Se me puso bien dura en plena filmación (y no debió ocurrir)
Mi nombre es Juan Jesús, tengo 30 años y soy actor profesional en mi país, Perú. Mido metro 75, peso 76 kilos y estoy aquí, en este camerino, vestido solo con una bata y aún en shock. Me miro sin verme al espejo: luzco realmente asustado.
Hoy me tocó grabar una escena de cama, y no cualquier escena de cama. Tenía que representar un coito gay. Hace tres semanas que estoy filmando en Piura un mediometraje sobre las relaciones de poder dentro de una banda de delincuentes, y en medio de ella, surge una relación homoerótica entre dos de sus integrantes. A uno de ellos lo interpreto yo. Al otro lo interpreta Óscar, un chico recién egresado, unos 23 años, metro 72 o por ahí, quizás 73 o 74 kilos de peso. Hermoso cuerpo, y, en particular, un hermoso, redondo y lampiño culo.
La secuencia que debíamos grabar ese día comenzaba en una ducha decadente dentro de un baño con paredes de concreto sin mayor enlucido. Luego de eso, teníamos que salir, caminar a la cama, tumbarnos en ella, hacer el amor hasta llegar al clímax y… corte.
Tres horas antes, cuando recién salíamos de maquillaje, pude notar que Oscar estaba tenso. el director coordinaba algunas cosas con los escenógrafos, el luminito y los camarógrafos.
En el plató acondicionado en lo que fue una antigua fábrica en la Zona Industrial se montaron los dos sets, el de la ducha y el del dormitorio. Una semana antes, el director nos dijo que prefería grabarlo cronológicamente para que la tensión sexual entre ambos personajes sea más coherente, de tal manera que para el espectador el nivel de credibilidad sea alto.
El guion decía claramente que debíamos estar completamente desnudos durante toda la secuencia luego de una previa en la que ambos habíamos tenido una pequeña discusión. Esa secuencia aún no se ha grabado. la duda era que el guion decía que nuestros personajes «hacen el amor apasionadamente».
«¿Qué tan… apasionadamente?», preguntó Oscar en aquella reunión previa.
«Lo más que puedan», dijo el director con cierta autosuficiencia. «Necesito que esas dos escenas sean lo más realistas que puedan».
«¿Qué pose ahremos?», acoté. «el guion no especifica».
el director se lo pensó unos segundos…
«Dice apasionadamente, así que estoy pensando en una pose intermedia, algo que combine un misionero y un piernas al hombro».
Oscar y yo nos miramos. Era evidente que no lo teníamos claro. Volteamos a mirar al director:
«Todo tengo que indicarles yo», refunfuñó.
Nos acomodó sobre el sofá que estaba en su oficina. Oscar iba a ser el pasivo. Lo acostó boca arriba, luego hizo que elevara sus gruesas piernas, y entonces me pidió que me tumbara sobre ellas haciendo encajar mis genitales en medio de sus nalgas.
«Muévete como si lo follaras», pidió el director.
Lo hice, y fue algo incómodo considerando la estrechez del mueble.
«Ahora, bésalo en la boca con pasión».
Aproximé mi rostro a Oscar. Obviamente, eso no sería un besito de enlazar labios; había que abrir la boca. Oscar me corresppondió.
«Perfecto», sonrió el director sin ocultar su satisfacción. «¡Así quiero esa escena!»
Como ambos estábamos vestidos, y yo estaba incómodo, no tuve respuesta sexual alguna. Noté que Oscar también hizo un par de quejidos pero de incomodidad. Se lo consulté tras ese ensayo improvisado.
«El pantalón me estaba aplastando las bolas», me confesó.
Yo reí un poco.
«¿Pero no hay problema con la pose?», inquirí.
«No, Juan Je, para nada».
Di el tema por cerrado y seguí filmando hasta que esta mañana tocó hacer la escena de marras.
Por respeto a mi compañero, me duché a conciencia sobándome meticulosamente mi pene flácido de unos 8 o 9 centímetros, mis grandes bolas y en medio de mi culo imperceptiblemente velludo. Como para no generar mayores disgustos, el mismo desodorante en barra, que usé para perfumarme las axilas, me lo pasé por mi vello púbico, mi miembro, mis pelotas, mi perineo y en medio de mis nalgas. Me puse la bata y salí al plató para estar listo al momento que me llamaran. Ahí fue cuando y donde hallé a Oscar tenso. Me le acerqué.
«Todo va a salir excelente», le animé en voz baja mientras le palmeaba su redondo hombro.
«¿Eres consciente que si no le damos la carga justa de pasión, la escena se va a la mierda?»
Reflexioné un poco.
«¿Qué harían nuestros personajes en esa situación?», traté de razonar.
«Dejarse llevar, creo», respondió Oscar tras segundos de duda.
«Creo lo mismo; entonces, deja que fluyan y listo».
Por fin, Oscar sonrió, me dio un abrazo fuerte y lo sentí más relajado. Yo también sonreí.
Nos llamaron a nuestras marcas.
Para no ser tan extenso, la escena de la ducha salió a la perfección. Desnudos, abrazados, besándonos a boca abierta bajo ese chorro irregular de agua fría, el roce de nuestras pieles se veía alucinante mientras la cámara giraba en una pequeña curva tras mis espaldas. La consigna era que se viera mi culo firme y redondo, pero que por nada del mundo Oscar o yo reveláramos nuestros genitales.
La escena en el guion técnico solo duraba 20 segundos; pero estuvimos allí como por 10 minutos para que la cámara tomara los planos generales y algunos de detalle, como la mano de Oscar estrujándome una de las nalgas. Cortamos.
«¿No se sequen!», nos ordenó el director.
Yo me sentía incómodo: mi entrepierna y toda la raja de mi culo estaban húmedos y temía que eso se rozara.
Rápidamente,todo el equipo –camarógrafo y su asistente, luminito y su asistente, sonidista y su asistente, asistente del director, maquilladora, escenógrafo y tres montadores de escenografía– se movió un par de metros hasta el otro set. Ósccar y yo nos fuimos a nuestra marca, una puerta que simulaba ser el baño, pero que realmente nos colocaba solos detrás del decorado.
«Parece que lo hicimos bien», me comentó en voz baja.
«Sin considerar que casi me quedo sin una nalga luego del estrujón que le diste, creo que sí».
Volví a reírme despacio. Oscar igual.
«Ya, hombre», volví a animarlo. «Más bien ponte en tu marca».
Mi compañero y yo nos pusimos frente a frente y esperamos el 5, 4… ¡acción!
Al escucharlo, nos abrazamos y comenzamos a besarnos en la boca sin que nuestras lenguas se tocaran. Abrí la puerta y conté mentalmente los dos pasos que debía dar antes de llegar a la cama. La siguiente parte de la coreografía era que Oscar se tumbara lentamente, desafiando la ley de la gravedad, y que yo hiciera como que lo empujara hacia el colchón. Nos salió perfecto.
Nos acomodamos en medio de la cama, yo encima suyo, y seguimos con la sesión de besos y caricias procurando tener siempre en mente que debía interpretarse de la manera más realista que pudiéramos.
Obviamente, sentí cómo nuestros penes flácidos estaban chancados uno contra el otro. nunca usamos prendas de modestia porque las consideramos innecesarias.
Por sugerencia del director, no cortamos sino que hicimos toda la coreografía en modo fluido.
Levanté las piernas a Oscar, acomodé mis genitales entre sus nalgas y me tumbé encima para comenzarlo a besar en esos labios gruesos a la vez que iniciaba mi baile pélvico recordando que nuestros genitales jamás debían verse en cuadro, así que pegué mi bulto lo más que pude a su culo.
Entonces, sucedió.
Fue imposible ignorar cómo mi pene estaba pegado a su ano. Pude sentirlo perfectamente. Traté de sacarlo de mi mente pero no pude. Fue cuando… comenzó a a ponérseme dura.
Me pusse nervioso. ¡Perfecto!, me dije. Todo lo que tenía que hacer era usar esa sensación para generar alguna imagen tensa en mi cerebro de tal modo que mi erección decayera.
Fue inútil. Mis 9 pacíficos centímetros blandos y flacos se convirtieron en gordos 17 centímetros y medio. Medidos con regla flexible, por si acaso. Y no solo creció. Comencé a lubricarle en medio de las nalgas.
Por más que trataba de enfocarme en la incomodidad, era imposible. Al menos, mis besos seguían siendo trucados, aunque no sé si fue mi impresión o los abrazos de Oscar me presionaban más los lados de mi espalda.
En ese momento, solo rogaba a lo que fuera que el grito de corte llegara rápido: temía eyacular en medio del culo de Oscar.
Quizás, el cielo llegó a escucharme.
«¡Clímax!», gritó el director.
Moví mi culo y cadera más rápido, levanté la cara hacia el techo, simulé dar una gran preñada al fondo de ese recto. Ambos nos relajamos.
«¡Corte!, al fin gritó el director.
De inmediato, llegó el asistente y un compañero de montaje a darnos las batas. Con la mía, solo atiné a cubrirme la erección, y me senté en un filo de la cama dándole la espalda a todo el mundo. Ni siquiera miré los ojos de los compañeros que nos trajeron las batas, por vergüenza. Me puse la prenda como pude, me levanté, puse mis manos en los bolsillos para disimular mi erección y me fui cual rayo a mi camerino. Ahora yo estaba tenso.
«Excelente, Juan Jesús», llegó a decirme el director, a la vez que me guiñaba un ojo.
No quise saber nada más. Me refugié en ese espacio y me senté frente a mi espejo iluminado con la tira de bombillas eléctricas. Y aquí sigo.
Mi pene, obviamente, ya no está erecto.
Tocan la puerta.
«Adelante», digo.
Es Oscar. aún viste su bata. Su sonrisa es compasiva.
«Perdóname, no debió pasar», es lo primero que le digo.
Oscar se ríe.
«¿Por qué no vas a ver cómo quedó la escena?»
«En serio, te juro que no quería que pase».
«¿Que pase qué?», sonríe Oscar.
«¿No lo sentiste?»
Oscar sonríe otra vez.
«Fue imposible no sentirla, en especial cuando sentí mi culo húmedo, y créeme que la mía también comenzó a pararse».
«¿Por qué no mandaste corte?», cuestiono.
Oscar suspira, como si se tratara de un actor ya consumado:
«Se iba a romper toda la continuidad, se iba a ver sin fluidez, no sería realista… incluso, con menos gente delante nuestro, hasta te habría pedido que me la metas».
Me sorprendo:
«¿Qué dices?»
Oscar pone seguro a la puerta, se queda ahí, se desata la bata y queda desnudo frente a mis ojos. Recién puedo ver su pene bajo su vello púbico recortado… está poniéndose más grueso y más largo a cada segundo. El mío igual.
Se me acerca, me desata la bata,me la quita, toma mi pene y lo masajea con cuidado hasta terminarlo de poner duro. Lo junta al suyo ya duro, se me aproxima más, abrazándome. Me besa en la boca. Le correspondo. Esta vez nuestras lenguas sí se rozan.
De inmediato, comienza a mover su cadera contra la mía. Se excita más. Yo lo imito.
Rozamos nuestros penes erectos porcinco o seis minutos más. Suelto un potente chorro de esperma que se derrama entre su vientre y el mío. Jadeo de alivio.
«¿Tienes papel higiénico?», me pregunta.
«Primer cajón de la izquierda», le indico aún jadeando.
Me limpia todo el semen. Al terminar, me da otro beso en la boca.
«Ponte la bata y regresemos donde los demás: el director quiere que revises la escena».
Oscar rescata su bata, se la pone. Me mira sonriendo.
«¿Qué esperas, Juan Jesús? No tenemos todo el día».
Yo sigo desconcertado.