¡Te lo pido por favor! ¡Rómpeme el culo!

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Ya le había echado los tejos varias veces y parecía no desagradarle a pesar de la tremenda diferencia de edad que había entre la bibliotecaria y yo. Ese día tenté mi suerte. Lin, la bibliotecaria, estaba de puntillas cogiendo en una estantería alta el libro que le había pedido: Otelo de William Shakespeare. Le eché una mano entre las piernas y palpé su coño, Lin giró la cabeza y ni seria ni riendo me dijo:

-¿Encontró lo que andaba buscando, caballero?

Al no reprenderme le eché las manos a las tetas, arrimé cebolleta y le respondí:

-Estoy en ello.

Dejó que siguiera sobando sus tetas. Luego se giró y me echó la mano al paquete. Le debió gustar lo que había encontrado, ya que me dijo:

-Faltan quince minutos para cerrar. Vivo sola y mi cama es ancha.

No iba a dejar que saliera viva de la biblioteca. La besé con lengua. Sintió en su mano la dureza de mi polla. Al dejar de besarla, le dije:

-Más ancha es la biblioteca.

-Pero puede venir alguien.

-Eso le da más morbo.

La bibliotecaria era una treintañera. No era muy alta y estaba entrada en carnes, tenía ojos oscuros, tremendas tetas con areolas rosadas, pezones gorditos y un culo fenomenal. La desnudé de medio cuerpo para arriba y le estrujé y le devoré las tetas. Devorándolas le mordí sutilmente los pezones. Lin me dijo:

-Muérdelos con fuerza.

Mordí con fuerza los dos pezones y Lin gimió en vez de chillar. Ahí supe que le iba la marcha. Después de lamer, chupar y morder sus pezones y a areolas, le bajé la falda y me encontré con su coño peludo. Era cómo un bollito de nata que estaba esperando para ser comido. Le eché las manos a sus gordas nalgas y pasé la punta de la lengua de abajo a arriba por la raja del coño insertándola cada vez más profundamente. La lengua se me llenó de jugos, jugos que fui tragando mientras sentía sus gemidos. Luego abrió el coño con dos dedos. Lamí los labios vaginales, primero el izquierdo y luego el derecho, chupé su clítoris y ya no aguantó más, me dio una corrida en la boca tan larga que me harté de tragar.

Al acabar de correrse, me dijo:

-Tengo que cerrar la biblioteca.

Se vistió, yo cogí a Otelo del piso y luego de cerrar fuimos a su apartamento.

Nada más cerrar la puerta, se puso de cuclillas, me bajó los pantalones y cogió mi verga morcillona. La metió en la boca y me la puso tiesa cómo un palo, y no fue de extrañar, ya que mamaba que daba gusto. Lo que tenía era poca paciencia, ya que al ratito se puso en pie, se desnudó a una velocidad de vértigo, se echó sobre la cama y cuando me vio desnudo y empalmado, dijo:

-Ven y rómpeme el culo.

Casi no me creía lo que acababa de oír.

-¡¿Qué has dicho?

-Que me rompas el culo.

Joder si se lo iba a romper.

-Ponte a cuatro patas.

Al estar a cuatro patas le lamí y le folle el ojete al tiempo que le magreaba sus grandes y esponjosas tetas. Al tenerla cachonda cómo una perra le clavé la polla en el culo y le di a romper. Le iba el sexo anal, hasta tal punto le iba que se corrió cómo una cerda.

Al acabar de gozar se la metí hasta las trancas en el coño. Aquel coño mojado si había tragado lo suyo no se notaba mucho, pues la polla entró ajustada. Con los brazos apoyados en la almohada le di leña a barrer. Lin con sus brazos alrededor de mi cuello intentaba llevarme hacia ella para besarme, pero ni un beso le iba a dar. Vi cómo se le cerraban los ojos de golpe. Sentí su coño apretar mi coño y después bañarlo con su corrida y en ese momento sí, en ese momento la besé, pero ni se enteró de que la estaba besando ni de que me estaba corriendo dentro de ella, pues había emprendido un vuelo con las alas del placer envueltas en gemidos.

Acababa de correrse cuando le sonó el móvil. Lo cogió y después de escuchar lo que le decían, me dijo:

-¡Vístete que mi marido viene a comer a casa!

-¡¿Pero no vivías sola?!

-Cuando no está mi marido en casa, sí. ¡Vístete que es policía y si nos ve juntos nos mata!

A cien por hora me vestí y a mil por hora me largué de allí.

Quique.