Para tener un hijo, dejó que se follen a mi mujer

Aún no me podía creer que me lo hubiera pedido. Antes de aquella ocasión todo eso hubiera sido inconcebible, a pesar de lo mucho que te deseaba, de las muchas veces que te imaginé desnuda, y de tantas formas posibles como un hombre podría imaginarse a una mujer tan hermosa como tú.

Su petición era razonable: querían tener un hijo y no podían lograrlo, necesitaban a alguien de confianza, alguien a quien amaran y que él los amara. La respuesta a la pregunta era lógica y había apuntado a mí.

Llegué a su casa a la hora acordada, nervioso, pues no sabía como funcionaría todo, Jorge estaba ahí, a un lado de ti. Traté de no mirarte mucho, a pesar de lucir tan hermosa: enfundada en aquel vestido floreado con el que tantas veces te había pensado. Te saludé con un casto beso en la mejilla. Era evidente que todos estábamos nerviosos, supongo que era algo natural ¿Cómo podríamos no estarlo?

– Bueno primo, gracias por venir, yo los voy a dejar solos, tengo cosas que hacer en la oficina. Quedas en tu casa – me dijo mi primo, antes de tomar su mochila y salir, no sin antes girarse y mirarme por última vez antes de irse – nuevamente: gracias; sabemos que es un gran favor – no supe qué decir, pero no tuve tiempo de pensarlo pues Jorge se marchó.

Al estar solos, nuestras miradas se encontraron. El nerviosismo que imperaba en nuestra inusual situación, nos hizo quedarnos quietos, observando al otro y sin saber qué decir o hacer.

– ¿Te ofrezco un vaso de agua?

– Sí, por favor.

Me quedé parado mientras me dabas la espalda y caminabas a la cocina, miré tu trasero tan respingado, pensando que en poco tiempo lo vería desnudo, frente a mí. Regresaste y mi vista se fijó en tu escote, mirando la sensual forma en que la línea entre tus senos se mostraba con un poco de descaro. Levantaste las cejas al ver en donde se posaba mi mirada. Nuestros ojos se encontraron y sonreímos. Dejé el vaso de agua en la mesa, sin haber bebido de él. No podía más, la tensión era demasiada.

Te tomé por la cintura y te besé. Rodeaste mi cuello con tus brazos y metiste tu lengua en mi boca. Te tomé del culo y te cargué, llevándote así a la cama, la misma que compartías con mi primo. Nos dejamos caer sin dejar de besarnos, abrazaste mi cintura con tus piernas mientras mis manos apretaban tus senos, los mismos que tantas veces había deseado.

Me levanté y me quité la camisa. Te sacaste el vestido dejando a mi vista un hermoso conjunto de lencería negra. Intentaste quitártelo, pero te lo impedí.

– Aún no.

Quedé completamente desnudo y me abalancé sobre ti, besando tu cuello recorriendo nuevamente tu cuerpo con mis manos, mientras tus dedos bajaban por mi espalda, recorrían mi cadera y luego se apoderaban de mi miembro. Un gemido escapó de mi boca cuando lo tomaste. Nos miramos de nuevo, el deseo refulgía en tu mirada, a la vez que mi glande tocaba tu entrada.

Empujé con suavidad. Abriste la boca y un gemido resonó a través de ella. Comencé a cogerte. Me abrazaste con ansiedad, tratando de que nuestros cuerpos estuvieran más juntos, mientras mi pene se deslizaba en tu interior, abriendo tus labios que lo besaban con cariño. El ritmo se fue de mi control y te cogía con desesperación. Al fin mi sueño se cumplía, al fin te hacía mía.

Me abrazaste del cuello, me llevaste a tus labios y nos besamos. Movías tus caderas con ansiedad, gimiendo con fuerza; mientras bajaba mi boca a tus senos, los besaba y los mordía; pasando mi lengua por tus pezones, escuchando el sonido tan sensual de tus gemidos; hasta estallar en tu interior al mismo tiempo que gritabas y tu cuerpo de contorsionaba, sintiendo el clímax del placer entre tus piernas. Nos besamos por un largo rato sin que me permitieras salir de tu cuerpo, sabiendo que aquello era solamente el inicio de una larga y muy excitante tarde.