Roberto me ayuda a perder todos mis miedos más profundos

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He tomado la decisión de escribirlo principalmente por si alguien que lo lea se puede sentir identificado conmigo y este relato le puede ayudar.

Empiezo presentándome, me llamo Álvaro, tengo 26 años y soy de Málaga (España) aunque estudio fuera de mi ciudad, en Murcia (España).

Todo comenzó cuando hace unos días empezó el curso de la carrera universitaria que estoy estudiando y me vine a Murcia, aquí vivo en una residencia de estudiantes y aquí pasó lo que, siendo sincero, deseaba desde hacía ya mucho tiempo. No sabía cuándo ni cómo pasaría, ni si pasaría siquiera pero por fin perdí la virginidad con un chico y fue mejor de lo que esperaba, no solo el sexo si no la situación en la que se produjo y el propio chico.

En la residencia iba a compartir habitación con otro chico al que aún ni siquiera conocía, estaba nervioso y deseoso de conocerlo, ansioso por poder responder las preguntas que me rondaban la cabeza: ¿Cómo se llamaría, cómo sería, nos llevaríamos bien, como sería la convivencia, etc…?

Cuando lo conocí se despejaron esas dudas, se llama Javi, es rubio y de piel clara, con aspecto de chulito pero muy buen chico, tiene 18 años, con cara aniñada, ojos marrones, de cuerpo un poco fibradito porque juega al fútbol y va al gimnasio y casi sin vello.

Por otro lado yo soy también de piel clara y pelo y ojos oscuros, delgado y mido 1’80 m, somos más o menos igual de altos.

Él tiene novia y no sabe que a mi me gustan los chicos. Cada día cuando se pasea por la habitación en calzoncillos tipo slip ya podéis imaginar el morbo que me da ver ese culete y ese paquete que no está nada mal de tamaño.

Pero este relato, en contra de lo que puede parecer hasta ahora, no es entre Javi y yo, sino entre Roberto y yo. Roberto es un chico de 22 años que también vive en la residencia de estudiantes durante el curso.

El primer día que llegué, tuve un pequeño problema ya que no había nadie en las oficinas para abrirme la puerta y darme las llaves de mi habitación así que llamé a un número de teléfono y mientras llegaban, me quedé en la calle con las maletas sin poder entrar, hasta que pasó un chico por el pasillo, me vio en la puerta y me abrió.

Fue muy amable y enseguida se presentó con una gran sonrisa, conectamos desde el primer minuto, me dejó entrar y se quedó hablando conmigo hasta que llegó el conserje para darme las llaves. Él era Roberto y la casualidad quiso que él fuera el primero que conocí, como una especie de señal de lo que iba a pasar entre nosotros días después.

Esa misma noche a la hora de cenar, cuando bajé al comedor, aún no conocía a nadie y yo soy bastante tímido como decía al principio, las mesas en las que había gente sentada estaban completas así que me senté aparte en una mesa yo sólo, pero Roberto me vio (yo no me había dado cuenta de que estaba él allí) y se acercó, fue el único que se acercó, me dijo que fuera a sentarme con él a la otra mesa con más chicos y yo fui, así que me hicieron un hueco amablemente.

Estuvimos hablando un rato mientras cenábamos, poco a poco nos fuimos conociendo más. Yo sobre todo hablaba con Roberto ya que su voz y su mirada me transmitían seguridad y confianza para no ser tan callado, además él era el único que conocía, aunque fuera solo desde un par de horas antes. Poco a poco, los siguientes días, empecé a tener más confianza y conversación con él que con cualquier otro.

Físicamente es un chico muy atractivo, de pelo oscuro, ojos marrones y grandes, piel morena, con barbita, un poco más alto que yo, de espalda ancha, complexión normal y, en general, muy masculino.

Pasaron un par de días más y yo no podía evitar mirarlo y sonreír cada vez que lo veía pero él también me miraba mucho y me devolvía la sonrisa, me guiñaba un ojo y a mí cada vez me excitaba más, hasta que un día, al subir a mi habitación después de cenar, me acosté muy caliente y aprovechando que no estaba Javi, me pajee pensando en Roberto. Me metí en la cama desnudo, me puse la almohada sobre mi cuerpo y la abracé con brazos y piernas para sentir algo sobre mi e imaginar que era su cuerpo sobre el mío.

El día siguiente (fue ya el jueves de la semana pasada), después de cenar, Roberto me dijo que él y algunos más iban a salir a un bar cercano y me preguntó si quería ir yo.

Yo nunca salgo por las noches a bares, discotecas ni sitios así porque no me gusta ya que ni bebo ni fumo ni nada de eso pero él me convenció diciéndome que él tampoco fumaba ni bebía y que en el bar había juegos tipo billar y dardos para entretenernos, así que al final le dije que sí. Tampoco íbamos a volver muy tarde porque al día siguiente madrugabamos.

Fuimos andando los dos solos unos metros más adelante que el resto y mientras íbamos me dijo que estudiaba psicología.

Yo soy una persona a la que le cuesta socializar debido a mi timidez y no hablaba mucho porque pensaba que no le interesaría lo que yo podía decirle, pero él enseguida me preguntó:

¿Por qué eres tan tímido?

Pero yo le contesté rebatiendo:

No soy tímido, soy muy prudente.

Eso es lo que siempre he pensado pero en el fondo sabía que no era verdad.

Esta frase hizo que él se diera cuenta de muchas cosas sin yo haberle dicho nada aún, me sorprendió mucho su capacidad para ver mi interior, mis sentimientos y mi forma de ser. Nadie jamás había sido capaz de conocerme así y mucho menos tan pronto debido a la coraza que me ponía a mi mismo.

Él me dijo que me parecía mucho a él en otra época pasada ya que lo había pasado mal por diversos motivos en su vida y esto hizo que me abriera totalmente a él y me quitara esa coraza contándole también vivencias mías que no se le contarían a cualquiera por ser algunas de ellas bastante duras.

Al llegar al bar, nos quedamos hablando en la puerta. Me gustaron mucho pequeños detalles que tuvimos el uno con el otro; Los demás compañeros habían entrado ya al bar y al ver que nosotros no entrábamos se extrañaban y salían a vernos pero cuando Roberto veía que se acercaba alguien, me hacía un gesto cómplice con la mirada para que me callara y que nuestra conversación quedara solo entre nosotros dos, ya que los temas de conversación eran delicados. Cuando se iban, seguíamos hablando.

Incluso en un momento determinado, Roberto le dijo claramente a los demás que estábamos teniendo una conversación privada y que nos gustaría estar solos.

Enfrente del bar había un parque. Un rato después, salió de nuevo más gente del bar y como no se iban, Roberto me dijo:

Álvaro, ¿Me acompañas a ver el parque de ahí enfrente

A la vez que lo decía me miraba fijamente. Me gustó también mucho ese detalle de complicidad porque con su mirada entendí perfectamente que lo que me estaba diciendo realmente era: “Vamos a quitarnos a estos pesados de encima”.

Fuimos al parque y allí continuamos hablando un poco más, nuestra conversación fue todo el rato tremendamente profunda e interesante y la verdad, es que me vino muy bien poder contarle a alguien todo lo que me hacía sentir mal y me angustiaba pero sobre todo, me sentí escuchado, entendido y bien aconsejado como muy pocas veces en toda mi vida. Habían pasado horas sin darnos ni cuenta hablando sin parar, yo me sentía muy cómodo con él.

Después entramos al bar y jugamos una partida de dardos, yo no había jugado nunca, Roberto estuvo a mi lado todo el rato y me enseñó a hacerlo a la vez que ponía en práctica sus consejos para que nada pudiera “desviarme de mi objetivo” en ese momento que no era otra cosa que dar en el centro de la diana. Me decía “Céntrate sólo en tu objetivo, limpia tu mente de todo lo demás”, lo intenté hacer y, aunque no di en el centro de la diana, conseguí buenos resultados.

Mientras estábamos en el bar, nos mirábamos frecuentemente como siempre, sonreiamos, y algo nuevo, nuestras manos se rozaron más de una vez y no quedaba claro si era solo algo fortuito o era a propósito por ambas partes.

Después nos volvimos también andando a la residencia. Roberto al llegar me acompañó a mi habitación y cuando nos despedíamos hasta el día siguiente yo lo miré y le dije:

Muchas gracias por todo lo bien que me has hecho sentir hoy, hacía mucho que no lo pasaba tan bien.

Él me contestó con su eterna sonrisa.

No hay porqué darlas, yo también lo he pasado muy bien.

Ya se iba cuando de repente se giró de nuevo y me dijo:

¿Sabes? Tengo curiosidad por ver cómo son las habitaciones dobles, nunca he estado en una.

La suya es individual y la mía la comparto con Javi pero él en ese momento no estaba, así que me reí y le dije:

Entra si quieres y te la enseño.

Juro que no iba con doble sentido, es más en ese momento ni me di cuenta, hasta unos segundos después. Me dió mucha vergüenza que pudiera pensar que lo decía con otras intenciones ya que le había confesado un rato antes que me gustaban los chicos (él es el único que lo sabe y absolutamente nadie más). Ese fue el momento más gracioso de la noche.

Él se rió también y entró, le enseñé la habitación y luego nos sentamos en mi cama. Yo me estaba empezando a poner nervioso porque estaba solo en mi habitación con el chico que me gusta y que deseaba.

De repente, me preguntó mirándome a los ojos con voz suave:

¿Qué piensas?

A mí se me hizo un nudo en la garganta y le contesté bromeando:

Dímelo tú.

Él puso una mano sobre mi mano y con el mismo tono de voz suave me dijo:

Creo que te gusto.

La expresión de mi cara debió de decirle mil cosas entonces porque me dio mucha vergüenza y a la vez miedo a que me rechazara, pero también un poco de alegría de que se hubiera dado cuenta sin tener que decírselo porque sé que yo hubiera sido incapaz de hacerlo.

Él se rió un poco, se empezó a acercar lentamente y me besó suavemente en la boca, yo no pude reaccionar y me quedé petrificado, me quedé sin respiración por un segundo y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

Entonces pensé, estoy soñando, esto es imposible pero a la vez recordé una frase que Roberto me había dicho aquella misma noche “No hay nada imposible”.

Yo agaché la cabeza, me mordí el labio inferior y sonreí tímidamente pero él, poniéndome una mano en un hombro y la otra en la barbilla, me levantó la cabeza y mirándome a los ojos me dijo:

Eh. Tranquilo.

Acto seguido me volvió a besar, esta vez fue un beso más largo, yo cerré los ojos y empecé a reaccionar poniendo mis manos en su cintura.

Él también me empezó a acariciar y yo cada vez estaba más cómodo con esta nueva situación.

Después de estar besándonos y acariciándonos un maravilloso rato Roberto se levantó de la cama y poniéndose frente a mí, se quitó la camiseta y me la quitó a mí.

Por primera vez lo vi sin camiseta, su cuerpo era de complexión normal, un poco atlético y tenía vello en el pecho pero sin llegar a ser demasiado para mi gusto, le sentaba genial y lo hacía aún más masculino.

En cambio yo soy muy blanco de piel, muy delgado y casi sin vello en el pecho, me dió un poco de vergüenza estar sin camiseta delante de un chico que considero tan sexy porque yo siempre me he visto como algo bastante insignificante físicamente.

Entonces le dije en voz muy baja y casi sin mirarlo:

Roberto, yo nunca he…

Quería confesarle que aún era virgen aunque creo que ya lo imaginaba. Pero él me cortó y enseguida me contestó:

Tranquilo. No te preocupes, no haremos nada que no quieras hacer ¿Vale?

Así que después de unos segundos, se bajó lentamente los pantalones cortos que llevaba quedándose en calzoncillos, llevaba unos boxers y bajo ellos se veía un buen bulto que iba creciendo.

Yo en el fondo estaba muy caliente, mi polla estaba completamente dura desde que se había quitado la camiseta, lo deseaba pero no terminaba de atreverme, hasta que respiré profundo y poco a poco acerqué mis manos a su paquete y lo empecé a acariciar, la tenía caliente y notaba como su polla se iba poniendo dura en mis manos bajo sus boxers.

El dió un par de pasos hacia mí y yo me atreví a bajarle los calzoncillos, saltando su polla fuera ya completamente dura y dejándolo totalmente desnudo frente a mí. En mi vida había estado frente a un chico totalmente desnudo, fue lo más excitante de mi vida hasta ese momento. Yo lo miré a la cara y ambos sonreímos, poco a poco me iba relajando.

Se la agarré con una mano por la base y lentamente me fui acercando hasta que su polla tocó mis labios, le di una pequeña lamida y me gustó así que abrí la boca y empecé a tragarme su punta. Roberto tiene una polla grande pero sobre todo es bastante gordita con el vello púbico no muy largo y cuidado.

Intenté tragarme todo lo que pude pero no pude con ella entera, aún así Roberto no dejaba de mirarme, masajearme los hombros y animarme diciéndome cosas como:

Lo haces muy bien, sigue así, me encanta.

Luego empecé a moverme metiendomela en la boca hasta donde podía y sacándola casi entera, a la vez que se la tenía agarrada por la base con una mano y lo masturbaba un poco. A veces me daban arcadas por intentar metermela más hondo de lo que podía pero aún así seguí porque me gustaba mucho y veía que a él también le estaba gustando porque jadeaba y suspiraba suavemente. Pude también saborear un poco de su presemen mientras se la chupaba, era saladito y nada desagradable.

Un poco después me dijo que parara y rápidamente me tumbó en la cama, me bajó los pantalones y calzoncillos dejándome desnudo, se agachó delante de mí y me la empezó a chupar sin mediar palabra, todo fue muy rápido, al sentir su lengua en mi polla dí un pequeño gemido nervioso, me la mamaba como si fuera lo mejor que se hubiera metido en la boca nunca, rápido, rodeandola y cubriendola toda con su saliva, tragandosela entera, me encantaba y me relajó mucho. Un momento después paró, no estuvimos así mucho rato pero fue bastante intenso.

Poco a poco fue subiendo por mi cuerpo, besando y lamiendo mi pecho hasta llegar a mi boca. Yo me incorporé un poco en la cama y él me preguntó:

¿Te gusta?

Yo directamente puse mi mano en su nuca y acercandolo a mi de golpe lo besé con pasión, él estaba ya enrojecido por el calor y empezaba a sudar un poco, igual que yo. Roberto me abrazaba y me acariciaba todo hasta que me dijo:

Álvaro, déjame hacértelo por favor.

Yo asentí con la cabeza, él volvió a bajar por mi cuerpo y levantándome las piernas empezó a besarme cerca de mi culo, su barbita me pinchaba y su lengua me acariciaba, sentía su aliento y poco después también sus dedos que empezaban a abrirme. Empecé a jadear y gemir suavemente para que no nos escucharan desde las otras habitaciones, yo estaba encantado y él sabía lo que hacía.

Estuvimos así un buen rato, luego, Roberto me dijo:

Vamos a intentarlo ya.

Fue a coger su cartera, sacó un preservativo y se lo puso rápidamente, resoplaba constantemente, se notaba que quería hacérmelo desde hacía ya un buen rato pero se estaba conteniendo para prepararme bien y no hacerme daño.

A continuación, se sentó en mi cama apoyando la espalda contra el cabecero y flexionando un poco las piernas, yo estaba en ese momento muy relajado pero cuando me levanté de nuevo y lo vi ahí sentado con el preservativo puesto mirándome y esperando que me sentara en su polla me eché a temblar, me dio miedo pero también estaba deseando sentirlo. Él se dio cuenta, estiró las piernas en la cama y me dijo sonriendo con voz suave:

Ven, siéntate en mis piernas.

Yo respiré hondo y lo hice y tuvimos más o menos la siguiente conversación:

Él: ¿Confías en mí?

Yo: Claro que sí.

Él: ¿Quieres hacerlo?

Yo: Sí.

Él asintió con la cabeza y sonriendo me dijo:

Sabes que no haremos nada que no quieras. Vamos a intentarlo y si no te gusta paramos.

Entonces yo que estaba con la mirada baja, lo miré de nuevo a los ojos y sentí otra vez confianza, no en él (que por supuesto la tenía) sino en mi mismo.

Respiré profundo, me levanté poniendo mi culo sobre su polla mientras él se la sujetaba con una mano, lo abracé fuerte y él también me rodeó con su otro brazo fuertemente pegando mi pecho a su pecho, podía sentir el calor de su cuerpo y los latidos acelerados de su corazón.

Por último, me repitió otra frase que me había dicho aquella noche “Solo importa el aquí y el ahora Álvaro, no pienses en nada más”, me dijo. Yo bajé y su polla empezó a penetrarme, notaba como lentamente me iba abriendo.

Dolía, pero también estaba encantado con cómo había surgido todo, deseaba con locura a Roberto, deseaba hacerlo disfrutar para agradecerle todo, entregarle mi cuerpo y sentir su cuerpo dentro de mí. Todo esto por supuesto, superaba al dolor, así que no dije nada, solo nos abrazabamos fuerte, apretaba dientes y manos, jadeaba en su oreja y de vez en cuando subía un poco para luego volver a bajar y que me entrara un poco más.

No llegué a metermela entera, al menos en ese momento y me empecé a mover hacia arriba y abajo, entonces empecé a sentir placer, sobre todo cuando notaba como entraba y se abría mi interior.

Roberto también empezaba a gemir, noté que le temblaba un poco la voz cuando me pedía que siguiera y no parara. Le estaba gustando, que era lo que yo más quería.

Un poco después, me pidió que me levantara, rápidamente me puso tumbado en la cama boca arriba y él se colocó encima de mí, encerrándome entre sus brazos.

Yo sólo me dejaba llevar por él, levanté las piernas, Roberto me volvió a lubricar con su saliva y enseguida me volvió a penetrar, esta vez entró mucho mejor. Luego empezó a moverse suavemente mientras yo lo acariciaba y nos mirábamos a los ojos, ninguno decíamos nada.

Poco a poco Roberto iba aumentando el ritmo, probando hasta dónde era capaz de aguantar yo, seguía doliendo un poco pero aguantaba porque el placer era mayor.

Un poco después noté sus huevos en mi culo, estaba toda dentro, me sentía repleto y me encantaba.

Un poco después me besó metiéndome la lengua y me dio un par de embestidas fuertes, yo quise gritar pero su beso me ahogaba. Al momento él también gimió y empujando fuerte todo lo profundo que podía, se corrió. Jamás olvidaré su expresión de placer en ese momento.

Por último, estando aun dentro de mi, me empezó a masturbar rápidamente y no tardé mucho en correrme sobre mi propio pecho.

Roberto salió de mí, se quitó el preservativo y cayó exhausto a mi lado, chorreando de sudor y aun jadeante como yo.

El culo me ardía, supuse que era normal por ser la primera vez y no haber usado un lubricante específico pero desde luego que no me arrepentía.

Después de un momento en silencio, Roberto me preguntó:

¿Qué tal, estás bien, te ha gustado?

Yo me reí y le contesté:

Me ha encantado. Ojalá repitamos.

Él me sonrió, me besó suavemente y me dijo:

Cuando quieras. A mi también me ha gustado mucho.

Yo me abracé a él y así nos dormimos lo que quedaba de noche.

Esto para mi fue mucho más que sexo y mucho más que lo especial ya de por sí de una primera vez. Fue el culmen de la “terapia” psicológica de Roberto porque me sirvió para darme cuenta de que realmente me gustaban los chicos, para perder el miedo a disfrutar con uno mi primera vez y para eliminar definitivamente mi autorepresión a esos sentimientos, yo también tengo derecho a disfrutar sin complejos de la persona de la que me he enamorado.

FIN