Muy orgullosa de ser la putita que soy y con mucha experiencia

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Prefacio

Esta novela ya fue publicada aquí hace años, permítame el lector o lectora rescatar sus primeros capítulos para que quien no la vió en su momento pueda descubrirla…

Una vez leí en alguna parte que en Holanda, país socialmente avanzado donde los haya, existían prostitutas que ofrecían sus favores sexuales a ancianos en hospitales. La noticia hablaba de algo así como “sexo social” y ciertamente yo me pregunto si el sexo, siendo una necesidad fisiológica como el comer o el dormir, debe estar vetado a gente que por el motivo que sea no puede tener acceso a él. En parte esa es la idea motriz que inspira esta novela erótica.

Si bien puede que el lector se escandalice cuando conozca a uno de sus protagonistas Fran, quien por su discapacidad bien podría en la vida real estar condenado a no saber lo que es el sexo, o a Lucía, quien por su oficio podría tratarse de una de esas prostitutas holandesas que nombro al principio.

Pero sin duda el principal personaje es Lucía, una puta, como ella bien se define nada más empezar la historia, alguien especial, un personaje que nació y creció junto con Fran en mi cabeza para hilvanar esta historia con descripciones de sexo explícitas, pues al final el coito es follar y todo el mundo folla, no hace el coito con sus parejas o con las putas a las que paga, ¿verdad? Sirva pues esto como advertencia a usted, lector o lectora que se adentra en esta obra.

Como no quiero ser yo el único que hable de mi novela, expongo aquí lo que una fiel lectora opinó sobre Soy Puta en mi blog cuando anuncié que había terminado la historia:

“Te gusta hacerme sufrir, ¿eh?

Bueno, estás en tu derecho. Al fin y al cabo es el «premio» por escribir como lo haces. Porque, escribes de lujo, y lo sabes.

Esperaré como una niña buena mi última chocolatina. Solo deseo, que no hayas «precipitado» el final de Soy Puta.

Sea como sea, leerte ha sido un Placer (con mayúsculas). Aunque en algunas «cosas» no me ponga muy a tu lado. Pero, cada un@ somos lo que somos, y yo siempre digo , que al primero que hay que serle fiel es a un@ mismo. Y eso es lo que tú has hecho con tus relatos, serte fiel. Y si te gustan los bocadillos de nocilla con sardinas, pues te gustan. Y al que le repugne, que no los coma.

Tod@s tenemos fantasías, tod@s llevamos dentro perversidades inconfesables que nos acompañan de continuo. ¿Por qué unas son mejores que otras? ¿Por qué lo mío es mas «admisible» que lo del vecino?

Pero bueno, esta cochina sociedad es así. Y a tragar toca.

Una de las cosas que buscaba cuando entré en TR era consuelo. Si, consuelo. No quería excitarme (juro solemnemente que no me hace falta). Y por otra parte, lo de excitarme a mí, es tarea ardua. Hasta para eso soy rarita.

Necesitaba averiguar si había más personas que tenían «perversidades». Y cuál fue mi sorpresa. He quedado consolada «pa los restos».

Lo que diferencia unas perversiones de otras, es a quien van dirigidas. Y las mías van dirigidas a mí. Si quiero dolor, me lo causo a mí. Si deseo humillación, me humillo yo solita, y si me apetece un pepino, me lo como yo, no se lo obligo a comer a nadie.

Esa, es la grandísima diferencia. A quien vayan dirigidas nuestras «maldades».

Tu narras tus fantasías desde el respeto y la tolerancia. O por lo menos, eso me ha llegado a mí en Soy Puta.

Antes de leer tu última entrega ( que sé me gustará), quiero agradecerte que hayas tenido el detalle de contestar a mis «palabras». Todos queremos que nos escuchen, nos lean, nos atiendan, pero..no correspondemos con lo mismo. (Otra lacra de esta sociedad, no tenemos tiempo para nadie).

Un beso y … sigo pendiente y expectante.

Tu fiel admiradora.

Atalanta.”

Sin duda lectoras como ella levantan en ánimo, ¿verdad? Sirva además la publicación del anterior comentario, como reconocimiento a esta fiel admiradora, quien además de leer mis relatos, compartió conmigo su opinión y pensamientos sobre ellos, ayudándome a crecer como escritor.

Si bien he de decir que en la revisión de Soy Puta he decidido cambiar, suavizar o redirigir, determinado aspecto de la historia original al que se refiere Atalanta. Que, aunque se intuye, no llega a plasmarse explícitamente para no serme fiel por una vez, o al menos intentarlo, pues creo que así la historia se centra mejor en sus protagonistas y otros aspectos, seguramente más interesantes para la mayoría de lectores y lectoras, que ahora se lleva lo políticamente correcto y por algo yo he sabido valorar especialmente a estas últimas, ya que considero que ellas tienen una sexualidad más imaginativa que los hombres.

No me enrollo más, espero que la historia sea de su agrado.

1

¡Soy puta! De eso no hay duda, y como dicen por ahí: “y mi coño lo disfruta”. ¿Para qué negarlo? Nunca me gustó mucho estudiar, llegué a la universidad y necesitaba dinero, pues con la asignación que me daban mis padres no me llegaba para mis caros caprichos y juergas. Así que me introduje en este mundillo a través de una amiga.

Como en todo, los inicios fueron duros, pero no me puedo quejar, comencé haciéndolo con viejos, empresarios con unos cochazos impresionantes, pero viejos al fin y al cabo, gordos, peludos y feos. Aunque luego llegaron algunos que eran más guapos y más apuestos, pero en fin, yo me lo tomaba como un trabajo y así accedí a un nivel económico nunca antes soñado por mí. Ni que decir tiene que yo era cara, carísima, vamos lo que se suele llamar una puta de lujo, mi joven y esbelto cuerpo, de carnes prietas y curvas perfectas, así lo merecía. ¡Y el negocio me iba bien!

Me mudé a uno de los mejores barrios de la ciudad y me instalé en un apartamento con todas las comodidades que deseaba, a la altura de mi nuevo estatus.

Trabajaba durante las noches, sobre todo los fines de semana, aunque entre semana tampoco me faltaban clientes fijos, que ávidos de sexo volvían a requerir los servicios de una jovencita como yo.

Y aprendí bien el ofició, los ponía súper cachondos con mis insinuaciones, mi lengua traviesa y mi sonrisa picarona. Por ejemplo, a veces me invitaban a cenar a los mejores restaurantes y en un momento dado de la cena tiraba la servilleta al suelo para que mi comensal me la recogiese galantemente, entonces me abría de piernas y le enseñaba mi chochito desnudo, libre de ataduras. Esto siempre funcionaba, el agradecido cliente se levantaba con una espléndida sonrisa entre los labios, que yo hacía corresponder con otra mía.

Pero como casi todo en la vida, nada es para siempre. Un día llegó mi hora, uno de mis clientes se encaprichó conmigo, me seguía a todas partas y se ponía súper celoso cuando me acostaba con otros. Una noche al volver del trabajo me esperó en mi portal y la emprendió a golpes con mi preciado cuerpo sin mediar palabra. Me encontraron tirada en el suelo, inconsciente, en la entreplanta de la escalera.

Pasé semanas en el hospital hasta mi completa recuperación. Lo ocurrido me hizo recapacitar y ya nada fue como antes, hasta pensé en dejarlo pero una vez que te acostumbras al dinero fácil resulta prácticamente imposible dejarlo, es como una droga.

Decidí mudarme de ciudad. Para no llamar la atención me busqué un apartamento más discreto en un barrio humilde y volví a comenzar de nuevo. A partir de ese momento fui más discreta y seleccionaba mejor a mis clientes.

Una mañana de primavera, cuando salía de mi nuevo apartamento, iba caminando por la acera frente a un parque y olí a césped recién cortado ¡Ese olor me embriagó! ¡Me encanta ese olor! Había un chico junto a una máquina cortadora de césped, llevaba gorra y estaba sacando el césped recién cortado de ella cuando me vio acercarme, al verme me sonrió.

— ¡Buenos días señorita! —me dijo con una sonrisa de las más inocentes que haya visto.

— ¡Buenos días chico! —conteste devolviéndole la mejor de mis sonrisas.

Al verlo más de cerca me di cuenta de que el muchacho padecía el llamado síndrome de Down, automáticamente no pude evitar sentir algo de lástima. Aunque lo cierto es que me cayó simpático y decidí charlar un poco más con él.

— ¿Estás cortando el césped? —pregunté ingenua, pues era obvio lo que estaba haciendo.

— Si señorita, me gusta cortar el césped —dijo él con tono campechano.

— ¡Me encanta el olor del césped recién cortado! —exclamé inspirando profundamente, y llenando a tope mis pulmones.

— A mi también, ¿cómo te llamas? —me preguntó el muchacho.

— Me llamo Lucía, ¿y tú guapo?

— Yo me llamo Francisco, aunque mis amigos me llaman Fran.

Así fue como le conocí, aquí comenzó nuestra historia juntos…

El muchacho le devolvió de nuevo su inocente sonrisa, como todas las suyas. Una sonrisa que despertaba mucha ternura y que inmediatamente conectó con Lucía, tal vez el poder de la inocencia en un hombre, algo que lamentablemente ella no veía muy a menudo.

— ¡Oh pues encantada de conocerte Fran! —exclamó Lucía de muy buen humor—. ¿Y trabajas por aquí todos los días?

— Si, estamos por este parque, yo mi mis compañeros —le dijo señalando a otro grupo que estaba desperdigado por aquel parque frente a su edificio, en el que Lucía no había reparado aún.

Un hombre joven se acercó a ellos mientras charlaban y cuando llegó a su altura le preguntó a Fran por su nueva amiga.

— ¡Hombre Fran qué amiga más guapa tienes! ¿Me la presentas?— dijo el hombre acercándose al muchacho y echándole el brazo por el hombro mientras le miraba descaradamente las tetas.

Lucía ya conocía aquellas miradas, eran las miradas del depredador, los hombres que ella trataba de evitar a toda costa, pues le hacían sentirse mal cuando se acostaba con ellos, por mucho que le pagasen.

— Si, se llama Lucía. Este es Antonio, nuestro monitor…— comentó finalmente Fran, sacándola de sus pensamientos hacia el monitor.

— Encantada Antonio —mintió—. Estaba charlando con Fran sobre el césped, me parece muy simpático, ¿estáis haciendo un curso con chicos como él por aquí, no?

— Si, es una obra social patrocinada por una caja de ahorros, así ellos aprenden un ofició y están activos.

— ¡Oh si, claro! —dijo Lucía como si supiese de lo que estaba hablando.

— De hecho, se les paga como a un trabajador más de jardines.

— ¡Está muy bien, Fran es muy simpático! —exclamó ella con su estupenda sonrisa.

— ¿Es guapa, verdad Antonio? —preguntó de repente Fran a su monitor.

— ¡Oh ya lo creo Fran, es guapísima! —exclamó galantemente el monitor.

— ¡Vaya, gracias! ¡Sabes qué, por ser tan simpático te has ganado un súper beso! —dijo Lucía acercándosele y estampándole el mejor de sus besos.

— Vaya Fran, ¡qué suerte tienes de haber conocido a una amiga así! —le felicitó su monitor, tal vez envidioso de que una mujer como Lucía se hubiese fijado en él.

— Bueno me tengo que marchar, ¡espero que nos sigamos viendo por aquí chicos! —dijo ella para despedirse de ambos.

Con el tiempo, Lucía recordaría con gran cariño este momento justo, cuando le conoció, aunque como suele pasar, aquel día ella no le diese mayor importancia al agradable encuentro con aquel noble muchacho.

Cuando volvía a la hora del almuerzo a casa, para su sorpresa, vio que Fran estaba sentado en su portal. Así que volvieron a saludarse.

— ¡Hola Fran, cómo estás! ¿Ya terminaste el trabajo?

— Si, estoy esperando a mi madre— contestó el muchacho.

— ¿Es que vives aquí?

— Si, en el 2ºA— acertó a decir.

— ¡Vaya, pues yo vivo justo encima vuestro, en el 3ºA. ¡No tenía idea que fuéramos vecinos! Sabes qué, me voy a quedar contigo esperar a tu madre y que no te aburras, ¿te parece? —dijo Lucía sentándose en el escalón del portal a su lado, mientras se colocaba su pequeño bolso en sus piernas blancas, tras descolgarlo de su hombro.

— Vale, ya no tardará en volver, ¡porque tengo hambre! —exclamó jovial.

Y no andaba descaminado, pues fue como si la presintiera. En ese momento Lucía vio acercarse a una mujer de unos cincuenta años al portal, el chico giró su cabeza para verla y cuando lo hizo se le iluminó la cara. Sin duda era su mamá.

— ¿Cómo está mi niño?— le preguntó mientras este se levantaba y la abrazaba dándole dos besos.

— Muy bien mamá, ya he terminado del trabajo. Mira, ella es Lucía, ¡es mi amiga y vive arriba! —dijo él muy contento.

Ambas mujeres se presentaron, su madre se llamaba Marisa y venía cargada con bolsas de la compra. De forma que tras una charla informal, Lucía se ofreció a ayudarla con las bolsas y subieron juntos en el ascensor. Le dijo que era estudiante y que efectivamente vivía encima justo de su piso, con esto siguió con su tapadera habitual de chica estudiante universitaria.

En la segunda planta se despidieron, luego ella continuó hasta el tercero, entró en su apartamento, se cambió y se puso cómoda, para luego cocinarse algo de pasta y pues estaba tan hambrienta como Fran y luego sesteó tirada en el sofá mientras se distraía viendo los cotilleos de la tele.

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