Necesito ser tu amante
“PADRINO, QUIERO SER TU AMANTE”.
Pacho ID Zelta.
Los días siguientes estuve evadiendo estratégicamente a mi sobrina, procuraba ir a su casa a avanzar en los trabajos en los horarios en los que estaba seguro de no encontrármela. Tenía algo de reposo al no estar ella presente, pero no podía evitarlo, en mi cabeza estaba permanentemente su imagen teniendo sexo con el tal Efrén, el viejo y rechoncho jardinero. Cuando veía a este último, no podía evitar que se me revolviera el estómago, no sólo por lo desagradable que era físicamente, sino por la envidia que me corroía, sabiendo que solía disfrutar de los favores de dulce, tierna y bella Liza. La imagen de ambos sosteniendo relaciones sexuales me atosigaban a cada momento, eran contados los momentos en los que lograba despejar mi mente. Pero continuamente volvía a asaltarme ese asunto tan escabroso. Me los imaginaba buscando, a cada rato, arrebatarle algunos minutos al tiempo para poder entregarse a sus insanos deseos. Pero también, cuando esos pensamientos asaltaban mi mente, sentía una imperiosa necesidad de masturbarme, movido por la enferma excitación que había descubierto que esa perversa relación me despertaba.
Temía que caería enfermo, porque trastornado, ya lo estaba. Mis noches comenzaron a poblarse de sueños húmedos, en los que yo aparecía encarnado en el voluminoso cuerpo del viejo jardinero, mientras hacía gozar de lo lindo a mi ahijada, que se entregaba con deleite a mis más bajos deseos. Se volvió frecuente, que despertara sudoroso, no sólo por la excitación que me apresaba, sino por el remordimiento de conciencia que cada vez era más fuerte. Definitivamente, la cordura me estaba abandonando.
Pero llegó lo inevitable y acabé por cruzarme nuevamente con su presencia. Yo tenía que comenzar con los trabajos de remodelación y ya no pude evitarla más. Sucedió un día que volvió de la Universidad más temprano de lo habitual. En cuanto me vio, corrió a mi encuentro y se me colgó del cuello, haciéndome girar como un volantín en el que estuve a punto de perder el equilibrio. Ella, como si supiera mis verdaderas intenciones, comenzó a reclamarme que me le estuviera escondiendo.
—¡Qué malo eres, padrino! ¿Qué ya no me quieres ver?…
Yo, francamente no sabía qué decir; pero ella parecía adivinar lo que sucedía conmigo.
—¿Hice algo malo, por qué no me quieres ver? ¡Dime!, ¿hice algo malo? —Insistía continuamente poniendo actitud de niña buena, haciendo pucheros y moviendo rítmicamente sus manos con los dedos entrecruzados.
La muy malvada, me estaba provocando, no le podía quitar la vista de encima, se veía por demás sensual con aquella camiseta ajustada, en la que se adivinaba la ausencia de sujetador, además, iba embutida en esos jeans tan ajustados, que no dejaban nada a la imaginación, pues le quedaban como una segunda piel, mostrando esa silueta enloquecedora que poseía. Si antes tenía un efecto encantador en mí, ahora, sabiendo lo que sabía de ella, el efecto era exponencialmente enloquecedor.
—No lo sé, dímelo tú, ¿hiciste algo malo? —No pude evitar decirlo ante su insistencia, agobiado y molesto, porque yo sabía perfectamente “eso malo” que había hecho. La miré fijamente a los ojos, con el ceño fruncido, esperando que a ella misma adivinara que yo “lo sabía”.
—Bueno… No sé que cosa mala habré hecho para merecer el castigo de tu ausencia, pero si quieres puedo hacer “lo que sea” para contentarte. ¿Sí?
Yo la ignoré y seguí con lo mío, llevando algunas tablas a la planta alta, donde estaba su habitación. Ella fue detrás de mí, atosigándome con la misma cantaleta. En cuanto entré a su cuarto, ya lejos de la presencia de sus padres, cambió su actitud.
—Yo no hubiera querido que te enteraras… Pero, ¿qué quieres?, ¡me ganó la calentura y me descuidé!
Yo me puse pálido al escuchar sus palabras. ¿Cómo se había enterado? Casi como si me hubiera leído el pensamiento, fue hasta una cómoda y agarró un oso de peluche.
—Te presento al “Osito Chismosín”… Él me cuenta todo lo que ocurre en mi habitación, tiene una cámara integrada, se puede programar para que comience a grabar cuando detecta movimiento…
No hacía falta que dijera más, era evidente que no solamente había grabado su encuentro con el jardinero, sino también mi presencia, y por la sonrisa maliciosa que se le dibujaba en el rostro, sabía que el video me había captado tocándome mientras los espiaba, sobre todo, cuando ellos se habían metido al baño a seguir la fiesta.
La cosa estaba en un punto crucial. Si la lógica indicaba que ella tenía algo que perder al ser descubierta en sus amoríos con el jardinero, también era cierto que mi presencia en el video podía interpretarse de mil maneras.
—“Yo podría alegar que me obligaste a hacerlo con él y que tú nos querías ver en pleno acto para masturbarte mientras tanto”. —Yo interpretaba el prolongado silencio de mi sobrina, que ya había cerrado la puerta con seguro.
En esos momentos, me sentí desarmado, completamente a su merced. Ella se acercó a mí, bordeó mi cuello con sus brazos y habló muy cerca de mi rostro, rozando la punta de su nariz con la mía:
—Ya me viste haciéndolo con don Efrén… No sé porqué me gustan los hombres de su edad… De tú edad… Porque hace tiempo que tengo una idea metida entre ceja y oreja… O entre pierna y pierna… ¿Sabes que me gustaría mucho hacerlo contigo?… —Si mi cuerpo hubiera tenido la capacidad, esa revelación hubiera despertado en mí una erección endemoniada, pero lamentablemente, eso no era posible.
—No… Eso no puede ser… —Mi respuesta era totalmente franca, aunque ella no la había tomado como tal.
—Sabía que dirías eso, pero quiero que te quede claro que no tienes otra opción…
—Es que te digo la verdad, eso no puede ser…
—Me he acostado con algunos hombres mayores, y lo he disfrutado en serio, aunque ninguno de ellos me guste… Pero contigo es diferente, tú siempre me has gustado y siempre he tenido ganas de hacerlo contigo, pero no me atrevía a intentar nada contigo por temor a… Tú ya sabes… Pero ahora que sabes con qué clase de hombres me gusta meterme, pues te lo digo abiertamente… Padrino, quiero ser tu amante.
—Qué más quisiera yo, pero te lo juro… Eso no es posible… —Insistía yo, con la voz resquebrajada por el peso de la realidad, que me dolía más ante tal revelación.
Tomé la mano de mi sobrina y la coloqué en mi entrepierna para que supiera de lo que realmente estaba hablando. Ella palpó ahí, donde debería haber una erección a punto de hacer reventar la tela del pantalón, pero en su lugar había un miembro flácido, supurando líquido preseminal a raudales, pero sin más señales de vida.
—¿No te gustan las mujeres? —Me preguntó desconcertada.
—¡Claro que me gustan, a morir!
—¿Entonces?
—Fue por el accidente que tuve hace años… La lesión en la zona pélvica tuvo secuelas que me desgraciaron para toda la vida…
A esas alturas ya no pude evitar el llanto. Me aparté de ella y me fui a sentar a su cama, donde ocultando mi rostro entre las manos, comencé a numerar las desgracias que habían caído sobre mí a consecuencia de la lesión, sobresaliendo la pérdida de mi mujer y de mi hija. Minutos después, ella vino a sentarse a mi lado, me abrazó tratando de consolarme.
—Perdona, tío; yo no sabía… Pero es que en el video te veías tan entusiasmado con el espectáculo, que yo creí…
—Es que, cuando los vi a ustedes, me pasó algo muy extraño…
Y entonces vino mi nueva confesión, en la que le dije con toda sinceridad lo que había sentido cuando los estuve observando y la forma en que mi cuerpo, o mi mente mejor dicho, había respondido al estímulo. A medida que se lo contaba, ella parecía entusiasmarse, su actitud, pronto me hizo olvidarme de los prejuicios y comencé a darle detalles de las sensaciones que me habían producido. Al final de nuestra charla acabamos sintonizados en el mismo canal. Hubiéramos seguido hablando indefinidamente, pero alguien llamaba a la puerta, interrumpiéndonos.
Mientras mi hermana supervisaba mi trabajo, Liza se despedía, sonriente y extrañamente estimulada. Entre nosotros flotaba un aire de complicidad que no alcanzó a notar su madre.
—¿Estuviste llorando? —Me preguntó mi hermana al notar mi rostro.
—No, tu hija que me estuvo contando unas cosas muy graciosas, ya sabes que cuando me río, el lagrimal se me relaja con facilidad.
—Es cierto, no me acordaba de eso… ¿Para cuándo crees que terminarás?
—Yo creo que a finales de la semana que viene termino con las habitaciones.
Ese día, cuando me despedía, Liza me entregó a escondidas un papelito con un mensaje que me dejó perplejo cuando lo leí. Me indicaba un lugar para que pasara a recogerla el domingo por la tarde. Eso me dejó totalmente desconcertado. Tuve la inquietud de buscarla para que me diera detalles del asunto, pero al final, preferí que quedara en el misterio y aguardar para ver qué se traía entre manos.
La charla que habíamos tenido en su habitación, me había tranquilizado un poco. Era la primera vez que hablaba abiertamente con alguien de mi “problema” y eso en cierta forma me había quitado un gran peso de encima. Sentí que entre Liza y yo se había creado un lazo especial, debido a la complicidad. Ella sabía mi “secreto” y yo sabía el suyo. Así que eso equilibraba las cosas. También se habían tranquilizado las aguas, cuando pensaba en ella ya no venía a mente haciendo toda clase de cochinadas con el jardinero, ni tampoco me asaltaban las ganas imperiosas por masturbarme debido a ello. Me sentía extrañamente tranquilo, en varios aspectos, incluido el sexual.
Pero llegó el domingo y conforme se acercaba la hora de la cita, me iba poniendo nervioso. Me había pedido que me vistiera de negro, que me pusiera una gorra y lentes oscuros, como si pretendiera pasar de incógnito. Cuando me acercaba al lugar de la cita, me sudaban las manos por los nervios y sentía que los latidos de mi corazón retumbaban por todo mi cuerpo. Habíamos quedado en un jardincito, cerca del centro, ella esperaba sentada en una banca, aparentemente estaba acompañada de alguien. Cuando reconoció mi camioneta, se puso de pie e invitó con la mano a que su compañero hiciera lo propio.
—¡Ay, Jaime; por qué tardaste tanto?, ¡Ya estábamos desesperados! —Me dijo ella, guiñándome un ojo, mientras seguía reclamándome por mi tardanza—. No, no te bajes a abrirnos, nosotros podemos solos, no queremos perder más tiempo.
Mi camioneta es de doble cabina, así que ellos subieron a los asientos traseros. El tipo que la acompañaba era un hombre bastante viejo y me parecía conocido, aunque no podía recordar exactamente dónde lo había visto.
—¿A dónde quiere que la lleve, señorita? —Pregunté, siguiéndole el juego a mi sobrina, intrigado por averiguar qué se traía entre manos.
—Lo dejo a tu criterio, Jaime; queremos que nos lleves a un sitio al aire libre, alejado, que nos aseguré bastante discreción, ¿verdad? —Buscó la aprobación del sujeto, acariciándole un muslo, el tipo solamente sonrió, asintiendo, sin decir palabra y colocando su mano encima de la de mi sobrina.
—Bueno, entonces los voy a llevar a…
—No, no nos digas… —Me interrumpió ella—. No queremos saber, porque lo interesante de este juego es que no sabremos a dónde nos llevarás, Jaime…
Enseguida sacó de su bolso un par de antifaces, de esos que se usan para dormir, le colocó uno a él y ella hizo como que se colocaba el otro, pero hacía trampa y estaba viendo todo el tiempo. En cambio, el tipo fue muy respetuoso del trato y se dejó conducir a ciegas.
Mi sobrina, además, escribía en papelitos sus instrucciones y me las pasaba. Me dijo a dónde llevarlos y qué haría yo cuando llegáramos. El tipo, se notaba muy nervioso, pero muy emocionado por la expectativa de lo que probablemente sucedería. Yo los veía por el retrovisor, se secreteaban continuamente y las manos de Liza cada vez se volvían más atrevidas. Entonces reconocí al sujeto, era el tipo al que mi sobrina le había estado pidiendo consejo en la sección de frutas y verduras del supermercado. Me quede intrigado, preguntándome si ya lo conocía de antes o se lo había comenzado a ligar en aquella ocasión, frente a mis narices.
Mi ahijada estaba al pendiente de mis reacciones y cuando constataba que la miraba, sus manos se volvían más inquietas, acariciando los muslos del viejo, cada vez más peligrosamente cerca de su entrepierna. En un momento dado, el viejo le pidió que le diera un besito, Liza no se hizo del rogar y no solamente le dio un besito, sino que prácticamente comenzó a devorarle la boca. El tipo se sentía encantado con la caliente muestra de afecto de mi sobrina, que además ya le acariciaba abiertamente la erección por encima del pantalón.
El tipo se puso tan caliente que ya no le importó nada, ni siquiera se acordó de mi presencia. Se abrió la bragueta y se sacó el pene para que Liza lo acariciara directamente mientras seguían besándose.
Me pareció que ninguno se dio cuenta cuando llegamos a nuestro destino y se detuvo la camioneta. Aquel espectáculo me estaba turbando demasiado, era excitante cuando observaba sin ser visto, escondido en el armario; pero esto era muy distinto, era demasiado incómodo hacer mal tercio a unos centímetros de la pareja que en esos momentos avanzaba cada vez más en lo caldeado de sus evoluciones.
El tipo ya estaba prácticamente desnudo, conservando únicamente los calcetines y el antifaz. El físico del tipo no era muy agradable que digamos, pero a mi sobrina parecía excitarle precisamente eso, porque le había dado por comenzar a recorrer su torso con húmedos lengüetazos.
Yo ya no soporté más y quise salir de ahí, intenté abrir la puerta para bajar, pero una mano de mi ahijada me retuvo, sujetándome del brazo. El ruego de su rostro descompuesto por el placer que le propinaban los dedos del sujeto hurgando entre sus piernas, me obligó a permanecer ahí. Parecía que no solamente me quería como fisgón, también solicitaba mi protección, en caso de ser necesaria, o eso me pareció interpretar en su gesto.
Y el viejo ya había logrado hacer a un lado la más íntima de sus prendas y comenzó penetrarla. Me pareció toda una hazaña que pudieran llevar a cabo aquellas evoluciones en un espacio tan reducido.
La mano de mi sobrina no soltaba mi brazo, y el sujeto ya la embestía con furia. Los gemidos de Liza cada vez eran más fuertes, más seguidos y más enjundiosos. Yo había quedado con mi cuerpo cuasi tendido, y mi sobrina, víctima de los estragos de un orgasmo, cabeceaba, moviendo su cabeza en círculos, chicoteando con el cabello, como músico de heavy metal.
Relajada, tras haber experimentado su fuerte orgasmo, su cara fue a quedar justo encima de mi entrepierna, donde comencé a sentir que su boca entraba en acción, por encima de mi pantalón, como si le diera mordiscos a mi pene, excitado, pero flácido por mis limitaciones. Y el tipo la seguía embistiendo, aunque a ratos se detenía, para retardar su eyaculación, supuse yo. Esas pausas hacían que la boca de Liza se esmerara en estimularme cada vez más. Yo sentía la caliente humedad de su saliva en la tela de mi pantalón. Cerré los ojos cuando noté que con sus dientes bajaba el cierre para luego con una destreza inusitada acabar buscando mi gusano, hasta alcanzarlo y comenzar a engullirlo. Mis manos cubrieron mi cara ante aquella sensación.
El tipo había dejado de embestirla, ya no se movía. Supuse que había eyaculado al fin, porque lo sentí dejarse caer en su asiento, resoplando después del esfuerzo. Mientras tanto, mi sobrina engullía, chupaba, mamaba con pasión mi pene y eso me estaba volviendo loco. Hacía esfuerzos descomunales por no venirme ya, quería seguir disfrutando de aquella divina mamada.
Cuando estaba a punto de terminar, se me ocurrió abrir los ojos. Liza se masturbaba salvajemente mientras seguía brindándome el placer que no había sentido en muchos años. Cuando la escuché quejándose, presa de su tembloroso orgasmo, supe que también era demasiado tarde para mí, ya no había vuelta atrás y me dejé arrebatar junto con ella, derramándome enteramente en su boca, lanzando un prolongado gemido, presionando con ambas manos su cabeza en mi entrepierna.
La siguiente visión que tuve de ella, fue en la que limpiaba de la comisura de sus labios algunos residuos de semen que luego hacía entrar en su boca. Cuando notó que la miraba, estalló en risas, un tanto avergonzada.
—Es que me gusta mucho comérmelos… ¡Ja, ja, ja!… Soy una marrana, ¿verdad?
No quise contestarle, simplemente la acompañé en su risa, incrementada cuando escuchamos los ronquidos del anciano que ya dormía a su lado.
—Sabes una cosa, padrino… Sí se te pone un poquito dura cuando estás a punto de venirte.
No pude evitar acomodarle un mechón suelto y pasar mis dedos por su hermoso rostro al escucharla decir eso.
—Hay muchas cosas que sí podemos hacer juntos… En serio, padrino, yo quiero ser tu amante…