Mamá y una buena mamada de polla

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El lunes Lucía lo dedicó a cuidarse y decidió ponerse a punto en el salón de belleza, hizo el circuito de spa y se depiló su preciado chochito. Una vez más le tocó la misma chica de la vez — anterior, que sin duda la recordaba por su preciosa joya y así se lo hizo saber de nuevo mientras la depilaba. La chica se llamaba Marta y se mostró especialmente simpática hoy, pues ya era la segunda vez que estaba con Lucía.

— ¡Bueno ya está, te ha quedado genial, como de costumbre!— exclamó Marta tras hacerle las ingles brasileñas.

Un inconveniente de la cera era lo que dolía y aunque Lucía ya estaba acostumbrada, siempre dolía como la primera vez. Cuando terminó la chica le mostró en un espejo su joyita limpia de vello púbico por completo.

— ¡Si está muy bien, gracias! —contestó Lucía al verse reflejada en el espejito de que la dependienta le ofrecía.

— Ya lo creo que está bien, ya me gustaría tener a mi uno igual que el tuyo.

— Bueno cada una tiene su coño, ¿no? —replicó Lucía soltando una carcajada—. ¿Qué le pasa al tuyo?

— Pues bueno, que tengo los labios un poco grandes y también más oscuros que el resto de piel, antes me lo depilaba aquí una amiga, pero últimamente ya sólo me lo rapo un poco con la maquinilla corta— pelo, así lo disimulo un poco.

— ¡Vamos mujer, seguro que no es para tanto!— le dijo Lucía animándola— . Para follar con tu novio te sirve, ¿no? Pues entonces cumple su función— añadió provocando sus risas.

— ¿Hoy también quieres un masaje relajante?

— ¡Claro, claro! A ver si te empleas en mi y me relajas bien, ¿vale?— le advirtió Lucía medio en broma.

— ¡Ya lo verás, hoy te daré mi masaje especial y quedarás satisfecha! —exclamó pidiéndole que la siguiera a habitación contigua.

En la sala la luz era suave, en un lado había una vitrina ocupando toda la pared con una especie de riachuelo montado con sus piedras y todo, por donde el agua discurría hasta un pequeño lago. El sonido del agua recorría toda la habitación y en consonancia con él, un hijo musical con guitarras de estilo oriental, ponía el ambiente idóneo para la relajación.

La chica le tendió unas braguitas y un sujetador de papel para que Lucía se los pusiera y así lo hizo. Se tendió en la camilla de masajes boca abajo, mientras la chica iba preparando los aceites esenciales del masaje. Su perfume recorrió la habitación llenándola con una suave fragancia al abrir los botes y echarse en las manos.

— Mira primero empezaremos con un aceite frío, ya verás que fresquito te da, y luego te pondré unas piedras de alabastro calientes en los chakras de la espalda y los dejaremos ahí un ratito regulándote el flujo energético de tu cuerpo. Al final usaré con otros aceites que dan calor y ahí caerás en trance, ya lo verás….— le explicó la joven empleada.

— ¡Uy, suena muy bien, adelante!— exclamó Lucía tras oír la detallada explicación.

El aceite recorrió su espalda y efectivamente una sensación de frió activó todos sus nervios, poniéndole la piel de gallina en algunos momentos. La chica fue pasando por todos los músculos y articulaciones desde los hombros hasta las caderas, luego los muslos y finalmente los pies. Ahí le entraron cosquillas irremediablemente a la clienta y pasaron un rato divertido las dos, mientras tanto conversaban.

— ¿Tienes novio?— le preguntó la chica.

— No, voy “de capullo en capullo” —contestó Lucía jovialmente, lo que hizo que la chica soltara una carcajada— . Los hombres son para aprovecharse de ellos, exprimirlos y pasar al siguiente.

— Me gusta tu filosofía, oye… —admitió la chica.

— ¿Y tú tienes novio? —se interesó Lucía.

— Si, aunque corté con el último porque, como tú dices, era un capullo— le explicó la joven.

— Vaya, pues si es así me alegro, mejor búscate uno que te satisfaga.

Marta fue colocando las piedras calientes sobre la espalda de Lucía y estas fueron calentando su piel y relajando su cuerpo como le había dicho.

— Pues si, el tío no me quería comer el coño, siempre andaba poniendo escusas y no me gustaba lo que me hacía, ¿te imaginas? Eso si, ¡yo tenía que comerle la polla hasta que se corriese en mi boca! Yo eso lo odiaba, no me gustaba en absoluto y el tío siempre probaba a ver si lo conseguía, hasta que una vez me soltó un chorro y estuve después cinco minutos escupiendo y enjuagándome la boca. Encima follaba fatal y se corría a las primeras de cambio. En fin, que duró hasta que un día me levantó la mano y me soltó una bofetada, yo por supuesto se la devolví y le dije que ya no quería volver a verlo.

— ¡Oh vaya!— se limitó a decir Lucía, tras escuchar su confesión— . Es que hay cada hijo de puta por ahí que hay que andarse con cuidado niña.

— Luego me persiguió durante algún tiempo, pero mis hermanos le hicieron ver que si se acercaba de nuevo a mi tendría problemas y por ahí me salvé— le confesó la chica.

— Pues menos mal, me alegro que te dejase en paz. Es que los tíos no entiende cuando les dices que no, especialmente esos que son unos cabrones. ¡Me alegro por ti!— exclamó Lucía animándola.

— ¡Gracias! Bueno perdona por soltarte el rollo es que yo me suelto en seguida.

— No tienes que disculparte mujer, no pasa nada— respondió Lucía dándole su confianza.

Tras las piedras la chica volvió al masaje, esta vez el aceite empleado olía divinamente y producía un calorcillo muy especial. Lucía notó como le masajeaba los muslos, desde sus rodillas hasta su culo, en movimientos que la recorrían desde los pies hasta sus nalgas. Sus dedos se iban acercando peligrosamente cerca de sus ingles. En un momento dado le abrió los muslos y comenzó a deslizar sus dedos por su interior, llegando muy cerca de los bordes de su chochito, entonces Lucía empezó a pensar en que le metería mano en cualquier momento.

En estos pensamientos estaba cuando notó como sus dedos se colaban bajo las braguitas, pero por encima de su culo, rodeándolo hacia afuera. Los movimientos de la masajista cada vez se volvían más sensuales.

— Te gustaría que te masajeara el culo, ¿es muy placentero?— le advirtió la chica antes de seguir para prever una posible reacción negativa de Lucía.

— ¡Oh si por favor, lo haces muy bien!— exclamó Lucía dándole carta libre.

— Vale entonces tengo que rajarte las braguitas de papel para descubrirte el culito y me subiré a la camilla para llegar también a tu espalda, ¿no te importa verdad?

Lucía asintió y la chica procedió. Con un movimiento enérgico, la tela de papel se rasgó y su culito quedó a flor de piel. Entonces la chica se colocó sobre la camilla sentándose sobre sus rodillas procurando no aplastarlas con su peso. Luego echó más aceite sobre su piel y cogió su culo con ambas manos, extendiéndolo por todo él, lo que contribuyó a que sus dedos se deslizaran sin apenas fricción por toda su extensión.

Ahora la chica comenzó a dar pasadas por su espalda, comenzando por su culo hasta llegar al cuello. Una vez allí Lucía sentía muchos escalofríos que le recorrían todo el cuerpo desde el cuello hasta los pies y de vuelta al cuello.

Después Marta se centró en su culo, dándole masajes en círculos, sobándoselo a placer. Mientras Lucía notaba como el exceso de aceite se concentraba en el canalillo que conducía a su ano y más abajo su rajita, diminutas gotitas de aceite se habrían paso por aquel valle, cuando los dedos de Marta accedieron a él, empujándolas aún más hacia su ano, sólo fue una pasada, pero llegó hasta su apretado botón anal y Lucía sintió otro escalofrío con el sólo roce que había tenido.

La chica disimuló y ahora pasó a la cara interior de sus muslos, deslizando sus dedos arriba y abajo, llegando a sus ingles, muy cerca de su chochito, tan cerca que Lucía sentía como los pelillos de sus muñecas parecían rozarle los labios mayores de su vulva. En estos momentos ya intuía por donde iba la chica y decidió no mover ni un músculo y dejarse sorprender.

Efectivamente Lucía volvió a su canalillo culero y deslizando sus dedos esta vez sin vacilaciones lo recorrió entero hasta llegar a su ano y siguió más abajo, deslizándolos en torno a su coño. Lucía soltó un gemido ahogado, casi imperceptible, pero la chica lo escuchó y supo que podía continuar. Sin tapujos ya, pero con la misma sutileza del principio, la chica se dedicó a masajearle su ano con los dedos, al tiempo que con la otra mano le acariciaba los labios mayores de su coño, abriéndolos y accediendo a los menores.

Lucía sintió como el placer nacía en su estómago y la rodeaba por la cintura y las caderas llegando hasta su culo, bajando por su pelvis hasta su chochito y juntándose en su botón secreto, duro y apretado, que ahora era parcialmente penetrado con un simple dedo por la chica, mientras con la otra mano su clítoris era capturado por dos dedos y masajeado con exquisita delicadeza. Ahí creyó desfallecer por eso le indicó que parara.

Marta sin comprender creyó que había hecho algo mal, pero no fue así.

— Verás, tu masaje me ha encantado pero si sigues así conseguirás que me corra y quiero reservarme para mi novio, que esta noche me llevará a cenar, ¿entiendes? —mintió.

— ¡Oh bueno! Lo siento, pensé que no te estaba gustando —se lamentó Marta.

— ¡No chica, lo haces genial! Tal vez otro día, ¿vale? —dijo Lucía para animarla.

— Está bien.

Lucía sacó dinero de su bolso y entregó una generosa propina a Marta.

— ¡Pero Lucía esto es mucho! —dijo asombrada.

— No te preocupes, te has portado genial conmigo y me apetece regalarte eso para que te compres algo bonito.

— ¡Oh gracias! —exclamó la chica dándole un abrazo.

— Bueno pues, ¡hasta la próxima! —dijo Lucía para despedirse de la muchacha.

— ¡Vale, vuelve pronto! —respondió Marta mientras Lucía salía de la sala de masajes.

Esa noche había quedado con Marisa para la cena, así que compró comida del chino que tango gustaba a Fran y la llevó a su casa cuando estaba de vuelta del centro de la ciudad.

De nuevo cenaron juntos los tres, y recordaron lo bien que lo habían pasado el fin de semana en la casa rural.

Cuando se hizo tarde vieron como Fran se dormía y le dijeron que se fuese lavando los dientes para acostarse. Él somnoliento, aceptó y se encaminó hacia el baño.

— Bueno Marisa, ¡qué tal te pareció cumplir tu fantasía con el casero! —exclamó Lucía cuando se quedaron solas.

— ¡Uf, no me lo recuerdes Lucía! ¡Qué vergüenza dios mío! —exclamó Marisa sonrojándose.

— ¿Pero estuvo bien el polvo, no? ¡Venga confiesa mujer!

Marisa dudó unos instantes y finalmente se sinceró.

— ¡Pues si, yo estaba temblando pero a medida que pasaba el tiempo y la sentía dentro empecé a cogerle el gustillo! ¿Sabes? —le confesó emoncionada.

— ¡Oh, si, se te veía muy entregada! —rió Lucía.

— ¡Ya lo creo, hacía cuatro años que no follaba! ¿Sabes? Desde que murió mi marido.

— ¿En serio, y nunca has tenido un affaire con ningún otro hombre?

— ¿Qué moderna eres niña, un affaire? —rió Marisa—. Qué va, siempre he sabido autocomplacerme bien, por eso lo del otro día fue para mí algo tan nuevo, casi como si hubiese sido virgen aún —le confesó provocando que ambas se rieran.

En esos momentos apareció Fran, con su pijama puesto y un bulto en su entrepierna bastante ostensible.

— ¿Mamá, hoy me puede acostar Lucía? —les preguntó a ambas.

Entonces Marisa la miró, buscando sin duda su aprobación, entonces ella contestó algo precipitadamente.

— ¡Por supuesto, vamos a acostarte!

— Lucía, este lo que va a querer es que lo calmemos un poco, ¿has visto su pantalón, no? —le susurró a Lucía mientras iban por el pasillo detrás suyo.

— No te preocupes Marisa, no me importará hacerle un apañito —sonrió—. Bueno Fran, pues vamos a hacer que duermas bien, ¿no? Anda mamá, porqué no empiezas tú, y luego sigo yo.

— Vale, pues empezaré yo.

Marisa se sentó a su lado en la cama y tiró suavemente de sus calzoncillos hasta descubrir su hermosa polla, ya algo excitada. Entonces su mano la cogió suavemente y del mismo modo comenzó a moverla arriba y abajo, provocando una amplia sonrisa en su hijo mientras lo hacía y que en un momento se le terminara de poner tremendamente dura y gruesa.

— ¡Qué buena polla tiene tu hijo Marisa!

— ¿Verdad que es una hermosura? —le preguntó con orgullo de madre.

— Me gusta ver cómo le acaricias Marisa, ¡me pone!

— Si es que en el fondo eres una viciosilla. Yo tampoco soy de piedra, ¿sabes? Mientras se la toco no puedo evitar excitarme —le confesó la madre sus pirando.

— Vamos mamá, chúpasela un poco anda, ¡quiero verte! —le rogó Lucía.

— ¡Está bien, pero no se cuanto podré aguantar hija!

La madre se inclinó sobre la hermosa verga de su retoño y recogiéndose su mata de pelo negro y acaracolado. Primero estiró su prepucio para descubrir su glande sonrosado y gordo, luego su boca lo chupó una primera vez, suavemente lo saboreó y lo volvió a chupar de nuevo, terminando de retraer su prepucio con sus labios.

Su boca comió la enorme seta, tan roja y henchida que brilló a la luz mortecina de la lámpara del dormitorio de su hijo.

— ¡Oh Lucía, ya no puedo más, anda sigue tú! ¡Qué sofoco! —le confesó Marisa al poco tiempo de comenzar.

— Marisa, ¿te importa si paso directamente a montarlo un ratito?

— ¡Oh, no, si tu quieres hazlo!

— Vale, tráeme unos condones de mi bolso por favor.

La madre volvió al salón y cogió lo que su vecina le había pedido, al regresar no pudo evitar quedarse mirando la escena. Lucía echada sobre la verga de Fran, chupándola suavemente, tal como instantes antes hiciera ella. Ciertamente la joven era muy guapa —pensó.

Advirtió Lucía entonces que ya estaba allí y tomando uno de los condones se lo colocó al joven y subiéndose a la cama se colocó entre sus piernas, poniéndose en cuclillas y lentamente la condujo hasta el centro de su depilada rajita, hasta que tras un par de amagos se la introdujo del todo, quedando sentada frente a él.

— ¡Oh Lucía gracias, qué buena eres con él! —exclamó Marisa.

— ¡No hay de qué Marisa! Además yo lo disfruto, ¿sabes? —rió ella picarona.

— Si no fuese por ti, el pobre no sabría lo que es el sexo de verdad —le confesó la madre.

— Vamos mujer, no te pongas así, además yo también lo disfruto, ¿sabes?

Lucía siguió cabalgando al joven muchacho y terminó por desnudarse para ofrecerle sus pequeños pechos y que éste jugueteara con ellos, tocándoselos y besándoselos.

— Si quieres te puedes acariciar delante nuestro —le sugirió Lucía viendo cómo la madre les observaba.

— ¿En serio? ¡Oh no, eso me haría parecer una guarra total! —sonrió Marisa—. ¡Mírale qué feliz está!

— ¡Oh si, y es tan tierno! —dijo mientras le acariciaba la cara.

Marisa se recostó al lado de su hijo, de modo que podía contemplar el depilado coño de Lucía subir y bajar, metiéndose la gruesa polla de Fran.

— ¡Qué chochito tan bonito tienes Lucía! —le confesó.

— ¡Oh gracias!

— Lo tienes tan depiladito, que pareces una adolescente.

— Bueno si, a mis… novios —se corrigió Lucía, que a punto estuvo de decir “clientes”—, les gusta depilado.

Mientras hablaban el gesto de Fran se torció, pero no precisamente de dolor sino de placer y su cuerpo convulsionó al sentir el orgasmo que le venía. Lucía aceleró el ritmo de su cabalgada y le hizo gozar en los últimos instantes finales del clímax.

Derrotado pero complacido, Fran vio cómo Lucía lo desmontaba y hecho esto, Marisa se acercaba con pañuelos de papel para limpiarlo.

Mientras la chica se vestía, la madre extraía el condón estrujando su glande y luego lo limpiaba amorosamente.

Tras esto lo arroparon, le dieron un beso de buenas noches y ambas se marcharon de su cuarto apagando la luz.

— ¡Has visto qué relajado te lo he dejado! —susurró Lucía mientras iban por el pasillo.

— ¡Ya lo creo! —exclamó la madre divertida.

Ya en el salón Marisa le preguntó si quería tomar algún licor con ella. Más bien fue un ruego, pues le apetecía quedarse un poco más charlando con su amiga.

— ¡Está bueno! —confesó Lucía cuando Marisa le entregó la crema de whisky y ella lo probó.

— Bueno Lucía, la verdad es que si a ti te gusta verme acariciándolo a mi me gusta verte follar con él —le confesó Marisa a las claras.

— ¡Ah si! —sonrió Lucía—. Pues me he pillado un buen calentón, ¿sabes? No esperaba que se fuese a correr tan pronto.

— ¡Yo también niña! —le devolvió la sonrisa la madre—. Si quieres te dejo mi juguetito, ¿sabes?

— ¿Si, compartirías conmigo algo tan íntimo?

— ¡Claro, por qué no si ya comparto contigo a mi hijo! —rió Marisa.

— ¡Está bien! Tráelo, pero primero quiero verte yo jugar con él, ¡esa es mi condición! —le indicó Lucía.

Marisa fue a su dormitorio y regresó con la herramienta de suave látex, como dos colegialas lo estuvieron admirando y tocándolo juntas. Finalmente Marisa se deshizo de sus bragas y sentada en el sofá junto a su amiga subió una pierna para tener un mejor acceso a su húmeda raja y se dispuso a jugar con su consolador.

— ¡Oh Lucía, estoy tan cachonda que parezco una adolescente en una fiesta de pijamas! —le confesó a su amiga.

— ¡Um Marisa! Yo también, mira que antes estuve gozando con la polla de tu hijo dentro y ahora me apetece jugar un poco contigo, ¿sabes? —le confesó Lucía por su parte.

— Vale, ¡seremos chicas malas!

Ambas rieron mientras daban rienda suelta a su imaginación y más íntimos deseos. Lucía acarició el muslo de Marisa y deslizando su mano fue a coger el consolador que su amiga se estaba ya metiendo.

— ¿Me dejas hacértelo?

— ¡Si claro adelante Lucía! —rió Marisa.

Pero sus risas duraron poco, ambas no paraban de mirarse y tragar saliva mientras la mano de Lucía metía el consolador dentro de la raja de su amiga. Esta se fijó en que su coño estaba pulcramente cortado a tijera y aunque conservaba su vello púbico, su vecina se esforzaba en cuidarlo para tenerlo bonito.

— ¡Vamos niña ahora pruébalo tú! —la apremió Marisa.

— ¡Está bien ya voy, qué insistente eres! Pero me lo tienes que meter tú, ¿vale?

— ¡Eso está hecho! —sonrió Marisa.

Cuando Lucía descubrió de nuevo su rajita depilada Marisa frotó esta con la punta del látex hasta que la abrió. Lucía se lubricó previamente con su propia saliva, lo que facilitó que la punta del látex abriera sus paredes vaginales y fuese desapareciendo poco a poco en su interior.

— ¡Qué chichi tan bonito tienes niña! —sonrió Marisa.

— Eso ya me lo has dicho —rió Lucía.

— Te voy a enseñar un trujo que aprendí en las fiestas de pijamas en mis tiempos, ¿vale?

— ¡Oh vale! —exclamó Lucía risueña.

Marisa le indicó que levantase la pierna contraria a la que ella tenía apoyada sobre el sofá y girándose ambas quedaron una frente a la otra. Entonces su vecina se acercó a la joven y cruzó su pierna por detrás de sus caderas, aproximándose a Lucía poco a poco.

Ésta comenzó a entrever las intenciones de la madre y movida por la curiosidad, o tal vez por la excitación que sentían en aquel íntimo momento, decidió probar.

Sus labios vaginales se besaron, levemente al primer contacto, esto fue algo electrizante para ambas, casi de inmediato quisieron más contacto, por lo que a ese primer beso siguieron otros muchos.

Ambas se abrazaron, desnudas sus coños se frotaban uno contra otro, al tiempo que sus propietarias se acariciaban los pechos y se besaban en el cuello.

— ¡Oh Marisa, qué bueno! ¡Te confieso que nunca había hecho algo así con otra mujer!

— Bueno, yo no te puedo decir que sea mi primera vez niña, pero sí que con quienes lo he hecho han sido siempre grandes amigas mías.

Siguieron frotándose sus sexos en esa postura, una sentada frente a la otra, con una pierna levantada en el sofá, hasta que Marisa se separó y la tumbó a lo largo del mismo, entonces la mujer madura se echó hacia atrás y entrelazó sus gruesos muslos con las delicadas piernas de Lucía, de manera que sus cabezas estaban en lados opuestos del sofá y sus pies estaban entrecruzados en dirección al rostro de la contraria.

En esta posición sus sexos de nuevo se podían frotar y besar y eso siguieron haciendo ambas, además sus manos se acariciaban sus clítoris calientes y los ponían en íntimo contacto con sus forcejeos y respiraciones entrecortadas.

Ambas gemían como posesas y sus cuerpos comenzaron a sudar. Marisa se incorporó y aferrando con gran fuerza la cintura de Lucía pegó su coño todo lo que pudo al pequeño muslo de esta y a su vez el suyo frotó el de ella. De manera que con cada movimiento de vaivén ambas se frotaban sus clítoris con el muslo contrario.

Enzarzadas en un baile tremendamente sensual, de movimientos espasmódicos que les proporcionaban placer a raudales, sus orgasmos llegaron y ambas se corrieron por todo lo alto.

Finalmente quedaron abrazadas besándose en los labios, disfrutando de unos últimos momentos finales de intimidad.

— ¡Jo mi niña qué bueno! ¿No?

— ¡Oh Marisa, no pensé que esto fuese así! Alguna vez hice algo parecido alguna amiga pero esto ha ido más allá de aquellos tocamientos —le confesó Lucía.

— Bueno Lucía, yo, como te he dicho no he probado las pollas en estos años, pero sí que he tenido alguna amiga para consolarme como hoy, ¿entiendes?

— Si, perfectamente, no te culpo por ello y me ha gustado la experiencia de compartir mi cuerpo contigo.

— A mi también mi niña, eres una niñita preciosa, ¿lo sabes?

Y tras esto se dieron unos cálidos besos más y se fueron despidiendo mientras se vestían para ir a dormir cada una a sus camas, cansadas y satisfechas por las excitantes sensaciones que les había deparado la larga velada.