Sexo en un centro de rehabilitación con el fisioterapeuta
Al día siguiente acudí muy temprano a la sesión, con la esperanza de ser atendido nuevamente por Samir. Cuando hube acabado mi sesión en la magneto, otro de los muchachos me ofreció pasar a una de las cabinas para darme los masajes, pero yo le cedí el turno a otro de los pacientes con la excusa de que tenía que entrar al baño. Lo que yo pretendía era ser atendido por Samir, que en aquel momento estaba con otro paciente.
A los pocos minutos, Samir terminó con el señor que estaba atendiendo y entonces me propuso pasar a la siguiente cabina para el masaje prescrito por el especialista.
-¿Quiere pasar, señor?
-Claro, allá voy.
-Vaya preparándose mientras me lavo las manos…
Antes de un minuto Samir ya estaba conmigo. Yo, tumbado boca abajo sobre la camilla con el pantalón y el calzoncillo bajados, la camisa subida dejando la espalda al aire, igual que mis nalgas, esperando que las suaves y expertas manos del muchacho comenzaran a hacer su trabajo.
-¿Cómo se encuentra, Señor? ¿Ha notado mejoría?
-Pues… si; un poco… Pero esto va más lento de lo que pensaba…
Yo no podía evitarlo, pero mis ojos se iban disparados hacia su entrepierna, esperando nuevamente ver dibujado el bulto que se ocultaba detrás de la fina tela de aquel pantalón.
El muchacho se untó las manos como de costumbre y comenzó a masajear en mi espalda, pero sus manos se detenían más de lo esperado sobre la raja de mis nalgas, allí donde la espalda pierde su casto nombre para llamarse culo. Yo notaba como su mano derecha se recreaba, -casi con descaro- notablemente cerca de mi ojete, y masajeaba sin el menor rubor sobre aquella zona íntima de mi anatomía…
De una manera visible e indisimulada, yo era consciente de que Samir se recreaba descaradamente en aquella parte de mi cuerpo, y esto no me incomodaba, más bien me agradaba, aunque yo nunca he sido “pasivo” en el sexo. Pero me gustaba cómo el muchacho insistía sobre mi culo. Cualquier otra persona quizás hubiese reaccionado diciéndole al muchacho:
-Ahí, en esa zona, no es donde me duele, es un poco más arriba…
-Pero es que aquí existen terminaciones nerviosas que influyen en la parte que a usted le duele. No se preocupe, señor…
Pero yo me sentía muy halagado de que un “yogurcito” como Samir, se empeñase en recrearse sobre mis partes “nobles”. Tenía la impresión de que, en cualquier momento, el dedo índice del muchacho se insertaría en mi culo, pero esto no ocurrió.
Aunque yo estaba tendido en la camilla boca abajo, aquella posición me permitía volver la cabeza de vez en cuando, para fijarme en la zona de su “paquete”. Yo así lo hacía, y observaba cómo el bulto de su entrepierna aumentaba por momentos… Estaba claro que al chaval le iba la marcha y estaba muy excitado. Hubo un momento en que yo me quedé mirando descaradamente aquella parte de su anatomía, y él se daba cuenta mientras insistía con su mano sobre mi culo. Su pene se marcaba claro y nítido a través del pantalón de su uniforme (pijama blanco) de sanitario, y la forma de su capullo y todo el falo resaltaba notablemente sobre la frágil tela.
Estuve a punto de pedirle su número de teléfono para ponerme en contacto con él fuera de la clínica, pero no quería lanzarme tan pronto al “vacío”. Yo no podía dejar tan evidente que el muchacho me gustaba, y que yo era gay, aunque para mi estaba muy claro que Samir también lo era y había dejado claro que yo también le gustaba a él. Así que preferí esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Como me quedaban todavía algunos días de sesiones, decidí optar por la prudencia para poner las cartas boca arriba, pero yo estaba convencido de que, si daba un paso adelante él no me rechazaría. El problema era que allí, en la clínica, sería imposible tener con él otro tipo de contacto más íntimo.
Pero se me ocurrió algo para hacerme con su teléfono y se lo hice saber:
-Oye Samir, ¿No has pensado hacer visitas a domicilio? Podrías ganarte unos buenos eurillos…
-Sí, lo he pensado. Pero no sé cómo hacerlo, y no conozco a nadie en la ciudad.
-Creo que yo podría ayudarte. Si quieres, me dejas tu número de teléfono y yo podría hacerte una buena publicidad entre familiares y amigos, y en redes sociales. También podría dejar una tarjeta en algunas farmacias que conozco. ¿No te interesa?
Sin pensárselo un momento Samir me dio su número: (6xx7xx9xx).
-Te haré una llamada perdida desde mi móvil y cuando la veas me agregas en tu agenda.
-Así lo haré, señor. Usted se llama Manuel, ¿verdad?
-Si, efectivamente. Mejor que la llamada te agregaré en WhatsApp y te enviaré mi nombre y apellido para que me agregues.
Así quedamos, y mientras que el muchacho seguía con sus masajes, yo le envié un mensaje de WhatsApp
En esto estaban absortos mis pensamientos cuando le avisaron que otro paciente le estaba esperando y que tenía que acabar conmigo. Mientras que él se limpiaba las manos con el papel del rollo que allí había, yo comencé a arreglarme los pantalones mirándole a los ojos, al tiempo que le mostré mi polla con disimulo, bastante excitada, y mis huevos. Mientras me recomponía la ropa, él no dejaba de mirar mi capullo, sin mostrar el más mínimo gesto de rechazo.
Nos despedimos hasta el día siguiente. Yo me fui, completamente excitado y con unas ganas enormes de acostarme con él. ¿Sería esto posible alguna vez?
Por la tarde, pasada la hora de la siesta, recibí el siguiente mensaje en mi whatsapp:
-Hola, soy Samir. Ya le tengo agregado, señor Manuel. Mi nombre completo es, Samir Ahmad, (el nombre -obviamente- es falso…)
-¿Puedes hablar ahora?
-No, pero llámeme después de una hora, sobre las 19,30.
Estuve esperando impaciente que llegara la hora, y sobre las 19,40 marqué su número.
-Hola Samir, soy Manuel
-Sí, ya le tengo registrado…
-Mira, he hecho unas tarjetas de visita con mi impresora. Te voy a mandar la prueba por whatsapp, y si te gusta, imprimiré unas 100 para repartirlas entre amigos y en algunas farmacias.
-Sí, solo que no tengo camilla portátil, y ahora mismo no me puedo permitir comprar una…
-Mira, si quieres te puedo prestar el dinero, y cuando hayas ganado lo suficiente me lo devuelves.
-No puedo aceptar eso, señor… Me parece que estoy abusando de usted…
-No te preocupes, Samir. Si yo no pudiera hacerlo no te lo ofrecería. He estado mirando camillas portátiles en algunas páginas de Internet, y he visto una que cuesta 99.99 euros, (más 8,11 de gastos de envío). Es decir, por menos de 120 euros tienes tu camilla. Te la voy a mandar por whatsapp y si te gusta, yo mismo la pido y te la llevas cuando vengas a mi casa.
El muchacho me había dicho que tenía un coche utilitario para moverse por la ciudad, así que le cité en mi casa.
-Voy a pedir la camilla, Samir. Pero tú puedes venir cuando quieras.
(continuará)