Tenía mucha lujuria reprimida, mi hermano me ayudo a sacarme de encima todo y la verdad es que fue el mejor sexo de mi vida

Valorar

Apenas tengo recuerdos antes de él.

Alguna pincelada tenue de mí misma abrazando a mi madre, intentando rodearle la gruesa tripa con mis bracitos…. Y de pronto llegó él. Un enano, arrugado y rosita, llorón y mancha-pañales, que encima me quitó mi sitio de reina en medio segundo. Mis tíos, mis abuelos y los primos venían a casa solo a verle a él. A mí a duras penas me saludaban, o eso me parecía a mí…

Y sí, estaba celosa. Claro que lo estaba.

Mis padres se dieron cuenta enseguida e intentaron minimizar los daños. Y lo lograron…por un tiempo.

– Betty, ayúdame con el peque… Tráeme un pañal limpio – me decía mi padre.

– Betty, trae otro babero para tu hermanito, por favor… – me decía mi madre.

Y luego siempre me daban la gracias y me decían lo importante que era mi ayuda. Así, los primeros meses me dejaron «cuidar» al bebé y jugábamos mucho juntos. Cuando comenzó a gatear me seguía por toda la casa como un patito sigue a la mamá pato. Y yo me moría de la risa. Más tarde se convirtió en una fábrica de babas y cuando empezó a hablar era muy gracioso como se le trababa la lengua.

Los años pasaron muy deprisa y en mi adolescencia volvieron los problemillas. Para mí, Jay era un incordio constante. Siempre que me descuidaba lo tenía revoloteando en mi habitación, y siempre que llevaba a alguna amiga a dormir a casa, le pillaba espiándonos…

– Jay, no te lo digo más veces. ¡Vete a tu cuarto! Si te pillo otra vez detrás de la puerta… ¡A mamá que vas! – Yo estaba furiosa

– Yo no hago nada, Betty. Eres una acusica…

– Vete ya a la cama, enano.

– Ya tengo doce años, no soy ningún enano. – protestaba él

– Muy bien, superhombre -le decía en tono claramente sarcástico- igualmente es hora de acostarse.

Otras veces, al volver de clase (Jay salía antes que yo) me lo encontraba sentado en mi escritorio, usando mi portátil y cotilleando mis cuadernos.

– ¿Se puede saber qué haces en mi habitación, enano? – No soportaba encontrarle husmeando entre mis cosas.

– Que no me llames enano, fea.

– ¿Y cómo te voy a llamar, enano? Si eres un microbio…

– Y tú…tú…- Estaba rojo de rabia-  Una…una…foca

Solté una carcajada.

– ¿Foca?

– Claro. Mamá ha tenido que cambiarte todas las camisetas porqué ya no te entraba ninguna del año pasado… – Me dijo totalmente serio

Le di un ligero empujón al crío, para que saliera de mi dormitorio y me quedé pensando…

Sí, de la noche a la mañana me habían salido unas tetas bastante prominentes y mi madre tuvo que comprarme camisetas y también sujetadores. Aunque no pensé que el peque se hubiera dado cuenta de eso…. Igual ya no era tan peque…

Y al año siguiente, las cosas empezaron a cambiar todavía más, pero no sé si para bien o para mal.

Jay se apuntó a un equipillo de básquet y comenzó a pegar el estirón. Y claro, quemar energías en el campo, rebajó sus niveles de impertinencia a algo totalmente nuevo: Me ignoraba.

Yo empecé a tontear con Christian, un chico de mi clase. Era un flirteo muy inocente… Nos pasábamos apuntes, estudiábamos juntos para los exámenes, etc.

Llegó mi cumpleaños y aunque en casa no lo celebraríamos hasta el sábado, mis amigas sí que me felicitaron y el día sucedió con normalidad.

Al terminar las clases, Norma -mi mejor amiga- me pidió que la acompañara a las taquillas, que tenía una cosa para mí. La seguí y cuando me quise dar cuenta había desaparecido y en su lugar estaba Christian.

Me deseó que tuviera un feliz día, me entregó un sobre y cuando le sonreí, se acercó rápidamente y me dio un suave beso en los labios. Luego se fue deprisa, sonrojado hasta las orejas.

Me quedé plantada como una lechuga durante unos segundos. Conseguí reaccionar y abrí el sobre. Dentro había una tarjeta muy bonita, de color rojo con corazoncitos que llevaba toda una declaración de amor. Bueno toda la que se puede hacer a esa edad…

Que era una chica preciosa, muy inteligente y que le encantaba pasar horas conmigo. Al final me preguntaba si quería salir con él y que se lo dijera al día siguiente en la biblioteca. (Que era nuestro refugio)

Yo no sabía que pensar… Christian era muy mono y muy dulce. Pero como yo, también muy tímido. Me gustaba estar con él y estudiar juntos me ayudaba a sacar buenas notas, cosa que a mis padres les encantaba. Aunque ellos no sabían nada de Christian, claro. La maravillosa Norma, fiel amiga, me cubría las espaldas.

Llegué a casa, hice los deberes y llamé a Norma. Le conté todo lo que me había pasado y me dio sus valiosos consejos.

A la hora de la cena, cuando estábamos a mitad del segundo plato, mi hermanito soltó la bomba…

– Pues, ¿A que no sabéis? Betty tiene noviooooo.

No me levanté y le di una hostia porque no soy violenta, lo que hice fue poner cara de incredulidad total y decir:

– Pero… ¿Qué dices, enano? No inventes…

(¿Cómo lo sabía? ¿Habría visto la tarjeta?)

– Yo no invento nada…y enana tú, que ya te paso como tres o cuatro dedos…

Eso era cierto.

– Me da igual. Eres y seguirás siendo un microbio… – Yo ya estaba enzarzada en un mosqueo importante.

– ¡Betty! ¡Jay! – La voz firme de mi madre nos puso en el sitio- Dejad ya de pelear. ¿Por qué dices eso, Jay?

– Pues, porque hoy al terminar la entrega de notas, se estaba besando con uno de su clase…

La cara de mi padre fue épica… Un cuadro. Mi madre estaba más serena, pero la noté irritada. Decidí intervenir amén de que la bomba no estallara del todo…

– Mira Jay, igual necesitas ponerte gafas. Mi compañero sólo me ha pasado unos apuntes y me ha felicitado por mi cumpleaños.

– Betty – me dijo mi padre, intentando reponerse del amago de infarto que sin duda acababa de tener- ¿Seguro que Jay ha visto mal?

– Pues claro, papá. Ya sabes que lo único que quiero es sacar buenas notas para hacer media en selectividad.

Eso era cierto… a medias. Sí que quería tener buenas notas, porque siempre quise estudiar derecho internacional y la nota de corte era alta. Y como mi historial académico me avalaba, mi padre riñó a Jay.

El enano se cabreó como una mona y se fue echando humo, a su cuarto. Por la noche, vino a mi habitación y me dijo con aire serio:

– No te saldrás con la tuya, Brujetty… Esto no quedará así….

Le hice una mueca, en señal de lo poco que me asustaban sus amenazas, y lo eché, otra vez más, de mi dormitorio.

A la mañana siguiente, le dije a Christian que sí, que quería salir con él pero que teníamos que llevarlo discretamente y guardar el secreto por lo menos hasta final de curso.

Como los dos éramos bastante tímidos y el curso acababa muy pronto, no nos iba a costar demasiado.

El último día, Norma y yo fuimos a recoger las notas con el corazón en un puño. Norma más que yo, porque era más cabra-loca. Bueno, lo cierto es que a mi lado, hasta un Lunni era más alocado que yo…

Recogí las notas, y al abrirlas una sonrisa de satisfacción y descanso afloró en mi cara. Todo aprobado con excelentes.

Norma también estaba contentísima, lo había aprobado todo, ¿Con qué nota? Eso era lo de menos. Nos abrazamos riendo. De pronto unas manos se posaron en mi cintura. Me giré sobresaltada, ¡Era Christian! Él también lo había aprobado todo -y con matrículas-. Así que estaba pletórico. Y sin más, no me pude reprimir y le besé bastante efusivamente… Estaba feliz. Tendría un verano largo para disfrutar. Christian y yo habíamos hecho algunos planes…

Llegué a casa muy contenta y emocionada.

Mi madre estaba cocinando algo rico -se olía desde el descansillo- y entré directamente hacia la cocina.

Al verme tan contenta, me preguntó por las notas. Se las enseñé, orgullosa y me felicitó.

Le pregunté si podría pasar unos días en la casa de verano de los padres de Norma. Y me dijo que tenía que hablarlo con mi padre cuando llegara de trabajar.

Me fui a mi cuarto, esperando la llegada de mi progenitor, mientras en mi mente ya volaban los planes. Me encontré a Jay sentado en mi cama. Al verme llegar, sus ojos centellearon y me dijo:

– Muy bien, Brujetty… Lo has aprobado todo… Pero eres una embustera y tengo la prueba.

– ¿De qué hablas, piojo?

Sacó su móvil con aire triunfante y me puso un video delante de los ojos.

¡El muy cabrito! Nos había grabado a Christian y a mí, dándonos el beso de las notas…

– Así me gusta, hermanita. Que te pongas nerviosa…

Maldije a ese petardo que compartía sangre y genes conmigo y opté por el único plan viable.

– Vale, enano. Me has pillado… ¿Qué quieres a cambio?

– No tan deprisa… Lo primero, que dejes de llamarme enano, microbio, piojo y cualquier otra cosa que no sea Jay. Tengo catorce años y ya no soy ningún niño.

– Vale, ena… Jay. ¿Cuánto me va a costar tu silencio?

– Ya veremos. Me lo tengo que pensar un poco… Te lo haré saber, cuando lo sepa.

Y se fue, dejándome con cara de idiota total, chantajeada por mi hermano cuatro años menor.

A ver con qué frikada suya me salía… Algún libro caro de Tolkien, algún comic, o algún DVD, suponía. Pero ya veía venir que la broma me iba a costar cara… Pensé en contárselo a mis padres y acabar el chantaje por la vía rápida pero entonces recordé que mis planes, de irme unos cuantos días lejos, peligraban…

Llegó la cena y todavía le estaba dando vueltas a cómo sacarle a mi padre el tema de las vacaciones, cuando lo hizo mi madre por mí.

Afortunadamente mis notas eran excelentes y Jay también lo había aprobado todo con buena nota. Así que mi padre, de muy buen humor, me dio permiso para irme esas tres semanas.

Increíblemente, Jay estuvo callado. Demasiado callado. Y muy abstraído. Seguramente, urdía su plan de chantaje, pero no iba a ser yo la que hiciera saltar la chispa. Si quería ignorarme, bendito desprecio.

Llamé a Norma y casi me dejó sorda con el grito que soltó, loca de contenta. Luego intercambié unos WhatsApps con Christian y empecé a organizarlo todo. Estaba nerviosa y feliz a la vez.

Saqué una maleta y la puse abierta encima de la cama, luego abrí las puertas de mi armario de par en par y comencé a sacar la ropa que me iba llevar.

Dos horas después, dejaba de bucear entre trapitos y me disponía a cerrar la maleta, satisfecha con mi selección de vestidos, camisetas, shorts, y bikinis que había hecho. Justo entonces entró Jay, como-Pedro-por-su-casa, y se sentó en mi cama.

Con total descaro, metió la mano en la maleta, sacó una de mis braguitas y se puso a mirarlas de arriba a abajo.

– Jay, ¿Qué haces? – le pregunté con evidente sorna

– ¿Yo? – Dijo con aire fingidamente inocente- Te ayudo con la maleta…

Decidí no darle más comba, ni hacer bromas al respeto de si ahora le había dado por ponerse braguitas de chica.

– Muchas gracias. – Contesté resignada- ¿Qué quieres?

– He pensado que… yo también quiero ir de vacaciones…

– Claro. Y eso harás, te vas con mamá y papá a casa de los abuelos, al pueblo.

– Ya. Me refería a que quiero ir a la playa contigo y con Norma.

– ¡Se te ha ido la olla, Jay! -Grité- ¿Cómo te voy a llevar? Los padres de Norma no te han invitado…

– Sé perfectamente que vais solos. Norma, Christian y tú.

Joder con el enano… O era vidente o espía ruso…

– ¿Y qué les decimos a papá y a mamá?

– ¡Ah! Lo que tú quieras, pero como no lo logres, se lo cuento todo y les enseño el video para que me crean.

Me cagué en la madre que parió al niño, que también era la mía y fui a hablar con la susodicha. Le conté que los primos de Norma irían también a la casa de la playa y que invitaban a Jay. Y lo rematé diciéndole que veinte días sin nosotros serían un descanso y que así podría ocuparse solo de papá.

Aun no sé cómo, pero la convencí.

Decidida a intentar hacer sufrir a mi hermano, hasta última hora del día no iba a decirle nada.

Antes de cenar entré en su cuarto, como él solía hacer en el mío, sin llamar.

Y ojalá hubiera llamado…

Me encontré a mi hermanito tirado encima de la cama, con los pantalones a medio muslo y con toda su hombría en la mano.

Menudo homenaje se estaba pegando. Y yo, en lugar de marcharme, me quedé hipnotizada con aquella imagen. Incapaz de moverme y de apartar los ojos de aquel enorme aparato.

Mi cerebro consiguió reaccionar

– ¡Joder, Jay! ¡¡Que no vives solo!!

Él se subió los pantalones en una décima de segundo, y se puso de pie, pero no parecía nada cortado.

– Bueno, ¿Qué quieres?

– Nada. –Bajé la mirada hacia el suelo- Que hagas la maleta, que mañana te vienes conmigo…

– ¡Guay!

Agitó el brazo en señal de objetivo cumplido y yo salí de allí muerta de vergüenza.

Intenté quitarme la imagen del pene de mi hermano de la cabeza… Era realmente grande… muy largo y grueso. Muy distinto al de Christian…

No es que Christian y yo hubiésemos tenido muchas ocasiones, nos reservábamos para las vacaciones, pero algunas caricias furtivas subidas de tono sí que habíamos compartido.

Para mi bienestar mental, me centré en la emoción del viaje, intentando olvidar aquella visión….

Al día siguiente, Jay y yo nos despedimos – después de prometerle veinte veces a mi madre que cuidaría de mi hermano- y nos fuimos a la estación de tren dónde habíamos quedado con Norma. Christian subiría en la siguiente parada, porque le quedaba más cerca de donde vivía con sus padres.

Al vernos, Norma no puedo evitar preguntarme:

– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué viene Jay contigo?

– Bufff… Es una larga historia. Ya te contaré. Pero se resume en chantaje fraternal. Lo siento…

– ¿Te molesta?

– No, mujer. Ya te entiendo…aunque no tenga hermanos. Además, el tuyo es un bombón.

– ¡¿Qué dices, Norma?! Pero si es un crío… Solo tiene catorce años…

– Sí, y muy bien llevados… pero que muy bien – dijo Norma, dándole un repaso a mi hermano.

Dejé a Norma por imposible. Ya había hecho bastante con no enfadarse y total… Dos días con Jay y seguro que dejaría de verle taaaaaan mono.

Subimos al tren y buscamos un compartimento donde pudiéramos caber los cuatro. Era un viaje largo porque habíamos cogido el tren más barato y era el que hacía más paradas. Colocamos las maletas mientras el tren se ponía en marcha. Dejé a Norma y a Jay hablando, resulta que a Norma también le fascinaba El Hobbit y el universo Tolkien, y yo me fui a hablar por teléfono con Christian.

Cuando el tren paró en la siguiente parada busqué a Christian en el andén y cuando lo encontré, lo ayudé a subir la maleta. Mientras íbamos hacia el compartimento le conté brevemente lo del «invitado» sorpresa y me dijo que le parecía genial, así Norma no estaría desplazada en ningún momento.

El viaje se me hizo un poco largo. Jay y Norma no paraban de charlar y de sonreírse como tontos – y yo ya me temía lo peor – y Christian estaba enfrascado en un libro de economía e inversiones bursátiles…

Apasionante.

Salí al pasillo a caminar un poco… Le mandé un WhatsApp a mi madre para que estuviera tranquila y me quedé mirando distraídamente por la ventanilla, viendo el paisaje pasar a toda velocidad. Sin darme cuenta me encontré pensando otra vez en la verga de mi hermano… Un intenso calor me recorría por dentro y nada tenía que ver con la temperatura ya de por si elevada del tren. Me reñí a mí misma y pensé que al llegar, me dedicaría a Christian y me olvidaría del resto.

Llegamos al apartamento con las últimas luces del día. Era muy amplio y confortable. Se notaba que la madre de Norma es decoradora. Tenía tres habitaciones con camas de matrimonio, dos baños y un salón-comedor con la cocina integrada gracias a una barra americana. Todo en tonos crema y azul marino.  Dejamos nuestras cosas y nos dividimos para hacer las primeras compras e instalarnos.

Más tarde, cenamos algo rápido y después Jay y Norma dijeron que les apetecía darse un bañito nocturno y bajaron a la playa.

Me alegré de quedarme a solas con Christian y de que mi hermanito me ignorara vilmente.

Cuando aquellos dos se marcharon, le propuse a Christian ver alguna chorrada en la tele. Haciendo acopio de valor y movida sin duda, por todo ese fuego que llevaba sintiendo en el interior durante todo el día, empecé a abrazarme a Christian y a besarle.

Él también empezó a reaccionar. Estábamos solos ¡Al fin! y yo quería -necesitaba- darle rienda suelta a mi pasión… Desabroché los pantalones de Christian y metí mi mano dentro. Le fui acariciando suavemente, mientras sentía como se iba despertando.

Mientras tanto él metió sus grandes manos debajo de mi camiseta, tocándome la espalda y buscando torpemente el broche de mi sujetador.

Me quité la camiseta para facilitar la tarea. Después de unos minutos, lo logró y mis pechos se bambolearon libres entre nosotros.

Saqué la mano de sus pantalones para quitarle la camisa. Tenía el torso blanco, y aunque estaba flaco no se le notaba ni un músculo.

Me daba igual, estaba a tope. Me senté encima de él y apreté mis pechos contra su torso, mientras le abrazaba y sus manos resbalaban hacia mi culo.

Empecé a hacer círculos amplios con las caderas, para provocarle. En pocos minutos noté como su erección completa pugnaba por salir.

Me levanté, me quité rápidamente mi pantalón y las braguitas mientras Christian hacía lo propio. Volvió a sentarse en el sofá y yo me coloqué encima. Le acaricié y le coloqué una gomita (como nos habían enseñado en clase de educación sexual). Luego levanté las caderas y me dejé caer lentamente.

Era mi primera vez, pero estaba absolutamente excitada y apenas noté dolor. Me volví loca cabalgando a Christian, buscando desesperadamente la liberación y que el fuego de mi interior se calmara. Pero de pronto, Christian empezó a resoplar y paró. Se había corrido.

– Bufff Betty… Lo siento, es que… Estabas desatada y yo también tenía tantas ganas…

– Ya…no pasa nada.

– Tranquila cariño, déjame un ratito que me recupere y…

– Si, tranquilo. ¿Voy a la ducha vale? Luego ya hablamos…

Me fui a la ducha frustrada. Con la esperanza de que Christian quisiera venir a seguir jugando. Pero no fue así. Al salir de la ducha me lo encontré vestido de nuevo y durmiendo a pierna suelta…

Recogí mi ropa y me fui a la que habíamos decidido que sería nuestra habitación. Me puse un pijama de verano y me tumbé en la cama. La ducha había refrescado el ardor, pero no había apagado el fuego.

Un buen rato después, oí como se abría la puerta del apartamento y a Norma riéndose y haciendo callar a Jay.

– Shhhht. Que no quiero molestar a Betty y a Chris.

– A Don Descafeinado, querrás decir…

– Calla, que nos van a oír.

– Bfff… ese seguro que lleva horas durmiendo. Es de «los que se acuestan tempranito».

Volvieron a sonar las risas ahogadas y se metieron juntos en la habitación de Norma.

A los pocos minutos empezaron a sonar breves suspiros.

Intenté ignorarlos y dormir, pero pronto los suspiros eran intensos gemidos.

¡Lo estaban haciendo! ¡¡Norma se estaba liando con mi hermano!!

Los gemidos y jadeos eran cada vez más fuertes y se combinaban con comentarios soeces de lo más explícitos. Tenía el audio de una puñetera peli porno al lado y sentí el impulso irrefrenable de levantarme.

Mis entrañas se habían apoderado de mi cerebro y mi curiosidad había relegado todo rastro de razón, decoro y moralidad.

Me acerqué sigilosa como un gato y al ver la puerta entreabierta, me puse a espiar…

Norma estaba completamente desnuda y depilada, tumbada en la cama con las piernas abiertas y se acariciaba un pecho con una mano y con la otra se frotaba el sexo con deleite mientras mi hermano arrodillado a su lado, no dejaba de besarla mientras se ponía una gomita.

Pude observar otra vez ese monumento de la naturaleza y el fuego de mi interior renació con total intensidad, como una explosión.

Vi cómo se acercaba a Norma, colocándose encima de ella y como ella alzaba las caderas para recibirle mientras Jay se hundía dulcemente en su interior. Observé como Norma le rodeaba las caderas con las piernas, envolviéndole y apretándole ese culo de glúteos esculturales. Ambos suspiraban fuertemente al compás de su balanceo rítmico. De pronto, Jay sin dejar de empujar sus caderas contra las de Norma, arqueó su musculosa espalda hacia delante, enterró la cara entre sus pechos y le comenzó a mordisquear alternativamente sendos pequeños pezones oscuros. Norma gemía locamente, enterrando sus dedos en el pelo de Jay y yo, lejos de mi ser racional, poseída sin duda por el morbo, seguí espiándolos mientras mi excitación no paraba de aumentar.

No tardaron en correrse. Norma se convulsionó entera, casi saltaba de la cama y mi hermano resollaba sin apenas aliento con la espalda perlada de sudor. Y justo cuando se estaban separando, sonriéndose embobados, pude ver que Jay llevaba un tatuaje en la muñeca izquierda.

Aquello me bajó la libido de golpe. Y me fui corriendo a mi habitación.

Jay con un tatuaje… ¿Desde cuándo?

Me metí en la cama y con tantas emociones encontradas caí rendida en un sueño soporoso.

Al día siguiente Christian estaba absolutamente sumiso y atento como un corderito. No paraba de pedirme perdón.

– A ver, Chris. Deja ya de pedir disculpas. Quedan muchos días de vacaciones. Ya lo arreglaremos. Ahora vamos a la playa. – No tenía ganas de hablar de nuestro “estreno”…

Nos pusimos los bañadores y recogimos las toallas. Cuando estábamos a punto de salir, oí como Norma cuchicheaba algo con Jay.

– Joder, Norma…nooooo

– Jay… que sí, Betty…

– No lo hagas….

Bajamos a la playa, buscamos un buen rincón y extendimos las toallas.

Norma enseguida se adelantó:

– Betty y yo nos vamos al agua. Vosotros quedaros aquí a vigilar las cosas.

Jay le lanzó una mirada algo venenosa pero Norma le ignoró. Me agarró de la mano y me arrastró al agua.

– Betty… Verás es que… Bfffff no sé cómo contarte esto… pero…

– ¿El qué?… ¿Que te has tirado a mi hermano?

– ¡Sí! ¡No! ¡¿Qué?! ¿Cómo lo sabes?

– Tranquila, ayer os…oí.

– Ufffff lo siento…perdóname. Es que es tan guapo… Y tiene un cuerpazo… Y unos músculos tan defi…

– Norma, frena que es mi hermano…y tranquila, de verdad. Si tú estás bien, eso es lo que cuenta.

– ¿No te molesta?

– No seas boba. Para mí es un grano en el culo, pero si a ti te gusta…

Norma emocionada me dio un pico y un abrazo. Luego sus preciosos ojos verdes perdieron la angustia y me preguntó qué tal con Christian, pero claro yo no estaba tan entusiasmada como ella. Me abrazó otra vez y se zambulló en el agua mientras yo salía hacia la orilla.

Mientras me acercaba a las toallas observé a Christian y a Jay. Realmente Jay aparentaba unos cuantos años más de los que tenía en realidad. Y Norma tenía razón, se le marcaban los abdominales y lo pectorales. Sus bíceps eran dignos de un deportista de élite. Me di cuenta que llevaba el reloj y unas pulseras de cuero ocultando el tatuaje. ¡Por eso no le habíamos visto nada! Estaba sentado en posición relajada y mirando hacia donde Norma estaba nadando. A su lado, Christian se veía escuálido y cetrino. Centrado de nuevo dentro de uno de sus múltiples libros. Nadie diría que de los dos, él era el mayor de edad…

Me tumbé entre los chicos, sonriéndoles ampliamente.

Christian ni siquiera levantó la vista. Solo Jay me devolvió brevemente la sonrisa.

Cogí el bronceador.

– Jay, antes de irte al agua, ¿Me pones crema en la espalda?

– Claro, Betty.

Por una vez, no hubo acritud, ni pullitas, ni soniquete.

Me tumbé boca abajo y mi hermano me puso crema. Con absoluta destreza me desabrochó la parte superior del bikini y comenzó el masaje.

Era tan agradable… Que manos tan firmes y suaves a la vez…

– Betty, eso ya está.

Pensé, ¿Ya? Joder qué rápido acaba lo bueno. Mi subconsciente me riñó y le di las gracias mientras veía como se levantaba de un salto y marchaba al agua, diría que muy feliz.

Me abroché el bikini de nuevo y me seguí dando crema yo misma en brazos y piernas. Christian ni siquiera se ofreció…

Me puse las gafas de sol y miré hacia el agua. Jay había llegado donde Norma y se estaban abrazando y besando como si no hubiese un mañana.

Las imágenes del día anterior acudieron a mí y miré a mi novio….

Desde luego no tenía las cualidades que yo creía, por no hablar de los atributos…

Me volví a reñir a mí misma, diciéndome que eso no era importante y que tenía que sacar a Christian del caparazón…

Me tumbé y me relajé hasta que Jay y Norma regresaron. Entonces me levanté, le cerré el libro a Chris, que no se atrevió a protestar y me lo llevé al agua, dispuesta a pasármelo bien.

Dentro del agua, solos y alejados, por fin, Christian me abrazó y me besó. Debido a todo lo ocurrido, yo era como una mecha impregnada en parafina. Me aferré a Christian, subida como un koala, rodeándole con mis piernas. Sin parar de besarnos, me puso las manos en el culo y cuando me vi estable, solté una mano de sus hombros y la deslicé por su pecho hacia abajo y me colé dentro de su bañador.

Agarré su masculinidad con suavidad y comencé un dulce meneo rítmico. Christian suspiraba profundamente. Sabía que le estaba gustando. La agarré con más firmeza, dispuesta a llegar hasta el final.

– Be…Betty…ufffff…pa…ra

– ¿Por qué?- Le pregunté con voz ronca- ¿No te gusta?

– Me… en…canta pero….ufffff… si sigues… Bufff…

Le callé con un beso y mi mano no paró. En pocos segundos, como me había advertido, se corrió. Me bajé y le dejé recuperarse un segundo. Cuando recobró el aliento me preguntó:

– ¿Por qué lo has hecho, Betty?

– Para que ahora, cuando volvamos al apartamento, no me dejes a medias.

Se sonrojó ampliamente, pero no me amedrenté y me encaminé hacia las toallas, dispuesta a coger la llave del apartamento y continuar mi juerga particular.

Con una sola mirada, Norma captó la situación y dejó que Christian y yo subiéramos al apartamento, a solas.

Yo siempre había sido una chica muy tímida y reservada pero desde hacía poco más de veinticuatro horas, me había desatado.

No sabía que me ocurría, pero solo deseaba calmar mi fuego interior. Por puro instinto animal, sabía qué necesitaba. Y quería con todas mis fuerzas que Christian me lo diera.

De nuevo en el apartamento, intenté no ir directa a la acción, manteniendo una conversación intrascendente con Chris.

Conseguí que fuera él quién se acercara primero y me besara. Yo hice el beso más intenso y comenzamos a jugar.

Solo llevábamos los bañadores así que pronto estuvimos desnudos. Nos tumbamos en la cama mientras nos dábamos pequeños besos en los labios. Las manos de Christian me recorrían lentamente y con poca firmeza, pero yo tenía ganas de más. De mucho más…

– ¡Oh! Christian, por favor… ¡Vuélvete loco!

– Mmmmmm. Claro cariño, eso hago…

No estaba dispuesta a quedarme a medias otra vez y volví a tomar las riendas. Lo tumbé debajo de mí, le agarré las manos e hice que me estrujara los pechos, pero lo hacía sin ninguna gracia y muy descoordinadamente. Cambié de táctica, me di la vuelta sobre él, sentándome en su estómago pero dándole la espalda. Le coloqué las manos en mis caderas y agarré de nuevo su miembro. Lo trabajé rápidamente para ponerlo completamente duro otra vez y le coloqué una gomita. De nuevo, elevé mis caderas y me deslicé mientras Christian entraba en mí. Era una postura muy placentera. Sentía torrentes de placer correr por mi vientre, llevándome de nuevo al borde del abismo. Quería que esa sensación se prolongara eternamente. Y de pronto oí los suspiros intensos de Christian (que no llegaban ni a gemidos) y cómo se volvía a detener. Puse los ojos en blanco, frustrada y desesperada. Me descabalgué  y al girarme para hablar con él, noté por el rabillo del ojo un movimiento extraño. Miré hacia la puerta, pero no vi nada. Pensé que eran imaginaciones mías y me centré en lo que me ocupaba.

– Christian… – mi tono no era de enfado, pero si se notaba la desilusión.

– Amor, lo siento… No sé qué me pasa…. Es que eres tan voluptuosa y tan fogosa…

– Si, ya… – no iba a sentirme culpable a estas alturas- ¿Y qué?

– No… nada… es que pensé que serías más tímida. Y… no sé, que me excitas brutalmente. Eres como una sirena o una venus…

Me sentí halagada profundamente y le sonreí dulcemente. Mi desesperación quedó relegada. Quizás debería tomármelo con más serenidad…

Pasaron unos días en los que me tomé las cosas con Christian con mucha calma. Todo eran besos y arrumacos. Como hacía unas semanas, en el instituto. Christian seguía siendo muy descoordinado y torpe, pero yo me sentía en mi elemento y quería seguir a la búsqueda del placer máximo… y mientras, por la noche o por la tarde o a primera hora de la mañana, mi hermano y Norma nos deleitaban con una completa sinfonía de gemidos y palabrotas las cuales sin duda desembocaban en espectaculares orgasmos.

Empecé a sentir absoluta frustración. Harta de no encontrar sincronía, mandé a mi hermano y a Chris a comprar algunas chorradas y decidí hablar con Norma, que tenía mucha más experiencia. Mi hermano no era el primero, para nada.

– Joder, Norma. No sé qué hacer…

– Ya… ¿pero qué le pasa? ¿No se le pone dura?

– No, no. Ese no es el problema.

– ¿La tiene muy pequeña?

Me quedé parada. No había visto ninguna más… bueno la de Jay, y eran muy distintas pero claro… eso no se lo podía decir a Norma.

– No… bueno… no sé, normal… ¿Eso es importante?

– Realmente no, pero por ejemplo la de Jay es espectacular y claro, en algo repercute…

– Ya… a ver, ya sé que es mi hermano, pero… ignorando ese dato… ¿Cuándo él se corre, tú también?

– Jajajaja. No siempre, Betty. Conseguirlo a la vez es muy difícil. Pero Jay tiene mucho aguante y si no me he corrido yo primero, él sigue para que yo lo consiga.

– Pues ese es el problema, Norma. Chris se corre y se apaga. Como un interruptor…

– Bueno mujer, no todos los hombres tienen aguante después del orgasmo. Lo que tienes que hacer es lograr correrte tú antes.

– Ya… pero es que no me da tiempo…

Me estuvo animando y dándome una serie de consejos para que pudiera ponerle “remedio”. Nos costó bastante, pero al final, cuando ya casi no nos quedaban días de vacaciones, Christian y yo lo logramos. No fue tan espectacular como Norma me lo describió y no conseguimos –ni de lejos- emular el espectacular polvo que presencié nuestra primera noche de vacaciones, pero tenía grandes esperanzas.

Regresamos a casa, todavía quedaba verano por delante, y aunque con mis padres en casa la cosa se complicaba mucho, contaba con que Jay me ayudara.

Pasados unos días en los que mis padres no dejaron de decirnos como habíamos crecido y lo flacos que estábamos, cuando todo ya se había calmado, decidí hablar con mi hermano.

Llamé antes de entrar en su dormitorio (todavía recordaba la última vez).

– Pasa – contestó con desdén

– Hola, Jay – saludé alegre

– Hola Betty ¿Qué quieres? –preguntó impaciente

– ¿Echas de menos a Norma?

– ¿Y a ti qué más te da?

– No seas borde.

– No seas cotilla.

– Jay… ¿Quieres verla o no?

– Bueno, claro. Norma está cañón.

– Sí, yo también quiero ver a Christian…

– ¿Nos hacemos un cine?

– Sí, pero Norma solo puede el viernes y no llegaría hasta la sesión de las diez o a la golfa.

– A la golfa no, que tu cenicienta se nos duerme.

– Jay… no seas impertinente…

– ¿Yo? Yo solo digo la verdad… Don Descafeinado no toma alcohol porque le marea, no se acuesta tarde porque no rinde y no fo…

Mi cara debió ser un poema. Más que cabreada, estaba descolocada. Jay tenía algo de razón, pero me dolía que tratara a mi novio así. Bajé la mirada al suelo y por una vez Jay se apiadó.

– Perdona, Betty. Hablo demasiado. Quedamos el viernes, sí.

Me marché algo avergonzada y empecé a organizarlo todo.

A la semana siguiente propicié otro encuentro entre los cuatro. Sabía que Jay no soportaba mucho a Christian, pero enfrascado en Norma no le hacía mucho caso.

Al cabo de unos días, Norma y Jay se pelearon. Solo conocía la versión de Norma, pues mi hermano seguía la táctica de ignorarme.

Dejé pasar el tiempo, pero antes de empezar el nuevo curso, decidí que ya era hora de presentarles a Christian a mis padres. Y recurrí a mi hermano para que me ayudara.

– Jay, voy a hablar con papá y mamá. Quiero que conozcan a Christian.

– Vale, y ¿Por qué me lo cuentas?

– Ya saben que salgo con alguien. Y sospechan que tú lo conoces.

– Sigo sin captarte, hermanita…

– Que no quiero que les digas a papá y mamá de qué conoces a Christian, y que además les digas que te cae bien. O que por lo menos te calles…

– Uy, uy… eso que me pides es un gran favor.

Solté un largo suspiro.

– Tampoco tanto….

– ¿Y que gano yo a cambio de tanto silencio?

– Pues mira, ganarás que no les diga que debajo de estas pulseritas – dije señalando su muñeca izquierda- llevas un tatuaje.

Su cara pasó del estupor a la conmoción.

– ¿Y tú como lo sabes?

– ¿Es mentira?

Y me marché, dejándole atónito. Corrió por el pasillo y me agarró por el brazo. Me metió a la fuerza en mi habitación y cerró la puerta tras de sí.

– Betty… – su mirada era intimidadora y su voz, amenazante.

Era mi hermano pequeño, pero algo había cambiado entre nosotros. Además, no dejaba de crecer y ya me sacaba casi un palmo. Bajé mi mirada y salió de nuevo mi timidez. Con suavidad le dije:

– Ayúdame y tu secreto estará a salvo hasta que tú quieras…

Sin verle, notaba como sus ojos soltaban centellas. Estaba furioso, todo su cuerpo emanaba tensión, pero me negaba a mirarle la cara. Al final, claudicó.

– Valeeee. Lo haré. Pero que Don Descafeinado no pasee mucho por aquí.

– De acuerdo.

Siguiendo mi plan, les conté a mis padres lo de Christian y como yo había imaginado quisieron conocerle. Así que empezaron a invitarle. Jay ponía mala cara, pero tragaba… Conoció a otra chica muy mona, de su misma edad y también la empezó a traer por casa.

Asombrosamente mis padres lo toleraron perfectamente. Y de hecho, diría que hasta les hacía felices vernos bien, porque muchos fines de semana empezaron a marcharse solos a la casa de los abuelos o por ahí y nos dejaban el piso a Jay y a mí.

Fue un año curioso. Christian y yo no avanzábamos mucho, pero teníamos un cierto punto de equilibrio. Jay en cambio, supongo que se había labrado cierta fama, porque casi cada viernes aparecía con una distinta… Eso sí, todas de ojos verdes… aunque le duraban menos que un chupa-chups. Como mucho, en un mes les daba pasaporte.

Así que me resigné a que los viernes siempre sonara el mismo e inconfundible concierto de gritos, gemidos y groserías varias desde el otro lado del pasillo.

Mientras Christian y yo éramos… mucho más discretos y reservados. Con los meses, a Christian le empezó a molestar excesivamente la misma música todos los viernes y empezó a venir cada vez menos.

Una tarde cualquiera en la que estábamos solos, Jay me increpó…

– ¿Qué pasa hermana? ¿Don Descafeinado hoy no viene o qué?

– No, Jay… Está cansado, tiene que estudiar… y aquí, no se concentra…

– Ya… ¿No le molestaran mis amigas, verdad?

– No…  A ver, no eres la discreción personalizada que digamos… pero solo es que aquí le cuesta concentrarse…

– ¿Y no será, que tiene envidia?

– ¿Envidia de qué, Jay?

– Hombre, salgo con tías de bandera, que saben hacérselo pasar bien a un hombre… y tú…

– ¿Yo, qué?

– Pues que igual me equivocaba y que Don Descafeinado no lo es tanto….

– ¿Qué insinúas?

– Pues que nunca he oído gritar a Christian de placer… Igual resulta que la sosaina eres tú.

– ¿Qué dices Jay?

– Pues eso, que eres una mojigata y una reprimida….

No sé qué se apoderó de mí. La ira, los insultos, bajarle los humos al chulo de mi hermano… un calor abrasador me inundó y las llamas me quemaban por dentro… Agarré a Jay por el brazo, pillándole por sorpresa, y pude meterle dentro de mi habitación.

Lo clavé contra una pared sin molestarme en cerrar la puerta y sin decirle ni media palabra me arrodillé frente a él  a la vez que le desbrochaba los vaqueros. No sabía que estaba haciendo. Y mejor no lo pensaba demasiado. Tenía que cerrarle la bocaza a mi hermano…

Su gran paquete se mostró frente a mis ojos, apretado dentro de un bóxer con dibujos de héroes de cómic.

Un cúmulo de emociones que llevaba conteniendo desde el verano anterior, salieron a flote de golpe como un tsunami, inundándome el cerebro.

La lujuria más animal era mi dueña y tiré de sus calzoncillos con rabia. Frente a mí, la polla más inmensa que había visto nunca (claro que solo podía compararla con la de Christian…). De cerca todavía imponía más, que lo que recordaba.

La así con una mano y abrí la boca todo lo que me daba de sí. Me la metí dentro y empecé a chupar. Mi hermano por fin callaba de una puñetera vez y lejos de alejarme de él, me puso sus manos firmemente sobre mi cabeza para mantenerme en esa posición e impulsar un rítmico balanceo.

Yo solo era una lengua lujuriosa, moviéndome arriba y abajo, a lo largo de aquella preciosidad. Mis labios eran la puerta de una cueva profunda que tragaba y tragaba sin fin. No tardé más de tres minutos en oír como Jay jadeaba locamente y me aferré a sus caderas fuertemente, para retenerle dentro de mí. Succioné con furia, víctima de mi propia pasión que no me dejaba pensar en otra cosa y me mantuve ahí, casi sin ahogarme hasta que mi hermano con un largo gemido placentero expulsó su torrente liberador.

Me levanté absolutamente turbada, seguía fuera de mis casillas… Hui despavorida de mi habitación y del piso.

Me puse a pasear sin rumbo fijo hasta que mis ideas comenzaron a tomar forma racional de nuevo. Y me puse a analizar lo sucedido. ¿Qué había hecho? ¿Qué me estaba pasando? ¿Y qué le diría a Christian?

Intenté serenarme y sin sacar nada en claro, decidí que lo mejor sería olvidar aquel episodio… Regresé a casa al cabo de unas horas y aparentemente no había nadie. Suspiré de alivio y me metí corriendo en el baño. Me quité la ropa con rapidez y miré avergonzada mis braguitas, estaban absolutamente húmedas. Me sentía sucia… No, esa no era la palabra… me sentía pervertida.

Una vez dentro de la ducha, con el agua templada cayéndome en cascada, cerré los ojos, seguía auto-censurándome brutalmente y no me permití analizarlo desde otra perspectiva.

Los siguientes tres días los pasé absolutamente retraída y no podía ni cruzarme con Jay.

Unos días más tarde dejé de sentirme tan mal e intentaba encontrar una explicación a mi comportamiento. La lujuria más absoluta, me había poseído. Pero no entendía por qué había reaccionado así. Hice acopio de valor y  me atreví a hablar con Norma, porque no podía guardarlo más tiempo para mí. En ningún momento le comenté, ni remotamente, que había sido con Jay. Me inventé a un chico absolutamente inexistente. Como siempre, su liberal mirada sin complejos me ayudó a poner las cosas en el contexto adecuado.

– ¡Olééé Betty! ¡Qué bien!

– ¿Bien, dices? Pero si le he puesto los cuernos a Christian…

– Bueno mujer… tampoco pasa nada

– Norma, joder… ¡Que yo no soy así!

– Betty, frena. Deja de culparte y pregúntate porqué ha sucedido

– Yo que sé…

– Claro que lo sabes. Ha ocurrido porqué aunque lleves casi un año fingiendo la felicidad absoluta, las cosas con Christian no marchan bien.

– Bueno… no creas, tenemos nuestros momentos…

– Intelectuales quizás, Betty. Pero físicos, no.

– ¿A qué te refieres?

– No sé… A sentir tanto placer que te crees que te vas a morir… a no poder reprimir los gritos, porque te salen de la parte más animal de ti…

Me resigné, Norma tenía toda la razón del mundo. Lo que había sucedido solo era fruto de mi propia contención. Me había estado mintiendo a mí misma mucho tiempo.

Christian en la cama conmigo era un auténtico desastre. No había sincronía alguna. Y Jay había dado en el clavo, era una reprimida.

Me vinieron a la mente las sinfonías desenfrenadas de los viernes de mi hermano y recordé como Norma se volvió loca durante las vacaciones. No pude resistirme a sacarle el tema…

– Ya… Recuerdo las vacaciones… – Puse los ojos en blanco en plan cómico.

– Jajaja, sí. Es que tu hermano… – se ruborizó.

Norma ruborizándose… eso era algo absolutamente nuevo. Y yo tenía tanta curiosidad guardada desde que los viera aquella primera noche de las vacaciones que pregunté sin cortarme.

– Sí… ¿Qué te hacía Jay?

Norma abrió los ojos como platos, creo que se sintió incomoda de repente así que miré de calmarla.

– Sí, ya sé… pero obviemos el detalle de que es mi hermano.

– ¿Seguro? – preguntó vacilante

Asentí enérgicamente. Necesitaba saber más…. Y Norma me lo contó. Me explicó todo lo que había hecho con Jay, y yo aunque estaba tan turbada que casi ni me sujetaba, no podía dejar de escucharla y de pedirle que siguiera contándome todas sus travesuras… Tenía tal remolino dentro que ni siquiera era capaz de identificar mis emociones. Pero principalmente sentía envidia. Envidia sana, pero envidia al fin y al cabo.

Norma había vivido tantísimas experiencias que mi vida empezó a parecerme insignificante. Tantos libros, tanto esfuerzo estudiando para sacar buenas notas… No me arrepentía para nada, simplemente es que había empezado a desear lo que Norma ya había tenido…

Poco a poco fui olvidando la vergüenza e intenté hacer vida absolutamente normal.

Seguía apartando los ojos cuando me cruzaba con Jay, pero ya no sentía la imperiosa necesidad de huir. Y decidí, por una vez, coger el toro por los cuernos y enfrentarme a mi hermano.

– Jay, tenemos que hablar…

– ¿De qué?

– De lo que nos ocurrió hace unas semanas…

– ¿Te vino la regla? No veo que sea necesario hacer un debate…

¡¿Qué?!

– ¿Eres gilipollas?

– Vete a la mierda

Vale, por ahí no iba a llegar a ninguna parte… Volví al principio.

– Jay, tenemos que hablar de lo que nos pasó el otro día.

– Betty, no sé de qué hablas…

Su mirada era absolutamente impasible, indiferente. Me rendí. Suficientemente duro estaba siendo para mí. Solo podía dejar pasar el tiempo. Si Jay no quería hablar del tema, no lo podía presionar.

Me dije a mi misma que debía olvidar ese “momento parisino” con mi hermano, como si nunca hubiera existido o como si solo hubiese sido una fantasía; aunque en mi fuero interno quedaría para siempre el inmenso placer que sentí al tener la oportunidad de gozar, aunque solo fuera con mi boca, de toda su virilidad…

Y pasaron unos meses en los que Jay estaba absolutamente frío y distante. Y ni siquiera me dirigía la palabra. Era como si un inmenso lago helado se instalara entre nosotros cada vez que compartíamos espacio. Y yo, al principio lo agradecí, pero de pronto empecé a echar de menos hasta sus broncas. Deseaba que me hablara, aunque fuera para pedirme la hora. Intentaba que nuestras miradas se cruzaran aspirando a romper el hielo y a recuperar algo de la relación de antaño.

Un viernes de unas cuantas semanas después me percaté del silencio que reinaba en casa. Mis padres, como ya era habitual, se habían marchado después de comer y no iban a volver hasta el domingo por la noche. Pensé que estaba sola en casa e iba a ponerme una de mis pelis favoritas en el salón, a ver si conseguía tener una buena llorera, de esas que te dejan nueva por dentro.

Cuando pasé por delante del cuarto de Jay, la puerta estaba entreabierta y no pude reprimir el impulso de comprobar si de verdad estaba sola.

Mi hermano estaba dentro de la cama, a oscuras, con los ojos cerrados y el metal atronándole las orejas a través de unos cascos. Sonreí débilmente, no sabía cómo podía gustarle esa música y mucho menos dormirse con ella… pero antes de irme vi como la colcha se movía arriba y abajo rítmicamente. ¡No estaba dormido! Me marché rápidamente con el corazón en la garganta y un batiburrillo de sensaciones otra vez. Esperaba que no me hubiera visto. Me senté en el sofá del salón con una caja de pañuelos en brazos y puse en marcha el DVD. Me envolví en una manta e intenté con todas mis fuerzas centrarme en la película. Pero no lo logré. Mi cerebro viajaba a toda velocidad por los recuerdos recientes… Las palabras de Norma resonaban en mi mente una y otra vez: “¡Libérate! Deja de culparte”. Lloré largamente y ni siquiera me di cuenta de que la película había terminado; me había quedado fría y pensé que una ducha me ayudaría a dormir. Bajo el agua caliente, mi hermano no salía de mi mente. Comencé a imaginármelo haciendo todas las cosas que me contó Norma y comencé a desear que me las hiciera a mí. Y como más me lo imaginaba, mejor me sentía conmigo misma. Cerré los ojos y con las manos jabonosas empecé a acariciarme los pechos, a juguetear con mis pezones… el ardor de mis entrañas, que había estado latente, volvió a resurgir con fuerza y sentí la imperiosa necesidad de llevarme al límite. Me rocé el sexo y mis dedos se quedaron atrapados ahí. Intensifiqué el contacto hasta que sentí como mi cuerpo llegaba al abismo y justo en ese momento me pareció oír un ruido… Estaba en ese punto sin retorno, así que ignoré ese pensamiento y continué mis caricias hasta explotar en un dulce y largo orgasmo que me convulsionó entera.  Abrí los ojos, turbada. Efectivamente estaba sola… tanto silencio me estaba afectando, pensé para intentar calmarme. Pero cuando salí de la ducha mis braguitas estaban encima del lavabo y no con el resto de mi ropa, dentro del cesto para lavar.

El baño estaba entre mi cuarto y el de Jay así que salí corriendo al pasillo medio envuelta en una toalla, descalza y con el pelo aun goteando y alcancé a ver como la puerta del cuarto de Jay se entornaba…

Pero la ira no apareció. Me quedé dos segundos anclada al suelo, meneé la cabeza y pensé que eran imaginaciones mías.

No pasaron muchos días hasta que nos volvimos a quedar solos en casa. Mis padres estaban viviendo un segundo noviazgo, andaban todo el día de aquí para allá….

Llamaron al timbre del piso mientras yo trasteaba en la cocina, y como estaba más cerca de la puerta, fui a abrir. Mi hermano salió corriendo gritando detrás de mí:

– ¡No! No abras… ¡Es para mí, Betty!

Le ignoré como él me ignoraba a mí y cuando abrí, puse los ojos como platos… ¡Era Norma!

– Norma… ¿Qué haces aq…?

Dejé la frase a medio terminar cuando uní las ideas.

– Hola Betty –me dijo Norma medio cortada y dándome un beso.

– Hola, no sabía que tú y Jay… -¿Hacia falta terminar de decirlo?

– Bueno… en realidad solo hemos quedado para hablar. – Y mirando por encima de mi hombro, se dirigió a Jay – Pensé que se lo habrías dicho…

– Es que pensé que no iba a estar aquí. – Dijo Jay como si yo no estuviera presente.

– Vale –contesté impertinente- Estoy aquí. Gracias. –Y me giré hacia Jay para mirarle a los ojos- Pero ya me voy.

– No Betty, espera… – Norma me agarró del brazo. Me abrazó y me susurró al oído – Le he llamado yo. Quiero hablar. Le echo de menos….

Le sonreí a Norma. Ya me había confesado que Jay era el mejor amante que había tenido. Y era mi amiga del alma de toda la vida. No podía enfadarme con ella…

– Venga, me voy a mi habitación. Tranquilos que me pongo una peli en el pc con los cascos. Tenéis cena en la cocina, acabo de preparar una tortilla.

Y Jay por primera vez en días, mejor dicho en semanas, me sonrió ampliamente mientras me guiñaba un ojo y me decía:

– Eres la mejor.

Mientras me alejaba hacia mi habitación le hice señas a Norma para decirle que ya hablaríamos ella y yo. Como acababa de prometer, me encerré en mi habitación y me puse una película en el pc. Me coloqué los cascos inalámbricos y me tumbé en la cama.

Cuando la película acabó y antes de ponerme otra, pensé en ir a la cocina a por un vaso de leche y galletas. Me quité los cascos y escuché, antes de salir. No se oían voces. No se oía nada.

Salí deprisa, si aún estaban aquí, no me apetecía escuchar la consabida sinfonía amatoria de mi hermano… Una vez en la cocina me sorprendió que todo estuviera recogido – sin duda, era la firma de Norma- y abrí la nevera. No quedaba leche, pero por suerte había unas apetitosas tarrinas de yogur con frutas. Cogí una de melocotón y una cucharilla y me encaminé de nuevo hacia mi dormitorio.

Justo cuando estaba llegando a la puerta de mi habitación, del otro lado del pasillo se abrió la puerta del dormitorio de mi hermano. Instintivamente miré hacia allí – debido al silencio había supuesto que estaba sola- y vi como Jay salía con rapidez, completamente desnudo. El tiempo se detuvo. Durante unos segundos contemplé el cuerpo definido de mi hermano y su enorme hombría que estaba en pleno furor y el impacto de tal visión combinado con la sorpresa hizo que se me cayera el yogur de las manos. No provocó un gran estruendo pero lo justo como para que mi hermano levantara la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Por segunda vez consecutiva, mi hermano me sonrió mientras entraba en el baño, como si no hubiese pasado nada, mientras yo roja como un tomate y temblando recogía el yogur del suelo. Por suerte no se había derramado. Entré rauda en mi habitación y me puse otra vez los cascos. Antes de que pudiera encender el audio, picaron a mi puerta. Me sobresalté, pero conseguí que la voz me saliera:

– Pasa

La cabeza de mi hermano apareció por el umbral

– Betty, me he quedado sin condones, ¿Me prestas?

¿Eh? Mi mente daba vueltas como una noria. No sabía si me estaba tomando el pelo y era para reírse de mí o qué ocurría. Vi su mirada de impaciencia y reaccioné

– Ummm… espera, creo que tengo por….

Abrí el cajón de mi mesita y por suerte me quedaban unos cuantos, las cogí con dedos temblorosos y se los entregué a mi hermano, de nuevo sonrojada a más no poder. Jay sacó su sonrisa más amplia y divertida y me dio las gracias mientras se marchaba tan campante hacia su habitación. Era increíble el poco pudor que mostraba…

Me volví a colocar los cascos y puse otra película. Pero no pude concentrarme… Sonreí, La vuelta de Norma en casa había hecho que mi hermano olvidara su guerra fría contra mí. Y eso, inexplicablemente, me hacía muy feliz.

Y por millonésima vez, recordé aquel polvo espiado del principio del verano. Inmediatamente el calor bajó de mis mejillas a mi vientre y desató la ya más que conocida sensación de excitación y posterior frustración.

Era absurdo, eso no llevaba a ninguna parte. Miré de concentrarme en la película hasta que pude caer dormida.

Al día siguiente mis padres no habían hecho acto de presencia y la puerta de mi hermano seguía convenientemente cerrada, así que me metí en la ducha. Justo cuando terminaba de ducharme y estaba abriendo la mampara, la puerta del baño se abrió y Jay entró. Pero esta vez, él estaba vestido y yo no. Me puse muy nerviosa y empecé a tartamudear.

– La…la… tooo…toa…aa..toalla, pásamela Jay.

Él, absolutamente divertido me la pasó lentamente, dándome un buen repaso antes de entregármela. Me envolví corriendo en ella y forcé una sonrisa, intentando parecer igual de natural que él.

– Joder Betty, con lo buenorra que estás no sé de qué te avergüenzas…

– ¿Qué dices, Jay?

– Que si enseñaras más esas tetas, los tíos haríamos cola por ti.

Y se marchó. Me quedé petrificada. ¿Yo, buena? Hombre, era bastante alta, tenía la cintura estrecha, las caderas suaves y sí, tenía una buena talla de sujetador, pero nunca había pensado que entraba dentro del grupo de “las buenorras”. Me veía normal. Pero otra cosa me perturbó más que el cumplido de mi hermano. ¿Había dicho, haríamos? ¿En primera persona del plural?…

Me sequé deprisa y me vestí. Seguro que lo había entendido mal.

Como suponía, Norma seguía en casa y después de desayunar, me preguntó si podíamos hablar y ya que Jay tenía un partido de básquet, le dije que por supuesto.

Cuando mi hermano se fue, nos sentamos en el sofá y comenzó a contarme que lo había estado pensando mucho, y que echaba de menos a Jay. Hacía una semana que habían vuelto a hablar por WhatsApp y los dos sintieron que todavía había chispa entre ellos.

– Norma, me parece genial. Ya lo sabes. Por lo menos, tú me caes mejor que bien.

– ¿Qué quieres decir?

– Pues que desde que cortasteis ha habido un desfile importante de chicas por aquí.

– Ya… – Norma puso cara de resignación y de algo más que no supe interpretar.

– ¿Qué te ocurre? ¿Ya lo sabías, no?

– Sí, sí. Y Jay también ha querido contármelo todo.

Vaya, mi hermano era honesto. Eso fue una revelación. Si era capaz de explicarle a Norma la verdad, es que le importaba.

Norma continuó:

– Y perdóname que lo diga a sí, pero es que tu hermano es una máquina, Betty. Y en el instituto…

– Sí, ya sé qué rumores corren. – puse los ojos en blanco

– No son rumores. – me sonrió pícara- Y me da rabia que tantas chicas…

Y de pronto lo entendí.

– Norma, ¿Estás celosa?

– Noooo…. Sí.

Eso era nuevo. Nunca había visto a Norma celosa. Lo que me indicó que Jay también le importaba realmente, pero también me hizo pensar en mi misma. Anhelaba sentir lo que Norma sentía, pero no con otro hombre, sino con el mismo.

Los días pasaron y sentí un dejavú, pero esta vez, la entrada de Norma de nuevo en casa provocó la salida definitiva de Christian.

Norma siempre había sido mi confidente, igual que yo la suya, pero en esa época nuestra amistad se estrechó particularmente. Nos lo contábamos todo, bueno más bien ella me lo contaba a mí, porque yo corté con Christian al cabo de muy poco. Pero la alegría de Norma siempre había sido muy contagiosa y no tuve tiempo de sentirme sola.

Y Jay, lejos de su habitual estilo pueril me animó, y me dijo que merecía algo bastante mejor que Don Descafeinado. Los tres nos unimos mucho. Me invitaban a salir al cine con ellos, cenábamos juntos…

A cambio, algunas noches me iba a leer/estudiar en una biblioteca que conocía que no cerraba por las noches.

La calma se había instalado en mi vida. Una calma suave y agradable, pero me seguía faltando algo. Y lo sabía;  como bien me había enseñado Norma, no debía engañarme a mí misma.

Sabía que era una fantasía imposible, una quimera absolutamente loca e irrealizable, pero no podía dejar de desear, en secreto, a mi hermano.

Y el simple hecho de admitirlo en mi fuero interno y dejar de negarlo y de luchar contra ello, hizo que me sintiera mejor.

No sé si fue la serenidad de aceptarme, la situación actual en casa o que la facultad me estaba yendo realmente bien, pero conseguí un equilibrio muy deseado, a pesar del anhelo lujurioso siempre latente.

Cuando se acercaba mi cumpleaños, empezamos a planear hacer algo especial, una escapada a la casa de la playa de los padres de Norma o irnos a pasar un fin de semana fuera… De pronto los padres de Norma la llamaron porque había ocurrido una emergencia familiar y tenía que marcharse con ellos, dos semanas.

Al despedirse, con su habitual optimismo nos dijo:

– ¡Venga chicos! Que dos semanas pasando volando. Retrasamos un poco lo de la escapadita y ya está.

La abracé enormemente porque quedé un poco desolada con la noticia. Me había acostumbrado tan bien a la presencia de mi mejor amiga en casa, que era una más de la familia.

– Te echaré de menos, Normita – le dije, un poco lacónicamente

– Y yo, Betty. Pero te quedas con Jay… – y me guiñó un ojo, cómplice. Como si supiera algo que a mí se me escapaba.

Jay la acompañó a la puerta y se empezaron a besuquear bastante obscenamente. Meneé la cabeza riendo, mientras me metía en la cocina. Me había acostumbrado a sus explosiones de pasión.

Susurraban, pero estaba demasiado cerca como para no oírles:

– Ya te echo de menos, Norma

– Ya será para menos, tonto.

– Dime algo cuando llegues, ¿vale?

– Sí. Gracias que está WhatsApp, jajaja. Venga Jay, anímate. Además es tu oportunidad…

– No sé, Norma. Los dos era una cosa, pero yo solo…

– ¿De qué estarían hablando esos dos?

– Hazme caso, lo está deseando…. Y tú más.

– Sí… ¿Y seguro que te parecería bien?

– Jay, te lo he dicho mil veces, con ella sí. Pero solo con ella.

¿Estarían hablando de mí? Sacudí la cabeza, qué egocéntrica me creía….

A las dos horas de irse, Jay ya estaba colgado del móvil wasapeándose con Norma… Era divertido verle tan prendado…

Todavía no sé cómo ocurrió, ni si hice o dije algo para provocarlo… solo recuerdo que Norma llevaba ya cuatro días fuera y la verdad es que se notaba su vacío. Estábamos Jay y yo sentados en el sofá viendo por enésima vez El Señor de los Anillos. La trilogía completa, en versión extendida. ¿Por qué acepté tal tortura? Porqué mi hermano me prometió que cocinaría y limpiaría durante las dos semanas siguientes, cuando nos quedásemos solos. Y porqué también quería que se distrajera un poco de la marcha repentina de Norma.

Tras más de cuatro horas de película, yo ya no podía más… Me levanté del sofá y fui a la cocina a por un poco de batido de chocolate (igual así, segregaba endorfinas y se me hacía más llevadero…).

– ¿Pongo la pausa, Betty?

– ¡¡Nooooo!! – Puse cara de horror pero me contuve – O sea… no, gracias. No hace falta. Voy a por un batido y ahora vuelvo.

– Valep….

Antes de entrar en la cocina me escabullí hacia el dormitorio, quería cambiarme de ropa… nadie sobrevive a 9 horas de peli con el botón del vaquero clavándose en el ombligo…

Oía de fondo la famosísima y épica banda sonora de Howard Shore, mientras entraba en la habitación dejando la puerta abierta, porque sabía que Jay odiaba perderse medio minuto de peli… Me desnudé, suspirando de alivio. Justo cuando me iba a poner el pijama sentí sus poderosos brazos rodeándome por detrás, aprisionándome contra su pecho desnudo. Pero… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no le había oído llegar? ¿Cuándo se había quitado la camiseta? Ufff… dejé de hacerme tantas preguntas porque el simple contacto de mis hombros contra sus pectorales me hechizaba por completo. Y tampoco quise darme la vuelta, para no romper el contacto. Al fin y al cabo era lo que más había estado deseando y ahora se estaba consumando. Noté como deslizó sus fuertes manos por mi vientre haciéndolas resbalar por mis caderas hasta casi tocar las rodillas, mientras me besaba suavemente el hombro e inició un lento ascenso por la cara interior de mis muslos hasta llegar a mi cúspide. Sus dedos, experimentados y suaves, se adentraron en mi sexo, como si fuera territorio conocido siendo a la vez un paraíso por descubrir. Mis manos díscolas palparon a tientas por detrás de mi espalda, hasta que encontré su torso. Sus abdominales seguían tan perfectos como los recordaba y los recorrí con placer. Bajé hacia el estómago, hasta quedar detrás de mi culo y encontré sin ningún esfuerzo su gran tesoro. Agarré su miembro con ansia, con ambas manos y acompasé mis movimientos a los suyos. Sus dedos frotándome suavemente hacían que oleadas de placer me recorrieran y empecé a gemir gradualmente. Quería que él sintiera el mismo placer y apreté un poco más hasta que sentí su aliento caliente en mi cuello entre jadeos placenteros. Entonces él comenzó mi dulce tortura, metió un dedo en mi interior y empezó un lento entrar y salir. Yo me mordía duramente los labios para contener los gritos que pugnaban por salir y sin desatenderle comencé un meneo más contundente. Entendí que le estaba encantando cuando me metió un segundo dedo y aumentó la presión a la vez que me mordía la oreja. No me pude contener más y solté un grito. Subió rápidamente una de sus manos y me la puso en la boca, para que no gritara. Sus dedos sabían a mí, a mi excitación y comencé a chuparlos con lascivia. Nos bastaron unos pocos segundos de movimientos salvajes para corrernos como las criaturas lujuriosas que éramos en ese momento.

Y sentí, supe, que los dos llevábamos mucho tiempo reprimiendo las ganas.

Sin dejarme tiempo para respirar, me hizo dar media vuelta, para quedar cara a cara. Nos miramos un instante a los ojos, castaño contra pardo. Era fuego. No lo pude resistir y cerré los ojos. Con sus poderosos brazos me envolvió, una de sus manos subió por mi espada, aferrándose a mi nuca, atrayéndome hacia él y sus carnosos labios atraparon los míos en un beso eléctrico y sensual. Su boca corrió por mi cuello y siguió bajando. Sus manos firmes se aferraron a mis turgentes senos, ávidos de caricias, mientras me colmaba de besos húmedos que endurecían mis pezones. Se arrodilló frente a mí, empujándome contra una pared y me obligó a separar las piernas. Su lengua se introdujo en mi sexo, llevándome a un universo de placer nunca antes conocido. Yo volvía a gemir salvajemente. Y aturdida comenté:

– ¡Oh, Jay!, ¿Qué estás haciendo conmigo?

Se separó unos milímetros de mí para murmurar sólo tres palabras.

– Te lo debía…

Y su lengua volvió a adentrarse en mí. El goce era tan intenso que las piernas me flaqueaban y tuve que aferrarme a su pelo para no caer. Al hacerlo, él gimió intensamente.

– ¿Te estoy haciendo daño? – Pregunté preocupada

Noté como sonreía maliciosamente.

– No. Me encanta…

Y de nuevo, solo tres palabras que me hicieron sonreír aliviada y seguir en mi espectacular viaje espacial.

Se levantó, mientras yo seguía flotando bastante lejos del suelo y me tumbó en la cama. Sus manos eran mágicas. No dejaban de acariciarme y me provocaban intensos espirales de calor placentero. Sus labios tórridos llevaban mi piel al límite. Y me sentía como… no sabía ni como me sentía, pero desde luego era alucinante y delicioso.

Ni siquiera fui consciente de como separaba mis piernas y se colocaba entre ellas. Estaba absolutamente excitada, como nunca lo había estado y sentía como todo mi cuerpo palpitaba al ritmo que él me imponía.

Sentirle entrar en mí fue la sensación más dichosa y más abrumadora de mi vida. Me llenaba por completo, pero mi cuerpo le acogía en perfecta armonía. Jay era increíble, todo lo que Norma me había contado, era absolutamente cierto. No necesitaba ninguna indicación por mi parte (¡Bendita novedad!), sabía perfectamente lo que tenía que hacer en cada momento. Tuvo paciencia y delicadeza y cuando mis caderas se desbocaron les siguió el ritmo frenético en un vaivén sublime que me desató y me llevó a un orgasmo explosivo. Mi cuerpo era un mero objeto sobre el que yo no tenía ningún control, pero en la lejanía, dentro del torbellino de emociones noté como mi sexo palpitaba locamente y que eso provocaba la liberación en él.

Se dejó caer lentamente sin salir de mí. Me besó los labios dulcemente mientras sus manos me cogían las ardientes mejillas. Me permití volver a abrir los ojos y le miré fijamente en silencio. Nos sonreímos… todas las emociones prohibidas y reprimidas, habían salido a flote esa noche. Regalándome una experiencia visceralmente animal que acababa con meses de frustración.

Poco me imaginaba yo, que eso solo era el principio de un caleidoscópico universo de placer por descubrir….

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *