Últimos momentos de una visita muy corta

LUS ÚLTIMOS MOMENTOS DE SU CORTA VISITA.

Había que aprovecharlos, a pesar de que la cena con los socios de Horacio nos iba a quitar tiempo que yo ya estaba planeando una pequeña distracción para nuestra huésped Altagracia y su marido Sebastián, claro que acompañados por Horacio y por mí.

Una parte de la tarde la habíamos disfrutado en la intimidad, en un jakuzzi, como lo relato en mi anterior publicación. Aunque nos sentíamos algo cansadas teníamos algo de tiempo para recuperarnos.

A Altagracia la llevé a su hotel, le recordé la recomendación de Horacio

“Me vienen bien vestiditas, elegantes, pero muy coquetas, y muy sexis.” Fueron sus palabras, yo ya le consulté si “¿Cómo íbamos vestidas al congreso?”

“¡No, no tanto! Solo sexis. Que se vean eróticas, pero que aguanten la vestimenta elegante del restorán al que vamos a ir.”

“¡Ok, que solo calentemos y ya ellos que completen su platillo! ¿Cómo quién dice, noooo?? Le dije delante de Altagracia.

Fui a mi casa, pude recostarme por un buen rato y tuve tiempo de buscar entre mis vestidos alguno que cumpliera con las exigencias de mi marido, que le encanta me vean sus colegas con lujuria. Tardé algo de tiempo, pero al final me decidí por uno color ocre pálido. Sin espalda, que por ser de pechos discretos, no requiero sostén que se me fuera a ver. Una banda ancha alrededor de mi cuello, del que penden las mangas y baja por enfrente hasta debajo de mi cintura, dejando ver parte de mi vientre, inclusive mi ombligo, pero detenido de mis caderas. Con cualquier inclinación mía hacia adelante le da oportunidad a mi interlocutor sentado frente a mí, de echarles un vistazo a mi lindo pecho desnudo. La falda pendía de esa banda que baja desde el cuello. También suelta de mi cintura, así que da la posibilidad de escudriñar visualmente mis pantis, si los llevo. Quedé muy satisfecha. Mi arreglo me gustó esta vez más que cuando lo usé por primera vez.

Pasé por Altagracia a su hotel. Aún seguía indecisa de lo que iba a vestir. Al final, estando yo frente a ella se me presentó. Me pareció que su vestido aparentaba la era Hollywoodense de los 60. Yo me cubría con una mantilla que ella me regaló, preciosa. A cambio yo le regalé un reboso también muy bonito, pero que no le hacía juego a su vestido.

“¡No, no! Solo veme a mí, así debemos ir para tener éxito hoy, yo ya me los conozco.” Le dije. Le quité la falda, a la blusa blanca, como de terciopelo que se le veía super escotada ya no le puse peros, es para mí una delicia verle esos senos, al vérselos me imagino mamárselos y succionarle sus pezoncitos, y esa blusa me lo permitiría. Si me llego a aburrir me entretendré gozando viéndolos. La falda dejé se vistiera con una que tenía, también casi blanca, con mucho vuelo y de largo hasta librando sus rodillas. Tuvo que ponerse medio fondo, se le cargaba de electricidad la falda y se le pegaba al cuerpo o a su falda misma.

“¡Olvídate del liguero! Tus medias se mantendrán en lugar, si acaso te vuelve a pasar lo de aquella aventura que tuviste el primer día, que las medias se te arrugaron, pero eso fue por la actividad que habías tenido y no te las volvieron a colocar bien.”

“¿Te recuerdas todavía? ¡Qué locura la mía!” me dijo

“¡Pero aún no me platicas todo lo que te pasó, ni con quién fue!” ya le reproché.

“¡Ahora después te cuento, te lo prometo!”

Llegamos puntuales a nuestros consortes que esperaban.

“¡QUÉ PRECIOSAS SE VEN!” expresó Sebastián, Horacio lo secundó. Yo ya en privado le pregunté a mi marido si le parecía cómo íbamos vestidas, a lo que afirmó con gran entusiasmo.

“Pero ahora no van a tener tanto público. Además de nosotros cuatro llegarán Dieter, Johan y una pareja de España. Puede ser que llegue el encargado de la oficina de Vancouver, reservé su lugar y lo invité a tiempo.”

El señor de Vancouver fue el primero de llegar al restorán, se veía simpático pero muy parlanchín e irrespetuoso con nosotras tres. Él iba directo con sus insinuaciones, yo ya lo recordaba del congreso y fue él el que se nos declaró allá invitándonos a acostarnos con él. Horacio nos lo presentó, pero no recuerdo si mencionó su nombre, solamente me recomendó que tuviéramos mucho cuidado con sus insinuaciones, no se vulgaricen con él, y me pidió se lo recomendara también a Altagracia.

Tomamos nuestros asientos el de Vancouver quedó entre Altagracia y la señora española. Yo quedé frente de él, junto a uno de los señores que llegaron solos.

Aún no hacíamos el brindis de bienvenida y el de Vancouver ya estaba coqueteando con Altagracia, que se cuidaba siendo evasiva, entonces se dirigió a la señora española. Al dirigirle la palabra aprovechaba para sobarle, primero el brazo y ya me dí cuenta de que hasta el hombro y parte del cuello le tentaba. Altagracia y yo nos mirábamos y sonreíamos, parecía que el señor éste estaba teniendo bastante éxito y la española, creo que se llama Esperanza, le respondió, pero bajó su mano. No podíamos ver hasta adonde le llegaba, pero era claro que ella estaba cooperando con la insinuación del de Vancouver.

De maldosas, Altagracia y yo, las dos le hicimos plática a Esperanza, en español, que el de Vancouver no lo habla, estropeándole sus intenciones. Atendimos con gran cortesía a nuestros vecinos, con los cuales hasta una que otra caricia nos permitimos hacerles. ¡Claro, a Esperanza también le tocaron! Y ella nos secundó, creo que sacudiéndose de lo molesto que le ha de haber caído su vecino de Canadá.

En la cena nos divertimos bastante, al terminar Altagracia consideró que era temprano, que podríamos seguirla en algún antro. Las tres mujeres estuvimos de acuerdo, los señores nos alcanzarían, solo les teníamos que indicar en donde íbamos a estar.

Para trasladarnos se me ocurrió llamarle a Rodolfo, en su camioneta cabríamos todos y además él nos podría recomendar un buen lugar. Estuvo a tiempo, su camioneta, una Mercedes para transporte de turistas, hermosa, muy cómoda y coqueta. Solo nos recogió a las tres mujeres, los caballeros nos alcanzarían en el lugar.

Al montarnos en la camioneta, yo, con algo de maldad, escogí sentarme en el asiento correspondiente al del copiloto y las otras chicas se sentaron en la primera fila de atrás. Para platicar, o comentar algo yo tenía que voltear todo el cuerpo para que mi voz les llegara. Cada vez que volteaba mi falda iba subiendo un poco más, no solo mi muslo desnudo le quedaba visible a Rodolfo, él ya me podía estar viendo hasta mi entrepierna. Yo, discretamente, aumentaba la buena calidad de la vista para que lo pudiera excitar cada vez más, deseaba ver hasta adonde iba a llegar. Manejaba pero el que a cada rato disminuyera la velocidad, sin razón, me entraron sospechas de que lo que deseaba era admirar cada vez un poquito más de mis pantis. Le dí el placer, pero me hice a la idea de que al regreso le iba a cobrar lo visto, lo iba a vencer, deseaba asegurarme que fue él el que le dejó las manchas de semen en su ropa y en su pubis a Altagracia. En todo el trayecto de ida Rodolfo no perdió un momento en admirar la vista que le ofrecí.

Llegamos, un antro que se veía decente, música estridente, muchachada muy alegre y desenfrenada, muchos extranjeros entre los asistentes.

“Les pido que estén atentas. Cualquier cosa que deseen hacer, háganlo, pero sin salir del lugar. ¡Para nada salir!” nos recomendó Rodolfo.

“¡Me llaman a la hora que deseen las pase a recoger!” nos dijo al partir, cuando ya nosotras estábamos entrando al salón.

Buscamos una mesita, muy escasas pero teníamos que establecer nuestro punto de reunión. Solamente conservamos monederos con nuestras identificaciones y un celular, todo lo demás se lo encargamos a Rodolfo.

Inmediatamente nos atendió una chica, bastante hermosa y nos sirvió los tragos que pedimos. Aún no probábamos nuestra bebida y un chico me pidió bailara con él. A mis colegas también se las llevaron a bailar. No era invitación, estiraban la mano, nos tomaban del brazo y a jalones nos llevaban a bailar. Aunque el trato era así, nos divertimos. Las tres platicábamos de las invitaciones a tener sexo, que nos llovían a cada instante.

A mí me invitaron tres chicos a la vez para hacer sexo, Altagracia también se sorprendió de que en plena pista de danza le levantaron la falda y otro le bajó el escote y, delante de todos, le chupó su pecho. Esperanza reía y gozaba. También a ella la invitaron varios, pero creo que ya tenía experiencia y gozaba la situación, yo ví cuando la tenía un chico abrazada, apretándole las nalgas, con el vestido en la cintura. No sé si ahí se la estaban cogiendo, pero eso parecía y los asistentes ni se daban por distraídos, han de haber pensado que querían divertirse y tener sexo, pero ella ni se daba por entendida, ni daba muestras de molestia. ¿Qué pensaré?

Altagracia se dio cuenta de que era fácil conseguir un palito, había que cuidarla y ponerle atención, no fuera a ser que ella, que andaba muy caliente, fuera a hacer lo mismo.

Nos divertimos mucho, nosotras dos no aceptamos copular con ninguno, Esperanza ya servida, parece que solamente uno, pero ya regresábamos a nuestros hoteles.

Rodolfo nos recogió. Al abordar la camioneta él se encargó de reservarme el asiento a su lado. Dejamos a Esperanza y a Altagracia en el hotel y a mí me iba a llevar hasta mi casa, aunque el plan con mi marido era de encontrarnos en el mismo hotel. Afortunadamente Altagracia sospechaba de mi plan, se había dado cuenta de que yo le ofrecía a Rodolfo, en los dos trayectos, lo que más le gustaba.

“¿Qué le digo a Horacio? ¿por qué no llegaste con nosotras? Preguntó Altagracia.

“¡Ay manita, no se me ocurre! Es demasiado sospechoso. ¡Ya sé! Le dices que tuve una emergencia femenina y que pedí me llevaran a la casa, pero me lo entretienes bastante tiempo! ¿Porfis?”

En realidad Horacio, para mí, no es problema ni debo de ocultarle nada, pero tuve que hacer la pantalla para que Altagracia no se llevara una mala impresión de mí, además para que él no se fuera a preocupar, como ya ha sucedido antes.

“¿La llevo a su casa, seño Silvia?” me preguntó Rodolfo. Tardé unos segundos en responderle pero voltee mi cuerpo, como viendo a las otras chicas, que ya se habían bajado. Todo el largo de mi muslo, y hasta mis pantis le quedaron visibles.

“¡Creo que a mi casa! No tengo idea de que me lleve a otra parte.” Le contesté.

Sin decir una palabra, detuvo la camioneta ahí en la acera, paró el motor y me dijo:

“Seño, ¿antes de dejarla en su casa, le puedo decir algo que no deseo me lo tome a mal?”

“¡Sí, ándele! No lo tomaré a mal, pero que sea una crítica bonita.” Le dije.

“¡Perdóneme, pero soy humano! y desde que la conocí la he admirado. Ya les he trabajado desde que la seño Pilar me contrataba, y usted me ha tenido siempre con el deseo de decírselo, que le tengo mucho aprecio.”

Me enderecé y me puse de pie entre los dos asientos. Lo abracé, él también me abrazaba, y, lo peor que hice fue darle un beso todo amoroso. “¡Rodolfo, yo también he aprendido a apreciarte mucho!”

Mi falda estaba subida hasta casi mi cadera. Mis pechos totalmente a su disposición, la blusa dejé se me abriera dejando todo mi pecho, visible, mis dos senos ahí, paraditos. Una situación excitante por demás.

“¡Gracias Rodolfo! Eres una persona maravillosa, ¿qué pudiera yo pedir más de ti? Lo abrazaba, mis senos lo acariciaban, y mis besos lo tendrían que estar excitando al grado que volteó sus piernas hacia mí, me abrazó jalándome de las caderas. Yo le separé las piernas quedando apretada entre sus rodillas. Bastaba con que bajara sus manos, y ya con ellas libres me bajara mis pantis, pero sentí hermoso se me declarara y siguiera con su declaración de amor, o de deseo carnal, seguramente.

“¡No solo la aprecio, la deseo también, me doy cuenta de que usted está muy requete buena! Todos los del edificio lo dicen. Ahora quiero aprovechar que el jefe está ocupado con otras personas y quisiera ver si usted tiene un poquito de tiempo y de ganas, y me da un chancecito.”

“¿Chancecito, de qué?” Pasó sus piernas sobre la consola que nos separaba y me invitó a pasarme al asiento de atrás.

“Primero, dime qué chancecito quieres que te dé, si me dices cuál es, y si me gustaría, a lo mejor yo soy la que te pido ese chancecito. Pero, primero dime, sin mentir ni una sola palabra ¿A todas las chicas que transportas les pides ese chancecito?” Balbuceó pero me confirmó:

“¡No, nunca lo había pedido, pero ya has de estar enterada, tu amiga Altagracia se me ofreció y uno no puede negarse fácilmente. Mi empleo lo tomo muy enserio y ésta van solo el cuerpo de tu amiga lo ha tenido para echarse un polvito.”

“No lo sabía, solo lo sospechaba, pero si tienes ahí toallas de papel, ¿por qué la dejaste toda embarrada?”

“Las carreras, se nos acercó un carro y creímos que fuera una patrulla.”

“Pero que no conoces moteles aquí cerca, la hubieras llevado ahí.”

“No estaba previsto, salió de sorpresa. Así como usted, fue descubriéndose las piernas, hasta los calzones y me dijo que si me gustaría darle una follada. ¿Qué le podría haber contestado? Pues vamos, me la eche para el asiento de atrás y ahí me la follé. Habíamos terminado, en esas estábamos, cuando vimos la luz y la ayudé a vestirse, como pudimos la dejé bien y ya se la llevé a usted.”

“Primero, vamos a empezar. Fuera de horas de negocios, yo no soy seño Silvia, solo Silvia, a secas. Si te encargo a alguna chica, hazle lo que quieras, pero correctamente, y ¡Me lo platicas, condenado cogelón! Tú y yo somos colegas! Y entendemos que hay cosas que tenemos que hacer.”

“Así será, te lo prometo, y nadie sabrá de lo nuestro. ¡Pero Silvia, es que yo te amo, tengo mucho cariño por ti!”

“Los dos estamos casados y tenemos que responder a nuestros conyugues, apréndelo bien, hagas lo que hagas, siempre estará tu pareja primero. ¿ENTENDIDO? Y ahora dime ¿Qué CHANCECITO querías de mí? ¡Dímelo ya, que a mí se me cuecen las habas, de ya!”

“¿Tienes prisa por llegar a tu casa?”

“No mucha, me interesa ese chancecito que querías te diera, no me imagino que pueda ser.”

“Vamos, déjame besarte esos pechos tan lindos, que tienes.”

“Ven, bésame mis pechos todo lo que quieras, pero no vamos a esperar que tengamos que huir a la carrera.” Me abrí bien la blusa y él, como hombre hambriento se me abalanzó a mi pecho. Me comía a mordidas pequeñas, me los acariciaba, me succionaba las axilas y me acariciaba los hombros.

“¡Ya, vamos rápido a un motel, ahí nos hacemos lo que nos guste y nos venga en gana!” Así lo hicimos. Él estaba tan excitado que ya sabía yo que iba a tener su venida con cualquier contacto o roce con mi piel. Le pedí se detuviera en una tienda nocturna y compré algo de alcohol, para calmarlo, sino esta aventura iba a resultar un fiasco.

Bebimos algo de ese tequila, que fue lo único que se me ocurrió comprar. Llegamos al motel con su camionetota, él ya más sereno, pero yo era la desesperada, no podía controlarme, no recuerdo que así hubiera estado antes.

Nos metimos a la habitación e inmediatamente me le monté materialmente. Después de un rato ya pude apreciar el porqué del placer que Altagracia había encontrado en él y la había vuelto zombi. Su pene, muy rico, no más grande, pero sí gordito y siempre paradito, pero lo sabía manejar como muy pocos.

“¿Qué le diste o le hiciste a mi amiga que llegó zombi a mi casa?” le pedí me dijera, en el fondo yo deseaba llegar a sentirme así.

“¡No, nada! Estuvimos cogiendo en el asiento de atrás, hay muy poco espacio, así que dejé que ella me hiciera lo que le gustaba y solo se me montó todo el tiempo, sin lastimarse.”

“¿Pero no bebió nada? Es increíble, me la noqueaste tremendamente, llegó como grogui, apaleada.”

“No, nada, solo la dejé me montara mucho tiempo. Al principio, y creo no se dio cuenta, me vine rapidísimo, pero la dejé seguir y seguir hasta que ella se vino a su gusto y yo también. No sé si estaba protegida, por eso le dejé mi venida toda por fuera, me dio cosa preguntarle si estaba protegida y yo no tenía condón a la mano.

“¡Hay bárbaro, le echaste bastante y me la dejaste bien batida! Como quien dice, para que también yo tuviera que disfrutar de tu semen, que a la mera hora sí fui yo la que se lo tuvo que limpiar. Y ahora confirmo de dónde tenía ese olor mi amiguita.”

“¡Tú déjame también ese olor, que es el de tu camioneta! ¡ECHAME MUCHO, quiero guardarlo, para que veas que yo también te quiero a ti. ¡Hazme tuya, lléname de tu semen! Deseo regresar a mi casa disfrutando de tu semen. QUIIEER OO JU UU GGAA RRR ÉEE LL, SEN TIR LLO dentRO de mi PPAA NNO CHITA. MMEEETERME LOS DEDOS Y AAAYYYY, me vengo otra vez!” No sé por qué sentí tanto, me estremecía, mi cuerpo se sacudía al estar sintiendo cómo me iba entrando ese semen. Yo lo montaba, mis piernas se me sacudían involuntariamente. ¿Pero qué tiene éste señor que nos pone así?

Ya era muy noche, Rodolfo me llevó a mi casa, nos despedimos con mucho amor ya frente a la puerta de entrada.

“¿Tendrás problema con tu marido?” me preguntó, todo preocupado.

“¡No creo, todo lo dejé bien preparado!” lo besé nuevamente y lo despaché.

Horacio, que ya sospechaba que yo andaba en alguna aventura, dormía pero dejó la luz de mi lado prendida y un chocolate en el buró y un post-it que decía, “te amo”, despiértame cuando llegues. Así lo hice

“Ahora arrúllame contándome cómo te fue, para que vuelva a dormir pero ahora soñando cómo gozaste tu aventura.”

“¡Espera, voy a asearme.”

“¡No, yo te quiero así, bien alimentada, llenita del semen que me guardaste, o ¿vienes embarrada de él? Ya sabes que soy fanático de verte cuando se te escurre el producto de tu aventura. ¿O ya se te salió?”

“¡Mi vida! No lo siento que se me haya salido, creo que si te lo estoy guardando, parece que sí me lo dejó pero bien adentro. Es para ti, él me lo dio para que los dos lo disfrutemos. Platicamos un rato sobre la pareja, y quedamos que todo lo que disfrutemos les corresponde siempre a los dos.” Le expliqué

“A mí me da mucho gusto de que goces y te llenen de semen, pero es tuyo, ¿cómo va a ser también mío, si yo ni lo tiento?” me dijo

“Pero siempre va a ser también tuyo.” Quedamos callados, yo me desvestí, solo estaba en calzones, unos pequeñitos, muy lindos, que sí estaban algo manchados, aunque muy poco. Horacio me jaló hacia él, me palpó mi entrepierna y confirmó que algo del semen del extraño me había quedado manchando mis calzoncitos, que apenas tenían la primera puesta.

El cansancio hizo que quedáramos dormidos, pero al despertar en la mañana, los dos a la carrera para ir a trabajar, noté, primero, que mis calzoncitos los tenía bajados hasta las corvas de las piernas. Yo no recordaba habérmelos dejado ahí, al baño ya no tuve tiempo de ir, pero lo más sorpresivo era que tenía semen embarrado entre mis piernas y en mi pubis. No pensé más, pero Horacio, que, aunque estábamos ya atrasados para salir, se arrimó a mí, y estaba casi desnudo, como siempre en las mañanas, me pidió con mucho cariño tuviéramos sexo, aunque fuera a la carrera.

“¿No te da algo de rechazo el que yo aún siga con el semen de otro?”

“¡No!, y ¿a ti? Es más, me excita. Ahora que no podía conciliar el sueño me dediqué a jugar con él. Te lo sentí muy excitante. Lo vas a tener que lavar, el olor también me excita, es diferente. Deseo me platiques a la noche.” Y tuvimos una sesión de sexo preciosa gozando de lo viscoso que sentíamos los dos.

“¿Lo sientes viscoso sobre tu piel?” le pregunté.

“Sí, muy excitante al pensar que sale de ti, del que otro te complació.” Contestó y me complementó mi carga.

“¡Qué lindo eres, nunca dejaré de amarte como hasta ahora!” le dije. “Te vas a ir ya, no sabemos cuándo nos volveremos a ver, solo nos queda el resto de ésta semana.”

Hoy, por la noche, partirán nuestros amigos rumbo a Ámsterdam. Yo tengo que presentarme a trabajar, ya Paty me apoyará por la mitad del día en que yo saldré para despedirme de estos españoles tan lindos.

Horacio y yo nos reunimos con nuestros huéspedes, almorzamos juntos y de despedida nos reunimos en su habitación, yo le llevaba a Altagracia otro reboso que ella dijo le gustaba, también de seda, liso de un color canela pálido y ella

“¡Mira, sé que te gustarán!” y me entregó un paquetito con pantis de los que le dije me gustaban. “No te doy los sostenes porque no los tengo de tu talla.”

Yo aún portaba el uniforme de la empresa pero tanto Horacio como Sebastián eran de la idea y deseo que me probara los pantis en mi cuerpo. Para darles gusto tuve que desvestirme, removerme los pantalones hubiera sido suficiente, pero por las porras que me dedicaron me comprometí y quedé totalmente desnuda. Me probé los pantis nuevos pero Altagracia ideó que había que quitarles la etiqueta, así que hasta esos me los tuve que quitar. Sebastián y Horacio inmediatamente se ofrecieron para acariciar mi cuerpo.

“¡Que hermoso se le ve el cuerpo y ese olor que desprende!” opinó Sebastián. Inmediatamente Horacio fue a mí, me besó y buscaba mi olor, que por el ambiente de trabajo y a pesar del desodorante que uso creo que sí tendría algún olor, aunque fuera ligero.

Primero Horacio me olió mi conchita. “¡UMM, que rica! Aún tiene el olor de ayer!” dijo riendo. Inmediatamente Sebastián se ofreció a olerme, “¡Que ricura, huele a fresca y a algún semen reciente!” todos rieron fuertemente, solo faltó Altagracia para hacer su veredicto, ella fue más directa y no solo me olió, también me estuvo lengüeteando mi vagina y sí dijo “Ese olorcito sí lo reconozco y su sabor es inconfundible.”

Para comparar nuestros olores le pedí a Altagracia que ella también se desvistiera, se quitara los chones y nos permitiera olerla. Era claro que nuestros olores sí eran diferentes y solo el olisquearnos era pretexto para reafirmar la despedida. Para aprovechar el tiempo recosté a Altagracia y le dediqué un buen tiempo gozando de su hermosa vagina, al yo estar ocupada con ella y encontrarme en una muy buena posición Sebastián la aprovechó y, sin avisar o pedir autorización se me fue incrustando lentamente. Lo sentía delicioso, no me movía, él seguía entrándome hasta que sus huevitos me acariciaban mi ano. Me lo sacaba y volvía a meterlo hasta que yo sintiera que me topaban sus huevitos nuevamente. Así continuamos, a un ritmo muy lento, pero muy placentero. Para vaciarse me lo metió por el ano y ahí me dejó ese poquito de recuerdo.

Mientras tanto Horacio se entretenía con Altagracia a la que a ratos le metía el pene por su vaginita, y otros por su ano diciéndole que era para que siempre se acordara de cómo se la follaron en su viaje. Altagracia rugía y gemía de placer hasta que llegó a un orgasmo muy intenso y abrazó a Horacio con mucha fuerza y lo besaba. Lo mantuvo abrazado por un rato, lo soltó y le pidió que le diera un poquito más, para no olvidarlo jamás.

Tomé los pantis y los olí con mucho fervor, también los tomo Horacio e hizo lo mismo.

“¡Huelen al mismo que les dejó su producto dentro!” dijo Horacio. No sé si en realidad sí le olieron al mismo semen de Rogelio, o solo lo dijo a ver si pegaba. Yo los olía con fuerza, así también Altagracia que afirmó que eran nuevos, sin uso previo.

“Sí huelen un poquito a Rogelio.” Dije yo, “a lo mejor se les pegó el olor al estar guardados junto con los ya usados.

“¿Rogelio? ¿El señor que las llevó en su vehículo a varias partes?” Preguntó Sebastián.

“¡Condenado tipo, ha de haber disfrutado de las dos!” opinó Horacio.

“¡Sí, ese mismo! Nunca lo olvidaremos, ¿verdad compañera Silvia?” Aceptó decir Altagracia.

“¡Bueno, por lo menos ya sabemos quién fue el afortunado que nos las hizo felices a las dos cuscas!” dijo Horacio.

“¿Por qué cuscas? Solo fueron unas aventuritas de unas damas fieles y amorosas de sus maridos.” Me atreví a opinar.

“¿Te gustó, o te pareció que te la hayan hecho feliz?” le preguntó Horacio a Sebastián. Las dos quedamos ansiosas a su respuesta.

“Viéndolo bien, que bueno que las hicieron goza a las dos putitas. Creo que ahora las amo más.” Remató Sebastián su estancia.