelazó sus manos por detrás de mi cabeza y siguió marcándome el ritmo de sus embestidas. Nunca me había sentido tan dominada por un macho, que esa sensación provocó mi primera venida, mi primer orgasmo. Como él parecía también a punto de venirse, dejó de embestirme de esa forma tan rica. Entonces hizo que me levantara, me puso contra la pared, me levantó el vestido y de un solo golpe me ensartó su gruesa y larga verga en la panocha. Luego, mientras me besaba el cuello, me murmuró al oído: ― eres la putita más deliciosa que me he comido en estos días. No sabes las ganas que te tenía desde la primera vez que nos vimos.
― Pero tengo novio y esto no está bien, le dije, intentando mostrarme un poco decente y para no sentirme otra más de las putitas que se andaba cogiendo.
― Pues a mí no me importa y no tiene por qué enterarse. Yo no voy a decir nada, me dijo.
Con lo llena que me sentía de su verga y al escucharle decir eso, que encerraba la promesa de que seguiríamos cogiendo, hizo que me viniera abundantemente por segunda vez.
― Papacito, seré tu puta cada vez que quieras, le grité mientras terminaba de venirme.
Luego dejó de cogerme, me quitó el vestido y el bra, me cargó en sus brazos y me llevó a su cama. Ahí me abrió las piernas y me la metió otra vez de un solo golpe. Después de un rato de estarme embistiendo deliciosamente y mamándome las tetas, me levantó las piernas, las puso en sus hombros y luego comenzó a darme una de las cogidas más ricas y duras que recuerdo. Le estaba apretando tan rico su verga con mi panocha que ya no pudo contenerse y se vino abundantemente dentro de mí.
Con una cara de estar satisfecho, se quedó quieto y abrazado junto a mí. Pero yo quería más verga, así que comencé a jugar con ella hasta se puso dura nuevamente. Entonces me monté en él y comencé a cabalgarlo. Ahora yo era quien le marcaba el ritmo. Estuve montada como diez minutos hasta que no pude más y acabé viniéndome por tercera vez. Luego me volteó y me puso de a perrito o en cuatro patas y me la metió nuevamente. Mientras me embestía me dio varias nalgadas, que hicieron que mis nalgas se pusieran rojas. Después de un rato de estarme dando verga en esa posición, me escupió el culito y comenzó a acariciarlo con uno de sus dedos. Cuando por fin pudo meter un dedo, me escupió dos veces más y luego sin avisarme, puso su verga en la entrada de mi culo y comenzó a empujar con fuerza. En cuanto consiguió meter la cabecita eso fue la locura. Me abrí las nalgas con mis manos para ayudarle, hasta que la tuve adentro casi por completo. Entonces le dije que me dolía, que se quedara quieto por un momento. Después de esperar un poco, comenzó a moverse deliciosamente y una vez que mi culo se acostumbró, yo también comencé a mover las nalgas para hacerlo venir más pronto. Eso le resultó tan excitante que a los pocos minutos comenzó a venirse con grandes chorros, llenándome todo el culito. Cuando por fin me la sacó, mi culo parecía una donita glaseada. Me había convertido en su putita.
Después de tan prohibida y rica cogida, nos dormimos abrazados, totalmente satisfechos y alrededor de la cinco de la mañana, tomé mi ropa y mis zapatillas y sin vestirme, me fui a mi cuarto. Cuando entré, mi compañera Magda estaba despierta.
― Se ve que la fiesta estuvo rica, me dijo guiñándome un ojo.
― Si amiga. Mi novio se acaba de ir, le dije.
― Eso me imaginé, me dijo con picardía. ― Pero yo no diré nada, no te preocupes.
A las 10 de la mañana, el timbre de mi celular, me hizo despertar. Era mi novio.
―Hola mi vida, como amaneciste?, me dijo. ― Pudiste dormir bien?
― Si mi rey. Dormí como un angelito. Pero recuerda que tenemos algo pendiente y hoy si quiero portarme mal.
― Si mi amor, paso por ti a las 6 pm.