Me encanta disfrutar del porno matutino en el avión
En los vuelos de primera hora, la gente tiene la costumbre de dormir. Yo suelo viajar muy despierto, sobre todo si tengo una reunión importante al llegar a mi destino. La reunión de aquel día era realmente importante. Necesitaba relajarme.La mascarilla me hacía sentir anónimo, libre para hacer lo que quisiera.
Soy un pervertido. Uno más de esos que abundan por Internet. Antes quedabas para follar en clubs liberales o te ibas a un descampado en busca de cruising. Hoy, además de eso, se hacen otras cosas. Te inscribes en páginas cerdas, ves porno, te conectas a cams, lees y escribes relatos… A mí me gusta compartir eso. Y tengo un vicio especial: las captions porno.
Cuando encuentras a alguien que hace captions con las que te empalmas, sabes que hay un mundo por delante. Un compañero de cerdadas te espera al otro lado del teclado. Os volvéis compañeros de perversiones, hermanos de pajas. Empìezas escribiendo cerdadas rudamente heterosexuales y acabas fantaseando con que se folle a tu novia, con follarte a su mujer delante de él o con comeros la polla, a ver cuál es más putita de los dos.
Aquella mañana, decidí relajarme haciendo captions en el vuelo con mi móvil. Al poco de despegar, mis dos vecinos de asiento ya dormitaban. Mala suerte, en estos tiempos, tener que compartir fila de avión. En otras circunstancias, habría valorado la compañía. A mi izquierda, en la lado del pasillo, una mujer de unos treinta algo, con un traje de falda y chaqueta de los que se prestan a fantasías cerdas. Tetas pequeñas, pero bonitas. Seguro que llevaba una lencería hermosa. La mascarilla, a juego con el traje, solo dejaba ver un par de ojazos muy bien pintados. A mi derecha, un tío joven realmente guapo, musculoso, vaqueros y camiseta ajustada, marcando pectorales. Mascarilla desechable, nada llamativo.
Me aseguré de que dormían. La verdad es que me habría gustado asomarme a mirarle las tetas a mi vecina. Pero tenía ganas de hacer captions cerdas. Íbamos en la típica fila hacia atrás a la que nadie presta atención y al no haber servicio de desayuno, las azafatas ya se habían desperdigado por el avión. Bajé el brillo del móvil y abrí mi programa de edición.
Dillion Harper, mi diosa. Si no sabes quién es, búscala. Una muñequita deliciosa. Mi compañero de pajas y yo tenemos la costumbre de que todas las actrices porno jóvenes y bonitas son mi novia. Las MILF bien equipadas son su mujer. Eso aumenta mucho el morbo de nuestras pajas. Los dos querríamos ser cuckolds, pero nos limitamos a fantasear.
Dillion Harper, mi novia. Fotos vestida. Somos así de cerdos. Nos pajeamos con actrices porno vestidas. Cuanto mejor vestidas, mejor es la paja. Ropa cara, vestidos bonitos, zapatos cuidados, lencería exquisita. Es toda una dimensión de la perversión.
En la primera foto que escogí, Dillion llevaba un top azul oscuro y unos pantalones vaqueros muy cortos. A mi compañero de pajas le excitan mucho. Una sonrisa de oro. Empecé a teclear. «¿Por qué buscas fotos mía vestida pudiendo verme desnuda y comiendo pollas? Eso es lo que le suele gustar a los chicos». Mirando a los ojos, preguntando para humillar al pervertido. La receta del éxito.
Mi polla empezó a crecer. Mis compañeros seguían durmiendo. En la siguiente foto, Dillion llevaba una minifalda rosa y el top blanco se deslizaba por su hombro para marcar sus tetas. «Me han contado muchas cosas sobre ti. Para empezar, que te gusta pajearte delante de jovencitas». Las fantasías de mi compañero sobre cómo mira a mi novia fueron uno de nuestros primeros pasos.
Mi polla estaba a punto de reventar. Mi vecina de asiento se revolvió en su sueño y se apoyó contra mí, usándome de almohada. Su pelo rubio, rizoso, se extendió por mi hombro izquierdo, teniendo que forzar un poco la postura para seguir cogiendo el móvil. Pero no importó. Olía bien, un perfume que me excitaba. El calor de su cuerpo era agradable. Me pareció morboso seguir escribiendo mis captions así.
Hice varias, casi una docena. Una iba con una foto preciosa de Dillion, en un vestido verde oliva que revelaba que no llevaba nada debajo. Sus pezones se marcaban perfectamente. Y miraba desafiante a mi compañero de pajas. «‘¿Ves? Lo único que tengo que hacer para levantar pollas es vestirme sin sujetador ni bragas y salir a la calle. Me siento tan ligera y libre que el coño me lubrica solo… Es decir, que me siento zorra y me encanta». Sonreí satisfecho.
– Yo también – oí susurrar a mi vecina.
Como si siguiera dormida, se arrebujó contra mí, como haría una novia cualquiera. Pero su mano derecha fue directa a mi polla.
– Yo tampoco llevo sujetador, ¿sabes? – susurró – y me he puesto cachonda con lo que escribías. No te muevas y déjame hacer… Bájate la cremallera.
Obedecí sin pensarlo. Estaba caliente. Estaba empalmado. Y aquella preciosidad entraba al trapo. Cogió mi polla y empezó a menearla muy despacio.
– La tienes gorda, me gusta
Noté su mano caliente subir y bajar por mi polla. Tragaba saliva con dificultad, aquello era calentísimo. Qué bien sabía pajear. Arriba, abajo. Mi polla cada vez estaba más gorda.
Y la de mi otro vecino también. No sé desde qué momento se había dado cuenta de todo, pero se había recolocado la cazadora para poder bajarse los pantalones y sacarse la polla y hacerse una paja mirándonos. Era una polla espectacular y el tío se la estaba meneando con deleite. También muy despacio. Pero levantando la cazadora lo suficiente para que viéramos aquel empalme monumental.
– Go on – dijo – I like to watch – sus ojos eran pura lujuria, lo único que nos dejaba ver la mascarilla de su cara de vicioso.
Mi vecina se retorció de nuevo, todo parecía un sueño normal, pero apartó la mascarilla y acabó poniendo mi polla dentro de su boca. Yo la abrazaba como si durmiera encima de mí, fingiendo normalidad. Pero tenía el mayor calentón de mi vida. El vecino le acarició el pelo fugazmente, olió su mano bajando un momento la mascarilla y empezó a masturbarse a dos manos. Menuda polla.
No aguanté mucho. Le susurré que iba a correrme y ella se apartó rápidamente, recolocando la mascarilla. Solo la vi un instante, pero era una belleza. Su boca era carnosa, como mi polla ya había notado.
– Termina para mí. Quiero verlo.
Cogí mi polla y me masturbé realmente despacio. Podía oir su respiración. Podía oir la mía. Podía oir las manos de mi vecino recorriendo el remo de su polla. Vi su mano derecha debajo de su falda. Y entonces empecé a soltar semen. Despacio, no podía hacerlo de otra manera. Lefa gorda, grumosa, de un blanco brillante. Me pareció oir gemir a mi vecina cuando lo vio. Menuda corrida.
Y entonces se corrió él. Sin cortarse. Apartó la cazadora y empezó a sacudírsela sin rubor, corriéndose contra el respaldo del asiento, manchando las revistas, la bolsa de papel, el cestillo. Se corría contra la silla como si fuera una golfa arrodillada delante de él. Los dos le mirábamos fascinados, era una puta fuente de semen.
Creo que ella se corrió con ese espectáculo, por la manera en que cerró los ojos.
Me limpié con unos kleenex para evitar manchar mi traje. A él se la soplaba todo, se la guardó directamente. Probablemente querría que se la chuparan y notaran el sabor del semen seco.
Ella nos miró, satisfecha.
– Me debéis una. Ya hablaremos en el taxi