Se lo entregué a mi amante

Max se puso una camisa de seda azul y miró en el espejo. El color le quedaba bien, sus pectorales se notaban a través de la fina tela, las mangas marcaban los gruesos bíceps acentuando su tamaño.

Sonrió. Las chicas se le echarían encima esta noche.

Su madre estaba fuera de la ciudad con su novio todo el fin de semana, y Max podría traer una chica a casa.

Aunque había visto a Rafi decidió no invitarlo a la fiesta. Sus encuentros sexuales eran fantásticos, pero tenía necesidad de estar con una hembra. Necesitaba asegurarse a sí mismo que podía hacerlo. Últimamente había ignorado al sexo femenino, porque Rafi le ofrecía una alternativa fácil. ¿Porqué buscar cuando tenía acceso a quien se la mamaba con placer y sin hacer preguntas? Sexo oral y del mejor.

Se había recortado el vello púbico, sorprendido de lo largo que lo tenía. Al depilado Rafi le gustaba así, varonil y natural, lo excitaba. En las últimas semanas, Max había adaptado inconscientemente sus hábitos para complacerlo. Era hora de cambiar.

Una vez más se miró en el espejo. Sus jeans estaban perfectos, la camisa y el pelo perfectos.

– “Me como un buen coño esta noche”, dijo mientras sonreía frente al espejo.

Habrían muchas chicas en la fiesta.

– «Coño esta noche», repitió, sintiendo que su verga despertaba.

Apenas llegó a la fiesta, sus amigos lo rodearon. Sabían que el hecho de ser vistos con Max los haría populares.

Se mezcló con la multitud, yendo de una chica a otra. Solía conseguir números de teléfono en caso de que quisiera ligar más tarde, pero está vez no sacó provecho de ello. A pesar de las palabras de ánimo que se había dado frente al espejo, no parecía entusiasmado.

– «Estás como ido», le dijo uno de sus amigos mientras agarraba una cerveza.

– «Sí, supongo que sí.”

– «Prueba esto.”

Le dio un vaso de licor verde. Max bebió el mojito, sabía a menta y le quemó la garganta. Fuerte.

– «¿Tienes otro?»

Quince minutos después había bebido tres, y la cabeza le daba vueltas. No había pensado tomar tanto.

Vio una rubia de pelo largo y buen cuerpo entrar en la cocina. Intuyó una oportunidad: una chica sola era presa fácil. Se separó de sus amigos y la siguió. La miró detenidamente.

– “Oh”, dijo en voz baja.

Amelia era una compañera de clase desde el sexto año. Antes parecía torpe y desaliñada, pero el verano pasado había cambiado: ahora el pelo le brillaba, su rostro era claro y hermoso, vestía ropa ajustada que mostraba una figura curvilínea.

El primer día de regreso a la escuela, cuando la había visto, la invitó a salir. En lugar de agradecer y adularlo, ella lo rechazó.

– «Hola Ame», dijo con una sonrisa.

– “Max”, respondió ella.

– «Podrías ser amable conmigo, sabes.»

– «Nunca he sido mala… y no voy a salir contigo.»

– «No hay problema, no busco novia.»

Amelia se volvió para salir de la cocina, pero vaciló al llegar a la puerta.

– «¿Qué estás haciendo con Rafi?»

– «¿Qué? Ella no podía saberlo, pensó. No había manera que supiese lo que pasaba entre ellos.

– «¿Es algún juego. Hacerle creer que es uno de tus favoritos y luego joderlo?»

– «No.»¿Qué demonios, Ame?”

– «Nunca has sido de los que se acercan a sus inferiores, y la mayoría de tus amigos son unos idiotas.»

– “No hables mal de ellos.”

Max no estaba acostumbrado a que lo trataran así. Normalmente dominaba la conversación; no se oponía a ser criticado, pero en sus términos. Amelia había ido al ataque de manera inesperada.

– “No soy un mal tipo. Rafi y yo tenemos casilleros contiguos. Empezamos a conversar, le pregunté si deseaba ir al gimnasio conmigo y dijo que sí.”

Amelia caminó hacia él y extendiendo la mano le agarró la entrepierna. Apretó con fuerza el bulto en sus pantalones.

– “Si le haces daño te arranco los huevos? Te los arranco. Entiendes.”

– “Clarisimo.”

Bebió un vaso de agua. Hablar de Rafi era lo último que esperaba.

– “Quiero coño esta noche”, se recordó a sí mismo.

Salió al patio trasero. El aire frío le endureció la verga. Dos de sus amigos hablaban con unas chicas, se acercó y sonrió.

– “Tenemos una para ti», le dijo Pepe.

Aunque ya las habían repartido, Max sabía que podía elegir. Mostró su sonrisa asesina a una morena de lindas ojos. Ella le devolvió el guiño.

Pronto, la había separado de sus amigas y llevado a un lado. Se inclinó y la besó. La extrañeza de su olor y su perfume, lo impactaron. Se había acostumbrado a Rafi. La empujó contra la pared y la besó, mientras la mano de ella le frotaba el estómago y posaba sobre su entrepierna.

Comenzó a masajearlo y sobarle los huevos, pero su mente no cesaba de divagar, sin concentrarse en lo que hacía, sin que su cuerpo respondiera. Se besaron durante unos minutos y ella se separó, sin entender porqué no se había excitado. Él tampoco. Absolutamente nada estaba pasando allá abajo.

– «Podemos ir a mi dormitorio”, sugirió ella.

La escena se repitió en su mente: en la cama intentando penetrarla, su verga incapaz de actuar.

– “Tus amigos ya se han ido», le dijo.

– «Puedo encontrarlos», dijo alejándose.

Salió de la casa y caminó calle abajo hacia su camioneta. Algunos le preguntaron adónde iba, pero los ignoró. Abrió la puerta y se sentó, sacudiendo la cabeza. Naufragaba en sus propios pensamientos, incapaz de discernir. No entendía que le estaba pasando.

No lejos de allí Rafi estaba en el dormitorio de su casa. Era suficientemente popular como para saber que había una fiesta, pero no tanto como para ser invitado. Sospechaba que Max no había querido hacerlo. Imaginaba la noche: Max empezaría a flirtear, llevaría a casa alguna chica, la desnudaria…

Estaba triste. Se la mamaba, en absoluto secreto, al atleta más deseado de la escuela, ese capaz de conseguir la joven que quisiera. El sólo imaginarlo con una

lo hacía aún más deseable. Al mismo tiempo, el que Max deseara una hembra reforzaba la idea de que había algo que él no podía darle.

El teléfono de Rafi timbró. Era Max, preguntando si podía venir a verlo.

Recordo que no había sido invitado a la fiesta. Inicialmente, pensó que esto se convertiría en una amistad, pero en las últimas semanas había sentido estar en su vida por una sola razón: caliente sexo oral.

– «Estoy un poco cansado, tal vez mañana.”

– «Sólo quiero hablar con alguien. No tienes que…»

– “Bueno, pero sólo para hablar.”

Diez minutos más tarde se encontraron detrás de su casa y subieron a escondidas por las escaleras. Cuando vio que Max tropezaba, frunció el ceño.

– «¿Estás borracho?»

– «Un poco.”

– «No deberías haber conducido. Pude haberte recogido.”

Max se encogió de hombros.

– «Estaba listo para conseguir una chica, llevarla a casa y hacerle el amor. Tuve una morena contra la pared y en su cama, tocándome, y no pude. No sé qué me pasó.”

– «¿No se te paraba? Eso pasa.”

– «Quizás no quise que se me parara.»

– «Así que viniste aquí.”

– «No puedo hablar de estas cosas con mis otros amigos.”

– «¿Podemos ver televisión o algo así?”

– «Sí.”

Se sentaron en la cama, uno junto al otro, con las piernas extendidas. Las de Max eran largas y gruesas, salpicadas de vello, las de Rafi delicadas y depiladas. Puso una pierna junto a la suya y rió:

– «Las tienes como las de una chica.”

Revisaron los canales y decidieron ver algo de fútbol.

Rafi respiraba agitadamente, inseguro de como actuar. Hasta entonces, habían tenido encuentros de sexo oral en su coche, parques, y baños públicos, pero nunca sentado a solas con él. No sabía qué hacer, cómo conducirse. Se repetía que era sólo un amigo, pero quería algo más.

Max se relajó en la cama y miró el partido, feliz de no tener que decir nada.

– «Gracias por dejarme venir.»

Puso su mano alrededor del hombro de Rafi y lo atrajo hacia su cuerpo. Se tumbaron uno junto al otro durante media hora sin decir nada. Hizo lo posible para abrazar a Max, no quería que se sintiera incómodo. Ya habían atravesado una línea nunca antes cruzada.

La mente de Max seguía dando vueltas. No podía evitar revivir la forma en que se había desarrollado la noche. Había ido deseoso y tal vez fue la presión la que lo incapacitó. Quería fornicar, simple y llanamente. Eso era lo que buscaba: un coño apretado.

– «Sólo quería una hembra esta noche.”

– «No la conseguiste. No te estreses.”

– “Estas cosas no me pasan.”

Saltó de la cama, Rafi notó el bulto en sus pantalones. El sólo pensar en echarse un polvo despertaba a la bestia. Max se agarró la verga y acomodó los jeans.

– «Me tengo que ir. Estoy caliente y no puedo pensar con claridad. Necesito dormir.”

– «Está bien”, levantándose para acompañarlo escaleras abajo sin despertar a sus padres.

– «Solo quería cojer esta noche.”

Rafi dudó y dijo lo que había pasado por su cabeza: quería entregarse a Max.

– “Puedes hacerlo conmigo.”

– “Ya quisieras.”

– “Sí, me gustaría. Al menos déjame ocuparme de tu erección», dijo mientras le acariciaba la entrepierna.

Incapaz de resistir la tentación, Max volvió a sentarse en la cama.

– «No tienes que…»

– «Quiero hacerlo”, dijo mientras mordisqueaba el bulto en sus boxers.

– “Te lo repito. Quiero hacerlo.”

Max cerró los ojos y echó hacia atrás mientras la boca de Rafi lo engullía. La ya familiar sensación, esa habilidad de su boca y lengua en sintonía con sus necesidades lo hicieron decidirse. Esto era lo que quería: una mamada, una buena mamada y diez minutos de paz.

Cuando abrió los ojos se dió cuenta que Rafi se había quitado los pantalones. Era la primera vez que veía su culo desnudo, y lo encontró extrañamente atractivo. La suavidad y redondez de sus glúteos lo sorprendieron agradablemente. Sintió el impulso de montarlo.

– «¿Estás bien?»

– “Sí, ¿de verdad me dejarías?»

Rafi no estaba seguro de estar preparado. Extrañamente, había pensado en el sexo oral entre ellos como placer ligero, pero hacer el amor era distinto, algo que los llevaría a un nivel superior.

– «Quiero estar contigo, aunque la tengas grande para mí.”

– «Iré despacio.”

Rafi busco un tubo de gel lubricante.

– «Suave, ¿de acuerdo?»

– «He hecho esto antes. Te voy a tratar bien. Lo prometo.”

Rafi se arrodilló y puso en cuatro sobre la cama. Se sintió avergonzado, pero asumió era lo que Max quería. ¿Que hombre quiere mirar al otro mientras lo penetra?

Max lo tomó de las caderas y dió vuelta. No, no iba a hacerlo como un perro la primera vez. Sabía que Rafi estaba nervioso y tenía miedo; era su tarea calmarlo.

Había tenido sexo anal antes. Se aplicó abundante lubricante, inclinó entre sus piernas. Alineó su miembro entre las nalgas de Rafi, empujando lentamente hasta deslizarse en él. Se inclinó, presionándole el ano y susurró:

– “Lento, muy lento.”

Le introdujo el glande y lo mantuvo allí, mientras Rafi hacía una mueca de dolor.

– «Relájate. Deja que tu cuerpo haga espacio y pronto llegaremos a la parte divertida.”

– «¿Lo prometes?”

– “Te lo prometo.”

Continuó introduciendola en el cuerpo de Rafi. Tardó casi diez minutos en meterle la mitad. No intentó ir más allá. Rafi gemía.

Max lo tomó por los hombros y comenzó a bombear rítmicamente dentro y fuera de él hasta llegar a meterle por completo su rígida verga. Cada empuje era recibido con gemidos de placer y dolor, una sensación desconocida.

Cuanto más lo penetraba, más chirriaba la cama. El cabezal golpeó contra la pared y Max reparó que estaban en casa de Rafi, en medio de la noche, con sus padres durmiendo en otra habitación.

– «Shh…»

En un esfuerzo por silenciarlo, acercó su boca y lo besó. Rafi levantó la cabeza para recibirlo y sus brazos se envolvieron uno alrededor del otro. Se balancearon murmurando gemidos de placer mientras la verga de Max se hundía en Rafi.

Se aferró con locura a su musculoso amante, disfrutando su entrega, mientras veinte centímetros de carne se deslizaban dentro y fuera de él. Entrega, goce y gloria.

Max no estaba seguro de lo que sentía. Placer, sin duda, el culo de Rafi era firme y apretado, mejor que el de cualquier chica con la que había estado. Mucho, mucho mejor.

Siguió bombeando tan fuerte como podía sin hacer ruido. Cuanto más lo penetraba, menos le importaba, y en algún momento tomó conciencia de que si los padres de Rafi se despertaban no tendrían duda de lo que estaba ocurriendo.

Cada embestida aumentaba el placer y lo acercaba al orgasmo. Mucho mejor que todo lo que había sentido antes

– “Me vengo.”

– «Dentro de mí, dentro de mí.»

Aceleró el ritmo. Rafi sintió la verga de su Max hincharse, latir y explotar en su interior, llenándolo de oleadas de semen.

Se abandonó al placer de ser poseído por su hombre. Se fundieron en un húmedo beso.

– «Oh, Dios mío.”

Rafi le besó el hombro. Quería darle las gracias, pero sabía que sonaría cursi.

– “Fue una delicia», dijo.

Su primera vez… y con el más popular de la escuela. Max pensó que era el mejor polvo de su vida, pero no lo dijo.

Rafi se acurrucó contra él, olvidando que era solo un amigo y no su novio, un atleta con una reputación que mantener.

Max reposó hasta calmarse, luego se sentó en la cama.

– «Me tengo que ir.»

Bajaron las escaleras y lo dejó salir por la puerta principal.

– «Gracias a ti. Fue una maravillosa primera vez», dijo Rafi.

– “La charla y el sexo fueron, bueno, sensacionales. Gracias.”

Cerró la puerta, subió las escaleras y volvió al dormitorio dónde acababa de entregarse. Los boxers de Max estaban en el suelo. Los recogió, olió, y dobló con cuidado antes de meterlos bajo su almohada. Se echó a dormir, adolorido, pero feliz