Puta por accidente, zorra por placer ¡Me encanta!
MÁS PUTA POR ACCIDENTE.
Estaba muy contenta en aquel evento. Era la boda de mi cuñada, la hermana de mi novio. Ella y yo habíamos hecho muy buenas migas, al grado que me había pedido que la acompañara como dama de honor, al lado de sus mejores amigas.
Era un poco más de mediodía y estábamos en una ex-hacienda acondicionada para hacer eventos. El lugar era precioso y tenía amplios jardines. La sesión de fotos estaba resultando muy divertida. Además de los novios y las damas, había algunos familiares cercanos, unos participaban y otros nada más miraban. Después de la sesión iríamos al templo para la ceremonia religiosa, luego volveríamos al mismo lugar, pero para disfrutar de la fiesta. Media hora después, mi participación en la sesión había concluido y ahora solamente los novios participaban en ella.
Una mesa estaba dispuesta con bocadillos y bebidas por si alguien gustaba un tentempié. Por supuesto que me acerqué, necesitaba hidratarme urgentemente. Y de paso, no pude evitar la tentación de picotear algo de fruta.
En esas estaba cuando sentí que alguien se acercaba a mi lado. Era el señor que aparentemente se encargaba del lugar, no era el dueño, pero ahí trabajaba. Me daba la impresión de ser bastante cercano a la familia de mi novio, por la forma tan familiar con que se trataban. Era un hombre de edad avanzada, muy serio, que por alguna razón me intimidaba. No habíamos cruzado palabra, pero la forma en que me miraba a través de sus lentes, me ponía nerviosa, pues desde que llegamos no me había quitado la vista de encima.
—Así que te llamas Úrsula, ¿eh? —Esa voz chillona resultó un golpe a la memoria que me hacía recobrar de pronto unos recuerdos que había sepultado en un recóndito hueco de mi mente.
—Sí, ese es mi nombre, ¿por?… —Contesté, nerviosa; rogando al cielo que solamente se tratara de una coincidencia.
—Por nada… Supongo entonces que eso de “Orsi”, es nada más tu “nombre artístico”…
No había lugar a dudas, se trataba del mismo desgraciado que me había desviado la nariz de un puñetazo en aquella fiesta que había organizado don Aurelio, ya hacía algún tiempo.
—Aunque eso que haces no sé si podría considerarse muy artístico… Los luchadores dicen que el suyo es su “nombre de batalla”, supongo que para el caso es más adecuado el término… Aunque para nombre de batalla, “Orsi” se me antoja algo desabrido, deberías de darle algo más de fuerza con el uso de un adjetivo; tal vez, “Orsi, la mamadora”; así ya suena mucho mejor…
Sentía que todo mi mundo se venía abajo. Justo cuando en mi vida me sentía más plena y feliz, este tipo se me aparecía justamente en la boda de mi cuñada y sus palabras me decían que no venía en son de paz.
—Mi vieja me dice que cambio mucho ya rasurado, y tiene razón, porque no me reconociste… Yo no quería rasurarme, pero querían que me viera más presentable y pues tuve que darles gusto para verme a tono en la boda de mi nieta…
—¡Entonces?
—Así es, chiquita; tu novio es mi nieto… Pero que pequeño es el mundo, ¿verdad? ¡Gracias, Dios mío!; voy a disfrutar mucho esto y lo mejor de todo es que me va a salir gratis…
Se retiró sonriendo de manera burlesca, yo sabía que algo se traía entre manos, su expresión irradiaba una gran alegría, era como si se hubiera sacado la lotería. Rato después se me acercó y me entregó disimuladamente una servilleta con un mensaje escrito: “Espérame en el baño de la planta alta, en el salón de fiestas, y te quiero ver con los calzones en la mano”.
No hacían falta explicaciones, sabía perfectamente de qué se trataba aquello. Era un chantaje, él esperaba recibir favores sexuales de mi parte a cambio de su silencio. Podía optar por librarme de aquello, pero sabía que eso implicaba tirar por la borda todo lo que en ese momento me colmaba de felicidad, y de paso, amargarle la vida a más de uno.
No tuve que pensarlo mucho y a paso tembloroso comencé a subir los escalones que me llevarían a la planta alta de aquel gran salón. Se suponía que el acceso a esa zona estaría restringido, pues a veces se celebraban eventos simultáneos, aunque hoy no era el caso. Llegué hasta los baños, los de las mujeres estaban cerrados, pero me encontré abiertos los de los hombres. Entré, y como me lo pedía la nota, lo primero que hice fue quitarme las pantaletas. Me senté en el espacio que había entre dos de los lavabos y no tuve que esperar mucho tiempo para verlo aparecer con la verga en la mano, masturbándose con lentitud.
No hubo palabras, se acercó hasta mí y moviendo la cabeza me incitó a que me alzara la falda y abriera las piernas. Se relamió al mirar mi entrepierna expuesta y tal como lo recordaba, con esa misma falta de delicadeza, colocó la punta de su verga en mi vulva y agarrándome de las nalgas, de un solo golpe me la metió hasta el fondo, haciéndome daño en el proceso, pues no estaba ni cerca de sentirme excitada. Eso a él no le importaba en lo más mínimo y empezó a bombear con mucha rapidez.
Un par de minutos fueron suficientes y empecé a sentir cómo eyaculaba copiosamente, al tiempo que lo escuchaba resoplar, en una extraña mezcla entre suspiro y bufido. Siguió bombeando un poco más, esta vez me resultó menos desagradable, ya que su semen servía de lubricante, además de que su miembro fue perdiendo rigidez. Se recargó contra una pared tratando de recuperar la respiración. Yo me recomponía el vestido y me disponía a marcharme cuando lo escuché.
—¿A dónde crees que vas?… Me dejaste hecho un desastre, lo tienes que arreglar —Me dijo señalando su entrepierna.
Me disponía a tomar algo de papel para asearlo, pero él tenía otra cosa en mente.
—No, no, no… No me vengas con pendejadas… Tienes que hacerlo con tu boquita.
Lo miré incrédula y me quedé quieta. Él me tomó de la cabeza y me obligó a inclinarme. No me había vuelto a llevar una verga a la boca desde aquella fiesta y era precisamente la misma que tenía frente a mi rostro la última verga que había tenido en mi boca.
Estando ahí, respirando aquel aroma que me llevó a enviciarme con la verga de don Aurelio, sentí de pronto ese mismo click, que me hizo retomar mi adicción. Y me la llevé a la boca y la lamí, la besé, la chupé. Yo cerraba los ojos, imaginando que ese pene era el de don Aurelio y no el del tipo que tenía enfrente, eso me ayudaba a hacer ese sacrificio más llevadero. Aún y cuando la verga seguía permaneciendo flácida, la estuve disfrutando, me dediqué a limpiarla a conciencia, higienizando cada rincón, incluyendo sus huevos, su pubis, sus ingles y de nuevo su verga, que me la metía entera en la boca y la succionaba con muchas ganas.
Él, de pronto me sostuvo la cabeza con ambas manos, con su verga completamente insertada en mi boca. Eso rompió el hechizo y la imagen de don Aurelio se esfumó de mi mente. Volví a la tierra, me asusté, sabía que este viejo estaba muy lejos de una nueva eyaculación. Así que traté de prepararme para lo que temía, para no acabar medio ahogada como la vez anterior. Sin embargo, como último recurso, intenté apoyar mis manos en sus muslos para tratar de liberarme, pero no lo conseguí.
—Más vale que te quedes quieta, no querrás ensuciar ese lindo vestidito… Recuerda que debes estar presentable en la iglesia en un rato más, de ti depende si quieres llegar limpia.
Él tenía razón, así que me quedé quieta. Comenzó a orinar en mi boca y yo hacía todo lo posible por no tomarle sabor a ese líquido cálido y desagradable, al tiempo que intentaba beberlo al ritmo que estaba siendo depositado en mi boca, para no derramar gota alguna que arruinara mi vestido. Al principio no pude evitar un par de arcadas, pero finalmente logré controlarlas y llevar aquel degradante acto hasta su culminación. Acabé tosiendo, ya que no pude evitar que algo de aquello se fuera por el camino equivocado. Al final no pude evitar que algo salpicara mi vestido, pero al revisar me di cuenta que no era muy evidente.
—Vaya, veo que ya vas aprendiendo a hacer las cosas que me gustan… Aunque noto que no le has agarrado gusto todavía, pero eso me vale madre, siempre y cuando las hagas.
Él se marchó, dejándome a solas en el baño. Aproveché para rabiar un poco y soltar el llanto, lo necesitaba después de la humillación que acababa de sufrir. Luego aproveché para retocarme el maquillaje que se me había corrido, tuve que repetir la acción, hasta que pude calmarme lo suficiente como para no volver a arruinarlo con el llanto. Cuando volví con los demás ya se preparaban para irse al templo. Más de alguna me notó rara y preguntó la razón, yo les decía que las bodas siempre me conmovían.
Durante la ceremonia religiosa, el viejo me miraba con insistencia. Yo no podía evitar lanzarle miradas de pocos amigos, pero el anciano me sonreía, haciéndose el simpático, sabedor de que me tenía en sus manos. Tenía una cara de satisfacción que no podía con ella, pues finalmente, luego de un tiempo había logrado culminar aquello que había dejado a medio hacer y no sólo eso, sino que tenía la sartén por el mango para repetir cuando se le viniera en gana.
Al menos el primer trago amargo (y vaya que lo fue), yo ya lo había superado, por lo que en medida de mis posibilidades me dediqué a disfrutar de la fiesta. Mi novio y yo estábamos algo distanciados, él conviviendo con amigos y parientes hombres, todos de su rango de edad e incluso más jóvenes; se me antojaba un círculo demasiado verde para mí. Yo, por mi cuenta, hacía lo propio, departiendo con las mujeres. Antes de ese momento no había tomado conciencia de que los cuatro años de diferencia entre nosotros eran determinantes, él tendía a juntarse con personas más jóvenes, mientras que yo tenía la tendencia opuesta.
De regreso en la ex hacienda, todo era una locura. Yo, en realidad, solamente conocía a mi novio y a mi cuñada, todos los demás me resultaban extraños, incluidos mis suegros. El incidente con el abuelo me había perturbado y ya no podía departir con las demás chicas como al principio, simplemente no podía fingir que las cosas estaban bien. No lo estaban para nada y esa era la realidad. Hubo un momento en que me sentí fuera de lugar y opté por curiosear por los alrededores, haciendo tiempo en lo que se hacía hora de comer. No pude alejarme mucho, pues alguien a quien no quería ver me interceptó.
—Debajo de la plataforma de los músicos, del lado derecho hay una puerta; quiero que me esperes ahí para pasar un buen rato.
Yo había dado por sentado que el abuelo de mi novio me dejaría tranquila el resto del día, pero estaba muy equivocada. El grupo musical había comenzado a tocar apenas unos minutos antes. La plataforma donde se encontraban subidos era fija y estaba hecha de concreto, era un cuarto con una pequeña puerta de metal. Disimuladamente me fui acercando, las escaleras y la rampa de la plataforma ocultaban el acceso, por lo que resultaba bastante discreto. La puerta estaba entreabierta, como si alguien la hubiera dejado así a propósito. Entré, estaba muy oscuro y olía mucho a humedad. Encendí la luz y pude ver que se trataba de una especie de bodega donde guardaban herramientas y algunos tiliches varios. Empezaba a curiosear cuando escuché que la puerta se cerraba. Él había llegado y estaba asegurando la puerta por dentro.
—El grupo va a tocar tres canciones que les pedí especialmente… Desde aquella vez he soñado con bailarlas contigo como las bailaste con aquellos cabrones suertudos… Ese día a mí nada más me tocó mirar, pero ahora me voy a desquitar, y con creces, ya verás…
En cuanto se escucharon las primeras notas de “Luces de Nueva York” se acercó a mí, me tomó por la cintura y pegó su cuerpo al mío, cuidando que su erección empatara perfectamente con mi pubis, donde comenzó a restregármela mientras se movía cadenciosamente. Sus manos se deslizaban hacia abajo, recreándose en mis nalgas e intentando hurgar entre ellas con sus dedos huesudos.
—Pero no te quedes tan tiesa, piruja; compórtate como si te estuviera pagando, ¿qué clase de puta eres si vas a dejar que tu cliente lo haga todo? Mueve estas nalguitas tan ricas que tienes y bésame como si estuvieras enamorada de mí.
Hice de tripas corazón y comencé a hacer como que me estaba gustando aquello, bailaba frotando mi cuerpo contra el suyo y continuamente lo besaba en la boca, poniéndole a esos besos toda la enjundia que era capaz de fingir. Sus manos mientras tanto se recreaban en toda mi anatomía, hurgando especialmente entre mis nalgas y buscando con ansias mis pechos, que al final de la primera canción ya los sentía muy maltrechos con tanto apretón.
—¡En la madre! Me pusiste demasiado caliente, no voy a poder aguantar las tres canciones… —Me dijo cuando comenzaba a escucharse la segunda canción—. Levántate las enaguas que te voy a coger ya.
Alcé la falda del vestido para mostrarle mi entrepierna al descubierto, él rápidamente se sacó el pene e intentó penetrarme, así, de pie. Pero le fue imposible. Tuve que intervenir y hacer que se sentara en un mueble desvencijado y entonces me monté sobre él. No era que ansiara que me la metiera, pero quería apresurar las cosas para que aquello terminara lo más pronto posible.
—Así me gusta, suripanta… Que muestres iniciativa, eso es señal de que te gusta tu trabajo… ¡Ahhh!…
Me ensarté de un solo golpe y comencé a cabalgarlo como si llevara días deseándolo. Antes de que terminara la canción lo sentí derramándose en mi interior. Yo seguí moviéndome como si no lo hubiera notado, en aras de prolongar lo más posible el coito o tal vez buscando mi propio orgasmo, cosa imposible, pues estaba segura de no alcanzarlo aunque me la pasara horas ensartada en el pene de ese viejo detestable que me empezaba a pedir paz.
Antes de que su pene perdiera toda rigidez me lo metí en la boca y lo estuve mamando un rato, solamente para limpiarlo un poco. Eso sí, me di a la fuga antes de que tuviera la ocurrencia de volverse a orinar en mi boca. El abuelo de mi novio había quedado tan agotado que no tuvo fuerzas ni para protestar, ni para exigirme que me quedara hasta que terminara la última canción.
De ahí me fui directo al baño para inspeccionarme y tratar de limpiar las evidencias de aquella incursión. Rato después, me reincorporaba a la fiesta. Ya era el momento en que servían la comida, ¿o era cena? En fin, era muy tarde para la primera y muy temprano para la segunda. Total, que transcurrió la comida con normalidad y al final de la misma, vino todo el relajo propio de las bodas. Las otras damas me arrastraron con ellas para bailar “la víbora de la mar”, y al final de la misma, me obligaron a quedarme para intentar capturar el ramo que iba a aventar la novia; yo no lo busqué, pero mientras otras muchachas se mataban por atraparlo, el ramo vino a caer de rebote en mis manos.
Yo no salía de mi asombro, con el ramo quemándome las manos, crucé mi mirada con el abuelo de mi novio que con una enorme sonrisa me miraba levantando el pulgar, regodeándose, como diciéndome: “Felicidades, nietecita; vamos a seguir cogiendo toda la vida”.
Por otro lado, no sabía si la expresión de mi novio era de gusto o de pavor, se veía por demás nervioso y todos sus amigos y parientes con los que departía comenzaron a hacer bromas a sus costillas. Lo que me preocupó fue que él comenzó a tomar demasiado, cosa que no solía hacer.
El resto de la fiesta y el baile transcurrieron con normalidad. O casi, porque ya cuando quedaba poca gente y cuando los músicos estaban prácticamente despidiéndose, la cantante dijo que tenía un aviso importante.
—Su atención, por favor; se requiere la presencia de la señorita Úrsula Carrero en el centro de la pista.
Yo, que en esos momentos estaba bailando con uno de los parientes de mi novio, de pronto me vi enteramente sola en medio de la pista. Las luces se apagaron y solamente la luz de un reflector me iluminó a mí, convirtiéndome en el centro de atención. Luego vino mi novio y empecé a temer lo peor, que efectivamente sucedió cuando lo vi agacharse para apoyarse en una rodilla, la postura le costaba trabajo, ya que no estaba muy sobrio que digamos. Constantemente tenía que apoyar una de sus manos en el suelo para no caerse. Como pudo, me extendió un anillo improvisado que había hecho con el tallo de alguna planta.
—Úrsula, mi amor… ¿Quieres ser mi esposa?
Yo no hallaba dónde meterme, mi rostro estaba de mil colores y mil cosas más pasaban por mi mente. Por supuesto que lo amaba, pero sabía que me hacía la propuesta simplemente porque yo había atrapado el ramo y que ahora se atrevía a pedirme matrimonio envalentonado por el alcohol y tal vez también animado por sus amigos que andaban igual o peor de ebrios que él. Sentía, además, toda la presión de su familia encima de mí, observando el espectáculo, expectantes. Al ver que me tardaba en contestar, el colmo del asunto fue la expresión de suplica en el rostro de mi novio, además de esos grandes ojos tornándose vidriosos, al borde del llanto; más conmovida que convencida, acabé por aceptar.
El lugar estalló en júbilo mientras sellábamos el compromiso con un beso y hasta el grupo tocó una diana para celebrar el acontecimiento; además, nos dedicaron una canción, “Novia mía”, que ambos estuvimos bailando solos en la pista.
La celebración se dio por terminada y todos los que quedaban se dieron su tiempo para acercarse a felicitarnos por el reciente compromiso. Por supuesto que el abuelo no perdió el tiempo y también se acercó a felicitarnos.
—Ahora sí, no sabes lo contento que me pone el saber que vas a ser mi nieta con todas las de la ley —. Me decía al oído mientras restregaba su erección contra mi pierna—. Te voy a querer mucho, mucho… Te espero en el mismo baño donde nos vimos la primera vez, esto lo tenemos que celebrar…
Con el lugar casi vacío y con mi novio entretenido en ingerir más alcohol, me encaminé al lugar acordado. Las piernas me temblaban y no precisamente porque estuviera emocionada, lo estaba, pero de una forma totalmente negativa. Este maldito viejo me tenía en sus garras, ahora peor que nunca. No es lo mismo que te digan “tu novia es una puta”, a que te digan, “tu esposa y madre de tus hijos es una puta”…
El viejo ya desesperaba cuando me vio entrar al baño, presuroso me tomó del brazo y me jalo al interior para nuevamente sentarme en los lavabos y en menos de lo que canta un gallo lo sentí hundirse entre mis piernas por tercera vez en el día. Esta vez fue la menos placentera de las tres, el resquemor era mayor por la carga simbólica, que era diferente. A él, esto parecía excitarlo más, lo noté más enjundioso que las veces anteriores. En un momento dado, me sacó la verga, me jaló para que me bajara de los lavabos y me hizo arrodillar para que se la mamara.
—Sabes, clarito me acuerdo cómo te tragaste los mecos de aquellos tres güeyes, y de cómo te bebiste mis “miados”… Desde entonces he fantaseado con verte tragando otras cosas…
Escuché cómo carraspeaba, yo estaba demasiado entretenida en mamarle la verga como para prestarle atención a sus otras intenciones. De pronto, me sacó la verga de la boca y luego amagaba con que me la volvía a meter y con que no, desesperándome; yo mantenía la boca abierta, a la espera de que me devolviera mi golosina.
Y entonces sentí su escupitajo caer directamente en mi boca abierta, me agarró completamente por sorpresa, sin darme tiempo a reaccionar, su gargajo fue a parar directamente hasta mi estómago.
—Así se hace, marranita… Veo que no me equivoqué, así que prepárate porque todavía hay muchos de esos para cuando gustes, je, je, je…
Me volvió a meter la verga en la boca y se la seguí mamando algunos minutos más. Repitió nuevamente lo del gargajo. Yo deseaba que esto terminara ya, pero me parecía increíble que esta vez estuviera aguantando tanto, las veces anteriores se había venido bastante rápido.
—Ya estuvo bueno de mamadera, piruja; estoy a punto de venirme, así que vamos a coger como Dios manda…
Me puse de pie y me hizo darle la espalda, recargando mis manos en los lavabos y mirando de frente al espejo. Con las piernas abiertas lo sentí penetrarme la vagina desde atrás, en esa posición se veían nuestros rostros reflejados en el espejo. Él dejó mis pechos al aire con un fuerte tirón que le dio al vestido. Comenzó a embestirme con furia mientras me apretujaba las chiches y me chupeteaba el cuello. Luego me obligaba a girar la cabeza para que lo besara. Afortunadamente no duró mucho aquel tormento y en pocos minutos lo sentí eyaculando en mis adentros. El anciano empujaba con todas sus fuerzas, acompañando con una embestida cada chorro de semen que descargaba en mis adentros, como si haciendo eso lograra que su esperma llegara a mayor profundidad. Yo no estaba disfrutando para nada, pero sentir la calidez de su descarga me daba algo de sosiego al saber que finalmente había terminado la tortura. Pero él siguió embistiendo, tratando de alargar su erección más allá de lo posible, hasta que finalmente salió su miembro completamente flácido y agotado por la exigencia a la que había sido sometido durante toda la jornada. Se apartó de mí y me hizo una seña para que le limpiara el pene con la boca.
—Muy bien hecho, Orsi… Estás siendo una nietecita muy buena, vas a ser mi consentida, no lo dudes. Te voy a disfrutar mucho más que mi nieto… Será como una luna de miel muy larga… En una de esas y hasta voy a acabar siendo el papá de mis bisnietos, ja, ja, ja…
Escucharlo decir estas palabras provocó que los lagrimones comenzaran a escurrir por mis mejillas.
—Anda, arréglate, que ya es tiempo de volver, no sea que vayan a pensar mal de nosotros. ¡Ni lo mande Dios! ¡Je, je, je!… Bueno, putilla; yo me adelanto, tú llegas después…
Al verme libre al fin, me dirigí a uno de los compartimientos para orinar. Ya estaba sentada y dispuesta a hacerlo, pero estaba tan tensa de mis partes bajas que el único líquido que expulsaba mi cuerpo eran las lágrimas que seguían surgiendo de mis ojos. Iba a comenzar a aderezarlas con algunos lamentos por mi reciente situación, pero antes de ello, se abrió la puerta. Lamenté no haberla asegurado, cuando vi a ese anciano despreciable sonriendo burlonamente.
—¿Podría darme algo de privacidad para orinar? —Reclamé.
—No, chiquita… Me temo que cuando estemos juntos, cualquier cosa que entre o salga de entre tus piernas es asunto mío…
—¿Quiere verme orinar?
—No sólo eso, vengo a acompañarte… Llevo buen rato aguantándome. —Se acercó con el pito en la mano, apuntando con él hacia el lugar al que pretendía dirigir el chorro—. Vamos, abre bien tus piernitas y hazme espacio para hacerlo juntos…
Alcé mi falda, dejando mi intimidad al descubierto y me deslicé lo más que pude hacía atrás para hacerle espacio. Yo sabía que su puntería no iba a ser tan certera y que de menos, saldría salpicada.
—No te preocupes si no le atino; no será ni la primera, ni la última vez que te mande a tu casa bañada en mis “miados”.
Y dicho y hecho, el chorro inaugural fue a dar directo a mi pecho, y a partir de ahí, se preocupó más por bañarme en su orina, que por otra cosa. Las lágrimas siguieron fluyendo, perdiéndose en ese chorro interminable que se estrellaba contra mi cara, mi cabello y mi pecho, principalmente; desde donde caía en cascada, empapando mi cuerpo entero. Cuando finalmente sacó todo el contenido de su vejiga, procedió a sacudirse el pene y lo hizo contra mi cara, donde sentí que me golpeaban las escasas gotas que le restaban.
La impresión fue tal, ante aquella humillación, que hasta las ganas de orinar se me esfumaron. Pretendía quedarme un rato, ahí sentada, a llorar y lamentarme. Pero entonces lo volví a escuchar.
—Más vale que le vayas agarrando gusto, porque vamos a estar haciendo esto cada vez que se me antoje. De hoy en adelante eres mi puta particular… Claro, a menos que quieras que mi nieto se entere con qué clase de mujercita santa se quiere casar…
Estaba hablando de espaldas a mí, acomodándose el pantalón. Yo me puse de pie. Quité la tapa de porcelana del depósito del excusado y me acerqué a él. Cuando se giró para verme, le sorrajé un golpe en la cabeza que lo hizo caer de espaldas contra la pared y derrumbarse hasta el suelo, completamente descompuesto.
Al verlo así, me asusté, temí haberlo matado con el golpe, pero instantes después me tranquilicé al ver que reaccionaba.
—¡Pinche puta de mierda!… —Fue lo primero que atinó a decir, incapaz de ponerse de pie—. Le voy a decir a mi nieto la clase de suripanta que tiene por novia, ya verás, culera…
—Hazlo, pobre viejo inútil y no me volverás a poner un dedo encima en los pocos días que te restan de vida… —Le dije, pateando sus lentes estrellados para que él los pudiera alcanzar—. Ahora, que si aguantas vara, como si fueras un hombre de verdad… Hasta podríamos seguir cogiendo; pero eso, solamente cuando a mí se me pegue la gana, ¿entendiste?… Si me entero de que alguna vez abriste tu apestoso hocico, entonces se acaba. Pero si guardas silencio… Bueno, si ya comprobaste que por la fuerza puedo ser muy cariñosa, imagínate lo que te espera si lo hago por gusto. ¿Qué dices, tenemos un trato?
El anciano tenía un conflicto interno, por una parte quería venganza por el golpe que le acababa de devolver, pero por otro lado, se vislumbraba la promesa de más sexo y acabó moviendo su cabeza afirmativamente mientras unos hilillos de sangre resbalaban por su rostro.
—Bien, así me gusta… Sólo me faltan un par de cosas para dejar las cosas un poco más parejas.
Me levanté la falda, atorándomela en la cintura, con las piernas bien abiertas, una a cada lado de su cuerpo y apoyando mis manos en la pared empecé a orinarme encima de él, especialmente sobre su cabeza y pecho, él intentaba cubrirse con los brazos, sin demasiado éxito. Me pregunté de dónde estaría sacando tantos líquidos porque no recordaba haber orinado tanto en toda mi vida. Para culminar el acto, con una actitud nada femenina, carraspeé mi garganta y le obsequié un incipiente gargajo en pleno rostro. Me recompuse el vestido, no me preocupé por limpiarme a pesar de que me había salpicado bastante las piernas. No tenía caso alguno, después de todo, iba empapada de orines de la cabeza a los pies.
Salí de ahí con una cara de felicidad que no podía disimular aunque quisiera, sentir el frío de la noche incrementarse con la humedad que me bañaba le daba un resabio muy placentero a este último acto. Quién iba a decir que una simple meada me dejaría más satisfecha que cualquiera de los tres palos que nos habíamos echado en esa fiesta.
Mi novio andaba borracho perdido, yo no tenía ánimos de despedirme de nadie, además de que no iba para nada presentable para tales menesteres. Procuré pasar lo más desapercibida que pude, escabulléndome del lugar como una vulgar ladrona. Tampoco quería que alguien me viera y me pudiera relacionar con el incidente del baño, aunque no pude evitar dejar un rastro de humedad por todo el camino. Ahora, por primera vez, me sentía realmente excitada, verdaderamente cachonda por la forma en que me había liberado de aquel yugo.
A paso veloz, me alejé del lugar, tendría que caminar un buen tramo en despoblado en busca de una arteria donde pudiera tomar un taxi. El aire de la madrugada me enchinaba la piel empapada. Pero por dentro me sentía demasiado caliente, tanto, que estaba dispuesta a irme a coger la noche entera con el primero que se cruzara en mi camino. Y la divina providencia dispuso el resto, y vaya si lo dispuso…
VALENTYINA.