Por que definitivamente los cuñados son los de antes

“Seguramente existen muchas razones para los divorcios pero la principal es y será la boda.”

Lewis, Jerry (W. 1926). Actor estadounidense.

Un cuñado de los de antes.

Severino Garmendia, desde hacía muchísimos años que jugaba a las quinielas, pero tal y como soñaba años apostaba meros.

Con el tiempo comprendió que el apostar más no significaba acertar. Éste acabó apostando sólo dos columnas semanales y siempre con los mismos signos (jugase quién jugase).

Él siempre se decía que “si sale con barba, San Antón”. Severino ya llevaba años viviendo solo, su madre había muerto cuando él tenía 25 años. Ella, que desde siempre le había repetido que “todas las mujeres eran unas malas putas”. Fue por eso que no llegó a casarse. Su madre siempre tenía razón. Siempre.

Para poder tocar algún culo, este recurría a unas señoras de estas pecadoras, que estaban en un caserío en pleno campo y allí se pasaba algunas horas hablando con ellas y de cuando en cuando entraba a alguna habitación de éstas, para poder acariciarlas, besarlas y montarlas. De esta manera, no se equivocaba, en lo que le decía su madre. Pero deberíamos cada vez más con conocer a una mujer que no fuese de éstas que le decía su progenitora y que fuese de las otras, de las buenas.

Severiano por estas fechas tenía 58 años, y ya se daba cuenta que se le hacía tarde, que como se decía, “se le pasaba el arroz”.

Fue un Lunes cuando entró en el bar de siempre, que los clientes que allí había hablaban y hablaban de que por allí cerca había un acertante único de la quiniela, pero Severiano no le dio la mínima importancia.

Hacía tantos años que jugaba y nunca le tocó nada, que vete a saber quién debía ser el agraciado.

Él normalmente miraba sus apuestas cuando iba a apostar para la próxima jornada.

Cuando llegó a la administración y la comprobó, se dio cuenta que él era el acertante y con una cantidad que mareaba.

Sin decir palabra rellenó la de la próxima semana y se fue. Con su Land Rover que tenía tantos años como él. Se fue hasta la casona donde estaban, aquellas mujeres pecadoras e hizo lo que nunca había hecho, después de tirarse a una, se tiró a otra, y a otra. Aquella noticia le había puesto con ganas, muchas ganas.

Al día siguiente se fue al banco donde tenía la cuenta y al director le dijo que si aquello trascendía retiraría su cuenta y se la llevaría a otra entidad. El director palideció. Dos semanas después se acercó a una agencia matrimonial para ver si le podían recomendar alguna señora de las buenas, no de las que les decía su madre. Después de visionar los ficheros, la señora que le atendió le enseñó una foto de una persona que buscaba marido pero no de los modernos, de los de confianza.

En la foto, aquella dama se la veía muy bonita, con redondeces pronunciadas, de 50 años, y viuda desde hace 10. Sin hijos pero sí con una hermana con 15 años menos y otra más joven también preciosa.

Severino le preguntó a la dama de la agencia si ambas iban en el lote. Ella no supo que contestarle.

Se había dado cuenta de que ese hombre era de los de antes, algo tosco, pero claro en sus apreciaciones.

Sólo unos días después y en la misma agencia se efectuaron las presentaciones. Aquella mujer de la fotografía se llamaba Catalina, y tenía 50 años, muy bien llevados.

A Severino le gustó mucho, muchísimo. Esta no era como las que le decía su madre. Se le notaba. Como mujer de pueblo de la sierra era franca, clara y de muy buen ver.

Para Catalina aquél hombre era lo que siempre había soñado. Robusto, sincero y con carácter, de los que decían aquello de “al pan pan y al vino vino”.

Como los dos se gustaron, allí mismo acordaron un próximo casamiento. Catalina al Severino le dijo que tenía 2 hermanas, una de 35 años y la otra de 32, y que si quería vendrían con ella, que siempre habían estado juntas y que también querían marcharse del pueblo.

Como ahora Severino tenía una cuenta más que saneada le dijo que sí, que en su casa cabían todas. Además, que Severiano, nunca tuvo demasiada familia y para él sería un gozo el aumentarla y más con aquellas mujeres tan bonitas.

Cuando una semana después las conoció personalmente, quedó prendado de ellas. Todas, todas tenían lo que a él le gustaba de las señoras, abundancias delanteras y traseras y además bien pronunciadas.

Severiano se casó con Catalina. Con las otras dos también lo habría hecho, pero el cura le dijo que aquello no podría ser. Tuvo que aguantarse. Pero eso sí, a todas se las llevó a su casa. Sitio y dinero tenía más que suficiente.

Una vez instaladas, aquellas damas le pusieron la casa patas arriba. Ellas mismas la pintaron concienzudamente bien. Cuando terminaron no parecía la misma.

Severino cada vez más, estaba entusiasmado como un jovencito. Como por dentro de casa llevaban unos cortos pantaloncitos, el Severiano no podía creerse que aquello estuviera en su casa. De haber levantado la cabeza su difunta madre seguro que hubiese estado contenta, muy contenta.

La primera noche de la boda que todos pasaron en la casa, Catalina desvelaría a este que lo armó como sólo lo saben hacer las mujeres de bien, de las buenas, de las de antes, de las maduras.

Aquella noche a la cama del Severiano se la oyó hasta la madrugada. Las dos hermanas de Catalina siguieron la incansable cabalgada que Severino le dio a ésta. Hasta sus habitaciones llegaban el ruido de los trotes, palmadas en el culo y los gritos de placer que soltaba.

En los orgasmos del Severino, este gruñía como un jabalí. Las hermanas de Catalina no entendían como aquél cuñado tenía tanto aguante.

En sus subconscientes se les despertaron los oscuros deseos de ser poseídas por aquél hombre tan potente e infatigable.

Con las tres mujeres bajo el mismo techo la vida de Severino se convirtió en un remanso de paz, de placeres e ilusiones.

Éste, para compensarles, de sus entregas para con él, cada poco tiempo a todas les hacía algún regalo, fuese por sus aromáticas, cumpleaños o el Santo del pueblo, con ellas era más que generoso. Llegó un momento en que ya no sabía a quién quería más de las tres. Para aquellas hermanas este convirtiéndose en algo más que un cuñado, o esposo. Mucho más.

Como aquellas hermanas siempre estuvieron bien avenidas y casi formaban un solo cuerpo, la más joven de las tres dejó caer la perla de su vida como si tal cosa.

A la mayor, en medio de una opípara comida con mucho champagne y pon el medio, se le ocurrió decirle que no era justo que el Severino sólo se la tirarse a ella. ¿Por qué no compartirlo las tres? Si siempre hemos estado juntas y bien avenidas, sin discutir por nada, podríamos compartirlo y así todas tendríamos marido. No nos sería necesario buscar a otros hombres que nos separasen. ¿No creéis que sería una buena idea?

A Catalina le pareció buena idea, así no tendría que estar todas las noches dale que te dale con la tranca de este entre las piernas. Un descanso a su chocho también se le iría bien. A la hermana mediana también le pareció una idea brillante. Y a la pequeña de la tres le entusiasmó. Ésta ya estaba hasta el cogote de masturbarse oyendo como el Severino se cepillaba a su hermana mayor a cualquier hora de la noche o la madrugada.

Algo a tener en cuenta en esta relación era que cuando una de las tres tenía la menstruación, entonces las otras dos, estarían más atendidas, y así mucho más felices. Incluso al Severino le pareció una buena idea. No era equitativo que su priapo entrase siempre en el mismo chocho, y las demás se quedasen en ayunas.

Puestos todos de acuerdo, se decidió empezar aquella rotación amorosa la noche de San Juan, que era sólo dos noches después.

Para darle más emoción a aquella formidable genialidad se decidió por unanimidad que en cuando en la calle explotarse el primer cohete, que fuese la menor de las tres hermanas quién se fuese a la habitación de su cuñado para celebrar aquél santo tan verenado.

Las otras dos hermanas, mientras se liaban a tirar cohetes desde el balcón de la casa, como si fueran dos niñas traviesas. La misteriosa luz de las hogueras, alumbraba tan extraordinariamente aquella noche como si aquél santo tuviese que aparecer milagrosamente. Junto al Severino la menor de las hermanas que la había recibido por delante la visita de si priapo, gozosa le ofreció su culo para que le hiciese lo que quisiese.

FINE