Cuando tener un sueño líquido es demasiado placentero

«Abre los ojos. Contempla tu nueva vida.»

Parpadeando sin parar, consiguió enfocar. Incensarios de latón colgados del techo arrojando humo en el recinto de cortinajes negros. Altos candelabros, pilares de piedra tallados con serpientes, en pie alrededor del vasto círculo de sal trazado en el suelo de cemento. Un centenar o más de velas negras repartían luz y sombras. Dentro del círculo, un enorme cojín de terciopelo rojo, adornado con arpías doradas, yacía en el suelo cubierto de almohadones de raso, terciopelo y tapicería. Un altar, de caoba y tallado con rostros humanos cadavéricos, se erguía cerca del cojín. Estaba equipado con velas, un gran libro abierto, y cálices de plata enjoyados. Un gran caldero con un fuego crepitante y chispeante se encontraba cerca del altar.

Lo primero que vio fue el rostro de Huard, con apariencia solemne bajo su pelo primorosamente peinado. Llevaba una túnica de terciopelo púrpura oscuro, guarnecida con galón dorado, cuya parte frontal estaba salpicada con gotas de sangre. Los otros Lores y Lady Millicent estaban de pie en el borde del círculo. Todos llevaban túnicas escarlatas a juego, con mangas completas e intrincados diseños de galones. Estaban silenciosos y la observaban a fondo, en la penumbra humeante. Dawn les miró a la cara hasta que se acordó de su entrenamiento.

Por encima de los hombros de los Lores vio a las otras víctimas acompañantes alineadas en el exterior del círculo. Estaban desnudos, a excepción de los collares de oro con joyas y las gemas brillantes fijadas en su carne. De pie, con las cabezas inclinadas y las manos enganchadas detrás del cuello.

Las víctimas masculinas eran bien parecidos, los pechos resplandecientes con polvo de oro. Dawn no podía apartar sus ojos de esa visión. Los hombres parecían más indefensos y sometidos; su sufrimiento resultaba obvio por sus órganos erectos, marcados por rubíes adheridos, que relampagueaban bajo la luz de las velas.

Los pechos de las mujeres resplandecían con polvo rojo y diamantes fijados a sus pezones. Entre sus cejas destellaba también un diamante. Sus triángulos de vello púbico brillaban con aceite, intercalado con joyas menudas de colores. Sus cabellos estaban peinados hacia atrás y trenzados muy prietos. Como ella, llevaban las caras con polvo blanco y acentuadas con colorete rojo y lápiz de labios. Margie parecía al borde de las lágrimas. Lana levantó los ojos y durante medio segundo hizo contacto visual con Dawn.

Dawn miró a sus pies y vio que estaba encadenada a una cruz de seis pies (1,80 m). Era negra y tallada con extraños símbolos. Apoyándose contra su textura lisa encontró alivio para el picor y la sensación ardiente de su piel.

Lord Sebastian, el pelo suelto enmarcando su mandíbula cuadrada y su frente con ondas sensuales, tomó un tintero con incrustaciones de marfil y un pincel cosmético del altar. Empolvó los pechos de Dawn con polvo rojo, mientras Lord Elon miraba, sujetando los diamantes, joyas y adhesivo.

La acción cosquilleante del pincel llevó a Dawn una sensación de placer y alivio.

«Celebremos la incorporación de Dawn a nuestra comunidad.» La peculiar y atemorizadora voz había venido de la pared junto a Dawn. Giró la cabeza contra la cruz para mirar hacia la voz. Una punzada de terror le atravesó el alma -sombras con dos alas se movían a lo largo de la pared.

Dawn miró incrédula la visión. Tenía que ser un truco, pero ninguna voz humana ni ninguna máquina podían producir un voz monstruosa y siniestra como aquella.

«No las temas, Dawn,» dijo tiernamente Lady Millicent. «Son intramuros, lares y penates -dioses domésticos de dentro de las paredes. Los dioses de nuestra especie.»

Lord Huard podía ver la confusión bailando en los ojos de Dawn. No entendía y no podía entender el mundo en que existía. Lo haría cuando él la hubiera marcado. Y pronto habría aceptado este mundo de caos y sombras. Solo podía esperar que su escepticismo y negación de la posibilidad de tales seres prevaleciera sobre el impacto y el horror de semejante descubrimiento. Esperaba que ella siguiera actuando y no hiciera una escena.

Huard caminó por el interior del círculo, ofreciendo la fuente de cálices brillantes. Cada miembro tomó un cáliz. Devolvió la fuente al altar, tomando para sí mismo el último cáliz. Mientras todos elevaban sus vasos y bebían a fondo, Huard miró a Dawn, que tenía los ojos bajos, por encima del borde. Mi adorada Dawn, no temas, porque yo soy tu salvador. No serás un cordero de sacrificio para nuestra masa. Incluso a ti te he engañado.

Dawn se estiró y miró directamente a su Señor. Podría haber jurado que le había oído hablar.

Después de terminar su bebida Huard devolvió su cáliz a la bandeja. Avanzó hacia delante, se abrió la túnica y se arrodilló a sus pies. «En otras religiones el postulante se arrodilla mientras los sacerdotes reclaman el poder supremo, pero en nuestro reino nos arrodillamos en tu honor.»

Para sorpresa de Dawn todos los miembros se arrodillaron. Esta es mi vida, pensó pasmada. Había sido como una verdadera experiencia de la muerte porque se despertó renacida en un mundo extraño. Lord Huard la había resucitado en un mundo que no podía penetrar ni entender. Ahora pertenecía solo a él. A un lado su temor, quería servirle y darle placer siempre.

La notable iniciación pareció menos terrible mientras Dawn examinaba el clan que se arrodillaba ante ella. A través de una existencia anterior por los vientos del destino siempre se había sentido sola y malinterpretada por todos los que la conocían. Ahora tenía el control de su vida. El torrente torturador de amor y éxtasis llenaba completamente su alma. Quería amarlos a todos, con Devoción, Amor y Confianza Perfecta.

…. y una vez que fuera bajada de la cruz…

La respiración de Dawn se hizo pesada y se estremeció ante la sensación de sus manos tocándola. Oyó el silbido de la respiración a través de sus dientes mientras el placer se clavaba en su cuerpo.

Huard la levantó a horcajadas sobre su cuerpo desnudo y tomó en su boca la firme punta de un pecho. Moldeándola con la presión cambiante de sus dientes y su lengua sintió que ella arqueaba de repente su espalda y sus muslos se engancharon alrededor de sus caderas. Su cálida y secreta lluvia se restregó con urgencia contra su sexo de duro granito. Gruñó y tiró de ella más profundamente dentro de su boca. Sus manos la tomaron por las caderas, levantándola para montarle.

Con los labios fruncidos de nuevo, la respiración de Dawn se convirtió en gemido. Se empaló sobre él, su raja empapada ensanchándose para aceptarle, abierta para él como una flor. A la vez todo era placer y dolor aterrador recorriéndola. Entregó su cuerpo a su cuidado, olvidando por completo la presencia de otros.