Mis padres follan al lado y mi hermana viene a mi habitación
Año 2030
Supongo que todos recordáis lo que ocurrió hará unos diez años… Sí, eso es… Ese puto bichito de mierda que consiguió doblegar las fuerzas del mundo entero. Ese jodido virus parecido al de la Gripe Común llamado «COVID 19», y que a tanta buena gente se llevó por delante, sin que nadie les pudiese llorar como se merecían.
Los Hospitales saturados, el pueblo confinado durante más de un mes en sus casas (excepto algún capullo), los medios de comunicación hablando permanentemente de la pandemia, los controles policiales, millones de puestos de trabajo perdidos en menos de cuarenta días… Y podría seguir así durante horas. ¿Qué os voy a contar que no vivieseis, y sufrieseis en esa época?.
Pero bueno… Al final conseguimos doblegar la maldita Pandemia. Cierto que más tarde que pronto; pero al cabo de un año y medio, las aguas retrocedieron, y volvimos más o menos a la normalidad.
Eso sí, mucho más unidos como humanos que antes, y apreciando como nunca a las personas que nos rodeaban, y que siempre les habíamos visto como meros peones en nuestra particular partida de ajedrez llamada «Vida».
En fin… Que me enrollo como las persianas. Al tema…
¿Sabéis donde me tocó pasar a mí, prácticamente encerrado, los cuarenta y tantos días de aislamiento?, ¿Por qué?, y ¿Con quién?.
En el relato me extenderé en detalles, pero resumiendo… En una enorme casa (típica de los pueblos), porque mi padre quería reventar a «pollazos» a mi madre sin que sus hijos incordiasen en casa, y con la jovencita más calenturienta, libertina, y por qué no decirlo, tía buena a más no poder, que os podéis echar a la cara. Todos esos adjetivos, y los más guarros que pueda imaginar, se reflejaban en el pecaminoso cuerpo de mi hermana Laura.
Principios de Marzo de 2020
Ni los jodidos cascos a todo volumen que llevaba puestos sobre mis orejas, ni la almohada que los acompañaba cubriéndo mi cabeza, conseguían amortiguar la escandalera que montaban mis padres aquella noche, y que entraba por mis oídos hasta lo más profundo de mi cerebro.
-¡Si, si, siii!, ¡Dame más!, ¡Quiero más, jodeeeerrr! -berreaba mi madre.
-¿Te gusta, ehh?, pues te vas a hartar… ¡Toma!, ¡Toma, ¡Toma! -berreaba mi padre.
-¡Ufff, me matas, cariño!, ¡Más duro, por favor! -seguía berreado mi madre.
-¡¿Quieres más duro?!, ¡¿Mi putita quiere más duro?!, ¡¿Si, ehh?!, ¡Pues toma polla!, ¡Toma polla! -y seguía berrando mi padre.
Casi todas las putas noches desde que tenía uso de razón, o sea, a los cinco años, escuchaba a aquellos dos gritar como perros apaleados mientras grababan su particular película pornográfica.
Poco les importaba que sus hijos durmiesen (o lo intentasen) a pocos metros de su degenerado lecho, sólo pensaban en follar y follar hasta que se acabase el mundo, sin importarles el escándalo que montaban y del que éramos partícipes sus vástagos.
-¡Así, así, así!, ¡Fóllame!, ¡Fóllame! -gritaba María, mi madre.
-¡Como me pones, joder!, ¡Te voy a reventar! -gritaba José, mi padre.
Así llevarían más de media hora, o vaya usted a saber cuánto.
Mientras yo me desarropaba por tercera vez esa noche, buscando alguna inútil posición que me alejase del ruido que salía de aquella indecente alcoba, me fijé en que la puerta de mi cuarto se abría lentamente.
-Pero Laura, ¿Qué cojones haces aquí? -susurre a mi hermana cuando la vi aparecer.
-Shhh. Calla, peque -contesto mientras llevaba un dedo a sus labios y se acercaba hasta quedar recostada en mi cama.
No os cuento como dormía la niña. El pijama de mi hermanita básicamente consistía en un pantaloncito corto que usaba desde que tenía diez años, y que dejaba prácticamente al aire la parte alta de sus nalgas; acompañado de una camiseta sin mangas, que a duras tapaba sus pechos.
-Pero Laura, mira qué hora es. Vete a tu cuarto, por favor. Intento dormir -la recriminé.
-¿Y vas a poder conseguirlo con este ruido, peque? -preguntó guiñándome un ojo.
-No lo creo, pero da igual, esto es muy violento. Bastante tengo con escuchar a Calígula y a Mesalina toda la noche, y encima aguantarte a ti.
Lo cierto es que no tragaba mucho a mi hermana. Y mira que me quería con locura. Siempre andaba abrazándome y besuqueándome delante de todas sus amigas, mientras les decía lo guapo que era su lerdo hermano, y yo me moría de la vergüenza. De hecho, gracias a que ella tenía babeando a la mitad de los chicos del instituto (y a la otra mitad también), ninguno había intentado jamás meterse con el chico raro y delgaducho que era yo por aquel entonces.
Porque todo hay que decirlo: Laura, a sus dieciocho primaveras, era la diosa Venus reencarnada en mujer. Esa melena negro azabache que cubría su preciosa carita de niña buena, sus ojos azules, sus largas piernas, sus prietos glúteos, su tonificado abdomen, y sus no desmesurados, pero si generosos pechos, hacían que mi hermana fuese la causa de los millones y millones de pajas que se tendrían que hacer los jóvenes (y alguna que otra joven) pensando en cómo sería profanar hasta el último agujero de tan esplendoroso cuerpo.
Todo ello acompañando de la sensualidad que transmitía su dulce voz, y el erotismo y gestos innatos propios de una modelo de Victoria Secret.
Vamos, era lo que el bueno de John Ronald Tolkien describió en el Silmarillion como una puta «Elfa». Buscad en Google fotos de una tal Megan Fox, y sabréis de lo que hablo.
Imagino que esa popularidad pecaminosa que siempre la acompañó, era el motivo de mi rechazo hacia ella. Me jodía sobremanera que me conociesen por ser el hermano «toli» del pibón del instituto.
El único beso que una chica me había dado en la boca hasta entonces, fue el de una tal Susana, alias «La tijeras». Luego me enteré de que lo había hecho sacrificando su condición de lesbiana por un momento, sólo por acercarse a Laurita.
Pero no penséis que era un putón verbenero, por Dios; nada más allá de la realidad. A ver… Alguna polla se había comido, de eso estoy seguro. Con tanto secuaz de gimnasio rondándola permanentemente, alguno que otro ya se había metido entre sus piernas. Y lo sé porque me lo contaba. Esa era otra de sus cualidades innatas; no tenía pelos en la lengua.
-Vennnnngaaaaaa, peque. Déjame que me quede un ratito contigo. Es que no puedo dormir. Jooo…. Porfa, porfa, porfa -repetía poniéndome morritos.
-Haz lo que te dé la gana -dije mientras volvía a tumbarme, para seguir martirizando mis sienes.
-¡Reviéntame, cabrón!, ¡Reviéntame! -aullaba mi madre.
-¡No me voy a cansar de follarte en la vida, joder! -aullaba mi padre
-¡Méteme la polla hasta el fondo, hijo de puta!, ¡Jódeme bien fuerte! -chillaba María.
-¡Cómo te estoy poniendo joder!, ¡Te voy a matar a pollazos, zorra! -chillaba José.
Por suerte vivíamos en un chalet alejado de los demás vecinos, si no, alguno habría llamado ya a la policía hace años, pensando que aquellos homínidos con nombres tan sagrados para la Fe Cristiana, se estaban matando el uno al otro.
-¿Cómo la tiene que estar poniendo papá a mamá, ehh, peque? -me susurró al oído mi hermana, a la vez que ponía su mano izquierda en mi muslo.
«ya empezamos con los tocamientos, la madre que me pario. Si sabe lo poco que me gustan»
-Ehh, no lo sé. Supongo. Cierra el pico, intento dormir. Y no me llames peque. Ya sabes lo que me jode -dije serio.
-Vaaleee, perdona, peque -ni caso me hizo-. Pero es que cuando les escucho, me imagino a papá montando como una yegua a mamá, y es que me pongo, pufff -siguió susurrando mientras su mano se deslizaba peligrosamente a mi entrepierna.
-Laura, por favor. Que son nuestros padres. ¿Cómo te puede poner algo así? -dije nervioso y empezando a sudar.
-Venga, no mientas. ¿No me digas que a ti no se te ha empalmado nunca fantaseando mientras los escuchas follar como locos? -dijo mientras abandonaba mi entrepierna, gracias a dios, y metía su mano bajo la camiseta de mi pijama.
-No miento, a mi no me pone escuchar a un par de depravados que casualmente son nuestros padres, «puta salida» -dije mientras notaba como se me aceleraba el pulso, y esa zarpa se deslizaba desde mi estómago hasta mi pecho.
-No me digas esas cosas tan feas, tonto. Con lo que sabes que yo te quiero -dijo con esa cara de niña buena que volvía loco a todo Cristo, para después besarme muy cerca de los labios.
«Esto ya no son los toqueteos inocentes de siempre, no me jodas»
-Vale, perdona por lo de «puta salida». No quería decir eso, lo siento -me disculpé mientras su dedo se movía en círculos por la piel que cubría mi esternón.
-No pasa nada, peque. Te perdono. Pero ya me conoces, no puedo dejar de decir lo que pienso -seguía a lo suyo-. Escucho los gemidos de mamá y toda la piel se me eriza. Pienso en cómo tiene que estar disfrutando de la enorme polla de papi, y joder, me imagino estando en su posición… Puff -murmuró en mi oreja, mientras echaba su pierna sobre la mía.
Aunque no lo creáis, no me sorprendió lo de «enorme polla de papi». En mi casa no había ningún tipo de tabú en lo que a los desnudos se refiere. Por lo general, la puerta de los baños siempre estaba abierta cuando alguien se duchaba. Estaba harto de ver a mis padres y a Laura salir en pelotas de la ducha después de secarse, para a continuación vestirse tranquilamente en su cuarto, con todo abierto de par en par. No sé para qué coño había puertas en esa casa. Bueno si, para que yo las cerrase.
Era el único de esa familia que mantenía mi intimidad a rajatabla. En primer lugar porque no me sentía a gusto con ese rollo «serie Spartacus», y lo segundo, es porque mi masturbación diaria era únicamente para mi disfrute, no para que los míos fuesen testigos de mis «toqueteos» matutinos.
-Joder, Laura. No te ofendas, ¿Vale?, pero esos pensamientos deberías compartirlos con tus novios, no conmigo. Que soy tu hermano, joder -le dije tartamudeando, al notar como esa charla calenturienta y la experta mano de mi hermana sobre mi pecho, despertaban en mi sentimientos que nunca había tenido, por muchas veces que hubiese visto su perfecta anatomía como Dios la trajo al mundo.
-Calla, bobo. Yo no tengo novio, ya lo sabes -dijo con sonrisa picarona-. Yo sólo quiero a un flacucho hombrecito, y lo quiero sola para mí. Pero él no me quiere nada a mí -me decía haciendo un delicioso mohín, mientras la punta de su lengua empezaba a acariciar la hélix de mi oreja.
«¿te estás poniendo cerdo con tu hermana, puto enfermo?»
-Ehh, pues siento que ese chico no te haga caso -dije la primera tontería que se me pasó. La sangre que salía de mi corazón empezaba a destinarse a todas partes menos a mi cabeza.
-No seas tonto, anda… Ya sabes que mi hombrecito eres tú, bobo. Pero tú a mí no me quieres. Sólo crees que soy una niña guapa y tonta que no tiene sentimientos. Y eso me duele mucho, peque -dijo mientras me miraba con carita de lástima, y una lagrimita salía de su ojo.
«Jesús, María y José. Sacarme de esta, os lo ruego»
-No te pongas así, Laura. Si ya sabes que a veces te digo esas tonterías sólo para cabrearte. No me lo tengas en cuenta -intenté calmarla mientras le quitaba con mi dedo esa brillante gotita de su mejilla.
-¿Seguro que no me engañas?, ¿no lo dices porque me he puesto triste, peque? -preguntó poniendo morritos otra vez como una niñita.
-Seguro, Laura… Ya sabes que yo te quiero un montón a ti también. Pero no llores, por favor. ¿Me perdonas, hermanita? -dije mientas acariciaba un mechón de su pelo que se había escapado de su coleta.
-Claro que te perdono, Dani -llevaba años sin pronunciar mi nombre-. Pero no vuelvas a decirme esas cosas tan horribles, porque no me las merezco; y más si sabes que tu eres el chico al que más quiero del mundo -respondió con una seriedad sublime, mientras su mano abandonaba mi pecho y se deslizaba cual serpiente hasta el elástico de mi pantalón, atravesándolo y frenando sus dedos justo donde mi pubis perdía su nombre.
-La… La… Laura, yo… -balbuceé al notar su piel rozando terreno tan prohibido.
-Shhhh, calla peque. Creo que nuestros papis van a terminar ya.
Me interrumpió mientras se incorporaba sobre mí, dejando ese fino trozo de tela con el que dormía y que tapaba sus perfectos pechos, a escasos milímetros de mi boca.
Tan absorto estaba en mi hermana; en su preciosa cara; en la piel de ese muslo sobre la mía; en la línea de saliva que su lengua había dejado sobre mi oreja; y ahora en sus preciosas tetitas que se escondían tras su camiseta, y que poco me faltó para arrancársela a bocados, que ni siquiera recordaba cuando dejé de escuchar el jolgorio que mis padres mantenían aún.
-No puedo más, ¡Me corro cariño, me corro! -se corría mi padre.
-Si, mi vida, ¡Dámela!, ¡Dámela donde tú quieras! -pedía que se corriese mi madre a mi padre.
Escuchamos el gateo sobre la cama del semental que teníamos como progenitor, mientras los chirridos del colchón delataban donde tenía pensado vaciarse.
-¡Tómala, tómala! -daba mi padre.
-Ummmm, si. Ummmm, que rica -sonidos guturales durante un minuto y…- Espera, espera. Déjame chuparla un ratito más – tragaba mi madre, y limpiaba para finalizar.
Después de escuchar los besos y las risas post brutal cópula, mi hermana, que seguía sin tener pelos en la lengua, continuó derrumbando con sus movimientos y su voz, las escasas defensas que me quedaban.
-¿Has escuchado, peque? -pregunta retórica-, papi le ha echado toda su lechita a mami en la boca -yo paralizado-. Y mami se ha tragado todo, todo, todo -su mano se introdujo más en mi pantalón para llegar donde la pierna se unía a mi sexo, rozando su dorso con mi cargado testículo izquierdo-. ¿Sabes qué, peque? -no quiero saberlo, no quiero saberlo-, nunca he probado el semen -deslizaba su nariz desde mi barbilla hasta mi frente para volver otra vez a mi sensible oreja-. Dicen que sabe mal, pero yo no lo creo -voz de zorra-, seguro que está rico -voz de zorra al cuadrado-. Ummmm, Dani -saca su mano de mi infierno particular, y la desliza sinuosa bajo mi pijama hasta mi pezón-, no sabes las ganas que tengo de probarlo -pellizca mi pezón haciendo que me retuerza de placer-. Que alguien me follase como a mamá -pasa la punta de su lengua por toda mi oreja hasta llegar al lóbulo y chuparlo-, y terminase echándome toda la lechita en mi boca -deja ensalivado mi lóbulo y desliza su boca hasta la mía mordiéndome el labio inferior-, para yo tragar hasta la última gota como ha hecho mami -saca la lengua y toca ligeramente mi labio superior para terminar besándolo con los suyos-. ¿Tú me ayudarías con eso, peque?…
Su mirada ya no era la de la niña buena que había entrado en mi habitación. Ahora sus ojos brillaban como los de la leona que sabe que por mucho que corra su presa, tarde o temprano terminará cayendo entre sus fauces.
Después de besarme con dulzura en la frente, se incorporó para marcharse, mientras yo seguía paralizado por lo ocurrido.
-Puff, que calor ¿No? -dijo mientras trataba de refrescar su cara con el movimiento de su mano-. Bueno, ya te dejo en paz. Me voy a dormir.
Se levantó y mientras se alejaba hacia la puerta, pude admirar por primera vez su maravilloso cuerpo. Mi mente desvariaba en infinidad de pensamientos lascivos. Ya no veía a mi hermana… Solo admiraba a la diosa que esa noche se había metido en lo más oscuro de mi mente, para no volver a salir jamás.
-Ahh, y una última cosa peque, no te olvides de cambiarte de pijama antes de dormir, ¿Vale? -terminó diciendo con una sonrisita, mientras desviaba su mirada hacia mis pantalones y abandonaba la habitación cerrando la puerta despacio, como a mí me gustaba.
No pude ni despedirla de lo petrificado que estaba, aunque mi corazón latía con una intensidad que nunca lo había hecho.
Levanté la cabeza y dirigí la vista hacia donde mi hermana había puesto sus ojos antes de salir.
Una enorme mancha se apreciaba sobre la tela. Me acababa de correr encima, y ni siquiera me había dado cuenta. Y lo más increíble aún: La mano de Laura no había llegado ni a rozar mi polla durante esa incestuosa velada.
Continuara…