Nunca me imagine follar en el aeropuerto
Buenas noches, viendo que mi primer relato fue de su agrado, decidí contarles la segunda parte, es decir, todo lo que sucedió una vez que llegué a Argentina.
Para los que no leyeron el relato anterior (aunque recomiendo que lo hagan) les cuento que me llamo Lola, tengo 20 años, culo formadito, muy buenas tetas. Hago ejercicio regularmente y soy muy blanca. Esto sucedió el año pasado, cuando yo volvía de un viaje a Francia. En aquel entonces tenía una relación abierta con un chico un poco mayor que yo (el 23, yo 19). Él medía 1,80 y algo, flaco, morocho carilindo, entrenaba conmigo. Abdominales bien marcados, de esos que una se queda viendo y babeando. Luego de mi aventura en el avión con los dos desconocidos, que gustosos me pasaron sus números de teléfono para arreglar algún encuentro a futuro, descansé las últimas horas de viaje. Yo llevaba una pollerita negra y una camisa blanca, tacos y el pelo suelto. Habíamos quedado con Matías, mi compañero, para que me pasara a buscar a Ezeiza y de ahí ir a comer algo juntos ya que no nos habíamos visto por unas semanas. Cuando bajé del avión, luego de buscar mis valijas y terminar todos los trámites, partí a su encuentro. Era ya de noche y si bien había menos gente que de día, había movimiento en el aeropuerto. Matías me recibió con un ramo de flores y un fuerte abrazo.
-Te extrañé -le dije mientras hundía mi cara en su cuello-.
-Yo a vos, mi bebé.
Estuvimos un buen rato abrazados en una esquinita. Matías pasaba su mano por mi espalda acariciándola, pero cada vez iba bajando más.
-Qué hermosa te queda esta pollerita -comentó-.
-Deberías ver cómo queda cuando la levantás para cogerme -dije casi sin pensar-.
Todavía tenía esa sensación de morbo de haber garchado arriba del avión con dos desconocidos frente a muchas personas que podrían habernos visto. Quería más. Matías me puso contra la pared y comenzó a besarme intensamente, con su lengua movía la mía y me presionaba contra su cuerpo agarrando por debajo de la pollera mis nalgas.
-Acá no, vamos a otro lugar -le dije cuando sentí cómo su bulto empezaba a crecer en el pantalón-.
-No aguanto hasta el departamento, quiero hacerte mía ahora -me susurró al oído, poniéndome la piel de gallina-.
Él sabía perfectamente lo mucho que me calienta que me hablen así, que me traten como la putita que soy. Lo agarré de la mano y lo llevé al baño de hombres. No me importó el señor que se estaba lavando las manos cuando entramos, apenas cruzamos la puerta empecé a besarlo. Nos metimos en un cubículo junto con mis valijas, y nos besamos mientras con las manos recorríamos el cuerpo del otro. Primero desabrochó mi camisa, botón por botón. Sacó mis grandes tetas, dejándolas al aire fuera del corpiño de encaje negro que llevaba puesto. Me apretó contra la pared, chupando una de mis tetas mientras jugaba con el pezón de la otra. Puso su cara entre medio y me llenó de besos desde la clavícula hasta los hombros. Me mordió los lóbulos de las orejas mientras yo acariciaba su erección por arriba del pantalón. Me sentó en el inodoro, se sacó el pene del pantalón y lo puso frente a mi cara. Yo le di un besito en la punta y pasé la lengua un par de veces antes de meterla entera en mi boca. Él aprovechó ese momento para hundir su verga más profundo en mí, y yo sentía cómo mis ojos se llenaban de lágrimas a medida que me quedaba sin aire. Cuando la sacó respiré fuertemente pero no tuve mucho tiempo antes de que la metiera de nuevo. Empezó a meterla y sacarla y yo gustosa dejaba que me cogiera la boca. Succionaba y acariciaba sus testículos mientras él recorría con sus manos mis muslos desnudos. Hizo que me pare y me dio vuelta, poniéndome de espaldas a él. Levantó mi pollera y corrió mi tanga tipo hilo dental para pasar un dedo por mi vagina. Yo arqueaba la espalda para darle una mejor vista de mi culo, mientras él lo manoseaba todo. Puso su pene mojado con mi saliva entre mis nalgas, y yo lo movía para frotarlo. Él me metió dos dedos en la vagina y con la otra mano empezó a estimular mi clítoris mientras yo agarraba su pija y la pasaba por mi culo. Mientras tanto, él me daba besos en el cuello y yo me retorcía de placer.
-Por favor papi, haceme tuya -le dije gimiendo-. Quiero ser tu putita.
Con sólo eso bastó para que él me abra más de piernas e introduzca su pene adentro. La metió lentamente, de la punta a la base. Al principio era lento pero decidido, y de a poco empezó a aumentar la velocidad. Ahora tenía una de sus manos agarrándome del cuello mientras que con la otra me tiraba del pelo. Comencé a moverme más rápido para guiar el ritmo de las penetraciones. Estábamos muuy calientes. No paraba de cogerme. Matías me hablaba al oído.
-Me encanta que seas mi puta, te voy a llenar de leche -me decía mientras me clavaba la verga-.
-Por favor, dame todo tu semen papi, me quiero tomar toda la lechita. Mmm sí, por favor, no pares, me gusta así, ahhh, más rápido -gemía yo-.
Me agarró de la cadera y empezó a moverme de arriba a abajo. Yo mientras frotaba mi clítoris. El ritmo y la intensidad de las penetraciones iba variando pero nunca paraba, me cogía muy bien. Pasaba su lengua por mi cuello volviéndome loca. Estuvimos varios minutos así, yendo muy rápido, metiéndome toda la verga adentro y haciéndome sentir como una perra.
-Me voy a venir -empezó a decirme-.
-Correte adentro mío, llename toda, quiero sentir cómo me chorrea tu semen.
Sentía que estaba por explotar, mis tetas rebotaban a más no poder y ya veía venir mi inminente orgasmo. Matías estalló adentro mío, llenándome de ese líquido que tanto me gusta. Yo tardé apenas unos segundos más antes de arquear mi espalda y sentir las contracciones de ese delicioso orgasmo.
-Ay Lolita, me vas a tener que limpiar esto -me dijo señalando su pene mojado-.
Yo, todavía disfrutando la sensación del orgasmo, me arrodillé frente a él y volví a chuparle la pija. Le limpié gustosa hasta la última gota de semen, e incluso saboree el que brotaba de mi propia vagina.
Matías se sentó en el inodoro y me agarró del culo sentándome arriba suyo, al frente. Se dedicó exclusivamente a jugar con mis tetas mientras yo frotaba mi clítoris con la punta de su pija y le tiraba suavemente del pelo. Con el sólo hecho de frotarnos tuve otro orgasmo, esta vez más ligero pero igual muy placentero. Cuando ya no dábamos más, me ayudó a acomodarme la ropa y limpiarme las piernas antes de salir del baño que por suerte en ese momento estaba vacío (tampoco nos importó mucho). Salimos del aeropuerto, de buen humor, y fuimos a comer algo. La verdad es que con una bienvenida así, quién no querría viajar seguido, ¿no?